Capítulo 10
Aproximadamente a las 15:40, Ellie Miller y Alec Hardy llegan a la comisaría de Broadchurch. Tras estacionar el vehículo de la veterana inspectora de cabello castaño, los dos compañeros se apean de él, dirigiéndose al interior de la edificación.
—¿Crees que miente al decir que su radio no funciona? —cuestiona Alec mientras suben las escaleras que dan paso a la comisaría de policía.
—Eso parece —afirma su amiga con cabello castaño y traje—. Definitivamente está evitando entregarnos una muestra de ADN...
—Bueno, no es el único —asevera el testarudo inspector, rememorando una conversación anterior con cierto hombre sospechoso—. Me sigo preguntando qué sentirá Ian Winterman cuando sepa que es su esposa la que ha sido atacada.
—Cierto —la veterana inspectora concuerda con él en sus aseveraciones, pues un marido, a pesar de haberse separado de su mujer hace tiempo, podría actuar de forma irracional, como bien han comprobado que ha hecho—. A menos, claro, que sea él quien lo hizo y ya lo sepa.
—Sí.
Tras pasar el control de personal en la entrada, suben las escaleras hasta la planta en la que se encuentran el despacho del escocés y las mesas de sus subordinadas. Nada más entrar por la puerta, contemplan a Katie Harford, que ya ha comenzado a trabajar en la lista de los sospechosos que la Subinspectora Harper le ha dado. Al notar su presencia a su espalda, la joven negra gira su rostro hacia ellos, llamando la atención de su superior.
—Oh, ya han aprobado el comunicado de prensa, señor —se dirige a Hardy con respeto, observando que éste se detiene, apenas habiendo abierto la puerta de su despacho—. La Inspectora Harper me ha indicado que está bien redactado y es exactamente lo que necesitamos, pero me ha instado a pedirle que le dé el visto bueno antes de publicarlo —en cuanto esas palabras salen de su boca, Katie contempla como los rostros de ambos agentes son pasto de la estupefacción.
—¿Cora ha...? —empieza a decir Alec, antes de interrumpirse, pues acaba de percatarse de que no se encuentran en un entorno informal, sino en su lugar de trabajo. Pero al oír que Katie se ha referido a Lina, no ha podido evitarlo. Claro que, no es como si todos los miembros de la comisaría, especialmente los de su equipo, no supieran ya acerca de la relación romántica que mantienen la pelirroja y el hombre de delgada complexión. Prácticamente es un secreto a voces, y hasta se ha hecho una porra entre varios compañeros, iniciada por Ellie evidentemente, para apostar cuándo se casarán—. Es decir —rectifica al momento tras carraspear—, ¿la Inspectora Harper ha estado aquí?
—Así es, señor —afirma Katie en un tono confuso—. Pensé que lo sabía, teniendo en cuenta que siempre están juntos —añade mientras arquea una ceja, pues es extraño el no verlos prácticamente pegados por la cintura. Contempla cómo Hardy arquea una ceja y aprieta ligeramente la mandíbula, molesto por su comentario. No repara en que Ellie Miller también expresa su descontento ante tal impertinencia, tensando en una delgada línea sus sonrosados labios—. Vino a la comisaría hace aproximadamente treinta y cinco minutos, a comprobar el estado del comunicado, y a entregarme la lista con los nombres de los invitados a la fiesta —se explica rápidamente, no deseando resultar impertinente con su jefe, especialmente porque ahora parece haberlo enfadado con su altanería. Lo contempla suspirar pesadamente.
—Gracias por informarme sobre ello, Agente Harford —finalmente el hombre con cabello lacio responde a la información dada por su subordinada más novata, colocando una mano en su cintura, antes de intercambiar una silenciosa mirada con Miller, quien asiente al momento—. Si la Inspectora Harper ha indicado que está bien redactado, envíelo —le indica en un tono firme—. La próxima vez no espere a que yo aparezca, y siga sus órdenes como el evangelio, ¿queda claro? En ausencia de la Inspectora Miller y mía, ella es la máxima autoridad en esta investigación.
—Sí, señor —afirma la muchacha de ojos y cabello color ónix, antes de ver a los dos compañeros entrar al despacho del taciturno y algo malhumorado hombre, cerrando la puerta tras ellos.
La novata con ojos oscuros conecta ambos hechos entonces: la repentina ausencia de la Inspectora Harper y el estado de ánimo algo tirante del escocés trajeado. Teniendo en cuenta que es consciente de la relación que comparten, o al menos se hace una idea aproximada, no le hace falta sumar dos y dos para comprender a qué se refería su supervisora de cabello taheño con tomarse el día para «ocuparse de asuntos familiares». "Definitivamente, si ese asunto familiar está relacionado de alguna forma con el Inspector Hardy, la compadezco y comprendo enormemente...", piensa para sí misma la novata, teniendo la sensatez de mantener la boca cerrada, guardándose sus opiniones para sí misma, antes de teclear en su ordenador, enviando el comunicado a la prensa, para así, hacerlo público.
El taciturno inspector con vello facial castaño, se sienta en la silla de su despacho con un gesto cansado. Fija su mirada en el techo, frotándose el entrecejo. Ve de reojo cómo Ellie cierra la puerta a su espalda tras entrar, bajando las persianas para darles una mayor privacidad. Es entonces cuando la veterana agente de policía se sienta en el pequeño sofá del que dispone el despacho, antes de suspirar pesadamente.
—Parece que Cora se ha pasado por aquí...
—Sí, eso parece —afirma Alec en un tono distraído, con su vista parda aún fija en los paneles del techo—. Al menos agradezco que lo haya hecho... Nos ha adelantado algo de trabajo a pesar de mi reprochable comportamiento de esta mañana —cruza las manos sobre el regazo, como si estuviera pensando en algo que no fuera el caso, y Ellie es consciente de qué se trata. A los pocos segundos, verbaliza lo que ella esperaba—. Pero no se ha quedado a esperar a que volviéramos, lo que significa que sigue, como mínimo, enfadada por lo sucedido —niega con la cabeza, utilizando un tono lleno de lástima por no haber tenido la oportunidad de hablar con ella—. No quiere verme ni hablar conmigo, y no la culpo —se encoge de hombros, bajando la vista a sus manos entrelazadas—. Quizás es mejor que pase la noche aquí...
—Ah, no, ni hablar. No te plantees siquiera esa posibilidad —intercede Ellie al momento, utilizando un tono firme para disuadirlo de sus intenciones—. Piénsalo bien, por muy molesta que pueda estar, que haya venido aquí indica que, como mínimo, se ha calmado lo suficiente como para querer hablar de lo que ha pasado —comienza a razonar, intentando animar el ánimo evidentemente mustio de su compañero y amigo—. Y por otro lado, probablemente no se ha quedado en la comisaría porque no quiere mantener una conversación tan personal en el lugar de trabajo —termina de exponer sus argumentos y advierte que la mirada parda de su jefe se posa en su rostro—. ¿No te parece que eso es algo mucho más propio de ella?
—Tienes razón, Miller —afirma el escocés en un tono más positivo, sonriéndole—. Katie acaba de publicar el comunicado, de modo que ahora lo que podemos esperar son multitud de personas interesadas en el caso, desarrollando sus bonitas teorías, como es costumbre... —cuando habla su tono de voz destila hartazgo, pues este tipo de situaciones son habituales en pueblos pequeños como Broadchurch, y no tiene más que recordarse cómo vivió el caso de Danny Latimer, además del posterior juicio, por supuesto—. Con suerte, alguien parecerá lo bastante nervioso como para que lo consideremos sospechoso, o quién sabe, puede que aparezca un testigo de último minuto... —vuelve a centrar su atención en el trabajo, pues ha decidido tácitamente el hablar con su pareja esta noche, como bien le ha prometido a Ellie esta mañana—. En todo caso, las cartas están sobre la mesa —suspira hondo antes de colocar sus brazos sobre el escritorio—. Miller, ¿podrías supervisar el trabajo de Katie hasta que Trish venga a comisaría a declarar?
—No es que me entusiasme demasiado... —comenta la castaña tras levantarse del sofá con un ligero mohín en el rostro—. Pero dalo por hecho —indica, antes de salir del despacho, habiendo subido las persianas de éste, dirigiéndose a su mesa, frente a la de la novata de cabello oscuro.
Aproximadamente a las 15:50, el comunicado emitido por la policía de Wessex está ya en boca de todos los medios de prensa locales. El Eco de Broadchurch, encabezado por el titular de Maggie Radcliffe, que dice así: «ÚLTMA HORA: Agresión Sexual En Axehampton», abre la primera página del periódico. Ed Burnett y Cath Atwood, que están trabajando en la tienda de comestibles, leen la primera página de la noticia en el despacho del primero. Ambos comparten una mirada preocupada.
—¿Es Trish? —inquiere Ed en un tono preocupado.
—Sí, eso creo —afirma la mejor amiga de la superviviente en un tono apenado.
Por otro lado, Leo Humphries, que continúa trabajando en la empresa de redes y cuerdas de su padre, se ha tomado un merecido descanso en su oficina. Mientras revisa varios papeles relacionados con registros de pedidos y devoluciones, una notificación llega al escritorio de su ordenador. La abre al momento, contemplando la primera plana del Eco de Broadchurch, que notifica en su web el comunicado oficial remitido por la policía de Wessex, acerca de una agresión sexual en la Casa Axehampton, el sábado por la noche.
Asimismo, los medios de radiofonía se hacen eco de la noticia, y la transmiten por sus canales principales. La emisora de FM 93.8 es la encargada de distribuir a los vecinos de Broadchurch las aciagas noticias de lo sucedido. La radiofonista incluso tiembla al momento de leer la noticia.
—La policía de Wessex informa de que una mujer de 49 años, fue víctima de una agresión sexual grave en la casa Axehampton, el sábado por la noche. Solicitan que, cualquiera que tenga información al respecto, se persone en la comisaría de policía, o se ponga en contacto con ellos de manera confidencial y urgente.
Clive Lucas conduce su taxi al momento de escuchar la noticia emitida en la radio. Su rostro se contrae mínimamente al escucharlo, como si la noticia, a pesar de cogerle desprevenido, no lo mortificase. Se desvía de su ruta habitual, a fin de acabar con celeridad sus turnos de hoy, para así, volver a casa lo antes posible. Recuerda cómo llevó a Trish Winterman a la fiesta de Axehampton el sábado por la noche y cómo no acudió al lugar de encuentro para que la llevase a casa. Cierra los ojos brevemente mientras piensa en la posibilidad de que se trate de ella.
Ian Winterman está aún en el instituto, en su despacho. Había encendido la radio para escuchar el parte meteorológico para el día siguiente, y por obra del destino, se ha encontrado con una emisión de un comunicado oficial de la policía. A pesar de haberle sido explicado por los inspectores, el escucharlo de los labios de una radiotelegrafista no deja de ser escalofriante. Por desgracia, las preguntas pertinentes que le realizaron no esclarecen demasiado, pero no cree que hubiera muchas mujeres de 49 años en esa fiesta... Solo puede pensar en una: Trish. No la ha visto desde aquel día, y ni siquiera ha contactado con él para comunicarle nada acerca de la vuelta de Leah de su viaje escolar. Se acerca a la ventana del despacho, cruzando los brazos sobre el pecho, contemplando el exterior con preocupación.
Jim Atwood se encuentra en su taller, reparando el coche de un cliente particular y habitual, cuando en la radio empieza a emitirse el comunicado de la policía de Wessex. Deja de trabajar de inmediato, y rememora lo que Cath le ha contado los días previos. No puede creer que algo así sucediera en esa fiesta, y menos aún que el culpable sea uno de sus invitados. El solo pensamiento de que así sea le produce un horrible escalofrío. Con una mirada perdida en la nada, llena de reflexión se pregunta si debería acercarse por casa de Trish. Preguntarle si está bien. Pero lo descarta al momento. No querría asfixiarla, y menos ahora que se ha hecho pública la noticia.
A las 15:55, Mark Latimer llega a la iglesia de San Andrés a petición de Paul Coates. Por lo visto, la calefacción de su iglesia lleva días mal-funcionando y necesita que le eche un vistazo. Aunque el hombre de cabello oscuro y ojos azules habría querido negarse, necesita el dinero para subsistir, de modo que se ha personado allí con su equipo de trabajo. Desde que tiene conocimiento de que Beth y Paul mantienen una relación cercana, no ha podido estar cerca del vicario por mucho tiempo, aunque parece que el sentimiento es mutuo, pues ya no hablan como antes. Sin embargo, Mark no puede sentirse resentido con ninguno de ellos. Al fin y al cabo, él fue quien creó una grieta en el seno de su familia desde el momento en el que le fue infiel a Beth. Su final estaba escrito desde hace mucho tiempo. Él es en gran parte responsable de su separación, y no puede culpar a Beth por querer buscar su felicidad en otra parte. Pero eso ha destruido las pocas esperanzas que aún albergaba acerca de una reconciliación. Por otra parte, tampoco puede culpar a Paul. Es un buen hombre, y ha sabido estar junto a Beth para apoyarla cuando más lo ha necesitado, cuando él, por el contrario, la ha dejado sola en tantas ocasiones.
Mientras se arrodilla junto al radiador de la iglesia, sacando sus enseres de trabajo de la bolsa, rememora los viejos tiempos. Los brillantes, felices, y más fáciles tiempos. Aún puede recordar cómo jugaba con su hijo al FIFA de la PlayStation... Cómo lo arropaba por las noches. Deshecha esos pensamientos al momento, intentando concentrarse en el trabajo. Desde que Nigel Carter se mudó de Broadchurch tras la muerte de su madre, ha tenido que ocuparse de todo él solo. Eso si hay trabajo, claro, pues desde la muerte de Danny, muchos de sus habituales clientes han dejado de requerir sus servicios por no saber que decir al respecto. Parece que ni siquiera lo ven como un ser humano, sino como a un muñeco de porcelana, que se resquebrajará y romperá en miles de pequeños trozos si dicen algo acerca del tema. Ni siquiera saben mantener una conversación con él sin desviar sus ojos de los suyos. Es horrible. De pronto siente una presencia a su espalda, y una taza de té caliente se aposenta en un banco cercano al radiador.
—Aquí tienes.
Ni siquiera tiene que alzar el rostro para identificar a la persona que se la ha dejado.
—Gracias, Paul —comenta en un tono agradecido mientras ajusta un perno galvanizado—. Hoy ha llegado el cheque de la indemnización por la muerte de nuestro hijo —comienza a contarle, contemplando que el vicario se sienta en el banco cercano, observándolo trabajar en silencio. En sus manos, advierte, lleva otra taza de té. Teniendo en cuenta los últimos acontecimientos, lo más probable es que ya esté al tanto—. Once mil libras para toda la familia.
—Lo siento mucho, Mark... Debe remover muchas cosas.
—Nunca se han calmado —lo corrige el manitas mientras gira un torno—. Lo he rechazado —añade con un tinte de ligero orgullo en sus palabras, como si el hecho de rechazarlo fuera un acto de compasión flagrante hacia Danny, quien lamentablemente está en el más allá—. No puedo aceptar el dinero que me ofrecen por... Mi hijo.
—Lamento que lo veas así —niega el vicario, entrelazando las manos tras dejar apoyada la taza de té junto a él, en el banco—. Sé que quizás te convendría haber aceptado el dinero, teniendo en cuenta tu estado económico actual, pero no puedes pensar que rechazarlo hará que tu culpa se reduzca —lo alecciona, y contempla cómo Mark tensa la mandíbula—. No debes dejar que esto continúe condicionando tu vida...
—Lo entiendo, pero... Es tan difícil.
—Lo estás haciendo bien, créeme.
—Me alegro de que lo parezca —asevera Latimer en un tono sereno, antes de suspirar pesadamente, pues la realidad no es tan sencilla como parece—. He probado de todo, tío: yoga, boxeo, incluso meditación —enumera una larga lista de aficiones, en las que, por desgracia, no ha podido interesarse lo suficiente—. Hasta las malditas sesiones de terapia... Dios sabe el tiempo que he pasado hablando de ello, escribiendo diarios, haciendo garabatos de mi estado emocional —su voz pierde fuerza a medida que habla, como si todo lo que hubiera intentado hasta ahora fuera inútil, y en cierto sentido, se siente así—. Pero nada me ha ayudado, Paul —sentencia con confianza, mientras el párroco toma un sorbo de su taza de té—. Aunque hay algo que no consigo dejar de pensar, no me lo quito de la cabeza, y es cómo pudimos cagarla tanto —nada de lo que hace le devolverá a su hijo, y nada hará que Joe Miller sea llevado ante la justicia. Y eso es lo que él necesita. Justicia.
—¿Con qué? —Coates sabe perfectamente a qué se refiere el padre de Danny, pero no quiere ser él quien pronuncie aquel horrible y tóxico nombre.
—Con Joe Miller —responde el hombre de ojos azules, advirtiéndose en su tono una descomunal ira y ansias de venganza—. Debimos empujarle por ese maldito acantilado cuando tuvimos la oportunidad —al escucharlo expresar directamente su culpa y sus ansias de hacer las cosas de forma distinta, Paul da un hondo suspiro: ahora comprende que Beth estuviera tan desalentada hace rato. Mark no es capaz de dejar el pasado atrás, y eso lo está alejando de todo y de todos. Opaca hasta su conexión con la realidad—. Pero nos apiadamos, ¿verdad? Sí, hicimos lo que hace la gente buena —refuerza uno de los pernos que se ha soltado del calefactor, haciéndose visible una vena en su frente debido al esfuerzo—. Pero si pudiera volver atrás y cambiar lo ocurrido hace tres años, lo haría —asevera con determinación, no dando su brazo a torcer, por mucho que tantas personas se lo hayan aconsejado—. Porque sigue ahí fuera, vivo y libre... Sin pagar por lo que hizo, a Danny, a Coraline —en cuanto el nombre de la analista del comportamiento de Broadchurch sale de sus labios, a ambos hombres les sobreviene el recuerdo de su testimonio en el estrado, y un escalofrío los recorre de arriba-abajo.
—No creo que Cora Harper quiera que continues en tu empeño por hacer pagar a Joe —el hombre de cabello y vello facial rubio intenta razonar con él—. Ella ha rehecho su vida aquí, ha conseguido seguir adelante... Como deberías hacer tú —le aconseja tras tomar un nuevo sorbo a su té—. Estamos todos preocupados por ti, Mark: Maggie, Beth, Chloe... —trata de provocar que el hombre de cabello color ónix sienta cómo sus seres queridos quieren arroparlo y ayudarlo—. No dejes que el pasado te arrastre consigo, rememorando tu sentido de culpa una y otra vez. Es un bucle infernal del que es casi imposible escapar.
—Lo sé, lo sé —Mark parece querer decirle que se meta sus opiniones donde le quepan, pues, ¿quién sino él mismo es capaz de comprender sus sentimientos? Pero mantiene la boca cerrada, pues el hombre que tan amablemente lo observa, no se merece su ira—. Pero incluso después de tanta terapia, de tanto hablar, esta ira no desaparece, sino que está empeorando.
—No nos equivocamos —dice Paul Coates con una determinación feroz, posando sus ojos celestes en el padre del niño asesinado—. Allá donde esté, Joe Miller ha pagado con su vida, la vida que aquí tenía, todos sus pecados. Ya no le queda nada —le asegura, rememorando el día en el que él mismo organizó el último encuentro de ese hombre con Beth Latimer, Ellie Miller, Coraline Harper y Tara Williams. Puede que no ganasen el juicio, pero sí ganaron esa batalla—. Nosotros, por el contrario, podemos decir que hemos seguido adelante, que no hemos dejado que sus horribles actos nos desestabilicen y hagan caer... Pero solo podremos hacerlo si no dejamos que controle nuestro destino —suspira pesadamente, antes de finalizarse la taza de té, levantándose del asiento en el que se encontraba—. Comprendo que quieras compensar a los muertos, Mark, pero piensa un poco en los vivos. La compasión por los que descansan eternamente no debería sobrepasar a la compasión por aquellos que aún continúan entre nosotros —asevera con un tono pragmático, antes de caminar fuera de la iglesia, pues, aunque ha intentado hablar con él al respecto, queda claro que Mark no cambiará de opinión a menos que obtenga lo que desea. Y lo que busca conseguir con tanto ahínco y desesperación acabará, seguramente, por distanciarlo totalmente de sus seres queridos.
Son las 16:00, y en la comisaría de policía de Broadchurch, Ellie está trabajando en su ordenador, revisando los últimos apuntes que Cora ha introducido acerca del caso, probablemente desde el terminal de su casa. Espera que la discusión entre sus dos amigos pueda resolverse esta noche a más tardar. Su mirada parda se desvía hacia Katie Harford, quien está trabajando de manera determinada en su propio ordenador, cotejando direcciones y perfiles... Etc.
—Espero que Cora te haya dejado claro que necesitaremos que seas minuciosa.
—Sí, claro —asevera Katie con un ademán concentrado, apenas prestando atención a sus palabras—. Aunque tampoco es que tuviera pensado hacerlo mal... —añade con algo de sarcasmo, provocando que una mueca de desagrado aparezca en el rostro de la castaña—. La Inspectora Harper ha sido muy específica en sus instrucciones, no se preocupe.
—Miller, Trish ya está aquí para el interrogatorio —Alec Hardy sale de su despacho, dirigiéndose hacia la puerta que conduce a la sala de espera en la planta baja.
—Gracias, Katie —le dice la castaña de ojos pardos a su subordinada, sonriéndole mientras se levanta de su asiento. Tras hacerlo, camina hasta quedar junto a su jefe. Inmediatamente suelta un suspiro hastiado, nada más alejarse lo suficiente de su campo de audición—. Dios, ¡me pone de los malditos nervios!
—¿En serio? —se sorprende el escocés—. Pues lo disimulas bien —la alaba, y su compañera hace un gesto de agradecimiento, bajando las escaleras hacia la sala de espera. Una vez allí, abren la puerta, encontrándose con Beth Latimer, quien está sentada en una de las sillas, con Trish Winterman a su lado—. Miller, las cortinas —le indica, como siempre, parco en palabras, pero la veterana agente de policía comprende al momento la orden, de modo que tras cerrar la puerta, baja las persianas para asegurarse una mayor intimidad—. Trish, ¿entiendes que esta es la prueba que tendrá validez como tu testimonio definitivo sobre lo que ocurrió, incluso en un juicio, en caso de que esto llegue tan lejos? —tras sentarse en un sillón azul, el de cabello lacio se asegura de que la superviviente sea consciente de aquello que está a punto de hacer, pues como la pregunta da a entender, debe ser lo más exacta y honesta posible con ellos, a fin de obtener una declaración lo más fiable posible.
—Sí.
—Vale —el escocés de cabello castaño se coloca sus gafas de ver, antes de acomodarse mejor, pues este interrogatorio irá para largo. No advierte la mirada llena de ánimo y confianza que Beth Latimer le envía a la cajera de ojos claros.
—¿Puedes decirnos exactamente qué te pusiste la noche de la fiesta? —intercede Ellie, quien, al igual que su compañero, se ha sentado en uno de los sillones azules de la estancia, con una libreta en su regazo, a fin de apuntar sus respuestas.
—Un vestido azul con estampado de flores, sobre unos leggins, unas cuñas, un collar de perlas alrededor del cuello, y pendientes largos —Trish hace memoria, pero es capaz de detallar con gran exactitud su conjunto de aquella noche en concreto. Jamás podría olvidarlo.
—¿Y qué ropa interior llevabas? —en cuanto la pregunta sale de sus labios, Ellie se siente como una cotilla, que rebusca en la vida privada de otra persona. Es testigo de cómo un ligero rubor avergonzado aparece en el rostro de la mujer con cabello teñido, junto con una expresión nerviosa. Se pregunta si su querida amiga de cabello carmesí sería capaz de responder estas preguntas sobre lo que le pasó—. Perdona, Trish, es importante conocer estos detalles...
—Un sujetador y unas bragas moradas de H&M, todo nuevo.
—¿Cómo llegaste a la fiesta? —esta vez es Alec quien realiza la pregunta, y por un momento, el testarudo inspector debe obligarse a cerrar los ojos, pues ante él no está viendo la imagen de Trish respondiendo a este interrogatorio, sino a la Lina adolescente que visionó en aquel vídeo en el juicio de Joe Miller.
—Pedi un taxi a Budmouth Taxis.
—¿Conductor masculino? —quiere saber la pareja de la mentalista, pues de confirmarles ella que efectivamente era Clive Lucas, tendría una coartada para las horas en las que se cometió el delito de agresión.
—Lucas, sí, me ha llevado más veces —confirma Trish al momento, reconociendo al hombre que la llevó a la fiesta de su mejor amiga—. De hecho, salimos a tomar una copa una vez —revela, tomándolos desprevenidos momentáneamente, pues esta nueva información podría ser crucial para realizar un perfil psicológico del taxista—. Fue algo casual, pero creo que pensó que... Bueno, tuve que rechazarle —sus declaraciones no dibujan al taxista como un hombre que pueda tomarse el rechazo de una mujer como algo bueno, sino todo lo contrario, y a juzgar por cómo se comportó al momento de hablar con él, deberían estar pendientes—. Era la primera vez que le veía desde aquello.
—¿Y con quién hablaste en la fiesta? —inquiere Ellie, tomando el relevo de su jefe, quien ahora apunta rápidamente las respuestas de su testigo en su propia libreta. "Por un momento parecía haberse quedado mudo... Espero que esté bien", piensa para sí misma, habiendo advertido la leve demora de su compañero de profesión al realizar la primera pregunta.
—Con todos.
—Necesitamos nombres, por favor, Trish —insiste la veterana inspectora en un tono cordial, sonriéndole amablemente—. Cualquiera que recuerdes, incluyendo mujeres.
—Pues Cath, obviamente, Jim, obviamente —Alec enarca ligeramente las cejas en cuanto contempla cómo, al decir el nombre del marido de su mejor amiga, sus ojos se desvían casi imperceptiblemente hacia arriba a la izquierda. Se asegura de apuntar ese hecho en la libreta, a fin de consultarlo con su pareja cuando sea posible, y una vez hallan arreglado esa discusión entre ellos—. Ian estaba ahí, pero no hablé con Sarah —el nombre de la nueva pareja de su exmarido sale de sus labios como si de veneno se tratase—. Y Ed Burnett —suspira pesadamente antes de continuar—. Pasé la mayor parte del tiempo con un par de chichas del trabajo, Sally y Tina.
—¿Fueron todos con los que hablaste? —cuestiona Hardy, alzando ambas cejas para empatizar cada una de sus palabras, pues es imperativo y esencial que no se olvide de ninguna persona.
—Que yo recuerde, sí...
—¿Qué comiste y bebiste?
—Comer, no mucho, inspector —se sincera la cajera, antes de resoplar—. Un par de trocitos de quiche y unos cacahuetes. En cuanto a la bebida, recuerdo que bebí vino blanco, y Tina me invitó a varios vodkas con tónica.
—¿Cuántos de cada? —pregunta el hombre con cabello y vello facial castaño, pues es esencial saber si estaba lo bastante achispada aquella noche como para no recordar ciertos eventos, o si bien fue el traumatismo lo que provocó su leve amnesia temporal.
—¿Vino? No lo sé, puede que tres o cuatro copas —se encoge de hombros, aunque sus ojos se desvían hacia sus manos, algo avergonzada, pues comienza a pensar que quizás bebió más de la cuenta—. ¿Vodkas? Dos —de pronto parece recordar algo, pues sus ojos se abren exponencialmente, volviendo la vista al frente—. Ah, y justo antes de salir, las chicas pidieron cada una dos chupitos de tequila, y me invitaron —nuevamente, la vergüenza regresa a ella, y no se resiste a hacer un comentario irónico, que en parte está pensado para humillarse a sí misma, para culpabilizarla—. Parece mucho si lo sumas todo, especialmente con el estómago vacío —da una ligera mirada hacia Beth, quien la contempla con la misma serenidad y amabilidad del primer momento, pues nada de esto es culpa suya.
—¿Y a qué hora saliste? —el inspector continúa con las preguntas rutinarias, intentando que este evento sea lo menos prolongado y angustioso para Trish, a quien contempla nerviosa. Espera poder terminar con todo esto pronto, aunque necesitan la mayor cantidad de información que pueda darles.
—No estoy muy segura... Sobre las 22:45, las 23:00 —enarca las cejas, intentando recordarlo, pero le es imposible, de modo que intenta hacer una aproximación—. Aún estaban sirviendo.
—¿Y qué pasó cuando saliste? —el tono de voz del novio de la analista del comportamiento se torna ligeramente grave y rasposo, pues a medida que realiza las preguntas, sabe que se acercan cada vez más al momento de pedirle que relate su agresión. Traga saliva algo incómodo. "En estos momentos quizás habría sido mejor que Lina estuviera aquí, con nosotros, para llevar las riendas del interrogatorio.... Estoy seguro de que habría sabido cómo tratar la situación, aunque claro, también habría corrido el riesgo de traer a su mente sus peores recuerdos, de modo que quizás sea mejor así", piensa para sí mismo, esperando a que su testigo responda.
—Ian, mi marido, salió también —rememora vívidamente aquel momento, así como la discusión—. Me echó la bronca por el cigarrillo y por beber, así que lo mandé a paseo —detalla en un tono molesto, pues dichas discusiones se han ido sucediendo con mayor frecuencia los últimos meses—. Se marchó, y me terminé el pitillo. Oí a alguien toser muy cerca —asevera, con su tono de voz adquiriendo cierto temblor al recordar los eventos que precedieron a su brutal ataque—. Luego, creo que alguien dijo mi nombre, o solo dijo: «¡eh!»... No estoy segura.
—¿Qué te dijo, Trish? —inquiere la detective de cabello castaño.
—No lo sé —niega la cajera con la cabeza—. Bajé por el sendero, y entonces noté una especie de puñetazo en la parte de atrás de la cabeza, o quizá me golpearon con algo —hace gestos hacia su nuca, donde aún hoy sigue sintiendo el dolor fantasma de aquel momento.
—¿Te pareció un puño o la palma de una mano? ¿O más bien un objeto? —insiste Ellie, pues los detalles son cruciales.
—No, no, no, una palma no —Trish rápidamente se corrige a sí misma, intentando ser lo más concreta posible—. Más bien como un trozo de madera, o algo así... —los dos compañeros de profesión redactan en sus respectivas libretas sus respuestas—. Recuerdo el sonido de algo cortando el aire con rapidez.
—¿Y qué recuerdas después? —el Inspector Hardy siente cómo su propia voz tiene un ligero deje ansioso en cuanto las palabras son pronunciadas. Es terrible el tener que pedirle que relate aquellos hechos tan traumáticos, y en cuanto contempla su palidez repentina, casi cadavérica, comprende que Lina insistiera en que esperasen a que estuviera lista.
—Estaba de espaldas en el suelo, con las manos atadas debajo, y no podía respirar bien porque tenía algo en la boca que me lo impedía —sabe que debería ser más precisa, pero no puede forzarse demasiado, o siente que se echará a llorar—. Me habían bajado los leggins, no llevaba los zapatos... —siente que le tiembla el labio al intentar relatar lo sucedido—. Y un hombre se estaba... Acostando conmigo.
—Trish, sé que esto va a ser muy difícil, pero necesito que nos expliques a qué te refieres.
—Te-tenía su pene dentro de mi vagina —Winterman se siente mortificada nada más dice las palabras, intentando hacer lo que la Inspectora Miller acaba de pedirle—. Y se estaba moviendo hacia delante y hacia atrás. Fue brusco... Muy brusco —siente que los ojos se le empañan momentáneamente—. Me hizo daño d-dentro.
—¿Y sabes quién era esa persona?
—No, inspectora —la respuesta es inmediata—. Me tapó los ojos y yo intenté resistirme, pero entonces me golpeó la cabeza contra el suelo y perdí el conocimiento, porque eso es lo último que recuerdo —la mirada de Beth se ha tornado en extremo compasiva, y deja que su clienta la tome de la mano para sentirse más segura.
—¿Y qué es lo siguiente que recuerdas?
—Caminar por el campo —apenas recuerda mucho de ese momento en concreto, pues en su mente está borroso y lleno de nubes—. Me dolía horrores la cabeza, estaba amaneciendo y me dolían mucho los pies —cierra los ojos momentáneamente, trayendo a la mente un leve flash de aquella noche, sintiendo los rayos de sol en su piel—. Sí, creo que así es como volví a casa.
—¿Puedes contarnos qué hiciste al volver a casa? —inquiere el hombre de delgada complexión, quien apenas puede mantener la calma tras haber escuchado el relato de tales brutales hechos, claro que, por desgracia, él ya fue testigo en cierto sentido de aquello que su pareja sufrió de adolescente, y está un poco más acostumbrado que la mayoría de las personas—. ¿Te bañaste o bebiste algo o te lavaste los dientes?
—No.
—Perdona por preguntártelo, pero, ¿cuándo fue la última vez que te acostaste con un hombre, antes de que ocurriera esto? —inquiere Miller, y al momento, su compañero y ella contemplan que los ojos azules de Trish se abren imperceptiblemente por la ansiedad, comenzando a moverse nerviosamente de un punto a otro de la habitación, como buscando una salida.
—¿Tengo que contestar? —responde a la pregunta con otra, siendo un signo clásico de huida.
—Es bastante importante, porque nos ayudaría mucho.
La estancia se queda en silencio entonces. Trish Winterman reflexiona para sus adentros sobre qué hacer en estas circunstancias. No puede perder más de lo que ha perdido ya, y de hecho, no cree que pueda caer a un infierno más bajo que aquel que está viviendo actualmente, pero siempre hay consecuencias, ya sean directas o indirectas, especialmente para las personas de su entorno. Finalmente, cuando se decide, toma aire para acumular algo de valor, y habla.
—Fue aquella mañana —los ojos ligeramente atónitos de Hardy y Miller se posan en su rostro, pues habían bajado la mirada para redactar sus últimas respuestas, y no esperaban para nada esa revelación—. El sábado por la mañana.
—¿Puedes decirnos con quién fue? —quiere saber la veterana agente, preparándose para escribir en su bloc de notas. Sin embargo, al contrario de lo que esperaba, la cajera no responde a la pregunta, sino que directamente intenta evitar dar cualquier tipo de información al respecto.
—Bueno, no tiene nada que ver con lo que pasó, así que...
—¿Fue consentido?
—Sí.
—¿Y usasteis protección? —Ellie no deja de bombardearla con preguntas, y aunque advierte que el nerviosismo de Trish va en aumento, lamentablemente debe hacerlas para asegurarse de que disponen de todos los datos relevantes acerca de aquel día y aquella noche.
—No.
—Nos ayudaría mucho si pudieras decirnos con quién... —intenta persuadirla la castaña.
—¡Pero no tiene relación! —interrumpe a la madre de Tom Miller, intentando evadirse, provocando que la inspectora chasquee la lengua disimuladamente. "En estos momentos desearía que Cora estuviera aquí para poder manipular ligeramente la conversación para conseguir lo que necesitamos de ella", desea para sus adentros, contemplando que los ojos de Trish nuevamente se desvían hacia todas direcciones, buscando una salida a este interrogatorio.
—Solo para descartarlo...
—No.
—Por favor, Trish —intercede el hombre trajeado de cabello lacio, quien, al igual que su compañera, ha advertido el cambio repentino y brusco en su testigo, quien está haciendo todo lo posible por desviar su mirada y sus palabras.
—Vale, bien, fue con un desconocido —la respuesta es demasiado rápida para que el Inspector Hardy, que lleva ya trabajando tanto tiempo con la mentalista, se la crea de buenas a primeras. Arquea una de sus cejas—. Lo conocí por Internet.
—¿Estás segura de eso, Trish?
—Qu-quiero parar —la negativa de la testigo es inminente, y al momento se cierra en banda, negándose a responder más preguntas—. Quiero acabar con esto.
—Aún no —el escocés habla en un tono firme, intentando ejercer su autoridad para obligarla a continuar hablando, pero sabe perfectamente que no puede hacerlo, pues su testigo está en su pleno derecho a negarse.
—He dicho que quiero parar —sentencia la cajera de ojos celestes en un brusco tono de voz, antes de levantarse prontamente del asiento, con Beth haciendo lo propio, saliendo atropelladamente de la sala de espera.
Tras cerrarse la puerta de la sala de estar tras la matriarca de los Latimer, quien hace lo posible por calmar a una histérica Trish, Alec Hardy suspira pesadamente, dejando caer su libreta a la mesa frente a los sillones azules. Los policías se quedan en la sala de espera, silenciosos, valorando el interrogatorio y las reacciones que han obtenido de Trish incluso en los últimos momentos. Hay demasiadas incógnitas que necesitan respuesta, y por desgracia, no parece que su testigo vaya a propiciarles más información, al menos de momento. Vuelven al despacho del escocés de cabello lacio, con éste ocupando su lugar, sentándose en el sillón giratorio de su oficina. Ellie por su parte, se sienta en el sofá que éste tiene allí, una vez cierra la puerta tras ella. La pareja de la mentalista posa sus ojos en un lugar lejano, pensativo, jugueteando con sus gafas de ver en su mano derecha, las cuales tiene sujetas por las patillas entre los dedos índice y corazón, agitándolas arriba y abajo distraídamente. Finalmente, detiene el bamboleo de las gafas, apoyando su brazo derecho en la superficie de la mesa, desviando su mirada parda hacia su amiga y compañera de trabajo.
—Por favor, no digas «te lo dije» —le ruega, pues ahora mismo es lo último que necesita escuchar. Ya tiene bastante con el hecho de saber en su fuero interno que es así, que debería haberle hecho caso a su novia, prorrogando el interrogatorio.
—Esa tarea recae en Cora —responde Ellie en un tono equiparablemente frustrado al de su compañero de trabajo, habiendo apoyado el codo de su mano derecha en el reposabrazos del sofá, con su sien descansando sobre el dorso de su mano—. Pero me temo que tenías razón: aunque hubiéramos querido, no podíamos seguir retrasándolo más tiempo.
—¿Por qué no quiere decirnos con quién se acostó? —quiere saber el hombre de delgada complexión, pues este hecho lo trae de cabeza y hace querer estirarse de los pelos. No puede comprender cómo, tras un hecho tan traumático, Trish intente aún entorpecer su trabajo, cuando solo intentan ayudar—. ¿Por qué tiene sentido para ella? ¿Por qué no nos lo contó antes?
—Quién sabe... Puede que, si Cora estuviera aquí, se le ocurriera algo —la castaña se encoge de hombros antes de suspirar—. ¿Crees que fue un desconocido de una aplicación de citas?
—No lo sé —admite su amigo, quien está tan desconcertado y perdido como ella—. ¿Y tú?
—¿Por qué iba a mentir? —se pregunta Ellie en voz alta, rememorando el consejo que hace tiempo le diera su jefe: «no confíes en nadie». Su habitual optimismo, que está siempre esperando lo mejor de los demás, no sale a la superficie, sino que, debido a los recientes acontecimientos, mantiene un silencio reflexivo y preocupado.
—Ahora me pregunto, qué más no nos está contando... —expresa Alec en un tono desesperanzado, pues si su principal testigo se niega a colaborar con ellos, este caso será largo y trabajoso, y no cree que vayan a resolverlo tan rápido como desea.
Ha anochecido, y son aproximadamente las 20:05. Ian Winterman, que hace pocos minutos ha llegado a casa, se apresura en acercarse al armario de los trastos, así lo llama Sarah, cuya puerta abre de par en par. Comienza a rebuscar entre las cajas de cartón y los plásticos hasta encontrar lo que busca: una bolsa de sport de cuero marrón. La toma en sus manos, cerrando la puerta del armario. Comprueba que la luz de la habitación que comparten su pareja y él esté apagada, de forma que no pueda percatarse de sus acciones. Camina en silencio hasta la cocina, arrodillándose junto a la lavadora. Dejando apoyada la bolsa en las baldosas del suelo, abre la cremallera principal. Del interior extrae varias prendas de ropa, entre ellas una chaqueta de vestir azul marino, una camina, y pantalones. Éstos últimos tienes rastros visibles de barro en ellos. Los introduce todos a la lavadora, con la finalidad de deshacerse de cualquier rastro biológico que haya quedado en ellos. Igualmente, saca los zapatos de ante de su interior, aproximándose al fregadero de la cocina, donde comienza a lavarlos con agua y jabón, frotando con ahínco el estropajo, deshaciéndose del barro que los mancha.
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