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Capítulo 1 {2ª Parte}

La Inspectora Miller entra de nueva cuenta en la clínica tras finalizar su llamada, intentando en la medida de lo posible el no empaparse con la lluvia torrencial que ahora cae sobre su cabeza. Cuando se ha guarecido de las inclemencias del tiempo, encuentra a su pareja favorita de inspectores en el pasillo: Alec y Cora están uno al lado del otro, apoyando sus espaldas en la pared inmaculada, junto al aseo en el que Trish se encuentra, frente a la habitación en la que la forense deberá realizarle las pruebas pertinentes. La mujer de cabello rizado advierte que la analista del comportamiento ha apoyado la cabeza en el hombro izquierdo del taciturno escocés, y parece ligeramente afectada por lo sucedido. Ellie comprende que sea así, dadas sus experiencias personales.

El Inspector Hardy es el primero que reacciona ante su presencia, posando sus ojos pardos en ella mientras se acerca a ellos, contemplando que apoya su espalda en la pared contraria. Su querida taheña de ojos azules alza el rostro, sonriéndole a su mejor amiga con cariño.

—¿Qué tal tu padre? —cuestiona Alec en un tono sereno, con las manos en los bolsillos del pantalón, habiendo abandonado desde hace tiempo su trato formal con su buena amiga de cabello castaño, pues ya no necesita mantener las distancias.

—Exasperante.

—¿Cuánto tiempo va a quedarse? —la pregunta de Coraline hace reflexionar a la inspectora de cabello castaño, quien no se lo ha planteado demasiado por el momento, provocando que se cruce de brazos y la mire a los ojos.

—Aún no lo hemos hablado —se sincera, encogiéndose de hombros—. Aunque al menos cuida de los niños gratis, así no tengo que depender tanto tiempo de ti —le sonríe con ternura, pues desde hace tres años, la pelirroja de brillantes ojos azules se ha encargado de ayudarla con su vida personal, especialmente en lo referente a cuidar de Tom y Fred, y nunca va a poder agradecérselo lo suficiente.

—Ya sabes que estaré ahí si me necesitas —comenta la muchacha de treinta y dos años en un tono suave, que, al cabo de unos segundos, tras la mirada inquisitiva de su amiga que parece querer preguntar algo, se torna preocupada—. Sí, sigue ahí dentro —afirma, dando un leve gesto con su cabeza hacia la habitación.

—¿Habéis visto la herida que tiene en la nuca? —cuestiona Ellie en un tono que casi roza el susurro, como si temiera que la víctima de esta brutal agresión fuera a escucharla.

—Sí —tanto Coraline como su pareja dejan de apoyarse en la pared, siendo un gesto que la castaña imita al momento—. Por como he visto la sangre, coagulada y seca, podemos suponer certeramente que la agresión se ha producido, como mínimo, hace dos días —la joven de piel de alabastro no pierde el tiempo a la hora de compartir con sus compañeros de profesión aquellos pocos datos que ha recabado—. Tiene marcas de ligaduras en ambas muñecas, lo que sugiere que ha sido amordazada con fuerza —la mujer de cabello carmesí niega con la cabeza—. También he notado que tiene las plantas de los pies amoratadas, lo que sugiere que ha recorrido una gran distancia a pie, y como las venas aún están intentando reponerse, no han recuperado su habitual tonalidad —asevera, antes de cerrar los ojos—. Es como volver a ver la misma pesadilla... —musita en un tono atormentado, que deja evidente cómo los traumas de su pasado, que, pese a estar prácticamente superados, siguen latentes en el interior de su mente.

Alec y Ellie la contemplan con melancolía y compasión, pues saben lo mucho que esas experiencias desagradables de su pasado han forjado su carácter y personalidad. Estuvieron ahí, siendo testigos de lo terrible que era para ella el recordar esas vivencias. El hombre de vello facial y delgada complexión posa su mano izquierda en la espalda de su pareja a modo de apoyo, antes de carraspear.

—Además de esto, no lleva identificación ni móvil —asevera en un tono barítono que resuena con eco por el inmaculado y solitario pasillo—. Y por si fuera poco, seguimos sin saber su apellido —chasquea la lengua, claramente molesto por su incapacidad para descubrir la identidad de esta desdichada mujer—. ¿No la conoces? —pregunta a su amiga de cabello rizado y castaño, el cual lleva recogido, como ya es costumbre, en una coleta.

—No —niega ella al momento, habiéndose cruzado de brazos—. Esto no es Trumpton: no conozco a todo el mundo —lo alecciona, y él suspira pesadamente, antes de percatarse de que el manubrio de la puerta que conduce al aseo se gira.

Los tres inspectores se apartan un poco del área que rodea la puerta cuando ven salir a Trish del interior a los pocos segundos, sujetando en su mano izquierda la muestra de orina que le han solicitado. Han decidido tácitamente dejarle espacio para respirar con el único propósito de mantenerla en un estado de ánimo calmado, dispuesta a cooperar con ellos.

—Hola —Cora saluda a Trish, quien le dedica una suave sonrisa—. ¿Estás bien? —indaga, habiéndose percatado de que su querido escocés ha colocado sus manos a su espalda, a fin de que su postura corporal no parezca amenazante, lo que la hace sentirse muy orgullosa de él, y de cómo ha ido poco a poco asimilando unos pocos conocimientos de su análisis del comportamiento. Ante su pregunta, la mujer de cabello corto y oscuro asiente—. Estupendo: lo has hecho genial —la joven inspectora continúa brindándole apoyo y ánimo, y Patricia no puede estar más agradecida por ello, dejando que la mano cálida y amable de la taheña se pose en su antebrazo—. Ahora vamos a volver a entrar a esa sala para charlar tranquilamente —la guía hacia la sala que Ana les ha preparado con anterioridad para el procedimiento forense y el interrogatorio inicial, abriendo la puerta a los pocos segundos—. Adelante —la insta a pasar primero, y Trish asiente vehementemente, siguiendo sus indicaciones, con los tres inspectores a su espalda.


Una vez dentro de la estancia, Ana intercambia la muestra de orina por la taza de té que le han prometido que le entregarían una vez le hubieran hecho el frotis bucal. La mujer de cabello moreno y corto la acepta con deleite, pues estaba deseando tomarse algo reconfortante. Las puntas de su cabello, teñidas de carmesí, se pegan levemente a su frente mientras le da el primer sorbo al té. Cierra los ojos, disfrutando del sabor y del azúcar, antes de posarlos en los inspectores, que se han sentado en tres sillones frente a ella, sintiendo un particular apego por la más joven, quien tiene unos brillantes ojos celestes que se asemejan ligeramente a los suyos. Ana por su parte, abandona la sala para precintar la muestra de orina, con el objetivo de enviarla al laboratorio forense de la policía.

—Trish, ¿podrías decirnos tu apellido? —cuestiona Ellie en un tono cordial, entrelazando los dedos de sus manos entre sus rodillas, habiendo apoyado los antebrazos sobre éstas.

Sin embargo, no recibe una respuesta por parte de la mujer de cabello moreno y corto, ya que se limita a contemplarla con una mirada nerviosa y esquiva, pues aún no se siente preparada para hablar. Mantiene la boca cerrada, con los labios en una delgada y atemorizada línea. Los aprieta tanto entre sí, que poco a poco se van tornando blancos.

Alec decide continuar él con este interrogatorio inicial, pues necesitan conocer con la mayor claridad y concisión posible, los hechos que han llevado a esta mujer a llamar a emergencias a las diez de la noche del lunes, 30 de mayo.

—Trish, has dicho a la operadora de emergencias que te agredieron —su tono es suave, habiéndolo bajado conscientemente para proyectar una imagen calmada y de confianza, a fin de hacerla cooperar—. ¿Podrías decirnos dónde tuvo lugar la agresión? —nuevamente, esta mujer guarda silencio, intercambiando una mirada llena de terror con la inspectora de ojos azules, quien contempla cómo su labio inferior tiembla incontrolablemente, pues aún está procesando lo sucedido en su propia mente. Finalmente, niega con la cabeza—. ¿No puedes recordarlo, o no quieres decírnoslo aún?

La analista del comportamiento decide tomar un enfoque menos directo que el de sus compañeros. Lo mejor en este tipo de casos, especialmente cuando es alguien que podría sufrir de Trastorno de Estrés Post Traumático por causa de una experiencia traumática, es hacerle preguntas sencillas acerca de su propia vida, a fin de tranquilizar su estado de ánimo.

—¿Dónde vives, Trish?

La taheña le dedica una sonrisa amigable, y comprueba para su alivio, que Patricia se la corresponde, pues parece haberle tomado cierta confianza. Sus dos compañeros la observan al momento, no esperando su intervención, pero cuando a los pocos segundos su actual clienta responde en un tono más calmado, alaban en su mente que lo haya hecho.

—En West Flintcombe.

—Ah, sí, lo conozco —afirma la muchacha de treinta y dos años, quien ya tiene un mapa mental claro la zona, tras haber vivido en Broadchurch bastante tiempo—. Está junto a la carretera de la costa, a ocho kilómetros del pueblo —Patricia asiente ante sus palabras en cuanto la escucha, sintiéndose más reconfortada al hablar con esta joven de piel de alabastro—. Sé que esto es muy difícil, pero necesito que me respondas: ¿el hombre que te agredió era alguien conocido? —cuestiona con delicadeza, pues por desgracia, la mayoría de los casos que tienen como eje principal una agresión sexual, son perpetrados por personas cercanas a la víctima, y la analista del comportamiento lo sabe perfectamente.

—No, no lo vi.

—¿Te viene a la mente algún recuerdo de la agresión?

—Se oía... —parece esforzarse en recordar, desviando la vista momentáneamente a sus manos, las cuales sujetan la taza de té—. ...Agua —revela, volviendo a posar su vista clara en la de la joven inspectora—. Creo que era una corriente de agua —comienza a concretar lo máximo que le es posible—. Cuando recuperé la consciencia, e-estaba de espaldas e-en el suelo, que estaba mojado —su voz tiembla con cada nuevo detalle que viene a su mente—. Y... Alguien estaba... —traga saliva, forzándose a hablar, mientras que la mirada celeste de la protegida del escocés se torna compasiva y comprensiva, pues ella misma pasó por esa misma etapa de aceptación—. ...Encima de mí.

—Lo estás haciendo genial, Trish —la anima el hombre con vello facial y cabello lacio.

—De verdad que sí —añade Miller, cuyos ojos se han vuelto vidriosos, empatizando con ella.

Patricia se enjuga las lágrimas con un papel que saca de una caja de pañuelos, justo sobre la mesa de café que tiene frente a sus piernas. Nota por la periferia de su visión que el veterano inspector de ojos pardos desea continuar con el interrogatorio, de manera que espera a que se pronuncie.

—¿Le viste la cara? —a pesar de que su novia haya preguntado si la persona que la agredió era alguien conocido, con Patricia afirmando que no lo vio, el taciturno hombre necesita concretar que realmente no vio nada. Como esperaba, la víctima de esta brutal agresión niega con la cabeza en silencio—. ¿Y te dejaron inconsciente antes de la agresión?

—Sí —la voz de la mujer de cabello oscuro y corto es apenas un susurro.

—¿Recuerdas dónde estabas, o que estabas haciendo cuando te agredió? —el ánimo de su testigo empieza a tornarse nervioso, con ansiedad, ante las preguntas que le están realizando, tomando Hardy nota de esto, de manera que se mantiene silencioso unos segundos. Quiere que se tranquilice mínimamente antes de continuar hablando. Entonces sus ojos pardos se posan en las marcas de ligaduras en las muñecas de ella, rememorando lo que Lina ha aseverado hace unos minutos—. ¿Te ataron, Trish?

Ante su pregunta, la desdichada mujer de mediana edad baja la vista hacia sus manos, como si viera por primera vez esas lesiones. Tiene las palmas llenas de moratones y sangre seca. Se observa las manos durante unos segundos, silenciosa, cerrando los ojos para intentar recordar qué sucedió.

—Por la espalda —responde al fin, rememorando la férrea sujeción en sus manos que impedía cualquier tipo de movimiento por su parte, imposibilitando también que opusiera resistencia o que huyera.

Los tres inspectores observan a esta mujer con indiscutible lástima, compadeciéndose de la terrible y traumática experiencia que le ha tocado vivir, y de la cual, para bien o para mal, ha tenido la suerte de salir con vida.

—Trish —nada más escuchar la voz de la analista del comportamiento, el carácter y comportamiento de la mujer de cabello corto parece serenarse momentáneamente—, tras la agresión, ¿te dejaron donde ocurrió todo o te llevaron a otro sitio? —quiere saber, pues la deducción y análisis que ha realizado con anterioridad la ha llevado a pensar que consiguió volver a su casa por su propio pie.

—Me dejaron allí.

—¿Y cómo has conseguido llegar hasta comisaría esta noche? —intercede Alec en un tono lo más sereno posible, pues esta situación, este crimen, lo hacen querer vomitar y arremeter contra el mundo, y no solo porque su novia también fuera una víctima de ello—. ¿Caminando? ¿Conduciendo?

Patricia cierra los ojos lentamente, intentando recordarlo, pues hasta sus movimientos de esta noche le parecen lejanos, como si estuvieran ocultos tras una intensa niebla. Siente nuevamente cómo las lágrimas amenazan con caer por sus mejillas, haciéndose presente en su interior una sensación de impotencia, vergüenza y asco. Niega con la cabeza, paseando su mirada azul por los rostros de los inspectores.

—Lo siento...

—No tienes nada que sentir, ¿vale?

Las palabras del inspector escocés consiguen que un profundo alivio, aunque pasajero, atraviese a Trish de arriba-abajo como electricidad: que alguien le asegure con tanta vehemencia y seguridad que el hecho de que algo tan terrible le haya sucedido no es culpa suya, la hace tener recuperar un poco más de fe en las personas, así como en su humanidad.


Cuando ya son aproximadamente las 23:20h, la médico forense entra a la estancia, con los inspectores procediendo a colocarse un equipo estéril que consiste en una bata, guantes y calzas, a fin de no contaminar las pruebas que vayan recabando y sellando. Alec Hardy se encarga de colocar una manta estéril en el suelo junto a la camilla de examen. Gracias a ella, Trish podrá mantenerse en pie, a fin de no tocar el suelo con las plantas de sus pies. Asimismo, le dará un mínimo de espacio seguro para deshacerse de la ropa que lleva, la cual necesitarán llevarse para analizarla en busca de posibles rastros de ADN.

—Te pones encima de la sábana, y correré la cortina para darte una mayor privacidad, ¿vale? —le indica Ana en un tono amable, habiendo acompañado a la médico forense al interior de la habitación.

Dicho y hecho, corre las cortinas inmaculadas, aislando a Trish de cualquier mirada indiscreta o incómoda. Ellie y Coraline se acercan a ella con delicadeza y lentitud, ambas ataviadas ahora con el equipo estéril, llevando en sus manos dos bolsas de pruebas. La mujer de mediana edad se quita los zapatos que lleva, dejando al descubierto sus pies amoratados, antes de introducirlos en la bolsa que la policía castaña lleva en sus manos. Entonces se despoja de su camisa azul marino, intercambiando una mirada amable y agradecida con la inspectora de cabello carmesí.

—Con mucho cuidado —le sugiere la jovencita en un tono suave, contemplando cómo la víctima de esta agresión introduce la prenda con delicadeza en su bolsa de pruebas—. Muy bien hecho —la alaba, cerrando la bolsa, antes de suspirar—. Ahora vuelve Ellie contigo, ¿de acuerdo? —asevera, antes de alejarse de Trish junto a su compañera de cabello castaño.

Ambas mujeres se acercan a la mesa en la que está sentado Hardy, con la analista del comportamiento sentándose a su lado, comenzando a precintar y cerrar las bolsas de pruebas de manera eficiente y en completo silencio. Ellie le entrega su propia bolsa a su amigo, antes de volver con Trish, quien aún debe deshacerse de su ropa interior. Una vez lo ha hecho, siendo también precintada y cerrada, Ellie vuelve con sus compañeros, ayudándolos a precintar y cerrar las bolsas de pruebas, con el fin de que no haya posibilidad de contaminación.

Entretanto, Ana se encarga de ayudar a la morena a vestirse con un habitual camisón de hospital, antes de hacerla sentarse en la camilla provista para su examen físico. Una vez lo ha hecho, saca unas fotografías de las lesiones externas, visibles en nuca y frente. La médico forense le pide entonces que se recueste en la camilla, lo que envía una leve oleada de pánico por el cuerpo de Trish, quien sujeta la mano de la mujer negra con fuerza, con Ana intentando tranquilizarla, pues comprende que esta posición le recuerda indudablemente su agresión. Entonces se saca una foto de las ligaduras presentes en muñecas y tobillos. Una fibra de color azul, pequeña, casi indetectable, se extrae de una de las heridas por ligadura en sus muñecas, y se introduce en un tubo transparente para su posterior análisis forense. Solo entonces se procede al examen más profundo, que consiste en buscar pruebas del agresor en cualquier herida o cavidad, incluyendo el conducto uterino, lo que, en sí mismo, es una experiencia harto desagradable para la víctima.

—Ya casi está —asegura la médico forense, siendo su voz proyectada con eco en la estancia.

Coraline, Alec y Ellie, que aún continúan sellando y etiquetando las pruebas, escuchan con claridad meridiana los sollozos y el llanto desconsolado de Trish, mientras proceden a hacerle un examen del conducto uterino. Su reacción provoca que una oleada de escalofríos recorra de arriba-abajo a la muchacha de treinta y dos años, quien aún tiene ocasionales flashbacks de su propia aterradora experiencia. El escocés de cuarenta y siete años por su parte, cuya mirada se ha quedado por un momento paralizada en las bolsas, desvía su atención a su pareja, comprobando cómo empieza a afectarle este caso, tal y como temía que sucediera. Se inclina levemente hacia su Lina cuando su amiga de cabello castaño no está mirando, y aprovecha para propinarle un cariñoso y afectuoso beso en la frente. Esto consigue calmarla, al menos por el momento. Ellie por otro lado, continúa silenciosa, atemorizada y desgarrada por dentro ante la idea de que alguien haya podido infringirle semejante cantidad de sufrimiento a esta mujer, empatizando también con su mejor amiga de cabello carmesí, a quien quiere evitar que los recuerdos del pasado torturen su mente.

Una vez el examen físico ha finalizado, se le permite a Patricia el darse una ducha, para así, despojarse de cualquier rastro de suciedad en su piel, así como de cualquier remanente del abuso sexual. El agua tibia cae por su cuerpo como una bendición, pues sus músculos, agarrotados por la tensión que no hacía más que devorarla viva, se relajan poco a poco. Se limpia a conciencia entonces, no queriendo que ninguna parte de su cuerpo continúe manchada por tan impuro y condenable acto.


En la sala de pruebas, Alec, Ellie y Coraline se han despojado ya del atuendo estéril, habiendo guardado las calzas y los guantes en una bolsa desechable. Han recogido todas las pruebas, las han precintado, identificado y clasificado. Ahora solo queda enviarlas al laboratorio para que las analicen. El escocés, quien se había colocado las gafas de cerca para identificar las pruebas, suspira pesadamente: está siendo una de las noches más largas de su vida. Se apoya en una encimera cercana, contemplando a su novia y su buena amiga, quienes están con él. Es la segunda quien rompe el silencio que se ha instalado en la estancia.

—Abrasiones y moratones en la parte superior de las piernas, signos de penetración forzada...

—Sí, pero como Cora ha destacado, las lesiones no parecen recientes, sino de hace un par de días —asevera el hombre de delgada complexión, haciendo alusión al análisis que ha realizado su querida subinspectora—. Si la agresión no ha tenido lugar hoy, necesitamos averiguar cuándo y qué ha hecho desde entonces —plantea, antes de negar con la cabeza—. Pero si no está lista para hablar...

—Deberíamos llevarla a su casa, a un entorno en el que se sienta segura —interviene la analista del comportamiento en un tono sereno, habiéndose cruzado de brazos—. Solo así podremos averiguar algo más sobre la agresión.

Ha estado cavilando para sí misma los recientes acontecimientos, y no puede evitar preocuparse y sentir empatía por Trish. Comprende lo asustada que debe sentirse ante lo sucedido, y no quiere hacer otra cosa sino ayudarla a superar este trauma. Es más, necesita ayudarla. De alguna forma, es capaz de verse reflejada en su dolor... Y sabe perfectamente qué hacer, tanto como víctima de una agresión, al igual que como experta en el análisis del comportamiento, para hacer que un testigo recuerde u hable. Si interrogan nuevamente a Trish en su propio hogar, lo más probable es que consigan nuevos datos al estar en un entorno alejado del trauma.

—¿Estás bien? —la voz de Ellie saca del trance a su compañera y amiga—. Esto está afectándote más de la cuenta, Cora...

—Estoy bien, Ell —sentencia la taheña con un punto de dureza en la voz. Lo último que necesita ahora es que la aparten del caso—. Me es difícil enfrentarme a este tipo de casos, ya lo sabes —admite en un tono algo nervioso—. Pero puedo hacerlo —parece que intenta convencerse a sí misma, más que a las dos personas que están con ella en este momento.

Su pareja la observa con preocupación.

—Lina, solamente queremos asegurarnos de que este caso no te hace... —traga saliva, pues incluso aunque han hablado multitud de veces anteriormente acerca de su trauma, aún sigue siendo complicado hacerlo—. ...Recaer en el trauma.

—Estoy bien, Alec —afirma la muchacha de ojos cerúleos en un tono determinado—. Mi TEPT está bajo control desde hace dos años y medio —añade, rememorando cómo tras unas sesiones de terapia con la que antaño fuera su psiquiatra, además de la marcha de Joe Miller de Broadchurch, propiciaron que el trauma fuera disminuyendo su influencia en su mente, hasta casi desaparecer, quedando como remanentes algunas reacciones de defensa o pesadillas esporádicas—. En serio: no tenéis que preocuparos por mi —persevera en su intento por tranquilizarlos, aunque puede ver en esos dos pares de ojos pardos, que no están muy convencidos—. De acuerdo, si veo que empiezo a perder el control, prometo retirarme del caso —tras expresar dichas intenciones, sus compañeros finalmente desisten, mucho más tranquilos.

—¿Cuándo fue la última violación por un desconocido por aquí? —cuestiona Hardy tras unos segundos de silencio, decidiendo abordar nuevamente la actual situación, tras obtener la promesa de su novia de retirarse en el supuesto de que el caso la haga recaer en su TEPT.

—Alec, no sabemos si ha sido un desconocido —advierte su pareja en un tono sereno, negando con la cabeza—. Lo más probable es que fuera alguien conocido, puesto que en la mayoría de los casos, la víctima y el agresor están relacionados, aunque sea mínimamente —lo alecciona, pues en esta materia, ella tiene más experiencia—. Y de todas formas, no podremos saberlo hasta que no tengamos más información sobre si conocía a su agresor o no.

—No digo que lo sea, Cora —recalca él en un tono más ronco, pues aún continúa nervioso por la idea de que el caso vaya a trastocar su estabilidad mental, de manera que su lado protector ha salido a la luz—. Solo pregunto cuándo fue la última.

—Ninguna en toda mi carrera —responde Ellie, intentando disipar la tensión entre ambos.

—Tampoco en la mía, evidentemente —añade la pelirroja mientras se encoge de hombros.


En la sala estéril, Trish se ha ataviado con un nuevo atuendo, cortesía de Ana, una vez ha salido de la ducha. Han curado sus heridas más superficiales, y le han dado un desayuno abundante, pues las pruebas han durado prácticamente toda la noche. Actualmente son las 6:00h de la mañana, y es el martes, 31 de mayo. Tras finalizarse el desayuno, pues tiene un hambre voraz, la mujer de mediana edad escucha cómo la mujer negra, que la ha acompañado en todo este proceso, le explica con claridad lo siguiente que va a pasar.

—Voy a transferirte al Centro de Violaciones de Wessex, donde te asignarán a un asesor experto en violencia sexual, que se pondrá en contacto contigo en las próximas 24 horas —habla pausada y concisamente, a fin de que la mujer de cabello oscuro no tenga ninguna duda acerca de los procedimientos a seguir—. Karen puede recetarte la píldora del día después, si lo consideras oportuno —menciona a la doctora por su nombre, con Patricia observándola silenciosa—. También te daremos cita para que acudas a una clínica de salud sexual —la contempla con compasión, siendo capaz de percatarse de que sus ojos azules están tristes, llenos de vergüenza y desánimo—. Ahora voy a dejarte en manos de la policía nuevamente, Trish —añade, pues está esperando a finalizar esta charla con la mujer para dar paso a los agentes, que esperan en el pasillo, fuera de la habitación—. Solo quiero que sepas que hay apoyo para afrontar lo que te ha pasado —intenta animarla, esperando que sus palabras eviten que se hunda en una depresión profunda—. Hay gente que cuidará de ti, te ayudará y te apoyará: superarás todo esto —se despide de ella con una sonrisa amigable, antes de levantarse del sillón en el que se encuentra, procediendo a abrir la puerta de la habitación, dejando pasar a los tres inspectores que tan amablemente se han encargado de ella hace unas horas.

Ellie Miller entra la primera a la estancia, seguida por Coraline Harper y Alec Hardy, quien cierra la puerta a su espalda tras dedicarle un breve gesto de asentimiento con la cabeza a Ana a modo de agradecimiento. La mirada azul de la víctima automáticamente se queda fija en la joven taheña, a quien considera alguien de confianza, y ésta le dedica una sonrisa suave.

—Vamos a llevarte a casa, Trish —asevera el escocés en un tono cordial.

—¿Tienes alguna pregunta antes de irnos? —cuestiona Ellie, quien puede ver cómo la mujer de cabello corto parece mantener una lucha interna con ella misma, como si estuviera debatiendo acerca de si debe hablar o no.

Finalmente parece decidirse, vocalizando su pregunta con cierta desesperanza.

—¿Ustedes me creen?

Ante sus palabras, el corazón de la pelirroja por poco se hace añicos, pues esa pregunta es aquella que muchas víctimas de abusos sexuales temen que sea respondida, pues en muchos de los casos, las personas que los rodean simplemente no lo hacen, o directamente, aseveran que es algo merecido o buscado. Esa es la desgraciada realidad en la que viven actualmente. El estigma con el que se ve el abuso sexual... Y es horrible.

—Claro que sí —es la subinspectora quien responde a su pregunta en un tono firme, y para la mujer que mantiene sus ojos fijos en ella, es la mejor respuesta que podía esperar.

El alivio recorre a la mujer de mediana edad desde los tuétanos hasta las extremidades. Casi es visible, y la muchacha de piel de alabastro siente que ese mismo alivio la recorre a ella por empatía, pues es consciente de lo que esas palabras pueden significar para alguien que ha sufrido un abuso semejante. Pero entonces, el cuerpo de Trish vuelve a tensarse, y una nueva pregunta asoma a sus labios.

—¿Quién me ha hecho esto?

La voz queda, casi rota, que pronuncia la pregunta es como una bofetada que corta el aire para los tres investigadores criminales. El daño que le han provocado, tanto física como mentalmente, es demasiado como para cuantificarlo en palabras. Aún no tienen respuesta a esa pregunta en concreto, pero no piensan cejar en su empeño. Van a encontrar al responsable, aunque tengan que estar días y días sin pegar ojo, empezando por hoy. 

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