
Capítulo 2
II
—Si lo que pretendía era hacerme sentir incómodo, no lo ha conseguido señor Kriegger.
Morten ensanchó la sonrisa, sombrío. Tanto él como Lucius habían invertido las últimas dos horas en ello, pero el enviado de Petrov resistía francamente bien.
—No era mi intención, Doctor. —Fue la respuesta de Kriegger cuando, tras mostrarle la más pequeña de todas las celdas, le invitó a entrar—. Mi casa es su casa.
—Pero mi celda no es la suya.
El enviado del Káiser llevaba tan solo cinco horas a bordo de la Valkirie, pero habían sido tan insoportables que Kriegger había llegado a creer que el Káiser lo había elegido personalmente para hacerle la vida imposible.
El Doctor Constance era un hombre de carácter fuerte capaz de encontrar fallos incluso en la propia perfección. Se caracterizaba por su capacidad innata de sacar de quicio a prácticamente cualquiera, pero también por ser una de las mentes más brillantes de toda la flota, detalle gracias al cual había llegado a convertirse en una eminencia.
Constance era un hombre astuto e inteligente, de mirada bondadosa y sonrisa contagiosa, pero con un sentido del humor tan ácido que solía acabar provocando animadversión en los que le rodeaban.
—Eso levantaría todo tipo de rumores de lo más inoportunos, Doctor Constance.
—Inoportunos... curioso vocablo, aunque me temo que mal empleado en este caso, señor Kriegger. Creo que lo más adecuado sería utilizar algo así como "incómodos". Rumores incómodos. ¿Qué le parece a usted, señor Ravenblut? ¿Rumores inoportunos o rumores incómodos?
—Ambos son una carga que no deseo compartir, camaradas. —A diferencia de Kriegger, Ravenblut había disfrutado profundamente el continuo intercambio de dardos envenenados—. Doctor, ha sido un placer, pero el praetor y yo debemos asistir a una reunión de alta importancia. ¿Sería tan amable de disculparnos esta tarde?
—Por supuesto, no habrá ningún problema siempre y cuando cenen conmigo esta noche.
Habían pasado tan solo siete horas desde que Kriegger había regresado a la Valkirie, pero el praetor se sentía como si hubiese pasado un año. El Doctor había llegado acompañado únicamente de una pequeña maleta tan grande como él y dos claras órdenes procedentes del Káiser: uno, estudiar y ayudar a los dos nuevos sujetos en todo lo que pudiese, y dos, convertirse en la sombra de Kriegger.
Para disgusto de Lucius, la primera orden había quedado relegada a un segundo plano. El Doctor había rechazado las visitas guiadas que el praetor le había preparado a manos de uno de sus hombres, Eldwin Fuchs, y no había cesado en su empeño hasta convencerle de que fuera él mismo quien le mostrara la nave. Una hora después, ya con Kriegger como guía, decidiría visitar las instalaciones médicas y curiosear las bodegas de carga; se detuvo a charlar a todo aquel con el que se cruzó por el pasillo, y, por último, pidió saber el motivo por el cual la Valkirie no cumplía con el estricto régimen de vigilancia impuesto por el Káiser en su propia nave.
Demasiadas preguntas.
Morten se había unido a ellos a mitad de camino. Su intención era únicamente la de saludar al Doctor, pero al ver la tensión reinante entre los dos hombres había decidido convertirse en el tercer miembro de la peculiar comitiva que, tras recorrer casi toda la nave, daría por finalizado el viaje en la pequeña celda elegida por el propio Kriegger para el nuevo visitante.
De haberse tratado de otra persona, Lucius se habría encargado de que disfrutara de su estancia en alguna celda bien situada y limpia, pero tras sufrir su sarcástico humor negro durante la inacabable visita, no había dudado en llevarle hasta la única empleada como sala de interrogatorios.
Aquel hombre disfrutaría del diminuto lugar.
Finalizado el recorrido y ya libres de la desagradable presencia del hombrecillo, Kriegger y Ravenblut se concentraron en su auténtico objetivo de la tarde: volver al laboratorio donde habían dejado a la Doctora Ever y sus pacientes.
Cuando llegaron descubrieron al joven Elledan conectado a un reciclador sanguíneo. El paciente, aterrado ante la constante entrada y salida de sangre por los tubos que le rodeaban, parecía suplicar ayuda con la mirada. La presencia de la Doctora, sin embargo, impedía tratar de liberarse de la maquinaria.
Su hermana no parecía estar dispuesta a pasar por el mismo trance.
—Cada vez aguantas menos tiempo en la nave del jefe, muchacho.
Lucius no solía permitir que nadie se tomase aquel tipo de licencias con él, y menos cuando había nuevos reclutas delante, pero dado que ambos seguían sordos y la Doctora le duplicaba en edad, prefirió limitarse a sonreír. En el fondo le encantaba que hubiese alguien que se atreviese a tratarle de un modo tan familiar.
—¿Cómo se encuentran, Doctora?
—Regular —confesó—. Espera unos segundos, Kriegger.
Instó al joven a que le mirase directamente a los ojos.
Visto de cerca, Elledan tenía bastante peor aspecto de lo que Kriegger recordaba. Tenía los ojos muy hundidos y enrojecidos, y los labios tan blancos y quebradizos que parecían estar a punto de romperse de un momento a otro. Sus brazos y piernas temblaban espasmódicamente, y tenía la piel tan amarillenta y sudorosa que, al verle, Kriegger no pudo evitar estremecerse.
Empezó a sospechar que pronto pasaría a engrosar la lista negra.
—Elledan Valdis, ¿puedes escucharme? —preguntó la Doctora con voz alta y clara.
Él tardó unos segundos en responder, pues parecía estar hechizado por su fiera mirada azul, pero finalmente asintió con lentitud.
—Elledan, tengo que hablar con estos dos hombres. Voy a dejarte a solas con tu hermana unos minutos, ¿podrás cuidar de ella?
Volvió a asentir, pero en esta ocasión con muchísimo más ímpetu.
—Cuanto más tranquilo estés tú, mejor estará ella. ¿Lo comprendes?
Separó los labios, deseoso de poder responder a viva voz, pero su garganta no emitió sonido alguno.
Mientras Ever le ayudaba a tumbarse en la camilla para que descansara, su hermana hizo amago de bajarse de la cama y acudir en su ayuda. Sin embargo, antes de que pudiese llegar a poner los pies en el frío suelo, Morten ya la tenía sujeta firmemente por los hombros.
—Eh, eh, calma preciosa. ¿Dónde crees que vas?
—No te oye —le recordó Lucius—. ¿Doctora?
Ravenblut unió las camas siguiendo órdenes de Ever.
De nuevo juntos, los hermanos Valdis se relajaron. Ella se tumbó con la cabeza sobre el hombro de su hermano y, sintiendo sus brazos rodeándola por la cintura, cerró los ojos.
Aprovecharon los segundos de paz para retirarse al despacho. La Doctora les invitó a tomar asiento frente a una mesa de escritorio repleta de documentos escritos a mano, y tras servirles un par de copas de aguardiente, se acomodó en su butaca.
Se encendió un cigarrillo. A pesar de intentar mantener la compostura, era evidente que algo la turbaba profundamente.
—¿Quiénes son? —Quiso saber—. Y no me digas sus nombres ni sus códigos, porque no es lo que quiero escuchar, Lucius.
—Sé poco —admitió el praetor sin mostrar sorpresa alguna ante la pregunta—. Pero creo saber a qué se refiere; son especiales.
—De eso no cabe duda. —Hizo una breve pausa—. Lucius, algo va mal.
—¿Mal? ¿Tienen algún problema? —intervino Ravenblut con sorpresa—. Dijo que estaban bien.
—Lo dije, y no mentía. Físicamente están bien; lo que me preocupa es su cabeza.
—Bueno, eso era algo de suponer. Los traumas son algo natural después de tanto tiempo de inconsciencia.
—No hablo de traumas, Morten Ravenblut —le reprendió la Doctora—. Hablo de algo distinto. Es cierto que ambos han desarrollado algunos traumas comunes en estos casos, pero hay algo más, y me refiero precisamente a eso. Aún es pronto para poder confirmarlo, pero tengo el presentimiento que entre los dos sujetos existe una conexión psíquica.
—Son hermanos, Doctora, y por edad puede que sean mellizos —comentó Kriegger tras darle un trago a su bebida—. ¿Acaso no es algo normal? He oído hablar de varios casos.
Mientras reflexionaban sobre ello, la Doctora cogió varios documentos. La mayoría de ellos eran apuntes tomados sobre otros pacientes, mediciones, analíticas e informes, pero también había otro tipo de pruebas. Pruebas totalmente distintas a las que había hecho hasta entonces.
Se los entregó.
—Eso es lo que creía, pero he visto cosas demasiado intrigantes como para limitarme a suponer. Necesitaba pruebas, así que he decidido someterles a ciertos controles.
—¿Ciertos controles? —Morten no podía ocultar su sorpresa—. ¿Qué se supone que les ha hecho Doctora? ¡Llevan muy pocas horas conscientes!
—Sé lo que hago, muchacho. Todos y cada uno de mis pacientes son hijos para mí. Jamás les haría nada de lo que no pudiesen recuperarse, pero debes comprender que soy un médico, y necesito saber cuáles son sus males para poder darles solución.
Lucius aprovechó la conversación para echar un rápido vistazo a los documentos. La mayoría de pruebas carecían de sentido alguno para él, pero había una que le resultaba especialmente incomprensible.
—¿Les ha separado? —exclamó con sorpresa—. ¿Para qué demonios les ha separado?
Antes de responder, la Doctora dio una calada a su cigarrillo en busca de unos segundos de calma. Había supuesto que Kriegger querría explicaciones, pero ahora que tenía que dárselas, no sabía por dónde empezar.
—Verás... Sena Valdis está sorda y casi ciega. Es algo temporal, sí, pero actualmente está prácticamente aislada de la realidad. Entonces mi pregunta es: ¿por qué sabe siempre lo que le pasa a su hermano? Cuando él se mueve, ella lo siente, y cuando él sufre...
—Ella lo sabe. —Sentenció Kriegger ofreciendo los documentos a su compañero—. ¿Sucede lo mismo al contrario?
Ever asintió con gravedad.
—Así es. Decidí separarles para comprobarlo y, efectivamente, incluso en distintas salas siempre saben lo que le está sucediendo al otro. ¿Pero sabéis lo mejor? Quizás os parezca una locura, pero aunque aparentemente solo sea a nivel psicológico, creo que también hay conexiones a nivel físico.
—¿A nivel físico?
—Eso he dicho. —La Doctora le arrebató los documentos a Morten con brusquedad—. Estando cada uno en una esquina del laboratorio, separados por muros, decidí hacer una simple y sencilla prueba. El varón, Elledan, está mudo, así que probé a pellizcarle. Lógicamente, para nosotros un pellizco no es nada, pero para alguien en su estado es francamente doloroso. Así pues, lo hice. Inmediatamente después, su hermana empezó a llorar al borde de un ataque de nervios.
Hubo unos tensos segundos de silencio en los que ninguno de los dos supo qué decir. Kriegger no sabía demasiado de medicina, pero sí lo suficiente como para constatar que aquella conexión no era normal. ¿Sería por ello que Tempestad estaba tan interesada en ellos?
—¿Qué sabes, Lucius? —Insistió la Doctora—. ¿Quiénes son esos niños?
"Buena pregunta."
—Sinceramente, no lo sé, pero Tempestad está interesada en ellos. Es muy probable que en un par de días, o quizás semanas, vengan varios parentes.
—El jefe ha mandado a uno de sus Docs para que nos vigile —aportó Morten—. Quizás le conozca.
—¿Constantine? —Adivinó.
Ambos asintieron a la vez, sorprendidos.
—¿Cómo lo sabía?
—Es el instinto, Morten. Nikolai Constantine y yo nos conocimos hace muchos años. Es un hombre francamente insoportable a nivel personal, pero brillante en su trabajo. Será útil. Si es verdad que Tempestad está interesada en ellos, dudo que permanezcan mucho más a bordo de la nave. Hasta entonces, aprovecharé el tiempo al máximo.
—Hágales pruebas, pero sin olvidar que tienen que descansar, Doctora —pidió Lucius—. Me gustaría poder hablar con ellos y explicarles lo que les va a suceder. Si ahora están asustados, no quiero imaginar cómo estarán cuando lleguen los jefes.
—Por supuesto, Lucius. Dame unos días. Dos, tres... puede que cuatro.
—Olvídalo; los quiero mañana.
—¡Pero...!
—Doctora; mañana.
Lucius se levantó con dolor de cabeza. La noche anterior había bebido más de lo normal para soportar a su neurótica visita, y eso era algo que su organismo no solía digerir del todo bien. El praetor se dio una ducha de agua fría para despejarse y, tras reunirse con Morten y otros compañeros en la cantina para desayunar, se retiró al puente de mando para informarse de la situación actual.
Velando por la seguridad de la nave siempre había el mismo número de occulus. La mayoría de ellos eran grandes maestros y pilotos capaces de dominar prácticamente cualquier nave, pero que tras muchos años de servicio habían acabado especializándose en la Valkirie. Estudiaban y generaban cartas astrales, controlaban el estado de la maquinaria, los niveles de combustible y el resto de registros; posibles desviaciones producidas por las inesperadas tormentas espaciales, el flujo de naves en el mapa estelar, etc. En definitiva, controlaban absolutamente todo, lo que les convertía en auténticos unos genios. O al menos eso le gustaba pensar a Kriegger. Para otros, sin embargo, eran simples tripulantes de segunda clase incapaces de empuñar un arma.
Kriegger no solía visitar demasiado al puente de mando, pues aquel era el territorio de Adelbert Verner y sus bellator, pero en aquella ocasión la necesidad de conseguir información actualizada le obligó a hacer una excepción. Según sus cálculos, cuanto más lejos se encontrasen de los sistemas planetarios centrales, menos probabilidades tendría Tempestad de poder abordarles a través de los portales. Obviamente no descartaba la posibilidad de que intentasen alcanzarles a bordo de alguna de sus célebres naves de transporte, pero Kriegger tenía el presentimiento de que, al tratarse de un tema tan repentino y urgente, acudirían del modo más rápido posible.
—¿A qué distancia estamos del sistema Anathema, Lore?
Lore era uno de tantos occulus a bordo de la nave. Sus funciones eran básicamente administrativas, pero en ocasiones como aquella en la que los turnos de pilotaje llegaban a superar las doce horas, dejaba su lugar en las oficinas para unirse al resto de compañeros en las mesas de control.
En el resto de flotas, los occulus solían especializarse en una única labor. En la Valkirie, en cambio, aquella práctica resultaba tan complicada debido a las continuas bajas durante las operaciones con carga bélica que no tenían más remedio que confiar en la versatilidad de sus tripulantes.
—Doce semanas y bajando, praetor.
—¿Tormentas?
—Catorce detectadas, pero ninguna de ellas interfiere en nuestro rumbo.
—¿Tenemos ya coordenadas?
—El Capitán está en ello.
—Dile al Capitán que quiero verle.
Otra opción era trazar un rumbo cerca de los campos gravitatorios de las tormentas para poder impedir la accesibilidad a los portales. Era una opción arriesgada, desde luego: viajar cerca de tormentas astrales solo traía problemas y accidentes, pero teniendo en cuenta que el Capitán de la nave era un amante del peligro, cabía la posibilidad de que aceptase la propuesta.
Tendría que meditarlo.
No pasó mucho más tiempo en el puente de mando. Kriegger solía analizar la mayor parte de la información extraída de los registros a diario, pero jamás desde el puente de mando. En aquella ocasión no fue distinto. Obtenidos los datos necesarios, Lucius se retiró silenciosamente, logrando así evitar cruzarse con Verner. A pesar de no tener ningún problema con él, Kriegger prefería evitar conversaciones incómodas. Era muy probable que todos los praetores estuviesen ya informados de la próxima visita de Tempestad, pero por el momento quería no tratar el tema.
Se retiró a las cubiertas inferiores. Dado que las preocupaciones le habían impedido conciliar correctamente el sueño la noche anterior, optó por despejarse con un paseo. Visitó la sala de proyecciones y la biblioteca; la cantina y los gimnasios. Se refrescó la cara y manos en una de las fuentes de las cubiertas de recreo y, ya algo más despejado, se encaminó a las instalaciones médicas donde, acompañado del Captain Adler Braven, uno de sus más fieles colaboradores y segundo al mando de la compañía, se reencontró con la Doctora.
Adler Braven era un hombre de cincuenta años, de estatura media y cuerpo ancho y musculoso, producto de muchas horas de gimnasio. Tiempo atrás, cuando se conocieron, Adler tenía el cabello corto y dorado, pero el paso de los años le había dejado totalmente calvo. Ahora, el poco vello que le quedaba en el rostro se encontraba en el mentón, donde lucía una barba corta y siempre bien cuidada.
Braven le saludó con un ademán de cabeza. Además de servir fielmente a Kriegger, por muchos era sabido de su buena relación con la Doctora Ever. De hecho, tan bueno era su trato que las malas lenguas decían que entre ellos podría haber algo más que una simple relación laboral. Fuera cierto o no, Adler se despidió de ella con un educado asentimiento antes de acudir junto a su superior.
—Praetor, Ravenblut me informó de que le encontraría aquí.
—Así es. ¿Sucede algo?
—Esta mañana contactó conmigo la praetor Berith Kirsch: asegura llevar varias horas buscándole.
—Es posible. ¿Ha dejado algún mensaje?
—Únicamente que se reúna con ella en su despacho cuando le sea posible. Se han filtrado nuevas transmisiones del contacto del praetor Verner en Anathema.
—Perfecto. Gracias, Adler.
Kriegger se despidió de él con la sensación de que pronto olvidaría la citación. Lanzó un rápido vistazo a la sala para asegurarse de que no había ojos indiscretos acechándole antes de alcanzar a la Doctora. Para su sropresa, en aquella ocasión no estaba en compañía de los hermanos Valdis sino que curaba las heridas de un jovencito al que un mal golpe durante una pelea en el gimnasio le había ocasionado la rotura de un hueso.
Lucius le saludó con un ligero ademán de cabeza. Inmediatamente después, tras intercambiar unas cuantas palabras con la Doctora, descendió a la planta inferior donde, sentado en la mesa del despacho y estudiando uno de los informes médicos, encontró al Doctor.
Constantine alzó la mano como saludo, pero siguió trabajando tranquilamente sin levantar la mirada de los informes. Parecía muy concentrado. Cordial, Kriegger respondió con un ligero ademán y se encaminó a las camillas donde los hermanos Valdis permanecían en completo silencio. A diferencia del día anterior, ella estaba profundamente dormida, con el rostro apretado contra la almohada. Él, en cambio, estaba despierto, con los ojos bien abiertos, y visiblemente descansado.
Kriegger tomó asiento a los pies de la camilla. El joven aún estaba conectado a través de finos filamentos dorados a las máquinas de soporte vital, pero tras haber podido descansar unas cuantas horas presentaba un aspecto bastante mejor que el día anterior.
Apartó con delicadeza la mano de su hermana, la cual había permanecido sobre la de él durante toda la noche, y se incorporó para saludarle. A continuación, para sorpresa de Kriegger, le tendió una mano huesuda y temblorosa en un claro intento de estrechársela y poder presentarse. Lamentablemente, la voz volvió a fallarle.
—Tranquilo —le animó Kriegger con amabilidad—. Pronto te recuperarás. ¿Me oyes bien?
Una vez estrechada la mano de su superior, el paciente recuperó de nuevo la de su hermana.
—Mi nombre es Lucius Kriegger, y soy uno de los praetores de la nave. ¿Sabes dónde estás?
Elledan apartó la mirada momentáneamente, pensativo. Cabía la posibilidad de que la Doctora le hubiese informado sobre su actual paradero, pero tal era el caos mental del joven que aparte de su propio nombre, Kriegger dudaba mucho que supiese algo.
Negó con la cabeza.
—No es algo que deba sorprenderte ni preocuparte; al contrario. Una de las normas impuestas por nuestra venerada líder es que todo aquel recién despertado sea reinsertado en la sociedad humana, y para ello es necesario un escrupuloso estudio de la mente. Nuestros equipos médicos seleccionan los recuerdos más hirientes y los eliminan hasta que el paciente queda totalmente libre de las cadenas del pasado. Es curioso; en otros tiempos esta misma práctica fue perseguida al relacionarse directamente con el esclavismo y clonación. Ahora, en cambio, es nuestra panacea. ¿Qué te parece? A muchos les suena muy bien, pero si quieres que te sea sincero, no lo comparto. Además de borrar los recuerdos más tormentosos, el sistema de reinserción lo elimina todo. Recuerdos, nombres, familia, amigos, personalidad... todo. Por suerte siempre hay excepciones. Dime, ¿recuerdas algo a parte de tu nombre?
El joven lanzó una mirada significativa a su hermana, y eso fue más que suficiente para que Kriegger le entendiera. El praetor recuperó su ficha de la mesa. Había muchos datos que ya conocía, pues había releído en un par de ocasiones el informe, pero se sentía mucho más seguro teniéndolo entre manos.
Acercó una silla a la cama y se sentó a su lado.
Para sorpresa de Kriegger, Elledan hizo el ademán de incorporarse y buscar una silla para él, pero tal era su debilidad física que, al poner los pies en el suelo, las rodillas cedieron y cayó. Lucius tuvo que apresurarse a ayudarle para que pudiese levantarse sin hacerse daño. Le subió de nuevo a la cama y, una vez allí, le instó a que se tumbara por su propio bien.
—No tengas prisa, Elledan —le recomendó sin poder ocultar la sonrisa que aquel simple gesto había logrado arrancarle—. Tardarás unos días en recuperarte. Hasta entonces lo mejor es que descanses lo máximo posible, ¿eh? —El paciente le respondió con un ligero ademán de cabeza—. Bien... veamos, te diré que no es una práctica habitual en el Reino lo que estoy a punto de hacer, pero a bordo de la Valkirie, esta nave, la aprobamos hace varios años. Muchos creen que lo mejor para los recién despertados es mantener sus mentes en blanco y así facilitarles la construcción de una nueva vida desde cero, pero yo difiero. Personalmente creo que nuestro cometido no es ofreceros una nueva vida, sino la oportunidad de reformar la que teníais anteriormente. Todos vosotros... bueno, corrijo, todos nosotros somos personas "distintas". Como comprenderás, no recogemos a cualquiera. Nos encantaría, te lo aseguro, pero nos regimos por una normativa bastante estricta, y en el caso de las Recuperaciones, que es el término que empleamos cuando vamos a rescatar a un humano a su planeta de origen, mucho más. En la mayoría de casos es el Káiser, nuestro líder, quien nos marca los objetivos, pero hay ocasiones especiales en las que las órdenes proceden de más arriba, y casualmente, ese es el vuestro.
Hacía meses que ya se habían cumplido los tres años desde la Recuperación de los hermanos Valdis, pero Kriegger aún lo recordaba como algo muy cercano. Por aquel entonces había tenido bastante suerte con sus misiones. Los objetivos a tratar habían sido más accesibles de lo esperado, y eso había repercutido positivamente en la tripulación: la moral estaba más alta que nunca. Pero aunque todo estaba yendo bien, los tripulantes de la Valkirie querían poder ponerse a prueba. Ansiaban un reto, y a los pocos meses lo recibieron. Recién salidos de Urbrya, un lejano planeta desértico sin nada de interés salvo sus pirámides de cuarzo, el Káiser mandó reunir a los praetores en su nave para confirmar lo que todos suponían y ansiaban: Lightling había fijado sus ojos en ellos, y les había encomendado una misión.
—En principio era una misión de Reconocimiento, pero tan solo necesitamos alcanzar la órbita de vuestro planeta para descubrir que había algo más en aquella petición. Srritra era un lugar extraño. Según nuestros registros, llevaba ocupado por colonos de la Tierra desde hacía ocho siglos, pero cuando llegamos nos encontramos con una cultura bastante distinta a la nuestra. Sus habitantes habían evolucionado, como siempre sucede, pero no siguiendo los patrones marcados por nuestra líder. Su idioma era diferente, sus tradiciones, su cultura... su modo de vida. Todo en ellos era extraño y sospechoso. Tan sospechoso que, antes de descender, tratamos de ponernos en contacto con los habitantes y saber a qué nos íbamos a enfrentar. Para nuestra sorpresa, no recibimos respuesta alguna. Más tarde comprenderíamos el motivo. Srritra había padecido una evolución tecnológica tan brusca durante sus primeros años de existencia que, alcanzado el tercer siglo, un enfrentamiento entre naciones había sentenciado de por vida la supervivencia del planeta. La superficie había sido arrasada a consecuencia de semanas y semanas de bombardeos, los mares se habían evaporado, y la poca vida animal y vegetal reinante había desaparecido junto a prácticamente toda la humanidad. Fue un auténtico desastre. —Lucius hizo una breve pausa al recordar la desesperada situación en la que se encontraba el planeta—. Cuando llegamos, tan solo quedaban unos cientos de supervivientes, y la mayoría en estado salvaje. Lamentablemente no es la primera vez que veo algo parecido. Cada mundo tiene su propia evolución, y por mucho que intentamos controlarla, la distancia impide que podamos vigilar a todos de cerca. En este caso, Srritra pertenecía a un sistema demasiado alejado como para tener un seguimiento continuo. No cabe duda de que fue un error dejarlo tantos siglos abandonado, pero de los errores se aprende Elledan, y precisamente por ello estamos aquí. Pero volviendo al tema que realmente nos interesa, como te decía, el primer contacto con los habitantes de Srritra nos abrió los ojos. La misión consistía en reconocer el terreno, pero allí ya no quedaba nada que pudiésemos estudiar. Todos presentíamos que había algo más, y una vez alcanzada la superficie, la propia Lightling nos lo hizo saber. Nos envió una grabación. No a todos, claro, pero sí a unos cuantos, y fue increíble, te lo aseguro. —A pesar de intentar recordar su magnífico y venerable aspecto, sabía que jamás lo conseguiría. Nadie conocía el rostro de la Suprema y, en parte, daba gracias por ello. Aunque muchos la veneraban, Kriegger tenía una opinión muy particular sobre su persona—. En ella aparecía en persona y nos hablaba de la existencia de dos hombres a los que teníamos que ofrecer una segunda oportunidad. Una mujer y un varón: dos hermanos. —Lucius le dedicó una cálida sonrisa—. Vosotros.
Kriegger hizo una pausa cuando el joven juntó las manos a la altura del corazón, con los ojos irradiando esperanza. La Doctora se había encargado de borrar su memoria tal y como dictaba la normativa, pero era evidente que aquellas palabras estaban avivando los recuerdos.
—Fue complicado encontraros. Entre los supervivientes había surgido una clara diferenciación de castas, y mientras que unos vivían en estado casi salvaje, otros tantos los domaban como a bestias. Quizás te sorprenda, pero después de tantos siglos olvidado, el esclavismo había vuelto. La involución de unos y la evolución de otros se había mezclado de tal modo que ambos se necesitaban para subsistir: se podría decir que era una relación simbiótica. Lamentablemente, no todos gozaban de las mismas condiciones de vida. De haber sido así no habríamos intervenido. Puede que no lo sepas, pero hay a quien le gusta vernos como héroes. Por desgracia, se equivocan. Somos lo que somos; a veces soldados, a veces diplomáticos. Incluso a veces somos espías, pero jamás héroes: solo cumplimos órdenes.
—Me sorprende que no intentes engañarle como hacen todos —intervino el Doctor con avidez desde el escritorio—. He oído en muchas ocasiones esa historia, pero suele tener otro final.
Su intervención le arrancó una sonrisa.
—Mentiría si supiese que no iba a descubrir la verdad, Doctor —respondió Lucius—. Tarde o temprano este hombre abrazará su destino, y ya sea desde aquí o desde donde Lightling quiera tenerle, descubrirá la verdad. ¿Para qué mentirle entonces?
—Siempre me hice la misma pregunta —reflexionó el anciano, visiblemente turbado—. Pero continúe por favor, quisiera conocer el final de la historia.
—Por supuesto, Doctor... —Lucius volvió a centrar la atención en Elledan—. Dado que cierta parte de la sociedad estaba demasiado involucionada como para poder mantener ningún tipo de contacto, decidimos reunirnos con la otra parte. Éstos se mostraron inicialmente reacios a nuestra presencia, pues suponían que rechazábamos su estilo de vida, pero tras unas cuantas medias verdades y engaños logramos ganarnos su confianza. Su líder, un tal Ragaark, respondió a nuestros regalos invitándonos a pasar una semana en su lujosa mansión de cartón y piedra, y nosotros, como buenos huéspedes, aceptamos. Una vez dentro, empezamos a investigar lo que realmente se ocultaba en aquel mundo al que una vez se había considerado humano y descubrimos más de lo que jamás necesitamos saber. Os localicé atrapados en unos laboratorios subterráneos en manos de dos perturbados que se hacían llamar a sí mismos médicos, y tras liberaros a punta de pistola, dimos por finalizadas las negociaciones. A partir de entonces, Srritra pasó a ser historia.
Elledan separó los labios, con la sorpresa reflejada en la mirada, pero ni tan siquiera se esforzó por articular palabra. En su lugar esbozó una sonrisa triste, y no sin antes lanzar una fugaz pero muy significativa mirada a su melliza, estrechó la mano de Kriegger con las suyas, agradecido.
El Doctor aprovechó la ocasión para unirse a ellos a los pies de la camilla. Se subió los anteojos con un suave empujón en el puente y cruzó los brazos en la espalda.
—¿Acabó con todos? —Quiso saber.
—No había alternativa.
—Me gustaría saber más sobre lo ocurrido en ese planeta, señor Kriegger. Creo que es posible que su relato nos dé alguna clave para solventar el gran misterio que son estos dos jóvenes. —Nikolai Constance volvió a empujar las gafas antes de que el sudor las hiciera caer más allá del tabique nasal—. Quizás más tarde podríamos profundizar en el tema.
—Sería un placer.
—Perfecto... por favor, prosiga.
El Doctor se retiró silenciosamente, pero no retomó sus informes. Cerró los ojos y, con las manos situadas sobre un vientre ligeramente abultado, dejó que su mente divagase libremente.
Lucius prosiguió con el relato.
—Sois los únicos supervivientes de Srritra. —Sentenció—. Por suerte, antes de sacaros de allí logré recabar algo de información que hasta ahora ha estado archivada y que, mientras descansabas, he estado ojeando. —Kriegger no mentía. Además de revisar los registros diarios de la nave, el praetor había invertido parte de su tiempo libre en repasar la información personal que disponía sobre el caso Srritra—. Según los informes y tus propios recuerdos, te recogimos con veintitrés años reales, pero no debes olvidar que has pasado tres años inactivo. Por lo general, nuestros sistemas de contención mantienen los cuerpos congelados durante todo el periodo de inactividad, por lo que, aunque tu edad real sea de veintiséis años, sigues en las mismas condiciones físicas que hace tres. Normalmente eso no es un problema, pues suele haber un año o menos de diferencia, pero en vuestro caso es distinto. Teniendo en cuenta que tus años de vida reales los marcan los activos, te corresponden veintitrés aunque tu cuerpo tenga veintiséis. —La reacción del joven no se hizo esperar—. Sí, sé que suena extraño, pero es por cuestiones internas de los equipos médicos. Se podría decir que es una manera de, a través de los controles, valorar hasta qué punto el sistema de contención vital es óptimo o mejorable.
Elledan respondió con una sonrisa llena de diversión, tal y como él había hecho tiempo atrás cuando, después de trece largos años de inactividad, había regresado al mundo de los vivos. A continuación alzó la mano con el dedo índice estirado y, tras dibujar un circulo en el aire, le señaló a la altura del corazón.
Kriegger lo interpretó como una pregunta.
—¿Yo? ¿Quieres saber cuánto tiempo pasé inactivo?
Asintió con curiosidad. En alguna ocasión Kriegger había sido el blanco de alguna que otra pregunta por parte de algún joven atrevido, pero nunca de un miembro recién adquirido. No cabía duda de que Valdis se estaba recuperando a pasos agigantados.
—Yo me uní siendo un niño de poco más de once años. Serví durante una larga temporada como bellum, y nueve años después, durante mi primera gran misión, caí inactivo. Creo que por aquel entonces tenía veinte años, o quizás veinte uno, no lo recuerdo con exactitud. —Kriegger sonrió débilmente—. Pero lo que sí recuerdo perfectamente es que pasé trece añ... sí, trece años, todos ponen la misma cara que tú cuando lo digo. —El praetor sonrió con diversión—. Parece increíble, pero es cierto, y no soy el único. ¿Recuerdas al hombre del pelo blanco que vino ayer? Ese que se parece tanto a ti: Morten Ravenblut. Pues bien, él pasó por lo mismo. De hecho, nos unimos a la vez, caímos el mismo día y despertamos trece años después el mismo minuto, igual que os ha pasado a vosotros. —Lucius se obligó a sí mismo a serenarse antes de que la melancolía pudiese apoderarse de él. A pesar de los años transcurridos, aquellas casualidades aún lograban estremecerle—. Caí con veintiún años y habría despertado con treinta y cuatro de no ser por los tanques criogénicos. Por suerte, me recuperaron con los mismos con los que caí, y de eso hace ya doce años.
—Cuarenta y seis años reales... —murmuró el Doctor desde su mesa aún con los ojos cerrados tras un rápido recuento—. No está nada mal.
Lucius volvió la vista atrás instintivamente, pero al encontrar al Doctor en la misma posición que le había dejado minutos atrás, volvió a centrarse en Valdis.
—Desconozco el motivo por el cual os tenían en esos laboratorios y, francamente, no quiero saberlo, pero imagino que está directamente relacionado con vuestra presencia aquí. Como ya he dicho, Lightling en persona quiso que os trajésemos, y ahora que habéis despertado, no tardará en interesarse por vosotros de nuevo.
Elledan sonrió ampliamente al escuchar aquellas palabras. El concepto de Lightling estaba muy sobrevalorado entre la mayor parte de los ciudadanos, y él no era la excepción. Para Kriegger, en cambio, la Suprema era un ser demasiado cercano a la peligrosa Tempestad como para poder resultar deseable. La respetaba y apreciaba como todo ciudadano, pero la deseaba lejos, muy lejos. No obstante, Spectrum trabajaba duramente para conseguir la devoción por parte de sus súbditos. Para asegurarse de ello, la flota enviaba la información a los sistemas nerviosos de los sujetos en estado de reinserción a través de conexiones neuronales para que fuera cual fuera la imagen que anteriormente tenía el paciente sobre Lightling y Tempestad, se viese modificada hasta la adoración.
Lógicamente, la imagen variaba con los primeros contactos, pero hasta ese momento los pacientes respondían ante la mención de la Suprema con un fervor prácticamente religioso.
—Pasaréis una temporada aquí recuperándoos, pero no será para siempre. Puede que un mes, o puede que dos, pero tarde o temprano llegarán los hombres de la Suprema, y a partir de entonces quedaréis bajo su responsabilidad... pero eso será más adelante. Ahora estáis bajo la protección de la Valkirie, y nada ni nadie os va a poder dañar mientras yo siga al mando. Y por hoy, joven amigo, tienes información más que suficiente. Más tarde quizás me pase de nuevo, pero dudo que tenga tiempo hasta mañana; tengo que asistir a varias reuniones. En mi lugar enviaré a Ravenblut. Quizás no tenga el mismo rango que yo, pero conoce todos los rincones y rumores de la Valkirie de maravilla, así que imagino que sus historias serán más amenas. —Kriegger le estrechó la mano como despedida—. Descansa.
Más allá de las puertas del ala médica, los pasillos permanecían silenciosos. Agradecido por la paz reinante, Kriegger deambuló siguiendo las minúsculas luces ambarinas que iluminaban los suelos de la nave hasta alcanzar el despacho de Kirsch. Descendiente de una familia modesta y nacida en un planeta cualquiera, Berith Kirsch se había unido a la tripulación de la Valkirie con tan solo cinco años. Los rumores hablaban de ella como una elegida de Lightling, pero lo cierto era que su anexión había venido dada por la casualidad. El objetivo real por el cual la Valkirie había viajado hasta su planeta había sido localizado muerto, por lo que, antes de regresar con las manos vacías, los praetores de por aquel entonces decidieron elegir al candidato más parecido.
Berith nunca destacó durante su niñez ni adolescencia. Era una chica cualquiera, sin aspiraciones ni sueños, sin motivaciones ni intereses, pero con un coeficiente intelectual tan alto y unos sentidos tan agudizados que pocos podían igualarla. Con el paso de los años, aquellas capacidades la convertirían en una de las espías favoritas de su antecesor, Lorence Begram, y tras su muerte, en su sustituta.
En aquel entonces, Berith Kirsch era una de las espías más valoradas de Spectrum.
Desde el punto de vista de Kriegger, Berith era una mujer de gran valor. Una compañera a la que admirar y respetar, pero en la que jamás llegaría a confiar del todo. Se decía de ella que era una mujer fría y distante por naturaleza, pero él había compartido lo suficiente con Berith como para saber que aquel comportamiento no había sido siempre así. Meses antes de caer inconsciente, Kriegger y Kirsch habían realizado varias investigaciones en común en las que, aunque no había llegado a conocerla todo lo que hubiese querido, había descubierto peculiaridades en ella que, veinticinco años después, se habían esfumado. Dulzura, amabilidad, cercanía...
Kriegger sabía que no podía esperar lo mismo de la muchacha de veintidós años de aquel entonces que de la mujer de treinta y cinco que horas después de despertar acudió a las instalaciones médicas a darle una fría bienvenida. A pesar de ello, insistió. Desafortunadamente, Berith ya no era la misma persona. No obstante, no era aquel el único motivo por el que habían acabado distanciándose. En realidad, el auténtico problema con Berith Kirsch era que el praetor la consideraba demasiado peligrosa, y no solo por sus capacidades, contactos y posición, sino porque, a diferencia del resto de la tripulación, ella aún no había pasado ni un día inactiva.
Morten Ravenblut, su fiel amigo y camarada, opinaba que aquella situación se debía a que se había unido de muy joven a Spectrum y los praetores no habían visto necesario modificar su mente para que cumpliese con los deseos de la Suprema. Kriegger, en cambio, no estaba tan seguro de que aquel fuera el auténtico motivo. Lamentablemente, nadie lo sabía con seguridad, y aunque muchos eran los que, como la Doctora, se ofrecían a darle el golpe de gracia y dejarla una temporada inactiva, lo cierto era que Berith era un pilar básico para el correcto funcionamiento de la Valkirie. Tan básico que, sin ella, Kriegger dudaba que la tripulación pudiese seguir tan unida como estaba hasta entonces.
Lucius se detuvo frente a la puerta del despacho para la verificación ocular. El láser de la pantalla se activó a la altura de su rostro y tras localizar los ojos, salió disparado hasta alcanzar su retina para estudiar con detenimiento los datos grabados en el tejido nervioso. Acto seguido, la puerta se abrió lateralmente dejando a la vista el pequeño despacho en el que, de pie frente al único mueble existente en la sala, la praetor le esperaba.
Mientras la puerta se cerraba, Berith deslizó los dedos sobre el púlpito mecánico para hacer desaparecer las imágenes holográficas que hasta entonces había estado estudiando.
—Kriegger.
Berith Kirsch era una mujer de casi cincuenta años, alta y muy delgada. Su rostro de rasgos redondeados y labios carnosos había empezado a motearse con el paso de los años, pero a pesar de ello seguía siendo tan bello como en el pasado. Tenía los ojos grandes y afilados, de un intenso color negro atigrado, la nariz redondeada y la sonrisa, casi siempre ausente, amplia y cálida. Tan amplia que resultaba complicado olvidarla.
Siguiendo el mismo patrón de colores que sus hombres, Berith vestía totalmente de azul con un estrecho mono que realzaba la delgadez de su cuerpo, y unas botas de tacón que aumentaban su altura hasta casi el metro noventa. Su cabello, antes largo y negro, ahora permanecía siempre rígido en un moño a la altura de la nuca, mientras que sus manos, totalmente tatuadas, ocultas bajo guantes de piel. Berith ofrecía un normalmente aspecto impoluto y aristocrático, con la expresión siempre severa y la mirada gélida, pero en aquel entonces, iluminada por la luz azulada del púlpito, sus rasgos parecían esbozar muecas traviesas que endulzaban un rostro ya de por si duro como la piedra.
Invitó a Kriegger a que se pusiera al otro lado del púlpito con un ademán de cabeza.
Kirsch volvió a presionar varias teclas. La máquina vibró suavemente y emitió una ráfaga de luz blanca que mutó hasta acabar convertida en una esfera flotante de colores blancos y grisáceos.
—Démeter, sistema Anathema —anunció en apenas un susurro—. Las transmisiones de Alexandre Legrand, el contacto de Verner, proceden de su corazón.
—¿Has podido localizar el punto exacto?
—Adelbert intentaba ocultarlo con transmisiones cifradas, pero mis hombres han podido intervenir la señal real. Al parecer, el tal Legrand se encuentra a doscientos kilómetros del centro urbano más grande, en mitad de un parque natural.
—Está oculto en algún bosque, ¿verdad?
—Se podría decir que sí.
—Una localización peculiar para tratarse de un gobernador, ¿no te parece? —Kriegger cruzó los brazos sobre el pecho—. Es posible que ese tal Alexandre haya falsificado su identidad.
—Cabe la posibilidad. —Berith asintió levemente—. A tanta distancia lo sorprendente es que haya logrado encontrar un canal de comunicación.
—¿Tenemos algo más?
—Coordenadas. Los hombres del Káiser están enviando decenas de coordenadas con las localizaciones a investigar. Me temo que vamos a tener que volver a dividirnos, Kriegger.
—Contaba con ello. ¿Podrías hacer un cálculo del total de loca...?
—Ya lo he hecho —se anticipó la praetor.
—Tan eficiente como de costumbre.
—Alguien tenía que serlo, ¿no crees? —Berith esbozó una media sonrisa cargada de desprecio—. Son ciento cincuenta y dos localizaciones para quinientos bellator. Teniendo en cuenta que el objetivo inicial de nuestra misión es la recopilación y actualización de datos, lo mejor sería que nos repartiésemos los objetivos. Nuestras cuatro compañías tendrán que ser apoyadas de nuevo por los bellator de Monfort.
—No será un problema. ¿Tienes las coordenadas?
—Por supuesto. Estoy trabajando en su localización real para poder repartir los objetivos. Como ya he dicho, tendremos que dividirnos, pero hay localizaciones lo suficientemente cercanas como para no tener que formar decenas de grupos. Tan pronto haya acabado con la repartición, os enviaré a ti y al resto de praetores la información para que la verifiquéis. —Berith volvió a teclear en la pantalla del púlpito y la imagen del planeta se esfumo, dejando únicamente el pequeño foco de luz azulado activo—. También he recibido algunos historiales y ficheros bastante interesantes sobre la historia conocida del sistema. Quizás te sorprenda saber que, antes de que llegasen los colonos, ya había vida en dos de los planetas. De hecho, había vida humana.
—¿Piratas?
—Mandrágora.
Mandrágora era una antigua organización fuera de la ley a la que el paso del tiempo había logrado erradicar. Sus miembros eran forajidos, piratas y científicos que, tras ser rechazados por la sociedad humana, se habían organizado en grandes naves para escapar del Reino. En la mayoría de los casos, viajaban de planeta en planeta recogiendo recursos naturales para revenderlos en el mercado negro, aunque también había ciertas secciones a las que se subcontrataba como asesinos a sueldo. Mandrágora solía actuar al margen de la sociedad. La práctica habitual ante la aparición de las tropas de la Suprema era la de huir despavoridos dejando sus estructuras prefabricadas en los planetas, pero no siempre lo hacían a tiempo. Los más rezagados acababan siendo arrestados y ejecutados. No obstante, dependiendo del caso, también podían llegar a ser reinsertados en la sociedad. Todo dependía del sujeto y, sobretodo, de quien le hubiese dado caza.
—Te diría que me sorprende, pero francamente, no te voy a mentir. Es un sistema muy lejano del núcleo, sí, pero accesible al fin y al cabo. Muy posiblemente fueron ellos los que nos hicieran llegar las primeras cartas estelares de la zona.
—No hablo de simples explotaciones, Kriegger —puntualizó Berith—. Mandrágora se había instalado en el planeta. La comunidad humana actual surge de la mezcla de los colonos y los pobladores del Reino que más adelante llegaron. Son mestizos.
Kriegger dejó escapar una breve exclamación de sorpresa al escuchar aquellas palabras. Hasta ahora habían sido muchas las localizaciones donde el extinto grupo de Mandrágora había sido avistado, pero en todas habían sido visitas puntuales. Aquello era un auténtico descubrimiento.
—Te dije que era información interesante.
—¿Podrías transmitirme el resto de datos? Me gustaría poder echarles un vistazo.
—Ya lo he hecho. —Berith hizo una breve pero muy tensa pausa—. Por cierto, he oído rumores de una futura visita de Tempestad. ¿A quién ha insultado Imya ésta vez? ¿A algún rex? ¿O directamente ha decidido pegarle un tiro a la nueva amiguita del Káiser?
De todos los tripulantes de a bordo, no cabía duda de que el más problemático era Erich Imya seguido muy de cerca de su propio captain: Kenneth Birgman.
—¿Lo sabes?
—Yo lo sé todo, Kriegger. Pero para ser más concisa, te diré que han ordenado instalar nuevos sistemas de registro y vigilancia en absolutamente todas las salas de la nave, incluidas las celdas. Y nos guste o no, eso solo puede significar una cosa: problemas.
—¿Incluso en las celdas? —Kriegger articuló un exabrupto—. Eso no va a gustar a la tripulación.
—Nunca se sabe. Hay mucho degenerado al que le gusta sentirse observado. De todos modos, dado que los tuyos sois los culpables de esta nueva situación, imagino que te encargarás de arreglarlo.
Berith le sonrió abiertamente, y eso fue más que suficiente para que Kriegger comprendiera el auténtico significado de aquellas palabras. Berith deseaba que fuese Kriegger quien lo solucionase, y no únicamente porque fuera el culpable, sino porque era el único capaz de hacerlo.
Lucius le correspondió con una sonrisa contenida.
—Veré que puedo hacer. Por el momento me encargaré de analizar la información que me transmitas. Más adelante sería interesante que volviésemos a reuniros los cuatro para poder discutir los puntos del plan.
—Esperaré tu llamada.
Tras la reunión con Kirsch, Kriegger regresó a su despacho con la sensación de estar siendo observado. Los sistemas de vigilancia aún tardarían unos días en ser actualizados tal y como el Káiser había ordenado, pero a pesar de ello Lucius tenía la sensación de que la propia nave tenía ojos. Las paredes susurraban secretos a su paso, las placas metálicas crujían a sus pies emitiendo breves pero continuos informes de todos y cada uno de sus movimientos; las cámaras le seguían, la tripulación murmuraba a su paso...
Lucius se dejó caer pesadamente en la butaca de su despacho. Presionó la tecla de apagado del sistema de iluminación para que la sala quedase totalmente a oscuras y, ya rodeado únicamente de la noche eterna del universo, cerró los ojos. No sabía cuándo le había empezado el dolor de cabeza, pero éste era tan intenso que apenas podía pensar con claridad. Lucius acomodó la espalda en el respaldo. Inmediatamente después, los cables de conexión de la butaca surgieron del interior de los brazos de ésta para trepar por su cuerpo hasta hundirse en la piel, en busca de los nervios ópticos. Los ojos de Kriegger se iluminaron desde dentro cuando la información de Berith Kirsch llenó de datos y de nuevos descubrimientos su mente. Localizaciones, nombres, años, cantidades...
El traspaso de datos se detuvo ante la inesperada apertura de la puerta principal de la sala. Kriegger escuchó una exclamación lejana y al abrir los ojos vio que ante él la figura imponente de casi dos metros y medio de altura de Ahkner.
El praetor se apresuró a reactivar el sistema de iluminación, logrando así que el rostro moreno y los ojos negros del Capitán de la Valkirie surgieran a la luz.
—Creo que le cojo en mal momento, Kriegger.
—No, no. —Lucius se apresuró a arrancar las conexiones de un fuerte y doloroso tirón—. Le estaba esperando, Capitán. Por favor, tome asiento.
El despacho de Lucius Kriegger era un lugar pequeño y estrecho en el que tan solo los paneles lumínicos azules que cubrían las paredes circulares servían como decoración. Acostumbrado a reunirse con los suyos en la sala de entrenamiento, aquel lugar había quedado relegado a poco más que una sala de relajación; un lugar íntimo y privado al que nadie acudía jamás.
Se apresuró a buscar una silla sin éxito.
—Que minimalista —bromeó el Capitán Ahkner, quitándole importancia al detalle de tener que permanecer de pie el resto de la reunión—. Creo que es la primera vez que visito este lugar, ¿me equivoco?
—Disculpe.
Lucius decidió quedarse también en pie, pero ni tan siquiera así logró llegarle al cuello. El Capitán Ahkner era un hombre de físico imponente, alto como una torre y con unas espaldas tan anchas que incluso doblaban las del propio Kriegger. Su cráneo afeitado dejaba a la vista curiosos tatuajes cambiantes realizados con tinta espectral que, dependiendo de la temperatura, modificaban sus formas y colores. Alto y fuerte, de porte distinguido y con un rostro anguloso lleno de cicatrices, el Capitán no era un hombre al que fuese fácil olvidar. Sus amigos más cercanos hablaban de su buen talante y sentido del humor, pero también de sus dotes de mando y la facilidad con la que era capaz de orientarse en la inmensidad del universo. De hecho, tal era su talento que, de todos los pilotos de la flota del Káiser Petrov, el Capitán de la Valkirie era el único que había logrado sobrevivir a más de cuarenta años de servicio.
—¿Qué hay, praetor? Tiene bastante mala cara. Por cierto... —El Capitán se llevó una de las manos morenas a su propio cuello—. Sangre.
Arrancarse las conexiones de golpe le había provocado pequeñas heridas por las que caía sangre brillante. Kriegger se apresuró a secársela con el puño del uniforme.
—Imagino que le extrañó mi petición, Capitán.
—No voy a mentir: lo hizo, y mucho. No acostumbro a salir del puente de mando, pero siempre es un honor poder charlar con alguien como usted. Empezaba a estar un poco harto de escuchar solo los gritos del praetor Verner. En los últimos tiempos está más irascible de lo habitual.
—Es un hombre complicado, no lo voy a negar... pero vayamos a lo realmente importante. ¿Le han informado de las nuevas noticias, Capitán? Vamos a tener la visita de Tempestad en breves.
—Algo he oído; la señorita Berith Kirsch se encargó de que todos lo supiésemos hace un par de horas. Es por ello que me quería ver, ¿verdad? Por lo que todos estamos pensando.
Kriegger dejó escapar un suspiro. Agradecía no tener que pronunciar su petición, pues ambos sabían cuál era, pero la conversación le seguía resultando igual de incómoda. Puede que incluso más.
Volvió a secar un par de gotas de sangre que le resbalaban por el cuello.
—Usted lleva más tiempo que yo en la flota, Capitán. Sabe perfectamente cómo funcionan las cosas. La presencia de Tempestad siempre es bienvenida, por supuesto, pero en situaciones algo más estables que la nuestra. Nos dirigimos hacia un sector planetario sobre el cual sabemos muy poco; cabe la posibilidad de que incluso encontremos resistencia, y por nada del mundo quisiera que nuestros queridos invitados corrieran ningún tipo de peligro.
—Praetor, precisamente por llevar tantos años en la flota sé que lo que propone es ilegal. Casi tan ilegal como peligroso. Bordear las tormentas podría traer consecuencias muy graves para la nave. Usted quizás no lo sepa, pero ser devorado por una tormenta interestelar es bastante malo. Muy malo. Pero por otro lado comprendo su preocupación; desconozco el motivo de su visita, pero si yo fuera usted, estaría igual de acojonado, o incluso más.
El Capitán ensanchó la sonrisa con malicia, dejando ver así sus peligrosos dientes afilados. Cualquier otro hubiese rechazado desde el principio la propuesta, pero por suerte él no era un cualquiera.
—¿Eso significa lo que creo que significa?
—Siempre tan directo, Kriegger. Simplemente quería advertirle. Lo que pide es peligroso, pero no imposible; afortunadamente para la Valkirie, y en concreto para usted, me encanta el riesgo. Imagino que no desea que nadie sepa sobre esta conversación.
—Sería un detalle.
—Debe saber que tarde o temprano se enterarán. No solo el praetor Verner está atento a las rutas elegidas desde el puesto de mando. Pero eso será más adelante, tranquilo. Hasta entonces, no diré palabra.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro