
Capítulo 17
XVII
El piso franco elegido para ocultarse no era especialmente grande ni acogedor, pero disponía de dos plantas; espacio más que suficiente para poder disfrutar de un poco de intimidad.
Tras la complicada y larga huída de la cárcel, Roth les llevó a través del entramado de corredores subterráneos que conformaban las líneas ferroviarias de la ciudad hasta alcanzar uno de los barrios más alejados del corazón de la ciudad. Una vez allí, todo fue rápido.
El conocido barrio de “los Grajos” era un lugar marginal en el que la tranquilidad era un término desconocido. Las calles eran auténticos contenedores de basura donde las drogas y la delincuencia habían creado un peligroso ejército de jóvenes violentos que únicamente conocían el idioma del dinero fácil. Mercenarios, camellos, ladrones, asesinos, violadores, prostitutas… aquellas estrechas y oscuras calles ocultaban grandes secretos, y entre ellos, el más desconocido era aquel mejor pagado.
Tiempo atrás, “Los Grajos” había sido uno de los barrios residenciales de más alta alcurnia. Habitado por miembros de la nobleza planetaria, el barrio había ido evolucionando a pasos agigantados. Inicialmente se construyeron enormes caserones, castillos y torres; poco después, tiendas de lujo, bancos y grandes almacenes. Gracias a ello, paulatinamente el barrio se fue convirtiendo en el objetivo de pillos y ladrones. La paz se convirtió en delincuencia, y el lujo en robo, y pronto los nobles empezaron a abandonarlo, dejando atrás sus opulentas mansiones y negocios abandonados. Las tiendas y los bancos cerraron, y todo el universo que se había creado a su alrededor gracias a la riqueza generada, desapareció. Las naves industriales se vaciaron, las perfumerías y joyerías se transformaron en bares, y el barrio cambió hasta convertirse en lo que actualmente era: un nido de ratas.
El edificio elegido por Roth no era ni el mejor ni el más lejano. De hecho, era un edificio cualquiera al que el paso del tiempo había reducido a poco más que un montón de escombros abandonados. Las malas lenguas hablaban de él como un antiguo edificio lleno de pintores bohemios, pero lo cierto era que, por aquel entonces, aparte de cimientos, no quedaba más que todo aquello por lo que se estuviese dispuesto a pagar.
Roth negoció con el dueño de la “peculiar” residencia. Hablaron y discutieron acaloradamente, y tras casi media hora de mucho divagar y un intercambio de billetes, Roth y los suyos fueron guiados hasta un ático dúplex donde, además de electricidad, había los suficientes muebles como para poder sobrevivir unos días. John pagó también por algo de comida y bebida, pero los resultados obtenidos fueron tan negativos que decidió salir a comprar en compañía de Ravenblut. Mientras tanto, Kriegger disfrutó al fin de unos cuantos minutos de intimidad junto a Sena. La joven aún tardaría unas cuantas horas en despertar, pero poder permanecer a su lado mientras dormía era un placer tan exquisito que Kriegger no pudo resistirse.
Una hora después, cuando John y Morten regresaron, Kriegger se reunió con ellos en un maltrecho salón de sillones desvencijados y placas lumínicas arrancadas. Dejaron las ventanas tapiadas, arrastraron varias piezas de mobiliario a la puerta, y ya acomodados alrededor de una pequeña mesa de metal a la que le habían arrancado las conexiones para las terminales portátiles, sacaron el contenido de las bolsas: arroz, carne, sopa en polvo, leche dulce, cerveza, agua y medicamentos.
—Necesitamos respuestas, Roth.
Después de hervir el agua sazonada y verter el arroz, los tres hombres se acomodaron alrededor de la estrecha mesa de madera blanca que había en la cocina. La sala no era especialmente grande ni estaba limpia, pero teniendo en cuenta el pésimo funcionamiento de los fogones eléctricos prefirieron permanecer cerca y así poder mantener vigilada la comida.
—Todo el mundo necesita respuestas, praetor. —Fue su respuesta. Sacó del bolsillo interior de su uniforme una cajetilla de tabaco y se encendió un cigarro—. Incluido yo. Pero sí, creo que ha llegado el momento de que aclaremos las cosas.
—Entonces empieza desde el principio. —Ravenblut descorchó uno de los botellines de cerveza rubia. Volver a sentir el alcohol correr libremente por la garganta logró devolverle parte de las fuerzas perdidas—. ¿Realmente te llamas así?
—¿John Roth? —El pelirrojo sacó del interior de uno de tantos cajones como llenaban el armario una cuchara de pláxtec y la hundió en la cazuela—. Sí, por supuesto. Ese es mi nombre, aunque no siempre fue así. Hubo un tiempo en el que me llamaban “chico”.
—Muy ocurrente. —Morten abrió dos botellines más para sus compañeros—. Vamos, chico, cuéntanos un poco más. ¿Es verdad que trabajas para Berith? Porque si es así…
John borró la sonrisa al escuchar aquel hombre. Dio un par de vueltas al contenido de la cacerola, logrando así que el agua hirviendo no empezara a gotear, y bebió un largo sorbo de la cerveza.
—Trabajé para Berith hace mucho. Para ser más exactos, hace treinta años. En aquel entonces ella era poco más que una muchacha encantadora y yo un macarra más de las filas de Mandrágora. —Roth hizo un alto—. Mandrágora; parece que fue ayer cuando se disolvió, pero ya han pasado veinticinco años. —Roth volvió a remover la cuchara—. Veinticinco años… ¿cómo puede pasar el tiempo tan rápido?
—Espera, espera… —Kriegger estaba tan perplejo como Morten, pero a diferencia de él, prefirió no interrumpir. Había barajado aquella posibilidad—. Rebobina tío. ¿Qué edad representa que tienes?
Kriegger no necesitó escuchar su respuesta para verla reflejada en sus expertos y sabios ojos. Aquel hombre, John Roth, exudaba conocimiento.
—Cuarenta y ocho activos. Cuando la conocí tenía solo dieciocho, aunque antes había pasado casi diez años encerrado en una de esas malditas cápsulas de reinserción, o cómo demonios las llaméis.
—Rozas los sesenta años… —Morten tuvo que darle otro trago a la cerveza antes de que la garganta se le secara del todo—. Demonios.
La edad era lo de menos. Roth no cesaba de hablar de fechas, y Kriegger sabía el porqué. Los veinticinco años desde la disolución de Mandrágora estaban directamente relacionados con lo sucedido en Naastrand, y a su vez, con las sospechas de Kirsch.
Kriegger se preguntó si Berith habría sido capaz de contactar con gente como él sirviendo en la Valkirie.
—Berith y yo nos conocimos en el planeta Arthur. Ella estaba formándose como diplomática en funciones junto a la que era su praetor y coincidimos en una fiesta que mi padre había organizado. Al parecer, Spectrum estaba bastante interesado en conocer al heredero de los Roth, mi hermano Aliaster…
Los ojos de Roth refulgieron melancólicos al recordar aquellos tiempos. Había pasado ya mucho desde aquel entonces, pero recordaba perfectamente a su familia. Sus padres, sus hermanos, sus amigos…
Centró la atención en la cazuela y siguió girando el arroz lentamente. Aunque su cuerpo seguía allí, en pie y con una extremidad en movimiento, su mente había regresado a Arthur.
—Aquella noche conocí a Berith. Era una mujer tímida, astuta e inteligente. Sorprendentemente inteligente. Tenía algo que la diferenciaba del resto de aprendices… se podría decir que tenía luz propia, y eso no pasó por alto a mi hermano.
—¿Tu hermano Aliaster?
Aquella pregunta logró hacerle sonreír. Aliaster le traía buenos recuerdos.
—No, mi hermano menor, Robert Roth. Aliaster era un auténtico imbécil incapaz de ver más allá de sus propias narices. Rob, en cambio, era diferente. En aquel entonces él era aún muy joven, pero ya formaba parte de una alianza anti sistema anexa a Mandrágora. Lógicamente era poco más que un ayudante, pero tenía muy buen ojo. Informó a sus superiores sobre la existencia de Berith, y pronto se pusieron en contacto con ella. Pero fue un contacto muy breve. Como ya he dicho, Spectrum había venido a por mi hermano, pero no para conocerlo, sino para reclutarlo. Una semana después de su llegada mis padres fueron informados de que, por orden de Lightling, su hijo favorito iba a ser reclutado. Como imaginaréis, no les gustó en exceso.
Kriegger asintió. No era la primera vez que sucedía algo así, pero sí en la que Spectrum se atrevía a enfrentarse a una casa nobiliaria tan abiertamente. Desconocía qué planeta era Arthur, pero no cabía duda de que no debía tratarse de un lugar especialmente importante. De lo contrario, los Roth no habrían tenido ningún tipo de problema para mantener a su heredero en casa. Al contrario. El dinero y las inversiones siempre eran bienvenidas.
—No preguntaron, ¿sabéis? Sé cómo funciona Tempestad y las elecciones de Lightling… en nuestro caso no éramos gentes demasiado ricas. Precisamente por ello pasó lo que pasó. Simplemente nos lo arrebataron a la fuerza, y gracias a ello me convirtieron en el nuevo heredero de la familia. ¡Arg! ¡Yo! A mi padre estuvo a punto de darle un infarto al descubrir que su hijito del alma había partido… pero se resarció. Aliaster cayó en el olvido, y durante los siguientes ocho meses yo me convertí en el centro de todas las miradas. Todos querían ser mis amigos, y todas mis novias… —Roth dejó escapar una carcajada llena de amargura—. Se creían que era estúpido; que podrían manipularme como a una marioneta. Lamentablemente, no fue así. Diez meses después de la partida de mi hermano, mi padre murió en extrañas circunstancias, y yo heredé su trono. O lo habría heredado si no fuera porque mi hermano pequeño y los suyos descubrieron la existencia de cierto complot que ponía en peligro mi vida. Al parecer, la corte de lame botas de mi padre fue advertida de mis pocas ganas de obedecerles, y decidieron borrarme del mapa. Afortunadamente, Mandrágora estaba allí para ayudarme. Me sacaron del planeta la misma noche en la que el asesino contratado por el ministro Taubert tenía programado matarme, y jamás regresé. A partir de entonces no me quedó más remedio que unirme a Mandrágora.
—Pero Mandrágora iba en contra de todo aquello en lo que tu creías —apuntó Morten con cierta sorpresa.
—Hasta que le traicionaron. —Lucius no tenía duda alguna de cómo se había debido sentir en aquel entonces, pues él estaba pasando por algo parecido—. Prosigue.
—Me llevaron hasta un planeta llamado Carydam, muy cerca de Naastrand, y allí me instruyeron durante casi dos años sobre el culto a Taz-Gerr. Según su teoría, había muchos más seguidores de la serpiente de lo que Lightling y su cúpula quería admitir. De hecho, incluso sospechaban de la existencia de un núcleo bastante importante entre los miembros de Tempestad. Ellos lo conocían como “el círculo de la Serpiente”, y tenían una larga lista de científicos de los que se sospechaba que podían participar. La mayoría de ellos eran nombres cualquiera de gente de bajo rango, pero también había algún que otro miembro de mayor importancia.
—¿Eliaster Varnes? —Quiso saber Kriegger.
Roth asintió con gravedad.
—Siempre sospechamos de él, pero nunca se pudo confirmar —admitió John—. Martin Schezzard, en cambio, era uno de los hombres más buscados. Sobre él se hablaban auténticos horrores.
—¿Pero acaso no eran vuestros aliados? Si compartíais ideología…
—¡No! —Roth rugió la respuesta, colérico ante la simple mención de su posible alianza—. Esos malditos depravados tenían un concepto muy equívoco de lo que es la senda de la serpiente. Para nosotros es un Dios protector, pero para ellos no era más que un montón de teorías y de linajes de sangre con los que experimentar. —Hizo una pausa para sacar la cazuela del fuego antes de que el arroz pudiese llegar a quemarse. Lo acercó al lavadero para que escurriera—. Trataban de descifrar nuestros misterios a través de rituales y experimentos que atentaban contra la vida humana y contra todo lo que alguna vez pudieron llegar a creer. Secuestraban, asesinaban, violaban, traicionaban… eran despiadados, praetor, o como solía decir mi hermano: científicos chiflados. Nosotros únicamente queríamos proteger nuestros secretos… pero ellos querían mucho más. Lo querían todo, y no les importaba tener que vender su alma con tal de conseguirlo. —Roth apretó los puños—. Schezzard y los suyos habían creado una red de laboratorios por los distintos planetas donde se sabía de la existencia de descendientes de Taz-Gerr, y uno de esos planetas era Naastrand.
Mientras reflexionaban sobre aquellas palabras, Roth vertió el contenido de la cazuela en un colador. Amasó el arroz para sacarle toda el agua restante, y una vez seco, repartió la pasta en la que se había convertido en los platos. Lo condimentó con algo de jengibre antes de regresar al salón.
Se acomodaron alrededor de la mesa para poder seguir conversando.
—¿Quiénes son esos descendientes de los que hablas? —Quiso saber.
El perfume del arroz recién hecho se esparció por toda la sala. Kriegger rellenó su cuchara con una buena cantidad, y sin tan siquiera plantearse hacerle algún asco debido a su estridente color blanco, se lo llevó a la boca.
Quizás fuera por el hambre, o quizás porque realmente era bueno, pero le supo delicioso.
—Los descendientes de las familias fundadoras de Mandrágora —prosiguió Roth—. De ellos se dice que son los únicos capaces de descifrar la fórmula de la Serpiente, pero en el fondo no son más que leyendas. O al menos eso era lo que todos creíamos. Lamentablemente, Tempestad tenía otro punto de vista. Uno a uno fue dando caza a todos los descendientes, y los llevaron a distintos laboratorios. Una vez allí fueron manipulados y engañados para que procreasen, y a partir del primero de sus hijos empezaron a crear clones… ¡clones! Santa Serpiente, ¡creían ser capaces de hallar la fórmula de la inmortalidad a partir de su propia sangre! —Roth sacudió la cabeza—. Lógicamente, los experimentos no servían de absolutamente nada. Solo eran niños. Tal fue el fracaso que las investigaciones se detuvieron. Era absurdo seguir adelante… o al menos eso creían los altos cargos. Schezzard, desobedeciendo todas las órdenes, prosiguió con sus experimentos hasta que, tras muchos años de investigación, consiguió lo que nunca antes nadie había logrado. No logró conseguir la inmortalidad, por supuesto, pero sí crear a otro tipo de humano con grandes capacidades mentales.
Kriegger temía saber cuál era su papel en toda aquella historia, pero mucho más descubrir que sabía la respuesta a aquel misterio. A pesar de ello, no resistió la tentación de adivinarlo. Al fin las piezas empezaban a encajar.
—Telépatas.
—Planeta Naastrand, veintiséis años atrás. —Roth asintió con brevedad—. Nacen dos telépatas.
—Sena y Elledan… —A Morten se le escapó la cuchara de las manos al pronunciar sus nombres—. Santo cielo, no me lo puedo creer.
—Enloquecido por su gran descubrimiento, Schezzard partió hacia Venus para informar a sus superiores. Hacía tiempo que estos habían dejado de confiar en él por lo que, cuando relató lo ocurrido, se preparó una expedición para trasladarlos a la sede central. Al parecer querían verlos con sus propios ojos… Afortunadamente logramos intervenir los mensajes y nos adelantamos. Viajamos hasta Naastrand, buscamos el laboratorio Piscis y trazamos un plan para sacar a aquellos críos de allí. —Roth frunció el ceño—. Yo iba a formar parte de ese grupo, pero algo me hizo cambiar de planes en el último momento… alguien en realidad. Berith estaba en el planeta, y decidí ir a verla. Fue entonces cuando descubrí lo que estaba pasando. ¡Tempestad nos había tendido una trampa! ¡Una trampa! Malditos bastardos. Ellos mismos se habían encargado de hacernos llegar la información. —John chasqueó la lengua con desprecio—. Para cuando logré llegar todos mis compañeros habían muerto y los niños estaban a punto de ser apresados. Me costó muchísimo sacarles a tiempo. Lamentablemente, a partir de ahí todo se complicó. Mandrágora estaba muy debilitada así que no tuvimos más remedio que desaparecer una temporada. Yo me llevé a los niños a Titánica, un planeta del sector Sartya, y les di en adopción. Nadie debía saber de su existencia, y para ello debían ser niños normales. Tenían que empezar desde cero.
Por el modo en el que Roth pronunció la frase, Kriegger comprendió que aquel era el final de su historia. Lamentablemente, el praetor necesitaba seguir revolviendo aquellos dolorosos recuerdos. Necesitaba más información y detalles, datos, coordenadas, nombres... Lo necesitaba todo.
—¿Y qué hay de ti? —preguntó Kriegger—. ¿Qué hiciste a partir de entonces? Cuesta bastante creer que tengas casi sesenta años con esa apariencia.
—Imaginaba que me haría esa pregunta. —Roth esbozó una leve sonrisa, pero no apartó la vista de su plato de comida—. Tras dejar a los niños en buenas manos me reuní con mi hermano en el planeta Zarcrio. Él y unos cuantos supervivientes se habían instalado en las afueras de un pueblo minero. Gardemburg creo que se llamaba. Me uní a ellos, y durante una larga temporada colaboré en las tareas de captación de nuevos reclutas. Mandrágora tenía que regresar, y para eso necesitábamos adeptos. Sin embargo, la gente temía demasiado al reino de Lightling. —Roth les dedicó una fugaz mirada llena de nerviosismo—. Veréis, estábamos pasando muy malos tiempos; no conseguíamos reclutas y entre los nuestros empezó a cundir el pánico. —Sacudió la cabeza—. Mi hermano, entre ellos, empezó a desesperarse… y decidió tomar medidas.
Visto el modo en el que su rostro se enrojeció presa de la vergüenza, Kriegger comprendió que aquellas medidas no podían ser buenas. Nada buenas. Morten, por su parte, le dedicó una rápida mirada llena de complicidad, pero no dijo palabra. John necesitaba unos segundos para relajarse y poder narrar detalladamente lo ocurrido así que él se los ofreció.
—Debo decir que yo no sabía nada —prosiguió—. Rob estaba desesperado, y asustado, muy asustado. Precisamente por ello, ante la posibilidad de que Mandrágora acabara desapareciendo por la falta de colaboradores, decidió reunir toda la información que habíamos conseguido a lo largos de los años para empezar nuestra propia repoblación. Tomó a las cinco únicos supervivientes que aún le seguían fielmente y a partir de su propia descendencia inició los mismos procesos de clonación contra los que tanto habíamos luchado. Fue… fue un error.
—Clonación… —Kriegger sacudió la cabeza, decepcionado—. Por un momento llegué a creer en tu Mandrágora, Roth.
—Mandrágora no apoya ese tipo de prácticas, praetor —se apresuró a aclarar—. La clonación va en contra del ser humano y sus libertades… pero la desesperación cambia a las personas, y mi hermano no pudo evitar caer en la tentación.
—¿Y tú qué hiciste? —quiso saber Morten.
—Me lo ocultó el suficiente tiempo como para que, cuando quise intervenir, ya fuese demasiado tarde. Durante aquel periodo Berith contactó de nuevo conmigo. Habían pasado ya unos cuantos meses desde lo de Naastrand y parecía tan desesperada que decidí viajar hasta el planeta Calynda para poder hablar con ella personalmente. Fue entonces cuando se fraguó nuestra promesa.
Promesa.
Había llegado el momento de descubrir la verdad oculta tras aquel repentino rescate.
—¿Promesa? ¿Qué promesa?
—Berith estaba desesperada. Después de lo sucedido en Naastrand tan solo había habido dos supervivientes, y temía por su supervivencia. Esos dos hombres eran ustedes, claro está. Al parecer había cierta información en la que se ponía en duda el interés de Tempestad de mantenerles con vida, y ella, desesperada, decidió acudir a mí. Sabía que si sobrevivían, cosa que aún estaba por ver, intentarían asesinarles, y conocedora que desde dentro no podría intervenir, pidió ayuda a una mano amiga. Lógicamente, yo acepté. Lamentablemente, aquello tenía un coste muy alto. Berith sabía que Tempestad sospechaba de ella; que la vigilaban de cerca. Así pues, para evitar que pudiesen alcanzar aquella información y descubrirme, decidió empezar desde cero.
Kriegger parpadeó con perplejidad al escuchar aquel relato. Hasta entonces los acontecimientos habían señalado a Berith como el enemigo, pero aquella confesión evidenciaba que su comportamiento no era más que la consecuencia de su intento por rescatarles.
—Se sometió al proceso de reinserción social. Todos los recuerdos que os señalaban como posibles víctimas se esfumaron, y el secreto quedó enterrado conmigo. —Hizo un breve alto para tomar aire—. Siempre pensé que fue un precio demasiado alto, pero dudo que ella se hubiese llegado a arrepentir jamás de haber sabido lo que iba a pasar. Sentía devoción por ustedes, y creo que no hay muestra más evidente de ello que lo que hizo.
No lo había.
Durante unos minutos nadie habló. Aquellas palabras habían logrado impresionar tanto a Kriegger y a Ravenblut que necesitarían varios días para asimilarlo. Lógicamente, era un grato descubrimiento, pero a su vez resultaba doloroso saber hasta qué punto había estado dispuesta a sacrificarse por ellos cuando ellos la habían tachado de traidora.
Aquella cuestión les generó un serio dilema moral. Por un lado aceptaban a Berith como su salvadora y apreciaban su sacrificio, pero eso no la eximía de haberles intentado asesinar en varias ocasiones. Lógicamente, la Berith que se había sacrificado por ellos ya no existía, pero resultaba complicado diferenciarla de su nuevo yo cuando, en el fondo, se trataba de la misma persona.
Veinticinco años daba tiempo a que las personas cambiasen mucho, ¿pero tanto? Si Berith les había querido hasta tal punto, ¿cómo era posible que ahora fuese capaz de traicionarles de tal modo? ¿Acaso no había logrado rescatar ningún recuerdo del pasado tal y como ellos habían hecho?
Todas aquellas cuestiones enturbiaban demasiado su sacrificio.
—Fue entonces cuando, al regresar de la reunión con Berith en Calynda, descubrí todo lo que había pasado. Mi hermano trataba de ocultarme lo ocurrido, pero yo no era estúpido. Nunca lo supe, pero creo que una vez finalizado su experimento, tal era la vergüenza que sentía que ni tan siquiera se atrevía a admitirlo abiertamente. De todos modos, ya poco importaba. Lo ocultara o no, el mal estaba hecho, y alguien tenía que detenerlo. Lamentablemente era mi hermano, y aunque acabé descubriendo su laboratorio y a todos aquellos chiquillos, no pude hacer lo que debía. Dejé escapar la oportunidad… y él la aprovechó.
—Ya no se puede confiar en nadie —murmuró Morten por lo bajo.
—Desde luego. Mi hermano me encerró en el interior de una de esas repugnantes cámaras de reinserción durante más de veinticinco años. Afortunadamente para mí, el sistema de alteración de recuerdos no funcionaba, y durante todo aquel largo periodo de tiempo pude ser consciente de lo que sucedía a mí alrededor.
—¿Afortunadamente? —Morten puso los ojos en blanco—. ¡Te has pasado más de veinte años encerrado!
—Peor habría sido despertar sin saber ni tan siquiera quien era, ¿no? —Roth sonrió de medio lado con ironía—. Durante dos décadas y media viví una realidad alternativa al margen de la sociedad, oculto en el interior de un laboratorio abandonado… por suerte, años después, unos chavales me encontraron y liberaron. A partir de entonces inicié la búsqueda de mi hermano. Por desgracia este parecía haberse esfumado.
El crujido del somier de la cama donde descansaba Sena interrumpió la narración. Los tres hombres volvieron la mirada instintivamente al techo, y decidieron pausar la conversación durante unos minutos. Más tarde seguirían tratándolo, pero lo primero era lo primero, y en aquel entonces, Sena era el centro neurálgico.
La crueldad de sus heridas había llevado a Roth a tomar la decisión de sedarla para así poder curarlas mejor; sin embargo ni tan siquiera a base de fármacos había logrado que se relajara. Los cortes eran tan profundos que nada ni nadie parecía ser capaz de consolarla. A pesar de ello, temiendo que la pérdida de sangre pudiese llegar a causarle mayores estragos, Roth cosió los cortes más profundos con delicadeza, limpió las rozaduras y quemadas, y una vez vendadas, decidió dormirla con un potente somnífero.
Las heridas tardarían bastante en cerrarse, pero unas cuantas horas de sueño le sentarían muy bien para recuperarse anímicamente.
Lucius colocó el arroz restante con el tenedor tratando de disimular que ya lo había probado. Al hacer la comida no habían pensado en la posibilidad de que ella pudiese despertar a tiempo por lo que, sintiéndose profundamente culpable, decidió cedérselo. Cogió también una botella de agua. Se pasó las manos por la ropa para alisarla un poco, comprobó su aspecto en uno de los espejos rotos, y subió los estrechos peldaños.
Una vez en el piso superior, atravesó a grandes zancadas el recibidor.
De las tres celdas de las que disponía la planta, únicamente una tenía la puerta cerrada.
Encontró a Sena examinándose las heridas de las piernas. A pesar de poder verlas y tocarlas, Sena no parecía ser capaz de comprender como habían podido llegar todas aquellas magulladuras a su cuerpo. Era como si, en realidad, no lo recordase. Sea como fuera, poco importaba ya. A pesar de que Roth había intentado taparle las heridas con vendas y esparadrapos, ella los había ido retirando por lo que ya no había secreto alguno.
Algo más relajada ante la aparición de Kriegger, Sena se acomodó la única prenda de ropa de la que disponía, una camiseta y se incorporó. A continuación abrió los brazos, dispuesta a recibirle con un abrazo.
—No te levantes.
Kriegger atravesó la sala hasta alcanzar la cama. Pasó el puño de la manga por encima de una mesita llena de polvo sobre la cual dejó la bandeja, y respondió a su saludo con un discreto beso en la frente. Desde lo alto pudo comprobar que los mechones de pelo que había encontrado junto a los bisturíes pertenecían al lateral izquierdo de la cabeza.
A continuación tomó asiento a su lado, obviando por completo el tan deseado abrazo. No obstante, Sena no se rindió. Tomó su mano entre las suyas, como si de un tesoro se tratase, y depositó un rápido beso en el dorso, mucho más cariñosa de lo habitual.
—¿Cómo te encuentras? —Lucius le dedicó una leve sonrisa, incapaz de mirarla directamente a la cara.
—Bien, pero… ¿Dónde estamos? —A pesar de la tranquilidad que la llegada de Lucius había logrado transmitirle, la muchacha se sentía totalmente desorientada—. ¿Qué ha pasado? ¿Y Elledan?
—Estás a salvo, eso puedo asegurártelo. Al parecer tengo amigos hasta en el infierno.
Valdis dibujó una leve sonrisa.
—¿Y sus amigos tienen naves?
—Me temo que no. Ojalá. ¿Qué es lo último que recuerdas?
—Recordar…
Sena se llevó una mano llena de heridas al rostro. Al igual que el resto de su anatomía, la cara había padecido todo tipo de torturas. Tenía los pómulos amoratados, la ceja repleta de cortes y el mentón totalmente rasgado. Por suerte, todas eran heridas superficiales que pronto sanarían. Todas a excepción de una; la peor de todas. Una herida de terrible aspecto situada en el labio inferior que Roth se había visto obligado a sellar con un par de puntos, temeroso de que pudiese llegar a desangrarse en caso de volver a abrirse.
Sería complicado que no le quedase cicatriz.
—Recuerdo la celda… los gritos… la emisaria… Recuerdo…
La mente de Kriegger se nubló al escuchar aquellas palabras. Sena no intentaba transmitir su
malestar, pero al rememorar los últimos días su capacidad telequinética se descontroló, lanzando a la mente de Kriegger horribles imágenes de encierro y tortura.
Antes de que pudiese ir a más, apoyó ambas manos sobre sus hombros.
—Sena. ¡Sena, mírame! —exclamó tras una violeta sacudida. De habérselo permitido, era posible que la mujer hubiese entrado en una especie de trance—. Da igual, ¿de acuerdo? Olvídalo. Estamos fuera de su alcance, y en cuanto podamos, huiremos… ¿Sabes? Hay alguien a quien debes conocer. Creo que te gustará verle, pero antes quiero que descanses un poco más. Mira, te he traído algo de arroz.
Algo más relajado, Lucius volvió la vista atrás para recoger el plato. Por el momento todo estaba yendo bien… o al menos eso era lo que él quería creer. Sena, en cambio, tenía su propio criterio.
—¡John Roth! —exclamó sin tan siquiera molestarse en ocultar la intromisión mental. A aquellas alturas ya poco le importaba tener o no permiso para poder revolver su mente—. ¡No me lo puedo creer! He oído su nombre en varias ocasiones, pero nunca le puse cara.
Kriegger no pudo ocultar su sorpresa. Le molestaba que hubiese vuelto a curiosear en su mente sin permiso, pero tal era la inseguridad que le provocaron sus palabras que, al menos en aquella ocasión, no supo que decir. Era evidente que entre ellos existía un claro nexo de unión, pues al fin y al cabo Roth había sido el encargado de sacarles del laboratorio, pero que supiese de su existencia le resultaba sospechoso. Al fin y al cabo, ¿acaso no habían sido en aquel entonces simples recién nacidos?
Se preguntó cuantas mentiras más tendría que escuchar antes de que decidieran empezar a ser todos sinceros los unos con los otros.
—¡Vaya, arroz! —a pesar de sus esfuerzos por mantener la expresión de agradecimiento, una leve sonrisa de diversión constató que el intento de Kriegger por disimular la evidencia no había surgido demasiado efecto—. Muchas gracias. Tiene… —Dejó escapar una risita aguda—. Bueno, tiene buena pinta.
El último comentario bastó para que Kriegger se sonrojara, profundamente avergonzado. Después de tantos días en tensión, la naturalidad de la situación logró devolverle la normalidad que Tempestad le había arrebatado a su vida.
Por muy diestro que fuese con las armas, Lucius seguía teniendo las mismas dificultades y limitaciones a nivel personal con las mujeres que de costumbre.
—Está bueno, doy fe de ello.
—Claro, claro. —Sena le guiñó el ojo, derrochando la misma dulzura y simpatía que tanto le había gustado de ella desde el primer día—. Siéntese conmigo, praetor. Hablemos de cosas serias. Quiero saber qué ha pasado, ¿se sabe algo de mi hermano?
—Aún no, pero estoy convencido de que estará bien. Adler está con él.
—Sí… y Daga.
Aquella maldad logró arrancarle una sonrisa.
Mientras degustaba el arroz, Kriegger le relató lo sucedido. Su explicación narró todos los acontecimientos desde el ataque a la Valkirie, pasando por la batalla en la que ella no había podido participar apenas y finalizando con su estancia en las celdas. Por el momento prefirió obviar lo descubierto a través de la sesión de “terapia”, pero sí le informó de que había acaecido. De hecho, fue complicado ocultarlo teniendo aún el cráneo afeitado y la nuca totalmente destrozada.
También le habló sobre las visitas de Roth. Lucius los describió como una persona compleja sobre la cual no sabía exactamente qué pensar, pero no dudó en agradecer sus esfuerzos y señalarle como el auténtico cerebro de la operación. Tampoco le habló de su historia; llegado el momento le informaría de sus orígenes y de la evidente conexión que había entre ambos, pero eso sería más adelante, cuando él mismo descubriese quien era en realidad.
Por último decidió narrar el rescate y lo acaecido desde el inicio de la operación. Le explicó los enfrentamientos, los encontronazos y el peculiar modo en el que Roth se deshacía de los cadáveres. También le habló de la magnífica nave que había podido ver en el aeropuerto. Narró con todo detalle todos y cada uno de los disparos, limitándose a hablar sobre los aciertos, nunca sobre los fallos. Describió la sala donde la tenían presa, y por último, que la encontró. Lógicamente obvió en qué estado estaba.
Lamentablemente, el abismal poder telepático de la mujer le informó de todo aquello que Kriegger prefirió pasar por alto. No obstante, a pesar de ello, Sena no perdió la sonrisa durante la explicación.
—Es usted todo un héroe —bromeó visiblemente alegre—. Ya les gustaría a muchos actores haber hecho tantas cosas en tan poco tiempo. Por cierto… —Hundió la cuchara en el plato y la sacó llena de arroz—. Después de lo vivido, es obvio que lo necesita usted más que yo. Además, nunca me gustó robarle la comida a nadie. —Aprovechando los segundos de desconcierto, Sena dirigió la cuchara a su boca y vertió el contenido en su interior cuando este separó los labios. A continuación realizó el mismo proceso con ella misma, probando al fin el delicioso manjar que Roth había preparado—. Se lo agradezco, praetor... de veras. Esta vez sí que creí que era la definitiva.
Intercambiaron una larga mirada cargada de significado ante la cual ninguno de los dos supo exactamente qué decir. Después de todo lo vivido, ambos estaban un tanto desconcertados ante el futuro que les aguardaba a partir de entonces.
—Siempre hay esperanza —exclamó Lucius al ver que la mujer depositaba el plato sobre la mesilla. Al igual que le sucedía a telépata, el praetor había perdido el hambre—. Pero como ya he dicho, esto no ha acabado aún. Tenemos que encontrar la manera de escapar del planeta; no todos los miembros de Tempestad han partido. Hay muchos aún en las calles.
—¿Y qué hay de mi hermano? —insistió Sena por tercera vez—. No nos iremos sin él, ¿verdad?
—Si no es aquí, será fuera, pero lo encontraremos, tranquila. Él está a salvo ahora.
“O al menos eso creo y espero.”
Sena asintió, pero no parecía demasiado conforme. A pesar de ello dibujó la más amable de las sonrisas que fue capaz de mostrar, y durante unos segundos permaneció en silencio, observando con atención su alrededor.
La celda no era un lugar especialmente cálido ni hogareño, pero al menos disponía del mobiliario suficiente como para resultar cómodo y habitable. Un espejo de pie partido, una cómoda carcomida a la que le faltaban los cajones, una alfombra enroscada en la pared contigua… incluso disponía de una mesa que aún conservaba tres de las cuatro patas y un par de sillas.
—Que pintoresco.
—No había nada mejor —se disculpó tras seguir su mirada a lo largo de toda la estancia—. En cuanto podamos iremos a otro sitio, te lo aseguro.
—Ya… bueno, no importa. No está tan mal —comentó poco convencida. De todo lo que le rodeaba, no cabía duda que lo que más le repelía era el agujero en la pared contigua alrededor del cual había cuatro cucarachas muertas—. ¿Y qué va a ser ahora de nosotros?
—Mañana mismo saldré en busca de alguna nave con la que poder escapar. Este planeta no posee ningún tipo de ruta comercial extra-planetaria, pero estoy seguro de que podré encontrar algún comerciante dispuesto a sacarnos a cambio de una buena cantidad de dinero.
—Eso no suena mal… ¿pero tiene dinero con el que poder pagarle?
“Buena pregunta.”
—¿Sinceramente? —Kriegger se encogió de hombros—. No, pero ya encontraré alguna solución. ¿Sabes? Nunca creí que el dinero pudiese tener tanta importancia.
—Como ya dije anteriormente, hasta ahora ha vivido una realidad paralela a la del resto de humanos, praetor. El dinero es básico para nuestra subsistencia, aunque no es tan complicado de ganar como algunos creen. —Sena dibujó una media sonrisa maliciosa—. Cuando no teníamos dinero, mi hermano y yo teníamos que ingeniárnoslas para conseguirlo, y para ello era bastante útil tener mi cabeza. Mañana, cuando usted salga en busca de nave, yo saldré a por dinero.
A pesar de ser una propuesta bastante atractiva; muy atractiva en realidad, Kriegger se negó en redondo. Aunque nunca lo aceptase públicamente, Ravenblut no era el único con arrebatos machistas. Además, odiaba la posibilidad de que pudiesen volver a cogerla. Bastante había tenido que soportar encontrándola en aquel pésimo estado en el aeropuerto como para permitir que se volviese a repetir la escena.
—De eso nada, preciosa. De eso se encargará Morten y John; tú debes descansar un poco y recuperarte. A partir de ahora el camino no va a ser fácil; ya no disponemos de mis hermanos de la Valkirie para protegernos.
—Lo comprendo, pero francamente Kriegger, cuanto antes salgamos, muchísimo mejor. Y no es que no me fie de ustedes… pero en fin, sé cómo funciona el mundo de ahí fuera. Una vez estemos de camino a donde el destino quiera mandarnos, ya tendré tiempo para descansar.
Sus palabras no resultaron especialmente convincentes, pero la sonrisa no le dio opción a dudas. Sena estaba decidida, y como adulta independiente que era, pocas opciones le quedaban para prohibírselo.
No obstante, no descartaba la posibilidad de encontrar alguna.
—Ya veremos.
—Sí, ya veremos… por cierto, Kriegger, le debo una disculpa.
Lucius tuvo que hacer un auténtico esfuerzo para saber a lo que se refería. Su última discusión había sido hacía relativamente poco, pero durante aquellos días habían sucedido tantísimas cosas que el recuerdo de aquel día había caído en el olvido. La plaza, la estatua en forma de serpiente, su abrigo blanco, el modo en el que fruncía el ceño mientras le gritaba… parecía haber transcurrido una vida entera desde entonces.
—No te voy a engañar; es evidente que tus mentiras han complicado bastante las cosas, pero acepto la disculpa. —Embriagado por un extraño sentimiento de unión, Kriegger extendió la mano hasta su rostro y la depositó suavemente sobre la mejilla, obligándola así a que le mirase directamente a los ojos. Necesitaba que le escuchase atentamente—. Eso sí, a partir de ahora van a tener que cambiar las cosas si quieres que esto salga bien. Sea lo que sea que sepas, debes contármelo. No puedo seguir protegiéndoos si no paras de mentir.
Sena depositó la mano sobre la suya y asintió con suavidad, acompañando a su gesto con una dulce sonrisa. A pesar de las circunstancias que les rodeaban, por un instante se permitieron el lujo de fantasear con que estaban solos.
—Lo haré. —Sena separó suavemente la mano de su rostro para depositar un beso en la palma—. Aunque no prometo nada.
La suave presión ejercida por sus labios sobre la piel logró que se estremeciera. Lucius le rodeó la cintura con la mano libre y la atrajo hasta pegar su pecho contra el suyo. Hacía tiempo que no estaba tan cerca de ninguna mujer. Por sus brazos habían pasado otras, pero su recuerdo era tan lejano y la atracción que sentía por Sena tan intensa que ni tan siquiera se planteó lo que estaba haciendo. La deseaba, y la deseaba ahora. Kriegger se dejó llevar por el instinto, y para cuando quiso darse cuenta, ya la tenía sobre sus piernas, con los brazos desnudos entrelazados y los labios unidos en un largo y pasional beso. Deslizó las manos por sus hombros hasta alcanzar la cintura, deleitándose en la curvatura de sus senos. Su piel, tersa y suave, olía a su exótico perfume. Un perfume que le había hecho fantasear desde el primer día.
Por suerte, ahora, teniéndola entre sus brazos y deleitándose del placer de poder besar cada centímetro de su piel, pudo comprobar que la realidad mejoraba a la ficción. Sus besos eran más pasionales, su cuerpo más ardiente, y su carácter mucho más dominante.
Sena le tomó por las muñecas y le tumbó sobre la cama para poder empezar a desnudarle con mayor facilidad. Al igual que él, la telépata estaba tan ansiosa de poder disfrutar del momento de intimidad que ni tan siquiera se planteó la posibilidad de que pudiesen escucharles. Depositó las manos de Kriegger sobre sus propios muslos, se deshizo de la camisa y desabrochó los pantalones.
Con el pecho al descubierto y ansioso por poder quitarle la única prenda con la que cubría su desnudez y poder así disfrutar de sus curvas, Lucius hizo ademán de desnudarla. La camiseta era de un tejido blanco bastante tupido, pero tenía los suficientes agujeros como para poder ver cuánto se ocultaba debajo. La cogió por las mangas, y a punto de tirar de ella, algo captó su atención.
Bajo el umbral de la puerta, con los ojos desorbitados y una expresión de sorpresa en el semblante, alguien les espiaba. Alguien que, sin lugar a dudas, debía haber escuchado todo lo que había sucedido hasta entonces.
—Cielos…
Sena se apresuró a ocultar el pecho medio desnudo tras la espalda de Kriegger. Apartó la mirada mortalmente avergonzada, y durante los instantes que duró la sonora carcajada de Morten, se limitó a maldecir su mala suerte.
Lucius, por su parte, se limitó a tratar de fulminar con la mirada al que decía ser su mejor amigo.
Se lo haría pagar muy caro.
—Ahora entiendo el interés por subir solo. —Morten ensanchó la sonrisa con picardía, exudando diversión por cada uno de los poros—. No quise interrumpir, pero me quedé embobado. ¿Por qué no sigues? Yo también quiero ver que tiene debajo de la camiseta.
—Mort…
—¡Oh, vamos! —exclamó Sena—. ¡Eres un maldito cabrón pervertido, Ravenblut!
—¡Venga ya! No me lo esperaba, en serio… o al menos no contigo, claro. —Sin vergüenza alguna, Morten se acercó a la cama para depositar un sonoro beso en la frente de la mujer—. Me alegro de verte de vuelta, Sena, y más con tan poca ropa. ¿Estás bien?
Sena dudó entre golpearle o abrazarle, pero el sacrificio hecho por Morten días atrás al ocupar el lugar de su hermano y salvarle así de aquel cruel destino decidió por ella. Se puso en pie en la cama y le rodeó el cuello en un fraternal abrazo repleto de agradecimiento.
—Ahora mucho mejor. Muchas gracias.
Depositó dos besos sobre su mejilla derecha.
—Las tuyas, preciosa. —Morten volvió a besarle la cara, en esta ocasión en la mejilla, y cogiéndola a peso, la llevó de regreso al regazo de Kriegger—. Era solo eso… bueno, en realidad no, pero podéis seguir. —Ravenblut rompió a reír de nuevo al cruzar el umbral de la puerta de regreso al recibidor—. Que situación más comprometida. Santo cielo, esto es peor que aquel día en el que Verner nos pilló a Sony y a mí en los jardines…
De nuevo a solas, una rápida mirada llena de complicidad bastó para que ambos decidieran qué hacer. A partir de entonces tendrían mucho tiempo para estar a solas y decidir qué hacer con su futuro.
Disfrutar de aquel momento, en cambio, solo podrían vivirlo una vez.
—Más adelante hablaremos largo y tendido sobre esto, ¿de acuerdo? —prometió Lucius.
—O quizás no. Ya veremos. Sin prisas, ¿de acuerdo? —respondió ella sin perder la sonrisa—. Espera Morten, bajamos contigo.
—Perfecto… —Ravenblut se relamió los labios en un irónico gesto lascivo desde el recibidor—. Os espero abajo.
Aprovecharon los siguientes segundos para disfrutar de una tierna despedida. De haber podido, la habría devorado allí mismo, pero teniendo en cuenta que apenas tenía tiempo, se limitó a besar sus labios.
—Vamos, vístete. Hay demasiadas cosas aún de las que hablar. Además, también quiero oír tu versión.
Las presentaciones fueron algo más tensas de lo esperado. Para John Roth conocer a la que había sido aquella dulce niña que veinticinco años atrás salvó fue más parecido a un castigo que a un premio, y en cierto modo, Kriegger lo comprendía. No podía negar que sentía cierto aprecio por Sena, pues le había salvado la vida y había convivido con ella y su hermano durante cierto tiempo, pero su mera existencia le traía ingratos recuerdos a los que preferiría no tener que enfrentarse.
Mandrágora, la trampa, la traición de su hermano…
De todos aquellos acontecimientos hacía mucho tiempo, pero el haber permanecido veinticinco años atrapado en aquella cápsula había logrado que se convirtiesen en una obsesión de la que jamás podría liberarse. Los recuerdos le perseguirían, y allá donde mirase o viajara, le encontrarían.
Pero que él viviese obsesionado con su pasado no era culpa de Sena, o al menos no directamente.
Se saludaron con simple ademán de cabeza. Él no era lo que ella esperaba encontrar, y seguramente ella tampoco era lo que él hubiese deseado. Lamentablemente, la situación les obligaba a compartir destino al menos por el momento, y eso era algo contra lo que no podían enfrentarse.
Tomaron asiento alrededor de la mesa. Mientras Kriegger y ella charlaban en el piso superior, Morten y John se habían dedicado a freír la carne para que, una vez hechas las presentaciones, pudiesen cenar. Así pues, Roth repartió las piezas de carne poco hechas en cuatro platos, y sin poder evitar disimular la tensión que le producía la presencia de la telépata, se sentó junto a ellos a comer.
De haber habido una pantalla de reproducción, Morten la hubiese encendido en un intento desesperado por llenar el silencio. Por desgracia, dado que prácticamente ningún electrodoméstico funcionaba, se vio obligado a ser él quien charlase. Lucius intentó colaborar en la labor de pacificar el ambiente aportando anécdotas y rumores, pero toda la información anteriormente recibida le impedía pensar con claridad.
A pesar de ello, lo intentó.
¿Sería posible que él hubiese sido uno de aquellos niños nacidos en los laboratorios?
Le resultaba demasiado complicado creer que Tempestad, la mano ejecutora de Lightling, hubiese desobedecido tan gravemente la ley. De haberse tratado de un experimento surgido de los propios miembros de Mandrágora, Lucius ni tan siquiera se hubiese atrevido a ponerlo en duda, pero al tratarse de Tempestad todo era diferente. Precisamente por ello mentiría si dijese que no le sorprendían sus actos. Los asesinatos y las trampas no eran términos comúnmente sinónimos de Tempestad. La venganza, en cambio, sí que era algo muy común entre los miembros de Tempestad, y de hecho, a no ser que se estuviese equivocando de raíz y tras aquellos acontecimientos se ocultase un porque totalmente distinto, sospechaba que era ella la que les había arrastrado a aquel sin sentido.
“Intentan vengarse de nosotros… ¿pero porque?”
A pesar de la gran cantidad de información recibida, Lucius seguía sintiéndose tan vacío como al principio. Agradecía poder saber nuevos detalles de lo sucedido en Naastrand al igual que descubrir los orígenes de los Valdis, pero la falta de datos sobre el auténtico motivo por el cual estaba viviendo aquella crítica situación seguía siendo su gran obsesión.
“¿Pero acaso alguien a parte del enemigo lo sabe?”
Temía estar condenado a no saberlo jamás.
Una vez retirados los platos volvieron a reunirse alrededor de la mesa con un botellín de cerveza entre las manos. Ninguno parecía tener demasiadas ganas de hablar, pero conscientes de que había llegado el momento de sincerarse, decidieron repartir los turnos.
—Ha llegado el gran momento —anunció Lucius consiguiendo así convertirse en el centro de atención—. Como ya le comenté a Sena anteriormente, necesito que hagáis un ejercicio de sinceridad. Nuestro objetivo es detener esto, y para ello necesitamos saber porque nos buscan. Uno a uno confesaréis todo lo que creáis conveniente que sepamos el resto, ¿de acuerdo? John, tú eres el que más información posee sobre el caso así que te pediría que fueses el último.
—Me parece bien. —Aceptó Roth—. Os recomiendo que empleéis toda la información adquirida a través de las sesiones con el parente Devonicova.
—Así haremos.
El primero en hablar fue Morten. Él, al igual que su camarada, había revivido las primeras etapas de su viaje a Naastrand.
Para Morten, aquel viaje había sido un auténtico reto. El incidente vivido durante los entrenamientos unas semanas atrás había convertido aquel viaje en el remedio para su mala suerte, y consciente de ello, llegó más dispuesto que nunca a darlo todo.
Narró con detalle el avance a través de la selva. Mientras que Luc había recordado únicamente la escena con Berith, Morten había revivido una larga conversación con el propio Kriegger en la que discutían sobre lo ocurrido en el entrenamiento. Él trataba de quitarle importancia, pero Morten, convencido como estaba de que había sido una trampa, empezaba a plantearse la posibilidad de que alguien quisiera deshacerse de él. Lógicamente, a aquellas alturas ya no tenía ninguna importancia, pues lo más probable era que fuese un error en el sistema, pero por aquel entonces se había convertido en una auténtica obsesión. Morten deseaba demostrar que era el mejor, y para ello estaba dispuesto a hacer lo que hiciese falta. ¿Y qué mejor oportunidad que aquella?
En sus recuerdos, la moral de las tropas más veteranas no era especialmente alta. Al parecer, alguien había hecho correr todo tipo de rumores en los que se les señalaba como peones de Tempestad, y eso era algo que no había sentado especialmente bien a los bellator. Al contrario. Ya bastante dolidos estaban con tener que servir a aquellos individuos que ni tan siquiera se molestaban en mostrarles el más mínimo respeto como para encima tener que soportar ser considerados sus lacayos.
¡Lacayos!
—Todos amaban Tempestad, pero aborrecían profundamente a sus miembros. Era una situación bastante extraña. Los más jóvenes deseábamos demostrar nuestra valía con el fin de quizás lograr encontrar un hueco entre sus filas, pero los veteranos la rehuían. He acabado entendiendo el porqué con el tiempo, pero por aquel entonces era algo que me sorprendía bastante.
Morten prosiguió relatando su recuerdo. Después de la marcha, la siguiente imagen que había logrado recuperar era la del campamento. Se decía que los miembros de Tempestad habían trabajado durante largas horas para conseguir las coordenadas, pero lo cierto era que Ravenblut apenas les había visto trabajar con los radares. Sí, habían pasado muchas horas reunidos en sus tiendas de campaña, pero según decían los rumores, hablando de otros temas en un extraño idioma desconocido.
Después de escuchar la historia de John, Morten comprendía el porqué: Tempestad había mentido desde el principio. Aquel terrible laboratorio, sede de la maligna Mandrágora, no era más que una de sus tantas instalaciones. ¿Para qué molestarse entonces en buscar unas coordenadas que ya conocían? La fama que les precedía había impedido que nadie llegase a plantearse que era un engaño, pero ahora, visto desde la distancia, todo tenía sentido.
El último recuerdo de Morten coincidía con el de Lucius, y era delante del laboratorio. A diferencia de su camarada, él no le había prestado demasiada atención a la serpiente de piedra de la entrada sino que había preferido escuchar a hurtadillas las palabras que el parente Schezzard les dirigía a sus hombres.
—Él habló de cierta parte del laboratorio. Era un lugar llamado Kinderbett, y al parecer era el de mayor importancia. Varios de sus hombres debían acceder mientras nosotros nos encargábamos de los miembros de Mandrágora. Lógicamente, yo quería un puesto entre sus filas así que me planteé ser yo el primero en llegar a ese lugar. De ahí a hacerlo… —Morten se encogió de hombros—. Puede que lo hiciese, o puede que no.
—Muy posiblemente lo hicieras, convirtiéndote así en enemigo de Tempestad —reflexionó John.
—¿Enemigo porque? —inquirió Sena con sorpresa—. ¿Qué había ahí dentro?
—Algo que Tempestad trataba de preservar a toda costa —respondió el praetor con tristeza—. Un secreto que les hundiría si salía a la luz… maldita sea, ¿es posible que esa sea la razón de todo esto?
—¿Qué es ese secreto? —insistió Sena, desconcertada—. Vosotros lo sabéis… praetor, ¿usted también, verdad? Lo sabe, por supuesto. ¿Por qué no me lo dice? —Sacudió la cabeza con desdén—. ¡Dígamelo! ¿Acaso no pedía sinceridad?
Antes de que pudiese ir a más, Kriegger alzó la mano, autoritario.
—Cuando llegue el momento. El orden ya ha sido impuesto, ahora solo hay que cumplirlo —respondió con tono cortante—. ¿Algo más a añadir, Mort?
A pesar del peligroso cruce de miradas que aquellas preguntas habían provocado, Ravenblut prefirió pasar por alto la tensión y cumplir con las órdenes de su praetor. Apreciaba y comprendía a Sena, pero era mejor seguir el orden marcado.
—No, jefe, creo que no. Puede que ese fuese nuestro crimen, pero no lo sé. Es solo lo que escuché.
—Joder. —Lucius asintió con gravedad—. En el fondo no son más que conjeturas, pero algo es algo. Kinderbett… ¿Qué demonios es Kinderbett?
Todas las miradas se centraron en John Roth, pero este no supo qué responder. En el fondo, aunque Morten y Lucius pensaran lo contrario, él no sabía su significado, ni probablemente lo supiese jamás. Sena, en cambio, sí parecía saber a qué se referían con aquel término, aunque no sabía exactamente el porqué.
—Kinderbett significa cuna.
Mientras que Morten y Lucius se mostraron sorprendidos ante el evidente sentido de la palabra. John, en cambio, frunció el ceño, visiblemente preocupado. La palabra en sí le inquietaba, pero no tanto como el que ella la conociera.
—¿En qué idioma es? —Quiso saber—. ¿Puede ser la antigua lengua muerta de Germania?
—La misma —concedió Sena—. Schezzard lo hablaba a la perfección; nos enseñó bastante. En ciertos momentos lo utilizábamos para que nadie nos comprendiera, aunque admito que quien realmente la dominaba era mi hermano. Pero no cambiéis de tema por favor, ¿que había ahí dentro? ¿Qué es eso tan grave que ha hecho Tempestad?
Todos sabían que Sena podría haberlo descubierto introduciéndose en su mente, pero tal era su temor a descubrir la verdad que ni tan siquiera se lo planteó.
Como respuesta a su pregunta, Morten apartó la mirada y Lucius se cubrió la cara con la mano, temeroso. Jon, en cambio, no se inmutó. Sus ojos estaban cargados de preocupación, pero lo disimulaba a la perfección manteniendo el rictus tranquilo.
—Cuando llegue el momento, John lo explicará. —Lucius quería atrasar el máximo posible aquella gran bomba—. Ahora es tu turno, Sena. Me mentiste en lo de Naastrand, y puede que en muchas otras cosas más. Dime, ¿hay algo más que deba saber?
Sena le mantuvo la mirada. Hasta entonces se había mostrado como la gran manipuladora que era, serena y calculadora, pero los últimos descubrimientos le estaban haciendo cambiar radicalmente. Es más, parecía una persona totalmente distinta. Asustadiza, delicada, débil… ¿sería posible que aquella dura fachada no fuese más que eso? ¿Fachada? ¿Una coraza?
Tratando de mostrarse lo más serena posible, Sena únicamente cruzó los brazos sobre el pecho, adoptando una posición sorprendentemente regia teniendo en cuenta las heridas que marcaban su cuerpo. Tenía muchas cosas que decir, pero ni tan siquiera sabía por dónde empezar.
Su vida había sido un trágico poema hasta entonces.
—Nací en Naastrand hace veintiséis años, pero mis primeros recuerdos son de un tiempo después, en el planeta Titánica. Mi hermano y yo fuimos adoptados por Gregory y Sarya Valdis, profesores universitarios; unas magníficas personas muy respetadas en la comunidad. Él era doctor honoris causa en medicina, y ella licenciada en literatura terráquea. Se habían casado muy jóvenes, pero tras casi cinco años de intentos, no habían logrado tener descendencia. Así pues, cuando nosotros llegamos, nos convirtieron en su más preciado tesoro. —Sena esbozó una sonrisa triste—. Nos querían como a sus propios hijos. De hecho, jamás nos dijeron que éramos adoptados, pero tampoco hacía falta. Desde el principio lo supimos. Mi hermano y yo éramos diferentes, y pronto la peculiar conexión que había entre nosotros empezaron a aislarnos del resto. Éramos las dos caras de una misma moneda. Mi padre acusaba nuestra conexión a que éramos mellizos, pero yo sabía que no era así. Era algo mucho más especial… y de hecho, se demostró cierto día en el que mi hermano perdió la conciencia al caerse desde lo alto de un columpio. En aquel entonces yo estaba con mi padre, ayudándole a recoger unos libros, y caí también fulminada. A partir de entonces, mis padres se dieron cuenta de que algo extraño pasaba entre nosotros, y nos obligaron a mantenerlo en secreto. ¡En secreto! Maldita sea… éramos niños. No obstante lo intentamos, os lo aseguro. Éramos muy felices en Titánica; si hubiésemos podido elegir, nos habríamos quedado allí. Lamentablemente nuestra capacidad fue en aumento. De un día para otro empezamos a comunicarnos sin hablar y, poco después, a escuchar los pensamientos de la gente. Como comprenderéis, nos asustamos muchísimo. Queríamos pararlo, pero no podíamos… al contrario; fue a más. Aprendimos a lanzar nuestras voces telepáticamente a nuestros vecinos.
Sena hizo un alto. En su rostro se había dibujado una media sonrisa, pero su mirada no reflejaba alegría alguna. Al contrario. Aquellos desagradables recuerdos habían quedado grabados en su memoria, y por desgracia, jamás podría olvidarlos.
—Provocamos que cundiera el pánico. Los vecinos no sabían quiénes eran los dueños de aquellas vocecillas que tanto les atemorizaban, pero tampoco les importaba en exceso. De hecho ni tan siquiera se lo planteaban. Querían que acabase, y dado que no podían identificarnos, empezaron a hablar de brujería. Nuestros padres intentaron protegernos, resistiéndose a creer que nosotros éramos los causantes de todo aquel escándalo, pero al final ellos también acabaron sucumbiendo a las habladurías. —Sena se encogió de hombros—. Elledan les confesó lo que tanto temían, y no nos quedó más remedio que irnos.
Durante los largos y tensos segundos que duró el alto, los presentes intercambiaron miradas llenas de curiosidad.
—¿Era lo que deseaban? —preguntó Morten con sorpresa—. ¿Os lo pidieron ellos?
Sena negó con la cabeza, divertida ante la simple posibilidad.
—No, claro que no. Ellos nos amaban y no deseaban perder a sus hijos incluso tratándose de los monstruos en los que nos habíamos transformado, pero nosotros sabíamos que si nos quedábamos les haríamos más daño del ya causado. Así pues, decidimos irnos.
—¿Con qué edad sucedió eso? —Quiso saber Kriegger—. Debíais ser muy jóvenes.
—Nueve o diez años. En el fondo éramos unos niñatos… claro que debo confesar que, para tener esa edad, teníamos la mente bastante más desarrollada de lo normal. De lo contrario nos habría sido totalmente imposible sobrevivir. De todos modos, como ya expliqué hace tiempo, tuvimos cierta ayuda.
Todos asintieron, conocedores de aquel dato. Lucius lo sabía de boca de Sena, y Ravenblut gracias a él. El porqué lo sabía Roth, en cambio, era todo un misterio que pronto descubrirían.
—Cierto. Dijiste que otros telépatas contactaron con vosotros. —Le recordó Kriegger—. ¿Era cierto?
—Sí. Unos meses después de empezar nuestro viaje empezamos a oír voces. Por aquel entonces yo era una niña asustada: creía estarme volviendo loca del todo, pero por suerte me equivocaba. Aquellas voces pertenecían a hombres como nosotros que nos habían logrado localizar gracias a los rumores surgidos en Titánica. A partir de entonces, una vez iniciado el contacto, trataron de ayudarnos desde la distancia. Nos marcaron el camino que debíamos seguir y el modo en el que debíamos actuar para intentar controlar nuestro potencial. Nos enseñaron a aceptarnos tal y como éramos, y nos advirtieron sobre posibles peligros. La gente como nosotros estaba siendo buscada, y ellos trataban de evitar que fuésemos las siguientes víctimas. Por desgracia, sus enseñanzas sirvieron de poco. Sin un maestro a nuestro lado que nos enseñara, todos aquellos esfuerzos no servían para nada más que para confundirnos. Empleaban términos complejos y hablaban de capacidades que nosotros no poseíamos… hablaban de un mundo de posibilidades que nosotros desconocíamos. De nuevo volvimos a sentirnos distintos, y eso provocó que dejásemos de escucharles. A partir de entonces seguimos nuestro camino en solitario.
—¿Nunca intentasteis reuniros con esos telépatas? —preguntó John sin variar un ápice la expresión—. ¿Acaso no os ofrecieron asilo?
Sena asintió con lentitud. Al igual que los recuerdos de Titánica, las voces, advertencias y enseñanzas de los telépatas se habían quedado grabadas en su memoria.
—Lo hicieron, pero nosotros no confiábamos en nadie. La noticia de que la gente como nosotros estaba siendo buscada fue algo que nos impresionó lo suficiente como para decidir mantenernos al margen hasta encontrar a alguien en quien pudiésemos confiar de verdad.
—Y ese alguien fue Tempestad. —Kriegger no necesitó saber más—. Cielos.
A pesar de intentar sonreír por pura cortesía, Sena fue incapaz.
—Así es, praetor. Tempestad nos acogió, y unos meses después de convertirnos en sus prisioneros, Martin Schezzard nos liberó gracias a una avanzada tecnología descubierta por su colega, el Doctor Salvius Dorella… el mismo hombre que logró que no le ahorcasen tras su gran fracaso en Naastrand, y el que nos ayudó a escapar.
—Las fechas concuerdan —intervino John con seguridad—. Dorella fue relacionado con cierto escándalo en Venus hace unos años: imagino que se trataría de vuestra huída.
—¿Qué pasó con él? —Quiso saber Sena—. ¿Le ejecutaron?
Kriegger no estaba demasiado seguro de que fuese adecuado tratar aquel tema en su situación, pues no podían asegurar que no estuviesen siendo vigilados, pero a pesar de ello no interrumpió. En el fondo él también sentía curiosidad.
—Logró escapar a tiempo. Desde entonces le están buscando, pero parece haberse esfumado.
Sena chasqueó la lengua, decepcionada.
—Lástima, él era el confesor de Schezzard. Estoy convencida de que podría habernos dado la información que falta sobre lo ocurrido en Naastrand.
—Eh, eh. —Morten se puso en pie, captando así la atención de todos los presentes—. Si no está muerto significa que aún podemos encontrarle. Si realmente él puede ayudarnos…
—¿Y cómo representa que vas a encontrar a un hombre perdido en el universo? —ironizó John retomando la palabra—. La idea es buena, de eso no cabe duda, pero improbable. —A continuación volvió a fijar la mirada en la telépata—. ¿Podría saber qué pasó con Schezzard, señorita?
—Por supuesto. Le cogieron en el planeta Shiakka. Imagino que le ejecutarían, aunque lo desconozco. Su plan era llevarnos al planeta Thanatos; al parecer allí tenía ciertos aliados que podrían protegernos. Lamentablemente, al ser atrapado nuestros caminos se dividieron. Posiblemente deberíamos haber proseguido con el plan y viajar hasta Thanatos, pero temíamos que pudiesen haberle sacado la información a Schezzard. Quizás ustedes no lo sepan, pero entre las filas de Tempestad existen telépatas como nosotros. A partir de entonces, nuestra vida se convirtió en una huída eterna hasta que despertamos en la Valkirie.
Hubo unos instantes de silencio en los que todos reflexionaron sobre lo ocurrido. Tanta información estaba logrando aportar muchísima luz a su historia, pero también abría un nuevo abanico de posibilidades sobre las cuales debían reflexionar seriamente. ¿Sería el Doctor Salvius Dorella la solución a aquel gran misterio? Kriegger estaba de acuerdo con Morten en que posiblemente él era la clave de toda aquella historia, pero no podía negar que John Roth estaba en lo cierto al decir que sería prácticamente imposible encontrarle.
¿O quizás no?
—¿Es posible que el Doctor Dorella viajase hasta Thanatos? —Kriegger así lo creía, pero deseaba poder escuchar las opiniones del resto para poder contrastar—. Si tan involucrado estaba con Schezzard, lo más probable es que compartiesen aliados.
—Es una posibilidad —admitió John—. Una posibilidad muy a tener en cuenta.
—Me gustaría poder añadir algo más sobre Schezzard, pero el que tenía más trato con él era mi
hermano. Yo simplemente me dejaba llevar. Pero siendo francos, sí es cierto que empleaba de vez en cuando la palabra Kinderbett. Si mal no recuerdo, ese era el nombre del lugar al que iba a llevarnos en Thanatos. Puede que fuese una ciudad, o algún lugar… o quizás no. No lo sé.
Los hombres de la sala intercambiaron una fugaz mirada llena de perspicacia. ¿Sería posible que el mismo Martin Schezzard que les había llevado hasta el laboratorio de Piscis y había liberado a los hermanos Valdis de Venus estuviese planeando proseguir con sus experimentos al margen de Tempestad en Thanatos? ¿O sería simplemente una casualidad? Cabía la posibilidad de que hubiese tomado aquel nombre para bautizar la sala secreta del laboratorio, pero también que fuese al contrario.
Fuera cual fuera la respuesta, aquel detalle tenía mucha importancia.
—¿Algo más a añadir, Sena? —Superada la primera etapa, Kriegger la cogió de la mano tratando de transmitirle todo el calor y apoyo que era capaz de reunir.
Ella respondió devolviéndole el apretón, pero su mirada rápidamente se desvió hasta John. Aún tenía algo que decir, y él era el centro de la cuestión.
Roth, consciente de ello, simplemente aguardó en completo silencio a que la mujer hablase. Se habían conocido en el pasado, pero dadas las circunstancias dudaba mucho que pudiese saber nada de él.
A pesar de ello, esperó ansioso la respuesta a tan peculiar misterio.
—Tu nombre no es nuevo para mí, aunque para ser sincera, no eres lo que esperaba encontrar.
—Esperabas un anciano, ¿verdad? —apuntó él.
—Quizás no tanto, pero sí a alguien más mayor. Puede que sea solo una casualidad, pero llegado a este punto lo dudo. Dime la verdad, ¿eres el mismo John Roth que hace veinticinco años me llevó a Titánica? Sé que suena absurdo, pero ese nombre siempre estaba en la mente de mi padre, y dudo mucho que sea una casualidad. Necesito saberlo. Eres tú, ¿verdad?
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