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Capítulo 16

 

XVI

Lucius despertó con el rostro lleno de escarcha. Tenía la cabeza embotada y la sensación de haber estado perdido en mitad del océano durante horas, pero al menos estaba vivo, cosa que, dadas las circunstancias, no era precisamente poco.

Extendió el brazo más allá de la cama en busca de la botella que Roth le había traído para saciar su sed. No sabía cuándo podría volver a tener oportunidad de probar un poco de agua por lo que la vació de un largo trago. Un poco después, ya algo más recuperado, se puso en pie. Frente a él, la puerta permanecía totalmente cerrada.

Tan cerrada como estuvo la puerta del laboratorio veinticinco años atrás.

“Han pasado veinticinco años, pero ahora puedo verlo como si fuese ayer…”

La operación había sido muy compleja. El objetivo era el lejano planeta Naastrand, una antigua colonia humana apartada de la sociedad de Lightling desde hacía muchísimos siglos donde había presencia de Mandrágora. De Naastrand se decía que era la joya en bruto que Lightling quería pulir, y no se equivocaban. Dotado de grandes bosques y de unos recursos naturales muy ricos a nivel natural y minero, Naastrand era el objetivo que todos deseaban poseer.

Su población, millones de personas repartidas en pequeños núcleos urbanos, seguían a raja tabla la senda impuesta por Lightling, convirtiendo así al planeta en una enorme fortaleza donde el enemigo no tenía cabida. Un enemigo que ellos mismos habían ido erradicando con el paso del tiempo pero que, al parecer, había logrado ocultarse en los bosques de interior.

Su misión era acabar con la última célula activa de Mandrágora del planeta. Para ello, el parente Martin Schezzard hizo llamar a las compañías de Kurt Blane y Rosalie Denya, los más conocidos praetores de la Valkirie, y a veinte parentes menores.

El mero hecho de recordar el nombre del parente le traía centenares de recuerdos a la memoria. En aquel entonces Martin Schezzard había sido un hombre de unos cuarenta años de edad, alto, fuerte y muy decidido. Un hombre que no pasaba desapercibido y al que sus hombres adoraban.

Pero Schezzard no era el parente que la Valkirie había esperado encontrar. Schezzard era un hombre incisivo, de métodos crueles y con una ideología extremadamente retorcida. Una ideología que, aunque mantenía oculta, no tardaría demasiado en revelar al convertir aquella operación en la más autodestructiva y salvaje de todas las ejecutadas por la Valkirie.

“Berith tenía razón… nos estaban engañando…”

Kriegger se estremeció al rememorar una vez más la mirada de ojos huecos de la serpiente. El laboratorio fue localizado con relativa facilidad gracias a los radares. Martin Schezzard transmitió las coordenadas exactas a los hombres de Kurt, y pocas horas después, tras una larga noche de caminata, alcanzaron el claro donde el flamante laboratorio les esperaba tomado por la naturaleza.

“Pero no estaba abandonado. Nunca lo estuvo.”

Recordaba las puertas cerradas, las letras gravadas en la pared de piedra y a sus compañeros. También el entusiasmo de Morten, la preocupación de los más veteranos y las dudas de Berith. Incluso recordaba su propia sensación de malestar al pisar aquel lugar maldito.

Pocos días antes, Morten había caído inconsciente durante uno de los entrenamientos de supervivencia. Lucius no recordaba haber estado a su lado cuando sucedió, pero sí cuando, unas horas después, despertó vociferando y mal diciendo a los mil infiernos. Hablaba de una serpiente; una serpiente que le había hundido hasta el fondo del lago y le había intentado ahogar.

Una serpiente de ojos rojos…

Nadie nunca le hizo caso. En la recreación del programa noventa y tres los lagos no estaban poblados por lo que todos creyeron que había mentido en un intento desesperado por preservar su buena fama. Lucius, entre ellos, no lo creyó. De hecho, el único que le creyó fue Kurt Blane, hijo de su por aquel entonces actual praetor y futuro heredero del título.

Lamentablemente, su teoría conspirativa carecía de sentido alguno.

“Pero si ahora repasásemos los datos de aquella recreación estoy seguro que saldría a la luz que fue manipulada, tal y como pasó en Stintos II.”

Kriegger deseó poder proseguir avanzando en la historia de Naastrand, pero su memoria se lo impedía. Cada vez que alcanzaba las puertas del laboratorio hallaba una inamovible muralla en su mente, y por mucho que intentaba bordearla, no servía de nada. A pesar de ello, Kriegger estaba convencido de que tenía que haber algún modo de lograr acceder a esos recuerdos, y ni tan siquiera la posibilidad de acabar falleciendo en el intento le detenía.

Se agachó para inspeccionar la comida que le habían traído horas atrás. A simple vista parecía una sopa fría de verduras de la que emanaba un pestilente hedor y un poco de pan duro. Todo un festín.

Mientras comía, Lucius pensó en el emisario. Según sus propias palabras había trabajado para Berith, pero por alguna razón Lucius era incapaz de recordarle. ¿Sería posible que fuera el único de toda la nave al que no recordase?

Empezó a barajar la posibilidad de que le hubiese mentido. Los hombres de Berith eran tan misteriosos que ya no sabía qué pensar.

“Berith…”

Pensar en la praetor le ponía el vello de punta. Según sus recuerdos, era ella la que desconfiaba de Tempestad antes incluso de que ellos lo hicieran. De hecho, tal era su desconfianza que había logrado incluso transmitírsela. Pero entonces, si realmente ella era la auténtica enemiga de Tempestad, ¿cómo podía haber acabado cambiando de bando? Y lo que era peor, ¿tanto habían cambiado sus sentimientos como para pasar de amarlo a prácticamente odiarlo?

Quizás no le odiase, pero sí había colaborado en el intento de asesinato, y eso era lo suficientemente revelador como para que Kriegger empezase a tener serias dudas existenciales. ¿Habría sido todo un engaño desde el principio?

Veinticinco años eran demasiado tiempo. Durante los trece años que le habían mantenido en inactivo podían haber pasado miles de cosas, y más teniendo en cuenta que nadie creía que fueran a despertar después de tanto tiempo.

Unas horas después, Kriegger estaba ejercitando los músculos a base de abdominales sobre el gélido suelo de hielo cuando la puerta volvió a abrirse. En los últimos tiempos había ido recibiendo visitas de distintos personajes, pero ante todos reaccionaba del mismo modo: sin moverse y en completo silencio.

En aquella ocasión nada fue distinto. Kriegger aguardó en silencio a que la puerta se abriese lateralmente, y una vez el visitante irrumpió en la sala, se limitó a seguirle con la mirada.

John Roth, con el rostro oculto bajo el mismo casco que en el resto de ocasiones, le tendió la mano para ayudarle a que se incorporase.

Kriegger podía culparle de muchas cosas, pero no cabía duda de que aquel hombre le estaba tratando bastante mejor de lo que esperaba. Es más, se estaba portando demasiado bien. Sospechosamente bien…

Aunque todo apuntaba a que le estaba manipulando, Kriegger quiso pensar que, en realidad, aquel trato se debía al respeto que todos los bellator de la Valkirie profesaban a los praetores.

—Me alegro de ver que se encuentra mejor  —dijo tras ayudarle a incorporase—. ¿Cómo tiene la cabeza?

—En su sitio, que ya es mucho decir. —Una vez en pie, Lucius se dejó caer pesadamente en la cama—. ¿Me trae buenas noticias, señor Roth? ¿O una soga para que me ahorque?

Roth le dedicó una amplia sonrisa de dientes blancos.

—Lightling me libre, praetor. Le traigo noticias, sí, pero no sabría cómo clasificarlas —Roth hizo una breve pausa—. Verá, la Nereida ya está aquí, y en breves horas se iniciará la…

—¿Nereida? —Kriegger no pudo evitar la interrupción—. ¿Qué es la Nereida?

—La nave de la parente Arianne Razor, praetor —resumió escuetamente—. Como le decía, en pocas horas iniciaremos el embarque así que le proporcionaremos ropa limpia y la posibilidad de darse una ducha si así lo desea.

La simple idea de poder asearse logró arrancarle una sonrisa. No era la primera vez que se veía obligado a pasar tanto tiempo sin asearse, pues en otras ocasiones había resultado totalmente imposible, pero mentiría si dijese que era algo que le gustase.

—Le recomiendo que sea cauteloso con las heridas, praetor —aconsejó el emisario—. Los chorros de agua a presión podrían dañarlas seriamente.

A pesar de la alegría inicial, Kriegger no pudo evitar que el recuerdo de los suyos acudiese rápidamente a su memoria.

Dudaba mucho que fuera a ser el único en dejar el planeta.

—¿Y qué hay de mis compañeros? —Quiso saber.— ¿Ellos también embarcarán?

—Efectivamente. Por favor, acompáñeme. Únicamente dispondrá de diez minutos así que le recomiendo que aproveche el tiempo lo mejor que pueda.

Las instalaciones no estaban especialmente bien cuidadas, pero el placer de poder disfrutar de una ducha de agua caliente era tan satisfactoria que ni tan siquiera se inmutó cuando, al presionar el botón del agua, encontró gruesas telarañas. Tampoco le importó que hubiese verdín en el suelo, ni una desagradable película de suciedad sobre las paredes blancas. De hecho, ni tan siquiera se inmutó cuando una rata se cruzó en su camino. La apartó de una patada y siguió caminando tranquilamente por el sucio suelo hasta alcanzar las cápsulas donde estaban integradas las duchas. Una vez dentro activó el agua caliente y disfrutó como nunca de poder volver a sentir calor en el cuerpo.

¿Sería posible que hubiese olvidado aquella sensación de bienestar?

Kriegger estaba convencido que no exageraba asegurando que sí.

Giró el mecanismo de la manguera para que le apuntase directamente a la cabeza, y durante casi diez minutos permaneció bajo el agua, deleitándose de la impagable sensación de bienestar que le producía volver a sentir calor.

Y habría seguido así durante al menos una hora más de haber podido. Lamentablemente el tiempo apremiaba, y la entrada de una segunda persona en los vestuarios le hizo volver a la realidad. Kriegger presionó el botón de apagado, se secó la cara y el pecho con una toalla de color verde deshilachada que le habían prestado, y una vez atada a la cintura, salió al exterior. Para su sorpresa, en el otro extremo del vestuario y a punto de empezar a desprenderse de su maltrecho uniforme, encontró a un Ravenblut con el cráneo totalmente afeitado y el rostro hinchado por las heridas.

Tardó unos segundos en reaccionar.

—¿¡Mort!? —Ni tan siquiera se había dado cuenta de que había empezado a avanzar hasta que los brazos musculosos de su bien amigo le rodearon por el cuello—. ¡Demonios! ¡Mort!

Se fundieron en un largo y cálido abrazo cargado de amor fraternal. Al igual que Lucius, Morten había sufrido una larga sesión de tortura que le había demacrado notablemente, pero el reencuentro había logrado que sacase la poca fuerza que aún le quedaba.

Morten le plantó un sonoro beso en la calva tras darle un par de palmadas en la espalda.

—¡Demonios, Luc! ¡Pero qué feo estás! Tienes que dejarte crecer el pelo.

—Gracias hombre, tú también estás genial.

Tras la alegría inicial, Kriegger le guió hasta uno de los maltrechos bancos de madera donde poder charlar con algo más de calma. Se acomodaron el uno junto al otro, y ya algo más tranquilos, se examinaron mutuamente las heridas. Tal y como Kriegger había temido, el destrozo provocado en su nuca era tan descomunal que dudaba mucho que ni tan siquiera los años pudiesen llegar a curar aquellas heridas. Cortes, incisiones, extracción de piel, puntos, quemaduras, rozaduras…

El mero hecho de imaginar cómo debía tener él la herida le provocó nauseas.

—¿Estás bien? —preguntó al fin, aunque conocía perfectamente la respuesta. A pesar de ello, Morten asintió.

—Por supuesto. Van a tener que hacérmela mucho más gorda para matarme.

—Mort…

—En serio, Lucius. Estoy bien —A pesar de saber que estaba mintiendo, no le contradijo—. La que realmente me preocupa es Sena; las mujeres no acostumbran a tener tanta resistencia.

Aquel arranque de machismo tan propio de Ravenblut logró arrancar una sonrisa. Podía comprender que pudiese llegar a decirlo sobre resistencias a nivel físico, pero tratándose de daño psicológico le costaba creer que pudiese llegar a creer tal estupidez. Lo más probable era que, mientras que ellos habían pasado horas lloriqueando de dolor, ella ni tan siquiera se hubiese inmutado, acostumbrada ya a aquel tipo de tortura.

—Sena ya ha pasado por esto anteriormente Morten; de ahí su afán por escapar.

Ravenblut frunció el ceño, casi tan sorprendido como avergonzado por no conocer aquel dato con anterioridad. Se podría haber excusado asegurando que no lo sabía, pero teniendo en cuenta que todos conocían su historia, resultaba bastante revelador que ni tan siquiera se hubiese molestado en planteárselo.

A partir de entonces procuraría estar un poco más atento.

—Tenemos que escapar de aquí, Luc —dijo al fin—. Tiene que haber alguna manera. Hay un tipo que quizás pueda ayudarnos… un emisario. Dice que en pocas horas partiremos.

—¿John Roth?

Era un nombre común, pero a la vez muy característico. Posiblemente habría millones de John Roth en todo el universo, pero ambos sabían perfectamente a quien se referían cuando pronunciaban aquel nombre.

—¡El mismo!

—Era uno de los hombres de Berith, o al menos eso dice. Parece buen tipo, pero no te dejes engañar. Si trabaja para Tempestad, es el enemigo.

—Me ha ido filtrando información sobre vosotros; me aseguró que estabais bien, y veo que no me ha mentido. De todos modos, estoy contigo; no confío en él del todo. Hay algo que no me gusta.

Una llamada de atención en forma de golpe en la puerta recordó a Kriegger que su tiempo había acabado. Se apresuró a recoger el uniforme del banco donde lo había dejado anteriormente, y mientras se vestía a toda prisa, prosiguió conversando.

—El embarque es nuestra única oportunidad. Estoy casi convencido de que estaremos separados así que haz todo lo que puedas por escapar. Yo haré lo mismo.

—¿Y qué hay de Sena?

Sena, su querida y amada Sena. El mero hecho de imaginar poder escapar dejándola a ella atrás le revolvía el estómago. Lamentablemente era una opción que muy probablemente se diera si no era capaz de encontrar el modo de escapar por sí misma.

—Intentaré sacarla. De todos modos, si se cruza en tu camino, ayúdala. De lo contrario preocúpate solo por ti.

—¿Y si tú tampoco puedes?

—Ni te lo plantees. Ahora tengo que irme... recuerda, es nuestra última oportunidad.

Después de la rápida ducha, John y sus dos guardias llevaron a Lucius de regreso a su celda. Una vez allí, las dos enormes moles armadas se encargaron de esposarle mientras que Roth atendía a las últimas órdenes de Berith a través de un comunicador implantado en el cuello.

Oculto en el interior del oído, Roth llevaba injertado un pequeño auricular a través del cual la voz de Kirsch hablaba con la suficiente fuerza como para que incluso Lucius pudiese escucharla.

Escuchó que hablaba sobre la Nereida, sobre la parente, y sobre la operación Inixxya.

Ya con las manos atadas a la cintura y con las dos armas de los guardias apuntando a su nuca, John le guió fuera de la celda. Tal y como había presentido la primera vez que salió, los pasillos eran amplios y cavernosos, de paredes de piedra y puertas de metal ocultas en la oscuridad que envolvía todo el corredor. Encerrados en sus celdas, Kriegger calculaba que había al menos treinta personas más, pero el sistema de retención de las paredes los mantenía tan en silencio que tan solo podía escuchar su propio corazón al avanzar. También escuchaba el chapoteo de sus botas al pisar las finas láminas de agua que había sobre el suelo de hielo, la respiración cada vez más jadeante de sus acompañantes y la continua conversación que ahora mantenía Roth con Berith en otro idioma.

Atravesaron todo el pasillo con paso firme hasta el elevador. Roth presionó con sus manos enguantadas el botón de llamada, y convertidos en cuatro estatuas, aguardaron en completo silencio mientras el motor de la máquina chirriaba ruidosamente más allá de las puertas de metal.

Kriegger se tomó la libertad de espiar a los guardias a través del reflejo del metal. La luz que iluminaba el pasillo era muy tenue, pero lo suficientemente potente como para poder ver que, más allá del visor del casco, los guardias sudaban copiosamente.

¿Sería por ello que jadeaban de tal modo?

Apostó por algún tipo de problema en el sistema de refrigeración de las armaduras.

Segundos después, las puertas del elevador se abrieron lateralmente. Los cuatro entraron en la cabina, y una vez dentro, Roth presionó el botón de destino.

A diferencia de la otra vez, en esta ocasión empezaron a descender.

Kriegger empleó de nuevo el metal de las paredes para poder ver más allá de los visores. Uno de los guardias parecía padecer algún tipo de extraño tic nervioso en los ojos mientras que el otro, totalmente blanco y con el rostro contraído en una mueca de angustia, trataba de mantener la compostura lo mejor que podía.

Mientras tanto, a su lado, Roth seguía charlando tranquilamente con el rostro al descubierto, totalmente al margen de lo que sucedía a su alrededor.

La cabina descendió casi cinco pisos antes de detenerse bruscamente. Las puertas se abrieron, y el cuarteto salió a un pasillo de paredes de metal totalmente iluminadas gracias a grandes globos lumínicos colgados de los techos.

Allí encontraron a más gente.

Durante su avance, Kriegger se cruzó con más de veinte personas uniformadas de blanco. La mayoría de ellos eran hombres parecidos a los guardias que les acompañaban, pero de vez en cuando también se podía ver a algún que otro civil proclamando a gritos su inocencia mientras que era arrastrado en contra de su voluntad.

Al tratarse de un edificio propio del gobierno de Démeter, Lucius no encontró ningún tipo de decoración conmemorativa de Tempestad en las paredes. En vez de ello vio algún que otro estandarte medio oculto donde una enorme serpiente de colmillos afilados como agujas y ojos rojos devoraba un planeta azul.

John se adelantó unos pasos antes de alcanzar la última puerta del corredor. Intercambió unas cuantas palabras con la pareja de guardias que custodiaban el lugar, y una vez mostrada su identificación, estos se apartaron para dejarles pasar. Al otro lado de la puerta de metal les esperaba un largo corredor acristalado a través del cual se podía ver las naves de transporte que les llevarían hasta la Nereida. La mayoría eran pequeñas naves de color violáceo y forma de navaja con dos potentes motores en la parte trasera, pero de vez en cuando se podía ver también alguna que otra nave de transporte privado. En concreto, Kriegger no pudo evitar detenerse totalmente fascinado ante la aparición de un impresionante ejemplar de color dorado. Aquel modelo, uno de los más buscados en todo el universo, había sido diseñado por un artista terrícola y contaba con uno de los motores más potentes y rápidos de toda la galaxia. Lamentablemente su coste era tan elevado que Kriegger tan solo había podido soñar con ella hasta ahora.

—Impresionante, ¿eh? —Roth dio por finalizada su conversación con su superior—. La última unidad del modelo JL5600 fue producida hace ya cinco años. Es una pena que Tempestad no me pague mejor.

—Siempre quise tener una joya como esa en mi poder —admitió Kriegger.

—¿Sabía que puede alcanzar hasta los quinientos kilómetros por hora en atmósfera? —John ensanchó la sonrisa—. Doscientos más que los PO5100 de Spectrum, y cien más que los PO5200 de Tempestad… deberían empezar a modernizarse un poco.

A sus espaldas, los jadeos de los guardias eran ya tan evidentes que, poco a poco, empezó a abrirse una brecha entre ambas parejas.

Roth apoyó de nuevo la mano sobre la empuñadura de su arma al ver que los guardias se rezagaban.

—Vamos malditos cabrones. No tengo todo el día; Kirsch empieza a inquietarse.

Unos cuantos metros más adelante los laterales de los pasillos empezaron a llenarse de salidas a las pasarelas de carga. Algunas estaban siendo utilizadas para el traslado de enormes cajas cerradas herméticamente. Otras, en cambio, estaban destinadas para el embarque de pasajeros.

Durante su avance, Kriegger pudo ver a unas cuantas familias hacer cola tras algunos de los mostradores situados junto a las salidas. Lo que en principio le había parecido un ala más de la prisión era en realidad un aeropuerto de carga de uso privado.

Antes de alcanzar el final del corredor, se cruzaron con más de cien personas. Algunos de ellos eran nobles acompañados por sirvientes que se dirigían a sus propias naves probablemente para hacer un largo viaje por el planeta. Otros tantos, sin embargo, eran familias de refugiados a los que la falta de trabajo les había obligado a trasladarse a otros lugares.

Lamentablemente, la mayoría eran de miembros de Tempestad que iban y venían.

Una vez atravesado el pasillo, Roth y los suyos se internaron en una amplia sala de espera dividida por tabiques móviles en distintos salones donde aguardarían su turno. Kriegger entró en el tercero cumpliendo con las órdenes del emisario, y una vez dentro, se acomodó en uno de los sillones.

Tras ordenar que cerrasen la puerta, Roth se sentó frente a Kriegger en otro sillón.

Un androide con forma humana oculto en las sombras de la sala se apresuró a traerles un par de copas de vino dulce mientras disfrutaban de las vistas. Más allá del ventanal, los pasajeros embarcaban en sus correspondientes naves tras un largo viaje a través de las rampas de acceso.

—Magnífico —comentó Roth tras darle un breve sorbo a la copa—. Una gran cosecha, ¿podría hacerme el favor de llevar un par de copas a la sala contigua? Apuesto a que al señor Ravenblut le encantará.

A pesar de sospechar que su camarada había sido descubierto, Lucius no pudo ocultar su decepción. Se humedeció los labios con el vino, consciente de que muy posiblemente le intentasen suministrar algún tipo de tranquilizante a través de la bebida, y volvió a dejar la copa sobre la mesa de cristal.

El sistema de refrigeración integrado en esta provocó que la superficie se calentara ligeramente, consiguiendo conservar así la temperatura perfecta del licor.

—Respóndame a algo, señor Roth. ¿En qué lo notaron? ¿En la edad o en los ojos? —Sus labios se curvaron en una media sonrisa cargada de malicia—. ¿O quizás en la tarjeta identificativa?

Roth sonrió sin humor. A pesar de que hasta entonces se había mostrado bastante receptivo e, incluso, conspirador, aquel comentario logró irritarle.

—No he conocido a demasiados hombres con un aspecto tan peculiar y similar como ellos —admitió—. Debo felicitarles, el plan fue bastante bueno. Si lo que querían era complicar la operación, lo lograron, pero solo temporalmente.

Uno de los guardias se tambaleó. Bajo el visor su rostro estaba totalmente colorado y muy sudoroso.

Su camarada tuvo que tenderle una mano para ayudarle a mantenerse en pie.

—Maldita sea, ¿por qué me tocan a mí siempre los más inútiles? —exclamó Roth airado—. Disculpe la incompetencia, es evidente que las filas de Tempestad ya no son lo que eran anteriormente.

“¿Anteriormente?”

Kriegger fijó la mirada en los ojos verdes del joven, y en ellos creyó ver un brillo apagado que tan solo la experiencia ofrecía a los hombres. Una experiencia que no le correspondía en absoluto teniendo en cuenta su apariencia… al menos real.

Aquel hombre bien podía tener cien años que veinte.

“¿Cuánto tiempo te han tenido encerrado, Roth?”

Algo pitó en la sala. Fue un sonido débil y casi inaudible, pero Kriegger logró reconocerlo de inmediato. Era una señal muda. A continuación Roth se puso en pie. El emisario lanzó un rápido vistazo a su reloj, y haciendo gala de unos reflejos y una velocidad sin par, desenfundó sus pistolas y descargó dos rápidos dispararos. Las agujas eléctricas atravesaron la sala, y rompiendo los visores ópticos a su paso, estrellaron las cabezas de los dos guardias contra la pared.

Inmediatamente después ambos guardias cayeron fulminados entre espasmos y escupiendo espumarajos.

—Es la hora —anunció pletórico tras liberarle de sus cadenas.

Roth saltó por encima de la mesa con gracilidad, y sin mostrar ápice de piedad alguno, se agachó junto al primero de los cadáveres para empezar a desvestirle.

Lucius tardó unos segundos en reaccionar. La sangre aún resbalaba por la pared contigua cuando Roth empezó a profanar los cadáveres.

Le lanzó los restos de casco que aún le quedaban al cadáver.

—Rápido praetor, póngaselo y ayúdeme con la armadura.

Lucius giró el casco entre las manos. En su interior la sangre embadurnaba de carmín todo el relleno de cuero y metal.

Creyó verse reflejado en ella.

—¿De qué demonios va todo esto? —balbuceó—. ¿¡Quién… quién demonios eres!?

Como respuesta, Roth se apresuró a apartarse de un tirón el cuello del mono. Grabado en tinta verde fluorescente una serpiente de ojos de fuego rodeaba su garganta.

Lucius desorbitó los ojos.

—¡Taz-Gerr…! ¡Tú…! ¡Tú perteneces a Mandrágora!

—¿En serio, jefe? —Roth se apresuró desabrocharle al cadáver las cinchas de la pechera ocultas bajo el brazo—. ¡Vamos! ¡Póngase el casco! ¡Joder! ¡Póngaselo! ¡No hay tiempo!

Lucius obedeció. Hundió la cabeza en el interior del casco, pero incluso antes de poder abrochárselo, Roth ya le estaba pasando la pechera acolchada.

—¿Quién te envía?

—Basta de preguntas, praetor. Esto va a ser complicado así que cállese de una maldita vez y obedezca. Póngase la armadura y no hable. A partir de ahora yo me encargo de todo.

Lucius y John arrastraron los cadáveres hasta el interior de la sala, y una vez ocultos tras los sillones, el emisario sacó de un bolsillo interior de su uniforme un pequeño frasco lleno de líquido verde. Desenroscó el tapón con la punta de los dedos, e instando a Kriegger a que retrocediera, lanzó el contenido sobre ambos cuerpos.

Segundos después estos empezaban a deshacerse dejando en su lugar una desagradable y maloliente mancha color carne.

Roth pasó por encima de ellos sin inmutarse. Planchó ligeramente el uniforme de Kriegger con las manos, y ya juntos y preparados, salieron al exterior. Más allá de la puerta el pasillo se mantenía en completo silencio.

Pasaron por un par de salones vacíos sin detenerse. Alcanzado el tercero, sacó sus dos pistolas.

Un par de pasos por detrás, Kriegger alzó su fusil robado.

Al otro lado del umbral de la puerta, alguien hablaba…

Pero la conversación no se alargó en exceso. Roth abrió la puerta de una patada e irrumpió en la sala descargando dos rápidos disparos. El primero se estrelló contra el primero de los guardias, el cual estaba apostado junto al marco de la puerta, pero el segundo se perdió en la sala. El blanco, el cual hasta entonces había estado en pie junto a una mesa central, se lanzó al suelo, y desde allí respondió con dos disparos. John se lanzó también al suelo, a escasos pasos de donde Morten se había ocultado, y gateó hasta alcanzar el sillón. Oculto en el otro extremo, el otro emisario volvió a disparar tres agujas.

—¡Hijo de perra traidor! —gritó desde detrás de su casco—. ¡Sabía que no podíamos confiar en…!

Un disparo a quemarropa a través del sillón le hizo callar. El cuerpo se estrelló de espaldas contra la pared, y justo cuando John se incorporaba, el segundo guardia se abalanzó sobre él desde detrás de la puerta.

Kriegger, que hasta entonces había permanecido quieto bajo el umbral de la puerta, no necesitó más que presionar el gatillo para que este se derrumbara sobre Roth, arrastrándole consigo al suelo.

—¡Joder! —exclamó Morten con perplejidad mientras Kriegger entraba y cerraba la puerta—. Menudo rescate.

—Vístase, bellum —le ordenó Roth mientras salía de debajo del pesado cuerpo del guardia. La herida del bellum le había embadurnado de sangre el uniforme y la cara, pero a John no parecía importarle en exceso—. No tenemos tiempo que perder.

De nuevo un suave y leve pitido marcó su marcha. Roth respondió a la señal muda con un leve “allá vamos”, y lanzó otro de los frascos verdes contra los cadáveres con el mismo escalofriante resultado. Segundos después, los tres salían de nuevo al pasillo conformando una nueva escolta que, pasando por alto la falta de visor de uno de los guardias y las manchas de sangre del emisario, nada tenía que envidiar al resto.

El silenciador de las armas había impedido que los disparos alertasen al resto de usuarios de los salones, pero Kriegger suponía que el hedor de los cadáveres descompuestos no tardaría demasiado en captar su atención.

Tenían que apresurarse.

Atravesados todos los salones, descendieron unas estrechas escaleras de servicio. En la parte inferior les aguardaba un pequeño recibidor decorado con una enorme planta artificial de hojas azules y monstruosas flores violetas donde una pareja de guardias hacían su turno de vigilancia.

Lucius no pudo evitar que el temor le atenazara las piernas cuando Roth atravesó la sala a grandes zancadas. Alcanzó a los bellator que custodiaban la puerta con normalidad, y sin tan siquiera inmutarse ante sus miradas de sorpresa debido a las manchas de sangre del uniforme, les mostró las identificaciones.

Los guardias intercambiaron una rápida mirada cargada de perplejidad.

—¿Qué le ha pasado, emisario? —preguntó uno de ellos—. ¿Es sangre?

—¿Sangre?

Roth fingió no haberse dado cuenta. Lanzó un exabrupto al ver las manchas, y llevándose las manos a la cintura en busca de un pañuelo con el que limpiarse, desenfundó sus pistolas. Inmediatamente después dos disparos certeros en la pechera estrellaban a los dos guardias contra la pared.

Si lo que querían era pasar desapercibidos, resultaría complicado dejando cadáveres por todas partes.

—Tanta inteligencia me abruma. —Roth enfundó sus pistolas eléctricas y se agachó para cargar el primero de los cuerpos—. ¡Ayudadme!

Arrastraron los cuerpos hasta el interior de la maceta. Una vez dentro, Roth vertió otro de sus frascos verdes antes de retomar la marcha.

—Este tío es un carnicero —murmuró Morten.

Más allá de la puerta, un auténtico entramado de celdas, salones, pasillos y recibidores les esperaban. John les guió con tranquilidad, deteniéndose a saludar y charlar de vez en cuando con algún que otro guardia. Aquel tipo; aquel extraño y perturbador hombre resultaba tan siniestro que ninguno de los dos guerreros se atrevían a decir palabra. Al contrario. Simplemente le seguían, asustados.

Quince minutos de auténtico infarto a través de las inacabables instalaciones del aeropuerto después, alcanzaron unas escaleras que descendían por debajo del nivel de tierra. Roth saludó a un par de bellas muchachas del servicio de mantenimiento cuando se cruzaron con ellas por las escaleras, y alcanzada la primera planta, se adentraron en un sombrío corredor con las paredes revestidas con todo tipo de imágenes de Lightling.

Desde el punto de vista de los habitantes de Démeter, la Suprema era una bella joven de larga cabellera rubia que cabalgaba sobre un caballo blanco alado. Lamentablemente la verdad distaba mucho de aquellas idílicas escenas en las que cabalgaba por el universo venciendo a jaurías de enemigos procedentes de más allá de las estrellas. Los únicos que combatían al enemigo eran las flotas como Spectrum mientras que ella, tuviese el aspecto que tuviese, pues hasta entonces nadie la había visto, se mantenía oculta en el Sistema Solar, al margen de toda posible amenaza.

Antes de seguir avanzando, Kriegger necesitó hacer una pausa para reafirmarse. Hasta entonces solo había dejado de creer en Tempestad y en Spectrum, pero poco a poco incluso ella empezaba a perder significado para él. Quizás fuesen las palabras de Berith en el recuerdo de Naastrand, o quizás su propio instinto, pero la devoción y respeto que antes le había profesado empezaban a desvanecerse.

Morten captó su atención. A pocos metros por delante, Roth se había detenido frente a una puerta oculta en la oscuridad.

Les instó a que se acercasen.

Juntos de nuevo, decidió llamar a la puerta con los nudillos.

Una bella mujer vestida con el mismo uniforme de emisario que él abrió la puerta. Por la expresión de sorpresa de su cara, Lucius supuso que ella no formaba parte del plan. Los dos emisarios intercambiaron unas cuantas palabras, y al fin ella les dejó entrar…

Y una vez se cerró la puerta, tan solo diez disparos bastaron para dar al traste con la paz.

Roth descargó el primer disparo a quemarropa sobre la cabeza de la mujer, lanzándola por los aires con el rostro desfigurado por la descarga eléctrica. A continuación disparó a un guardia apoyado en la pared con el rostro oculto bajo el casco.

El tercero disparo no alcanzó a su objeto. El guardia rodó por el suelo ágilmente esquivando la aguja, y tras impulsarse con las piernas para volver a incorporarse, respondió a Roth. Los disparos atronaron en la sala, pero este ni tan siquiera se inmutó cuando tres balas le alcanzaron el pecho. Alzó sus dos pistolas, y convirtiendo a su agresor en su único blanco, descargó el cargador.

Kriegger y Ravenblut, por su parte, no tuvieron ningún tipo de remordimiento al tirotear al resto de guardias que había en la sala. Estos trataron de reaccionar ante el primer disparo a la desesperada, pero para cuando quisieron alzar sus armas, ya estaban muertos.

Ya libres de la carga de los guardias, Kriegger aprovechó para pasear la vista a su alrededor y saber así donde se encontraba. Si la vista no le engañaba, estaban en mitad de un salón relativamente grande lleno de macetas y sillones perfectamente repartidos junto a otros tantos detalles decorativos que creaban un magnífico ambiente de bienestar.

Un ambiente que pronto volvería a crisparse.

Un grito ahogado procedente de detrás de una de las puertas logró que Lucius viese aparecer a cuatro guardias más. Lanzó un alarido, y precipitándose detrás de un sillón, logró esquivar dos de los cuatro disparos. El tercero, por desgracia, alcanzó y derribó a Roth, arrancándole parte de la rodilla derecha. El emisario se derrumbó justo detrás de una mesa de mármol volcada. Cambió los cargadores de las armas, y, a pesar de que la carne bañaba de sangre el suelo, siguió disparando sin mostrar señal alguna de dolor.

Un disparo logró arrancar un alarido al propio Kriegger al alcanzarle la pantorrilla. Aturdido por la descarga eléctrica, Lucius pasó unos cuantos segundos en el suelo inmóvil. En la lejanía oía como Morten y Roth estaban respondiendo a los disparos, pero también captaba otro sonido. Un sonido que le perturbaba enormemente.

Gritos. Kriegger oía gritos de dolor, y no solo los oía a través de los oídos.

Se estremeció al darse cuenta de que ella estaba cerca.

Otro disparo alcanzó el sillón de cuero tras el cual Kriegger se ocultaba. El relleno se deshizo ante el simple contacto, y la estructura salió a la luz, cargándose fugazmente de energía azul. Segundos después, antes de que un segundo disparo lograse alcanzarle, Kriegger rodó por el suelo hasta una de las macetas.

No muy lejos de allí, empleando una de las mesas de mármol como escudo, Morten no cesaba de disparar. Lamentablemente sus balas no lograban alcanzar a los supervivientes.

Otro grito.

Kriegger creyó enloquecer al escuchar de nuevo aquella voz. Se lanzó al suelo justo cuando una bala hizo estallar la maceta tras la cual se ocultaba, y disparó sin apenas apuntar. Sorprendentemente, su bala se estrelló contra una de las pantallas de visión, provocando que el vidrio explorase y se llevase consigo la vida del guardia que atacaba al propio Lucius.

El praetor siguió rodando hasta alcanzar la cobertura tras la cual se ocultaba Morten. A escasos metros por detrás de ellos, Roth ahora empleaba una estatua de mármol como escudo.

Otro grito, un golpe… lágrimas. Un llanto. Sena había roto a llorar enloquecida.

—¡¡Demonios!! —Lucius no podía soportarlo más—. ¿¡Lo estás escuchando!?

Lucius se incorporó para volver a disparar, pero antes de que pudiese incluso rozar el gatillo con la yema del dedo índice, una descarga le alcanzó de pleno en el pecho. Cayó fulminado con la electricidad recorriendo sus extremidades y órganos, y durante breves segundos, permaneció tendido.

A su alrededor, el mundo perdía sentido. Los colores se mezclaban, las formas se distorsionaban…

El fuego volvió a su memoria. La gente huía a su alrededor. Gritos, empujones, sollozos… la ciudad se derrumbaba mientras que él, convertido en una estatua de mármol, no podía hacer más que observar la aterradora destrucción con los ojos vidriosos. En la lejanía, alguien lloraba sin cesar. Lloraba y suplicaba ayuda. Kriegger no podía distinguir su voz, pero procedía del interior de uno de los edificios a punto de derrumbarse.

Trató de mover los pies, pero el suelo de piedra los había engullido. Kriegger ahora formaba parte de la tierra y de la ciudad; de los edificios. Él era las torres y las plazas, las fuentes y los ciudadanos.

Él era el fuego que devoraba con ímpetu todo lo que le rodeaba, colérico por haber descubierto la verdad.

Él era la serpiente que devoraba a los niños, el calor que fundía las paredes y la trampa que enterraba los recuerdos. Lucius era el hombre que abrió la puerta y lo descubrió; el que descendió a los infiernos y arrastró consigo a todos los demás. El que provocó el incendio al que solo él y Ravenblut pudieron sobrevivir…

—¡¡Luc!! —El grito de Morten logró hacerle regresar de la fantasía a la que aquella aguja eléctrica le había enviado.

Lucius maldijo a gritos, y reuniendo toda la fuerza de voluntad de la que era poseedor, se incorporó sintiendo aún la electricidad recorrer toda su anatomía. Apenas sentía el lado derecho del cuerpo, pero tampoco lo necesitaba. Se arrastró por el suelo hasta lograr ocultarse de nuevo tras la mesa, y una vez ya a salvo, se asomó. Los disparos impactaban contra la gruesa superficie lisa de mármol, pero no lograban atravesarla.

—Solo dos…

Cogidos por sorpresa, los miembros de Tempestad resultaban fáciles de abatir, pero una vez se involucraban en el combate, se comportaban como las tropas de élite que realmente eran.

—La oigo gritar —murmuró Morten por lo bajo—. No sé qué le están haciendo, pero tienes que sacarla de ahí, Luc. Intentaré despistar a esos dos.

Sin darle ni tan siquiera opción a responder, Morten salió de la cobertura. Se lanzó al suelo para dar varias volteretas, y convirtiéndose así en el blanco de los dos tiradores, siguió girando y corriendo hasta que Roth logró derribar a uno de los bellator con un disparo en la cabeza justo cuando se asomaba para disparar. El segundo, en cambio, logró alcanzar a Morten con tres disparos en un brazo. Ravenblut salió disparado contra la pared contigua, y desapareció entre los restos de un armario al que varios disparos habían destrozado.

Lucius aprovechó los segundos de desconcierto para salir de su cobertura. Sabía que tardaría demasiado en lograr alcanzar al último guardia por lo que, sin tan siquiera preocuparse por su propia integridad física, atravesó la sala y se abalanzó sobre él. El guardia, el cual hasta entonces estaba apostado tras una gruesa maceta de hierro, trató de disparar a quemarropa, pero la aguja salió desviada al verse el arma golpeada por el brazo de Kriegger. Lucius le estrelló el puño contra el casco, y atravesando el vidrio con los nudillos, le derribó. Una vez en el suelo, lo golpeó una y otra vez hasta lograr partirle la nariz y los labios.

Un golpe seco en el lateral del cráneo consiguió arrancarle el casco. Lucius juntó las manos sobre su cuello, y concentrando toda la energía en los dedos, presionó hasta ahogarle.

Tan solo al ponerse en pie se dio cuenta de la cantidad de golpes que el guardia le había propinado en su intento desesperado por liberarse. Lucius pasó por encima del cadáver cojeando, y adentrándose en un estrecho pero larguísimo corredor, alcanzó justo la siguiente estancia cuando una mujer vestida de negro salía a su exterior. Ella arqueó las cejas, casi tan perpleja como asustada. Se llevó las manos a la cadera… y un disparo a quemarropa en la cabeza la apartó de su camino. Kriegger apartó el cadáver mientras caía de un empujón y cargó contra la puerta de la que su víctima acababa de salir. Al otro lado del umbral, el espectáculo que le esperaba logró hacerle enloquecer.

Lucius descerrajó un disparo a las espaldas del hombre que estaba sobre el cuerpo desnudo de Sena. Prefería no plantearse en que había estado haciendo, pero por los gritos de dolor de la muchacha y el terror que se reflejaba en su mirada, no necesitó más para saberlo.

A continuación se abalanzó con el puño por delante sobre la otra persona que había en la sala. Ella, también vestida con el uniforme de la guardia de Tempestad, no había participado directamente en la agresión, pero sí la había mantenido inmovilizada contra la camilla, presionando sus muñecas y brazos contra la gélida superficie.

Más que suficiente para convertirse en una cómplice.

Lucius la derribó de un fuerte puñetazo con el que le partió la mandíbula. Una vez en el suelo, acabó con ella con un contundente pisotón en el cuello.

Inmediatamente después se apresuró a socorrer a la joven. Esta, totalmente desnuda, con el cuerpo lleno de heridas y cortes y embadurnada con su propia sangre, no dejaba de llorar y temblar al borde de la histeria. Su ropa, una simple túnica de algodón blanco completamente desgarrada y manchada de sangre, permanecía en el suelo junto a varios mechones de pelo blanco rapados y seis bisturíes usados anteriormente para abrirle gruesos cortes alrededor de los pechos.

Había logrado llegar a tiempo. Pocos minutos después habrían empezado a introducir cables, detectores y clavijas en absolutamente todas las heridas.

En un intento desesperado por tratar de calmarla, Lucius trató de taparla con la túnica. Lamentablemente esta estaba tan sucia y desgarrada que el mero intento logró hacerle sentir estúpido. La cogió con toda la delicadeza que fue capaz de reunir, y tomándola por debajo de las piernas y cintura, la levantó en volandas.

—Nos vamos de aquí —le aseguró con el rostro congestionado.

Lucius la sacó de vuelta al salón donde Roth y Morten se estaban encargando del resto de cadáveres. Mientras uno los eliminaba, el otro los arrastraba y trataba de borrar las marcas de sangre a pisotones sin éxito. La batalla había sido cruenta, pero de todas las heridas recibidas, tan solo el brazo herido que su buen amigo mantenía totalmente inmóvil evidenciaba lo lejos que había llegado.

Sena, aún en sus brazos, encogida y asustada, empezó a temblar compulsivamente cuando Morten y Roth se acercaron para comprobar su estado.

—Eh, eh, Sena —murmuró Lucius al sentir la tensión de la que ahora era víctima su anatomía—. Tranquila. Él está con nosotros; nos va a ayudar.

—Mi pequeña. —Morten tomó sus manos y le besó uno a uno todos los dedos, logrando arrancarle una leve sonrisa con aquel simple gesto—. Ya te echaba de menos, nena.

Lucius la llevó hasta uno de los sillones. La sangre aún caía a borbotones por su cuerpo desnudo, pero poco a poco parecía estar recuperando la confianza en sí misma.

—No podemos perder más tiempo —anunció Roth para disgusto de los presentes—. No tardarán demasiado en notar la ausencia de los guardias.

—¡Maldito seas! ¿¡Es que no lo ves!? ¡Dale un respiro! —Morten se arrodilló frente a Sena—. ¿Estás bien preciosa? Cuidaré de ti a partir de ahora, ¿de acuerdo? Somos hermanos, ¿recuerdas?

Sena no respondió.

En realidad, no podía. Únicamente miraba al vacío con la vista perdida.

—¿Pero qué…? —Morten tomó su mano—. ¿Sena…?

—Ni te molestes —le recomendó Roth mientras se agachaba frente al cadáver de la emisaria que había abierto la puerta—. Lo más probable es que esté drogada hasta las trancas. Praetor, ayúdeme, tenemos que vestirla.

Morten se ofreció para ayudarles, pero Lucius prefirió hacerlo en solitario. Encontrarla en aquel estado había servido para que abriese los ojos. Hasta entonces, Sena había sido alguien hacia quien había sentido cierta atracción. Era una mujer misteriosa y sensual, cosa que le encantaba. Lamentablemente, aquel suceso evidenciaba que su aprecio iba algo más allá de la simple atracción.

Mientras la vestía, Kriegger analizó con detalle las heridas que el monstruo de la sala contigua le había abierto con el bisturí. A simple vista parecían simples cortes en forma de media luna situados alrededor de los pechos, pero Lucius creía ver algo más en ellos. En su mayoría no eran especialmente profundos, pero habían dañado tanto el tejido que lo más probable era que le dejasen feas cicatrices.

También había otro corte alrededor de su estrecha cintura. Este era el más largo y profundo, y tal y como había temido al verlo, le rodeaba toda la cadera hasta acabar prácticamente unido debajo del ombligo. Afortunadamente para Sena, el trabajo no había acabado, y aún tenía un par de palmos libres de heridas. Lamentablemente, los centímetros de heridas que faltaban allí estaban en los muslos.

Sena se dejó vestir con el miedo reflejado en la cara. A veces respondía a los estímulos auditivos, pues parecía reconocer su voz, pero rápidamente lo olvidaba y volvía a caer en una especie de estado de shock del que no parecía capaz de liberarse.

Miraba a un lado, miraba a otro, y temblaba. Poco más.

Ya totalmente vestida pero sin fuerzas ni para ponerse en pie, Lucius la llevó en brazos al centro del salón donde Roth y Morten les esperaban.

—¿Y ahora? —Quiso saber—. ¿Qué va a ser de nosotros?

—Varios de mis hombres les han suplantado, praetor. Una vez zarpe la nave, ustedes serán libres temporalmente hasta que se descubra el engaño. Cuando Tempestad haya abandonado la atmósfera, saldremos a la ciudad y buscaremos donde ocultarnos hasta que encontremos el modo de escapar. Tarde o temprano volverán a por ustedes así que les recomiendo que no bajen la guardia. Además, no olviden que hay una compañía entera detrás de Elledan Valdis en las calles. Cruzarnos con ellos podría significar nuestro final.

—Vas a tener que responder a muchas preguntas —le advirtió Morten sin poder apartar la mirada del cuerpo maltrecho de Sena. El mono le iba algo grande, pero al menos lograba cubrir las heridas y manchas de sangre principales—. Eres consciente, ¿verdad?

Roth respondió con una media sonrisa cargada de diversión. Más allá de los agujeros de bala de sus ropajes, Kriegger creyó ver algo que brillaba en su pecho. ¿Sería alguna otra sorpresa como la de la serpiente de su cuello?

Kriegger tenía la sensación de que aquel hombre podría aportar muchísima más luz al misterio de lo que jamás habría imaginado.

—El tiempo apremia caballeros; debemos darnos prisa. —Roth centró la mirada en la joven—. Le recomiendo que no se despeguen de ella. Actualmente es uno de los mayores tesoros de Tempestad. En cuanto se descubra que ha desaparecido, rodarán cabezas… y entre ellas, las de sus suplantadores.

—No lo entiendo, ¿vas a sacrificar a tus propios hombres? —Morten no podía ocultar su sorpresa—. ¡Si ni tan siquiera nos conoces!

—Oh vamos, a mis lacayos de Tempestad sí, a los reales, jamás.

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