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Capítulo 15

XV

El mundo daba vueltas a su alrededor.

No sabía cuántas horas habían pasado desde que les capturaron en los Caños, pero ya tampoco le importaba. Kriegger sabía que aquel era su final.

Un día cualquiera, Lucius despertó tirado en el suelo de una gélida celda de paredes blancas y suelo de hielo. A lo largo de aquellas semanas había pasado mucho frío en Démeter, pero las bajas temperaturas sufridas no eran comparables a la sensación de hipotermia de aquel momento. En absoluto comparables. Aquello era poco menos que el mismísimo infierno. Muy lentamente, Kriegger volvió la mirada a su alrededor en busca del motivo de su despertar. Normalmente la falta de sueño o el dolor eran los causantes. En aquella ocasión, el motivo era totalmente distinto. Tal y como se temía, además de hacer frío, el suelo estaba encharcado por lo que el grado de humedad aumentaba hasta tal punto que resultaba prácticamente imposible mantenerse seco.

Así era imposible poder descansar.

Las heridas le complicaron el ascenso al camastro. En la mayoría de los casos no eran más que arañazos y rozaduras, pero la rotura de varias costillas y los golpes en la mandíbula habían logrado causarle grandes estragos. La muñeca rota, en cambio, ni tan siquiera le molestaba. Se la habían enyesado, y a costa de fármacos y calmantes habían logrado que pasara a un segundo plano.

Kriegger se arrastró sobre el hielo hasta alcanzar el colchón ennegrecido. Apoyó los brazos sobre este y se impulsó. Una vez sobre su dura superficie se cubrió con las sábanas. Unas sábanas sucias y mohosas que, al igual que el colchón, evidenciaban que Tempestad no había hecho ningún tipo de inversión en aquellas instalaciones.

Ya en la cama, fijó la mirada en el techo. A diferencia de las paredes, este parecía quedar fuera del alcance de la luz de los farolillos blancos que iluminaban incesantemente la sala, dando así la sensación de que engullía la luz.

Kriegger sospechaba que en realidad no tenía final.

La sala era muy pequeña. El praetor calculaba que no medía más de dos metros de ancho y cuatro de largo, y no se equivocaba. La cama estaba prácticamente encajada, dejando espacio únicamente para el estrecho pasillo donde había despertado.

La sensación de claustrofobia era alarmante. Tras permanecer tendido sobre la cama casi dos horas, Kriegger logró recuperar las suficientes fuerzas como para decidir moverse. Se dejó caer pesadamente en el suelo, y con los pies desnudos, deambuló por el hielo y los charcos hasta alcanzar la puerta. Más allá del grueso muro de hierro y madera le aguardaba un silencioso y gélido corredor donde otras tantas celdas permanecían ocultas en la oscuridad.

Apenas recordaba nada desde el final de la batalla. El engaño de Morten había surgido efecto, pues Devonicova únicamente poseía una descripción física a la que Valdis y Ravenblut correspondían, pero sospechaba que no tardarían demasiado en descubrir la verdad. Afortunadamente para todos, Adler sabría cómo invertir aquel tiempo.

El siguiente recuerdo que Kriegger poseía de la batalla era el momento en el que les habían repartido en distintos vehículos. Una vez en su interior, maniatado y demasiado cansado como para intentar resistirse, le inyectaron algo en la nuca. A partir de entonces todo se volvió difuso. Sueños, pesadillas, recuerdos... una auténtica avalancha de imágenes sin sentido que le había acompañado durante el viaje hasta el despertar.

Las primeras horas se desarrollaban con enervante lentitud. Ya totalmente despejado, Lucius pasaba el tiempo tratando de captar movimiento más allá de la puerta sin éxito alguno. Al parecer estaba solo.

Absolutamente solo.

Se subió de nuevo a la cama, y tras taparse con las sábanas, estudió en silencio el deshielo. Tenía suerte de que al menos le hubiesen dejado el uniforme; el paradero de las botas, en cambio, era un auténtico misterio.

Un tiempo después, puede que unas horas, o quizás minutos, las tripas de Kriegger empezaron a rugir hambrientas. También padecía sed, pero el mero hecho de imaginarse a si mismo lamiendo el agua del suelo resultaba tan desagradable que prefería obviarlo. Prefería morir deshidratado antes que arrastrarse de ese modo.

El frío no le beneficiaba en absoluto, y mucho menos para la mejora de las heridas. Afortunadamente, iba mejorando. Tarde o temprano el efecto de los analgésicos se esfumaría, pero para aquel entonces confiaba en que los puntos y las grapas hubiesen logrado sellar el máximo posible las heridas.

Cuando llegase el momento, ya vería que hacía.

Kriegger se sorprendió a si mismo pensando en Berith. Su antigua amante les había asestado la peor de las puñaladas, pero seguía sin saber qué pensar al respecto. Por un lado deseaba poder odiarla con toda su alma, pues era lo único que se merecía, pero un viejo y cada vez más real sentimiento de camaradería y amor hacia ella le impedía que el odio pudiese germinar en su interior. Lógicamente, el amor que le procesaba no era el mismo que veinticinco años atrás les había unido, pero sí lo suficientemente fuerte como para no desearle ningún mal. Al contrario. Después de tanto tiempo trabajando juntos resultaba impensable poder sentir aversión por ella a pesar de su peculiar carácter.

Y precisamente por ello, porque era incapaz de odiarla, se sentía estúpido.

Lucius no descartaba un posible intento de rescate por parte de sus compañeros, pero dudaba que pudiese surtir efecto. Una vez en manos de Tempestad, era muy complicado escapar. Tan complicado que la fuga de los Valdis era posiblemente una de las pocas jamás logradas.

Aquellos muchachos eran unos auténticos héroes.

Se preguntó como habrían conseguido escapar de Venus. Jamás había tenido el honor, o mejor dicho, la desgracia de conocer aquella sede, pero sabía lo suficiente sobre Tempestad como para imaginar las instalaciones. Torres de vigilancia, androides de seguridad, cámaras, sistemas de detección integrados en todos los pasillos, bellator experimentados... Habían sido muy afortunados de que el tal Martin Schezzard les ayudase. Lamentablemente, Lucius dudaba que en aquella cárcel hubiese alguien como él para sacarle.

Seis o siete horas después, Kriegger estaba medio adormilado en la cama cuando el mecanismo de la puerta chirrió ruidosamente al accionarse. El muro de metal se movió lateralmente, y bajo el umbral surgieron tres grandes figuras. Dos de ellas, vestidas totalmente de blanco y armados con rifles automáticos, se mantuvieron en los laterales, en completo silencio. La tercera, en cambio, algo más baja y delgada y vestida con un uniforme negro y violeta, entró en la sala.

Entre las manos traía una bandeja metálica con algo de comida.

Kriegger se incorporó con rapidez, ansioso por devorar el contenido de la bandeja, pero el mero hecho de apoyar el pie en el suelo provocó que uno de los guardias disparase. Su arma escupió una aguja eléctrica que impactó contra su pecho, provocando que Kriegger saliese disparado contra la pared del fondo, con decenas de voltios recorriendo su anatomía. El praetor chocó estrepitosamente contra el muro, y cayó al suelo.

Inmediatamente después se volvió a hacer la oscuridad.

La cena no fue gran cosa. Kriegger mordisqueó un poco de pan duro, dio un par de sorbos a una botella de agua destilada y regresó a la cama con el cuerpo aún dolorido por la descarga eléctrica. Su intención no había sido la de atacarles, pero después del disparo quedaba más que claro que la próxima vez ni tan siquiera se movería. Un par de tiros más como aquel podrían llegar a matarle.

Se cubrió las piernas aún entumecidas con las sábanas antes de cerrar los ojos. Perdidos en la oscuridad del subconsciente, un torrente de recuerdos e ilusiones se mezclaba entre sí creando realidades paralelas a la que estaba viviendo. Morten, Elledan, Sena, Berith, el planeta Naastrand, Virgo, la Valkirie... todo se juntaba y mezclaba, provocando nuevas imágenes del futuro, pasado y presente. Imágenes en las que Elledan era quien le acompañaba a través de un océano de géiseres que escupían fuego, pero con la voz y la risa fácil de Morten. Escenas en las que una Berith con los ojos de Sena le besaba en el puente de mando mientras que en la lejanía, su planeta de origen, Virgo, estallaba en llamas.

Recuerdos de una sala blanca llena de cápsulas llenas de niños recién nacidos...

El chirrido del motor de la puerta despertó a Lucius. El praetor volvió la mirada atrás, con la cabeza aún llena de recuerdos enturbiándole la vista, pero no se movió. Del pasillo surgieron tres figuras. Dos de ellas eran tan anchas y altas como las anteriores, y de hecho llevaban las mismas armas, pero la del centro era otra totalmente distinta. Esta, a diferencia de la anterior, vestía con un mono marrón con coderas y rodilleras negras de cuero, y cubría su rostro con un casco redondo de visor negro.

La figura se adelantó unos pasos, dejando a la vista dos pistolas plateadas en la cadera. A continuación juntó las manos sobre el pecho, en señal de paz.

Al igual que había pasado durante la batalla con Devonicova, quería parlamentar.

Kriegger lanzó un rápido vistazo a los hombres armados antes de responder. Después de la experiencia anterior no se atrevía a arriesgarse de nuevo. Asintió con lentitud, y adoptando la misma posición que él con las manos sobre el pecho, aceptó la propuesta.

—Perfecto —dijo el hombre bajo el casco.

Un leve asentimiento bastó para que los guardias se retirasen.

Ya a solas, el extraño se quitó el casco, dejando a la vista un rostro joven de no más de treinta años, pecoso y con dos grandes estelas verdes como ojos. Su pelo, casi tan rojo como el de Vargas, estaba prácticamente afeitado al cero, enmarcando un rostro no excesivamente apuesto, pero sí muy llamativo.

—Lucius Kriegger —saludó con cortesía.

El guardia le tendió la mano, pero Lucius no la aceptó. A pesar de que su faz le resultaba muy familiar, era incapaz de recordar el porqué.

—Quién demonios eres y qué quieres —respondió al saludo.

El extraño ensanchó una sonrisa de dientes blancos llena de seguridad como respuesta. Lejos de sentirse insultado, el hombre parecía entusiasmado. Al parecer, más que un castigo, aquella entrevista era un auténtico reto.

Ancló el casco en la cintura y depositó la mano derecha sobre la empuñadura del arma, en señal de alerta. Aunque no fuera a desenfundarla por el momento, aquel gesto bastaba para informar al prisionero de sus pretensiones en caso de pelea.

—Mi nombre es John Roth, y...

Aquel apellido despertó recuerdos en él. Kriegger parpadeó, tratando de situarlo, pero ni tan siquiera así logró relacionar su rostro con el apellido. Su lugar en Spectrum, en cambio, era otra cosa.

—¿Roth? ¿El segundo de Berith?

—No exactamente. —Los amplios labios rosados de Roth se ensancharon en una sonrisa sin humor—. Una de mis primas, Erika Roth, era su segunda. Yo no era más que un miembro activo de su compañía hasta hace relativamente poco.

—No te he visto en mi vida en la nave.

—No... en la nave no. —Roth ensanchó la sonrisa—. Actualmente trabajo para Tempestad, y más en concreto, para el parente Yuri Devonicova. —Hizo una breve pausa—. Debe saber que he sido asignado como enlace entre usted y mi superior. Le transmitiré sus peticiones y deseos, y viceversa.

"Cobarde."

—¿No tiene huevos para venir a dar la cara él mismo?

Tanta rebeldía logró hacer reír al emisario.

—Lo ha dicho usted, no yo. A partir de ahora, siempre y cuando esté de acuerdo, vendré a informarle de todo lo que suceda. Sé lo aburrido que es permanecer días encerrado en una celda, y hasta que no llegue la nave de transporte...

—¿Nave? —interrumpió—. ¿Qué nave? ¿Nos vamos?

John asintió con gravedad, visiblemente inquieto ante lo que prometía ser un viaje largo y complicado.

—Efectivamente. Dentro de poco usted y el resto de sus hombres serán recogidos por la nave de la parente Arianne Razor para ser trasladados hasta Venus. Tengo entendido que ha viajado mucho, ¿conoce las magníficas instalaciones con las que cuenta Tempestad en nuestro amado y glorioso sistema solar?

—No tengo el placer, no.

El emisario puso los ojos en blanco, evidenciando su poca simpatía hacia dichas instalaciones.

—Le encantarán —ironizó—. Como le decía, praetor, serán recogidos aproximadamente en cinco días. Debe saber también que, antes de su partida, tendrá una entrevista con el parente.     

El viaje no era algo que le sorprendiese. Démeter era un planeta demasiado alejado de la realidad del reino como para que Tempestad permitiera que tres de sus presos más buscados se quedasen allí.

Lo único realmente sorprendente era la velocidad.

—¿Qué hay de mis compañeros? —Quiso saber—. Los hermanos Valdis.

John pareció dudar ante aquella pregunta. Lanzó una fugaz mirada hacia la puerta para asegurarse de que los guardias seguían al otro lado del muro, y volvió a juntar las manos, esta vez a las espaldas. Aquel gesto sirvió para que Kriegger pudiese ver las culatas plateadas de las pistolas. Unas culatas que, por cierto, gozaban de una peculiar inscripción que le resultaban sorprendentemente familiares.

"¿Pero de qué?"

—Están bien. Ella tiene buenas cuerdas vocales; nos está dejando sordos de tanto chillar. Y el otro... bueno, el otro es tan resistente como ocurrente. Pero están bien. —John asintió con brevedad—. Se lo aseguro. Le recomiendo que se prepare, praetor, en pocas horas regresaré a por usted. La reunión con el parente será dura.

—¿Dura? —Kriegger esbozó una media sonrisa cargada de ironía—. Menuda novedad. Avísele, dudo que me quede un centímetro de piel sana.

El rostro de Roth se ensombreció al escuchar aquellas palabras.

—Me temo que su cerebro aún está intacto, praetor. —Finalizado el comunicado, John descolgó el casco para volver a colocárselo. A continuación le tendió la mano—. ¿Necesita algo más? ¿Ropa, comida?

Lanzó una fugaz mirada a su mano, pero no se la estrechó. Agradecía su amabilidad, pero mientras formase parte del enemigo, no aceptaría nada de él que no fuera comestible.

—Unas botas estarían bien —dijo—. Y un espejo.

—Me encargaré de las botas, pero me temo que el espejo no será posible. De todos modos, tiene usted mejor aspecto del que seguramente cree, praetor. —John le acercó un poco más la mano—. Vamos, no muerdo.

Kriegger aceptó al fin estrecharla la mano, y al hacerlo comprendió el motivo de su insistencia. El hombre se despidió con un ligero ademán de cabeza, y una vez abiertas las puertas, se retiró en compañía de los guardias.

Dos horas después, oculto bajo las sábanas, Kriegger extendió el papel amarillento que Roth le había pasado durante el apretón. Lo había apretado con tanta fuerza que estaba totalmente arrugado y tenía la tinta ligeramente corrida por el sudor, pero por suerte seguía siendo legible.

Quince horas después, el chirrido del motor de apertura de la puerta volvió a despertarle. La hoja metálica corrió lateralmente, y las mismas tres figuras de la última visita volvieron a surgir tras el muro. Los guardias se quedaron al margen, siempre obedientes. La central, en cambio, entró en la sala con algo entre las manos.

—Espero que sea su número —anunció con diversión—. Tres minutos, praetor.

Le sacaron de la sala maniatado, con los tobillos unidos por una gruesa cadena, y el rostro cubierto por una capucha negra a través de la cual no podía ver más que sombras. El camino prometía ser corto, pero dadas las circunstancias muy intenso.

Con cada paso que daba, Kriegger podía sentir como la temperatura iba descendiendo más y más.

Por el sonido de sus pasos y el eco que estos provocaban, supuso que avanzaban por un corredor amplio. Un corredor que no dudó en memorizar. Se dejó guiar a lo largo de casi quinientos metros hasta alcanzar lo que parecía un elevador. Uno de sus acompañantes presionó algo que respondió emitiendo un leve siseo, y segundos después, se abrieron lateralmente las puertas metálicas de la cabina. Kriegger fue arrastrado a su interior con un leve empujón en la espalda. Una vez dentro, esperaron a que las puertas se cerraran para presionar el botón de destino.

La cabina entera vibró con el inicio de la marcha.

Bajaron en una planta algo más cálida que la anterior. Por la presión de la cabina, Kriegger supuso que habían ascendido, pero no estaba del todo seguro. Estando tal y como estaba y con los ojos tapados, le costaba muchísimo orientarse.

Le guiaron a través de otro pasillo durante casi cien metros. Se detuvieron frente a lo que no cabía duda era una puerta, y una vez abierta, le introdujeron en una cavernosa sala de bajísima temperatura. Kriegger prosiguió la marcha a través de un frío y resbaladizo suelo de cristal o hielo, y finalmente tomó asiento donde John le indicó. Varias manos se apresuraron a anclarle por tobillos, muslos, cintura, brazos, muñecas y cuello a una silla.

Después le sacaron la capucha.

Lucius estaba en medio de la nada. A su alrededor, todo había sido devorado por la oscuridad, y ni tan siquiera paredes, techo o suelo le acompañaban. La silla flotaba en la inmensidad de vacío y él, anclado a aquella estructura de metal y oro, poco podía hacer a parte de mirar con sorpresa a su alrededor. Estrellas, planetas... aquel universo no gozaba de ningún astro a parte de él. Él era su sol y su luna, su estrella y su planeta. Su constelación: él era todo, y a la vez no era nada.

Kriegger cerró los ojos antes de que el vacío lograse hacerle enloquecer. Lamentablemente, comprobó que al bajar los párpados el vacío era el mismo. ¿Estaría soñando? ¿O habría quedado atrapado en un sueño del que no era capaz de despertar? Las ataduras de las manos y piernas eran muy reales, pero también la sensación de vacío.

¿Estaba cayendo? ¿O subía?

—Lucius Kriegger.

La voz metálica del parente Devonicova logró hacerle despertar. Kriegger abrió los ojos, y a su alrededor apareció un amplio laboratorio de aspecto abandonado. Sobre los mostradores los frascos y los tubos de ensayo estaban rotos, el suelo lleno de polvo, y el poco mobiliario que aún se tenía en pie lleno de ratas que lo mordisqueaban en busca de algo de alimento.

Todas los sistemas de iluminación habían explotado, llenando de cristales y partículas todo su alrededor.

—Lucius Kriegger —insistió el parente.

Estaba a sus espaldas. Kriegger trató de volver la vista atrás, pero la atadura del cuello no se lo permitió. Devonicova depositó las manos enguantadas sobre sus hombros, apoyó los dedos en la nuca y lo instó a que bajara el rostro débilmente. Inmediatamente después, Kriegger empezó a chillar de dolor inevitablemente cuando el praetor hundió una cuchilla en su piel a la altura de la nuca. El filo se abrió paso entre la carne, dibujando a su paso dos largas líneas, y no se detuvieron hasta alcanzar la parte trasera de las orejas.

El dolor era certero y agudo, capaz de cegarle e incluso de hacerle chillar más de lo que jamás había chillado, pero por alguna extraña razón, no le permitía perder la conciencia. Kriegger sintió segundo a segundo como trabajaban en sus heridas, insertando y sacando cables y conexiones, y finalmente, como unían los dos extremos de la piel con grapas de fuego.

Forcejeó con las ligaduras. Pateó todo lo que pudo y aulló y maldijo a los mil infiernos, pero ni tan siquiera las lágrimas lograron calmar aquel delirante e insoportable dolor.

Sacudió la cabeza en un intento frustrado por liberarse mientras le clavaban agujas. Lamentablemente, no sirvió de nada. Kriegger dejó escapar un último gemido y ya dándose por vencido, dejó que los párpados cayesen pesadamente sobre sus ojos.

Casi una hora después, todo acabó. Un halo de aire frío alcanzó su rostro, y Kriegger creyó renacer cuando, al abrir los ojos, se vio rodeado por un húmedo y profundo pantano donde el barro le llegaba hasta las rodillas. A su alrededor los árboles y las enredaderas creaban un estremecedor paisaje verde donde tan solo la vida vegetal y animal tenía cabida. Las raíces se mezclaban con plantas carnívoras llenas de pétalos afilados como agujas, y los macizos de flores con extrañas plantas de colores azulados sobre las cuales pequeñas alimañas se camuflaban adoptando sus tonalidades.

El cielo, el cual permanecía oculto tras las altas ramas y copas de los árboles, se mostraba de un intenso color celeste totalmente libre de nubes.

—¿Pero qué...?

La temperatura había subido alarmantemente. Afortunadamente para él, el tupido uniforme negro de Kriegger se había convertido en unas suaves prendas de vestir de color marrón a las que acompañaban unas botas de cuero y una gorra bajo la cual se ocultaba una corta pero reluciente cabellera de color negro azabache.

Unos pasos procedentes del sendero precedieron a la aparición de una pareja de jóvenes aventureros. Ninguno de los dos debía tener más de veinte años. De hecho, nada más verles, Kriegger supo al instante su edad exacta, sus nombres, e incluso sus apellidos.

—¡Luc!

De joven, Berith Kirsch había sido una de las mujeres más bellas que Kriegger jamás tuvo la oportunidad de conocer. Sus ojos negros irradiaban una luz que parecía capaz de iluminar el mundo entero, y su sonrisa era tan arrebatadora que, aunque la mostraba en pocas ocasiones debido a su timidez, una vez vista nadie podía olvidarla.

Los jóvenes ascendieron por el sendero embarrado hasta alcanzarle.

Ravenblut apenas había cambiado en los últimos años. Su cabello seguía siendo tan blanco como en aquel entonces, y aunque hubiese mejorado y trabajado su cuerpo hasta convertirse en la gran mole que era, seguía teniendo la misma mirada infantil y sonrisa traviesa que de joven.

—Tortolitos, o tórtolos... o pareja de dos... o...

—Ya vale, Mort.

Sus dos amigos se detuvieron a su altura, ansiosos por seguir adelante y siempre juntos con la vida de servicio en la Valkirie que prácticamente acababa de empezar.

Verlos tan rejuvenecidos logró estremecerle.

—¿Dónde te metías, captain oh todo poderoso? ¡Schezzard y el jefe nos esperan! —anunció Morten entusiasmado—. Por lo visto han encontrado al fin las coordenadas exactas del laboratorio. Nos toca otra noche de pateada eterna, pero al amanecer... ¡zas! —Acompañó a la expresión con una buena palpada—. ¡Al infierno con Mandrágora! Je, je, je. ¿Vendrás con nosotros, Berith?

—Nosotros tenemos órdenes de quedarnos en el campamento —se excusó ella—. Aunque creo que en esta ocasión es mejor. Esta operación no me gusta.

—Oh, no empieces otra vez. ¿Tanto miedo te da Tempestad? ¡Pero si son los favoritos de Lightling! —Morten fingía estar desolado—. Deberías conocerles un poco mejor.

No recordaba aquella conversación, pero le gustaba lo que oía. Berith siempre se había distinguido por tener las ideas bastante claras.

—Ni que tú hubieses hablado con alguno.

—Bueno, aún no, pero he visto al jefe hablar con ellos, y parecen buena gente. ¡Además, qué demonios! ¡Esto es cosa de hombres! Alguien tendrá que recoger nuestros cadáveres cuando todo salte por los aires, bonita. ¿Y quién mejor que tú para ello?

Antes de que tuviese opción de responder, Morten le plantó un sonoro beso en la mejilla como despedida. No muy lejos de allí, el campamento aguardaba con el resto de miembros de la compañía.

Berith le despidió con una maldición. Aquel tipo de detalles siempre lograban enrojecerla, aunque también arrancarle una sonrisa.

—¡¡No tardéis!!

Ya a solas, la joven depositó un tierno pero tímido beso sobre sus labios como saludo. Hacía poco más de unas horas desde que se había separado, pero ya ansiaba poder estar de nuevo a su lado.

—Tengo un mal presentimiento, Luc. Entre los míos hay muchos que desconfían de esos hombres —le confesó Berith al oído—. Y para serte sincera, a mí tampoco me gustan. Tengo la sensación de que nos están engañando... que nos han mentido, y bien sabes que no me estoy equivocando. Lightling jamás permitiría esto, Luc. Son niños... solo niños...

"Niños..."

Berith y el pantano se esfumaron cuando Kriegger regresó al laboratorio. Ante él, el parente le observaba fijamente con los ojos rojos irradiando la luz del mismo infierno.

Lucius trató de incorporarse, pero las conexiones neuronales que tenía ancladas a la nuca se lo impidieron. Aulló al sentir como las agujas se hundían aún más en su piel, y siguiendo las recomendaciones del parente, decidió permanecer totalmente estático.

Incluso así el dolor seguía siendo atroz, pero confiaba en que pronto acabase disminuyendo.

—Niños —repitió el parente con tono átono. Sus labios se curvaron hasta dibujar una cruel sonrisa—. Niños... ¿fue dulce el regreso a su hogar, Kriegger?

Kriegger cerró los ojos, y al volver a abrirlos se vio a los pies de un enorme edificio de paredes blancas rodeado por decenas de hombres vestidos como él. Algunos eran jóvenes inexpertos a los que la aventura a través de los pantanos había logrado hacerles disfrutar como nunca, pero otros tantos, veteranos con largos años de experiencia a sus espaldas, se mostraban tensos e inquietos ante la gran envergadura del edificio abandonado.

Kriegger, por su parte, no podía decir que se sintiese intimidado. Tampoco se sentía amenazado por la profunda y salvaje selva que les rodeaba, ni muchísimo menos por los más de veinte miembros de Tempestad que les acompañaban. Lo único que realmente le inquietaba era el modo en el que la estatua en forma de serpiente de la entrada le miraba. Aquellos ojos huecos de piedra parecían capaces de devorarle.

—Impresionante, ¿eh?

Morten observaba el edificio con las manos unidas tras la nuca y una amplia sonrisa atravesándole el rostro. Donde Kriegger veía un edificio en ruinas y tomado por la naturaleza, él veía un universo de emociones y diversiones sin fin. Un lugar donde ponerse a prueba y demostrar quién era; un lugar para demostrar que seguía siendo el mismo a pesar del último incidente.

—Estos hijos de perra se van a enterar de quienes somos los miembros de la Valkirie, hermano. —El joven de pelo y piel lechosa escupió al suelo en un gesto de rebeldía juvenil—. Voy a patearles el culo hasta que escupan el corazón.

—Berith dice que no se fía de Schezzard. —Fue la respuesta de Kriegger—. Y yo tampoco.

—Berith está demasiado asustada para pensar con claridad —respondió Morten risueño. Apoyó la mano sobre su hombro, y le guiñó el ojo con complicidad—. Tempestad nos protege, Luc. De los únicos que no debes fiarte son de esos mamones de Mandrágora. Ellos son los auténticos culpables de que exista este lugar... ¡No debes dejar ni uno con vida!

—Pero son niños.

A pesar de sus intentos por hacerle entender sus inquietudes, Ravenblut no parecía entrar en razón.

—Son monstruos nacidos del engaño y de la depravación. ¡Demonios con piel de cordero! Luc, es nuestro momento. Presiento que esto va a cambiar nuestras vidas para siempre. Después de lo que pasó en Itxua... cielos, no podemos desaprovechar esta oportunidad, y mucho menos cuando hay miembros de Tempestad por medio. ¡Imagina que les gustamos! Podríamos llegar muy lejos. Tempestad es la mano ejecutora de  la jefa.

—Más bien la mano destructora.

—¿¡La mano destructora...!? —Morten soltó una sonora carcajada—. Esa mujer va a acabar contigo como sigas haciéndole caso, Luc. Tú únicamente obedece las órdenes, y todo irá bien. Nadie debe salir con vida... absolutamente nadie.

"Nadie debe salir con vida..."

Kriegger despertó en su camastro con el rostro bañado en lágrimas. No sabía cuando había acabado la primera sesión, pero el dolor que sentía en todo el cuerpo era tan atroz que rezó porque fuese la única.

Los recuerdos adquiridos habían sido bien recibidos, pues gracias a ellos Kriegger iba dando forma al gran misterio que le había condenado en Naastrand, pero el precio era tan alto que no se sentía con fuerzas para seguir. Tenía todos los músculos agarrotados, la cabeza le dolía horrores, y los ojos le ardían como si los tuviese en llamas...

Pero aparte del dolor físico, Kriegger sentía un terrible desequilibrio emocional que le impedía incluso pensar con claridad. Los ojos se le llenaban de lágrimas sin motivo alguno mientras que la cólera se abría paso a través de la garganta en forma de gritos.

Algo en su interior se había liberado. Quizás fuese una bestia, o posiblemente su propio yo. Kriegger no lo sabía, pero fuese lo que fuese, necesitaba que regresara a su lugar. Necesitaba que la paz volviese a reinar entre ambos, y quizás así, únicamente quizás, lograr sobrevivir al horror en el que se había convertido su existencia.

Kriegger permaneció muchas horas entre la conciencia y la inconsciencia. Su cuerpo seguía gritando de dolor, profundamente herido durante aquel terrible ritual que había sido la sesión, pero su alma vagaba libre por el torrente de recuerdos que era su memoria. A veces se paraba a rememorar dulces momentos en los que la camarería había logrado mantenerle en pie, pero otros tantos eran recuerdos demasiado dolorosos como para desear que fuesen recuperados. Batallas, investigaciones, bromas, amistades lejanas, besos, muertes, asesinatos... miles y miles de recuerdos que se mezclaban entre sí logrando que Kriegger perdiese la razón. Que muriese y naciese. Que despertase y durmiese... que enloqueciera.

Una nueva visita por parte de John Roth logró liberar a Kriegger de la cruel pesadilla en la que había quedado atrapado en los últimos días. El hombre ordenó a sus guardianes que se quedasen fuera como en la primera visita, y tras despojarse del casco, se apresuró a acudir a los pies de la cama. Ante él, un Kriegger moribundo yacía entre las sábanas con el rostro desencajado.

El sudor corría por su rostro mezclado con la sangre que los lagrimales y las comisuras de sus labios vertían mientras que su cuerpo, convertido en un laberinto de músculos agarrotados, se contorsionaba espasmódicamente, víctima del incesante ataque psíquico que el praetor padecía desde hacía horas.

John se despojó del guante de piel con rapidez para apoyar la mano sobre su frente. Tal y como temía, su temperatura corporal era tan alta que probablemente no fuese a superar aquella primera fase.

—Cielos... —susurraron sus labios con perplejidad.

 La vida de Kriegger pendía de un hilo. Consciente de ello, John decidió jugar una de las pocas cartas que aún se guardaba en la manga. Ordenó a gritos a los guardias que fuesen en busca de su maletín, y unos minutos después, ya con su instrumental entre manos, volvió a encerrarse con Kriegger. En el interior de este, repartidos por los distintos compartimentos, decenas de ampollas llenas de extraños gases y líquidos se mezclaban con frascos, recipientes herméticamente cerrados, jeringuillas y todo tipo de material quirúrgico que, a pesar de llevar muchos años sin usar, seguía llevando siempre consigo.

John rebuscó con sus largos dedos rosados entre los compartimentos con nerviosismo. El corazón latía con fuerza en su pecho, consciente del gran problema en el que se encontraría si le dejaba morir. Sacó un par de recipientes cerrados cuyo viscoso contenido tenía una extraña tonalidad verdosa, y siguió rebuscando hasta al fin localizar oculto en el interior de una de las cremalleras el pequeño tubo de ensayo que buscaba. Rompió el envoltorio de una de las jeringuillas, situó la aguja en el cabezal, y tras hundirla a través de la pequeña capa protectora, absorbió todo el contenido. Pocos segundos después, la extraña mezcla azulada que había contenido el tubo de ensayo ya corría por las venas de Kriegger.

—Oh, vamos praetor, responda, responda...

John masajeó el brazo donde le había inyectado la sustancia con la clara intención de extenderla el máximo en el menor tiempo posible. Pasó los dedos sobre la piel dibujando rápidos círculos, y una vez repasado todo el brazo, repitió la misma operación empezando desde la muñeca. Poco después, Kriegger entreabrió los ojos con la extraña sensación de llevar horas atrapado en un único e infinito sueño del que Roth acababa de salvarle. Se incorporó con la ayuda del emisario, y ya algo más recuperado, bebió de un solo trago el contenido del último vaso de agua que le habían traído horas atrás.

Fuera quien fuese la persona que se lo había traído, ni tan siquiera se había molestado en asegurarse de que seguía vivo antes de dejar la bandeja a los pies de la cama.

—Demonios, praetor. De que poco —murmuró John con el alivio reflejado en la cara—. Aún tardará en recuperarse, pero creo que la peor parte ya ha pasado...

Su rostro le resultaba familiar. Kriegger extendió la mano instintivamente hasta alcanzar su cara, pero antes de poder llegar a tocarla, la apartó víctima de un nuevo pinchazo en la cabeza. Dejó caer el vaso para llevarse la mano a la sien, y durante breves segundos se mantuvo en completo silencio, con el amargo sabor de la sangre en el fondo de la garganta.

La cabeza le palpitaba horrores.

—Debe relajarse, praetor.

—La cabeza me da vuelta. ¿¡Qué demonios representa que me ha hecho ese carnicero!? —Al llevarse la mano a la cabeza, Kriegger se sorprendió al darse cuenta de que tenía el cráneo totalmente afeitado—. ¿¡Pero qué es esto!? —Unos centímetros por debajo, situadas en la nuca, encontró varias clavijas injertadas en la piel.

—No lo toque, praetor. Las heridas aún son demasiado recientes y profundas. Tardarán un poco en cicatrizar. Puede que unos días, o incluso semanas.

Kriegger se incorporó con brusquedad en un claro intento por atacar al emisario, pero antes de que pudiese llegar a alcanzarle, John le esquivó con gracilidad. Retrocedió evitando un segundo golpe, y ya a escasos pasos de la puerta, desenfundó su pistola de plata.

Bastó con que le apuntase a la cabeza para que Kriegger cesara en su intento.

—¡Praetor, por favor! ¡No me obligue a disparar! ¡En su estado no sobreviviría a una nueva descarga eléctrica!

—Antes de que puedas disparar ya estarás muerto, niñato. —Kriegger escupió al suelo un salivazo sanguinolento—. Baja el arma.

—No se mueva, Kriegger.

—¡Responde de una vez, maldito bastardo! —Fuera de sí como pocas veces, Kriegger estrelló el puño contra la pared—. ¿¡Qué me están haciendo!?

—Cálmese Kriegger. Cálmese. —John alzó la mano libre—. Cálmese y se lo explicaré. Cálmese...

El dolor de cabeza le impedía pensar con claridad. A pesar de ello, decidió escuchar la petición, temeroso de que el castigo ante la desobediencia fuera regresar a la sala de torturas. Apoyó la espalda en la pared y dejó que el cansancio encorvara sus hombros. Tanto movimiento empezaba a nublarle la vista.

—Le están sometiendo al proceso de recuperación de datos, praetor —explicó el extraño con lentitud—. Usted y los suyos guardan algo en el cerebro que Tempestad busca, y únicamente a través de las sesiones de recreación pueden ser recuperados.

—¿Sesiones de recreación? ¡Esto es tortura pedazo de hijos de perra! —A pesar de su estado, Lucius aún tenía la suficiente fuerza como para expresar su frustración a gritos—. ¿¿Están padeciendo lo mismo mis compañeros?? ¿¡Les están torturando!?

—No es tortura, prae...

Otro puñetazo contra la pared logró acobardar por completo al emisario. Este lanzó una mirada fugaz a la puerta, dubitativo, y tras golpearla tres veces con los nudillos, advirtió a los guardias que esperaban fuera de que le abriesen.

—¡¡Responde!! ¡¡Responde mal nacido!!

—Lo sabe perfectamente, praetor. Lo sabe... —La puerta empezó a abrirse lateralmente—. Sí, les están haciendo lo mismo, y esto no es más que el principio. Le recomiendo que se relaje: a partir de ahora va a ser mucho peor. El parente Devonicova es severo, pero tiene un mínimo de escrúpulos. Al parente Eliaster Varnes, en cambio, no le parará absolutamente nada.

Veinticinco horas después, Kriegger fue arrastrado fuera de la celda en contra de su voluntad. A diferencia de la primera vez, los guardias tuvieron que inmovilizarle para lograr sacarle. Le encadenaron de pies y manos, le cubrieron el rostro con la capucha, y ya convertido de nuevo en un simple prisionero cualquiera, le arrastraron por los gélidos suelos a pesar de la resistencia.

Mientras se lo llevaban, creyó escuchar un grito desgarrador de mujer.

—Responda a todas mis preguntas con brevedad y contundencia, praetor.

Volvía a estar en el mismo laboratorio y atado a la misma silla. No obstante, en esta ocasión el parente no había introducido las conexiones neuronales en las nuevas clavijas injertadas en su nuca. Devonicova únicamente ordenó que le ataran, y una vez reducido, arrastró un taburete de metal hasta el centro de la sala.

Se sentó frente a él, con aquellos enormes ojos de fuego abrasándole como si del mismo señor del infierno se tratara.

—Praetor, responda.

A pesar de estar libre de las conexiones, el dolor que aún padecía Kriegger era tan atroz que apenas era capaz de concentrarse lo suficiente como para responder con claridad.

—Lucius... —contestó en un susurro—. Lucius Kriegger.

—¿Qué edad tiene?

—Cuarenta y cinco reales, y treinta y dos activos... treinta y tres... treinta y...

El baile de números logró desconcertar a Lucius. Dejó caer la cabeza hacia atrás, atormentado por la gran cantidad de cifras que danzaban ante sus ojos, y siguió balbuceando cantidades hasta que Devonicova dio por finalizada aquella pregunta.

—¿De qué planeta procede?

—Virgo... el planeta Virgo, en el sector Fratrres... Frat...

"¿Seguro?"

A su mente regresó la imagen del laboratorio de Naastrand, Morten con las manos cruzadas tras la nuca, y el rostro de Berith. Su querida y joven Berith... la selva, el rumor del viento, el cansancio acumulado en las rodillas después de una larga caminata, la mirada pétrea de la serpiente sin ojos...

El llanto de los niños. Los disparos. La sangre. Virgo. Capricornio. Escorpio.

Laboratorios... sí, laboratorios.

"¿Seguro?", volvió a preguntar la voz. Kriegger comprendió entonces que no era la suya. Era una voz dulce y aguda, suave, aterciopelada...

Cerró los ojos en un intento desesperado porque su bello rostro no escapara de su memoria. Extendió los brazos oníricos de su alma hasta atraparla, y al intentar atraerla, esta se diluyó, arrastrando consigo el mismo grito desgarrador que había escuchado en el pasillo.

"Sena..."

—Responda, Lucius Kriegger. ¿De qué planeta procede?

Aún creía poder captar su perfume.

—¿Dónde está Sena? —Quiso saber—. ¿Dónde la tienen? ¡Quiero verla!

—Responda a mis preguntas, Lucius Kriegger.

—No pienso responder hasta que no me diga dónde está —replicó con vehemencia, olvidando por completo lo sucedido en la anterior entrevista—. ¿¡Y Elledan!? ¿¡Dónde está su hermano!? ¡¡Responda maldito cabrón!!

Devonicova le dio unos segundos para que recapacitara. Cruzó los brazos sobre el pecho.

—Responda a mis preguntas, Lucius Kriegger.

—Esto es como hablar con un maldito autómata. Cabrón mal nacido, ¡¡respóndeme!! ¿¡Donde los tenéis!? ¡Como le hayáis puesto una mano encima me las pagaréis! ¡Lo juro!

—¿De qué planeta procede, Lucius Kriegger?

Resultaba desesperante hablar con él. Lucius le lanzó la más fulminante de todas sus miradas, y se mordió los labios en un intento desesperado por mantener a raya su cólera.

Por mucho que gritase y patalease, no serviría de nada.

—Virgo, del sector Fratrres.

—¿Seguro?

—¿Seguro? ¿Cómo que seguro? —Kriegger arqueó las cejas.

Y el laboratorio regresó a su memoria. El barro en las botas, el canto lejano de los pájaros, el cielo de color celeste... los labios de Berith contra los suyos, el recorrido de sus caderas hasta los muslos, el aullido de la noche en forma de misil. El derrumbe de la torre de Albia...

El laboratorio.

—¿Seguro? —insistió el autómata.

La serpiente de piedra. La serpiente de diamantes de Userngard y su mirada de fuego. El cuento de la vida eterna... Sena y sus labios rosados. Sena y su sonrisa, y su mirada... y sus labios. Su pelo blanco, las pecas de sus pómulos y nariz... Sena y sus secretos.

En el fondo, siempre lo supo.

—No —admitió.

—Responda, Lucius Kriegger. ¿De qué planeta procede?

La serpiente de piedra. Su mirada de ojos vacíos... la inscripción emborronada oculta bajo la hiedra de los muros del laboratorio.

El laboratorio.

Uno a uno, todos los bloqueos fueron cayendo, arrancando lágrimas de sangre de sus ojos. Virgo no era el nombre del planeta; sino el nombre de un laboratorio. El mismo laboratorio sobre el que Morten había soñado días atrás. El laboratorio de los niños en las urnas; un laboratorio idéntico al de Naastrand.

—Responda Kriegger.

—Sinceramente, no lo sé.

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