Capítulo 10
X
Userngard era un lugar triste.
A lo largo de toda su carrera, Kriegger había visitado muchos lugares, pero jamás ninguno le resultó tan melancólico como las ruinas ennegrecidas de la ciudad de Userngard. Las viviendas abandonadas de las afueras habían sido sepultadas por la nieve y la maleza, al igual que las fábricas a medio abolir. Las grandes avenidas antes llenas de negocios ahora eran calles vacías en las que el hielo se acumulaba en aceras agrietadas por las explosiones, y tejados destrozados a los que el paso del tiempo habían convertido en poco más que maderos partidos y losas de cerámica maltrechas. Los pocos muros que aún se mantenían en pie estaban llenos de nieve, hielo y pintadas. En algunos el fuego apenas había dejado lugar para gamberradas, pero los pocos que se mantenían mínimamente limpios mostraban el dolor de la gente a través de peticiones de socorro y críticas inscritas en tinta fluorescente. Los arcos se habían venido abajo y las estatuas habían sido decapitadas. Las fuentes estaban congeladas y los cristales rotos. El asfalto desquebrajado, los parques abrasados...
Userngard estaba herido de muerte.
Los informes hablaban de la existencia de gente, pero Kriegger se negaba a creerlo. A su alrededor solo había un mundo roto y desangrado hasta morir en el que nadie podía vivir.
Sorprendentemente se equivocaba.
Con Elledan al volante y Verner descansando en la parte trasea, Kriegger aprovechó para estudiar el macabro paisaje que les rodeaba. Algunos de los patios habían perdido las vallas, dejando así a la vista lápidas donde los ciudadanos habían enterrado a sus seres queridos tras haber quedado totalmente saturados los cementerios. Otros, en cambio, simplemente mostraban como la naturaleza había ido creciendo salvajemente hasta colarse a través de puertas y ventanas en el interior de las casas.
Pero aunque las imágenes de los cementerios artesanales resultaban estremecedoras, no era comparable a los mensajes de horror y socorro que había inscritos en las paredes. La mayoría de ellos eran muy antiguos; tenían más de cien años, pero sus palabras eran aún tan claras y concisas que resultaban estremecedor leerlas.
Avanzaron por las calles hasta alcanzar la zona comercial de la ciudad.
—No hay ni rastro de nadie. —Susurró Lucius—. Este lugar está muerto.
—Pero los informes hablaban de población activa, ¿no? —respondió Elledan a su lado, sin apartar la vista del frente—. Puede que estén escondidos en algún lado...
—Quizás nos teman.
Elledan siguió conduciendo en silencio a través del entramado de calles hasta llegar al corazón de la ciudad. Allí el bombardeo no había sido tan intenso. Los edificios habían logrado mantenerse en pie sin grietas, pero al igual que el resto de la ciudad, estaban vacíos.
Kriegger le ordenó que callejeara en busca de algún tipo de centro médico. Elledan bordeó un amplio parque del cual no quedaban más que los recuerdos implícitos en columpios congelados y arenales inundados, y se internó en una calle peatonal adornada con estatuas decapitadas en ambos lados. La mayoría de ellas eran de mujeres de cuerpos muy voluptuosos totalmente desnudos, pero todas habían sido mutiladas del mismo modo: mano derecha, cabeza y pecho izquierdo.
Elledan remontó la calle despacio, lanzando fugaces miradas a las estatuas, hasta alcanzar un cruce de caminos Lucius inspeccionó todas las opciones, pensativo, y optó por seguir recto. De haber habitantes, lo más probable era que se hubiesen instalado en los edificios en mejor estado.
—Atraviesa la plaza. Si por la zona no hay ningún hospital, seguiremos recto.
—Pero praetor, está todo abandonado. En caso de que existe algún hospital, ¿cree que encontraremos algo en buen estado?
—Si tienen laboratorio, posiblemente. De lo contrario estamos jodidos. Sea como sea, probemos suerte. Necesitamos asistencia médica, y la necesitamos ya.
Elledan atravesó la plaza con el furgón hasta alcanzar el otro extremo. Bajo un arco de triunfo había un par de estatuas de caballeros montados sobre sus corceles con las espadas en alto, y justo frente a éstos, emparedado entre dos edificios de cuatro plantas, una enorme estructura de más de seis pisos de altura con una estrella de nueve puntas de color verde en la fachada.
Kriegger le hizo un ademán de cabeza en señal al edificio.
—Aparca por la zona.
A pesar de que todos deseaban entrar, Kriegger decidió entrar él en compañía de uno de los suyos. A simple vista, el hospital parecía un edificio abandonado como cualquier otro, pero el praetor no quería sorpresas de última hora. Así pues, tras dejar a Elledan al cargo de Verner y de una Gala muy agotada física y psicológicamente, se encaminó al edificio acompañado por Sena.
—Ponte el casco —le aconsejó antes de entrar—. Si hubiese alguien no podrán identificarte si lo llevas puesto.
Convertidos en dos manchas blancas, Lucius y Sena entraron a través de unas puertas giratorias rotas que aguardaban en la entrada. Al otro lado del umbral aguardaba una sala muy espaciosa con paredes, techos y suelos de intenso y pulcro color blanco. Situados en los laterales había ocho filas de bancos de color añil volcados en el suelo, y justo en la parte delantera, junto a unas puertas negras, un mostrador repleto de polvo donde todo el material de oficina había desaparecido.
Sena se acercó a una de las mesas volcadas para recoger una revista del suelo. Las páginas ya estaban amarillentas por el paso del tiempo, pero las ilustraciones de su interior se conservaban bastante bien.
Tomó la portada con la punta de los dedos y pasó la página en busca de la fecha de publicación.
—¿Octavo mes del séptimo sistema? ¿Qué significa esto?
Kriegger comprobó lo que decía. A diferencia del resto de publicaciones que había visto hasta aquel entonces, aquella ofrecía la fecha en un sistema de calendario totalmente desconocido.
—Ni idea.
—¿Acaso no son leales a Lightling?
—En teoría. —Kriegger dejó la revista donde la había encontrado—. Vamos.
Atravesaron la recepción dejando las huellas de sus pisadas sobre la gruesa capa de polvo que cubría el suelo de losas blancas hasta alcanzar las puertas de acceso a la sección de atención primaria. Al otro lado del umbral, largos pasillos blancos y escaleras repartían el hospital en seis amplias plantas..
Antes de abrir la puerta, Kriegger optó por encender las linternas. La recepción había sido un lugar muy oscuro, pero a partir de aquel punto la visibilidad era totalmente nula. Ordenó a su compañera que encendiera ambas, pues él tenía un brazo inutilizado, y desenfundó la pistola con la mano sana.
Los goznes de la puerta chirriaron ruidosamente cuando Kriegger la empujó. Sena iluminó el pasillo, y ante ellos surgió un largo corredor lleno de pintadas en las paredes donde restos de literas totalmente oxidadas aguardaban silenciosamente a que alguien los apartase de las entradas a las celdas. Algunas de las puertas estaban cerradas; otras tantas se mantenían ligeramente abiertas...
Kriegger tuvo que hacer un auténtico esfuerzo para seguir avanzando. Había habido ocasiones en las que había sentido miedo, pero nunca uno tan irracional como el que en aquel entonces le atenazaba los músculos. De todos, aquel era uno de los lugares más tenebrosos que jamás había pisado.
Se obligó a sí mismo a seguir.
Cruzar el primer pasillo fue lo más complicado. A sus espaldas, Sena temblaba cada vez que se cruzaban con alguna puerta medio abierta. La oscuridad impedía ver el contenido de las habitaciones, pero cuando Sena las iluminaba, todo tipo de material en ruinas y descompuesto salía a la luz. Los suelos estaban llenos de escarcha y escombros, y las paredes estaban tan sucias que tan solo la tinta fluorescente de las pintadas había logrado sobrevivir.
Kriegger se preguntó cuánto tiempo tendrían aquellas llamadas de socorro. La mayoría de ellas estaban escritas en terrano y su mensaje era claro.
—Piden ayuda —susurró Sena—. Están atrapados... algo les impide salir.
—No lo mires —le aconsejó.
Sena asintió, pero no pudo evitar seguir mirando. En su mayoría, los mensajes eran peticiones de socorro, pero también había extrañas alabanzas a un tal Taz-Gerr. Para sorpresa de Kriegger, había pintadas que hablaba de él como el Dios supremo, pero éstas eran la minoría. El resto hablaban de los horrores a los que les estaban sometiendo.
Kriegger optó por no alargar más de lo necesario el viaje. Atravesó el primer pasadizo con paso rápido hasta alcanzar el primer cruce, lugar en el que volvió la vista a su alrededor. Tanto los caminos de izquierda como derecha estaban totalmente a oscuras y abandonados. Las escaleras que descendían unos metros por delante, en cambio, parecían emitir una leve luz naranja.
Dubitativo, Lucius consultó con Sena hacia dónde deseaba dirigirse. Ella estaba tan perdida como él, o puede que incluso un poco más, pero confiaba en su instinto. Además, no quería ser él quien se equivocara eligiendo. A lo largo de su vida ya lo había hecho demasiadas veces como para volver a hacerlo. Así pues, le consultó, pero antes de que ella pudiese responder la repentina aparición de una silueta humana en la parte baja de las escaleras les hizo reaccionar. Kriegger se agachó tras la barandilla, perplejo, y tras divisar la sombra que la figura emitía contra la pared, se aseguró de que su pistola estuviese cargada.
—Contacto —susurró, alarmado—. Avisa a Elledan y Verner. Vete.
—¿Qué insinúa? ¿Quiere que le deje solo?
—No era una pregunta: vamos, ¡vete!
Incluso a través del visor del casco, Kriegger pudo ver la duda en su mirada. No quería dejarle, pero tampoco quedarse. Estaba asustada. Aterrada en realidad. No obstante, obedeció. Kriegger volvió a centrar la mirada en la escalera, en completa tensión, y observó cómo la sombra de las escaleras desaparecía. A continuación escuchó pasos.
Se alejaba.
Inmediatamente después, como si de un telefilme se tratase, el praetor se vio a si mismo descender los peldaños de dos en dos. No sabía exactamente qué hacía ni qué iba a encontrar al otro lado de la escalera, pero no le importaba. Fuese quien fuese el dueño de la sombra, tenía que encontrarle.
Tras descender las escaleras, vio a la figura correr a través de un largo pasillo sumido en la sombras.
—¡Espera! —gritó, y empezó a correr detrás de él—. ¡Espera!
La sombra no se detuvo. Luc la persiguió a través de un largo pasillo totalmente a oscuras donde la pintura de las paredes emitía una suave luz verdosa y el suelo estaba plagado de jeringas rotas y escombros. Alcanzado el final del corredor, giraron en uno de los recodos. Inmediatamente después se adentraron en un antiguo laboratorio lleno de mostradores donde todo el mobiliario estaba ennegrecido por el fuego. Kriegger atravesó el marco de la puerta con la pistola apuntando al frente, y echó un rápido vistazo a su alrededor.
Percibió un extraño hedor a putrefacción procedente de la esquina derecha.
Nuevamente pidió calma. La figura se había detenido en el laboratorio, a escasos metros ante él, en posición defensiva. La oscuridad impedía ver sus rasgos, pero el instinto le decía que se trataba de un hombre alto y ancho de espaldas vestido totalmente de oscuro: un hombre ágil y fuerte.
Parecía asustado.
Kriegger dio un paso al frente en un intento por recortar las distancias, pero la figura no tardó en reaccionar. Dio un paso atrás, dubitativo, y volvió a darse a la fuga a través de una puerta secundaria oculta tras sus espaldas. Kriegger se apresuró a seguirle saltando ágilmente por encima de uno de los mostradores. Recorrió el pasillo y, a punto de atravesar el umbral de la puerta, algo le golpeó en la nuca con la fuerza de un tren.
Lucius vio como el mundo empezaba a girar a su alrededor mientras le arrastraban por los pasillos. El golpe le había dejado tan aturdido que su mente era incapaz de procesar las pocas imágenes que sus ojos captaban. Afortunadamente para él, ya nada parecía tener sentido.
La figura que le arrastraba resultó no estar sola. En la oscuridad no podía descifrar los rasgos de sus acompañantes, pero tampoco le importaba. Los signos y cráneos de las paredes surgían de la realidad para abalanzarse sobre él convertidos en espectros de otros tiempos.
El viaje no se alargó mucho más. Cuando volvió a tener constancia de lo que sucedía a su alrededor, ya estaba en otro lugar. Alguien le había dejado tirado en el suelo de una sala de paredes grises, y una figura le gritaba. Lamentablemente, no lograba comprender lo que decía. Aún le dolía demasiado la cabeza para ello.
Lo único que pudo ver antes de volver a perder la conciencia es que alguien trataba de quitarle el casco sin éxito.
Kriegger despertó atado a una silla. Frente a él había una figura alta y esbelta que le observaba con fijeza desde detrás de una máscara negra donde había sido dibujado un cráneo con pintura verde fluorescente. El hombre vestía totalmente de negro con un mono ceñido que evidenciaba unos músculos desarrollados y unas espaldas anchas, y unas botas. Las insignias del uniforme, si es que alguna vez había tenido, habían sido arrancadas, al igual que las condecoraciones y cualquier otro tipo de distintivo. En su lugar, ahora únicamente lucía una serpiente mordiéndose la cola de color verde en la espalda y una porra metálica entre manos.
Aún demasiado aturdido como para saber qué estaba sucediendo, Kriegger hizo el intento de volver la vista atrás sin éxito. El brazo le seguía doliendo horrores, pues al atárselo a las espaldas había quedado en mala posición, pero al menos era capaz de pensar con claridad.
Dejó caer la cabeza adelante, agotado, y durante unos largos segundos se preguntó qué estaría pasando a su alrededor. Lo último que recordaba eran los pasillos del hospital, a Sena, y la figura del fugitivo...
¿Sería él? Kriegger volvió a alzar la vista, pero antes de que sus ojos pudieran llegar a alcanzar la máscara, su captor le estrelló la porra contra el casco. La cabeza de Kriegger se sacudió dentro del casco, arrancándole un grito de dolor, y durante unos breves segundos quedó sin aliento.
El mundo volvió a dar vueltas a su alrededor.
—¡No te muevas, perro! —Escuchó gritar al tipo de la máscara—. ¡Estás muerto! ¡Muerto!
—Que te den —respondió Kriegger en un susurro—. Que te...
Su reacción no se hizo esperar. En esta ocasión el captor estrelló con tantísima fuerza la porra contra el casco que Kriegger y la silla cayeron al suelo, provocando así que se golpease la cabeza con extrema violencia. Lucius aulló de dolor, herido como pocas veces había estado, pero eso no pareció importar a su captor. Al contrario. Lejos de dejarle en paz, el praetor empezó a sufrir una auténtica lluvia de golpes que, aunque en la mayoría de los casos la armadura frenaba, lograrían que todo el cuerpo le quedase amoratado.
Poco después, volvió a perder la conciencia.
—¿Me oye?
Kriegger volvió a despertar atado a la misma silla. Podía escuchar perfectamente la voz, una voz distorsionada y robótica manipulada a través de un modificador vocal, pero no veía a su dueño. Éste, consciente de que si era reconocido podría tener graves problemas, se mantenía a sus espaldas.
—Sí —respondió en apenas un susurro.
—¿Qué hacía aquí su equipo?
Por su pregunta, Kriegger dio por sentado que la armadura le había engañado por completo.
No respondió.
—¡He dicho que qué hacía aquí su equipo!
Acompañó a la pregunta con un golpe en la nuca que logró hacerle retumbar la cabeza dentro del casco. Kriegger soltó un juramento, furioso, pero no respondió. No sabía qué debía decir. Cabía la posibilidad de que estuviese ante un grupo de resistencia anti humana, pero también en manos de unos mercenarios que, al igual que los Vargas, no dudarían en venderle al mayor postor.
Debía ser precavido.
—Mira tío, estoy empezando a perder la paciencia. —Kriegger escuchó como el tipo sacaba su arma y le quitaba el seguro—. O respondes o te pego un tiro y acabamos con esto, ¿de acuerdo? Dime qué demonios hacías aquí y para quién trabajas. ¿Por qué perseguís a la Valkirie?
¿La Valkirie? Un escalofrío le recorrió la espalda ante la mención del nombre de la nave. Cabía la posibilidad de que aquel hombre le preguntase por sus intenciones debido a la pertenencia a dicho bando... pero no sabía qué pensar.
Ni qué pensar ni qué decir.
La ausencia de respuesta acabó con Lucius en el suelo, víctima de un culatazo en la cabeza. El casco logró frenar la mayor parte del golpe, pero incluso así Kriegger quedó aturdido durante unos instantes, con los huesos doloridos y la mente cada vez más perdida en el océano de confusión en el que, poco a poco, se estaba sumergiendo peligrosamente.
El interrogador se arrodilló a su lado y apoyó el cañón del arma sobre su visor, justo entre los ojos.
—Se me acaba la paciencia, ¡habla o...!
En un alarde de repentina lucidez, Kriegger comprendió que no valía la pena ni seguir mintiendo ni permanecer en silencio. Era evidente que podía estar siendo víctima de una trampa de su subconsciente, ¿pero acaso no cabía la posibilidad de estar siendo torturado por un miembro de la Valkirie? Posiblemente se sentenciase al descubrir su identidad, pues dudaba que la suerte fuese a acompañarle en aquel crítico momento, pero no tenía otra alternativa. Fuese quien fuese su captor, tenía que arriesgarse.
—¡Espera...! —exclamó, reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban—. ¡Espera por favor!
—¿Qué espere? —Irradiando odio con cada una de sus palabras, el interrogador golpeó violentamente el visor con la culata del arma—. ¡Habla de una vez, pedazo de cabrón! ¡Habla!
—¡No pertenezco a Tempestad! Robé este unifo...
—¿Qué no perteneces a Tempestad? ¡Mientes!
Un nuevo golpe en el casco muchísimo más violento que el anterior le hizo caer de espaldas. Conmocionado por el golpe, Lucius vio a cámara lenta cómo el hombre se arrodillaba a su lado con el odio y el rencor rezumando por cada uno de sus poros. Al igual que el anterior, el interrogador era alto y ancho de espaldas, y vestía también de negro. Sin embargo, en vez de máscara, él llevaba un distorsionador de voz.
—Tú y los tuyos habéis matado a muchos de los míos, mal nacido —dijo con una voz terroríficamente familiar—. Debería torturarte hasta el fin de los días, pero por suerte yo no soy como tú. —Estrelló de nuevo la culata del arma contra el visor, tratando de romper el vidrio—. Déjame verte la cara, cabrón, quiero saber con quién... —Golpeó una segunda vez—. ...hablo. Déjame verte la cara maldito hijo de...
Kriegger trató de hablar, pero ya no le quedaban fuerzas para ello.
Furioso, el interrogador siguió golpeando el visor hasta al fin lograr partirlo. Acto seguido, hundió el arma entre los restos de vidrio y apoyó el cañón contra su frente. Lucius cerró los ojos en un gesto instintivo, dispuesto a morir, y esperó. Un segundo, dos, tres... incluso cuatro.
Pero no hubo disparo.
Perplejo ante la imagen que el visor roto le había ofrecido, el interrogador se abalanzó rápidamente sobre él para cortarle las cuerdas con las que le habían maniatado. Había sido una auténtica suerte que hubiese decidido verle la cara. De lo contrario, aunque no hubiese sido consciente de ello nunca, hubiese cometido el acto más vil y cruel jamás imaginado.
Una vez libre de las ligaduras, le ayudó a que se incorporase.
—Lucius... maldita sea, ¡Lucius! ¿¡Por qué demonios no has dicho nada!? ¡He estado a punto de pegarte un tiro! ¡Maldito seas! Lucius... gracias, gracias, ¡gracias! Creí que estabas muerto.
El praetor tardó unos segundos en reaccionar. Desconocía si los golpes le habían trastornado lo suficiente como para estar alucinando, o si directamente ya estaba muerto, pero no le importaba. Le gustaba lo que veía, y eso era más que suficiente para esbozar la más sincera de todas las sonrisas.
Dudaba que pudiese existir final más dulce que aquél.
—Nunca dejas hablar a los prisioneros... —murmuró, con los cristales rasgándole los labios—. Eres...
—Anda, cállate.
Aceptó su ayuda para levantarse, pero las piernas le fallaron y volvió a caer al suelo. Si no estaba muerto, estaba a punto. Consciente de ello, el interrogador lo cogió por debajo de las axilas y lo sentó en la silla a pulso.
—Maldito seas, Lucius Kriegger —maldijo el interrogador entre dientes, con nerviosismo—. Vamos, quítate ese casco. —Volvió la vista atrás—. ¡¡Traed ropa!! ¡¡Traed ropa y buscad a los otros!! ¡¡Es Lucius!! ¡¡Es el jefe!!
—El jefe...
Le alegraba volver a escuchar aquella expresión.
Kriegger dejó escapar una leve risita mientras su vieja camarada le ayudaba quitarse el casco. Una vez libre de su pesada carga, lo dejó caer ruidosamente al suelo y alzó la vista. Ante él, su compañero se alzaba sano y salvo con su viejo uniforme lleno de magulladuras y una fea y profunda herida atravesándole la mejilla derecha. Por lo demás, parecía estar bien.
Kriegger, en cambio, sangraba por decenas de heridas.
—¡Por el amor de una madre, Kriegger! ¡Estás hecho una mierda! ¡¡Traed al Doctor!! ¡¡Rápido!! ¡¡Traed al Doctor!! ¿Por qué demonios no dijiste que eras tú? ¡Podríamos habernos ahorrado todo esto!
Morten Ravenblut no era el único superviviente que Kriegger encontró oculto en la ciudad abandonada. Junto a él estaba el Doctor Constance, que había decidido cambiar de grupo a última hora, Adler Braven, Eldwin Fuchs y cuatro de sus antiguos camaradas a los que la suerte había logrado sonreír.
—Tiene el brazo hecho trizas, Kriegger. ¿Podría saber qué le ha pasado?
El Doctor y el resto no habían tardado ni tan siquiera un minuto en acudir a la sala cuando Morten reveló su identidad. Fuera de sí, Fuchs corrió a abrazarle al borde de las lágrimas mientras que Constance, siempre tan airado y ácido, prefirió mirar sus heridas.
—Y luego decís que sois amigos, prrrr.
Entre Morten y Fuchs lograron llevarle a una de las salas contiguas donde el Doctor disponía de material médico suficiente para atenderle. Ordenó que le tumbaran en una camilla de sábanas ennegrecidas y, tras encender una bombilla que colgaba del techo sin ningún tipo de soporte a parte de un par de cables pelados, se puso a trabajar.
Constance le inyectó varias dosis de anestesia en el brazo hasta dejárselo totalmente dormido. Una vez listo para trabajar, tomó su escalpelo. A partir de aquel punto Kriegger prefirió no mirar la carnicería en la que se convertiría su brazo. Una cosa era ver morir a hombres y mujeres; otra muy distinta asistir impunemente a aquel crimen.
Morten y Fuchs, visiblemente conmocionados con su aparición, no le dejaron solo en ningún momento mientras el Doctor abría la carne y soldaba los huesos. Ahora que al fin habían logrado recuperar a Kriegger, se negaban a separarse de él.
—Eres un cabrón con suerte, Luc —murmuraba Morten mientras le sujetaba la mano sana con firmeza. Fuchs le humedecía la frente con compresas frías—. Podría haberte matado.
—Tranquilo, jefe, se lo habría hecho pagar, se lo aseguro.
Quince minutos después, una vez finalizada la cirugía, Constance le selló la herida con puntos y le enyesó el brazo. Según su diagnóstico, a no ser que sufriese más daños en la zona, contaba con que Kriegger podría recuperar el uso del brazo en una semana. Las heridas de la cara, en cambio, eran algo más complicadas.
Tomó un cuenco con alcohol, pinzas y algodón.
—Esto le va a doler, señor Kriegger.
Y dolió. Dolió muchísimo más de lo que jamás habría imaginado, pero al menos logró sanar todas las heridas. Cosió los cortes más profundos y, sin llegar a cubrir ninguno con ningún tipo de gasa ni venda, siguió trabajando durante largos minutos mientras los dos bellator, pletóricos, le narraban los últimos acontecimientos.
—¿Qué ha pasado con el resto? —preguntó durante una de las pausas—. Verner, los Valdis y una chica autóctona venían conmigo.
—Trataron de entrar para ayudarte, pero la cosa desembocó en un intercambio de disparos en el que al final tuvo intervenir Adler —confesó Morten—. Por suerte, acabó bien. Dudo mucho que tarden más de un par de minutos en llegar. Los habitantes de la ciudad os vieron llegar, pero para cuando quisimos intervenir ya habíais entrado en acción. Ha sido complicado que nos dejasen intervenir; la gente de Userngard es enemiga de Lighting. De hecho, al principio ni tan siquiera confiaban en nosotros.
—Ya veo... —respondió Kriegger—. ¿Cómo habéis podido llegar hasta aquí? ¿Qué ha pasado?
—Demasiadas preguntas —intervino el Doctor, cortante—. Kriegger, debería relajarse un poco si no quiere que le arranque sin querer un ojo. Resulta francamente complicado trabajar así. ¿Lo sabe?
—La situación es compleja, jefe —confesó Fuchs, ignorando al médico—. No sé si sabe lo que está pasando ahí fuera, pero se podría decir que nos están dando caza. Yo estaba con Adler y el Doctor de camino a nuestra posición cuando Ravenblut contactó con nosotros.
—Es cierto —le secundó Morten—. La verdad es que me habías dejado muy preocupado Luc, así que antes de llegar a nuestra posición decidí regresar a por ti. Tuvieron que dejarme prácticamente en mitad de la nada. Poco después, todo mi equipo fue asesinado a sangre fría.
Lucius asintió con brevedad. Le hubiese gustado poder decirle cuánto lamentaba su pérdida, pero no era necesario. Ambos sabían que aquel crimen era algo demasiado cruel incluso para Tempestad.
—Pero en aquel entonces yo no lo sabía —prosiguió—. Contacté con Adler para saber dónde estabas, y él decidió trasladarse a la posición más cercana para poder recibirme. Y esa posición era ésta.
—Os encontrasteis aquí.
Ravenblut asintió con gravedad.
—Efectivamente. No sabíamos nada de lo sucedido, pero la población local se encargó de ponernos al día. Conectamos con las redes planetarias y pronto los noticiarios nos dejaron boquiabiertos. Creíamos que todos habían muerto... tú, Verner, sus hombres, los nuestros... no sabíamos ni por dónde empezar. Braven decía que lo mejor era intentar contactar con el resto, con los posibles supervivientes, pero yo ansiaba poder ir a la capital y sacar a los nuestros de la cárcel. No sabía cómo ni cuándo, pero necesitaba hacerlo... por suerte, entre Eldwin... —Morten apoyó la mano sobre el hombro de Fuchs en señal de agradecimiento—... el Doc y Adler lograron hacerme cambiar de opinión.
—¿Y qué hay de...?
Unos pasos procedentes del pasillo interrumpieron a Ravenblut. Verner entró en la sala con la ayuda de Elledan y Adler, y justo detrás de ellos, las dos chicas. Los dos bellator llevaron al praetor herido hasta la camilla donde el Doctor había atendido a Kriegger y, tras acomodarle entre las sábanas, saludaron a los presentes cálidamente.
Adler y Kriegger se estrecharon la mano mientras que Sena y Ravenblut se fundían en un abrazo fraternal. Elledan y Fuchs también se abrazaron, pero con menos efusividad que los primeros, aún demasiado tensos como para poder expresarse con total libertad. Gala, por su parte, se acercó con paso firme hasta donde Kriegger estaba sentado y le dedicó una sonrisa orgullosa como saludo.
—¿Mejor, Schnider? —Quiso saber, en tono amistoso—. Vaya, ¿qué te ha pasado en el brazo? ¿A quién has cabreado?
—Un tropezón sin mayor importancia —respondió él. Después de lo ocurrido y a pesar de la actuación de sus primos, Lucius le agradecía enormemente que hubiese logrado llevarles hasta allí—. ¿Estáis todos bien?
—Nos ha dado un buen susto, jefe —aseguró Elledan, mientras se acercaba al Doctor para saludarle con un apretón de manos—. Tiene buen aspecto, Doc.
—Déjame trabajar, muchacho.
Sena aprovechó para dedicarle una tierna sonrisa a Kriegger antes de que su hermano se interpusiera entre ellos para saludar a Ravenblut. Los dos hombres se dieron un fuerte abrazo antes de seguir con la conversación.
Algo más recuperado, Kriegger probó a ponerse en pie. Consciente de que Verner necesitaba una intervención importante para poder recuperar la pierna, optó porque dejasen un poco de espacio al Doctor. Aceptó la ayuda que Ravenblut le ofrecía para caminar y, ya fuera de la sala, se dejó guiar hasta una de las celdas contiguas. Al igual que los pisos superiores, los subterráneos del hospital habían sufrido grandes destrozos, pero al menos los escombros habían sido apartados de los pasillos.
Ravenblut les llevó hasta una antigua sala de espera donde un par de sillones desvencijados y sillas volcadas les aguardaba. Los viajeros se sentaron, agotados por la mezcla de emociones, y aguardaron pacientemente a que uno de los hombres más veteranos de Kriegger, Elías Tunner, les trajese un termo lleno de café y unas cuantas tazas metálicas. Al igual que él, muchos otros se habían logrado salvar gracias a Adler. No obstante, a pesar de haber logrado salir indemnes, sus semblantes evidenciaban la tristeza de saber que sus compañeros no habían corrido la misma suerte.
Esa era una carga con la que siempre contarían el resto de su existencia.
—Sabía que seguía con vida, jefe —dijo Tunner con alegría tras estrecharle la mano.
—Me alegro de verte, Tunner. ¿Todo bien?
—Ahora mucho mejor.
El café no estaba especialmente bueno ni amargo, pero sirvió para que Kriegger asentara un poco la cabeza. Vació dos tazas enteras y, llegado a la tercera, lanzó una rápida mirada a su alrededor. Después de las largas horas de tensión vividas en los últimos días, el cansancio había logrado que los hermanos Valdis cayeran profundamente dormidos. Gala, por su parte, trataba de mantener los ojos abiertos, pero el agotamiento pronto la convertiría en la siguiente víctima.
Incluso el propio Kriegger empezaba a sentir el peso de los párpados haciendo fuerza por caer.
—¿Qué está pasando, Luc? —preguntó Morten en apenas un susurro—. Tú sabías que iba a pasar algo así, ¿no? Por eso decidiste irte.
—Sabía que querían a los chicos, pero te juro por mi alma que no sabía que iba a pasar esto. De haberlo sabido, todo habría sido muy distinto, te lo aseguro.
—Nadie esperaba esto. Están matando a muchos inocentes en esta estúpida caza de brujas.
—Lo sé. —Kriegger lanzó una rápida mirada a Gala—. Aquella joven logró salvarnos in extremis. Estábamos en un hotel cuando Tempestad irrumpió acabando con todo aquel que se cruzaba en su camino. Fue una auténtica matanza.
—¿Y de dónde sale Verner? —pregunto Fuchs con curiosidad—. ¿Iban juntos?
—Se podría decir que coincidimos. Yo únicamente viajaba con los hermanos Valdis. Él se unió más tarde, al igual que Gala.
—Gala, ¿eh? Un nombre precioso. —Ravenblut se acercó para saludarla con dos besos en las mejillas—. Gracias por traer de vuelta a Luc, Gala.
La muchacha asintió levemente a modo de respuesta, adormilada.
—La pobre está destrozada —advirtió Lucius—. Llevamos muchísimas horas al volante. En cuanto tenga oportunidad, trataré de buscarle un lugar donde pueda quedarse: no se merece esto.
—En el fondo os habéis ayudado mutuamente —afirmó Ravenblut con optimismo—. Si no la hubieseis sacado de ese hotel lo más probable es que la hubiesen matado. Por lo que he podido oír en los noticiarios, Tempestad está totalmente descontrolada.
—Lo sé: esto es un auténtico desastre.
—Desde luego... aunque no lo entiendo, praetor. ¿Por qué no los entregó? —Les sorprendió Fuchs, en tono dubitativo—. ¿Acaso no se podría haber evitado todo esto? Al fin y al cabo, era su obligación.
El silencio se apoderó de la sala.
Kriegger había sospechado que aquello podría suceder. Era de esperar. De hecho, él mismo se había formulado aquella misma pregunta durante el transcurso de aquellos días en varias ocasiones. Sin embargo, visto lo visto, Kriegger mentiría si dijese que se arrepentía de no haber obedecido. No podía asegurarlo, pues el destino no dejaba de sorprenderle, pero el praetor estaba prácticamente convencido de que habría corrido la misma suerte que el resto de sus hombres.
En el fondo, a Tempestad lo único que le interesaba eran los hermanos.
—Te lo he dicho mil veces Eldwin: no preguntaron. Lo sabes perfectamente —respondió Ravenblut por él, arisco. Por el modo en el que le miraba, no era la primera vez que discutían aquello—. ¡De haber estado allí los habrían matado a los tres! En el fondo, ha sido una suerte de que desobedeciese.
—Ya, pero...
—¡Pero nada, joder! —Morten sacudió la cabeza con nerviosismo—. Alégrate de que siga con vida, ¿de acuerdo? Eso es lo que realmente importa ahora. Tempestad nos ha traicionado, y en cuanto tenga ocasión, intentará acabar con todos. Absolutamente todos, ¿te queda claro?
—Eh, eh, tranquilidad —intervino Kriegger, conciliador, antes de que Fuchs tuviese su turno de réplica. Al parecer, el bellum tenía su propia teoría respecto a Tempestad—. Esto no nos lleva a ningún lado. Al menos así no. ¿Sabéis? Creo que ha llegado el momento de que todos nos sinceremos. —Lucius le dio un nuevo sorbo a la taza de café—. Descansemos un poco y esperemos a que Verner se recupere. Yo también necesito dormir unas cuantas horas. La situación es extrema, pero no podemos rendirnos.
—Estoy totalmente de acuerdo. —Morten se puso en pie—. Aprovecharé que Braven está con Verner y el Doctor para informarles y preparar la reunión. Mientras, Fuchs puede llevaros a ti y al resto a descansar a nuestra base temporal. Como verás, es poca cosa, pero más que suficiente por el momento. Más tarde, si quieres, te mostraré algunas grabaciones que hemos hecho de los noticieros. Creo que te sorprenderás.
—Perfecto.
Los supervivientes del 9 habían elegido un antiguo hotel abandonado para instalar su base. A diferencia de los nativos de la ciudad, ellos habían ocupado una de las plantas más altas, pudiendo disfrutar así de la superioridad que les ofrecía la altura en caso de ataque. Los hombres de Userngard, en cambio, preferían los oscuros subterráneos y sótanos para ocultarse.
Siete horas después de su llegada, un susurro en el oído logró traer de regreso a Kriegger.
Aún con el cansancio muy asentado en su interior, Lucius abrió los ojos. Las horas de sueño habían logrado relajar los músculos, pero aún tardaría bastante en poder recuperarse por completo.
—¡Kriegger!
Algo desorientado, Kriegger volvió la vista a su alrededor en busca del dueño de la voz. Se incorporó con lentitud, estirando todos los músculos con cuidado, y lanzó un sonoro bostezo. A su lado, sentado en el borde de la cama, Morten parecía estar hablando con alguien que en aquel entonces estaba limpiando la mesa con un trapo sucio.
Para su sorpresa, Kriegger descubrió que entre los supervivientes se encontraba alguien muy querido por todos: Isis Betancourt, alias Muñeca, o como a ellos le gustaba llamarla, Daga. La encantadora bellum había sufrido bastantes heridas en manos y rostro, pero su sonrisa de labios rojos seguía siendo la más irresistible de toda la Valkirie.
—¡Jefe! —Al verle despierto, Daga se apresuró a darle un tierno beso en la mejilla—. Cuánto me alegro de que esté de vuelta. Sin usted, estábamos muy perdidos.
—¿Daga? ¿Tú por aquí? —A pesar de la alegría inicial, Kriegger no pudo evitar que las dudas le asaltaran—. ¿Tú no estabas en el grupo de...?
—De Ravenblut, sí. —Daga asintió con tristeza—. Pero Edith me pidió que nos cambiásemos. Tenía un mal presentimiento y me pidió que la sustituyera. De haberlo sabido...
—¡De haberlo sabido nada, Daga! —exclamó Ravenblut con aburrimiento—. Demonios, me estáis volviendo loco entre todos. No pienses más en ello, ¿de acuerdo? —Después de la regañina, Morten decidió mostrarle su apoyo con un tierno abrazo—. Vamos preciosa, todo va a ir bien. ¿Por qué no avisas al resto de que el jefe ha despertado? Creo que le están esperando desde hace rato.
—Claro. —Antes de salir, Daga le lanzó un último beso a Lucius lleno de devoción. Recuperar a su venerado praetor le había devuelto las fuerzas recientemente perdidas—. Me alegro mucho de verle de nuevo, praetor, de verdad. Al fin buenas noticias.
El caso de Daga no fue el único que logró sorprender a Kriegger. Al parecer, todos los supervivientes se habían salvado en circunstancias muy extrañas, y aunque la más sorprendente de todas era la de Ravenblut, no cabía duda de que todos parecían igual de afectados.
Según palabras de Morten, Adler Braven había decidido cambiar de destino en el último instante, alejándose así del ejército de más de cincuenta hombres que le esperaban. Lamentablemente, más de la mitad de sus hombres no corrieron la misma suerte. Ellos viajaron hasta las coordenadas marcados, y al igual que pasó con los bellator de Ravenblut, no tuvieron opción a preguntar.
Elías Tunner también había tenido mucha suerte. Las primeras listas le habían convertido en uno de los candidatos a formar parte del equipo de Ravenblut, pero tras la muerte de sus siete compañeros durante el entrenamiento y la reconstrucción de los grupos, había logrado librarse de una muerte al quedar bajo el mando de Adler.
El Doctor, por su parte, también había logrado salvarse gracias al cambio de última hora.
—No lo llevan demasiado bien —confesó Ravenblut mientras ayudaba a Kriegger a asearse. Daga había intentado limpiar el baño, pero ni tan siquiera el mejor producto de limpieza hubiese logrado jamás borrar las manchas de sangre de las paredes—. Daga está muy deprimida, y no es la única.
—Sinceramente, me preocuparía mucho más que no lo estuviesen —se sinceró él, tratando de no alargar más de lo necesario el tema—. De momento tenemos a Tunner, Adler, el Doctor, Fuchs, Daga y a ti. ¿No hay nadie más?
—No por el momento. Hace dos días pudimos escuchar una petición de ayuda urgente de Alishya Nerver, una de las chicas de Imya, pero se encontraba a más de setecientos kilómetros. Nos resultó imposible actuar.
—Al menos ahora sabemos que no somos los únicos que hemos caído —reflexionó mientras tomaba asiento en el taburete que Ravenblut le había acercado. Morten sacó de su propia bolsa la espuma de afeitar—. Verner tiene la teoría de que puede que tengamos un espía entre nosotros.
Morten se frotó las manos para conseguir que la crema empezase a hacer espuma. Se la acercó a Kriegger a la nariz para que pudiera oler su peculiar perfume a eucalipto, y a continuación la repartió por su rostro, dibujando círculos con los dedos.
Desde que le conocía, aquella era la vez que más larga había tenido la barba.
—Berith, ¿no? —replicó sin mostrar sorpresa alguna.
Kriegger, en cambio, no pudo evitar sobresaltarse ante la naturalidad con la que Ravenblut lo descubrió. Volvió la vista atrás, esquivando por auténtica casualidad la afilada cuchilla con la que estaba a punto de empezar a afeitarle.
—¿Cómo lo sabes?
—¡Cuidado! Casi te rebano la oreja... —Morten lanzó un largo suspiro—. Pues es cuestión de prestar atención a los noticieros, Lucius. Hace un par de días hubo una conexión audiofónica entre una de las cadenas vidioauditivas de mayor popularidad del país y uno de los miembros de Tempestad. Al parecer, quieren calmar un poco a la población, ya sabes, para que no cunda el pánico. Pues bien, esa mujer...
—Será por mujeres en Tempestad.
—¿Podrías esperar a que acabe? —Morten le dedicó una leve sonrisa—. Sé que hay muchas mujeres, Luc, no soy estúpido. ¿Pero cuantas conoces que se llamen Sheila Imry?
Kriegger no pudo disimular su decepción. Sheila Imry era el nombre en clave de Berith; un nombre que hacía muchos años que había sido enterrado, pero que ni tan siquiera el sistema de reinserción social había logrado hacer olvidar a Kriegger y Ravenblut.
—No me lo puedo creer.
—Berith mataría por Spectrum, Luc... y de hecho, no es la primera vez que lo hace. ¿Acaso no recuerdas lo que pasó en Stintos II?
—Dijo que no había recibido las transmisiones.
Morten se encogió de hombros.
—¿Y tú te lo crees?
Hasta entonces lo había deseado creer a pesar de la evidencia, pero a aquellas alturas ya no había motivo alguno por el cual seguir haciéndolo. Berith les había traicionado, y muy posiblemente lo había hecho también en el pasado. La gran pregunta era, ¿desde cuándo había dejado de ser una aliada para convertirse en parte del enemigo?
—Berith es leal a Spectrum, no a la Valkirie —apuntó Morten—. Pero tampoco la culpo, en el fondo ella siempre fue distinta. Imya y Verner, quieras o no, son como nosotros: bellator sin mayor aspiración que cumplir las órdenes. Ella, en cambio, pasaba demasiado tiempo entre las altas esferas como para no plantearse la posibilidad de ascender.
Kriegger prefirió dejar el tema. Aguardó en silencio a que acabase de afeitarle y, ya bastante más presentable de lo que había llegado, abandonó la sala junto a Morten. Más allá del umbral de la puerta, los pasillos permanecían tan silenciosos como los del hospital, pero bastante más iluminados.
Mientras avanzaban en dirección a la sala de reuniones, Ravenblut fue llamando una a una en todas las celdas con rápidos golpeteos en las puertas.
—¿Hay noticias de Imya?
—Negativo. Braven teme que puedan haberle abatido, pero yo tengo la corazonada de que sigue dando guerra. Ya sabes cómo es. Por cierto, ¿qué hay de los hombres de Verner? ¿Solo logró salir él?
—Sí, lo encontramos de pura casualidad. ¿Te acuerdas de la chica? ¿Gala? —Por la sonrisa traviesa de Morten, Kriegger supuso que no había tenido que hacer demasiado esfuerzo para recordarla—. Ella y sus primos le tenían secuestrado. Querían pedir un rescate por él... y por nosotros. De hecho, su plan era también secuestrarnos. En fin, tuvimos suerte de que Sena les descubriera a tiempo. Hubiese sido muy humillante acabar en manos de esos niñatos después de escapar de Tempestad.
—Parece mentira, hermano: te persigue todo el mundo. —Ravenblut abrió la puerta con un suave empujón, dejando a la vista un enorme salón acristalado—. Por cierto, ¿cómo los descubrió?
—Mort, ¿aún no te has enterado? —Kriegger se adelantó unos pasos—. Sena y su hermano son telépatas.
Ni las entrevistas ni las imágenes que las cadenas de reproducción retransmitían reflejaban el auténtico horror vivido. Algunos testigos tachaban las muertes de los suyos como crímenes injustificados a los que Lightling no podría dar su visto bueno bajo ningún concepto, pero en la mayoría de los casos simplemente los definían como daños colaterales. Tempestad seguía siendo el punto de referencia para la mayor parte de los habitantes de Démeter, y mientras que aquella imagen santificada de sus miembros no variase, seguirían permitiendo todo tipo de atrocidades.
Iranzo Libero, Yuri Devonicova y Arianne Razor, cerebro y mano ejecutora del desastre iniciado una semana atrás, no atendían a ningún medio de comunicación. Mientras que ellos ocupaban su tiempo en torturar e interrogar a los detenidos, la mediocre tarea de informar quedaba reservada a sus subalternos. En el caso de Arianne Razor, era la propia Sheila Imry la que respondía por ella.
Ver a Kirsch en la pantalla resultó ser una imagen muy humillante. Hasta el momento la habían podido escuchar a través de las ondas, pero ver su rostro al descubierto rodeada de aquellos traidores y apoyándoles resultaba mucho más doloroso de lo que jamás ninguno imaginó.
Kirsch relataba con frialdad los acontecimientos. Según sus propias palabras, los traidores de la Valkirie habían dado la espalda a Lightling y, en consecuencia, aquél era el castigo que Tempestad les había reservado. Por el momento, todos no habían caído, pero era cuestión de tiempo de que el resto acabasen uniéndose a sus camaradas ya encerradas en las celdas. Para ello la colaboración de los ciudadanos era casi tan requerida como el cumplimiento del deber. Todo aquel que se negase a colaborar sería considerado un traidor y, en consecuencia, sufriría el mismo destino.
En relación a las preguntas sobre los presos de las cárceles, Kirsch mentía asegurando que la mayoría de ellos podrían ser reinsertados en la sociedad siempre y cuando no estuviesen directamente implicados en la desaparición de los altos cargo. A los implicados y leales a Kriegger, en cambio, se les torturaba en vano antes de ejecutarles.
Kriegger se preguntó a cuántos de sus hombres habría matado con sus propias manos.
—Al menos te habrás vendido cara, hija de perra. —Oyó murmurar a Ravenblut.
Morten paró la grabación dejando congelada la imagen de Kirsch. Cruzó los brazos sobre su ancho pecho y, uno a uno, fue mirando a todos los presentes. Alrededor de la maltrecha mesa de comedor que habían logrado recuperar de los escombros habían congregadas más personas de las que ambos habían creído poder llegar a reunir, pero muchísimas menos de la que hubiesen deseado.
"Demasiadas sillas vacías; demasiados errores. Es hora de empezar a solucionar las cosas, Kriegger. Ha llegado tu momento."
—Ella es nuestro objetivo —anunció Ravenblut para sorpresa de todos—. Ella y toda la escoria de la que se rodea. Puede que algunos de vosotros tengáis objetivos a más alta escala, pero siendo realistas me temo que este planeta va a ser nuestra tumba. Así pues, yo propongo que muramos matando. Por cada uno de los míos que ella haya matado, yo mataré a cien.
Era una oferta tentadora a la que muchos quisieron unirse, pero a la que, aparte de Elledan y Tunner, nadie apoyó.
—Todos tenemos sed de venganza, Morten —respondió Kriegger tras unos segundos sin levantarse. Aún estaba demasiado agotado como para hacer grandes esfuerzos—. Pero no podemos dejarnos cegar por ella: es lo que quieren. ¿Acaso no ves que es una trampa?
—Lo sé, ¿pero qué pretendes? ¿Dejar a los nuestros abandonados a merced de esos salvajes?
—Por supuesto que no. De hecho, hasta hace muy poco mi plan era viajar hasta Margyss.
—¿Y qué ha cambiado? —Quiso saber Sena—. ¿Acaso ya no va a abandonarnos, señor Kriegger?
Aunque agradecía su interés, lo que menos necesitaba a aquellas alturas era aquel tipo de reproches. Kriegger comprendía su mal estar, pues era algo que él mismo compartía, pero ninguno de los dos podía permitirse el lujo de dejarse llevar por los sentimientos, y mucho menos a aquellas alturas.
—Las cosas no han cambiado, Sena —respondió sin mirarle a la cara—. Os están buscando, y mi mayor prioridad ahora mismo es la de sacaros del planeta. Tal y como habíamos acordado con Verner, una vez hayamos conseguido un número de tropas suficiente, desapareceréis.
—¿Y podría saber por qué? —intervino Fuchs, a la defensiva—. Si ellos son los causantes de todo esto, ¿por qué no entregarlos?
—¿Sigues sin enterarte de que también quieren a los jefes, Eldwin? —le recriminó Daga, con los ojos encendidos. A pesar de que hasta entonces se había mantenido en silencio, aquel comentario pareció desatar su cólera—. ¡Ellos ya son lo de menos! ¡Son...! ¡Son una excusa!
—Excusa o no, no debemos menospreciar a estos dos muchachos —recomendó el Doctor Constance—. Posiblemente Kriegger no os haya hablado de ellos todo lo que debía, pero dado que vamos a sincerarnos, ha llegado el momento de que yo también revele la información que conozco.
—Me parece bien —aceptó Kriegger—. Usted es una pieza que aún no sé dónde encajar, Doctor.
—Eso es porque no sabes mirar más allá de lo que tus ojos ven, praetor. Visto lo visto, creo que no tengo demasiados motivos por los cuales seguir siendo leal a aquellos que desean mi muerte. —Constance esbozó una sonrisa sin humor—. Escuchad con atención lo que os voy a decir, porque seguramente estas palabras provoquen mi muerte. Como algunos de los aquí presentes ya saben, antes de unirme a vuestra tripulación para el seguimiento evolutivo de los pacientes, pasé casi treinta años de mi carrera encerrado en un laboratorio. Mi cometido era el de mejorar el sistema de reinserción social, pero también estudiar la mente humana. Veréis, desde el inicio de los tiempos el conocimiento ha sido un poder que todos han deseado poseer. Un poder que convertía al más débil en líder, y al más fuerte en indestructible. Conocedora de ello, Lightling decidió emplearlo como su mayor arma, y para ello hizo crear el sistema de reinserción. —Antes de seguir, Constance hizo un alto para buscar las palabras adecuadas a emplear—. Todos vosotros, hijos de Spectrum y de las demás flotas, no sois más que archivos móviles. Sois sus ojos y su voz, pero, sobre todo, sois su memoria. La Suprema os envía a investigar por ella, y una vez acabáis con vuestras misiones ella se encarga de recoger toda la información directamente de vuestras mentes. Si se trata de información que no pone en peligro la estabilidad de su Reino, os deja seguir funcionando siempre bajo la vigilancia de vuestro Káiser y en la realidad que es vuestra nave, pero si descubrís algo demasiado importante se encarga de que esa información caiga en buenas manos. Es decir, las suyas.
—No la elimina —murmuró Verner por lo bajo, con los ojos encendidos. Lo que poco tiempo atrás había sido poco más que una sospecha ahora se convertía en una verdad extraordinariamente contundente—. La extrae y sustituye... —Su mirada voló hasta el otro praetor—. La sustituye, Kriegger.
—Efectivamente, señor Verner. Toda esa información es almacenada en las centrales y bancos de datos de Lightling, y allí se mantiene en activa hasta que ella misma la absorbe y, finalmente, elimina. Lamentablemente, eliminar recuerdos no es algo sencillo. Llevamos muchos años trabajando en ello, pero por mucho que la Suprema insista, actualmente es imposible completar el proceso. Los recuerdos siempre dejan residuos en la mente. En algunos casos esos residuos permanecen dormidos para siempre y jamás pueden recuperarse, pero en otras ocasiones despiertan sin más. Quizás ante la mención de un nombre, o puede que al captar un olor o un color... la mente es complicada; no sabría explicarlo con exactitud, pero lo que sí puedo asegurar es que aunque traten de extraer los recuerdos, siempre queda su huella.
—Para eso existen los bloqueos, ¿verdad? —preguntó Kriegger con curiosidad, recordando su propio caso—. Para evitar que algunos de esos recuerdos puedan regresar.
—Efectivamente. Los bloqueos son poderosas armas para que, en caso de que el individuo recuerde algo que no debería, su mente se autodestruya. Estos casos se suelen dar en testigos torturados, en sucesos demasiado crueles que el simple recuerdo podría llegar a destruir al individuo, o...
—O en casos que se desean silenciar para siempre —sentenció Sena—. ¿Verdad, Doctor?
El silencio se impuso en la sala cuando el Doctor asintió. La mayoría de los presentes no sabían sobre qué trataba aquella conversación, pero los pocos conocedores estaban totalmente paralizados de pura perplejidad. Hasta entonces siempre habían barajado aquella opción como una simple posibilidad, pero con aquella confesión se abrían muchas nuevas puertas.
"¿Será posible que Kurt tuviese razón...?"
Kriegger no pudo soportarlo más. A su alrededor los suyos estaban muriendo, y él seguía sin saber el motivo. Se estaba acercando, pero a cada paso que daba tenía la impresión de retroceder otros tantos.
Necesitaba respuestas, y las necesitaba ya.
—Doctor, por favor. Si sabe algo más, dígalo —pidió en tono suplicante—. Por favor. Usted estaba a bordo de la nave del káiser cuando sucedió lo de Stintos II. Dígamelo. ¿Llegaron nuestras llamadas de socorro? ¿Nos traicionaron?
Los miembros del 9 abrieron los ojos de par en par cuando Kriegger formuló aquella pregunta. Hasta entonces, aquel tema siempre había sido tabú.
—¿Por qué me pregunta algo que ya sabe, Lucius? —respondió el Doctor con dolorosa franqueza—. Por supuesto que les traicionaron. Querían eliminaros, pero ustedes se resistieron a morir. El káiser ordenó a Berith que ignorase sus llamadas, y ella no tuvo más remedio que obedecer. Todos los suyos estaban amenazados al igual que lo vuelven a estar ahora. Por suerte para ustedes, en aquel entonces un anónimo transmitió su petición de socorro a otro praetor.
"¿Otro praetor?"
—¿Monfort? —Ravenblut prácticamente escupió las palabras—. ¿Fue Monfort quien dio la alarma?
—Le costaría su puesto en la Valkirie, pero sí. Fue ella. "Alguien" hizo llegar ese mensaje a la señorita Adelie, y ella lo transmitió de inmediato al káiser. Llegado a aquel punto no tuvo más remedio que acudir a su rescate. Se podría decir que le pusieron entre la espada y la pared. Lógicamente, aquel acto traería consecuencias. Si mal no recuerdo, dos semanas después Monfort recibió la invitación de unirse al káiser debido a una baja repentina.
—Una baja provocada, ¿verdad? —intervino Verner—. Una baja que él mismo provocó para, además de quitarse de encima al "culpable" de aquel error, tener más controlada a Adelie.
—El káiser sabía que lo sucedido era demasiado grave como para que pudiese olvidarse tan fácilmente. Tenía que silenciar bocas, y para ello envió a unos cuantos a bordo de la Valkirie para hacer "limpieza" en las cubiertas médicas. —Constance chasqueó la lengua—. Entre ellos estaba su querida amiga la Doctora Ever, Kriegger.
—¿Ever? —Kriegger parpadeó con perplejidad—. Pero la Doctora...
—Ella nunca se lo perdonó —intervino Adler—. La Doctora rechazó por completo regresar con el káiser, y él, consciente de que era un enemigo demasiado complicado al que abatir, decidió dejarla. Ever jamás diría nada, pues estaba demasiado arrepentida, pero jamás podría olvidarlo.
—Espero no ofenderle con lo que voy a decirle Kriegger, pero usted y Ravenblut estaban en esa lista negra. Por desgracia para unos, pero fortuna para ustedes, sus heridas no eran lo suficientemente graves como para quitarles de en medio, por lo que, para silenciarles y mantenerles contentos, el káiser decidió nombrarle praetor. Se podría decir que, a pesar de todo, a Petrov le salió bastante bien la jugada.
Demasiado bien en realidad.
A pesar de que a Kriegger le hubiese gustado mostrar su enfado abiertamente golpeando algo o maldiciendo a voz en grito, una vez más se limitó a guardar silencio. Desde el inicio de su carrera siempre supo que era una pieza más en la maquinaria del reino de Lightling, pero jamás sospechó que podría llegar a tratarse de una marioneta.
Ahora que al fin sabía el motivo de su ascenso no podía más que sentir vergüenza de su estupidez. Debería haberse dado cuenta.
—Todo esa historia está muy bien... —intervino Ravenblut con el rostro congestionado—. Bastante humillante, sin duda, y tan retorcida como sus propios creadores, pero, sobre todo, secreta. Tan secreta que absolutamente nadie la sabía a excepción de usted, Doctor, y yo me pregunto, ¿por qué?
—Todos los científicos y médicos de las flotas pertenecen a Tempestad, Morten —explicó Verner—. Sirven en naves o laboratorios al servicio de káiseres como Petrov o Leone, pero sus auténticos superiores son parentes de Tempestad.
—El praetor está en lo cierto —admitió el Constance—. Yo no respondo ante Petrov.
—Pero que pertenezca a Tempestad no significa que tenga que saber todo lo sucedido en la Valkirie —inquirió Daga con abierta desconfianza—. Esa información debe estar muy restringida.
—Lo está. —El Doctor parecía dispuesto a mantener su sinceridad hasta el final—. Pero aquellos que trabajamos en el caso de Naastrand teníamos acceso directo. —Constance esbozó una sonrisa triste al ver cómo los ojos de Lucius se encendían—. Sí, Kriegger, sé que temías que esto hubiese empezado hace veinticinco años, y no te equivocabas. Desconozco que es lo que pasó en aquel entonces, pero sí sé que vivisteis o descubristeis algo por lo que os quieren ver muertos.
Lucius creyó sentir que el corazón le daba un vuelco. Hasta entonces todo habían sido sospechas; horribles pesadillas que habían morado su mente haciendo trizas todas las otras posibles teorías. Ahora, sin embargo, se confirmaba todo.
—¿Qué sabe sobre el tema? —exigió saber Kriegger—. ¡¡Dígalo de una vez!! ¿¡Que pasó en Naastrand!?
La gran pregunta.
Kriegger acompañó a la petición con un puñetazo en la mesa, aunque ésta no sirvió para nada a parte de sobresaltar a los presentes. El Doctor estaba confesando todo lo que sabía, y en aquel caso sus ojos vidriosos evidenciaban que no estaba mintiendo. Constance no sabía absolutamente nada.
—Yo solo tenía que encargarme de que el bloqueo no fallase; el resto dependía de otros. Era un proyecto secreto. Jamás supe nada, pero cuando al fin me encontré cara a cara con ustedes por primera vez entendí que eran más peligrosos por lo que podían descubrir que por lo que en realidad sabían.
—¿Y qué hay de nosotros? —le increpó Sena con vehemencia—. ¡Qué sabe de nosotros!
La ferocidad de las palabras de la joven Valdis logró sorprender a Kriegger casi tanto como al resto de los presentes. La muchacha estaba en pie, y aunque su piel no estaba tan enrojecida como la de Ravenblut, sus ojos irradiaban una cólera muchísimo más salvaje y letal. Elledan, en cambio, permanecía rígido y paralizado, como si su mente no fuese capaz de procesar lo que estaba escuchando.
—Lo que todos saben, señorita Valdis —respondió Constance con brevedad—. Que están relacionados con ellos y con Naastrand de algún modo, y que, al igual que sucede con Kriegger y Ravenblut, les habría ido bastante mejor dejando que la muerte les llevara al Ak...
Un deseo irrefrenable de abalanzarse sobre él para golpearle cegó súbitamente a Kriegger. Hasta entonces nunca había tenido un impulso como aquél, y mucho menos contra alguien a quien apreciaba. Sin embargo, en aquel entonces nada pudo detener a la bestia que yacía en su interior. Aquel extraño y seguramente artificial deseo se convirtió en realidad, y sin tan siquiera ser consciente de ello, Kriegger se abalanzó con el puño sano por delante, dispuesto a golpear al anciano Doctor. Afortunadamente, Tunner logró detenerle a tiempo.
Lamentablemente, él no era el único que parecía haber perdido la razón.
Convertida en una flecha humana, Daga se apresuró a detener a Ravenblut con la ayuda de Adler, el cual avanzaba también directo hacia el Doctor, y Fuchs y Verner a un Elledan colérico y totalmente fuera de sí. Al parecer, los dos hombres habían sufrido el mismo ataque de furia.
Sena, en cambio, a pesar de estar en la lista de afectados, no mostró reacción alguna. Al contrario; todo lo que había sido odio en ellos, en ella fue indiferencia. Entrecerró los ojos con la mirada aún fija en el Doctor, y no la apartó hasta que éste salió de la sala. Una vez fuera de su alcance visual, negó suavemente con la cabeza conocedora de que, en cuanto tuviese la ocasión, se lo haría pagar muy caro. Apartó la silla de un empujón y salió también de la sala.
Elledan no tardó más que unos segundos en unirse a ella.
Kriegger y Ravenblut, por su parte, dejaron que las palabras tranquilizadoras de los suyos les calmaran. Tomaron de nuevo asiento alrededor de la mesa y, unos cuantos minutos de silencio después, retomaron la conversación. A pesar de saber que dejarse llevar de aquel modo por la cólera era impropio de ellos, ninguno de los dos se arrepentía.
Constance había tenido mucha suerte de que les detuviesen a tiempo.
—No deberían dejarse llevar por la ira, señores —comentó Verner con frialdad—. En el fondo Constance solo ha dicho lo que todos, incluido ustedes, piensan. Todo habría sido bastante fácil de no haber despertado jamás, pero afortunadamente, al menos para mí, esa no es la realidad. Ustedes cuatro están aquí, y si el destino así lo ha querido, yo lo acepto.
—¿Lo acepta o no le queda más remedio que aceptarlo, praetor? Siento insistir, pero sus egoístas decisiones han provocado que ahora estemos condenados —argumentó Fuchs con valentía—. Y comprendo que no lo sabían; que todo esto les ha venido de repente... pero tampoco podemos negar lo obvio. Esto es solo una de las consecuencias de sus acciones.
—¿Nuestras acciones? —recriminó Ravenblut con rabia. El bellum volvió a ponerse en pie, fuera de sí, pero en esta ocasión no se movió—. ¡Tú podrías haber estado en Naastrand, Fuchs! ¡Maldita sea, ¿nos estamos volviendo locos!? ¡Cualquiera diría que esto es lo que queremos! Además, ¡nadie te obliga a quedarte! Deshazte del equipo y mézclate con la población: en cuanto todo esto acabe podrás ir a donde te dé la gana. Nadie sabe qué estás vivo.
—Ni tampoco que estás muerto —añadió Daga con desprecio—. Porque no eres absolutamente nadie, Eldwin, y pensando así, jamás lo serás. ¿Acaso no te das cuenta de lo que sucede? Puede que ellos sean los causantes de nuestra desgracia, pero es Tempestad quien ha elegido señalarnos a todos como culpables. ¡Todos! Tú, yo, él, ella, ¡todos! —Daga se puso en pie también—. Esto es repugnante. No recuerdo que te quejaras cuando Kriegger y el resto se jugaron la vida por ti en el entrenamiento de Stintos II, ¿eh? ¡Ni tampoco cuando en Karska XI el praetor se jugó el cuello tratando de sacarte de ese agujero donde te caíste! ¡Eres...!
La sorpresa se reflejó en el rostro de Lucius al escuchar la mención de aquellos dos casos. El primero había sido muy reciente, pero después de lo ocurrido tenía la sensación de que habían pasado años de ello. ¿Y qué decir del segundo? Era sorprendente que alguien se acordara. Sorprendente y halagador.
—Eh, eh, Daga. —Visiblemente agradecido, Kriegger apoyó la mano sobre el hombro de la mujer para que su exposición no fuese a más—. Basta. Está asustado, solo es eso.
—¡No! ¡No es solo eso! ¡Yo también estoy asustada! ¡Y a mí también me jode que muchos de los nuestros hayan caído, ¿pero acaso le culpo a usted de algo!? ¿Acaso me comporto com...?
—¿¡Como qué!? —Fuchs se incorporó, y no dudó en atravesar la sala para encararse con ella. Extendió la mano hacia su cuello y, a punto de rozarlo, Adler se interpuso, apartándole de un fuerte empujón en el pecho.
La situación se les estaba escapando de las manos.
—Basta, Eldwin —le advirtió el captain—. Sal de aquí y date una ducha de agua fría: la necesitas.
—No voy a consentir que esa zor...
—¡Basta! —Ante la falta de respuesta a su primera advertencia Adler, le derribó con un poderoso puñetazo en la mandíbula. Ya en el suelo, apoyó la bota sobre su garganta, cortándole la respiración—. ¡He dicho que salgas de aquí ahora mismo! ¡Vamos! ¡¡Fuera!!
Elías Tunner se apresuró a acudir en busca de su buen amigo y sacarle de la sala antes de que la tensión pudiese ir a más. Unos minutos después, visiblemente afectada y con los ojos vidriosos de las lágrimas que ocultaban, Daga también se retiró cabizbaja.
Ravenblut hizo ademán de seguirla, pero una simple mirada llena de advertencia de su camarada Kriegger bastó para que se frenase. El praetor aguardó a que la bellum abandonase la sala y, ya a solas los cuatro, Adler, Adelbert, Morten y él, dejó escapar un largo y profundo suspiro lleno de cansancio.
Le costaba aceptar lo que sus ojos acababan de presenciar.
—Lo peor de todo esto es que le entiendo —dijo con desanimo—. Cuando antes acabemos con esto, mucho mejor. Voy a mantener mi plan, y todo aquel que quiera seguirme será libre de hacerlo. Acompañaré a Verner y los Valdis durante su viaje en busca de supervivientes hasta que encuentre el modo de llegar a Margyss. A partir de entonces, nuestros caminos se separarán seguramente para siempre. Sé que posiblemente no pueda hacer ya nada por los detenidos, pero no podría vivir pensando en que no lo intenté. Verner, usted se encargará de encontrar el modo de recuperar la memoria del chico. De todos los presentes, lo más probable es que él sea el único que pueda saber qué pasó en Naastrand. Veinticinco años son muchos para nosotros, pero es posible que él tenga la información de primera mano, y mucho más reciente. Pero teniendo en cuenta que no estamos seguros, Ravenblut, tú irás con e...
—Ni de broma —se anticipó. Cruzó los brazos sobre el pecho y sacudió la cabeza, decidido. A diferencia de la última vez, Morten no estaba dispuesto a que nadie le obligase a cumplir lo que él consideraba órdenes estúpidas—. Yo voy contigo hasta el mismo infierno, Luc.
Se había equivocado una vez. Una única vez que no permitiría que se repitiera.
—Es una orden, Morten.
—Pues va a ser la primera vez que desobedezca, jefe. No es que no, y punto.
Lucius cogió aire. A pesar de comprender sus motivaciones empezaba a estar harto de que nadie le obedeciese. De hecho, empezaba a estar harto de entender a todo el mundo. ¿Es que acaso nadie iba a ponerse en su posición ni una maldita vez?
Apretó los puños con fuerza. Jamás se creyó capaz de hacerlo, pero en caso de que Morten volviese a desobedecerle no dudaría en golpearle.
—Morten...
—No empecéis vosotros también, por favor —intervino Adler con rapidez, temeroso de la posible reacción de su superior. A diferencia del resto, él era perfectamente consciente de que Lucius estaba rozando el límite—. Ravenblut, tú harás lo que el jefe mande.
—Pe...
—¡Cállate, joder! —A pesar de su siempre perpetua tranquilidad, Adler estalló estrellando el puño sobre la mesa—. ¡Estoy harto! ¿¡Pero quién demonios os creéis que sois!? ¡Si el jefe dice que no, es que no, y punto! ¡Y si Kriegger te manda con Verner y a proteger a los Valdis, lo haces y te callas! ¡Joder! ¡A veces parece que me rodeen niños en vez de hombres hechos y derechos!
Gritos, discusiones, amenazas, insultos... Kriegger no podía soportar más la tensión. Ni en los peores momentos del 9, que habían sido muchos, había vivido nada así. Estaban en una situación muy crítica, pero si ni tan siquiera eran capaces de permanecer unidos, ¿cómo demonios iban a sobrevivir?
Afortunadamente, ahí estaba Adler Braven para imponer orden cuando más falta hacía.
—Suena muy bien, pe...
—Yo me ocuparé de Kriegger, pero tú cumple con lo que se te pide, por favor. Verner y los muchachos también necesitan protección, y sé que solo tú vas a poder ofrecérsela tal y como Kriegger quiere. No olvidemos que seguimos siendo el 9, y tenemos una cadena de mando. Todo aquél que no se vea en condiciones o no quiera aceptarlo, quedará excluido. Y eso le incluye a usted, praetor. Si usted no es capaz de hacerlo, lo haré yo.
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