Suicidio entre recuerdos [Parte única]
Este escrito participa en el Concurso MLB: Retos de Verano.
«En la vida hay tres cosas que son una constante: los enemigos, la familia y los amores pasajeros. Sin estas tres cosas, la vida no es vida; decir que se está "muerto en vida", incluso, es un halago. Porque la vida no es un tornado de perfección, la vida no es un tornado de imperfección, la vida es un tornado; y sin enemigos, familia y amores pasajeros, se simplifica a una brisa queda. Y Nathaniël estaba condenado a ello.
Nunca había tenido enemigos, y es que nadie está dispuesto a meterse con un artista por temor a ser el foco de inspiración que necesita para su próxima obra de arte; o eso es lo que él quería creer durante el resto de su existencia. No quería aceptar lo que ya sabía: era esa clase de persona que se iba, solitario y en silencio, como su alma, a ocupar el último asiento de la clase y que nadie se atrevía a llevar al frente. Jamás tendría un problema con nadie, porque no hablaba con nadie, porque no existía para nadie. Porque, con algo de sinceridad, lo único que no le molesta a nadie es lo que no existe; puede molestarnos el hecho de que no exista, pero no el algo en sí.
Y la familia, la familia no es la gente que vive dentro de tu casa y te topas solo al salir de tu cuarto; ellos son solo huéspedes de hotel en un espacio más reducido y menos lujoso que un hotel. La verdadera familia es la que escoge tu corazón -pero no es como si su familia de sangre no se hubiera colado allí, también-. Y no se puede elegir a un pariente, para nada, porque el corazón elige sin tu ayuda.
El corazón de él no tenía opciones. Era amar todo o no amar nada.
En su casa todos tenían un papel: su madre era la actriz y ama de casa, su padre era el adicto a los videojuegos y el alcohol, y él era el escritor y dibujante de cómics.
Llevaban una relación artística, una insuficiente. Parecían más un grupo de locos artistas que una familia. Así de aplastante como suena era su realidad.
Y si se tantea con amores pasajeros... ¿Qué es un amor pasajero? ¿Un amor que baja de un autobús, se queda un verano, toma otro autobús y no vuelve? Porque si era eso, tampoco había tenido amores pasajeros, ni uno solo. El día en que sus ojos brillaron por alguien -cuando brillaron en serio y no porque él lo pensaba-, se quedaron en pausa, y resplandecieron para siempre...»
-No joda -farfullé apenas leí ese trozo del escrito, y hubiera gritado de no ser porque mi boca estaba llena de comida. Mastiqué el puñado de patatas fritas, las tragué, y repetí la frase en voz alta-. «Para siempre» es muy cliché, falso, sin alma..., y necesito comprarme un diccionario para seguir, pero ya quedó claro mi punto, ¿no cree?
-¿Y cómo es Nathaniël? -No me miró de frente, sino por la pantalla del ordenador.
-Le dije que necesito comprar un diccionario. El caso es que puedo asegurar que no es como cualquier palabra que haya usado antes -admití rápido, y «me distraje» con la mancha de moho en la pared-. Ahí está otra vez esa hija de puta... -Y volví a echarme un puñado de patatas fritas a la boca.
Solía observar por horas esa mancha de moho para evadir ciertas conversaciones, o solo para evadir, porque cuando veía esa mancha, veía un dibujo abstracto, algo que no podía comprender, veía mi vida entera ante mis ojos. Era una adicción. La mancha no fue tan difícil de quitar, pero me acostumbré tanto a ella, que tuve que investigar en internet cómo crear una nueva; claro que Nathaniël no sabía esto, o lo sabía e iba a dejarme evadirlo.
Aparté la vista de la mancha y la llevé a la pantalla, en donde Nathaniël ya había digitado un párrafo enorme sobre cómo se sentía el amor, según él, antes de mí, y cómo eso no era amor. Supongo que él anheló durante mucho tiempo saber qué era el amor; aun cuando nadie podía saberlo, él anhelaba ser el primero, mientras se olvidaba de tener el sentimiento.
«No sabía que eso era amor antes de que lo fuera, porque él creía en el amor a primera vista, en las almas gemelas, en el destino, en los sueños y en el hilo rojo atado al meñique. Creía en ese amor que ya se escribió para ser y no en el que se cosecha. Y ese es el peor error que una persona enamorada puede cometer. El amor es, quizás, un exceso de amistad, y alguien, algún día, iba a llegar para mostrárselo. Y sí que llegó...»
-¿No quiere... -murmuré, y sus dedos se detuvieron sobre el teclado. Dejé mi bolsa de patatas fritas vacía bajo el cojín-... salir a comerse el mundo un rato? -pregunté, con una de mis manos sobre la nunca.
-Nathaniël quiere terminar de escribir esto. -Sonrió. De verdad le gustaba hablar y escribir sobre sí mismo en tercera persona, y a mí me gustaba responderle como si Nathaniël fuera una tercera persona-. Son recuerdos que quiere guardar, no solo en su cabeza o en su corazón; quiere poder leerlos y volver a sentirlos.
-Nathaniël debería empezar a sentir nuevos recuerdos -susurré y me senté mejor en la cama, de lado a él y con los pies en el filo del colchón; tomé su antebrazo y deslicé mi mano hasta la suya-. Él sabe que lo arrastraré a todo lado de todos modos.
-Nathaniël no soporta que no lo dejes ser -dijo, hartado, para disimular, pero luego dibujó con sus labios-: Nathaniël te ama.
[•••]
Es bastante complicado de entender cómo escribía sobre la vida y sus ansias por vivirla, pero esas ansias no conseguían escapar del papel. Parecía que con el simple hecho de escribir las vidas, de escribir vidas, de escribir su vida, se conformaba. Aunque tal vez vivía al escribir. No es algo que yo pudiera saber.
Una vez me dijo que vivir y escribir no eran cosas tan distintas; sé que tenía razón, mas él se refería a que no hacía falta vivir si se escribía, y en eso se equivocaba, por lo que de vez en cuando yo debía sacarlo a vivir para que tuviera sobre algo que escribir luego.
Solo algo no me calzaba. Era normal, entre lo que cabía, encontrarle sentado en la cama con el ordenador en el regazo en acto de escritura sobre un borrador sobre su próximo libro. Y su próximo libro era, nada más y nada menos que, el diario que nunca tuvo.
Me pregunté por qué escribiría sobre sí mismo esta vez.
-¿Podrías darme una sinopsis de tu próximo libro? -pedí con curiosidad. Respiré a su lado, con sus dedos entrecruzados con los míos, y con dolor y amor. El dolor y el amor no son cosas muy distintas, tampoco.
-Nathaniël es un adolescente sin enemigos, familia y amores pasajeros, las tres constantes de la vida, por lo que, en realidad, está muerto; hasta que conoce al amor de su vida, que se vuelve su némesis, su familia y su amor, y no pasajero; lo que vuelve al amor anterior del protagonista en un amor pasajero. Nathaniël empieza a vivir, sin pillarlo, por su nuevo amor, aunque no sea correcto vivir por las demás personas y él lo sepa, solo lo hace -narró. En definitiva, él iba a contarle a millones de desconocidos su vida. Bajamos de la acera-; mas, quizás, deje de hacerlo... -finalizó.
Me quedé de piedra un segundo, con los ojos abiertos. Una enorme sonrisa comenzó tirar de mis comisuras y sentí cosquillas subir por mi pecho.
-¡Nathaniël, vas a comenzar a vivir por ti mismo! ¡Y no por mí! ¡Por nadie más! ¡Solo por ti! -exclamé, con ganas de saltar, y tal vez en ese proceso. Solté una carcajada mientras trataba de levantarlo para dar vueltas juntos.
Bailamos un rato sin música, hasta que nos atacó el aburrimiento y nos dio por cantar como estúpidos universitarios recién graduados.
-Chicos, quedáis multados por hacer desorden en medio de la vía pública -dijo una voz ronca detrás de nosotros, acompañada de una mano sobre mi hombro y un papel pegado a mi espalda; solté a Nathaniël, quien casi se cae y me arranca el alma, y me volteé.
-¿Otra vez, Steve? ¿Cuál es tu problema? -inquirí con una ceja levantada.
Ese policía todos los días llegaba al mismo lugar a la misma hora a comprar donas y a molestarnos por dizque hacer desorden en la vía pública. Era medio homofóbico, yo lo sabía, otra cosa no era...
-Esta vez va en serio, jóvenes -habló con un tono ennegrecido, muy fingido, la verdad. Aparte de homofóbico, malísimo actor-. Os encontráis justo en el centro de la carretera, y está prohibido hacer celebraciones en el centro de la carretera.
-Lo hemos hecho antes -reclamé.
Nathaniël y yo éramos el tipo de persona, como él diría, que no bailaba en los antros, sino en la calle.
-No en el centro. -Colocó sus manos en su cintura, o lo que alguna vez fue una cintura..., en su cinturón, pues.
-¿Y por qué el centro es el problema?
-El centro es siempre el problema. El centro del universo, el centro de la Tierra, el centro de las manzanas, el centro de las personas, y las personas que se creen el centro. -Tenía un punto. ¿Y qué?-. Por eso los policías resolvemos nuestros problemas con donas. ¿Entendéis? ¡Porque las donas no tienen centro! -dijo y empezó a reírse solo, con su caja de donas sostenida bajo su antebrazo izquierdo y su voluminoso estómago agitado por su alegría.
Nathaniël despegó la multa de mi espalda y la colocó con rapidez sobre la panza de Steve.
-¡Multado! -gritó, y echamos a correr.
[•••]
La noche siguiente, la peor noche a la sobreviví, prendí la televisión después de haber dormido toda la tarde. Nathaniël me pidió que hiciera algo mientras él terminaba de escribir y solo pude pensar en echarme una siesta. Me acosté y al despertar, el pelirrojo ya no estaba; seguro recién se había ido a hacer las compras.
En la pantalla, una hora y media luego de mi propio descubrimiento sobre la ausencia de mi esposo, se canceló el programa de cocina que miraba para mostrar las noticias de última hora, en las que informaron de un reciente accidente en Notre Dame.
Oh, cómo odiaba ya no ser Chat Noir, y que un inepto ocupara mi lugar; por Nathaniël yo renuncié a ser un súper héroe y a la maldición que conlleva estar atado a Ladybug, enamorarse de ella solo porque el destino lo dicta. Ella, mi reemplazo, Volpina y Queen Bee no podían solos; era cierto que no se trataba de cantidad, sino de calidad.
Distinguí la frase bajo el vídeo: «Joven se suicida por motivos desconocidos». Y entonces pasaron las imágenes más fuertes, en donde el sujeto se lanzaba al vacío sin miedo, como si creyera que le saldrían alas e iba a volar con ellas, como si se olvidase de que del concreto no pasaría; era como ver a un nadador profesional saltar desde una altura considerable para hacer un clavado, solo que no había agua que lo esperase allá abajo.
Mi pulsó se aceleró cuando vi con claridad que las manchas rojas en el cuerpo del hombro no pertenecían solo a sus golpes, sino también a su cabello. Intenté analizar si el pelo podía teñirse de sangre, y llegué a la conclusión de que puede, pero no en una caída y de inmediato, como ocurría en el noticiero.
El joven portaba un rostro irreconocible. Pero esa ropa, de esos colores naranjas y morados solo podían ser una combinación hecha por alguien. Maldita sea.
Mis ojos ardieron en segundos, como salpicados con alcohol, pero no, era algo peor, eran lágrimas; cascadas casi literales empezaron a descender por mi rostro. No podía ser. Grité con todas mis fuerzas mientras arrojaba el mando a la pantalla. A la mierda con ese hueco que se formó en ella.
A la mierda con todo.
Busqué debajo de la cama a por el ordenador. Lo encontré, lo encendí y tanteé entre los documentos para adivinar cuál era el que necesitaba.
«Suicidio entre recuerdos».
Qué estúpido he sido.
«Lo siente, Adrien. Fuiste su felicidad. Lo hiciste vivir. Pero no quería y no sabía cómo decírtelo».
Me odié.
«Va a perdonarlo, lo sabe».
¿Y yo qué importo?
«Te ama como jamás logró amarse».
Pero yo lo amo más.
«Gracias por ser su vida cuando ya no podía más. Ambos sabían que no era lo correcto. Mas le vale. Porque lo mejor no es siempre lo correcto. Por eso morirá, se va, y lo hará feliz. Ninguno iba a ser eterno. Y no era necesario. Sus ojos brillarán por ti para siempre, desde las estrellas, aunque te parezca cliché, falso, sin alma, así va a ser, brillarán en la eviternidad».
Seguí leyendo con la vista borrosa, pasé por millones de recuerdos teñidos de suicidio, mientras decidía que iba a darle ese borrador, tal y como estaba, a la editorial que lo publicaba siempre. Era lo que él quería, vivir lo que escribió, y publicarlo lo iba a hacer más real.
Llegué al final.
Miré la mancha de moho en la pared, a la que tapaba una fotografía de Nathaniël y yo sumidos en un baile en la carretera. Caminé hasta ahí para tomar el marco y sonreír entre lágrimas. Lo giré, era evidente que dejó algo para mí.
«La fotografía la tomó Steve para llevarnos a la comisaría, mas una de sus compañeras, Juleka, la vio, lo regañó y le exigió que viniera a dárselas. Divertido, ¿no?
Adrien, Nathaniël quiere decirte que sí fue feliz contigo, y que sí fue suficiente, y que de ninguna manera es tu culpa o podrías haberlo evitado. Era algo que solo tenía que pasar. Vivir y escribir no son cosas tan distintas, por lo que te recomienda que hagas ambas, y leas también, porque en esas páginas, en sus escritos, están sus vidas. Y quiere compartir cada uno de ellas contigo.
PD. De ahora en adelante, cuando quieras evadir las cosas, en lugar de mirar a esa estúpida mancha que quién sabe cómo rayos hiciste, vas a mirar esta fotografía y vas a vivirla.
Atentamente, Nathaniël».
Se leía un final incomprensible en el documento, y es que no era el final, era el centro, el problema, la muerte. Y lo entendí todo en ese instante. Él ya no iba a vivir por nadie, por nadie, ni siquiera por él. Sin mí, su testigo, él podría saltar del acantilado sin problemas y sin paracaídas como dice el último párrafo: «Por eso nunca se salta de un acantilado sin llevar un paracaídas y un testigo que te recoja al final».
* * *
Nota de la Autora:
[Palabras: 2491].
Me ha decepcionado un poco cómo ha quedado esto, siento que ha ocurrido muy rápido y ni tiempo de corregirlo me ha quedado. Iba a añadir tres recuerdos en medio de la narración, pero el tiempo no estaba de mi lado.
Esto es para un concurso y debo entregarlo hoy, no puedo tardar más. De antemano me disculpo, y os aseguro que, cuando dicho concurso finalice, corregiré este one-shot y lo convertiré en la obra de arte que es en mi cabeza.
Os regalo Adrinath decente y sad, fujoshis.
PD. También a mí me dolió. D':
ZeroG se desfumarece...
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