Prólogo
El anuncio común que siempre se emitía en la academia no pasó desapercibido para sus oídos, que, de igual manera, estaban concentrados en los latidos de su acelerado corazón. Estaba cansado, con dificultad se mantenía en pie debido al dolor que experimentaba en este momento.
En sus brazos vendados predominaban manchas de reconocido color carmesí que se hacían más grandes en consecuente a los movimientos bruscos que realizó anteriormente; y añadiendo la corrida que tuvo que darse por diferentes pasillos, su cuerpo estaba al borde del colapso.
Cuando redujo su velocidad de a pocos hasta detenerse en la entrada de un salón en particular, relajo sus manos sobre sus rodillas, mientras intentaba regular su respiración. A pesar de tener una buena resistencia, no descartaba el hecho de que apenas era un jovencito de catorce años y tenía sus límites, unos que, desafortunadamente, ya había rebasado por mucho.
— Esto apesta. —soltó entre jadeos que cesaron con esfuerzo.
Luego desvió su vista hacia el interior del aula ocupada únicamente por los rayos luminosos de un atardecer dorado, que lo condujo a entrar y encerarse, tomando la silla que le correspondía al profesor y atracando con ella la puerta. Conocía muy bien lo tarde que era para que algún estudiante siguiera rondando en la academia, pero era mejor ser precavido que arriesgarse.
Dio un leve giro y se dirigió a la misma esquina de siempre donde acostumbraba hacerse bolita y leer uno que otro libro que había en un mueble cercano como un método para olvidar sus problemas, separándose de la cruda realidad que lo atormentaba a diario.
Lamentablemente, parecía ser que esta era una de las pocas veces en que el daño era superior a la voluntad que le quedaba, en verdad era doloroso— demasiado doloroso— tanto como para no poder soportarlo más y romper en llanto de una buena vez, pero... nunca sucedió. Las lágrimas que ya se esperaba en secar nunca recorrieron sus mejillas y mojaron la gaza que tenía una de estás. No sentía la necesidad de hacerlo, ¿por qué?
¿Acaso esto es llegar a fondo? Estar tan herido que ya era incapaz de sentirse mal por un constante sufrimiento. No darse valor propio al perdonar una y otra vez al culpable tras esas cortadas y puñetazos, que en algún punto perdieron importancia sabiendo que podía curarlas de nuevo, siendo estás simples heridas superficiales, pero, ¿también podía curarse psicológicamente?
Conforme más pensamientos negativos aparecían en su mente, su mirada se volvía sombría y lúgubre, carente de cualquier emoción. Hasta que tuvo un efímero encuentro con algo que brillaba debajo del estante, convirtiendo esa inexpresividad de antes en curiosidad. Se agacho dispuesto en sacar aquel objeto de su escondite, teniendo que meter su mano si quería alcanzarlo de esa zona tan estrecha, pero muy pronto se arrepintió debido al gran corte que se hizo en su impaciencia.
— Maldición.— murmuró él mirando de manera indiferente su herida más reciente, que no tardó en cubrir extendiendo aun más un vendaje que llevaba suelto. Al menos con eso ya sabía lo que era, y confirmó su sospecha al tener un afilado cuchillo de cocina entre manos.
La duda era inexistente para él, pues recordaba muy bien haber ocultado uno desde que comenzó su suplicio y en cuanto la razón, ahora podía entenderla. En su momento, no medito mucho las cosas, simplemente decidió reservarlo en caso de cualquier situación peligrosa; sin enterarse que en realidad lo hizo por si debería recurrir a aquello...
Deslizó sus dedos suavemente por esa hoja, mientras contemplaba su reflejo en ella. Mirarse le trajo más buenos que malos recuerdos de su niñez, provocándole un breve sentimiento de nostalgia y cariño, extrañaba más que nada esos tiempos en la que su enfermedad era su única preocupación. Sin embargo, tan pronto como se salvó de esta y creyó tener más oportunidades de vida, que todo mejoraría de ese instante en adelante, resultó ser el comienzo de otro problema mucho peor que el anterior.
Sostuvo el mango del cuchillo con firmeza y apretó la quijada al traer de memoria lo que había lidiado desde entonces. Él no culpaba a nadie, ni muchos menos guardaba rencor hacia el responsable de sus heridas, —que de por sí, ya no podía sentir dolorosas— pero no podía evitar sentirse aterrado sí su situación empeoraba y nada cambiaba. Sin darse cuenta, ya buscaba una solución desesperada apuntando esa arma en trayectoria a una parte fundamental de su cuerpo, y cuando se percató levantándolo a una altura que le daría impulso para atravesarse con el, no estuvo en desacuerdo a la idea. Se daría una apuñalada certera que acabaría matándolo.
Dio un último suspiro y la punta del cuchillo directo a su vientre...
...y Yugi Amane fue detenido de cometer suicidio por una delicada mano sujetando su muñeca.
Amane no podía estar más confundido ante la repentina aparición de alguien más, pues nunca escuchó el enorme estruendo que había provocado su salvadora para pasar. Literalmente, había abierto la puerta de una manera tan brusca que era poco creíble que una jovencita como ella ejecutara semejante destrozo. Dejando su confusión de lado, soltó un leve quejido debido a la presión que ella ejerció y lo obligó a soltar el cuchillo de inmediato.
Volteó a verla con el ceño fruncido, de cierta forma se sentía un poco resentido por su intromisión. Y estando a punto de decirlo en voz alta, ella se adelantó diciendo unas simples palabras.
— No querrás hacerlo. Créeme, no vale la pena.
¡He vuelto a la vida! Y vengo con una obra prometida, una que efectivamente viene con un tema muy fuerte. Antes que nada, quiero aclarar que no estoy intentando mostrar que el suicidio es algo bueno, en cambio, es un pensamiento que debe ser erradicado con ayuda de seres queridos y amigos. Si por un momento se les pasa esta idea por la cabeza, quiero que sepan que no están solos, deja de cargar todo el peso en tus hombros y busca apoyo.
En fin, espero que les guste está nueva obra que tiene muchas sorpresas por delante.
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