Capítulo 12. Preparativos
Hoy fue un largo día en la escuela. Demasiados pendientes, muchas tareas, incluso la idea del suicidio me vendría bien ahora para no tener que hacer todo aquello que los maestros han pedido para la siguiente semana. ¿Qué caso tenía si para ese entonces tal vez yo no seguiría vivo?
Y si, era obvio que aún no había desistido de los planes de acabar con mi vida. Todo seguía en marcha e incluso había fijado un día en específico. Pronto sería mi cumpleaños y que mejor que el día en que llegué a este mundo, sea el mismo en que me vaya de él. ¿Sería muy obvio? ¿Exagerado? Yo estaba seguro de que era un día perfecto. El día en que podría remediar el error de haber existido.
Porque eso era para mí. Un error. Mi existencia se sentía como una mera casualidad que había arruinado la vida de otros, sin compararme con un desastre natural, la biología humana, etc.
Esperé en la hora de salida a mis amigos mientras veía a todos pasar e ignorarme. Hoy no había visto para nada a Lesli y eso era bueno, pues tenía mucho coraje acumulado en mi interior amenazando con explotar con solo recordar lo que había hecho. Sus amigas bajaban la mirada cuando nos veían pasar, pude intuir que Tara era la más arrepentida de esta situación y me alegraba ver, aunque fuera una pizca de humanidad y empatía en ellas.
Poco a poco cada uno fue llegando al finalizar las clases, reuniéndonos en el árbol de siempre. Esperamos un poco más por Holly quien salía siempre un poco más tarde que nosotros, mientras que yo esperaba con los nervios de punta me percaté de que Adrien miraba su teléfono insistentemente. Su rostro tan serio como siempre, se había endurecido y hasta me parecía preocupado por algo.
– ¿Cómo está todo? – pregunté cauteloso, mirándolo por sobre mi hombro.
– Papá intentó hacerlo de nuevo. – dice entre un largo suspiro. – Le dije a mamá que me llamara si él volvía a casa temprano otra vez.
– Todo estará bien. – ahora le miro fijamente y trato de sonreírle. Pero él ahora está tan serio que me provoca escalofríos.
– ¿Lo estará? – susurra elevando una ceja con insistencia. Aquello me desorienta por segundos y entonces me mira con intensidad.
Se siente como si estuviera reclamándome algo. Veo en su mirada el regaño, pero no entiendo que he hecho para merecerlo esta vez. No es hasta que Holly llega con nosotros que sus ojos sueltan el afianzamiento que tenían sobre mí y todos miramos a ese bello angelito.
Holly nos saluda a todos como siempre con su tan resplandeciente y cálida sonrisa. No puedo evitar olvidarme de todo cuando sus ojos detrás de esos anteojos me miran así. Su cabello se ve de colores anaranjados con los rayos del sol y le acaricio suavemente solo para corroborarle a mi imaginación que ella es real, que existe y es tan hermosa, aunque aún no lo pueda creer.
– Es hora de irnos. Hoy iremos mi primo y yo a dejarte a casa. – sonriéndole, tomo su mano y comenzamos a caminar. Tomarle de la mano me hace sentir importante, como si me lo mereciera.
– Yo pido mañana. – dice Patrick guiñándole un ojo a la chica quien entonces le devuelve la sonrisa.
¿Cómo quieren que mantenga mis impulsos de querer abrazarla y evitar que otro la mire si hacen ese tipo de cosas con ella? A modo de advertencia le veo y se percata de mi llamada de atención. Patrick rueda los ojos fastidiado por mis tan intensos episodios de posesión hacia esta linda chica, pero no puedo evitarlo.
Llaga un momento en que nos separamos de los otros y seguimos caminando mi primo, Holly y yo. Aún con su mano en la mía siento que me pierdo del mundo exterior cuando la veo. Pero al verla de reojo para asegurarme de que es real, que ella está sosteniendo mi mano en verdad, veo como su mirada se posa en mi primo.
– ¿Pasa algo? – le preguntó ella a Adrien cuando nos detuvimos en un semáforo a esperar el rojo. Yo les observo esperando a que fluya su conversación y sin saber cómo intervenir en ella y que me ponga atención a mí.
– No, nada. – dice Adrien seriamente y me mira. Al intercambiar miradas puedo sentirlo. Sé que algo sabe y me aterra que lo ventile en estos momentos.
– ¿Y esa cara? – insiste ella curiosa.
– Por desgracia así es él. Se cayó de chiquito y así le quedó la cara al pobre. – intervengo para aligerar el ambiente y cambiar el tema.
– Cállate. – dice Adrien sonriendo muy poco. Sé que algo le molesta y me pica la curiosidad por averiguarlo. – Es papá, sigue molestándome.
Es entonces que me relajo solo un poco al saber que no piensa hablar sobre mis sospechas. Aunque conozco la situación familiar por la que atraviesa, no logro compararla con la mía. Puede sonar muy egoísta. Puede incluso que les suene mártir, pero agradezco a Dios que él conserva a su madre consigo. El debe estar agradecido de que al llegar a casa puede abrazarla y decirle que la ama. Esas peleas pueden terminarse si mi tía decide dejar a su esposo. Sé que no debería desear eso, pero a lo que hemos visto, es lo mejor para todos.
Mi padre y su hermano tienen ese mal carácter en los genes al parecer. Ambos son agresivos y machistas. Me alegra saber que no me parezco en nada a ellos, sé que Adrien encontrará la forma de ayudar a su madre a darse cuenta del terrible error que comete al tolerar esos insultos.
– ¿Todo está bien en casa? – preguntó Holly curiosa. Parecía muy insistente.
– Hoy andas muy curiosa, Holly. – sonrío para mirarla y ella se sonroja solo un poco. Enserio se ve adorable cuando lo hace
– Es sólo que... – ella comienza a hablar ahora dirigiéndose a Adrien y él respira tomando su brazo para hacerla caminar pues sin darnos cuenta el semáforo nos da el pase. Su mano suelta la mía y ahora es guiada por él.
Me cuesta unos segundos asimilar que el calor de su mano no está más ahí. Me siento vacío de nuevo.
– Está todo bien. – sentencia Adrien culminando con el tema. – Tranquila.
El resto del camino guardo silencio, no puedo pensar, no puedo hablar ni hacer nada más que ver sus manos unidas. Al llegar a su casa los tres miramos la puerta de su casa esperando a que alguien dijera algo y rompiera con aquel gélido silencio.
– ¿Quieren quedarse a comer? – pregunta ella tímidamente.
Me toma desprevenida su invitación y mi mente comienza a trabajar a marchas forzadas buscando una respuesta. Pienso en todas las posibilidades que hay de que pueda hacerlo, si lo hago y no he avisado podría tener problemas.
– Yo no puedo... – dice Adrien seriamente. – Papá me espera.
Es mi oportunidad. Al no estar él yo podría hablar con ella a solas y declararle mi secreto. Aquel que me es difícil seguir guardando.
– Yo sí. – contesto de inmediato.
Mi primo entonces levanta una ceja y me mira cauteloso. Ambos sabemos que mi padre cuida muy bien mis permisos y que de desobedecer recibiré una paliza. Lo sabe, pero en su mirada puedo ver la curiosidad y el reproche. Tal vez deseaba hablar conmigo de vuelta a casa, pero era mucho más importante hablarlo con Holly, era la única en quien confiaba justo ahora.
– ¿Mi tío no tiene problema con eso? Recuerda que la última vez que llegaste tarde no pudiste salir al día siguiente. – me recuerda Adrien.
– Estaré bien. – le aseguro y sonrío mirando a Holly. La sola idea de estar con ella y hablar juntos me llena de alegría, tanta que vale la pena morir de los golpes que sé que vendrán después.
– Entonces los dejo. Gracias por la invitación. – la mira a modo de disculpa.
– Tal vez puedas otro día... – le dice ella tímidamente. Veo que le afecta hasta cierto punto que Adrien no venga con nosotros, aquello me alerta.
– Tal vez... Debo irme.
– Hablamos más tarde. – le aseguro, interviniendo en sus miradas, sujetando a Holly de los hombros.
...
Durante la tarde nos la hemos pasado con su familia, debo admitir que estuve nervioso la mayor parte del tiempo. Mis manos sudaban y por poco me acababa las uñas por la tensión de estar frente a los padres de la chica que amaba. Solo bastó con un par de minutos y una plática graciosa sobre mi amor al chocolate para que surgieran memorias de una pequeña Holly años atrás y me concentré en aquella historia.
Parecía apenada cuando sus padres mencionaban como solía bailar vestida con la ropa de su mamá y el tipo de cosas que le daban miedo al ser tan pequeña. Cuando comenzaban a servir la cena ella se sentó junto a mí, tomaba mi mano de vez en cuando para llamar mi atención y cuando lo hacía, era indescriptible lo que me causaba. Sentirla tan cerca de mí, tener la confianza de tomarnos las manos y de sonreírle mientras sus padres nos veían, era como si fueran mi familia.
Pasaron momentos agradables hablando con sus padres y reímos con las anécdotas de su padre en la juventud. ¿Así era tener una familia unida y amable? ¿Por qué la mía no se parecía ni un poco? No podía dejar de pensar en los diferentes que eran a mi padre.
Al terminar la comida me puse de pie llevándome los platos de Holly y míos al lavabo de su cocina. Caminé hasta ahí tras insistirle a la señora Collins que los lavaría y que no era ningún problema hacerlo. Después de todo me habían alimentado, e habían dado mucho más que comida, me habían hecho pasar uno de los mejores momentos de mi vida hasta ahora.
– Yo te ayudo. – dijo su padre siguiéndome a la cocina.
Ambos nos adentramos al lugar y me ofrecí a lavar también los suyos. Pero se negó. Tomó una esponja con jabón y comenzó a tallar al mismo tiempo que yo. Permanecíamos relativamente cerca, pero conservábamos la distancia prudente. Traté de no hacer ningún contacto visual con él, no me sentía todavía con aquella confianza ni con el derecho de hablarle, a pesar de que no me infundía el mismo temor que mi padre.
– Hace mucho que no veía a Holly tan contenta. – me asegura el señor Collins. – No lo arruines chico.
Sus palabras me desorientaron, la saliva pasó de forma brusca por mi garganta y me congelé mirándolo de reojo hablar. Aquello era difícil de procesar, ¿me pedía no arruinar la sonrisa de Holly? Eso era ridículo, yo amaba su sonrisa, no desearía jamás ser el causante de sus lágrimas.
– Claro que no señor. – le sonrío con nerviosismo.
– Me agradas. – suspira. – Eso tampoco lo arruines.
Esas pequeñas palabras nos hacen reír a ambos. Palmea mi espalda una vez que ha terminado de secarse las manos y volvemos al comedor con las dos hermosas mujeres hablando en uno de los sofás.
Esto se siente tan cálido que tengo miedo de irme. Quisiera que esta fuera mi vida, pero vuelve a mi la realidad como un balde de agua helada en mi cabeza, despertándome de aquella ensoñación imposible. Esto no soy yo. Esto no lo merezco, es demasiado bueno para ser verdad.
...
– ¿Bromeas? No irás sólo a tu casa. – se queja Holly sentada sobre su cama.
– Debo irme y no quiero que salgas ya. – aseguro recargándome en la puerta de su habitación tratando de sonar autoritario.
La veo entonces más tranquila de dejarme ir y sonríe mirándome con dulzura. Sus ojos logran atraparme y me hacen perderme en la fantasía de poder soñar con que ella me amara. Probablemente, si es que mi padre no me asesina, eso haré. Soñaré con mi hermoso ángel de anteojos y linda sonrisa.
– Estuvo deliciosa la cena. Creo que le agradé a tus padres. – le menciono feliz deshaciendo su hechizo sobre mí.
– Claro que sí, te adoran. – sonríe aún más y aprueba mi mención.
– Son muy amigables. – acomodo mi suéter incómodo ante la idea de irme. Ahora que he tenido la calidez humana que deseaba irme me helaría de nuevo en mi casa.
– Deberías venir más seguido. Fue muy divertido. – aquella petición me llena de esperanza pensando en que me encantaría repetirlo. Me encantaría quedarme ahora aquí y no tener que irme.
– Holly, te quiero. No sé qué haría sin ti. – suelto de repente acomodando un mechón de su cabello al acortar la distancia que nos separaba. Necesitaba sacar esto al fin.
– ¿Por qué dices eso? – pregunta curiosa. – ¿Estás en tus días?
No puedo sonreírle de vuelta porque me lástima que no lo tome enserio. Esto que siento es lo más fuerte que jamás sentí antes, no era ninguna broma. Le veo a los ojos esperando que entienda que mi sinceridad es palpable.
– Hablo enserio. – susurro sutilmente.
Acaricio su rostro deteniéndome a sentir su suave piel y me congelo estando en su barbilla. Muero por besarla y hacer este mundo asqueroso algo hermoso, pero la inseguridad puede más que yo.
– ¿Qué pasa Alex? – suena preocupada por mí.
Dudo en decirle todo. En mi interior siento esa necesidad de hablar y soltar este peso con el que cargo. Sé que intentará ayudarme y que hará todo lo posible por hacerme feliz. Así es ella. Tengo tantas ganas de llorar y no puedo hacerlo, no me lo permito. Las palabras no quieren salir de mi boca y muerdo incluso mi lengua para no hablar de más. Bajo la mirada y al levantarla me coloco la máscara más creíble de tranquilidad que no había usado antes.
– Nada. – sonrío con nerviosismo.
– En unos días es el cumpleaños de Adrien. – cambia de tema. agradezco que lo haga y me permita olvidarlo. Hubiera sido un terrible error.
– Amm sí. ¿Estás planeando algo para esos días? – pregunto entonces esperanzado de que recuerde mi cumpleaños también. Aunque no estoy seguro de habérselo dicho.
– Si. – sonríe anchamente. – Debes ayudarme, quiero hacer algo lindo para él y que sea una sorpresa.
– ¿Cuál es el plan? – me entusiasma la idea de que sea también una fiesta sorpresa para mí. Después de todo ambos cumplimos un día seguido al otro cumpliendo primero él antes que yo.
– Aquí en mi casa, podemos organizar una comida, algo tranquilo pero que todos sus amigos estemos aquí. – comienza a pensar claramente emocionada.
– Algo sencillo... El ama la comida China. – sugiero recordando ese dato sobre Adrien.
– Eso estaría bien. Podemos prepararla. – asiente alegre.
– Yo te ayudo, sólo dime que hacer. – le ánimo. Me gusta ver ese brillo tan especial en sus ojos cada vez que algo le hace feliz.
– Yo te aviso. – sonríe satisfecha con mi respuesta.
– Gracias por hacer esto por nosotros. – bajo la mirada pensando que hace mucho por unos chicos que acaba de conocer. – Desde que llegaste, todos somos diferentes en cierta forma.
– Yo sólo quiero ayudarlos. – asegura sinceramente.
– Aun no entiendo el porqué. A veces siento que hay algo más de lo que me dices. – menciono y ella se pone nerviosa. Aquel era un pensamiento profundo que había reservado pues me resultaba curioso que sin ninguna intención más que no fuera el hacer amistad, ella nos rescatar de esa oscuridad. Yo había pensado que esto era una acción divina, pero no lo sabía a ciencia cierta.
Entonces su mirada se cristaliza y eso me asusta. Me hinco junto a ella y busco sus ojos. ¿Qué hice? Me siento tan miserable por hacerla llorar y cambiar su linda sonrisa por un par de lágrimas en sus mejillas. Rompí entonces la promesa que le había hecho a su padre, esto no debía ocurrir así.
– ¿Dije algo malo? – pregunto angustiado.
– No. – susurra en un hilo de voz muy fino. Busca controlarse, pero al parecer no lo logra.
– Estás llorando. – aseguro preocupado, mirándole derramar lágrimas. Trato de averiguar qué fue lo que sucedió, pero no me urge ninguna respuesta. – ¿Qué dije? ¿Qué sucede?
– Yo... Yo tuve un hermano. – el cómo lo dice suena tan doloroso para ella que me quedo mudo sin saber que hacer, no hay nada que pueda decir ahora. – Él murió cuando cumplí los 14.
– ¿Cómo murió? – pregunto cauteloso, buscando no ser impertinente con mis palabras.
– Una sobre dosis de drogas. Dicen que se suicidó, dejó una carta a mis padres para disculparse.
– ... – no puedo ni siquiera hablar más. La mención del suicidio me ha congelado. Ella pasó por algo muy difícil con un familiar y ver el dolor en su rostro de esta manera me hace preguntarme si mi muerte causaría también tanto dolor.
– Ese día él había llegado molesto de la escuela, estaba llorando y yo quise acercarme. Pero no lo hice, no quise meterme en sus asuntos. Él me necesitaba y yo no estuve ahí para detenerlo. – Puedo escuchar la desesperación de su voz, la impotencia.
– Holly... – susurro abrazando su cuerpo con delicadeza. Quiero consolarla y cambiar el tiempo para que no tuviera que sufrir así, pasando por algo tan delicado como aquello.
– No le ayudé, no hice nada. Lo perdí. – comienza a llorar aún más.
– No fue tu culpa. – seco sus lágrimas. – Él... Él tomó su decisión. – trato de convencerla de que entienda que cuando tomamos decisiones así es porque ya no queremos sufrir más. Tal vez entiendo mejor de lo que ella cree a su hermano, puedo imaginar que lo que le sucedía lo sobrepasaba de alguna manera.
Tomar una decisión así implica pensar mucho, y vaya que yo sabía de eso. No es tan sencillo saber que de un día a otro dejarás de existir y que fue decisión tuya y no de la vida que acabaras antes de tiempo. Pero son momentos de soledad y tristeza los que nos pueden llevar a algo tan drástico, buscamos respuestas fáciles a momentos difíciles, pero no era nuestra culpa. No la era de nadie, y eso debía entenderlo ella.
– ¡No era justo! Él se fue y me dejó a mi aquí, no le importó el daño que nos hacía. – se queja molesta. – Lo extraño, me duele aún y no puedo permitir que pase de nuevo.
– Hablas del... – me separo un poco de ella y entonces entiendo por qué ha hecho lo que hace. Todo comienza a cobrar sentido. – ¿Del chico de las notas?
– No puedo dejarlo sólo. Tengo que ayudarlo.
– Holly... tú no puedes hacer nada. Y no es tu culpa, debes entender eso. – Necesito convencerla antes de que pase algo de que ella no es la culpable.
– Quiero hacerlo. Quiero ayudarlo. – explica aferrando mi mano con fuerza. – Y tú tienes que ayudarme.
– ¿Yo? – me confunde entonces su repentina mención hacia mí. Me asusta el que ella considere que puedo ser yo a quien busca.
– Ayúdame a salvarlo. – asiento con la cabeza, confundido cayendo en la idea de que ella no sospecha de mí en lo absoluto. Me pide ayuda para salvar a la persona que ella cree que es su chico suicida.
– Está bien. – suspiro aliviado. – Sólo... por favor no llores.
Pasan los minutos eternos donde no dejo de preguntarme qué cosas dejaré con mi muerte. ¿Sufrirán tanto como ella por su hermano? Yo no tenía hermanos. Mi familia me odiaba, mis amigos desconocían todo sobre mi y Holly tal vez sería la única que lloraría mi muerte, aunque eso no me gustaba del todo, era reconfortante. Rompería mi promesa con su padre cuando yo ya no estuviera presente, pero no podía evitarlo.
Me despedí de ella sabiendo que en casa me atormentarían de nuevo mis demonios. Oré a un Dios que jamás he sentido presente en mi vida para que me ayudase a aclarar mi mente durante todo el camino a casa. Necesitaba estar completamente seguro de que la respuesta era irme de aquí a donde no pudiera arruinar la vida de los demás.
Observé el auto de papá estacionado y me preparé mentalmente para entrar. Escuché algo romperse justo cuando estuve frente a la puerta y me planteé mucho el entrar o no ahí. Suspiré resignado sabiendo muy bien lo que me esperaba y cuando abrí la puerta ahí estaba él.
Llorando como cada vez que bebía de más arrojando las botellas de cerveza contra la pared. En el suelo había una fotografía de su boda y otra donde estábamos mamá y yo. Es hasta que cierro la puerta detrás de mí que me siento desprotegido y en alerta él me mira como animal salvaje cazando a su presa. Su rostro se desfigura del coraje y avanza hasta mi para tomarme del cuello de la chaqueta y me estampa contra la puerta.
– ¿Por qué? – gruñe furioso. – ¿Por qué que ella ya no está y tu sí?
Sus lágrimas escurren como cascadas por sus mejillas y permanezco hasta ese momento firme para mirarle a los ojos y sostener su furia. Debo ayudarle a entender que no es el único que le llora, que la extraña cada día sin falta a pesar de haberla conocido por muy poco tiempo de mi vida.
– No lo sé... – susurro comenzando a romperme. – También la extraño. Lo lamento papá.
Aquellas palabras parecen confundirlo, pero su aliento de ebriedad golpea mi rostro cuando ríe fríamente. Me suelta y me mira mientras soba su barbilla examinándome, meditando sus opciones.
– Si... lo sientes.
Justo cuando creí que esta vez sería diferente, sentí el primer golpe en mi rostro que me llevó al suelo y tras este llegaron patadas a mis costillas y una más en el rostro volviendo todo color negro. El dolor fue tan punzante y agobiante que me costó respirar por largos segundos. Mi cabeza daba vueltas, sentía mi pecho en una carrera desenfrenada obligándome a vivir.
Lo último que recuerdo fue sentir un ultimo y potente golpe en la cara, cerca de la nariz y el labio. El dolor punzante picaba en mi piel, sentí una terrible sensación de picazón y el cómo la sangre inundaba mi boca una vez más. Agradecí que mi cerebro se apagara, de aquella forma no sentiría más nada, podía matarme si quisiera.
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