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Al salir de clases Guillermo acompañó a Samuel hasta su casa, como todos los días.
Ambos iban caminando en silencio, uno al lado del otro, disfrutando de la cercanía, de la compañía del otro. Guillermo, como era de costumbre, estaba más rojo que un tomate, mientras que Samuel iba mordiéndose el labio inferior, peleando internamente con él mismo sobre lo que debía hacer.
¿Debía tomar su mano?
¿Debía abrazarlo por los hombros?
¿Debía...? ¿Debía besarlo?
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