One-Shot
La cuerda se rompe. Mientras cae, el aire se vuelve cortante, la altura de los edificios eterna y la luna pequeña a medida que está más cerca de estamparse en el pavimento. Su corazón late a un ritmo normal, incluso el oxígeno entrando a en su cuerpo lo hace de forma armoniosa. Las cuerdas rotas en medio de los saltos de gran envergadura no son raros; no es la primera vez que le sucede y, de lejos, será la última. Sin embargo, a diferencia de otras veces, segundos antes de disparar un gancho nuevo, su caída se detiene. Todo él choca con unos fuertes brazos en una pose nupcial, su mejilla queda aprisionada contra un enorme pecho que despide azul y rojo incómodo para sus ojos y sus pulmones se atiborran de un aroma a hierba fresca perturbada por el rocío de la mañana. Inhala hasta que no hay nada más en sus órganos que ese aroma desconocido, al tiempo, cierra los ojos y se ve trasladado a un campo abierto donde no existe más que el sonido de los pájaros cantando y el sol pegándole en la cara.
—Te tengo.
Una voz lo saca del ensueño. Abre los ojos y, aún con su mejilla contra el pecho desconocido, le cuesta un microsegundo entender qué estaba pasando.
—Todos me dijeron que eras un arrogante y altanero, pero no parece que esa sea tu descripción correcta.
Batman levanta la vista, su entrecejo se frunce debajo de la máscara cuando se ve siendo sostenido y empuja con sus manos el pecho que antes le había servido de descanso. El hombre, a quien los periódicos llaman Superman, lo suelta. Batman cae, hace un giro inútil sobre la grava de la terraza del edificio donde lo han llevado en contra de su voluntad y, como si no hubiera sido el peor espectáculo de su carrera como héroe, vuelve a estar erguido en un momento, con todos los sentidos en alerta máxima y unos cuantos pasos lejos del alienígena en lo que considera una distancia segura.
—Superman.
—Sí. —El omega sonríe. Ha leído en los periódicos sobre él, sobre su olor dulce y tranquilizador que apacigua hasta el más sádico de los villanos. Una vez lo vio en acción en los laboratorios Luthor cuando investigaba algo, pero había preferido no acercarse, ni olerlo, ni quedarse para la conversación sobre «Convertirse en un buen hombre». — Y tú has de ser Batman, ¿No? —Superman inclina la cabeza mientras pregunta, sus ojos están tan fijos que Batman es incapaz de apartar la mirada. —Espero que sea Batman, no creo que te guste ser llamado vampiro o chupasangre o cualquiera de esos, ¿Verdad? A menos que seas un vampiro, entonces... ¿Estaría bien que te llamase así? ¿No resulta como... Uhg- discriminatorio? Aunque no me importa decirte así, si lo prefieres. Sin embargo, el mejor apodo que encontré en los periódicos fue Batman, es más agradable y lindo y... —Sus manos se mueven de arriba abajo para señalarlo. —Te pega más.
Batman abandona su pose de pelea en pos de una más relajada. No confía en él, algo le dice que no debe hacerlo, pero lo único que recuerda haber leído en los periódicos de él son los rescates de gatitos de los árboles, las veces que lo han fotografiado ayudando a las ancianas a cruzar la calle y ese vídeo de internet donde saca en volandas a unos vecinos de un edificios en llamas. Un Boy Scout, se recuerda haberlo llamado así en el desayuno cuando Alfred preguntaba sobre su última investigación de Superman . Ah, también lo había atrapado en su caída, aunque eso fue innecesario.
Superman es un héroe, se dice.
—Si prefieres otro, puedes decirlo, alfa.
Batman gruñe. El apodo es sugerente para su sociedad, pero no está seguro lo que significa para él que no es humano. No sabe por qué lo llama «alfa» con tanta confianza si no son nada, así que le vuelve a gruñir con una etérea pincelada de advertencia, suficiente para alejar a cualquier omega. Superman, a pesar de compartir casta con los débiles, no retrocede. El omega se queda quieto un segundo antes de que sus manos, que habían estado gesticulando, caigan a cada lado de su cuerpo y su ceja izquierda se levante en un arco acusador.
—¿Me acabas de gruñir?
—No.
Alfred dijo que era de mala educación gruñir a los omegas. No solo podía asustarlos y hacerlos sentir en una desventaja, sino que era una especie de humillación pública que les recordaba que su casta era todo un cúmulo de impulsos biológicos.
—Vale. Porque podría esperarme de ti que fueses un monstruo chupasangre, un vampiro o alguien con un fetiche muy raro por los murciélagos, pero no un maleducado.
—Soy Batman.
El omega asiente. —Entonces, Batman, ¿te gustaría unirte a nuestra Liga de la Justicia? Yo no le puse el nombre, que conste, pero como nadie más le ponía uno, nos quedamos con ese porque fue la única propuesta.
—¿La qué?
—Un grupo de personas, como tú, como yo. Dispuestas a echar una mano al mundo si la necesita, si llegase el momento de tener que luchar contra algo más grande que nosotros.
Superman da un paso adelante. Batman Gruñe de nuevo. El omega vuelve a levantar esa ceja acusadora y Batman mira a otro lado con vergüenza. Su naturaleza lo traiciona y suelta una especie de gemido culposo que busca una disculpa.
—Vamos, Batman. Di que sí.
Cuando vuelve a mirar al omega, este está flotando justo delante de sus narices. Superman tiene unos ojos azules profundos que parecen inclinarse a hipnotizarlo cuando Batman se fija en ellos. Intenta no perderse. Quiere apartar la vista, necesita mirar a otro lado que no sean los dulces ojos de ese omega que huele tan bien.
—No solo me gruñes, tampoco te gusta contestar.
Entonces, el omega tiene su mentón asido entre su índice y su pulgar. Lo aprieta, pero es incapaz de moverse para soltarse del agarre que, más allá de molestarlo, le está gustando. El rostro se inclina más, casi puede respirar el mismo aire que Superman, pero lo único que consigue es ahogarse en el campo de fresca hierba perturbada de rocío.
—Es de mala educación no contestar a las preguntas que alguien te hace.
Algo le dice que niegue, pero no puede. Su cabeza se está moviendo de arriba abajo siguiendo los deseos de la mano del omega. No deja de mirarlo, de asentir, de inhalar su aroma. No quiere soltar el aire atrapado en sus pulmones que huele a campo fresco manchado de rocío.
—Sí.
Quiere, necesita, desea más de ese toque brusco, de esos brazos fuertes, de ese pecho cálido que expide colores que odia.
—Maravilloso.
Su toque se aleja. El alfa de Batman vuelve a soltar ese gemido, pero esta vez angustiado por el premio que ha perdido. Su cuerpo se empuja sin control hacia adelante, siguiendo a Superman, dando pasos cortos, a medida que este se aleja a un ritmo lento mientras flota y le sonríe.
—Me gustas, Bruce.
«Bruce».
Él no le ha dicho cómo se llama, pero algo dentro le recuerda que está bien, que puede llamarlo incluso «Monstruo chupasangre» si lo desea. Si lo vuelve a tocar, lo dejará llamarlo de todas las formas que le plazca, incluso «alfa».
—Solo no vuelvas a gruñirme. Es grosero y descortés. —Superman estira su mano, sus dedos se deslizan por el aire de nuevo a su mentón y Bruce siente que su cuerpo se desgonza ante el toque. —Aunque, uno de mis pasatiempos favoritos es entrenar alfas petulantes y soberbios como tú.
Bruce se inclina hacia él, más y más. Parece que no hay nada bajo su cuerpo, que lo único que lo sostiene es la mano en su mentón. Quiere besarlo, necesita besarlo. Sin embargo, el toque lo aleja con un empujón que lo hace dar un par de pasos atrás. Bruce sacude la cabeza y los sonidos de los coches pitando abajo retumban en sus oídos, las sirenas de la policía vienen y van, incluso el aire, antes liviano y natural, se carga de alquitrán, humo de cigarro y desperdicios urbanos. Le duele respirar.
—¿Qué?
Mira abajo, está a un paso de saltar al vacío y no recuerda cómo llegó allí arriba en primer lugar. Lo último que recuerda es caer, un intento por alcanzar el gancho de repuesto. Aleja sus ojos del precipicio y, cuando levanta la mirada, ve a Superman flotando con una sonrisa cariñosa justo en el borde del edificio.
—¡No! Mierda...
Da pasos atrás apresurados, trastabillando con su capa, poniendo una mano sobre sus ojos y cayendo al suelo.
«No se mira a Kal-El a los ojos». Se recuerda.
Kal-El ríe. —Cariño, una máscara y una capa no me impiden saber que eres tú. Supe que eras Batman desde el primer momento en que te vi en esa foto borrosa del Gotham Gazette.
Su regla de oro olvidada por una cuerda rota.
—Pero me alegra saber que reflexionaste, que has decidido unirte a nosotros.
Sus muñecas, que tapan sus ojos, son retiradas con cuidado. Kal-El está allí, con sus ojos fijos en él, con su aroma a campo que le recuerda a algo en lo que no quiere pensar.
—Nuestro cachorro estará muy feliz de conocerte por fin.
Ya ni siquiera puede permitirse caer al vacío.
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