
AMENAZA
El único momento en que Betsy odiaba haber nacido mujer, era cuando le llegaba el período menstrual. Su organismo tenía una manera muy particular de atormentarla durante esa etapa, previa y posteriormente, y ninguna de las dos resultaba agradable. El proceso, de por sí incómodo, venía cargado de cefaleas, dolores bajo vientre y calambres. Además, cada vez que le llegaba el período, no entendía como no sufría una muerte por hemorragia, lo que la obligaba a cambiar de almohadillas sanitarias casi de un modo constante para evitar situaciones desagradables con la ropa. Por suerte, aquella mañana solo Renzo se había dado cuenta de la mancha roja en la parte trasera del pantalón de trabajo, y alertándola por lo bajo y anudándole una camisa a la cintura para ocultar la fuga escarlata, la muchacha se ausentó, alegando tener necesidad de ir a la enfermería a solicitar un analgésico.
Por suerte para ella, pensó mientras hurgaba en su maleta en busca de la bolsa de almohadillas sanitarias, Renzo estaba resultando un novio mejor de lo previsto. Desde que supo que ella estaba en sus días, no había tocado el tema respecto a tener relaciones, ni siquiera mediante juegos sexuales sin penetración. A lo largo de su corta, aunque intensa vida sexual activa, ningún hombre con los que se había relacionado se había preocupado en detalles semejantes. Si no podía asumir de una manera, pues, tenía que cumplir de otra.
Renzo no. La noche anterior, sabiendo que ella no se encontraba bien, había mostrado preocupación por ella e intentado hacerla sentir mejor platicando sobre tonterías y haciéndola reír, a pesar de la indisposición. Betsy jamás había tenido un novio o amante similar, y su historial, cuando de novios o amantes se trataba, era extenso, incluso, antes de ser sexualmente activa.
Se cambió de bragas y pantalón, y quitó como pudo las manchas delatoras en los usados, dejándolos suspendidos y chorreando agua sobre una percha, colgada de una de las duchas. Salió del dormitorio con la intensión de regresar al ranchón, pero una voz la detuvo:
_ Alumna Betsy...
No pudo evitar un gesto de fastidio. Efrén estaba de pie en medio de la puerta de su oficina, serio y luciendo su uniforme militar que a las alumnas fascinaba, pero que a ella, en aquel momento, tenía sin cuidado:
_ Dígame..._ arrastró pesadamente las palabras y le siguió el juego. El tono de Efrén la sorprendió. Él nunca sonaba tan formal y respetuoso. Ese no era su acento habitual. Con los alumnos que conocía y tenía tratos, era familiar, llamándolos por su nombre o apodo. Con los que no conocía podía llegar a ser hasta déspota, tratándolos de: "tú, ven acá", o "tú, has esto o aquello". Con ella, jamás había empleado esa actitud tan formal, más digna del profesor Diego que del cínico profesor de preparación militar.
_ ¿Puede venir un momento, por favor?
_ Estoy algo apurada._ dijo Betsy y quiso continuar su camino.
_ Alumna, por favor, solo será un minuto.
Betsy resopló. Las cocineras estaban sentadas pelando viandas para el almuerzo y observaban con curiosidad a la alumna y al profesor. No tenía ni tiempo ni interés para perder con Efrén, pero tanta seriedad de su parte le despertaba curiosidad, por lo que chistó y se acercó al profesor, que se hizo a un lado para cederle el paso a su oficina:
_ Espero que sea rápido._ masculló sin mirarlo.
Mientras no fuera para tocar el tema de una posible reconciliación entre ambos, mejor. El privado de los profesores de preparación militar era una de los más grandes de la escuela, y parecía una especie de museo bélico. En las paredes colgaban fotos de héroes y mártires patrióticos, grandes láminas ilustrativas de los grados militares, combates, armas y soldados uniformados. Había un gran estante con falsas granadas de mano, un par de máscaras antigás, viejos uniformes cuidadosamente doblados, una antiquísima bandera descolorida por el tiempo y otros artefactos y reliquias de guerra.
Betsy recorrió con la mirada cada rincón del local que tan perfectamente conocía: el armario donde se guardaban los rifles para las prácticas de tiro, el oxidado archivero de metal repleto de papeles, el pequeño busto de Martí modelado en bronce colocado dentro de una urna de cristal, descansando sobre una pequeña mesa, y los dos burós de trabajo para los profesores: Paco, un anciano resabioso que cuidaba aquellos vestigios de historia como auténticos tesoros de incalculable valor, afirmando y sosteniendo que el comunismo era la única esperanza para el mundo. No por gusto, tanto el alumnado como el claustro educativo creían que Paco estaba totalmente chiflado y en edad de jubilarse. Y estaba Efrén, a quien le daba lo mismo que pasara un tornado y arrasara con la oficina, cuanto tenía dentro y, de ser posible, con el mismísimo Paco.
Por unos segundos Betsy observó el buró de Efrén, cubierto de papeles en completo desorden y movió imperceptiblemente la cabeza mientras suspiraba y curvaba los labios en una ligera sonrisa. Si aquel mueble pudiera hablar, atestiguaría de seguro sobre las tantas veces en que aquella alumna y su profesor habían practicado sobre él la bestia de las dos espaldas. Cosas del pasado. Se volteó hacia Efrén:
_ Bueno, dime que...
No tuvo tiempo para reaccionar. Efrén saltó sobre ella con el impulso de una bala, y tomándola firmemente por la cintura y sosteniéndola por la nuca, la atrajo con fiereza hacia sí, aplastándole la boca contra la suya. Betsy gimió horrorizada y forcejeó, escudándose con las manos, empujándolo para apartarlo lejos:
_ ¿¡Qué te pasa?!_ gruñó la chica una vez se liberó.
_ ¿Qué? ¿No te gustó?_ sonrió Efrén con el cinismo reflejado en los ojos.
Betsy estaba limpiándose la boca con el dorso de una mano y le dirigió una mirada de odio. Tenía que haberlo previsto. Tenía que haber imaginado que Efrén saldría con una acción semejante. Burlón, él se cruzó de brazos y se recostó al buró de Paco:
_ Vamos, no te hagas. Recuerdo que antes te encantaban mis besos.
_ ¿Beso? ¿Llamas beso a esto? ¡Tal parecía que me querías succionar las entrañas por la garganta! ¿A qué juegas, Efrén? Ayer te dije que lo nuestro ya pasó y no hay vuelta atrás. Tengo novio y no voy a arriesgar lo que tengo con él por un revolcón contigo.
_ Anda Betsy, no te hagas la difícil.
El profesor intentó tocarla pero ella le apartó la mano de un golpe:
_ ¡No! ¿En qué idioma tengo que decírtelo para que entiendas que no...?
Enmudeció abruptamente cuando Efrén le atenazó la mandíbula con una mano, mientras la inmovilizaba por una muñeca con la otra. En los ojos del hombre ya no brillaba ni el cinismo ni la burla, ahora emergía en oleadas la violencia:
_ ¡Cállate ya, cojone!_ imperó con voz ronca.
_ Suéltame, me haces daño..._ gimió Betsy.
_ Entonces coopera... sé buena..._ el tacto de Efrén se tornó más blando, aunque continuaba firme. Su voz volvió a tomar aquel matiz serpentino, cargado de deseo._ Yo lo único que quiero es que volvamos a pasarla bien, como antes. Mira como me tienes... mira como me pones...
Y se apartó un poco para que ella notara la erección que pujaba bajo el pantalón. Betsy cerró los ojos y el rostro se le contrajo al advertir el contacto de la boca húmeda de Efrén babeándole el rostro, el cuello, una oreja. Intentó controlar su respiración fatigosa, sacudió la cabeza y tomando impulso, empujó al hombre y se alejó de él:
_ Le contaré esto a mi tío._ amenazó con voz firme.
Lejos de amedrentarse, Efrén rompió a reír con una burla hiriente y cruel:
_ ¿En serio? ¿Se lo dirás a Rufino? ¿Le irás con el cuento a tu tiíto?... ¡Ay no, qué horror! ¡Estoy temblando de miedo!
_ ¡Y también se lo diré a Conrado!_ gritó Betsy, sin poder ocultar el temor que le despertaba la reacción de Efrén.
_ ¡Por favor, por favor, no se lo cuentes al director, te lo suplico! _ continuó el hombre con su chanza hasta que, poniéndose totalmente serio, escupió tajante._ No seas estúpida, Betsy. ¿Crees que me asustas con tus amenazas? ¿Qué vas a contarle a Rufino y a Conrado?... ¡Por favor!... Adelante, pero te advierto, si hay dos degenerados en esta escuela que se han aprovechado de las alumnas, son ellos dos, te lo aseguro. Pero dale, no te detengas. Es más, si quieres, ahora mismo vamos juntos para que des las quejas. Será tu palabra contra la mía.
_ Qué hijoeputa eres._ gimoteó Betsy sin dar crédito a lo que escuchaba.
_ No insultes a mi mamá._ sonrió Efrén sin inmutarse._ Ella es una santa mujer. No como tú, que con solo dieciséis años te has cepillado a media escuela y sabe Dios a cuántos más fuera de aquí. Si sacas nuestro problemita a la luz, tu reputación no va a favorecerte, te lo aseguro. Aunque tu REPUTAción son las seis primeras letras de la palabra.
Volvió a aproximarse a ella, atrayéndola por la cintura y susurrándole al oído:
_ Aunque eso es lo que más me gusta de ti, lo que me vuelve loco... lo enferma que eres en la cama.
Al tratar de besarla en la boca, ella lo esquivó. Efrén contuvo el arrebato de cólera que le invadió de momento. Apretó los puños mientras resoplaba:
_ Ya deja de hacerte la difícil. Si no cooperas, voy a tener que tomar otras medidas a las que no quiero recurrir.
Betsy lo miró directamente a los ojos, con un odio que no podía disimular:
_ Vete a la mierda, Efrén... y apártate, que voy a salir de aquí y fingir que no pasó nada de esto.
Lo empujó y se encaminó hacia la salida. Efrén no la iba a intimidar, no la usaría a su antojo y conveniencia:
_ Muy bien, vete. Tu noviecito pagará las consecuencias.
Se detuvo en la marcha y se volteó lentamente:
_ Con Renzo no te metas. Déjalo fuera de esta historia.
Efrén aplaudió con desgano:
_ Vaya, sí que estás enamoradita del niñato ese. Pues, este es el trato: Tú vuelves a ser complaciente conmigo como antes y no pasa nada. Niégate, y voy a hacer hasta lo imposible por joderle la vida a tu noviecito. Elige.
Cuando Betsy salió fuera, estaba blanca como papel, y los labios, las manos y las piernas le temblaban, y no era provocado por el frío de la mañana. Por primera vez en su vida de chica rebelde, la consumía el miedo, un miedo atroz por el profesor que la estaba chantajeando, que quería poseerla hasta aburrirse, que podía lastimar al muchacho que más le había interesado en toda su existencia y que no tenía culpa de las estupideces cometidas en un pasado no distante.
Divisó a Conrado y a su tío Rufino conversando en medio de la plaza. Qué fácil y tentador resultaba ir donde ellos y denunciar a Efrén, desenmascarar la clase de ser repugnante que era y hacer que lo expulsasen. Pero, si lo hacía, Efrén hablaría también, destapando la suciedad de su tío. Para ella no era un secreto que su tío Rufino no era un santo, y también tenía sus aventurillas con no pocas estudiantes. No podía permitir que saliera perjudicado por culpa suya y su incapacidad de mantener cerradas las piernas cuando era necesario.
Llegó al ranchón, donde el ambiente estaba caldeado a causa de una bronca entre Nora y Erik, además de Dennis peleando con todos por el poco interés que estaban prestando al ensayo. Cuando la campana anunció el fin del recreo y antes que los de onceno y duodécimo regresaran a sus clases, Salim, quien había llegado minutos antes, los invitó a participar en la noche en una sorpresa catalogada por él como ultra-mega-súper-secreta:
_ ¿Qué te pasa Betsy?_ le preguntó Flavia.
_ ¿Te regresaron los dolores, los calambres?_ se preocupó Renzo._ ¿Por qué no te quedaste descansando en el albergue o en la enfermería?
_ ¿Quién iba a decir que estos dos iban a terminar así de acaramelados?_ bromeó Denise sin percatarse de lo embobado que estaba Oscar, observándola sin apenas pestañear.
_ No me pasa nada, estoy bien._ intentó sonreír Betsy._ No te preocupes.
Dio a su novio un furtivo roce de labios y lo abrazó. Tenía que protegerlo de la malicia de Efrén a como diera lugar, y si debía pagar el alto precio correspondiente, así sería. Solo tenía que cuidar que Renzo no llegara a saberlo. Aunque podría ser todo mucho más fácil. Dejar temporalmente a Renzo, así, retomaba el asunto con Efrén, que no habría de durar mucho. Si su esposa llegaba a enterarse, él mismo daría por zanjado el capricho, a causa del miedo de perder los privilegios económicos que su matrimonio le reportaba. Pero ¿Y si después Renzo ya no quería tener nada que ver con ella? ¿Si la rechazaba y se negaba a perdonarla? Nunca pensó que el muchacho fuera a interesarle tanto.
Al menos, mientras le durara el período, podía mantener a raya al sinvergüenza del profesor. Pero una vez pasada la etapa... Cerró los ojos para no imaginar lo que tendría que hacer, y sus brazos se aferraron más a Renzo, quien, creyendo que era a causa del frío, la abrazó más fuerte. Solo Flavia distinguió que algo no iba bien con su amiga, pero decidió esperar a que, como siempre, fuera Betsy quien optara por hablarle del problema que la preocupaba. Generalmente era así. Mientras, intentó acercarse más a Dennis, utilizando como pretexto una broma acerca de envejecer prematuramente si continuaba peleando tanto.
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Durante las noches, la mayoría de los salones de clases y laboratorios permanecían abiertos y sin iluminación, situación que aprovechaban no pocas parejas de novios para colarse y tener sexo o mayor privacidad y comodidad en sus encuentros pasionales. Eran pocas las aulas en las que se podía estudiar y que contaban con iluminación adecuada, ya que las lámparas, o se rompían o se extraviaban. Conrado había amenazado públicamente y en más de una ocasión, con la expulsión del estudiante que fuera sorprendido retirando bombillas que luego eran vendidas a los campesinos asentados en las cercanías de la escuela para así sufragar gastos en las ventas de contrabando que circulaban por la institución. Luis Mario confesó incluso que, en una ocasión, para poder hacerse de dinero para comprar cigarros y comida a las tías del albergue, se había robado un par de bombillas y se las había cedido por un buen precio al campesino que vendía empanadas de yuca al otro lado de la escuela.
Los locales de clases estaban pues, en condiciones pésimas, a excepción de los laboratorios de Biología, Física, Computación y Química, que eran rigurosamente cuidados por los respectivos profesores de dichas materias. De los cuatro, el más pulcro era el de Química, al estar bajo la férrea supervisión de Carmina, la detestable profesora de la asignatura en décimo grado.
A nadie se le hubiese ocurrido convocar un encuentro nocturno en el aula de Química, no solo por estar herméticamente cerrada, sino también por terror a ser descubiertos por Carmina y convertirse en blanco seguro de su desprecio. Por ello, nadie pudo contener la sorpresa cuando, durante el recreo de la tarde, reunidos en el ranchón, Salim anunció al piquete cuál sería la sorpresa nocturna: una sesión de ouija. Dalton arrugó el entrecejo en un gesto despectivo. Diogo se retiró mascullando insultos ininteligibles. Grettel aplaudió como una tonta. Erik preguntó:
_ ¿Qué es una ouija?
_ Es una estupidez que supuestamente sirve para comunicarse con los espíritus._ explicó Dennis con desgano.
_ ¿De los muertos?_ exclamó Erik y sus ojos brillaban.
Nora lo aporreó:
_ ¡Obvio! ¿De qué otros espíritus podrían ser?
Aarón y María Alejandra declinaron la invitación. Aquel juego se oponía y atentaba contra sus creencias religiosas y preferían no tomar parte en el mismo. Itzel y Katia presentaron entonces a una acompañante en la cual nadie había parecido reparar. Brianna era una estudiante de onceno grado, pelirroja, con la cabeza cubierta de rizos llameantes y el simpático rostro salpicado de múltiples pecas que se distribuían graciosamente sobre la nariz puntiaguda y los pómulos, bajo unos cautivantes ojazos verdes y una boca grande con dientes llenos de brackets. La muchacha sonreía absurdamente y no paraba de mirar hacia donde estaba Oscar, que parecía una estaca tiesa con lentes, entre los brazos de Denise. Itzel les explicó que Brianna, por ser un as en Química, era la alumna de mayor intimidad con Carmina, por lo que la profesora, además de la predilección por la chica, le confiaba las llaves del laboratorio para que tuviese un lugar más tranquilo en el que estudiar:
_ Vaya,_ interrumpió Flavia._ no sabía que Carmina pudiera caerle bien a alguien y viceversa.
_ En fin,_ continuó Katia._ convencimos a Brianna para que nos dejara usar el salón. Créannos que nos costó trabajo, hasta que supimos emplear ciertas motivaciones.
Y al decir esto, lanzó una significativa mirada hacia Oscar, pero nadie se percató del gesto. Convinieron encontrarse a las nueve de la noche. Tendrían que ir de a dos o a tres para no llamar la atención. Brianna enfatizó en que no podían tocar absolutamente nada en el laboratorio y que la pondrían en un gran aprieto si aquella aventura llegaba al conocimiento de Carmina.
A la hora pactada, fueron entrando al laboratorio en pequeños grupos. La temperatura había descendido considerablemente aquella noche, por lo que se abrigaron y algunos, como en el caso de Nora, acudieron envueltos en mantas. Tal y como habían anunciado, Aarón y María Alejandra no se presentaron, y tampoco lo hicieron Diogo y Dalton, lo que provocó cierto desánimo en Katia. Brianna no pudo evitar un gesto nervioso en cuanto Oscar llegó en compañía de Luis Mario y de Wendy.
Joel y Yolanda fueron los últimos en aparecer y la chica abrió los ojos y la boca a más no poder al entrar y mirar entorno. El laboratorio estaba en tinieblas, heridas por la luz de cinco velones esparcidos sobre el suelo, coincidiendo en las puntas de un pentáculo trazado con tiza en la fría superficie de cemento, y justo en el centro, había colocado un tablero con números y letras, las imágenes del sol y la luna, las palabras SI y NO y una pequeña cuña de madera con un agujero en medio. Se sentaron en silencio alrededor del tablero y las velas y aguardaron:
_ ¿Dónde está Salim?_ preguntó Betsy.
_ Terminando de prepararse._ explicó Brianna sin apartar los ojos de Oscar._ Él se toma estas cosas muy en serio.
_ Ya nos dimos cuenta._ observó Dennis torciendo la boca.
_ ¿Ustedes creen que esto será buena idea?_ quiso saber Nora. Su voz sonaba recelosa.
_ ¿Ya te apendejaste, gorda?_ se mofó Luis Mario._ Todavía no ha comenzado.
_ No es miedo, es precaución... ¿Es que no han visto las películas de terror? Cada vez que alguien juega a la ouija, algo pasa y no termina nada bien.
Todos rieron con los argumentos de la joven:
_ Nora, en serio tienes que relajarte._ sugirió Víctor._ Además, todo esto de la ouija, las cartas, el espiritismo, nada de eso es real.
_ Entonces... ¿Qué hacemos aquí?
Ante la pregunta, todos se voltearon. En la puerta que conducía a la oficina de las profesoras, donde igualmente se guardaban los instrumentos, sustancias químicas y otros materiales empleados en clases, Salim estaba de pie, escoltado por Katia e Itzel, y otra vez la boca y los ojos de Yolanda se abrieron desmesuradamente y tuvo que esforzarse por contener la risa. Salim llevaba la cabeza envuelta en un turbante plateado recamado en lentejuelas doradas que destellaban a la oscilante luz de las velas, y estaba embutido en una gran bata de baño afelpada de un chillón tono rosa:
_ ¿Pero qué coño...?_ musitó Renzo y no acabó la frase.
Grettel se retorcía de la risa, apoyando el rostro contra un hombro de Víctor para así disimular. Betsy dejó escapar unos silbidos de admiración mientras Dennis se rascaba la cabeza y sopesaba las palabras:
_ Bonito atuendo._ se atrevió a romper finalmente el silencio.
_ Gracias, por eso lo estoy usando. Aparte de ser lo más adecuado para esta ocasión tan especial.
_ ¿En serio?_ preguntó Erik con una mueca._ Porque yo creo que vas disfrazado de muñecona de carnaval.
Si Nora, Renzo y Denise se hubiesen puesto de acuerdo, no habría resultado tan gracioso el hecho de que los tres acogotaran a Erik al unísono a causa de su comentario, pero a Salim no pareció importarle. Con majestuosa lentitud, y siempre escoltado por Katia e Itzel, avanzó hasta un sitio libre, justo frente a la tabla ouija. Con la gracia de una reina se acomodó en el suelo, con las piernas cruzadas y cerró los ojos mientras colocaba las manos sobre las rodillas, con las palmas vueltas hacia arriba:
_ Les voy a pedir a todos que cierren los ojos y se concentren. Traten de pensar en alguien que ya haya muerto, algún miembro de su familia, un amigo o un conocido. Vamos a invocarlos esta noche.
Una ligera corriente de aire frío se coló de algún modo en el salón, y Yolanda se arrebujó contra Joel. A pesar de la ridícula indumentaria de Salim y del criterio de los otros, el ambiente y lo que estaban a punto de hacer no dejaba de resultarle sobrecogedor. Reinó el silencio durante unos minutos y las llamas encendidas crepitaron agitándose, creando de las sombras de los chicos, formas espectrales proyectadas en las paredes:
_ ¡¡AYYY!!_ gritó Nora y todos se sobresaltaron.
_ ¿Qué pasa?_ preguntó Flavia con un ligero temblor en la voz y soltando con rapidez el brazo de Dennis al cual se había agarrado súbitamente.
_ ¡El imbécil este que me tocó una mano!_ protestó Nora y le propinó un buen golpe a Erik.
_ Nora, no vuelvas a gritar así._ rogó Denise llevándose una mano al pecho._ Casi me provocaste un infarto.
Dennis torció la boca:
_ Por favor Denise ¿Pensaste que un espíritu había venido para establecer comunicación?
_ Puede pasar ¿No?_ supuso Brianna._ Digo, para eso estamos aquí.
Dennis la miró como quien tiene delante a una persona digna de lástima:
_ Voy a fingir que no te escuché decir eso.
_ ¿Podemos volver a lo que estábamos haciendo antes de la interrupción?
El tono ácido de Salim hizo que volviera a cernirse el silencio dentro del salón, pero esta vez no fue tan prolongado. Con una voz extrañamente profunda, Salim alzó sus delgadísimos brazos, que quedaron al descubierto cuando las amplias mangas de la bata se deslizaron haca atrás y recitó:
_ ¡Le pedimos a cualquier espíritu presente interesado en comunicarse con los vivos, que lo haga ahora o calle para siempre y se retire!
_ ¿Está bien hablarle a los muertos de esa forma?_ susurró Luis Mario a Wendy, pero ella no respondió y le hizo un gesto para que hiciera silencio.
Salim, que tenía los ojos cerrados, los abrió para dirigirle al muchacho una agresiva mirada de advertencia. Volvió a cerrarlos y sin bajar los brazos extendidos a lo alto, prosiguió su invocación:
_ ¡Le rogamos a cualquier alma errante del otro lado que se comunique con nosotros a través de este medio...!
Dicho esto, bajó los brazos y sus manos se posaron sobre la cuña de la ouija, y Katia e Itzel, sentadas a cada lado suyo, hicieron lo mismo. Hasta entonces, los chicos solo se estaban divirtiendo con la rimbombante excentricidad de Salim, pero al ver que el preámbulo había concluido y parecerles que la acción estaba a punto de dar comienzo, se enfocaron con la mayor atención posible. Salim sonrió al percatarse que al fin mostraban interés. Se irguió y su voz se elevó considerablemente y con dramatismo casi teatral:
_ ¡Respondan...! ¿Hay alguien del otro lado en este salón?
Todas las miradas estaban clavadas en la cuña sostenida por los tres pares de manos. Silencio. Nada ni nadie se movió:
_ ¡Insistimos! ¿Hay alguien del otro lado que quiera hablarnos?
_ Siiiii..._ contestó una voz cavernosa y toda la magia se rompió.
Grettel y Flavia estallaron en carcajadas, secundados por Víctor y Luis Mario. Nora, Denise, Wendy y Yolanda disimularon con risitas nerviosas, el pánico que la voz les había provocado. Renzo estaba peleándole a Betsy, causante de aquella graciosa interrupción:
_ Perdón, es que no lo pude evitar._ se jactó la chica sin dejar de reír.
Hasta Itzel y Katia estaban divirtiéndose. Solo había una persona a la que no le hacía gracia la situación. Insultado, Salim se arrancó el turbante de la cabeza, dejando su abundante cabellera al descubierto y en desorden:
_ ¡Si no lo van a tomar en serio, es mejor que terminemos y se larguen!
_ Cálmate Salim,_ intentó apaciguarlo Joel._ solo fue una broma.
_ ¡Brianna, prende las luces!_ graznó Salim.
Ante la orden tan fieramente proferida, todos dejaron de reír poco a poco. Las retinas acostumbradas a la oscuridad se hirieron ante la tempestiva invasión de las luces cuando Brianna obedeció el mandato. Salim apagó los velones con furia y recogió el tablero y la cuña. Ninguno sabía cómo reaccionar:
_ ¿En serio se molestó?_ preguntó Oscar.
Itzel le respondió con un gesto de cabeza afirmativo mientras sacudía una mano y una mueca le cruzaba la boca. Salim trataba de cargar los cinco velones junto con el tablero, pero el enojo no le permitía coordinar las acciones. Erik intentó ayudarlo, pero recibió un fuerte manotazo en la muñeca:
_ ¡Yo puedo solo!_ chilló Salim.
_ Pero quiero ayudarte._ se ofreció Erik con tono sincero e inocente.
Salim logró ponerse en pie a trompicones, casi cayendo al enredarse con un faldón de la bata y sosteniendo a duras penas todo lo que llevaba en los brazos:
_ La única ayuda que me habría gustado, es que se comportaran y demostraran seriedad... No acostumbro a invitar a nadie a estas sesiones, Itzel y Katia lo saben bien. Pero con ustedes quise hacer la excepción, porque son amigos de ellas y de Joel, y porque me caen bien... o me caían. Ya no estoy tan seguro.
Yolanda sintió pena y vergüenza. Pena, a causa de Salim, que se había esmerado en crear toda una atmósfera tenebrosa en la que había logrado sumergirla; y vergüenza, de ella misma y sus amigos al mostrar un comportamiento tan poco agradecido. Renzo se encargó de explicar su punto de vista, que coincidía plenamente con el de ella y los demás:
_ Es que no creímos que esto iba en serio. De verdad, yo pensé que solo era una broma, que ustedes tres iban a mover la cosa picúa esa y armarían frases y respuestas a las preguntas. La gorda se apencaría y todos haríamos como que de verdad un espíritu se comunicó con nosotros. Para mí siempre fue un juego, no lo tomé como que era real.
Los demás asintieron, con la esperanza de que Salim se calmara y los disculpara. Para Joel significó mucho ver que en verdad todos parecían afectados a causa del disgusto que le habían provocado a su amigo, y mucho más le satisfizo ver a Salim erguir su delicado y largo cuello aún más, y luego de unos segundos de silencio, decir mientras desviaba los ojos hacia un lado:
_ Amateurs...OK, por esta vez se las dejo pasar, teniendo en cuenta que son nuevos en este negocio.
Con los ánimos más calmados Yolanda respiró, aunque de inmediato pensó que volverían a tensarse las circunstancias cuando Dennis preguntó a Salim de manera recta y tajante:
_ Oye Salim ¿Y de verdad tú crees en estas cosas?
Lejos de ofenderse, Salim, que se había vuelto a sentar, dejando el tablero, el turbante y las velas sobre una mesa, contestó:
_ ¡Por supuesto! Y he tenido pruebas concretas. Una vez nos comunicamos con el espíritu de una muchacha que se ahogó... ¿Se acuerdan, muchachitas?
Katia e Itzel asintieron. Nora palideció y Grettel contuvo el aliento, aferrándose a un brazo de Víctor que se quejó por el inesperado apretón. Luis Mario esbozó una sonrisita y meneó la cabeza:
_ Pues discúlpame, pero yo no creo en nada de estas cosas. Los muertos, muertos están.
_ Mi mamá siempre dice que hay que temerle más a los vivos que a los muertos._ agregó Oscar.
_ Pero algo debe existir._ apuntó Flavia de repente y todos la miraron._ La vida tiene que ser mucho más que nacer, crecer, comer, beber...
_ Templar..._ añadió Erik y se ganó una buena reprimenda de parte de todos.
_ Grosero asqueroso._ le dijo Nora con desdén.
_...y morir._ prosiguió Flavia como si nadie la hubiese interrumpido._ Tiene que existir algo más.
_ ¿Algo como, la luz al final del túnel?_ ironizó Dennis.
_ Búrlate si quieres,_ le reprochó Flavia con suavidad._ pero, ¿Nunca te has preguntado por qué la gente que está agonizando empieza a llamar a los familiares y amigos que ya se murieron?
Ante la observación, todos hicieron un casi reverente silencio, que Dennis, sin argumentos para ripostar, rompió al confesar con tono incómodo:
_ No lo sé, nunca he visto a nadie agonizando.
_ El mundo está lleno de misterios que no tienen explicación._ prosiguió Flavia._ Y la muerte y lo que ocurre después de ella, es uno de los más grandes.
_ ¡Pues yo te diré lo que pasa cuando uno se muere!_ intervino Erik tempestuosamente._ ¡Te entierran y te comen los gusanos! ¡Fin de la historia!
_ Eres tan animal que si te esforzaras no te saldría tan bien._ le reprochó Nora.
_ Los espíritus sí existen._ afirmó Salim con total convicción._ Y hay cientos de miles de historias que lo corroboran.
Acto seguido comenzó a narrar cuentos espeluznantes acerca de apariciones, actividades paranormales en viviendas, posesiones demoniacas y toda suerte de leyendas urbanas o rurales que hicieron a Nora y a Grettel acurrucarse del miedo. Oscar y Renzo también se unieron y reseñaron anécdotas increíbles. Altamente impresionada, Yolanda se sobresaltó cuando Joel le susurró al oído:
_ ¿Nos vamos?
Ella asintió y mientras los otros se arrebujaban ante el relato de Víctor sobre el espíritu de una anciana que acosaba a los miembros de su familia que jamás se ocuparon de ella y que, tras su muerte, se habían instalado en su casa, la pareja se puso en pie y salieron del laboratorio hacia la gélida oscuridad del exterior.
Por un momento, Yolanda pensó que irían al ranchón, donde algunos estudiantes, a pesar del frío, veían la televisión; o que entrarían a alguno de los escasos salones iluminados y ocupados por alumnos que estudiaban. Para su sorpresa, Joel tiró suavemente de ella y en vez de dirigirse a cualquiera de los sitios en los que había pensado, la encaminó hacia la zona oscura tras las aulas. Yolanda tragó en seco. Sabía muy bien que cuando las parejas de estudiantes se adentraban a las áreas verdes tras los dormitorios o el docente, era para gozar de mayor privacidad y dar rienda suelta a ciertas actividades que, de solo imaginarlas, le provocaron escalofríos.
Llegaron al final de la acera que bordeaba la nave de salones, envueltos en completa oscuridad, y con rapidez que ni siquiera le permitió pestañear, Joel la arrinconó contra la pared y alzándole los brazos, con las manos de ambos firmemente entrelazadas, la besó en la boca con un arrebato apasionado.
Yolanda gimió y sintió como su cuerpo respondía a la intensidad con la que Joel se frotaba y embestía contra ella. Liberó las manos y le apretó la ancha espalda, clavándole las uñas en el suéter, arrugando la gruesa tela de lana, empujándolo más hacia ella, como si quisiera que sus cuerpos fueran uno solo. Totalmente fuera de sí, Joel la tomó por los glúteos y la alzó del suelo. La acción arrancó una ligera exclamación de la chica, que le rodeó la cintura con sus piernas, mientras se aferraba a él y arqueaba el cuello hacia un lado mientras el muchacho se lo acariciaba con los dientes de una manera excitantemente sutil.
La mente de Yolanda daba vueltas, atrapada por el vertiginoso torbellino de suspiros, jadeos y caricias. Era incapaz de coordinar una idea, de procesar un pensamiento coherente. Solo sabía que Joel la estaba besando como nunca lo había hecho y no dejaba de recorrerle el cuerpo con sus manos largas y suaves que reptaban, hábiles y cálidas por cada centímetro de su piel, que parecía estar en llamas. Hacía frío, pero ella creía estar en medio de una hoguera, atada a una estaca que no la dejaba moverse, pero de la cual, aunque quisiese, no deseaba liberarse. Escuchaba claramente los latidos de su desenfrenado corazón, cada músculo de su cuerpo palpitaba y ardía.
La lengua de Joel estaba danzando con la suya. Y de repente, le estaba recorriendo la base del cuello hasta los endurecidos pezones de sus senos casi al descubierto. Yolanda abrió los ojos de sopetón... ¿En qué momento se había abierto el abrigo y la blusa de uniforme? Empezó a sentir temor. Debía detenerse... ¡Tenía que detenerse!
_ Por favor..._ suplicó en un gemido._ Para por favor... ¡Para!
Joel se detuvo, jadeante y confundido:
_ ¿Qué pasa?
Yolanda tenía las manos temblorosas mientras intentaba cerrarse el suéter y recomponerse la blusa, todo a la vez. Se sentía abochornada por haber permitido que las cosas llegaran tan lejos. Quizás él se había hecho la idea de que tendrían relaciones sexuales. Ella se había dejado arrastrar por aquella marejada de placer que tal vez le había dado esa impresión, y ahora le apenaba interrumpirlo y destrozarle el momento, pero no estaba lista para dar un paso en aquella dirección. Aún no:
_ Es que... no estoy preparada todavía para hacerlo... Discúlpame... Soy una tonta... Discúlpame...
Y repitió las disculpas un par de veces más mientras bajaba la cabeza y sentía deseos de llorar y de que el suelo se abriera bajo sus pies y la engullera. Joel continuaba frente a ella, casi cubriéndola con los brazos estirados, apoyados contra la pared. El muchacho respiró profundo. Aproximó el rostro al de la chica y la besó en los labios con ternura:
_ No, discúlpame tú a mí. Es que... Me vuelves loco, Yola. Haces que pierda la cabeza. No te imaginas los deseos que tengo de estar contigo, y solo para mí... Creo que me dejé llevar demasiado... Perdóname... Puedes estar segura que te voy a respetar y no pienso forzarte a hacer nada que no quieras hacer todavía. Te lo prometo.
Emocionada, Yolanda lo abrazó y lo besó repetidas veces. Se sentaron en el suelo. Joel apoyó la espalda a la pared y Yolanda se acurrucó contra él, entre sus piernas, con la cabeza recostada a uno de sus hombros:
_ ¿En serio no estás molesto?
_ Molesto no. Sobrepasado si. Creo que tendré que recurrir a ciertos medios para descargar este sofocón cuando llegue al albergue.
_ ¿Descargar?_ repitió Yolanda con voz cándida.
Joel rompió a reír, divertido ante la ingenuidad de la chica, un aspecto de ella que le fascinaba. Yolanda se apartó un poco, quejándose de algo duro que la estaba hincando en el trasero. Se alegró que la oscuridad ocultara su sonrojo cuando, entre risas, Joel le señaló que lo duro, no era otra cosa que su potente erección. A veces, la inexperiencia la hacía sentir realmente fatal. Sintió curiosidad y la dejó salir a flote:
_ Joel, si te pregunto una cosa ¿Me responderás con sinceridad?
Joel enarcó una ceja:
_ No puedo decirte que me agrada la idea, pero si eso te hace feliz... Adelante, pregunta lo que quieras saber.
Yolanda se mordió una esquina del labio inferior:
_ ¿Con cuántas chicas te has acostado?
Él no supo si toser o reír, y también dio gracias por la penumbra que enmascaraba su cambio de color. Pero respondió a la pregunta y Yolanda sintió gran satisfacción al saber que no eran tantas las conquistas pasadas de su novio, como había imaginado que quizás serían:
_ Para mí, el sexo es algo bueno, pero no es la mayor motivación de mi vida. Estoy consciente que a mi edad, generalmente solo se piensa en sexo, sexo y más sexo, las veinticuatro horas del día si es posible. Pero créeme, yo sé controlarme.
_ ¿Cuándo lo hiciste por última vez?_ siguió curioseando ella.
Joel se rascó la cabeza mientras dudaba si responder o no. Además, se sentía incómodo manteniendo aquella rigidez genital que no había forma que se aplacara, y con Yolanda hurgando de esa manera en temas tan relacionados... Resopló y torció la boca:
_ Es difícil precisarlo...
_ ¿Por qué?
Por un instante Yolanda experimentó un temblor, y temió que Joel le confesara que la última vez que se había acostado con alguien había sido solo una semana atrás, o días, con cualquiera de esas chiquillas que se ofrecen sin pudor o respeto por sí mismas. O una recaída con Rosemary. O un simple desquite con Valeria. Reprimió la ira en ambos casos e intentó desechar tamañas imaginaciones. El temor se desvaneció por completo cuando él manifestó que su última incursión sexual había sido en septiembre, justo al inicio del curso, y con una alumna irrelevante con la que había tenido una fugaz relación en años anteriores y con la que solo había querido desfogarse.
Desde ese entonces no había intimado con nadie más, sobre todo, cuando conoció a una chica especial, una muchacha transferida de la escuela de arte con la que había tropezado una mañana, a la que había golpeado accidentalmente con una pelota de fútbol en la tarde del mismo día, y a la que, desde entonces, no había podido sacarse de la cabeza. Yolanda quedó muda de la emoción:
_ ¿Quieres decir...? ¿Me estás diciendo que... desde septiembre tú... nada de nada... con nadie... por mí?
Joel alzó solemnemente la mano derecha:
_ Te lo juro... Nada de nada... Con Nadie... Por ti.
Le acarició una mejilla y le susurró mientras la miraba directamente a los ojos:
_ No quiero estar con nadie más que no sea contigo, Yola.
No supo por qué. No entendió qué la impulsó, pero se incorporó con agilidad, acomodándose a horcajadas sobre Joel, sin dejar de besarlo con una pasión arrolladora que a él tomó por sorpresa pero a la que se entregó sin reservas, atrayéndola hacia sí una y otra y otra vez, sobándole la piel por debajo del abrigo y la blusa, sin que ella opusiera resistencia o lo frenara, deleitándose en saborear el cuello de la chica que gemía y se retorcía, se arqueaba, danzaba contra la bravía elevación cubierta de Joel, quien, al cabo de unos minutos, se detuvo en seco:
_ ¡Espera, espera...!
Y ante los ojos extrañados de Yolanda, el joven gimió, jadeó, resopló, su cuerpo se estremeció con breves espasmos. Ella, inmóvil, asustada y sin entender qué sucedía, solo atinó a preguntar:
_ ¿Hice algo mal?
La respuesta de Joel tardó unos minutos y fue antecedida por una risa traviesa. La abrazó y la besó en la boca:
_ No hiciste nada malo. Al contrario. Me tomaste por sorpresa y resultó ser demasiado bueno. Tanto, que por tu culpa tendré que lavar el calzoncillo cuando llegue al albergue.
Yolanda no entendió nada. Joel, divertido, le susurró al oído que había llegado al clímax. Aturdida, la muchacha abrió mucho los ojos y la boca:
_ Pero... si no hicimos nada. Ni siquiera lo toqué._ y le señaló la entrepiernas.
_ Y no hizo ninguna falta._ sonrió cariñosamente Joel mientras frotaba su nariz con la de ella.
Yolanda cerró la boca. Seguía confundida, y con gusto le habría encantado tener todo el conocimiento que poseían Grettel, Betsy y algunas de sus amigas con experiencia en el ámbito sexual. Sin embargo, al ver la satisfacción en el semblante de su novio, se sintió mucho mejor y se consoló a sí misma afirmándose que, al menos, de alguna manera no premeditada lograba satisfacerlo:
_ ¿Quieres que te lave yo el calzoncillo?_ se ofreció mientras atravesaban la plaza escolar, de camino al dormitorio de ella.
_ Olvídalo. Te aseguro que si lo haces te vas a arrepentir. Es un desastre ahí abajo en estos momentos y no estás acostumbrada a cosas tan viscosas.
Se detuvieron ante la entrada del recinto:
_ ¿En serio no estás molesto conmigo porque no quiero hacerlo todavía?
_ Ya te dije que no._ Joel la abrazó._ Te prometí que voy a respetar tu decisión y voy a esperar a que estés lista. Y no quiero que te sientas obligada a complacerme. Todo pasará cuando tú quieras que pase.
Se besaron largamente.
Valeria regresaba a su dormitorio luego de haberle dedicado varias horas al estudio. Bostezó y pensó en abrigarse bien y acostarse a dormir en cuanto llegara. Estuvo a punto de detenerse en medio de la plaza y dejar caer los libros mientras el pecho se le contraía internamente. Observó desde lejos a la pareja que se besaba y reprimió un suspiro de tristeza. Se irguió en un supremo esfuerzo de mantener la dignidad intacta y prosiguió su camino sin atreverse a voltear la cabeza hacia el sitio donde Joel y Yolanda se deseaban dulces sueños.
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