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1._Negro


Aquel muchacho se quedó parado en la esquina de la calle, aguardando que ella mirará atrás. Que se retractara. Mary no lo hizo. Se alejó sin prisa, pero esperando pronto escapar de los ojos de ese hombre que podía asegurar estaba a punto de llorar. No se equivocaba. Él tenía el diluvio contenido detrás de sus ojos que cerró a modo de adiós. La conocía lo suficiente para saber que una vez ella decidía que algo terminó seguía su camino sin mirar atrás.

Varias cuadras más allá, cuando estuvo segura de que él no la iba a alcanzar, Mary soltó unas pequeñas lágrimas. Lo iba a extrañar. Era un buen tipo. Demasiado bueno en realidad. Mary no entendía porque atraía a ese tipo de hombres. A esos con madera de héroe, tan llenos de ganas de ayudar, de salvar al mundo, de poner el hombro en las causas nobles. Siempre era igual. Muchos hombres se acercaban a ella, pero pronto todos huían. Algunos porque rápidamente descubrían que detrás de esas fachada aparentemente serena se escondía un carácter un tanto opuesto. Un temple oscuro, crítico y muy poco condescendiente, entre otras cosas. Sin embargo, había unos que pese a todo eso se quedaban. No eran los tipos rudos, ni los cultos, ni los inteligentes y equilibrados que tanto le gustaban. Eran los gentiles y dulces. Los dociles, pero con ánimo de héroe. La peor parte es que la lograban cautivar. Es que ellos no  se sentían menos ante ella y no les importaba si podía o no cuidarse sola, ellos siempre estaban dispuestos a protegerla y eso era agradable, pero a la larga acaba generando conflictos. Mary veía a esos hombres como gente ingenua que tenía que defender de la maldad del mundo. Además se sentía muy mal por ser tan poco capas de devolver todo el cariño que le ofrecían. Pero lo más importante es que no podía ser ella misma con ellos. Esa tarde secó sus lágrimas, suspiró y continúo su camino. Él estaría mejor sin ella. Era un gran tipo y las grandes tipos, no están solos por mucho tiempo.

La ciudad era pequeña y estaba en un valle rodeada de verdes colinas. Un viejo tranvía circulaba por aquel lugar como una atracción turística. Su recorrido tardaba una hora y no era raro que Mary se montará en él de vez en cuando. Le gustaba tomar fotografías y aquel viaje le permitía tomar buenas escenas. Era un momento para no pensar en nada. Para tener la cabeza despejada. Sin embargo, esa mañana uso el tranvía para llegar a casa de un amigo suyo, que le vendería una motoneta Vespa a buen precio. Cuando llegó al lugar, el hombre la llevó a la parte de atrás para que viera el vehículo.

-No la uso hace años-le dijo mientras le sacudía el polvo- Supongo que con una buena lubricación y gasolina limpia será suficiente para que arranque, pero si prefieres vamos a un mecánico para que la revise.

-Por mi está bien- le dijo Mary, amparándose los ojos con la mano, por el fuerte sol.

Acordado aquello el hombre puso la motoneta en la camioneta y junto a Mary partió a un taller mecánico que no estaba lejos. Cuando bajaron del vehículo, de la pequeña casa de principios de siglo, una mujer salió furiosa y arrastrando una maleta. Pisaba fuerte, dando pasos largos que súbitamente cambiaron de trayectoria y se giraron hacia la casa para gritar con todas sus fuerzas:

-¡Eres un caso perdido, Black! ¡Te vas a arrepentir! ¡Nunca encontrarás a alguien como yo!

-¡De eso se trata!- le respondió una voz de hombre desde el balcón.

Mary y su amigo se quedaron pegados a la camioneta. No importa la edad que tengas, siempre es incómodo presenciar una discusión. Después de ese breve intercambio verbal, la mujer se alejó murmurando y dando largos pasos con aquellos zapatos de tacón que parecían iban a quebrar los adoquines.

-Quizá deberíamos volver en otro momento-le dijo Mary a su compañero.

-Ya estamos aquí- murmuró el tipo rascándose detrás de la cabeza- Deja ver si nos quiere atender...

Mary no pudo objeción y su amigo fue a tocar el timbre de la casa. Después de unos minutos, el muchacho y un hombre de oscuro atuendo fueron a la camioneta por el pequeño vehículo a revisar. Mary se apartó, pegando la espalda a la pared de ladrillos. No miró al mecánico, pero él si a ella. Sus ojos derrochaban un resentimiento y desprecio por todo lo que veia. Un desdén que respondía a algo ajeno al altercado con aquella mujer. Entre Black, que era el nombre de ese sujeto, y el amigo de Mary llevaron la motoneta al taller en la parte de atrás de la casa. 

Aquel lugar estaba construido con material de reciclaje y era como cualquier taller de motocicletas que Mary hubiera visto. Lo único diferente era el pequeño jardín delante de la casa. Era un sitio muy verde y fresco. A Mary se le antojó colgar una hamaca ahí. Siguió a los hombres y se sentó sobre una especie de silla que colgaba del techo, mientras Black y su amigo hablaban de cosas que creían ella no entendía. Haber presenciado aquella discusión la hizo revivir su reciente ruptura. Apenas había pasado un mes y desde aquella tarde no había vuelto a llorar pese a que a momentos se sentía triste y extrañaba a ese hombre, no había vuelto a derramar una sola lágrima por aquel acontecimiento. No se cortó el cabello, no habló con una amiga al respecto, no se fue de fiesta ni buscó consuelo en otro hombre, Mary sencillamente siguió su vida. A la mañana siguiente se presentó al trabajo, visitó un amigo, fue a la tienda. Nada cambió para ella, salvo porque no tenía más ese mensaje en la mañana y esa pregunta a la hora del almuerzo. No había una charla nocturna, ni un encuentro los jueves y los sábados en la tarde noche.

-¿Qué le pasa a esa mujer?- preguntó Black haciendo que el amigo de la muchacha se volteara a ver qué ocurría.

-¿Mary? ¿Mary estás bien?-le preguntó su amigo hincandose frente a ella.

-Sí, estoy bien- le respondió con el rostro empapado en lágrimas.

Su amigo no entendía que pasaba, pero le secó las lágrimas con la mano y se ganó una sonrisa. Black apartó de ella la vista. Acababa de terminar con su novia y ahí estaba, trabajando como si nada ¿Se suponía que tenía que experimentar algo especial? ¿Estar triste? Quizá. Pero esa pena estaba muy por debajo de todo su enfado. Siempre era igual. Siempre intentaban cambiarlo. Que fuera más romántico, menos impulsivo, no tan agresivo, menos radical ¿Para que demonios querían tener una relación con él si su único propósito parecía ser cambiarlo? Pobres ilusas, pensaba Black,
pero su enojo no disminuía con despreciar a sus compañeras de turno.

-La motoneta está bien. Partirá apenas le pongan bencina- les dijo Black mientras se limpiaba las manos con un trapo manchado- Esta en buen estado, pero no estaría mal que le pintaran de nuevo. Puedo hacerles un descuento...

-Creo que, por ahora, está bien así-le dijo Mary.

-¿Cuánto te debo?- le preguntó el muchacho y después hizo el pago para retirarse junto a Mary.

Black volvió al interior de su casa y comenzó a levantar las cosas que aquella mujer tiró durante la discusión. A medio terminar quedó todo. Media hora después, mientras limpiaba los platos, decidió salir de la casa. Con el dinero del pago por la revisión de la motoneta, que no era mucho, pensó en salir a distraerse un poco. Caminó por las calles tropezando con grupos de manifestantes en contra del alcalde que había usado dinero del municipio para comprar unas propiedades, vendidas muy por debajo del valor comercial. Era todo un lío que tenía a la gente bastante molesta, pues aquellos fondos estaban destinados a la reparación de calles y restauración de las casas de las avenidas principales. La ciudad era considerada patrimonio nacional por su arquitectura e historia. No era raro que estuviera saturada de visitantes, sobretodo en verano. Eludiendo a toda esa gente molesta, que avanzaba con pancartas y cacerolas, Black llegó hasta un pequeño bar escondido en una estrecha callejuela.

No tenía ganas de embriagarse. Solo necesitaba un momento de paz, pero la calma no era una amiga suya. Esos ojos poblados de resentimiento, su tono de voz, su postura, le gritaba al mundo que era una fiera furiosa y las fieras furiosas son peligrosas. Las personas advierten el peligro de forma instintiva y eso causaba que muchos actuarán de forma recelosa ante su presencia. Lo vigilaban siempre. Era como ver a un lobo caminar, lentamente, hacia el estanque, donde beben los ciervos. Del mismo modo que esos herbívoros se apartan cautelosos, los hombres en el bar y a donde quiera que iba Black, retrocedían sin quitarle los ojos de encima. Alertas de lo que fuera a hacer, aun cuando ese torvo sujeto no tuviera ninguna mala intención realmente, la atmósfera se tornaba pesada. Black sabía lo que causaba su presencia y eso hacia que su rencor al mundo aumentará. Se sentía como un desterrado, a veces. Distinto a los demás de una forma sucia. Y aunque actuaba como si eso no le importaba, lo cierto era que desde siempre esa marca invisible a él, en su propia frente, lo aisló de todos. Solo y rabioso. Un proscripto del mundo por un motivo que nunca llegó a comprender realmente, Black comenzó a mirar a la gente desde afuera. Desde la rivera por la que fue obligado a transitar.

Mary se apartó de su amigo rápidamente esa tarde y se retiró a la soledad de su habitación. Sola. Estaba sola. Mas allá de la ausencia de compañía, Mary siempre estuvo sola, pero rara vez esa soledad se volvía en su contra, como en aquel momento. Necesitaba llorar la ausencia de aquel muchacho que intentó rescatarla de la oscuridad de su ser. Esa oscuridad que ella no veía en realidad, porque desde el fondo de su alma solo podía ver la luz, aunque muchos no lo comprendieran. Habitar las sombras que Mary habitaba le brindó la habilidad de detectar la más mínima luz que brillará allá a fuera. Y como disfrutaba ver las luces titilar cual estrellas. Sus ojos eran agudos, su lengua crítica, pero no era la amargada o fría que todos pensaban,s in embargo, siempre se vio sometida a esas categorías. Incluso, y sobretodo, por esos hombres que se aproximaban a rescatarla. Lloró esa tarde, pero a la mañana siguiente no hubo más lágrimas por aquella ruptura.

Unos días después, cuando recibió su paga, Mary pensó en cambiar el color de la motoneta. Como aquel mecánico ofreció un descuento, fue directamente con él para tratar el asunto. Lo encontró sentado en la puerta del taller. Estaba leyendo un libro de bolsillo y llevaba unos anteojos de descanso que se quitó cuando advirtió su presencia en la puerta. Era mediados de primavera, hacía calor y el sol brillaba con bastante fuerza. Como esa mujer era un cliente potencial, le señaló que pasará para que estuviera a la sombra.

Con alivio, Mary se paró frente al viejo ventilador que giraba de izquierda a derecha, haciendo un sonido molesto, pero que era fácil de ignorar. Un olor un tanto pesado reinaba allí y todo estaba sucio, salpicado de aceite, hollín y partes de motocicletas oxidadas.

-¿Qué color prefieres?-le preguntó Black, después de oír el asunto que llevó allí a la mujer.

-Negro- contestó, pero reflexionó un momento-Mejor verde. Si el verde está bien.

-Verde- repitió Black que vertia agua helada de una jarra a un vaso para ofrecerlo a la muchacha- Creo que el negro te queda mejor.

Mary levantó la mirada cuando tocó ese vaso frío. Sintió una sensación muy extraña cuando su mirada se cruzó con la de él. Le regaló una pequeña sonrisa y después miró el libro sobre las caja de herramientas, a un costado de la puerta.

-Sí te gusta Saramago...
puede que tengas razón-le dijo Mary-Que sea negro...

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