Mar adentro
Me despierto de golpe y no puedo ver nada. Sé que mis párpados están abiertos porque puedo moverlos. Sin embargo, mis ojos no captan ninguna imagen, ni siquiera un tenue rayo de luz. Todo es negrura frente a mí. No tengo idea de cómo me mantengo erguida. No percibo ninguna superficie bajo mis pies. Tengo la rara impresión de que estoy flotando. Chillo con fuerza, pero el feo ruido que produzco es apenas audible. Mi voz no se proyecta hacia ningún sitio. No hay ecos aquí.
Mi corazón se acelera hasta hacerme doler el pecho. Mis dientes castañetean, todo en mí tirita. ¡No, maldita sea! ¡No puedo morir aquí, no todavía! Extiendo los brazos hacia el frente y los agito de un lado a otro con todas mis fuerzas. En poco tiempo debo detenerme para recuperar el aliento. La pesadez y la lentitud con la que se desplazan mis extremidades es anormal. Siento que vivo en cámara lenta. Con cada manotazo que doy, se percibe un sonido idéntico al del burbujeo. Hay algo denso rodeándome y no es precisamente aire. ¿Estoy bajo el agua?
El espacio en mi garganta de pronto se achica. El oxígeno que fluía hace apenas unos segundos disminuye considerablemente. Percibo los latidos rabiosos de mi corazón en cada vena. Mi pecho está en llamas. Mil navajazos hirviendo es lo que siento allí. Con la mano derecha, aprieto la zona. Rechino los dientes al presionar la mandíbula. Mi corazón lucha por seguir palpitando a pesar del gran dolor. Cuando la última partícula de aire me abandona, clavo los dedos con mayor fuerza en la carne. Abro la boca y los ojos al máximo al mismo tiempo tras percibir lo que ocurre.
Las puntas de mis dedos están sobre mi corazón. No hay piel, grasa u otros órganos en medio. Es el músculo palpitante estremeciéndose agónico en mi propia mano. No sé por qué, pero de repente siento la imperiosa necesidad de estrujarlo como a una naranja. Quiero exprimirlo hasta que no quede sangre dentro de él. Creo que la falta de aire me está llevando a la locura. Soy incapaz de distinguir la realidad de las alucinaciones. Quizás mi vida se terminó y no me enteré. ¿Es este el purgatorio o el mismísimo infierno? Sin importar en dónde esté, no me queda nada que perder. Elijo dejarme llevar por el instinto suicida y estrujo mi corazón con fiereza.
Mis propios alaridos me taladran los oídos. Me retuerzo de dolor e intento despegar la mano, pero no puedo. Mis dedos se aferran al corazón como parásitos. La fuerza de mi agarre no cede hasta que escucho un ruido sordo. Mis uñas chocan contra la palma, pues ya no queda nada sólido que sujetar. ¡Aplasté mi propio corazón! En ese momento, una descarga eléctrica descomunal me envuelve y aúllo, entumecida.
El ardor que recorre mi piel es insoportable. Las dentelladas de una bestia invisible me la están arrancando a pedazos. Me sacudo de pies a cabeza. Mis músculos se tensan tanto como si tuviera rigor mortis. Cuando estoy a un paso de perder la consciencia, el aire regresa a mis pulmones de golpe. Siento algo macizo bajo mis pies. La tortura de la quemazón termina de forma súbita. Detecto una luz blanca a través de los párpados, así que abro los ojos.
Agacho la cabeza de inmediato para mirarme el pecho. No doy crédito a lo que veo. El cráter enorme y sangrante que creé con mi propia mano ya no está ahí. ¡Mi piel está intacta! No hay huecos ni cortes en ninguna parte. Levanto la palma y extiendo mis dedos. No veo rastros de carne aplastada ni de fluidos oscuros. Frunzo el ceño, incrédula. Pongo los dedos sobre mi cuello para buscarme el pulso. No me toma ni tres segundos hallar latidos. Son tan estables como mi respiración. Estoy completa. No tengo huellas de la carnicería que me infligí hace un instante. ¡No lo entiendo!
Lejos de darme consuelo, saberme ilesa desata una ola de ansiedad en mí. ¿Estoy bajo los efectos de drogas? ¡Necesito respuestas! Empiezo a girar el cuello hacia todos lados. Todavía no sé en dónde estoy, pero tiene que haber algo por aquí que me dé una pista. Lo primero que distingo me desconcierta aún más. Las siluetas borrosas de varios árboles se distinguen a muchos metros por encima de mi cabeza. Están sembrados en la cima de un farallón altísimo. ¿¡Qué mierda pasa!? ¿¡Cómo llegué hasta acá!? Esto tiene que ser un truco retorcido de mi mente...
Mi cerebro les ordena a mis piernas que corran, pero estas no lo logran. Se sienten pesadas. No avanzo ni siquiera dos metros sin agotarme. Algo está mal conmigo, muy mal. Desvío la vista hacia abajo. Entre el suelo rocoso y mis pies hay una larga estela de burbujas. Eso confirma mis anteriores sospechas. ¡Estoy sumergida en el agua! Pero, entonces, ¿¡cómo carajo sigo respirando!? Me toco la cara en busca de alguna mascarilla de oxígeno, pero no la hay. Tampoco veo tanques ni nada similar. Niego con la cabeza, aprieto los puños y me muerdo el interior de las mejillas... ¡Es otra maldita pesadilla! ¿¡Hasta cuándo tendré paz!? ¡Quiero despertar!
Mis ojos recorren de nuevo los alrededores. No hay nada más que piedras y soledad hasta donde alcanzo a ver. La superficie del agua no se distingue desde aquí. ¿¡A cuántos putos metros de profundidad estoy!? No sé qué hacer, estoy desesperada. Solo quiero gritar y aovillarme en el piso para llorar de rabia, pero eso sería estúpido. Una llorona no sirve para nada. No podré vengar la muerte de Camila si permanezco encerrada lamentándome de mi mala suerte. ¡Debo actuar! Hasta donde sé, la única forma de salir del agua es nadando. Eso es justo lo que voy a intentar.
Me agacho para tomar impulso y empiezo a bracear hacia arriba. Para mi sorpresa, mi cuerpo se mueve como el de una sirena. ¡Estoy ascendiendo a una velocidad impresionante! Siento que debería alegrarme, pero no consigo sonreír. Una nueva tormenta de ansiedad me invade. Esto parece demasiado bueno para ser verdad. Debe haber alguna trampa detrás. Las cosas nunca han sido así de sencillas para mí. Mucho menos lo son ahora que he visto al engendro llamado Descorazonador. ¿Será esta una de sus artimañas? Como sea, no voy a amedrentarme ahora.
Sigo nadando en dirección al acantilado. Los árboles en la cima todavía están lejos de mí, pero ya no lucen tan pequeños como antes. Creo que me estoy acercando. Quizás haya alguna cueva o pasadizo que me lleve a la cumbre, no lo sé. Primero tengo que salir del agua. Mis brazos y mis piernas se mueven en sincronía durante mucho tiempo. No sé cuántos minutos transcurren, pero se me hacen eternos. ¿Y si esto solo es una ilusión óptica? Tal vez pienso que avanzo, pero solo voy en círculos. Quizás sigo inmóvil a oscuras e imagino que estoy nadando... ¡Pero qué idiotez! No puede haber un sueño desarrollándose dentro de otro sueño, ¿o sí?
Sacudo la cabeza para volver a concentrarme en lo que estoy haciendo. Dudar de mí misma podría destruirme. Bato las extremidades con más fuerza cada vez. Todas las cosas tienen un inicio y un desenlace. Nada es eterno. Y yo voy a encontrar el final de esta pesadilla a como dé lugar. Siendo honesta, ya no me interesa para nada cómo vaya a terminar todo, solo quiero que suceda lo antes posible. Estoy harta, no soporto más.
En medio de mis cavilaciones, escucho un ruido y paro en seco, atónita. Es el característico sonido de algo pesado cuando cae al agua. Desvío la vista en dirección al estruendo. A pocos metros de mí, observo el lento descenso de un bulto oscuro. Por el color y por la forma, me atrevería a decir que se trata de una roca. ¿Debería ignorarla sin más y continuar braceando? Creo que será lo mejor, pues no tengo tiempo para examinar piedras raras. Giro la cabeza y hago amago de nadar, pero un resplandor capta mi atención. Me doy vuelta para mirarlo mejor.
Al caer en cuenta de lo que ven mis pupilas, el pulso se me dispara. La marca en mi palma empieza a dar pulsaciones veloces. Ese es el mismo brillo que vi en el interior del medallón de Eloísa. De ser así, lo que recién cayó al agua no fue una piedra. ¡Es su cadáver quemado! ¡No, no, no! ¿¡Qué está pasando!? Mi boca se abre de par en par, la quijada me tiembla. Un extraño frío me cala los huesos. ¿Y si todo lo que me está sucediendo es un castigo por haberla matado? ¡No quise hacerlo! ¡Lo juro! Ni siquiera entiendo cómo pasó, no estaba en mis manos decidir.
—Es por tu sangre, por tu maldita sangre...
La rabiosa voz de mi madre invade mis oídos como un retumbo perturbador. Segundos después, el mismo chillido que precedió a su muerte da inicio. Me tapo las orejas con las manos y cierro los ojos. Mi cuerpo se encoge por instinto. No escucho mis gritos, pero sé que los emito porque mi garganta empieza a dolerme. Cuando el bullicio por fin cesa, trago saliva despacio y luego abro los ojos. El escenario con el que me encuentro me deja boquiabierta.
El acantilado y los árboles de antes ya no están ahí. Ahora veo edificios, automóviles y personas. Estas son las calles de mi ciudad, las reconozco fácilmente. Trato de correr hacia una tienda abierta para pedir ayuda, pero mi nariz choca con algo que no había visto hasta este momento. Levanto los brazos para asegurarme de que en verdad hay un obstáculo aquí. Mis manos pronto se topan con una superficie sólida. En efecto, hay una barrera transparente que me impide avanzar. Presa del pánico, golpeo y pateo el muro invisible, pero no le causo ningún daño. Miles de burbujas se arremolinan en torno a mí, haciéndome saber que sigo sumergida.
De pronto, un gigantesco par de brazos aparecen ante mí. Se posan en el cuerpo de una chica desconocida y tiran de ella. Luego de eso, escucho quejidos y percibo movimientos bruscos, pero no puedo ver nada. Unos segundos después, contemplo a la mujer tumbada en el suelo. Su rostro es un poema de sufrimiento. Los brazos enormes reaparecen en escena. La mano izquierda se cierra en torno al cuello femenino y la derecha se clava en su pecho. En ese momento, un chorro de sangre salpica la barrera transparente. Veo gotas rojas descendiendo mientras los dedos gigantes arrancan el corazón de la muchacha. Muda de miedo, miro hacia arriba.
Desde donde estoy, distingo lo que parece ser la barbilla y parte de la mejilla de un ser inmenso. Agacho la cabeza y distingo sus piernas. Antes de que siquiera me atreva a pensar en lo que esto significa, las risotadas de esta colosal criatura hacen eco en derredor. Siento que estoy en medio de un terremoto. De un pronto a otro, la cristalina prisión que me encierra se contrae y se expande varias veces, como si latiera. Mi cordura se va al demonio al comprenderlo... ¡Estoy dentro del cuerpo del Descorazonador! Grito a todo pulmón y no me detengo hasta que mis cuerdas vocales se apagan. El verdadero horror no ha hecho más que comenzar.
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