Capítulo 3
Organicé la cocina lo mejor posible. Limpié todo porque el olor era insoportable. Había platos con comida y algunos de ellos tenían moho. Fue desagradable y las ganas de vomitar estuvieron presentes casi todo el tiempo.
Ahora miraba aquella diminuta cocina con satisfacción. Estaba reluciente y se veía ordenada y limpia. El olor a podrido había desaparecido reemplazado por el aroma a lavanda de los productos de limpieza. La cocina me tomó toda la mañana y el baño toda la tarde. Podría haber tardado menos, pero prefería limpiar a profundidad.
Habían pasado tres días en donde me concentré en adaptarme a mi nuevo hogar, limpiar y hacer las compras. Mi organización estaba dando sus frutos, en todos los aspectos. Monetariamente mi tío demandaba mucho dinero en alcohol una larga inspección en la casa y en sus cuentas me indicaba que estaban al rojo vivo. Él necesitaba buscarse un trabajo si quería seguir consumiendo su peso en alcohol.
El vino demandaba dinero, el cual tenía. Gastarlo en la "adicción" de mi tío, no me prestaría a esa situación. Cuando estaba dormido hace dos días atrás me permití poder investigar en mis alrededores. Las tiendas estaban un poco lejos y el barrio era encantador, excepto por esta casa que destacaba de la peor manera.
Las compras para la semana estaban hechas y con ello el vino que era limitado y barato. No era lo que él tomaba, sinceramente no notaría el cambio. Si él quería más de lo que compré tendría que poner de su bolsillo.
Me coloqué el piyama una vez que me masajeé con crema el cuerpo. El día había sido largo y la mugre estuvo presente en todas partes, en mi cuerpo y en la ropa. Lavaría la ropa por la mañana, debía inspeccionar la ropa de Adal y descifrar que necesitaba una lavada.
Tomé mi celular una vez estaba debajo de las sábanas. Respondí los mensajes de Flor y le avisé que el lunes próximo empezamos con las sesiones, ahora quería disminuirlas. Antes teníamos cuatro por semana ahora propuse solo que tuviéramos dos, ella aceptó gustosa.
Preparé todo para la mañana siguiente. Era hora de buscar un trabajo y empezar temprano era una buena opción.
—El triple Axel es lo que nos hará sumar más puntos. —Mi entrenadora se puso las manos en las caderas, claro indicio de que mi cuarta caída no le agradó para nada—, estás desastrosa jamás fallaste tanto en una práctica.
Me senté mirando mejor mis guantes negros, estaban llenos de hielo. Mis manos habían tocado el hielo igual que mi trasero en cada salto hoy. Sabía que estaba haciendo las cosas mal, sin embargo, todos tenemos días malos.
—Pensé que podríamos poner el triple Axel con alguna combinación, pero ahora que te veo. —frunció un poco su cara en un gesto de desagrado—, solo veo una perdedora.
Salió del hielo enojada y empezó a hablar con mi segundo entrenador, algunas chicas se movían a mi alrededor. Nadie me ayudó a levantarme ni me dio una mirada, aunque sea de lastima, solo me ignoraron.
Me levanté de nuevo, sobé mi trasero para aminorar el dolor y me preparé para mi salto, para demostrarle que se equivocaba.
El suelo me recibió de nuevo.
Sobé mi cabeza ante el dolor, los recuerdos se hacían presentes en cualquier momento en donde no tenía el control. Quería olvidarlos y que se eliminaran de una vez de mi cabeza, los últimos meses obtuve lo contrario, estos mismos empezaron a aparecer con mayor frecuencia.
Negué con la cabeza deshaciéndome de los malos recuerdos. Agarré la ropa que había preparado el día anterior poniéndomela para poder intentar o empezar con las mejores vibras. Después de higienizarme y de tomar un té de limón. Equipada completamente con mi bolso pequeño y mis currículums ya fotocopiados empezaba la tarea de encontrar un trabajo.
—¿A dónde vas? —la voz ronca de Adal me distrajo de ponerme mis zapatillas negras en la estrada.
—Buscaré trabajo.
—¿Para qué harías eso? —se removió en el sofá.
—Para pagar las cuentas. —Terminé de atarme los cordones. Lista para la misión.
—No lo entiendo. —Apagó el televisor—. Tienes dinero, ¿Por qué trabajar?
—Debo administrarlo. —Miré la hora en mi reloj Adal siguió mi movimiento y se quedó inmóvil por un momento—. Tengo dinero y necesito equilibrar los gastos para que el mismo no desaparezca.
—Como quieras, total es tu tiempo. —Dejó de mirar el reloj y se removió hasta encontrar una ubicación mejor en el sofá—, sabes que no quiero esas baratijas en esta casa.
Sabía que hablaba del reloj de mi madre. Regalo que él le hizo hace años atrás para navidad.
—Pues, no lo mires —respondí.
Abrí la puerta y el viento me recibió. Era una mañana nublada y el viento provocaba que el frío se intensificará. Me abroché mejor mi abrigo y emprendí mi travesía en busca de un trabajo.
Me mintieron.
Caminé por mucho tiempo, horas y horas dejando mi curriculum con mi experiencia en todos los lugares que solicitaban empleo. Pero los días pasaban y no había ninguna respuesta. Buscar empleo es un asco y principalmente es aterrador.
—No te rindas fácilmente —la voz de Flor un poco distorsionada se escuchó en mi habitación. Su imagen en la computadora volvió a la normalidad.
—Apesta porque pensé que lo lograría rápido. Tengo experiencia en trabajos en cafeterías y la tienda de telas en la que trabajé todo un año. Aun así, no encontré nada.
—Cálmate, toma respiraciones profundas y deja pasar algunas semanas. Si las cosas siguen así vuelve a buscar en otros lugares.
Asentí ante su consejo, tal vez estaba siendo demasiado exigente conmigo misma. Dejaría que las cosas pasaran por algunos días y después arrancaría de nuevo. Me mantendría ocupada tratando de no pensar en una oportunidad para trabajar.
—¿Cómo va la convivencia? —preguntó cautelosamente.
Controlé mi expresión para no delatarme a mí misma. La convivencia era un asco, pero funcionaba para mí. Él era un desastre en todos los sentidos y como supuse en un principio al alcohol no le notó la diferencia, solo siguió consumiendo.
—Va bien —mentí lo mejor posible—, es un poco complicada con el tema de la limpieza. Ambos logramos un acuerdo al respecto —adorné la mentira. El acuerdo era que limpiaba, pero él dejaba de ser como un bebé y por lo tanto la mugre que producía se redujo considerablemente.
—Siempre hay diferencias cuando convivimos con alguien más. Es normal, me encanta que, dentro de todo, las cosas te estén yendo bien. ¿Qué haces con tu tiempo?
Limpiar, esperar que no se ahogue con vino, esperar una llamada diciéndome que tengo un trabajo, desayunar en el mismo lugar, acomodar y mejorar el exterior de la casa o intentar hacerlo. La misma rutina desde hace dos semanas.
—Quedarme en casa y tratar de adaptarme.
—Necesitas salir de allí y buscar alguna actividad que sea de tu agrado. ¿Saliste a correr como hacías aquí?
—No —murmuré—, el ejercicio está bloqueado por ahora. Debo encontrar algún lugar en donde me sienta bien para empezar mi rutina.
—No tardes con eso, sabes que eso ayuda mucho.
Asentí de acuerdo con ella. Me estiré hacia la mesita de luz, abrí el cajón y extraje el folleto. No llamé desde aquella primera vez, si bien busqué un poco de información de la academia, quedé conforme con lo que encontré. No era mala, sino que sus instalaciones eran pequeñas y según la información era la cuarta academia de danza en la ciudad.
—Encontré esto en la cafetería a la que voy para desayunar. —Acomodé el folleto en la cámara de la computadora, después de algunas indicaciones para ubicarlo mejor ella miró el folleto con mucho asombro.
—Jamás pensé que me mostrarías uno de esos. —Señaló con un dedo—. Es un avance enorme que te interese el baile de nuevo. ¿Llamaste para buscar información?
—Sí, pero saltó el contestador.
—Inténtalo de nuevo ahora. —Se relajó en su silla. Había cerrado su micrófono para darme un poco de privacidad.
Tomé el celular y me debatí en llamar. Miré hacia la pantalla y Flor me alentaba a que lo hiciera. Cerré los ojos y solté un suspiro. Marqué el número y esperé a ser atendida.
—Hola —murmuré cuando una voz me saludó al marcar—. Tengo un folleto de zumba ¿quería saber si las clases estarían disponibles?
Se escuchó un ruido tras mis palabras.
—Si se encuentran disponibles. —Más ruido—, ¿Desea información?
Luego de pedir la información, la voz monótona me la proporcionó. Me debatí internamente si lo que estaba haciendo estaba bien, mi mirada fue otra vez hacia Flor, ella tomaba café en su taza con arcoíris distrayéndose con su celular.
—Tu puedes hacerlo, cariño. —Besé a mi madre en su mejilla antes de ir a prepárame en los vestuarios—. Junto a tu padre estaremos en las gradas. Recuerda que trabajaste demasiado por esto, si fallas estará bien, no te presiones solo disfruta de las coreografías.
—Tengo miedo, es una de las competencias más importantes. —La abracé fuerte. Ambas estábamos en la habitación del hotel—. ¿Y si no soy suficiente?
Ella me agarró de los hombros separándose un poco, nuestras miradas se encontraron.
—Aparta el miedo y la negatividad. —Ambas empezamos a hacer los ejercicios de respiraciones para tranquilizarme—. Junto a tu padre estaremos apoyando a nuestra hija desde las gradas y la felicitaremos como siempre lo hacemos después de una competencia y como es nuestra tradición iremos a comer pollo frito al final, cuando todo termine.
Me atrajo de nuevo a su cuerpo fundiéndonos en un último abrazo antes de la competencia—. Recuerda que la música es tu lenguaje y tu cuerpo habla aquellas palabras, contando la historia, haciendo que cada persona que te vea pueda sentirla y entenderla.
Hablé algunas palabras más con la que suponía que era la recepcionista y terminé la llamada, con una sonrisa en mi rostro.
—Esa expresión es de felicidad. —Flor hizo un bailecito junto a su café—. ¿Cuándo empiezas?
—Mañana —respondí.
—Eso es una celebración. —Su cara se tornó seria—. Relájate cuando estés allí, si sientes que un ataque empieza a surgir empieza con los ejercicios que siempre hacemos. El reto es que te diviertas y que vuelvas a la rutina. ¿Piensas solo hacer zumba o correr también?
—Dependerá del trabajo.
—Buena respuesta.
Ambas nos enfrascamos en una charla sobre las diferencias de los países, costumbres y comidas. Hablamos por veinte minutos más hasta que ella tuvo a su siguiente paciente. Amaba hablar con ella porque era como hablar con una amiga y eso me permitía expresarme y abrirme más cómodamente cuando tocábamos ciertos temas o cuando debía contarle cómo había sido mi día. No la sentía como una psicóloga, aunque lo era, sino más como una amiga.
Acomodé mejor mi bolso, estaba enfrente de la recepción esperando que la chica rubia decidiera prestarme un poco de atención o solo hiciera el papeleo más rápido. Explotó la burbuja de chicle una cuarta vez mientras lentamente tecleaba mis datos en el ordenador. Impacientemente tamboree mis dedos sobre el escritorio de vidrio.
Ella me dio una mirada de reojo y sus dedos se detuvieron mientras agarraba su celular y empezaba a escribir allí dejando su trabajo de lado.
Perfecto.
Inhalé varias veces para tratar de tranquilizarme un poco, no quería saltar y agarrarle de los pelos dándole algunas sacudidas, tampoco quería insultarla por su poco profesionalismo, no en mi primer día que intentaba arrancar con la rutina.
Me tragué los insultos y me concentré en la maceta con forma de conejo, la planta estaba seca y eso que era un cactus. ¿Cómo es posible que se te seque un cactus?
—¿Qué haces ahora? —Una voz masculina se escuchó detrás de mí. Me asusté ante sus palabras duras. La chica se enderezó de golpe ante aquel tono demandante en la voz de aquel chico.
—Clientes Emma. —Me giré para verlo mejor. Era bastante alto y en su rostro había una expresión un poco molesta.
—Lo siento —tartamudeó la recepcionista, tecleó rápido la información que anteriormente le había dado y después me dio la fotocopia impresa con todo lo necesario. Ese procedimiento tardó apenas cinco minutos.
—Gracias. —Extendí mi mano para saludarlo y él me devolvió el saludo con rapidez.
—Lamento lo de Emma, ella es complicada. Mi tía atiende el lugar y no sé cómo sigue con su trabajo. —Señaló a la chica que había vuelto con su celular. —¿En qué clase estás?
—Zumba. —Acomodé los documentos en mi mochila y después jugueteó con las llaves de mi casillero, él miró mis llaves.
—Ven, te mostraré los alrededores. —Caminamos por un pasillo y tomamos la segunda puerta a nuestra derecha—. Este es el vestuario de las damas, las duchas al fondo, no más de diez minutos son los que duran las duchas aquí.
Asentí ante sus declaraciones después me explico lo básico del funcionamiento de las instalaciones y algunas reglas que debía respetar por la convivencia de todos, recalcando principalmente la parte de ser ordenado. Me indicó tiempo después donde estaba mi casillero que era de un tamaño promedio, dejé todo en su lugar y con mi botella de agua emprendimos la segunda parte del recorrido.
—Tu lugar está en el segundo piso. —Se acomodó el cabello, algunos mechones le molestaban en su cara, antes de detenernos en una puerta que se encontraba abierta. Suponía que aquí era donde debía estar para la clase, no se escuchaba mucho ruido.
—¿Gunther? —una voz alegre sonó mientras aparecía una chica y se dirigía hacia el chico rubio que me acompañaba.
—Prima. —Me miró con una pizca de diversión—. Supongo que te traigo a tu...
—Cuarta alumna. —La chica me sonrió. Por su aspecto era mucho más joven que el mío. Era un poco baja, pero estaba en forma, vestía un conjunto deportivo simple y de color negro.
—Bueno damas, me despido de ustedes, tengo clases de ballet y no puedo llegar más tarde. —Se inclinó levemente como muestra de saludo y su prima se sonrió ante aquello.
Lo detallé una vez más antes de que se fuera. Era alto solo algunos centímetros más que mi estatura de 1,74 y su cabello era rubio un poco largo logrando que se pudiera hacer un pequeño moño y un poco de barba salpicaba su rostro. Sus ojos celestes habían estado siguiendo todos mis movimientos y su cuerpo era pintado como el de un bailarín, la ropa un poco ajustada que llevaba en estos momentos me permitía notar eso.
—Somos pocos en la clase, pero la disfrutaremos —habló—, mi nombre es Simone y seré tu profesora. Soy un poco nueva en esto de dar clases, espero hacerlo bien. Me di muchas palabras motivacionales durante semanas antes de empezar.
Sonreí ante sus palabras. Ella compartía varios aspectos con Gunther, ambos rubios de ojos celestes, había semejanzas en sus sonrisas y en ciertas expresiones. Parecían más hermanos.
—Vamos a empezar dentro de cinco minutos —Simone habló.
—Claro. —Intenté dejar mis nervios a un lado y afrontar la clase con toda la valentía posible.
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