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Capítulo 11

Respondí el mensaje de Flor una vez que había bajado del avión, agradecida un poco con el hecho de no tener que estar tanto tiempo sentada y el que el viaje dentro de todo fuera breve. Una rápida despedida a mi tío que por un momento lo noté un poco preocupado debido al viaje, lo atribuí a que si me iba y no volvía no tendría a nadie para pagar las cuentas.

Solo llevaba un pequeño bolso color negro por lo que podía moverme con facilidad, salir del aeropuerto no fue tan difícil y encontrar un taxi tampoco lo fue.

Número desconocido: ¿Dónde estás?

El mensaje me tomó desprevenida, no conocía el número y no recordaba que alguien conocido lo hubiera cambiado. Atreviéndome contesté rápidamente mientras miraba por la ventana del taxi como nos acercamos cada vez más al cementerio.

Darya: ¿?

Número desconocido: Me estas poniendo las cosas difíciles, hoy fui hasta tu casa y tu tío me recibió un poco enojado y el té de limón se desperdició cuando él lo botó en el piso.

Darya: ¿Gunther?

Número desconocido: Ese soy yo.

Número desconocido: Tengo mis contactos para poder obtener tu número.

Llamada entrante. Número desconocido.

Con un poco de duda acepté la llamada.

—La tarea de convencerte se me está haciendo un poco difícil si no puedo localizarte —soltó un dramático resoplido.

—No estoy en casa —respondí.

—¿Volverás? —su pregunta sonó con una pizca de miedo o lo sentía de esa manera.

—Solo estoy resolviendo algunos asuntos. —Tomé una profunda respiración—. ¿Cómo obtuviste mi número?

—Simone, no la regañes, ella es mi arma secreta. —Lo sabía.

—Lo suponía —rodeé los ojos.

Trataba de hablar un poco bajo porque no quería que el conductor supiera mi conversación con Gunther. De alguna manera estaba un poco más relajada debido a la llamada, él siempre logra tranquilizarme con pequeñas conversaciones como la que estaba teniendo.

—Él tiró el té que preparé para ti. —Parecía un niño pequeño ante el tono que usó para decir aquellas palabras. No quería imaginar su expresión ante tal escena.

—Bueno, no tenía tu número para avisarte de que no estaría. —Tal vez debería agradecer a Simone haberle dado el número o también a la insistencia de Gunther.

—Suerte para mí que ahora lo tienes —soltó una risita—. Ahora podré mandarte vídeos de gatitos y sobre la música que me gustaría utilizar para el show de navidad.

—Sobre eso —lo interrumpí —. Tendrás mi respuesta cuando vuelva.

—Se suponía que debía impresionarte. —Sonó decepcionado.

—Impresióname con tus dotes culinarios, quiero un Banana Loaf Cake o tus famosos Muffin de choco chips. —Desvié la conversación.

—¿Cuándo volverás? —sonó ante aquello un poco ansioso como si de alguna manera le gustara estar junto a mí.

—Mañana estaré en casa —admití ansiosa por volver y de poder estar junto a Gunther.

—Te esperaré —sonó sincero al decir esas dos simples palabras.

Cuando la llamada finalizó un tiempo después, había logrado tranquilizarme un poco, el conductor estacionó para que pudiera bajarme pagué y esperé el cambio. El cementerio que solo había pisado una vez parecía más grande e intimidante de lo que recordaba. Compré un ramo de claveles antes de entrar en uno de los puestos, me tomé el tiempo para elegir la mejor opción.

Antes de localizar sus tumbas, intenté respirar y tranquilizarme. Solo había estado una vez aquí y fue en el día de su entierro después no me animé a volver. Mis abuelos pagaban para que siempre estuviera todo bien mantenido y ellos venían algunas veces a lo largo del año, no tenía registro si mi tío también venía, solo sé que yo no lo hacía y ahora estaba de nuevo cerca de ellos.

Los cementerios siempre me generaron esa sensación de estar abrumada. No me gustaba estar aquí, me recordaba a un lugar demasiado triste. Visitar a alguien que ya no está y saber que no pueden volver a casa junto a ti es absolutamente triste.

Caminé algunos metros porque sus tumbas no estaban tan lejos y al estar al frente de sus tumbas tomé las rosas que estaban en perfecto estado y las agrupó junto a las flores que había comprado dividiendo mi ramo para que ambos tuvieran la misma cantidad de flores.

—Hace mucho tiempo que no los visito. —Me senté en el césped—. Lo lamento —las últimas palabras salieron un poco más entrecortadas les debía una disculpa porque los extrañaba, pero no tenía el valor de pisar el cementerio.

Miré mis alrededores, no había nadie. Eso de alguna manera me permitió abrirme un poco, llorarles a mis padres como se merecían y recibir aquella sensación que estaba buscando hacía demasiado tiempo.

Paz.

—Debería haberlos visitado con más frecuencia, lamento no haberlo hecho. —Limpié mis lágrimas—. Fueron seis años de espera y de miedo. Hay días que siento que fue todo culpa mía, yo les sugerí que fueran un poco más tarde a la competencia para que durmieran ya que el viaje había sido largo, total yo salía en el último grupo. No se perderían de una gran parte de la competencia. Cuando supe lo del accidente, que mi entrenadora no quiso informarme porque quería que saliera a la pista asumí que de alguna manera había ayudado a que ustedes no estuvieran hoy junto a mí.

Traté de que mis palabras se entendieran para poder de alguna manera desahogarme. Porque aquel día estuve a punto de entrar a la pista para dar mi programa largo y ellos no estaban, al entérame de la noticia fue inevitable no sentirme culpable.

—Nunca me enojé por abandonar aquella competencia como todo el mundo pensó que lo hice, estaba triste y lloraba, el equipo quería que fuera hacia la pista y patinara. —Solté un sollozo—. Mis padres habían muerto y ellos querían que patinara el programa largo, estábamos en los juegos olímpicos repetían todo el tiempo. Yo solo quería haber estado junto a ustedes, quería que las cosas fueran diferentes.

Las últimas palabras las solté con enojo hacia mis entrenadores, por tratar de obligarme a hacer algo que no quería hacerlo. Jamás los perdoné, ellos desde ese día estuvieron muertos para mí, la noticia del accidente les había llegado antes a ellos y me lo ocultaron.

—Ahora hay un chico que trae una nueva propuesta que quiero aceptar. Volver a la pista es como faltarles el respeto, así es como lo siento. ¿Debo volver o solo quedarme donde estoy ahora? —lancé la pregunta.

En la lápida de mi madre apareció una mariposa azul. Me sorprendí un poco porque las mariposas eran las favoritas de mamá y el azul era el color preferido de papá.

¿Debía tomarlo como una señal?

Y lo hice. Por primera vez en años quise pensar positivamente. Necesitaba volver a ser yo misma, la chica de antes. Estar triste era peligrosamente adictivo, tan adictivo que adormece el cuerpo, como una droga que no puedes dejar de consumir.

Alquilé una bicicleta por un tiempo determinado y me animé a recorrer la ciudad. Una ciudad a la que estaba acostumbrada y que en ese momento parecía un poco lejana, los recuerdos que asociaba a esta ciudad todavía eran tristes.

Me detuve por un semáforo específico, en una esquina el deslumbrante edificio se alzaba majestuoso. Se notaban algunas remodelaciones que las diferenciaba rápidamente y veía aquel departamento en el piso tres que es donde pasé la mayoría de mis años. Un hogar que construimos y que pasó a ser mío una vez que ellos murieron.

Todo lo que ellos poseían era mío. Mis abuelos obtuvieron el control y cuando cumplí los dieciocho ellos me preguntaron que quería hacer con todo, en un arrebato decidí que no quería ninguna propiedad y el departamento de Alemania, la casa de campo y la casa que teníamos en Carolina del Norte fueron vendidas muy rápidamente. Ellos me ayudaron a administrar el dinero y hacer que el mismo también aumentara haciendo pequeñas inversiones que hoy en día tenían sus beneficios.

¿Me arrepentía de haberlas vendido?

La respuesta era no.

Fue una decisión que me benefició porque no creía capaz de poder pisar algunos de esos sitios. Vendí aquellas propiedades por un precio justo y obtuve ganancias positivas al respecto. No podía volver a ellas porque no me creía capaz de poder crear nuevos recuerdos.

Seguí avanzando cuando la luz cambió, dejando esos momentos atrás.

Recordaba aquellas calles y haciendo un recorrido un poco más rápido de lo que esperaba ya me encontraba en el centro comercial. Poniéndole el seguro a la bicicleta me permití poder disfrutar aquella tarde hasta que fuera hora de tomar el vuelo para volver a casa. Entré un poco con duda porque algunos recuerdos junto a mi madre me invadieron. Deteniéndome y respirando un poco más calmada traté de volver a la normalidad.

Miré las tiendas que se me hacían conocidas y otras que eran nuevas. Con el plan hecho en mi cabeza busqué lo que necesitaba.

Entrando de una tienda a otra fue como disfruté aquella tarde. No había gastado tanto como pensé que lo haría, pero lo que quería estaba en las bolsas. No era mucho, sin embargo, el significado del gesto estaba ahí.

Darya: ¿Violeta o azul?

Gunther: ¿Azul?

Antes de salir me armé de valor y entré a la última tienda que conocía demasiado bien y que esperaba que no me reconocieran, aunque lo dudaba. El tintineo de la campana se hizo presente en el local. La señora un poco mayor dirigió la mirada hacia mí y un poco de sorpresa se hizo presente en sus facciones.

—¿Darya? —se acercó hasta mí.

—Me gustaría un traje azul para esta ocasión. —Contuve las lágrimas porque ella representaba parte de mi pasado, un pasado al que me estaba enfrentando—. ¿Por favor?

—¿Qué buscas exactamente? —ambas mirábamos aquella sección en donde una gran cantidad de vestidos eran exhibidos.

—Algo simple y que pueda llevarme sin modificaciones.

Ella dudó ante aquello porque siempre tenía que hacer algún retoque.

—Veremos qué podemos hacer.

Solo me quedaban algunas horas y cuando el vestido ya estaba elegido, como pensé que sería algunos retoques se tuvieron que hacer para adaptarlo a mi figura. Pagando algo extra las manos de las costureras que ella tenía a disposición hicieron su trabajo.

Solo esperaba que Gunther aceptara la propuesta.

—¿Acaso piensas volver a la pista Darya? —preguntó feliz cuando pagué todo.

—No. —Acomodé el resto del dinero—. Me gustaría un poco de discreción. —La miré seria porque no me gustaría tener que enfrentarme a ella—. Por un poco de respeto.

No quería que se fuera de lengua por eso lo aclaré, ella siempre alardeaba de que diseñaba mis vestidos y era beneficiada por ello. Ahora con exactitud no sabía a quién estaría vistiendo, pero estaba feliz de haber encontrado algo.

Respondí los mensajes de Gunther y Flor una vez que el avión aterrizó y después de un largo viaje para llegar a casa de mi tío solo pensaba en acostarme a dormir. Entré a la casa y sorprendida quedé cuando vi despierto a mi tío. Él estaba sentado en el sofá mirando detenidamente al suelo con el canal de deporte siendo reproducido en el televisor.

—Aquí tienes. —Él se sorprendió un poco cuando mi voz se hizo presente—. Creo que tal vez lo extrañaste.

Era una bolsa de dulces que solían regalarse con mamá, eran horribles en mi opinión, pero ellos siempre parecían felices cuando los comían. Con todo lo comprado entré a la habitación. Acomodando lo que podía, organicé todo para mañana dejando en orden lo que pensaba llevar y repitiendo lo que quería decir.

—Buen trabajo. —Le tendí la mano a Christa, ella había quedado en el tercer puesto y no parecía muy feliz por eso, no me devolvió el gesto—. Creo que tu interpretación fue genial. —Traté de animarla porque al final había logrado estar en el podio.

—No funciona eso conmigo Darya. — Se dirigió hacia mí de forma agresiva—. Solo porque siempre ganes no significa que todos quieran que lo hagas. Yo era la favorita y tuviste que arruinarlo. —Podía entender su enojo al final había quedado tercera en su casa, Rusia.

Jamás me había tratado de esa manera, estaba más enojada de lo que pensaba y sus palabras no eran para nada halagadoras. Contuve mis palabras para no seguir con la conversación.

—No fue mi intención molestarte. —Traté de salir de aquella conversación.

—Te ganaré en los Juegos Olímpicos Darya y pasarás a la historia. —Me enfrentó—. Nadie recordará quién eres. Estarás en la ruina y volver al podio será tan difícil porque me aseguraré de que eso suceda. —Usó un tono de malicia ante aquella declaración.

—Ahora lo veo bien. —No dejé que aquellas palabras me derrumbaran—. Siempre pensé que eras alguien especial. —La miré antes de irme—. Solo eres pura imagen Christa, nunca me superarás porque no tienes talento para esto, eres pura técnica y a la gente eso no suele gustarle. Por eso siempre estás detrás, siempre siendo la segunda opción o bueno en este caso tercera.

—¡Darya te aplastaré la próxima vez que nos enfrentemos! —las palabras hicieron eco en el pasillo—. No eres capaz de adaptarte y la presión nunca fue tu amiga. Grábate esto: yo seré la próxima campeona.

—No lo creo.

—Pedro. —Entré un poco agitada porque correr tan rápido hasta alcanzarlo no había sido lo mejor idea—. ¿Emerick está en su oficina?

—Desde hace una hora —aseguró.

—Debo hablar con él —admití. Busqué mi regalo para él, un gorro y un par de guantes que en los mismos tenían un pequeño bordado con el logo del club. Una pequeña fortuna para que eso se hiciera con rapidez fue lo que invertí—. Creo que nos veremos más seguido.

Corrí de nuevo hasta la oficina de Emerick, me detuve frente a su puerta, toqué y recuperé la respiración. Abrí la misma cuando se me dio el permiso del otro lado.

—¿Darya?

—Esa soy yo. —Dejé la bolsa en su sofá y me senté en el otro disponible—. Rápido quiero decir esto —hablé —, quiero ser parte del equipo.

No emitió ningún sonido. Parecía no entender a lo que me refería. ¿Debía ser más clara con mis palabras?

—Quiero entrar en el equipo —repetí un poco más convencida de mis palabras—. Quiero ser la compañera de Gunther, deseo ayudarlo a poder presentarse para el show de navidad.

—¿Él sabe sobre esto? —parecía genuinamente interesado.

—Creo que ahora está por salir de la pista.

—Recién creo que termina de entrenar —confirmó.

—Bien. —Todavía tenía tiempo de localizarlo—. Solo era para avisarte sobre esto y que después nos ponemos en contacto por el tema del dinero y los horarios. —Me levanté del sillón y dejé específicamente una bolsa de regalo allí que contenía un gorro de lana también con el logo del club un poco más elegante que el de Pedro.

—¿Qué es lo que no me estás diciendo? —habló antes de que me fuera.

—Después te haré llegar mis indicaciones. —Cerré la puerta despacio y corrí para localizar a mi futuro compañero o eso esperaba.

—En la salida norte. —Escuché el gritó de Pedro y fui hasta allí.

—¡Gunther! —Grité al llegar.

Se dio vuelta un poco sorprendido ante mi grito y como pude frené para no chocarlo quedando a solo algunos centímetros enfrente de él.

—¡Aquí tienes! —le tendí la última bolsa de regalo que tenía.

—¿Qué es esto? —agarró la bolsa con cuidado y la cara de estupefacción fue increíble de ver.

—Es mi regalo para empezar bien. —Sonreí.

—Esto es un ¿batidor? —lo sacó de la bolsa y lo miró de una forma rara, el mismo tenía un moño de color azul. En realidad, era un batidor manual de acero inoxidable según la vendedora—. No estaría entendiendo.

—Es mi regalo de aceptación para ser tu compañera con una condición.

—¿Qué te prepare... postres? —hizo la pregunta con un poco de vacilación.

—No —dude porque tal vez sería un buen punto—, o tal vez sí. Mi punto es que vayas a tu casa y avísame a través de un mensaje cuando estés allí hay algo que debo decirte que creo que no te diste cuenta cuando me propusiste tu idea.

—Sigo sin entender.

—Debo mostrarte algo Gunther para que me comprendas un poco más. Necesito que lo sepas para que no haya sorpresas después y que seas tú quien decida al final. —Tomé una lenta respiración—. Si vamos a hacer esto —nos señaló—, debemos pasar tiempo juntos y practicar en la pista de hielo y fuera de ella. Fortalecer aquella conexión que inesperadamente tenemos, pasar tiempo juntos en diferentes aspectos en estos cuatro meses que nos quedan.

—Sigo sin deducir a lo que te refieres con tus palabras. —Miró con atención al batidor como si intentara descifrar algo.

—Necesito contarte algo y quiero que estés en tu casa cuando lo descubras. Cuando lo hagas vas a leer y ver sobre eso, después llámame y dime tu respuesta. —Me animé y brevemente le di un abrazo y después intenté irme.

—Oye —me detuvo agarrando suavemente mi mano—, ¿Cuál es tu condición?

—Te la diré cuando me llames y estés en tu casa. —Me acerqué y le dejé un beso en la mejilla. 


¡Gracias por leer!

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