Introducción. ❄
Clarisse
Julio 20, 2016
9:00 PM
Siempre fui una chica precavida, que pensaba las cosas antes de cometer una estupidez. Me caracterizaba por sacar buenas calificaciones en la escuela, tenía beca completa por mi situación económica y mi excelencia educativa. Por eso mi madre se sentía orgullosa de mí a tal punto que decía yo era su orgullo y me presumía en todos lados y cuando podía. A donde sea que iba presumía los logros que su pequeña niña había conseguido, cuando todavía me decía así. En su trabajo tenía cansados a sus jefes y compañeros porque cada día era lo mismo con ella y su afán de presumir a su hija, es por eso que el día que le dije que estaba embarazada aquella admiración que sentía por mí se fue al suelo y jamás regresó.
No la culpo por decepcionarse así de mí, la única culpable aquí soy yo porque me enamoré perdidamente de un idiota que al final del día se fue y me dejó sola.
Tenía muchos sueños que quería lograr, quería estudiar y ser una gran escritora, pero mis sueños se truncaron en el momento que supe estaba esperando un hijo "del amor de mi vida" o eso es lo que él decía mientras me follaba porque después se cansó de mí, de la Clarisse que casi no dormía y que se la pasaba en fachas, la que apenas cogía un cepillo para alisarse el cabello, la que ya no usaba maquillaje, la chica que dejó de ser sexy para su pareja por el simple hecho de que apenas tenía tiempo para respirar porque tenía todo el día ocupado entre lavar ropa y preparar la comida. Tal vez yo tuve gran culpa porque Adam se había ido, me descuidé mucho, pero él tampoco ayudaba en nada, me complicaba las cosas y siempre llegaba de malas a la casa.
Por eso, aquella noche del mes de julio no me sorprendió que se fuera, que cogiera todas sus cosas y me gritara a la cara que no me quería ver más, que le causaba repulsión y parecía una vagabunda. No me sorprendió que ya tuviera mi reemplazo, pero me dolió en el alma cada una de sus palabras, se sintieron como puñaladas en la espalda. Le di cuatro años de mi vida, le di mis mejores años, le iba a dar un hijo que él despreció e hizo a un lado por otra mujer.
—¡Cierra la maldita boca, Clarisse! Me tienes harto —estaba de rodillas abrazando sus piernas, rogándole para que no se fuera, para que no nos dejara. Pero él estaba decidido, ya había tomado una decisión en la que no me incluyó porque era un estorbo para su nueva vida con la mujer que esperaba fuera del lote de departamentos dentro de aquel lujoso auto.
—No te vayas —suplicaba una y otra vez, esperando que entrara en razón, que pensara mejor las cosas por su hijo, por mí —. Por favor, Adam, no te vayas. No me dejes. ¿Qué voy a hacer sin ti?
Mis mejillas eran un mar de lágrimas que mojaban el suelo bajo de mí y mis ropas. El pecho me dolía, me quemaba como mil brasas ardientes que arrasan con lo poco o mucho que hay a su paso.
—Lo que hagas con tu maldita vida me tiene sin cuidado —seguía metiendo ropa a la maleta y yo me aferraba más a sus piernas. Me dio un empujón que me llevó al suelo, pero de nuevo me aferré a él como si fuera todo lo que yo tenía en ese momento —. ¡Qué me sueltes!
Me tomó del cabello obligándome a ponerme de pie, me llevó hacia la pared que tenía más cerca estrellando mi espalda contra esta sin importarle que estuviera embarazada. El dolor que sentí me recorrió la espalda y cada parte del cuerpo. Sostenía mi cabello con firmeza a la vez que rodeaba mi cuello con la mano que tenía libre.
—Deja de joderme ya. No te soporto, me das asco —dijo todo esto mirándome a los ojos —. Ya no te amo, Clarisse, te aborrezco, odio estar a tu lado. Ni siquiera soporto tenerte cerca —cada una de sus palabras era más cruel que la otra. Se enterraban en mi pecho como dagas filosas que rasgaban todo a su paso.
—No me digas eso —mi pecho era un gran agujero negro que me impedía respirar bien. Todo mi cuerpo sufría por su trato y sus palabras, las sentía penetrar cada hebra y dolía, dolía tanto que yo sentía que en ese momento me iba a morir, que si él se iba mi corazón se iba a detener y moriría de un paro cardiaco.
—Te lo digo porque es verdad —sacudí la cabeza en negación —. No te soporto, Clarisse. No me busques, no voy a regresar. Se acabó.
Me soltó y caí de golpe estrellando mis rodillas contra el suelo. En ese preciso instante el cielo rugió poderoso, las gotas de agua no tardaron en caer y mojar todo lo que tenían a su paso. Adam terminó de meter su ropa a las maletas y sin mirar atrás se fue dejándome embarazada, a la deriva, no se despidió, nunca dijo que lo lamentaba porque no sentía pena ni dolor al dejarnos. Ese poco hombre no sentía nada por nadie.
Dejó la puerta abierta a su paso y con ella el amor que sentía se fue en ese auto también. Apoyé la espalda contra la pared abrazando mis piernas con mis brazos. Lloré junto a Jaden mientras el cielo se caía y no paraba de retumbar.
No supe a qué hora me dormí, solo quería olvidarme de esta pesadilla, de todo lo que Adam me dijo, quería olvidarlo y fingir que jamás existió en mi vida. Quería empezar de cero con Jaden y cuando él naciera dejar atrás este mal momento, conseguir un buen trabajo para darle a mi hijo todo lo que necesitara.
Una punzada en el vientre me despertó, alertándome, tenía el estómago duro y al intentar ponerme de pie me caí de rodillas al suelo. Mis muslos se mojaron en el momento que un río de sangre empezó a fluir en medio de estos, sentía punzadas y el dolor era insoportable, tanto que lo único que podía hacer era gritar aterrada.
—¡A-ayuda! —me arrastraba por el suelo, intentando llegar a la puerta —. ¡Ayuda, por favor! —como pude jalé la puerta y abrí, me apoyé en la pared para soportar el dolor y llegar a la puerta principal.
El dolor era insoportable, me recorría cada hueso del cuerpo, la sangre no dejaba de salir, temía perder a mi bebé, temía quedarme sola para siempre.
—¡Por favor!
No sé en qué momento me desmayé, ni quién me ayudó o cómo llegué al hospital, pero al abrir los ojos a la primera persona que vi fue a mi madre. Tenía ese gesto en el rostro que te dice todo sin tener que decir ni una sola palabra. El ceño fruncido y los labios en una fina línea.
—¿Dónde está el poco hombre de tu esposo? —preguntó.
—Se fue —musité. Me acomodé apoyando la espalda en las almohadas, jalé la sábana dándome cuenta de algo que me rompió el corazón —. ¿Dónde está mi bebé?
—Sabía que esto iba a pasar —empezó mamá.
—¿Dónde está mi bebé? —empecé a hiperventilar, me quise poner de pie, pero una punzada en el vientre me debilitó las piernas y caí al suelo de rodillas —. ¿¡Dónde está mi hijo!?
Estaba aterrada, llena de dolor y miedo, quería correr y encontrar a Jaden, quería irme con él para siempre, escapar de esta cruda y asquerosa realidad que me estaba comiendo viva.
—Shhh —mamá se arrodilló a mi lado, abrazando mi débil cuerpo —. Hija, todo va a estar bien. No te preocupes —siseaba para intentar calmarme, pero nada de lo que dijera iba a servir. Estaba rota.
Jaden, no, tú no por favor. No me puedes dejar.
—¿Cómo puedo estar bien? Lo he perdido todo, no tengo nada.
Creí ciegamente que me iba a decir que ella estaría ahí, que no importaba todo lo que pasó antes, no se iba a ir, todo estaría bien entre nosotras, pero no fue así. Mi madre todavía me tenía rencor por lo que hice, por tener que dejar la universidad y salir embarazada. Entendí que aquel coraje no se iba a ir, seguiría ahí para siempre, tenía que aceptar que obtener su perdón sería imposible, pero no estaba del todo sola, tenía a Didi, mi mejor amiga, la única persona que me entendía y no me señalaba como tanto lo hacía mi madre.
—Esto va a pasar, Clarisse, eres joven y tienes toda la vida por delante —pasaba su mano por mi cabello para intentar calmar mi dolor —. Tienes la oportunidad de seguir estudiando, olvidar a ese poco hombre y rehacer tu vida. Recuerda esto: "no le debes nada a esa basura".
Eso lo entendía perfectamente, Adam se fue, me dejó sola cuando más lo necesitaba sin importarle lo que me pudiera pasar a mí o nuestro... hijo. Un hijo que se había ido para siempre.
Inevitablemente, mi cuerpo se sacudió de nuevo, mis hombros temblaban, todo me dolía, me sentía morir. Me quería morir de una vez por todas. Hubiera sido más fácil para mí terminar con este dolor que tener que vivir con él toda la vida.
Solo pedía paz para mi vida, no quería nada, lujos o dinero, solo tranquilidad para siempre.
Tanner
Julio 20, 2016
10:00 PM
Mi pierna subía y bajaba, deslizaba mis manos por mi rostro enterrando mis dedos en mi cabello. Miraba a cada lado del pasillo esperando que alguien viniera a decirme que todo estaba bien, que mi mujer y mi hijo estaban bien.
Nada está bien. Nada.
Resoplé sonoramente. Me encontraba solo en aquel lugar, no había más personas alrededor y la lluvia afuera no ayudaba a estos nervios que me estaban destrozando el alma. De vez en cuando pasaba algún doctor o enfermera, pero nadie me decía nadie de Mabel o mi hijo y temía mucho que las cosas no salieran bien. Mabel se miraba mal, se quejaba mucho y decía que no soportaba el dolor.
Me dolía no poder estar con ella y decirle que todo iba a estar bien, que esto solo era un mal momento, pero que después las cosas se iban a arreglar. Quería apretar su mano, pasar mis dedos por sus suaves mejillas y apartar los mechones castaños de su cabello para revelar sus bonitos ojos. Ansiaba echar abajo esa maldita puerta que me separaba de ella, correr por ese largo pasillo y buscarla hasta encontrarla solo para asegurarme que los dos estaban bien.
Con mis dedos jugaba con el anillo que rodeaba mi dedo anular, lo miraba detalladamente, me lo quité para mirar la fecha en la que nos casamos, uniendo nuestras vidas para siempre. Amaba a Mabel con toda el alma, era mi alma gemela y quería que fuera feliz a pesar de todo lo que pasaba en nuestras vidas. Me puse de pie. Ya no podía estar ahí sentado sin hacer nada, creaba escenarios catastróficos que me ponían más mal de lo que ya estaba.
Pasaron algunos minutos en los que nadie me supo decir nada de Mabel o nuestro hijo. Le pregunté a una enfermera, pero no me supo decir nada, más bien no quiso decir nada. Estar sin noticias me ponía mal, muy mal.
—Señor, Russel —informó un hombre vestido de azul. Me acerqué a él antes de que llegara hasta donde estaba.
—¿Cómo está mi esposa? ¿Mi hijo? —me encontraba desesperado. Mis movimientos eran torpes, no podía coordinar bien.
—Su esposa está bien, pero las cosas se complicaron —los ojos me escocían —. Por desgracia...—no quería que terminara de decir aquello, porque si no lo decía no sería real.
—Dígame que no es cierto...—derramé un par de lágrimas que había estado reteniendo en las esquinas de mis ojos.
—Lo lamento mucho, señor Russel, pero no logramos salvar al bebé —me aparté del hombre para darme la vuelta y soltarme a llorar. Tiré de mis cabellos con mis dedos, quería arrancarlos de mi cabeza. Una opresión se formó en mi pecho dificultándome poder respirar bien —. Señor Russel —habló bajo —. Su esposa ya está en su habitación, puede pasar a verla. Lo necesita en este momento tan difícil.
—¿Cómo le puedo dar apoyo a alguien cuando siento que el mundo se me está cayendo a pedazos? —murmuré, pasando mi mano bajo mi nariz —. ¿Qué le voy a decir? ¿Qué hago para que no se sienta mal cuando yo también estoy mal?
—Los dos son jóvenes, pueden tener hijos más adelante.
Qué fácil es para usted.
—Su esposa cuenta con usted, con su apoyo y compañía.
Ni siquiera les había avisado a los padres de Mabel que su hija estaba en el hospital, esperaba que las cosas salieran bien para decirles que ya eran abuelos de un hermoso niño, pero ahora, ¿qué hacía? Me sentía perdido, sin un camino que seguir, sin un rumbo fijo.
—Ya voy...—se me dificultaba hablar, aquel nudo en mi garganta se quería desatar, pero me aferraba a que no fuera así. No quería que Mabel me viera mal, tenía que ser fuerte para ella aunque estuviera roto por dentro.
Cuando entré a la que era su habitación estaba dormida, tenía algunos cables conectados a su cuerpo y un catéter en su mano izquierda, la bolsa del suero colgaba a su lado izquierdo también. Cerré la puerta detrás de mí sin hacer ruido para no despertarla, me acerqué a la camilla y tomé su mano con mucho cuidado. Estaba cansada, agotada tanto física cómo mentalmente, lo único que quería era no molestarla.
—¿Tanner? —preguntó con voz adormilada. Giró la cabeza en mi dirección. Juro que intentaba ser fuerte para ella, pero cuando su mirada triste se encontró con la mía me derrumbé y me fue imposible no llorar.
—Aquí estoy mi vida —intenté sonreír, pero un sollozo abandonó mi garganta. Inevitablemente, Mabel empezó a llorar.
—Se fue, Tanner, nuestro bebé —su voz se rompió al decir esto —. Nuestro pequeño ángel —la abracé con cuidado de no lastimarla.
—Todo va a estar bien, cariño, vamos a salir de esta, juntos —asintió. La apretaba a mi pecho para que supiera que estaría con ella en todo momento y que jamás la iba a dejar sola —. Voy a estar contigo, te voy a apoyar en todo lo que necesites.
—Te amo, Tanner. Gracias por estar aquí —se sentó y nos fundimos en un abrazo que ambos necesitábamos.
En ese momento estábamos tan rotos, perdimos a un hijo, pero no la posibilidad de ser padres de nuevo. Cuando Mabel se sintiera mejor y estuviera lista lo volveríamos a intentar, seríamos la familia que tanto anhelamos.
O ese era mi sueño nada más porque las cosas no siempre salen cómo uno las quiere o desea. Que más me hubiera gustado que las cosas salieran bien, que Mabel me perdonara por las cosas que no hice, que nunca me hubiera echado la culpa por perder a nuestro hijo. Me hubiera gustado que se quedara para pasar esta pena juntos, que cumpliera cada una de las promesas que hizo pero no. Ella también se fue.
Dos semanas después de aquella fatídica noche bajé a preparar el desayuno para Mabel, como todas las mañanas, lo hacía con gusto porque disfrutaba verla sonreír y desayunar en la cama. Las cosas no iban bien, ella no estaba bien, me echaba la culpa de lo que pasó y no decía nada porque entendía que le dolía, pero no comprendía por qué pasaban este tipo de cosas. Nada era como lo de antes, había peleas sin sentido, reclamos y enojos, discusiones que no llegaban a más porque me detenía a pensar las cosas, ella no se merecía ver ese lado mío.
Subí con una bandeja, dentro había jugo, pancakes y fruta. Empujé la puerta con el pie, pero al entrar me llevé una desagradable sorpresa, sobre la cama había dos maletas abiertas y dentro ropa de Mabel. Dejé la bandeja a un lado buscando a Mabel por toda la habitación. Salió del closet con más ropa que echó en una de las maletas, ni siquiera se preocupó por doblarla, tenía prisa en irse. En dejarme.
—¿Qué haces? —pregunté temeroso de escuchar su respuesta.
—Lo sabes bien, Tanner —el tono de su voz era frío y seco —. Me voy de esta casa. No puedo verte a la cara sabiendo que fuiste tú el culpable de la muerte de nuestro hijo.
—¡Yo no tuve la culpa de nada, Mabel! Hice todo lo que estaba en mis manos para llegar al maldito hospital y que te atendieran —señalé —. No puedes seguir culpándome por algo que no hice. ¡Joder!
Me pasé las manos por el rostro con frustración.
—Lo siento, no debí gritarte, pero entiende. Estoy un poco harto de esta situación, y tú no cooperas con nada. Te pedí que vayamos con un psicólogo...
—¡Qué no estoy loca!
—¡No tienes que estar loca para ir con un maldito psicólogo! Mierda, Mabel. Siempre le buscas lo malo a cada palabra que digo, no puedo hablar contigo porque todo te lo tomas a mal —seguía metiendo ropa en las maletas, maquillaje y zapatos.
—No importa cuantas veces te disculpes de todos modos me voy a ir —me dejé caer en la cama que tenía ropa y maquillaje encima.
—Mabel, no me hagas esto, yo te amo. Te amo mucho —quería llorar, pero no podía hacerlo, fue como si no se me permitiera derramar ni una lágrima por ella.
—Ya no te amo, Tanner, lo siento —cerró las maletas.
—Si quieres que cambie algo para que te quedes lo haré —la miraba con los ojos empañados por las lágrimas —. Lo que sea que me pidas lo haré, pero no te vayas —casi me arrodillo ante ella para que no se fuera y me dejara.
—Tanner, se acabó —dijo sin una pizca de compasión o pena por mí. No le importaba lo que estaba sufriendo, que mi corazón se estuviera rompiendo lentamente.
Bajó las maletas y pude coger su mano una última vez.
—Mabel...—murmuré con la voz rota —. Te amo —alcancé a distinguir su bonito rostro detrás de cada lágrima que resbalaba por mis mejillas.
—Mi abogado te va a llamar para empezar con los trámites del divorcio.
Se soltó de mi agarre y salió de la habitación con sus maletas y todos mis sueños se fueron con ella. Cada esperanza de que lo nuestro funcionara después de lo que pasó se esfumaron en el momento que Mabel salió de la casa.
¿Qué hacía? ¿La detenía? No era esa clase de hombres posesivos, no podía serlo con ella que era libre como el viento, una mujer empoderada e independiente a la que no le iba a cortar las alas en este momento donde, al igual que yo estaba rota, despedazada y solo quería reconstruirse para ser una versión mejorada de lo que ya era.
Tal vez la vida nos tenía deparadas otras cosas, vagaremos por el mundo hasta encontrar a nuestra alma gemela, hasta sanar nuestras heridas y ser mejores personas. Tal vez, por más que yo me negaba a aceptarlo Mabel no era para mí, yo no era para ella. Tal vez y solo tal vez el destino me tenía sorpresas que no me esperaba para nada.
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