Epílogo. ❄
Clarisse
—El príncipe sufrió tanto, el dolor en su pecho era tan grande por perder al amor de su vida. Creyó que no iba a poder salir adelante sin ella, que no podría continuar con su travesía, pero eso no fue así. Con el paso de los años el príncipe aprendió a lidiar con el dolor, valorando todo lo que tenía en ese momento, sus tíos y su primo, conoció a alguien que le hizo sentir las mismas mariposas que su amada princesa le hizo sentir hace años —J me miraba con las cejas hundidas. Su ceño me lo decía todo, estaba triste por el final del libro.
—No me gusta ese final —dijo cruzándose de brazos —. Ella se murió y él se quedó solo.
—Pero al final fue feliz —cerré el libro para dejarlo a un lado —. Y eso es lo que importa. Él fue feliz con ella, le hizo creer en el amor cuando lo veía muy lejano, vivió y experimentó muchas cosas que antes no pudo sentir —J seguía con el ceño fruncido.
—Pero ellos tenían que terminar juntos —musitó, molesto —. Ellos estaban enamorados. Mami —se incorporó para tirar de la manga de mi suéter —. ¿Puedes escribir un libro para mí? Pero uno donde el príncipe y la princesa queden juntos y tengan muchos hijos —asentí sin tener que pensar nada —. Ese cuento no me gusta —regresó a su lugar.
—No lo vamos a tirar a la basura —le aclaré a J. Me puse de pie y puse el libro en su lugar —. Tal vez más adelante te guste, ahora no lo entiendes, pero no todas las historias tienen un final bonito —regresé a su lado y pasé mis dedos por su frente apartando algunos cabellos castaños que se pegaban a su piel.
Sus ojos eran grandes y bonitos, veía solo inocencia en ese par de orbes. J me sonrió como solo él solía hacerlo y mi corazón se hinchó de felicidad. Aún no podía creer que después de todo lo que pasó tenía a mi lado a mi hijo, a este ser tan pequeño e indefenso.
—¿Por qué me miras así, mami? —ladeó la cabeza, observándome curioso. Retuve las lágrimas en las esquinas de mis ojos.
—Te adoro, lo sabes —asintió repetidamente —. Y mucho. Eres mi orgullo, cariño. Te amo tanto, bebé —se acercó para dejar que lo abrazara y lo solté para que se acostara de nuevo —. Anda, ya es hora de dormir.
—Hasta mañana, mami —me puse de pie para caminar hacia la puerta.
—Hasta mañana, cariño —apagué la luz, pero la lámpara que tenía al lado de la cama iluminaba toda la habitación. Salí de la pieza cerrando la puerta y me encaminé hacia mi habitación que quedaba al final del pasillo. Desde esta se podía escuchar perfectamente el agua fluyendo por el río, la caída de la pequeña cascada y como el agua chocaba con las paredes rocosas.
Me asomé por la ventana y apenas se podía ver algo en la distancia, todo estaba oscuro y solo. No había muchas casas cerca, mucho menos personas. Este lugar era tan perfecto que apenas podía creer que fuera real, la propiedad estaba rodeada por árboles, un río que pasaba detrás y a unos cuantos metros se hallaba el lago donde íbamos a nadar cuando este no estaba congelado.
Después de todo lo que pasé no creía que esto fuera real, muchas veces me cuestionaba si no era un sueño, uno de los tantos que tuve a lo largo de los años. A veces, cuando todo parecía irreal cerraba los ojos con fuerza para pensar y al abrirlos me cercioraba que era mi realidad y no una mentira.
Me aparté de la ventana, la cerré y corrí las cortinas cubriendo los vidrios. Me acerqué al closet para sacar mi pijama y cuando me deshice del suéter me observé en el espejo más minutos de los que me hubiera gustado, ya que desde que pasó aquella trágica noche no acostumbraba mirarme de más, mucho menos en aquella zona. Pasé mis dedos sobre las dos cicatrices en mi estómago y solté un suspiro cansado, las líneas eran horizontales y pequeñas, del tamaño de la hoja de una navaja.
Me puse el pijama cubriendo mi estómago y fui a la cocina por una botella de vino y dos copas, caminé por el pasillo hasta llegar a la puerta de su estudio, toqué la madera con los nudillos y esperé unos segundos su respuesta.
—Adelante —escuché detrás.
Solo tuve que empujar con el codo y la madera cedió al instante. De nuevo cerré y me quedé de pie frente a esta. Tanner se encontraba sentado en su silla acolchada, detrás de su escritorio, traía las gafas puestas, el cabello alborotado y una barba de días.
—Señor Russel —se quitó las gafas, dejándolas sobre el escritorio a un lado.
—Señorita D —se apartó cuando notó mis intenciones.
—No te he visto en toda la noche —sonrió y me acerqué a él. Dejé la botella junto con las copas encima del escritorio después de que hiciera a un lado los papeles. Me senté en sus piernas y rodeé su cuello con mis brazos. Pasé mis dedos por su mejilla y labios.
—¿Me extrañaste? —asentí mordiendo la esquina de mi labio.
—Te extrañé mucho —con la barbilla señaló la pila de documentos. Deslicé mis manos por su cabello, el cual ya pintaba algunas canas, pero lo hacían ver tan sexy y atractivo.
Dios, eres tan guapo.
A estas alturas aún no entendía como es que esto podía ser real, que Tanner fuera mi esposo, que llevemos más de siete años casados y tuviéramos un hijo, un hijo hermoso que se parecía tanto a él. Tenía una vida de ensueño, todo lo que siempre quise a su lado, una bonita familia, una casa a las afueras de la ciudad, cerca del lago, el trabajo de mis sueños en una editorial. No podía pedir más.
—¿En qué tanto piensas? —su voz me trajo de regreso.
—En tantas cosas —suspiré. Sus manos se asieron a mi cintura —. Aún no puedo creer que estoy aquí, que tenemos un hijo, que estás a mi lado —echó la cabeza hacia atrás.
—¿Y por qué no lo crees?
—Porque esa noche pensé que me iba a morir. El dolor era tan fuerte y la sangre... —cuando cerraba los ojos todavía podía ver la sangre emanando de mi cuerpo, manchando todo lo que había a su paso. Todavía sentía el dolor, la debilidad de la que fui presa. Ese mal recuerdo estaba presente en mi vida, cada día de esta —. Creí que ya no te iba a ver más.
—Yo también tuve miedo, pensé que te perdía. Cuando los doctores dijeron que te encontrabas mal —su voz se rompió —. Que tal vez no ibas a pasar la noche, que solo un milagro haría que sobrevivieras. En ese momento pensé en que, si te ibas yo me iba contigo.
—Tanner —acuné sus mejillas con mis manos.
—Lo digo en serio, mi amor. No puedo vivir sin ti, no sabría qué hacer si me dejas solo —enterró el rostro en mi pecho.
—No debí hablar de esa noche —sacudió la cabeza.
—Es pasado, pero no está de más recordarlo como una mala racha que tuvimos que pasar. Míranos ahora —levantó la cabeza —. Somos esposos, tenemos un hijo y te amo —le sonreí, feliz, enamorada de él como el primer día, si no es que mucho más.
—Yo también te amo, Tanner, te amo tanto —dejé un casto beso sobre sus labios.
—¿Brindamos por eso? —alzó una ceja a lo que asentí sin tener que pensar nada. Me aparté para dejar que abriera la botella y sirviera vino en las copas. Me entregó una y las chocamos para brindar —. Por ti y por mi hijo.
—Por ti, por mi hijo y por nuestro amor —bebimos de las copas para dejarlas a un lado —. ¿Eres feliz? —le pregunté de repente.
—Claro que soy feliz. ¿Por qué lo preguntas? —encogí un hombro.
—Curiosidad.
—¿Y tú eres feliz? —preguntó también.
—Soy la mujer más feliz de todo el mundo —aquella sonrisa victoriosa me dijo que mi respuesta le gustó —. Tengo la vida que siempre quise tener. No puedo pedir nada si tú y Jaren están a mi lado.
Jaren, nuestro pequeño hijo de seis años, la personita que vino a mejorarlo todo, quien le dio más sentido a nuestras vidas. Aquel ser tan indefenso que era el orgullo de su padre y su vida entera. Jaren era el consentido de Nicolas y Margot, ya que Matthew y Hannah no podían tener hijos por la condición de ella, quien ya se encontraba mejor, pero no estaba bien del todo. Los doctores decían que no volvería a ser la misma, pero sí podría tener una vida normal, fuera de las cuatro paredes de aquel lugar en el que estuvo tantos años. Hannah y Matthew eran felices sin hijos y muchas veces dijeron que no necesitaban ser padres, ellos así lo preferían y estaba bien. Tan era válido tener un hijo a los treinta y tantos como no querer tenerlos. Tanner y yo decidimos ser padres, ya que nos habíamos casado y cuando ya llevábamos dos años de esposos, ya nos habíamos conocido (aunque nunca terminas de conocer a una persona), cuando teníamos un hogar juntos, cuando decidimos que ya era hora de crecer la familia y no me arrepentía de absolutamente nada de lo que había pasado desde ese entonces.
—Soy el hombre más feliz de todo el universo —me dijo.
No podía quitarle los ojos de encima, era un hombre tan atractivo, varonil, maduro, y aunque tenía más de cuarenta años se veía más sexy y atractivo que antes. Aún tenía ese brillo en la mirada, ese brillo que me decía que me amaba igual o más de lo que yo lo amaba en ese momento.
—Todavía no puedo creer que seas mi esposo —le dije. Enterré mis dedos en la mata de su cabello, deslizándolos por su cuero cabelludo, masajeando su piel en el proceso.
—¿Por qué no? —alzó una ceja, con curiosidad.
—Porque siempre te vi tan lejano a mí, tan diferente, tan...—me acalló poniendo el dedo índice sobre mis labios.
—Nunca vuelvas a decir esto, te prohíbo que digas que no somos iguales —apreté los labios para quedarme callada, pero dentro de mí era un mar de excitación y deseo. Sus dedos se hundieron en la tela de mi pijama, era tan delgada que me permitía sentir el calor de su piel sobre la mía. Mis dedos se asieron a los cabellos de su nuca echando la cabeza hacia atrás, dejando ver su cuello, revelando su piel para mí, para ser probada por mis labios y lengua —. Tenemos muchas cosas en común —dijo bajito. Con la respiración pesada, se le dificultaba tanto hablar como respirar.
—¿Cómo qué? —mi piel se empezó a calentar en el momento que una de sus manos viajó desde mi cintura a mi sexo. Empezó con un movimiento lento y suave, solo tocaba lo debido, siendo precavido y demasiado recto para ser él.
Tantos años juntos y lo conocía a la perfección, Tanner no tenía nada de casto o precavido.
—Este deseo que existe. A pesar de los años nos deseamos, gatita, nos deseamos como el primer día. Dime que no. Niegalo —me retó pero me quedé callada negando con la cabeza —. No lo niegas porque sabes que es cierto —su mano libre subió a mi nuca, enredando mi cuello entre sus dedos.
—Sabes que no puedo negarlo —dije —. Sabes que te deseo como el primer día —me calló estrellando sus labios contra los míos. Empezó como un beso tranquilo y lento, donde mojaba mis labios con su lengua, apacible y cálido, donde me dejaba sentir la tibieza de su piel. Sus labios húmedos, rellenos, con esa perfecta curvatura para morderlos y besarlos todo lo que yo quisiera.
—Me estás matando, mujer —murmuró sobre mis labios.
—¿En qué sentido, Russel? —pregunté en el mismo tono de voz que usó él. Un tono bajo y seductor.
—En todos los sentidos —respondió apacible, como si dentro de él no estuviera desfalleciendo, a punto del colapso.
Con dos dedos apartó los tirantes de mi pijama, hundió su rostro en la curvatura de mi cuello para que sus labios se asieran a mi piel sensible, la cual reaccionaba a su toque enviando miles de sensaciones placenteras a cada parte de mi cuerpo. Sus dedos se deslizaban sobre la tela de mi pijama, de arriba hacia abajo, de un extremo al otro, se hundían un par de veces para después salir y enterrarse con más fuerza.
—¿Sabes? —preguntó, separando sus labios de mi piel —. Colin quiere un hermano y yo estaría encantado de darle ese regalo a nuestro hijo —puse mis manos en sus mejillas para separarlo.
—¿Qué? —pregunté en un suspiro, mirándolo a los ojos —. ¿Hablas en serio? ¿Quieres tener más hijos?
—Contigo tendría todos los hijos que tú quisieras, cariño. Solo si tú quieres obvio, ¿no te gustaría tener un niño o una niña en todo caso? —subió una de sus manos a mi mejilla, ladeé la cabeza para sentir más su toque —. Una hermosa niña con tus ojos, tu sonrisa —pasó sus dedos sobre mis labios —. Cabello castaño, tu piel de porcelana —levantó la mirada para mirarme de nuevo —. ¿No te gustaría?
—Claro que me gustaría, pero...—hice una pausa —. ¿Crees que Colin esté listo para tener un hermano?
—Ya te dije que sí, me lo ha dicho dos o tres veces —deslizó su dedo índice sobre mis labios —. ¿Entonces? —alzó una ceja.
—Entonces hagámoslo —le dije y sus ojos tomaron un brillo especial, ese que me decía que tal vez mañana me iba a arrepentir de mis palabras y que no me iba a soltar en toda la noche, pero cuando Tanner se ponía intenso era lo más caliente de todo el mundo y valía la pena despertar adolorida al otro día.
No dijo nada, solo sonrió ante mi confirmación.
—Te voy a tomar aquí, gatita, te haré gemir y pedir más de lo que te gusta. ¿Estás de acuerdo con eso? —con dos dedos bajó el tirante de mi blusa, liberó mis hombros y sus labios fueron directamente a estos para besarlos y en un camino de besos llegó a mi oreja. Chupó el lóbulo y tiró con sus dientes de mi piel sin hacerme daño.
—Habla menos y haz más —le dije, lo que provocó que una carcajada brotara de su garganta.
—Lo que tú digas, señora Russel —nos pusimos de pie, tomó mis caderas entre sus manos para sentarme sobre el escritorio, abrió mis piernas metiéndose en medio de estas y me bajó el short dejando libre mi sexo para él. Se hizo cargo de su pijama y con la delicadeza que no tenía se hundió dentro sin ningún tipo de contemplación, no tenía tacto para este tipo de cosas, pero que importaba eso si me iba a dar sexo y placer, me haría tocar las estrellas.
Mis dedos en su espalda se enterraron en su piel en el preciso momento que me penetró con fuerza, después bajaron a la costura de su camisa para quitársela y descubrir su pecho. Mis talones en su trasero lo invitaban a seguir con sus movimientos lentos y certeros, su boca tibia en mi cuello se abría y cerraba cuando me embestía sin pudor ni delicadeza.
—Dios —gimió —. Nunca me podré cansar de esto —murmuró. Mis manos se mantenían en su cabeza. El aliento caliente de su respiración hacía cosquillas en mi piel.
—Dime que siempre tendremos esto, que el paso de los años no va a mermar el deseo y la pasión —jadeé en cuanto sus manos masajeaban mis senos, sabiendo que es una de las zonas más sensibles de mi cuerpo —. Dime que me vas a amar aunque ya no sea atractiva para ti —se separó para mirarme a los ojos.
—Siempre serás atractiva para mí, gatita, siempre —me besó con ímpetu. Devoró mis labios con pasión.
Salió de mi interior para bajarme del escritorio y ponerme de espaldas a él, con mis senos y vientre apoyados contra la superficie plana, mi trasero apuntando a su cuerpo. No dudó en embestirme de nuevo, con esa fuerza que tanto lo caracteriza. Tomó mis caderas hundiendo sus dedos en mi piel, sin hacer tanto ruido. Se salió un poco para atacar mi cuerpo nuevamente.
—Te gusta duro, ¿verdad? —ahogué un gemido, mis dedos se asieron al filo de la madera. Mis nalgas rebotaban contra sus muslos, me sentía desfallecer con cada segundo que pasaba.
El sexo todos estos años fue bueno, descubrimos más cosas que nos gustaban, como el juego previo, los manoseos por todas partes, algunas veces recurríamos a los disfraces y los juguetes para que todo fuera mucho mejor, para que no se volviera monótono y aburrido, aunque con Tanner nada podría ser aburrido, a su lado todo era una aventura.
—Me encanta y lo sabes.
—Por eso no puedo ser piadoso contigo —deslizó una mano entre su cuerpo y el mío, llevando sus dedos a mi clítoris hinchado, lo estimulaba con delicadeza sabiendo donde tocar y cómo. Estos años ayudaron para conocer lo que le gustaba al otro, lo que no y como hacer que ambos disfrutemos estos sagrados momentos que muchas veces no podemos tener, ya que ser padres demanda mucho tiempo y hay días que no tenemos tiempo para nada más.
—Me gusta que no lo seas —jadeé. Llevó una mano a mi boca, sabiendo (no sé cómo) que estaba a nada de correrme en su pene.
—Dios —le escuché maldecir después, moviéndose más rápido intensificando el calor que emanaba de en medio de mis piernas y escurría en forma líquida —. Así, así —dijo con la voz ronca, acelerada. Todos sus movimientos se detuvieron en cuanto su semen explotó dentro de mí y cuando mi orgasmo estalló, empezó como un suave cosquilleo que se fue intensificando con el paso de los segundos, una leve caricia que sacudía mi piel y huesos, arrasó conmigo dejando solo escombros, como si fuera una casa por la que le pasó un tornado y solo dejó un cascarón que con un solo toque se podía venir abajo.
Tanner dejó caer todo su peso encima de mí, soltó un suspiro cansado y se sentó en la silla, derrotado, exhausto.
—Espera —giré para sentarme sobre el escritorio. Lo vi coger algunos pañuelos desechables para limpiar mi intimidad con ese cuidado que siempre tenía para mí, dejando de lado el sexo salvaje, por supuesto.
—Eres tan dulce, quien diría que eres todo un animal en la cama —una de sus comisuras se elevó, dibujando una sonrisa lasciva en sus labios.
—Contigo puedo ser una bestia, pero siempre sabré como tratarte, eres una reina, gatita, no te mereces menos —limpió el rastro de sus fluidos, dejó un camino de besos desde mis tobillos hasta mis muslos y subió mi pijama junto con mis bragas.
—Te amo, sabes, te amo con locura. Te amo más que el primer día —sonrío de una manera dulce. Se subió el pijama y se acomodó entre mis piernas.
—Yo también te amo con locura, tú y Colin son mi todo, no sé qué haría sin ti, sin él —me atrajo a su cuerpo para rodear sus caderas con mis piernas —. Ese día que casi te pierdo pensé en todo lo que quería en la vida y nada tenía sentido sin ti —lleva sus manos a mi trasero para sostenerme —. ¿Podemos ir a la habitación? Te quiero besar, tocar, te quiero hacer el amor —murmura sobre mis labios.
—Vamos —cojo la botella de vino y las copas. Salimos de su oficina y me llevó cargando hasta nuestra habitación que quedaba alejada del resto de las otras habitaciones. Nos quedamos en el pasillo un par de veces para besarnos descaradamente, apasionados —. Eres insaciable, Russel —empujó la puerta con un pie y yo cerré con la mano con la que sostenía la botella.
—Me vuelves loco —me llevó hacia la cama para dejarme sobre el colchón con sumo cuidado —. Siempre quiero más de ti, eres una droga que necesito cada día en grandes dosis.
Sirvió vino en las copas, se sentó a mi lado y levantó la copa en mi dirección para brindar.
—Brindemos.
—Sí, ¿y por qué vamos a brindar esta noche? —pregunté con curiosidad.
—Por ti, por mí, por la familia que tenemos. Por estos diez años que llevamos juntos, por soportarme todo este tiempo —dejó de mirarme unos segundos para de nuevo hacerlo intensamente.
—Brindemos por eso —chocamos las copas.
—¿Sabes? Nunca he sido tan feliz como el día que dijiste sí —se sentó a mi lado sobre el colchón —. Tenía miedo, estaba nervioso y pensé que ibas a decir que no.
—¿Por qué pensabas que iba a decir que no? —me llevé la copa a los labios para darle un sorbo.
—Habíamos pasado por muchas cosas, primero lo de ella —se refería a Mabel —. Te fuiste de la empresa, tu recuperación, ya no compartimos el mismo tiempo juntos, sentí que nos estábamos alejando, pero estaba seguro de este amor, que quería pasar todos los días a tu lado. Lo único que quería es que fueras mi esposa. Al final dijiste que sí —sonrió.
—Yo también tenía miedo, pero cuando salí de recuperación me dije que no podía permitirme perderte, que haría lo que sea con tal de salir de todo lo malo que pasó —levantó la mirada hacia mi rostro.
—Siempre has sido una mujer muy fuerte, Clarisse, por eso te admiro tanto.
—Y yo te admiro a ti por nunca rendirte, nunca te das por vencido y siempre consigues lo que quieres —me sonrió y de nuevo chocamos las copas para brindar.
—En ese momento lo único que quería es que estuvieras bien. Sentí que te perdía, amor, pensé que podías irte y eso me volvió loco. Me imaginé miles de escenarios y en ninguno estabas tú, yo...—lo detuve antes de que dijera algo más que lo siguiera hiriendo.
—No sigas —cuando levantó la cabeza tenía algunas lágrimas en las mejillas —. No sigas, por favor —sonrió aún con los ojos acuosos. Dejé la copa a un lado y le quité la suya para ponerlas encima de la mesita de noche —. Solo ámame, Russel. Esta noche quiero que me ames.
Acuné sus mejillas con mis manos, se acercó a mi cuerpo para cubrirlo con el suyo, quedando arriba de mí. Deslizó su mano izquierda desde mis talones hasta llegar a la costura de mi pijama metiéndola dentro para tocar mi ingle, sin dejar de mirarme a los ojos.
—Eres la mujer más hermosa que he conocido y te amo, te amo tanto, Clarisse Dawson.
—Yo también te amo, Tanner Russel —una dulce sonrisa se dibujó en sus labios. Estrellándolos contra los míos, metiendo su lengua descarada dentro de mi boca, empezando un baile lento y salvaje. Se puso de rodillas sobre el colchón para quitarme el pijama y dejarme desnuda para él, después hizo lo mismo con su pijama. Mis manos subieron desde sus caderas hasta su pecho donde se detuvieron al mismo tiempo que miraba sus hipnóticos luceros azules, aquellos que me cautivaron en el momento que lo vi entrar en el ascensor y me enamoré perdidamente de él. Aquella mañana iba sin ninguna esperanza, sin motivaciones de nada, pero al verlo a él supe que el cielo existía y que me encontraba en él.
Sin pedir permiso deslizó su mano detrás de mi rodilla flexionando y abriendo mis piernas para penetrarme de nuevo sin compasión, tomó su pene firme sosteniéndolo en mi entrada. Entró lenta y dolorosamente, mirándonos a los ojos, fascinada con la perversión que se desataba cada que hacíamos el amor.
—No te voy a follar —habló —. Te haré el amor, lentamente y me pedirás más.
—Siempre quiero más de ti, Russel —murmuré mordiendo la esquina de mi labio.
Se enterró en mi interior sin compasión, mis piernas se abrieron un poco más dejándose caer en mi cuerpo, tomando mis caderas con una mano y la otra metiéndola detrás de mi espalda, viajando a mi trasero, amasando entre sus dedos. Su pelvis se movía a un ritmo lento y pausado, sabía que me gustaba así, que se tomara el tiempo de disfrutar y sentir todo el cúmulo de emociones que se disparaba en cuanto estaba dentro de mí. Sus labios rozaban los míos en busca de un beso lento y cargado de amor. Deslicé mis manos a su espalda para atraerlo a mi cuerpo deseoso de él y sus caricias, me embestía despacio, con dolor, pero ese tipo de dolor placentero que sabes al final tendrá sus recompensas. Lo escuchaba gemir bajito sobre mis labios, su pene entraba y salía con facilidad porque estaba tan mojada que resbalaba sin problema alguno.
Ya no sentía pena que me viera completamente desnuda o que notara algunos vellos en mi cuerpo, ya era algo normal entre nosotros, después de diez años juntos vernos de esta manera era algo de cada día. Pero yo seguía enamorada de él, de sus detalles conmigo, de cada caricia y beso dado, de cada palabra de amor. Seguía enamorada como el primer día y eso no iba a cambiar con el paso de los años.
Su dedo pulgar trazó la línea en mi costado derecho de un extremo al otro, creo que no dejaba de culparse de lo que pasó, que pudo hacer algo para que las cosas no se hubieran dado así, pero creo y estoy más que segura que las cosas siempre pasan por y para algo, no suceden nada más porque sí.
Se hundió de nuevo, pero esta vez se quedó dentro, ya sentía el orgasmo rasguñar las paredes de mi vientre, aquel cosquilleo que empieza en mi sexo y se expande lentamente por cada centímetro de mi cuerpo y explota, y explotó trayendo consigo una infinidad de sensaciones indescriptibles. Hundí mi rostro en su cuello y gemí alto cuando el éxtasis se expandió por mi cuerpo y cubrió mi piel, Tanner jadeó corriéndose en mi interior, apretando con sus manos mi cuerpo, dejándose caer sobre este buscando el oxígeno que tanto necesitábamos ambos.
—Dios —sonreí nerviosa, extasiada y fascinada —. Dios mío —murmuré sobre su piel cubierta por una capa de sudor. Él también sonrió dejándose caer a mi lado sobre el colchón.
—¿Te gustó? —lo miré de reojo y también me estaba mirando de lleno.
—Sabes que sí —me mordí el labio con los dientes. Soltó un suspiro quedando boca arriba, a lo lejos podíamos escuchar el río y los ruidos de la naturaleza, por eso amábamos esta casa porque no había más ruidos de personas o autos.
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Tanner
Verla dormir se había convertido en una de mis partes de favoritas de todo el día, despertar a su lado y olisquear su cabello, pasar mis dedos por su mejilla y quitar algunos mechones de su rostro, acariciar sus brazos desnudos y atraerla a mi cuerpo cuando seguía durmiendo. Me gustaba despertar y verla acostada a mi lado, saber que un día más estaba conmigo.
Pasé la yema de mis dedos por las dos cicatrices que quedaron marcadas sobre su piel como un recordatorio de lo que sucedió aquella trágica noche. Aún podía sentir en la punta de mi nariz el olor a metal de la sangre, el dolor en mi pecho, aún podía escuchar el llanto de Diane cuando le avisé lo que había sucedido, aún veía la pena en el rostro afligido de su madre cuando llegó al hospital y su hija se debatía entre la vida y la muerte. Aún, después de tantos años me culpaba por lo que pasó, aún sentía que pude hacer más, que si le hubiera puesto un alto las cosas no se hubieran dado de esta manera, ella no hubiera pasado por todo este trauma.
—¿Tanner? —la mujer llegó en la mañana, después de que le avisé lo que había sucedido —. ¿Eres Tanner Russel? —preguntó. Me puse de pie al verla y asentí con la cabeza. No había dormido nada, tenía la ropa manchada con su sangre y eso lo pudo notar porque sus ojos se abrieron con sorpresa —. ¿Cómo está mi hija? ¿Qué pasó? —sus mejillas estaban bañadas en lágrimas amargas que rodaban por sus ojos, ese par de luceros que eran tan parecidos a los de su hija. Pude ver la similitud entre ellas.
—Ella sigue delicada, los doctores están haciendo todo lo posible —en cuanto dije estas palabras la mujer se dejó caer en una de las sillas que se encontraban a cada lado del pasillo, me senté a su lado para tomar su mano entre las mías.
—No puede ser —llevó una mano a su boca —. ¿Qué pasó? —temía tanto decírselo porque al igual que yo me iba a culpar por lo sucedido, pero nadie tenía la culpa más que yo, por no frenarla, por no detenerla a tiempo.
—Fue...—no pude decir más por qué Diane llegó con dos vasos con café. Didi llegó pocos minutos después de que le llamé por teléfono, no dudó en venir a ver a su mejor amiga.
—Señora Dawson —la madre de Clarisse se puso de pie para abrazarla.
—¿Cómo estás, Diane? —me miró confundida, creo que no esperaba que le llamara, pero supuse que era lo correcto, después de todo era su madre.
—Estoy bien, ¿y usted? —se separaron.
—Mal, mi hija se encuentra delicada. Dios mío —se llevó una mano al pecho —. ¿Qué más saben? —preguntó mirándonos.
Diane tenía los ojos rojos e hinchados por pasar toda la noche llorando, ella sabía lo que había sucedido y que fue Mabel la responsable, era más que obvio que fue ella además un vecino la vio salir del edificio minutos antes de que yo llegara, los oficiales confirmaron que fue ella quien atacó a Clarisse, ahora la estaban buscando para detenerla. Ni todo el dinero del mundo la iban a salvar de ir a prisión y pagar por lo que hizo, haría lo que fuera por verla en la cárcel.
—Hasta ahora no sabemos mucho, solo que está delicada —habló Diane. Me entregó el vaso con café, pero no lo acepté, en este momento el dolor me impedía pensar con claridad o siquiera comer o beber algo, solo quería que Clarisse estuviera bien.
—Voy al baño, permiso —me puse de pie y fui al baño para refrescarme, al mirarme al espejo me pude dar cuenta que tenía una mancha de sangre en la mejilla al igual que en las manos, solo me limpie con un pedazo de tela que me dieron y ya, no me ocupé por asearme como era debido.
Me mojé el rostro y lo sequé con toallas de papel, salí del baño y saqué mi móvil para informarle a Matthew lo que estaba pasando, ellos eran buenos amigos así que también debía saberlo.
—Tanner, ¿pasa algo? —no sé si lo presentía o solo preguntó por preguntar.
—Tienes que venir al hospital, Clarisse está muy mal.
—¿Qué pasó? —se escuchó preocupado.
—Fue Mabel, después te explico con detalles, por favor ven. No sabemos si logre...—no pude terminar de decirlo, me negaba a creer que ella se podía ir —, solo ven y avísale a tus padres.
—Está bien, no tardo. Me avisas lo que sea que pase.
—Sí —colgué. Apoyé la cabeza contra la pared y solté un suspiro. Retenía las lágrimas en las esquinas de los ojos, pero sentía que en cualquier momento iba a explotar. El pecho me dolía y se me dificultaba respirar.
Le di un beso en la frente antes de salir de la cama y vestirme. Cepillé mis dientes y salí de la habitación mirándola por última vez, cerré la puerta despacio para no despertarla y recorrí el pasillo, me detuve en la habitación de Colin y abrí lentamente, pero se encontraba dormido todavía, cerré de nuevo y fui hacia la cocina para hacer el desayuno.
La casa estaba perfectamente iluminada, ya que desde la mañana el sol se colaba por los ventanales y por la tarde también iluminaba cada rincón de esta. Sé cuanto le gustan los pancakes tanto a Colin como a su madre así que no dudé en preparar unos para cuando se despertaran, puse el agua a hervir para el café, saqué el cereal y la leche, mermelada, crema de avellanas y todo lo que había en la despensa. Me puse el delantal y batí la mezcla hasta que esta tenía la consistencia perfecta. La sartén estaba en su punto así que vertí la mezcla dentro de este.
Cuando me giré hacia la isla para dejar los primeros tres pancakes Colin iba saliendo del pasillo, se frotaba los ojos con una mano y su cabello castaño era un desastre.
—Buenos días, J —le dije y sonrió.
—Buenos días, pa —pretendía sentarse a desayunar sin haberse lavado las manos.
—Las manos —señalé el fregadero. Sonrió de oreja a oreja, se acercó al fregadero para lavarse las manos —. ¿Cómo dormiste? —le pedí que se acercara para dejar un beso en su frente —. ¿No tuviste pesadillas? —negó con la cabeza agitando su cabello.
Colin era más parecido a su madre, tenía la misma mirada dulce y pura, el cabello castaño y lacio, algunas penas esparcidas en su pequeña nariz.
—Mamá me contó un cuento antes de dormir —se secó las manos y regresó detrás de la isla.
—¿El de la princesa? —asintió con la cabeza. Puse los tres pancakes dentro de un plato que tenía dibujado a Spider-Man (su superhéroe favorito), le serví leche en un vaso y él se preparó los pancakes con mermelada y crema de avellanas. Regresé a la estufa —. Ese es tu cuento favorito.
—Porque mamá lo escribió para mí —habló con la boca llena.
Giré medio cuerpo y levanté el volteador dándole la razón a Colin.
—Mamá escribe muy bonito, ¿verdad? —agitó la cabeza diciendo que sí.
—¿Por eso te enamoraste de ella?
Había muchos más motivos por los que me había enamorado de su madre, pero aún no entendía todos así que preferí decir una verdad a la mitad, para que él pudiera comprender mis sentimientos hacia su madre.
—Aparte de eso —volteé los pancakes.
—¿Y qué más amas de mamá? —se llevó el vaso con leche a los labios.
—Todo —alzó una ceja —. Su manera de ser, que es muy bondadosa, es inteligente y una maravillosa esposa y madre —cogí el plato para poner los pancakes. Vertí más mezcla en la sartén —. Todavía eres muy pequeño para entenderlo, pero cuando tengas la edad suficiente vas a comprender muchas cosas.
—Está bien —se encogió de hombros y continúo desayunando. Miré por la ventana hacia el río que pasaba detrás de la casa, la propiedad estaba unos metros, alejada de la orilla, ya que cuando llovía se desbordaba y era un caos total.
—Buenos días —Clarisse entró a la cocina y se sentó al lado de Colin, puso una mano en su mejilla para dejar un beso en su frente —. ¿No tuviste pesadillas? —Colin negó de inmediato.
—Cuando me lees no tengo pesadillas, mami —musitó y le sonrió a su madre.
—¿Quieres café o té? —le pregunté a mi mujer.
—Café, por favor —me giré hacia la estufa para calentar el agua, ya que se había enfriado —. Hablé con Didi —comentó —. Dice que va a venir este fin de semana y va a traer a Theo.
Theo era la mascota de Didi, puesto que Marcy había fallecido años atrás, Clarisse y Didi sufrieron mucho por su pérdida, la querían mucho puesto que Didi tenía muchos años con ella, se convirtió en un miembro de la familia porque era más que una mascota. Siempre es difícil superar algo así cuando tu mascota lleva años contigo y lo quieres como a cualquier persona que forma parte de tu familia.
—¡Sí! —Colin levantó los brazos al techo —. Ya quiero que venga la tía Didi y jugar con Theo —expresó feliz. Colin quería tanto a Didi como a una tía, ya que siempre se educó con esa idea, puesto que también era parte de la familia, como una hermana de Clarisse.
Clarisse sonrió al ver a su hijo feliz por la visita de su mejor amiga. Pasó una mano por su cabello, lo observaba con cariño y orgullo de madre.
Era una excelente madre, la mejor que pudiera existir. Estaba seguro de que si mis padres estuvieran vivos se sentirían felices por mí, porque encontré a una maravillosa mujer que también era una maravillosa persona y madre. Donde sea que ellos estuvieran estaban felices por mí y mi familia.
Serví agua en la taza de Clarisse y terminé de preparar los pancakes, Colin ya había terminado, pero se quedó viendo la televisión con nosotros mientras se terminaba la leche.
—Es un niño muy feliz y sano —dijo a mi lado. Los dos observamos a Colin, subió los pies al taburete.
—En gran parte es por ti —puse una mano sobre la suya —. Eres una maravillosa madre, la mejor de todas.
—¿Qué dices de Margot? Ella también es una buena madre —asentí porque también era cierto.
—Lo sé, no me pudo tocar mejor madre que ella.
—Y son los mejores abuelos de todos —dejé un beso en su mejilla —. ¿Ese beso por qué fue?
—No necesito algún motivo para besar a mi mujer, lo puedo hacer las veces que yo quiera —sus mejillas se tiñeron de rojo.
—Eres maravilloso, Tanner.
Tal vez no merecía la vida que tenía porque no hice las cosas bien en el pasado, pero me esforzaba cada día para ser un buen padre, un buen esposo y persona. En el pasado cometí muchos errores que me persiguieron por mucho tiempo, por mi culpa Clarisse estuvo en peligro, casi muere por esa obsesión insana de Mabel, quien al día de hoy permanecía en un psiquiátrico de donde no iba a salir jamás. Me encargué de que jamás pudiera salir de ahí porque era un peligro para los demás y para ella también. Estando encerrada no le podría hacer daño a mi esposa mucho menos a mi hijo.
—Colin —lo llamó Clarisse —. Ve a ducharte —se quejó.
—Ash —dijo y bajó del taburete.
—Sin responder mal —le dije.
—Lávate bien las orejas —sugirió su madre. Colin salió de la cocina para ir a su habitación —. ¿Y si le enseñas a ducharse en lo que yo recojo todo? —tenía esa mirada a la que no le podía decir que no por nada del mundo.
—Ash —se rio de mí, ya que decía que Colin tenía muchos de mis gestos.
—Sin responder mal —repitió lo que yo le dije a nuestro hijo.
Me puse de pie y fui con Colin para ducharnos juntos, su madre quería que fuera un niño independiente, que supiera hacer las cosas sin que uno tenga que estar con él, quiere que nuestro hijo sea un hombre que pueda lavar platos y prepararse la comida y yo estoy de acuerdo con ella.
Al salir de ducharnos ayudé a Clarisse con los platos y limpié la mesa, cuando ella se metió a duchar acomodé la cama y ayudé a Colin con la suya. Por la tarde salimos al patio para jugar los tres juntos, pero nuestro hijo tenía tanta energía que parecía no cansarse nunca.
Al final me tuve que ir a sentar mientras él corría detrás de las mariposas que había en el jardín. Me senté en una de las sillas bajo la sombrilla y Clarisse en mis piernas.
—Hoy me volvió a decir que quiere un hermano o hermana —tenía mis manos en sus caderas.
—¿No será que eres tú quien quiere un hijo? —rodeaba mi cuello con sus brazos.
—También —frunció el ceño. A lo lejos Colin corría detrás de las mariposas que no se dejaban atrapar —. Contigo quiero tener todos los hijos que tú quieras, cariño —apoyó su frente en mi barbilla.
—¿Niña o niño? —preguntó, lo que me sorprendió un poco.
—Niña —respondí sin pensarlo —. Una mini Clarisse que tenga tus ojos y tu sonrisa —dejé un beso sobre sus labios, que después dibujaron una bonita sonrisa —. Que se parezca a ti.
—No creo que se nos complique quedar embarazados —mis cejas se alzaron.
—Eso quiere decir que...
—Sí —se mordió la esquina del labio —. Yo también quiero tener otro hijo contigo —dejé un beso en la punta de su nariz —. Pero que se parezca a ti, que tenga tus ojos y tu sonrisa.
Subí la mano para coger su barbilla con dos dedos.
—Te amo, señorita D —sonrió.
—Y yo te amo a ti, señor Russel —apoyó la mejilla en mi pecho mientras los dos mirábamos a Colin correr de un lado al otro.
¿Era feliz? Sí, era más que feliz porque tenía a mi lado a la mujer más maravillosa de todo el mundo, me dio un hijo y teníamos una hermosa familia que los dos amábamos con todo el corazón.
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