
Capítulo final. ❄
Clarisse
—Prométeme que me vas a llamar cada día —mamá venía a mi lado en el taxi. Íbamos de camino al aeropuerto porque era momento de regresar a mi casa y enfrentar los problemas que dejé atrás.
No ganaba nada con huir, escapar no solucionaba nada y yo era una cobarde al correr de todo, de todos. Sabía que cuando regresara ellos iban a estar ahí así que eso no me preocupaba tanto.
—Te voy a llamar cada día, pero tú debes pensar en lo que te dije, pasar unos días en la ciudad no te hará mal, al contrario —me giré hacia ella para coger sus manos con sumo cuidado —. ¿Lo vas a pensar?
—Lo voy a pensar. ¿Sabes? —palmeó mi mano —. Me gusta que nos hayamos reconciliado, que ya nos estemos enojadas —me regaló una bonita y sincera sonrisa que hinchó mi corazón que en este momento estaba agrietado.
—A mí también me hace feliz ya no estar enojada contigo.
—No volverá a pasar, te lo aseguro. Daré lo mejor de mí para que nuestra relación se fortalezca y no se rompa de nuevo —creí en todo lo que me decía, era mi madre a fin de cuentas y eso nadie lo podía cambiar. Las dos nos equivocamos, pero aceptarlo y continuar era de humanos, al final lo que importaba es que nos pedimos perdón, que estábamos decididas a empezar de nuevo —. Pero tienes que prometerme algo —subió la mano a la altura de mi mejilla para apartar un mechón rebelde.
—Dime.
—No vas a dejar pasar esta oportunidad con este hombre, vas a hablar con él e intentar encontrar una solución —me mordí una esquina del labio —. Piénsalo, no me gustaría que el día de mañana te arrepientas de no haber hecho las cosas como se debe. Me dijiste que lo amas —asentí —. Entonces creo que no hay mucho que pensar —ladeó la cabeza.
—Estoy confundida —confesé —. Y tengo miedo que algo igual pueda pasar, no sé —encogí un hombro —. Tengo miedo que las cosas no funcionen, que no sea suficiente para él.
—Hey —enterró su dedo en mi hombro —. No digas esas cosas, eres inteligente, valiente y como tú no hay nadie igual. Ese hombre es afortunado de tenerte a su lado, que te hubieras fijado en él —negué divertida por su comentario.
—No sabes lo que dices, ese hombre es un...—me mordí el interior de la mejilla para no decir una guarrada frente a mi madre —. Es sexy, inteligente y encantador —musité mirando de reojo al chofer y no sé si se mantenía ajeno a nuestra conversación o solamente se hacía el que no escuchaba.
—Espero conocerlo algún día —la sonrisa que se había dibujado sobre mis labios se borró en el momento que mi madre dijo esas palabras. Se sintió como un golpe en el estómago, un puñetazo a cada uno de mis sueños e ilusiones —. Lo siento, no debí decir eso.
—No, no te preocupes, no pasa nada.
—Sabes que sí pasa algo y mucho —con los nudillos dejó una suave caricia en mi mejilla —. Hija, no cometas los mismos errores que yo, no dejes perder la oportunidad de tener algo bonito con alguien. Eres una romántica a la que le gustan las relaciones largas y bonitas, apasionadas y llenas de aventuras, con ese hombre tendrás eso y más —no protesté porque todo lo que dijo era cierto, con Tanner tenía eso y más.
—Tienes razón en todo así que voy a hablar con él —sonrió —. Y que pase lo que tenga que pasar.
—Así se habla, cariño, esta es la Clarisse que conozco —apretó mis mejillas con los dedos y me soltó para regresar a su lugar —. Me siento tan orgullosa de ti y todo lo que has conseguido en estos años. Quien iba a decir que aquella niña que apenas podía leer ahora es una mujer importante, una gran escritora y la mejor hija que alguien puede tener —apretó mi hombro.
—¿En serio te sientes orgullosa de mí?
—De ti y de todo lo que has logrado estos años —el taxi se detuvo frente a la entrada del aeropuerto, bajamos del auto y el hombre me ayudó a bajar mi maleta. Mamá me acompañó dentro, pero nos quedamos en la sala para despedirnos.
—Nos vamos a ver pronto —dijo.
—En unos días, no serán muchos. Quiero que estés conmigo y que conozcas a Marcy.
—Tu gata diva —sonreí asintiendo.
—Es una gran diva, le vas a agradar.
—Eso espero —anunciaron que el vuelo estaba a punto de salir así que nos despedimos de una vez —. Te cuidas, te portas bien y me llamas cuando llegues a casa.
—Sí mamá —dejó un beso en mi mejilla —. Tú también te cuidas.
—Lo haré hija —cogí mi maleta y caminé hacia una de las tantas puertas que había en ese lugar para subir al avión y regresar a casa. Me hacía mucha ilusión regresar, pero me dolía dejar a mi madre aunque fueran unos días nada más. Nos estábamos llevando tan bien y nuestra relación era buena, pero ya habría tiempo para estar juntas. No es que lo demás no importara, también importaba hablar con Tanner y arreglar esto, si es que todavía tenía arreglo lo nuestro.
****
Antes de salir del ascensor le mandé un mensaje a mamá, avisándole que ya había llegado.
Entré al departamento, encendí la luz y dejé la maleta a un lado de la puerta. Solté un suspiro cansado y saqué mi móvil del bolso. Busqué el número de Tanner y le llamé, pensé que iba a tardar más en responder, pero al primer tono ya había descolgado.
—Clarisse —se escuchaba desesperado —. ¿Qué pasa?
—Tenemos que hablar, estoy en el departamento...—me mordí el labio —. ¿Crees que puedas venir? —pregunté trémula.
—Voy para allá, llego en una hora. Yo también quiero hablar contigo, decirte muchas cosas —mis labios se desplegaron en una sonrisa al escucharlo hablar, mi corazón se hinchó de felicidad.
—¿En serio?
—Sí, hay muchas cosas que debo decirte, pero quiero que sea en persona, no así, no por teléfono.
—Me parece perfecto. ¿Te parece si pido algo de cenar?
—¡Sí! —exclamó —. Me parece bien, te veo en una hora.
—Nos vemos, Russel —escuché un suspiro detrás de la línea.
—Nos vemos, señorita D —colgué. Tenía una tonta sonrisa dibujada en los labios, sentía un agujero en el pecho, una especie de sentimiento que no se quería ir, que se negaba a dejar de existir.
Haría las cosas bien, hablaría con él, le diría todo lo que estuve guardando en mi pecho todos estos años y que nada más Didi sabía, Tanner iba a saber todo lo que sentía por él desde el momento que lo conocí hasta ahora, ya no me iba a callar nada de nada. Esta vez iba a ser sincera.
Pedí la cena y le llamé a Didi para saber a qué hora iba a llegar, dijo que tardaría, ya que llegó tarde al aeropuerto y el vuelo se había retrasado también, me preguntó el porqué y le solté la verdad, no mentirle ni ocultarle nada. Me dijo que todo estaba bien, que estaba de acuerdo con que arregle las cosas con Tanner y que pase lo que tenga que pasar.
Me quité la ropa que llevaba puesta y opté por unos vaqueros y un suéter con diseños navideños, el que mi madre tejió para mí. La cena no tardó en llegar y puse algunas velas para que todo se viera más romántico y acogedor.
Escuché golpecitos en la puerta, miré la hora en la pantalla del móvil, pero todavía faltaban algunos minutos para que Tanner llegara. Abrí sin preguntar (un mal hábito que me debía quitar) y sin pedir permiso Mabel entró sin preguntar si podía pasar, lo que me molestó en demasía.
—Puedes pasar, eh —le dije. Miró el departamento de hito en hito y giró sobre sus costosos y bonitos zapatos negros. Llevaba encima un largo abrigo de color caqui, en las manos sostenía un bolso que apretaba a su cuerpo con esas largas uñas de color negro también —. ¿Qué quieres? No me gusta que estés aquí —alzó una ceja, esa perfecta y delineada ceja rubia.
La mujer era atractiva, no iba a mentir, sexy, con el cabello corto a la altura de los hombros, labios gruesos, con una bonita forma, su mandíbula pequeña y más definida que mi futuro. En ese momento me pregunté que veía Tanner en mí, yo no era nada parecida a Mabel, no vestía bien, no sabía nada de moda, no era así de atractiva ni rubia, porque por alguna extraña razón temía que su debilidad fueran las rubias y yo era castaña. No sé qué le gustó de mí, pero lo que sea que haya sido lo volvía loco.
—¿Sabes? A mí me importa un bledo lo que te gusta o no —apoyó todo su peso en un pie, se pasó el dedo por una de sus cejas y me miró de arriba abajo —. No sé qué vio Tanner en ti, solo eres una patética y simple secretaria —me crucé de brazos al igual que ella, solo que yo estaba más relajada y menos intensa como lo estaba Mabel. No me amedrenté por sus estúpidos comentarios, solo eran las palabras de una mujer dolida y despechada.
—Eso deberías preguntárselo a él, no a mí.
—Lo haré —señaló con el dedo arriba —, el día que lo tenga de nuevo en mi cama, follándome como lo hacía antes —se escuchó altiva, pero notaba un dejo de temor y molestia en su voz. No estaba segura de lo que decía.
—Bueno, creo que vas a tener que esperar sentada porque Tanner no va a regresar contigo y ahora, si me permites —señalé la puerta —, tengo cosas que hacer —di un paso pero ella ni siquiera se movió de su lugar, se quedó anclada como si tuviera cemento en los pies —. Te puedes ir, ¿por favor? No te quiero ver aquí, me enferma tenerte cerca —espeté.
Para este momento ya estaba un poco más molesta, su presencia me producía ganas de querer arrancarle los cabellos y borrar esa sonrisa altiva de sus labios rojos.
Infeliz.
Tal vez no debía hablar de ella porque yo no era para nada perfecta, pero me seguía sorprendiendo su nivel de cinismo, la poca vergüenza que tenía para seguir buscando a Tanner, para venir a mi departamento y decirme todo esto, no, no era perfecta, pero no tenía su descaro ni cinismo.
—No me voy a ir, me voy a quedar aquí para que me escuches porque vine para eso, me vas a escuchar Clarisse Isabella Dawson —abrí los ojos, sorprendida. Ella sabía mi segundo nombre y apellido. Había estado investigando todo de mí —. ¿Crees que no te iba a investigar? —chasqueó la lengua —. No soy tan tonta, a un enemigo hay que conocerlo, saber sus puntos débiles, saber donde atacar. Sé que perdiste un hijo después de que su padre te dejó por otra mujer, no fuiste suficiente mujer para retenerlo —se estaba burlando de mi desgracia. Sí que era una maldita sin corazón.
—No hables de mi hijo, no voy a permitir que te llenes la boca burlándote de mi desgracia cuando tú perdiste un hijo también —la señalé.
—¡Tú no vas a hablar de mí!
—¡La que no va a hablar de mí eres tú! Primero te lavas la boca para criticar y venir a mi casa a echarme en cara cosas de mi pasado, no eres nadie para decirme en qué me equivoqué, en qué fallé porque no fui yo quien dejó a un maravilloso hombre cuando más me necesitaba. Ahora lárgate —abrí más la puerta, pero ella la cerró de golpe. Pegué un respingo, mi corazón latía con fuerza. Ella estaba molesta y yo asustada de lo que pudiera hacer en ese estado.
—No me voy a ir. Vine a decirte tus verdades y no me voy a ir sin antes hablar contigo.
—Tú y yo no tenemos nada de que hablar —me abracé en el momento que dio un paso atrás. Estaba atenta a cada uno de sus movimientos por si decidía atacar o hacer algo que me pusiera en peligro.
—Tenemos mucho de qué hablar, más que nada dejarte en claro un par de cosas —reí con burla lo que le hizo rabiar mucho más —. ¿De qué te ríes?
—Vienes a hablar de Tanner, ¿cierto? Por eso estás aquí, para decirme que es tuyo, que lo amas y bla, bla, bla —dije con sorna —. No me importa lo que tengas que decir de él, no es tuyo, no eres su dueña. Tanner es libre desde el segundo que saliste por la puerta de esa casa, cuando se divorciaron porque tú así lo quisiste. Así que no creo que tengas nada que aclarar cuando todo está claro.
Su rostro era un poema cargado de soberbia y molestia. Tal vez pensó que la sumisa Clarisse no le iba a decir nada, que se iba a quedar callada ante cada una de sus groserías y que haría todo lo que ella me pidiera, pero se equivocó, no le iba a dejar el camino fácil, estaba loca si me hacía a un lado dándole la oportunidad de acercarse a Tanner.
—¡Él es mío! ¡Mío y de nadie más!
—¡Entiende que no es un objeto! Es una persona que siente, un hombre que ya no te ama. ¿Qué parte de "Tanner ya no te ama" no entiendes? Pensé que tenías un poquito más de dignidad, de orgullo y no vendrías aquí a decirme que me aleje de él, ¿qué clase de mujer eres?
—Soy la clase de mujer que lucha por lo suyo, que consigue todo lo que quiere —dijo con un tono de voz altivo.
—No —le corregí —. Solo eres una mujer caprichosa que obtiene lo que no puede tener a base de mentiras y chantajes, eres una mimada, consentida y grosera que cree que Tanner es un juguete que puedes desechar y recoger cuando te dé la gana, ¿pero sabes qué? Tanner no es un juguete y como tal él puede decidir que es lo que quiere, a quien quiere en su vida.
—Esa no serás tú —espetó. Está claro que no le gustó nada lo que dije, aunque era verdad Mabel es esa clase de personas que se enoja cuando los demás les hacen ver sus errores, cuando les dicen sus verdades.
—Eso no lo decides tú —espeté.
Estaba mal si pensaba que me iba a quedar callada, que no le iba a decir nada solo por ser quien era. Nada de eso servía al final del día. Se tejió un largo e incómodo silencio entre las dos, el duelo de miradas, las poses de defensa, el aire espeso cargado de enojo, se podía cortar con un cuchillo.
—¿Crees que no me doy cuenta de su juego estúpido? —escupió molesta, llena de rabia. Si sus ojos fueran pistolas yo estaría muerta desde el primer segundo que puso un pie dentro.
—No entiendo, no sé de qué hablas —quise escucharme neutra, no dejar al descubierto mi sorpresa. Porque sí, ella sabía que no todo era real, que hubo mentiras aquella noche, pero después todo fue real, Tanner y yo ya no estábamos juntos.
—Fingir que no están juntos para que no me acerque a ti. Tanner es muy inteligente, pero a veces peca de estúpido —dijo burlesca.
—Sigo sin entender.
—¡No soy idiota, Clarisse! Soy mucho más inteligente que ustedes dos juntos —me señaló con un dedo, déspota, altiva y grosera —. Te investigué, seguí tus pasos, busqué un punto débil, pero no lo tienes para mi maldita suerte. No te hablas con tu madre y la tonta esa de Diane...
—No te atrevas a decir nada de ella, ya te dije que antes te lavas la boca con cloro y jabón. Tú menos que nadie puede venir a insultar cuando no eres precisamente una santa.
—No, no lo soy, pero tampoco finjo ser una santurrona que viste ropa de señora y parece una copia barata de Betty la fea...
—Tus insultos no me lastiman, Mabel, no me duele que me digas que visto con ropa de señora o que soy una santurrona —no borraba esa estúpida sonrisa de los labios —. Tus palabras no significan nada cuando se nota desde lejos que no importa todo el dinero que tengas no tienes nada, estás sola, amargada y sin amor.
No sé si mis palabras le afectaron, pero sí borraron la sonrisa de sus labios, esta pasó a ser una mueca de molestia y rabia cargadas.
Rápidamente, soltó un manotazo para golpearme, pero di un paso atrás, siendo mucho más rápida que ella, y ahora la que sonreía con suficiencia era yo mientras que Mabel maldecía para sus adentros, esa mirada desafiante y carga de dolor me decía que haría lo que fuera para sacarme del camino, ahora pensaba mejor las cosas y creo que hacer tiempo no iba a servir de nada. Solo esperaba que Tanner no tardara para que la encontrara aquí y se fuera de una vez por todas.
—Duele, ¿verdad? Duele que una simplona y santurrona como yo te diga la verdad. ¿Y sabes que más duele? Que el hombre que quieres a tu lado no te haga caso porque está perdido por esta simple secretaria.
—¡Te odio! —de nuevo soltó un manotazo, pero esta vez no me aparté, sino que cogí su muñeca antes de que me golpeara —. ¡Eres detestable! Eres una perra.
—¿Yo soy la perra? —enterré mis uñas en su piel con toda la intención de lastimarla, que supiera que esta perra podía ladrar y morder también —. No me ofendes, Mabel, solo me das pena —la solté como si fuera tóxica, apartándome de ella.
—Lo pagarás —se sobaba el área donde enterré mis uñas —. Vas a pagar esto, muy caro. Cuando te vayas de la vida de Tanner seré yo quien esté a su lado, seré yo quien lo consuele tras tu pérdida. Vendrá a mí como lo hizo antes y lo voy a recibir con los brazos abiertos, no serás más un problema para mí —bufé, cerré los ojos y giré sobre mis talones para dar media vuelta y estrujarme el rostro con frustración.
Me estaba provocando dolor de cabeza.
—¿Qué te hace pensar que me voy a ir? —le di la espalda unos segundos nada más. Cuando me volví de nuevo hacia ella...En ese momento lo único que pude sentir fue el frío de la hoja de la navaja cortando mi piel, mis ojos se abrieron grandes, con sorpresa y miedo, bajé la mirada hacia mi estómago junto con mi mano y subí de nuevo para contemplar el rostro de Mabel, ojos desorbitados, sonrisa perversa dibujada en los labios. Su mano estaba aferrada al mango de la navaja.
—Te dije que ibas a pagar tu insolencia —sacó la navaja para enterrarla de nuevo, pero esta vez con más fuerza —. ¡Te dije, te dije! —se apartó con la mano ensangrentada.
No podía articular palabra alguna, el dolor empezaba a crepitar por mi piel, mi carne y mis huesos, apretaba la herida con mi mano, pero la sangre salía a borbotones mojando mi ropa y el suelo a su paso. Me sostuve del sofá, pero caí de rodillas al suelo, estaba perdiendo mucha sangre y me sentía débil.
—No serás un problema, Clarisse —de su bolso sacó un pañuelo para limpiar la hoja de la navaja —. Cuando Tanner te entierre vendrá a mí de nuevo y yo estaré esperando.
Abrió la puerta, me echó una mirada déspota antes de salir y dejarme sola de nuevo.
No me quiero morir, no quiero irme todavía.
Por favor Dios, no dejes que muera.
Tanner
—¿Hablaste con ella? —preguntó Matthew.
Iba de regreso a la ciudad, hablé con Clarisse y los dos queríamos arreglar las cosas de una vez por todas. Ya no éramos unos adolescentes como para hacer estos berrinches y dejar que nuestro orgullo ganara esta batalla.
—Hablamos hace unos minutos. Dijo que quiere hablar conmigo y yo también.
—Sí, me lo dijiste cuando llegaste a la casa desesperado. Quieres hablar con ella y arreglar todo de una vez por todas —asentí aunque no me estaba mirando.
—Lamento haberme ido así, pero sabes que esto es importante.
—No te preocupes por eso.
—¿Qué dijeron tus papás? —pregunté.
—Mamá está feliz de que hables con ella, pero también se encuentra preocupada.
—¿Preocupada por qué?
—Te fuiste tan rápido, solo recogiste tu ropa y ya...
—Sí, sé que no debí irme así, pero creo que me entiendes —el tráfico a estas horas era horrible, caos por todas partes, personas en las calles queriendo ir de un lado al otro, comprando todo lo necesario para la cena y los regalos de navidad.
—Ya sé, solo cuídate por favor. Ten mucho cuidado, la ciudad es un caos —hasta Matthew lo sabía.
—¿Ahora te preocupas por mí? —me burlé.
—Bueno, entonces no te cuides —sacudí la cabeza y sonreí —. Me avisas lo que sea que pase.
—Está bien, Matty, nos vemos después.
—Nos vemos después, Tanner.
Colgamos al mismo tiempo y apagué el móvil que yacía sobre el tablero. Detuve el auto cuando el tráfico se intensificó, bufé y recargué la cabeza en el respaldo del asiento. Cogí el móvil de nuevo para llamarle a Clarisse, el tono sonó una, dos, tres hasta cuatro veces pero ella no respondía, me mandó a buzón y de nuevo marqué, pero como la vez anterior me mandó a buzón.
En ese momento me preocupé porque ella solía responder las llamadas, marqué un par de veces más y nada, no obtuve respuesta alguna de su parte. Avancé unos metros más antes de detenerme otra vez, ya que como dije la ciudad era un caos en estas fechas, personas por todas partes, restaurantes abiertos hasta altas horas de la noche, un caos bonito pero a fin de cuentas un caos.
Tardé más de lo debido, pero cuando me detuve frente al edificio salí rápidamente del auto, corrí hacia la entrada y una pareja iba saliendo del complejo, esperé que ellos salieran y entré cerrando la puerta detrás de mí. El recorrido en el ascensor fue rápido, pero cuando las puertas se abrieron caminé de prisa hasta llegar a su puerta que se encontraba entre abierta, miré a cada lado del pasillo y con delicadeza empujé la madera y entonces...Aquella escena se quedó grabada en mis memorias, di un paso dentro con cautela, el miedo oscilaba por mi piel, calaba mis huesos.
Clarisse yacía en el suelo de su departamento, la sangre se extendía bajo su cuerpo, empapaba la alfombra de la sala, sus ojos se mantenían cerrados.
—Clarisse —terminé con la poca distancia que había entre su cuerpo y yo. Me arrodillé frente a ella. El dolor se hilaba en cada hebra de mi piel, se enterraba como dagas filosas que cortaban todo a su paso —. Clarisse, responde —metí un brazo bajo su cuello, apoyando su mejilla en mi estómago —. Cariño, cariño —palmeé su mejilla con suavidad.
Miré a mi alrededor, la mesa estaba puesta, algunas velas se encontraban sobre la superficie donde había dos platos puestos, una botella de vino, copas y comida.
—¡Ayuda! —grité, desgarrándome la garganta —. ¡Por favor! ¡Alguien que me ayude! —apretaba el cuerpo de Clarisse contra el mío, su piel seguía tibia, pero no era normal esta temperatura —. No me dejes —le pedí apartando los cabellos de su rostro. Sus labios secos, pálidos —. No puedo vivir sin ti, yo te amo, te amo —dejé un beso en su frente —. Gatita, por favor.
Aparté las lágrimas de mis mejillas con rabia, algunas alcanzaron a mojar sus mejillas y su ropa.
—No me puedes dejar, no puedes. Tenemos una historia que escribir juntos, tenemos tantos planes. Tengo tantas metas que cumplir a tu lado, solo contigo mi amor. Solo contigo. Clarisse por favor —me aferraba a su cuerpo —. Por favor, Dios, no te la lleves, no permitas que muera —cerré los ojos con fuerza.
No era un hombre religioso, pero en ese momento le pedí a Dios que la dejara a mi lado, que no se la llevara. No podría vivir sin ella, no podría continuar.
—Dios, por favor.
Sentía que mi corazón se rompía a cada segundo, las pequeñas grietas se abrían mucho más, desgarrando, provocando que sangrara.
—No me dejes, cariño, no me dejes.
La apreté a mi cuerpo con fuerza. Escuché pasos fuera en el pasillo, algunas voces y después todo se sumió en un silencio aterrador. Dos hombres entraron al departamento, los miré molesto, observé sus ropas y tuvieron que apartarme de ella.
—Déjenos hacer nuestro trabajo —dijo uno de ellos. Eran dos paramédicos, que quién sabe quién había llamado. Me quedé de rodillas a su lado, observando todo lo que hacían con Clarisse.
—Ha perdido mucha sangre —todo se ralentizó en ese momento —. No creo que llegue al hospital —dijo uno de ellos.
Sacudí la cabeza en negación. El pecho me dolió con estas palabras. Pensar que no iba a despertar, que podía morir me estaba matando por dentro a mí también. No quería perder a Clarisse, si ella me dejaba no iba a poder con este dolor, no podría soportar una vida sin ella, me iba a morir a su lado.
Sin Clarisse a mi lado la vida no tenía sentido.
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