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Capítulo 7. ❄

Tanner

Observé a Clarisse y el tonto de Matthew hasta que ambos desaparecieron en la distancia, dejando un vacío en el medio de mi pecho. Mantenía el hombro apoyado contra la pared a la vez que anhelaba que Clarisse diera la vuelta y regrese conmigo, solo conmigo. No podía creer que me mintió tan descaradamente en la cara diciendo que no hice ni dije nada estando ebrio cuando no fue así, dije muchas cosas que sentía y quise hacer muchas más, pero me detuve por ella, no se merecía algo así de mi parte. Pero no era mejor que ella, también mentí negando que no me acordaba de nada cuando no era así, tenía todo perfectamente marcado en mis memorias y estas se negaban a irse, no quería olvidar lo que pasó esa noche donde, por primera vez después de tantos años la tuve cerca, tan cerca que pude saborear el aroma de su dulce piel en la punta de mi lengua.

Olía rico, su piel se sentía como la seda, su cuerpo era tan delgado que anhelé posar mis manos sobre este y tocarla suave y delicadamente como se debe tratar a una rosa. Sus ojos eran abismalmente hipnóticos y entendía por qué Matthew estaba casi loco por ella, de no ser por el hecho de que mi Clarisse no se sentía atraída por él. O eso es lo que yo pensaba.

—Esa chica es muy linda —comentó Nicolas a mi lado. Sostenía un libro entre sus manos, pasaba las hojas una a una cuando terminaba de leer, pero creo que más que eso estaba concentrado en otras cosas.

—Ponte a leer —le dije y se rio de mí. Me llevé el vaso a los labios para darle un corto trago.

—Tú no me das órdenes, Tanner —pasó la hoja y sin mirarme siguió hablando —. No la dejes ir, hijo, es muy valiosa.

—No sé de qué hablas —me senté a su lado en uno de los camastros que estaban esparcidos por toda el área de la piscina.

—Clarisse —cerró el libro y me miró directamente como si fuera estúpido —. Crees que no me fijo, que no observo, que no te conozco —me rasqué una ceja. No entendía a donde quería llegar con esto —. Tanner, Clarisse es una mujer muy bonita, debajo de esa "ropa de señora", cómo tanto dices y esas gafas se esconde una hermosa mujer que vale mucho, mucho —remarcó.

—¿A dónde quieres llegar? —alcé una ceja.

—¿No crees que ya es hora de que dejes atrás el pasado? ¿Qué le des por fin un cierre a la historia que tuviste con Mabel? —iba a negar con la cabeza, pero se me adelantó —. Es hora de pasar página y terminar ese libro que solo te lastima a ti. Mabel está bien sin ti, lo estuvo al mes cuando ya estaba con alguien más.

—No digas esas cosas —levanté un dedo, pero a Nicolas poco le importó —. Mabel...

—Mabel no es una buena mujer, Clarisse sí. Mabel no te ama, no estuvo a tu lado y Clarisse...

—No vayas a decir que ella me ama, por favor —encogió un hombro.

—No sé si te ame, pero sí te aprecia, y mucho, te ha apoyado y es fiel. No puedo decir lo mismo de Mabel —fruncí el ceño.

—¿Qué pretendes decir? ¿Qué tenga una relación con mi secretaria?

—No suena tan descabellado como lo piensas. Además, a tu tía le agrada y a mí también.

—Sí, ya sé que Mabel no les agradaba —abrió el libro de nuevo para seguir leyendo.

—Y por algo no nos gustaba para ti —murmuró.

—Estás loco si crees que eso va a pasar —negué —. Ni lo sueñes.

—Bueno, entonces deja que mi hijo se acerque a ella —me puse de pie como si tuviera un petardo en el culo.

—¡Ni loco! —enfurecí, arrojando el vaso contra el suelo, provocando que se estrellara en miles de pedazos —. No vuelvas a decir eso —bajó el libro y sus ojos claros me miraron de hito en hito —. Antes muerto que dejar que tu hijo le ponga una mano encima a Clarisse.

—Deja que sea feliz con quien ella quiera. Claramente, esa persona no eres tú —zanjó —. No puedes tener todo en la vida, Tanner, mucho menos a Clarisse.

—Solo dices tonterías —alzó una ceja y me recordó tanto a mi difunto padre.

—¿Es una tontería decirte que estás mal? Eso no es una tontería, es la verdad. Clarisse no es de tu propiedad, si no la quieres para nada bueno entonces deja que esa pobre chica haga su vida con quien ella quiera. Matthew la quiere bien, confío en mi hijo.

—¿Recuerdas lo que le pasó a Hannah? —alcé una ceja.

—Lo que pasó con Hannah, fue un accidente...

—Provocado por tu hijo —enmarqué —. Solo Matthew tuvo la culpa por como terminó la pobre Hannah —miraba el libro, pero sin prestarle atención, como si con eso yo fuera a dejar de hablar y criticar a Matthew —. Tu hijo no es perfecto.

—¿Y quién dijo que lo es? —cerró de golpe el libro. Ahora sí me miraba y prestaba atención —. Matthew no es perfecto y está lejos de serlo, ha cambiado, ha mejorado como persona, ha aceptado sus errores —aquellas palabras sentía que iban dirigidas para mí —. Sí, lo digo por ti, Tanner. A pesar de que han pasado tres años sigues aferrado al recuerdo de Mabel, no la quieres dejar ir.

Y no creo que lo haga.

—¿Crees que me gusta vivir así? —se puso de pie.

—Creo que sí. Creo que te gusta atormentarte con el pasado porque te hace sentir que una vez fuiste feliz y que jamás vas a volver a encontrar esa felicidad en ningún lugar. Pero te equivocas, Tanner, la felicidad está más cerca de lo que te imaginas.

Pasó a mi lado palmeando mi hombro.

Regresé a sentarme al camastro pensando en lo que dijo Nicolas. Tal vez tenía razón y yo debía dejar atrás a Mabel y su recuerdo, tal vez y solo tal vez tenía que darme la oportunidad de amar de nuevo y dejar que alguien entrara en mi vida para que me ame. No descartaba nada, pero si eso llegaba a pasar quería que fuera alguien quien estuviera a mi lado para siempre y que no se fuera a la primera como lo hizo Mabel.

Miraba el camino por el que se fue Clarisse junto a Matthew, quería ir con ella y decirle que regresara a la villa, que estuviera conmigo y no con él. Odiaba esta cercanía entre ellos, en estos dos años jamás estuvieron así de cerca y detestaba que ahora, precisamente ahora fuera el caso.

Para intentar despejar mi mente intenté leer el contrato que me mandó Marcos con Clarisse, leer cada punto del documento y no pasar por alto absolutamente nada. Al ser este un proyecto tan grande tenía que leer todo con lujo de detalle, no se me podía escapar nada. Pero mi mente seguía ocupada con Clarisse y Matthew, solo pensaba en lo que podrían estar haciendo o donde estarían.

Entré a la casa y cogí el móvil, marqué el número de Clarisse, pero sonaba una y otra vez, no respondía. Colgué y volví a marcar, pero nada, tal vez ni siquiera se llevó el móvil y yo marcando como si fuera un idiota. Iba a salir de nuevo a la piscina cuando escuché un par de risas que provenían de afuera, esperé hasta que ambos entraron a la casa. Los dos felices, despreocupados, como si yo no estuviera sufriendo por no saber nada de ella.

Se detuvieron de golpe frente a mí. Clarisse se veía más feliz y sin ninguna preocupación. Sus mejillas estaban rojas, su frente perlada en sudor, se echaba aire en el rostro repetidas veces y no se veía bien, nada bien.

—¿Está bien, señorita D? —le pregunté cuándo se quitó el sombrero y después el pareo que cubría su delgado cuerpo. Casi me infarto en el momento que se deshizo de la prenda dejando ver su figura, tetas pequeñas y cintura delgada.

—Tengo mucho calor, ¿no tienen calor? —preguntó a ambos —. Uf, siento la boca seca —se pasó la mano por la frente.

—Clarisse —Matthew intentó poner una mano en su hombro, pero justo en ese momento Clarisse se desvaneció y alcancé a cogerla entre mis brazos para sostenerla y que no cayera al suelo.

—Estoy bien, estoy bien —repitió, pero no se veía tan convencida. Su piel estaba caliente y sudaba mucho.

—No está bien, señorita D, vamos a su habitación —la sostuve entre mis brazos para llevarla a su habitación y que lo que sea que tuviera no fuera nada grave —. Llama al médico —le ordené a Matthew. Lo vi correr de regreso a la sala para llamar al doctor.

—Estoy bien, se lo juro —la dejé en la cama y puse el aire acondicionado, abrí las cortinas de la habitación para que entrara aire fresco —. No tengo nada —la miré de golpe y entorné los ojos.

—No vuelva a decir que está bien y que no es nada o le juro que...—levanté la mano, pero la bajé antes de decir nada.

—¿Qué me hará, señor Russel?

Fui hasta la cama para sentarme a su lado. Cogí su mano con cuidado, pero esta seguía caliente y todavía sudaba en exceso.

—Por ahora cuidar de usted —acaricié su dorso con mi pulgar —. No le puede pasar nada malo —una diminuta, pero bonita sonrisa surcó sus labios.

—Ahora quien tiene que agradecer soy yo —palmeé su mano.

Matthew no tardó en entrar y detrás de él lo hizo su padre que al ver a Clarisse se llevó una gran sorpresa por el estado en el que se encontraba. Era raro verla así cuando siempre se mostró como una mujer fuerte, casi invencible, pero ella también podía enfermarse y eso lo estaba entendiendo ahora.

—Debiste imaginar que el sol le haría daño —le reclamé a Matthew. Se sorprendió al escucharme decirle esto.

—Pues no lo sabía —se quejó.

—Pues debías saberlo —espeté, molesto con él. Era tan idiota que a veces me daban ganas de golpearlo con un bate.

—No soy brujo —respondió.

—Ojalá lo fueras —las miradas que nos echaba Nicolas eran las mismas que nos hacía cuando éramos niños.

—Dejen de pelear y compórtense, Clarisse no se siente bien —bufó, un poco molesto —. ¿Cómo se siente, Clarisse? —apartó el flequillo con dos de sus dedos. Se veía un poco mejor pero no del todo.

—Estoy bien —repitió como si fuera su mantra, cuando en realidad no estaba bien. La conocía de hace dos años y sabía que no estaba nada bien. Clarisse Dawson era una mala mentirosa —. No es nada....

—Es un golpe de calor —informó el doctor después de revisar a Clarisse. Estábamos todos en la habitación esperando que nos diera instrucciones de como evitar que esto volviera a pasar.

—Le dije que sí era algo y usted insistía que no —entorné los ojos. Mantenía los brazos cruzados sobre mi pecho.

—Debe evitar las temperaturas altas, le recomiendo lugares frescos con ventilación, ropa cómoda y fresca también. Tomar mucha agua y electrolitos para evitar deshidratación —informó.

Todos miramos a Clarisse esperando que dijera algo, pero de su boca no salía nada, ni una palabra. Se mantenía en su cama con un pijama de tela ligera para que la temperatura bajara un poco. Ya no tenía las mejillas rojas, ya no se veía tan enferma, pero aun así no dejaba de preocuparme por ella.

—Descanse y no salga mucho. Estos días en particular han estado muy soleados y si no está acostumbrada a altas temperaturas llega a pasar esto —dijo el hombre. La miré como diciendo: "Se lo dije, pero usted no hizo caso".

—Lo siento tanto, Clarisse —se disculpó Matthew —. Debí imaginarme que esto podría pasar.

—Esto es lo que debe tomar —dijo el doctor entregándome la receta médica —. Que no se exponga al sol y todo va a estar bien.

—Yo lo acompaño —habló Nicolas —. Matthew, vamos —casi obliga a su hijo para salir con él, ya que el rubio no se quería mover de aquí y yo ansiaba que se fueran de una vez por todas y que nos dejaran solos —. Matthew, vamos —insistió Nicolas.

Ambos salieron de la habitación. Me senté en la cama al lado de Clarisse, tomé su mano entre las mías y su piel ya se sentía más tibia, no tan caliente como hace rato.

—¿Ya se siente mejor? —asintió con la cabeza.

—Sí, ya no tengo tanto calor —sonrió, apenada.

—No vuelva a hacer esto, señorita D —le pedí —. Sé que no fue su culpa y que no quería que esto pasara, pero me asusté cuando la vi así de mal.

—Usualmente, soy yo quien cuida de usted —confesó —. Y ahora...

—Ahora yo voy a cuidar de usted, señorita D, lo que necesite me dice y se lo traigo. Lo que sea —su piel era tan pálida y se notaban las venas de sus manos, tenía bonitas pestañas y unas cuantas pecas en la nariz, además de que poseía unos abismales luceros de color azul claro, eran casi grises —. No importa lo que sea.

—¿Por qué hace esto? No es su obligación.

—No, tal vez no lo es, pero quiero cuidarla, usted lo ha hecho estos dos años.

—No tiene que hacerlo, lo sabe, ¿no?

—Lo sé, pero permítame que lo haga —apartó su mano como si mi toque le doliera, como si aquello fuera el peor daño que estuviera provocando en sí.

—No sé si quiero —su confesión me tomó desprevenido porque no pensé que me fuera a decir esto, pero lo merecía, claro que lo merecía más que nadie en este mundo. Me comporté como un imbécil con ella y lo tenía bien ganado.

—¿Por qué? —le pregunté. Se sobó el brazo con cuidado, dejando de mirarme por algunos segundos.

No me mires así, Clarisse, me estás matando.

—Usted es mi jefe y yo solo soy su empleada —musitó trémula.

—Usted no es solo una empleada —hasta yo me sorprendí de mis palabras, pero eran ciertas —. Es mi asistente, me acompaña y ayuda, mi familia la quiere mucho.

Más que nada el imbécil de Matthew.

—Eso no significa nada.

—Para mí sí. No sé qué haría si algo le llegara a pasar, no podría...—me quedé callado en el momento que sentí un nudo en la garganta.

—Señor Russel —su voz se suavizó a tal punto que solo era una baja melodía que solo yo podía escuchar —. Me hace sentir tan feliz —de nuevo cogí su mano para apretarla con delicadeza.

—Solo quiero que sea feliz, señorita D —las comisuras de sus labios se estiraron a tal punto que una arruga se formó en su mejilla. Se veía tan adorable e ingenua, aunque dudaba que lo segundo fuera así.

—Lo-lo soy, señor Russel.

Tal vez debía decirle que me acordaba perfectamente de lo que pasó la noche anterior, que sí recordaba todo con lujo de detalle, pero no lo haría, no por ahora. Yo también estaba confundido, pero no quería que Matthew se acercara a ella, que pasara lo mismo que con Hannah y terminara así de mal. Clarisse era muy importante para mí porque no solo era una empleada más, estos dos años se convirtió en una persona valiosa a la que quería ver bien, pero si ella se iba con Matthew eso no iba a pasar.

—Estos días no hará nada, se va a quedar en la casa y yo me voy a encargar de todo....

—Pero señor, hay muchas cosas que hacer todavía. Hay que arreglar una última cena con los socios y tengo que pedir los boletos para regresar...—puse un dedo sobre sus delgados labios para que guardara silencio.

—Yo puedo hacer todo eso, señorita D —se quedó estática en su lugar, sin mover un músculo y yo sentía que mi corazón latía rápido —. No soy un inútil que no sabe hacer nada —bajé el dedo de sus labios —. Descanse, entre Nicolas, Matthew y yo nos hacemos cargo de todo —le hice un guiño y me puse de pie. Me giré sobre los talones para salir de su habitación y dejarla sola.

—Señor Russel —me detuve de golpe al escucharle hablar, giré medio cuerpo para contemplarla —. Gracias, por todo —cogió un mechón de su cabello para pasarlo detrás de su oreja.

—No es nada, señorita D, descanse —asintió. Salí de su habitación y cerré la puerta encontrándome con Matthew, para mi desagrado —. Está descansado —quiso pasar a mi lado, pero levanté el brazo para impedirle el paso —. ¿Qué parte no entendiste? —alcé una ceja.

—Tanner, por favor...

—Por favor nada —espeté —. Deja que descanse, ya que por tu culpa está así —mascullé, molesto, con ganas de golpearlo una y otra vez.

—No está así por mi culpa, Tanner, yo no hice nada —refutó, pero nada de lo que dijera este traicionero me haría cambiar de opinión respecto a él. Tal vez parecía una buena persona, pero en realidad no lo era.

—Déjala en paz —le exigí —. No te acerques a Clarisse, no quiero que pase lo mismo que pasó con Hannah —al decir su nombre abrió los ojos de par en par —. No creas que me he olvidado de ella, nunca lo haría. Deja en paz a Clarisse, todo lo que tocas se rompe, se pudre, Clarisse no será una más. No lo será —lo señalé de manera despectiva.

—Yo no tuve la culpa de lo que pasó con ella...—se quiso defender, pero antes de que dijera una palabra más lo detuve.

—¿No eres el culpable de que ahora mismo Hannah esté en un psiquiátrico? —lo cogí del brazo para llevarlo lejos de la puerta. No quería que Clarisse escuchara nada de lo que estaba a punto de decirle —. ¿No es tu culpa que ha caído en el mundo de las drogas? —lo empujé contra la pared —. ¿No es tu culpa que pasó de ser una linda chica con sueños y aspiraciones a una chica rota dependiente de la cocaína? ¿No fuiste tú el responsable de eso?

—¡No! Yo no hice nada de lo que dices. Lo único que yo hice fue cuidar de ella cuando tú la dejaste por irte con Mabel, quien también te dejó, Tanner. Yo estuve ahí para Hannah, cada día hasta que no pude salvarla, porque ella no quería ser salvada —me señalaba con un dedo —. Hice todo lo que pude...

—¿Por eso la mandaste a ese lugar? —inquirí.

—¡Fue la única opción! Estaba muy mal, cada tanto se quiso quitar la vida por tu culpa, Tanner, porque la dejaste por otra mujer, porque se sumió en una depresión que la llevó a las drogas. Hice lo que pude, Tanner, hago lo que puedo por ella.

—Pues no haces mucho —se llevó ambas manos a la cabeza, frustrado.

—¿Y qué has hecho tú? ¿Cuándo fue la última vez que la fuiste a ver? ¡Nunca has ido! La dejaste botada cuando encontraste a una persona mucho mejor así como haces con todas las personas. ¿Qué harás con Clarisse? ¿Qué pasaría con ella si es que a la loca de Mabel se le ocurre regresar? La vas a dejar de eso estoy seguro —lo cogí del cuello de su camisa para estrellar su espalda contra la pared.

—¡Cállate si no sabes nada! Cierra la maldita boca —mi mandíbula se tensó, apreté los puños cogiendo su ropa.

—Yo no voy a dejar que tú le hagas daño a Clarisse, porque no se lo merece. Ella no se merece a alguien como tú, Tanner —se zafó de mi agarre con furia. Me miró severo y se alejó por el pasillo para ir a la sala.

—Idiota —me pasé los dedos entre el cabello.

Quería echarlo a patadas de la vida de Clarisse y que no se acercara a ella, pero estaba tan encaprichado que sería imposible alejarlo de ella, evitar que cayera en sus mentiras.

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