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Capítulo 6. ❄

Clarisse

Mi respiración era irregular, mi corazón latía a un ritmo que jamás creí posible pudiera latir. Mantenía mis manos apoyadas en la pared, ya que si las despegaba unos milímetros sería capaz de tocarlo, acariciar su rostro como tanto quería y cometer la idiotez de decirle cuánto lo amaba, cuánto deseaba que esto pasara.

Pero no, no lo hice. Detuve cada uno de los impulsos locos que me pedían a gritos terminar con esto de una vez y que pasara lo que tuviera que pasar. Si me despedía que así fuera, pero tenía que decirle de una vez que cada que lo veía no había nadie más para mí, que soñaba con él despierta y no eran precisamente sueños donde él y yo jugamos damas chinas. Si tan solo supiera que en mis sueños él azotaba mi culo y yo disfrutaba como una sin vergüenza, tal vez así se daría cuenta de que mis sentimientos hacia él no eran precisamente los de una empleada a su jefe.

Basta, basta.

Tomé una larga respiración cuando de nuevo me miró a los ojos y sus pupilas se quedaron pegadas a las mías con pegamento. Como si fueran un imán que no se puede separar del otro. Lo vi mojarse los labios y mirar un poco demás los míos, su mirada añil subió de nuevo a mis ojos y se quedaron ahí un par de segundos que los sentí como una eternidad.

—Señor Russel...—pasé saliva para refrescar mi garganta, la sentía seca —, creo que lo mejor es que vaya a su habitación —sugerí, pero cuando negó con la cabeza supe que no iba a ser fácil llevar al borracho de mi jefe a su habitación.

—Necesito saber que pase lo que pase no me va a dejar —su mirada estaba apagada. Tenía ese brillito en particular por todo el alcohol que consumió quién sabe a qué hora. Nunca lo había visto así y no sé si me gustaba —. Tiene que jurarme que no se va a ir con Matthew.

—Se lo...—me calló poniendo un dedo sobre mis labios. Aquello no ayudó en nada con la gran y sucia imaginación que tenía. Para mí en ese momento me tomó con fuerza y me arrojó contra la cama donde reboté un par de veces, de una manera salvaje que no le había visto nunca se acercó, tal como lo hace un depredador con su presa, besó mis labios con ímpetu y no precisamente los de arriba.

Espabila, Clarisse.

—No me jure nada, Clarisse, solo cúmplalo —sin poder rechistar le dije que sí con la cabeza.

—Está bien señor. Pero, ¿podemos ir a su habitación? —sus ojos, que eran tan pequeños se abrieron de par en par tomando un brillo que no le había visto en estos dos años que trabajé para él —. No-no es lo que usted piensa...—quise aclarar. Desvié la mirada hacia mi lado derecho, pero acunó mi mejilla con su dedo índice y pulgar, casi forzando para que lo mirara a los ojos.

—¿Y qué se supone que estoy pensando, Clarisse?

Joder. En este punto yo ya estaba más mojada que toalla en la alberca, escurría deseo entre mis piernas y casi mojaba el interior de mis muslos.

—N-no sé, señor Russel —tenía que dejar de mirar sus labios, sus ojos, su cabello, todo. ¡Todo! O podía sufrir un colapso nervioso. Tenerlo tan cerca no ayudaba a mi estabilidad emocional ni al amor casi enfermizo que sentía por él —. Solo digo.

¡Aléjate de mí, demonio tentador!

Tal parecía que lo hacía a propósito, tenerme acorralada entre la pared y su hermoso y delicioso cuerpo, provocar y picar más y más esa espinita de deseo hacia él. No sé si no estaba consciente de que yo era una hoguera andante que con tan solo una chispita de su atención me encendía peor que un incendio forestal fuera de control.

Hormonas, tranquilas.

—Vamos a su habitación —le pedí una vez más, con la voz tan bajita que apenas pude escucharme —. Necesita descansar.

—No necesito nada de eso, Clarisse —si seguía diciendo mi nombre de esta manera tan sexi y descarada me iba a importar un pepino la ética y le iba a arrancar su costosa ropa del cuerpo.

—¿Entonces qué necesita? —alcé una ceja. La punta de su nariz rozaba peligrosamente la mía.

La tentación tiene nombre y apellido; Tanner Russel.

—Si se lo digo es probable que me abofetee, pero viendo el estado en el que se encuentra dudo mucho que lo haga.

Oh my gosh.

—Señor Russel —subí mis manos a su pecho, su duro pecho. Sus músculos se tensaron ante mi toque. Fue mala idea tocarlo porque cada una de mis fantasías se reavivó en ese momento, todos los escenarios que había estado imaginando estos dos años regresaron de golpe en ese preciso momento y ahora solo quería huir de aquí, correr para alejar las perversidades que me acechaban al tenerlo tan cerca.

—Señorita D —le di un suave empujón para alejarlo, necesitaba espacio, necesitaba tenerlo lejos.

—¿Vamos a su habitación? —asintió. De nuevo se mojó los labios en un lento y pausado movimiento que me mojó las bragas, más de lo que ya las tenía mojadas.

—¿Me va a acompañar hasta mi habitación?

—Si usted quiere...

—Sí quiero —se adelantó.

—Vamos —al fin pude respirar con tranquilidad cuando se apartó. Se tambaleó y logré cogerlo para que no cayera y fuera a estrellar su bonito rostro contra la pared al lado de la puerta. Me regaló una bonita sonrisa que hinchó mi corazón, si es que se podía hinchar más de felicidad.

Puso su mano en mi espalda baja, lo cogí de la cintura para poder sostenerlo mejor porque al ser más alto y pesado casi me voy de bruces con él al piso. Chocamos un par de veces contra la pared, menos mal que ni su tío Nicolas ni Matthew salieron con el escándalo que hicimos para llegar a su habitación.

—Espero que mañana no se acuerde de esto —murmuré con toda la intención de que no escuchara lo que dije, pero tenía mejor oído que yo y en medio de aquel pasillo donde no había ruido claramente pudo escucharme hablar.

—Estoy ebrio, Clarisse, no soy tonto. Me voy a acordar de todo.

Pues espero que no.

Al llegar a su habitación empujó la puerta con la mano hasta dejarla abierta por completo. Fuimos a su cama y cayó sobre el colchón como si fuera un saco de papas, cerró los ojos de inmediato. Ignoraba cuánto bebió y donde porque en su habitación no había ni una botella de alcohol.

—Señorita D —habló, creo que eso hizo porque se escuchaba más como el quejido mortífero de un cachorrito.

Me arrodillé para quitarle los zapatos y dejarlos a un lado de la cama.

—Gracias.

—¿Gracias por qué? —me senté a su lado en la cama y le ayudé a sentarse también para poder quitarle la chaqueta que llevaba puesta. Al final solo se quedó con los pantalones y la camiseta, le hubiera quitado todo, pero no me iba a aprovechar de su penosa situación.

—Gracias por todo.

—Es mi trabajo cuidar de usted —musité.

De nuevo cayó sobre el colchón con los ojos cerrados, no tardó en quedarse dormido y yo en regresar a mi habitación. Quería descansar e intentar dormir, pero me iba a ser imposible, ya que mi corazón seguía acelerado por todo lo que había pasado esa noche. Primero con Matthew, sabía que coqueteaba conmigo, era tonta, pero no tanto como para no darme cuenta de sus intenciones, al igual que me daba cuenta de que a Tanner no le gustaba nada que su primo se acercara a mí y no sabía si era por el hecho de que era su empleada o qué, pero eso era más que obvio.

Antes de dormir salí al balcón para mirar el mar y la playa, y a pesar de que eran más de la doce de la noche todavía había personas yendo de un lado al otro. Había una fiesta por ahí y otra por allá.

Quise llamar a Didi, pero descarté esa idea cuando me metí a WhatsApp y no estaba conectada, ella seguía trabajando así que me imagino que estaba cansada y necesitaba reponerse de tanto papeleo.

****

Al día siguiente lo primero que hice fue darme un largo baño para relajar mis hombros, todo lo que pasó la noche anterior me tenía mal. No pude dormir como debía, no dejaba de pensar en Tanner, en todo lo que me dijo y como se acercó a mí. Estaba ebrio, eso explicaba muchas cosas, pero aun así no dejaba de afectarme tanta cercanía de su parte cuando apenas y me tocaba la mano o me decía algo lindo. No sabía como me iba a comportar al tenerlo cerca, si de por sí se me dificultaba hablar sin parecer una idiota, ahora sería mucho más difícil que no me diera un paro cardiaco por su culpa.

Salí al comedor y solo estaban el señor Nicolas junto a Matthew que platicaban de algo en particular, pero al verme llegar los dos se callaron de golpe.

—Buenos días —saludé a los dos.

—Buenos días, Clarisse —Matthew se puso de pie y jaló una silla para que me sentara a su lado.

—Buenos días, señorita Dawson —saludó el señor Nicolas —. ¿Cómo está, Tanner? —su hijo lo miró confundido.

—¿Tanner está enfermo? —preguntó Matthew. Aquella pregunta me revolvió el estómago.

—Ayer en la noche llegó algo tomado —informó Nicolas —. Por eso le pregunto a Clarisse, es la asistente de Tanner —ambos se me quedaron viendo y yo solo quería que la tierra me tragara.

—Lo vi anoche —me acomodé las gafas —. Pero no hablamos mucho. Hoy no lo he visto —obviamente omití el hecho de que estuvo en mi habitación, que lo tuve cerca, tan cerca que casi lo beso y lo dejo desnudo. Ellos ni nadie tenían por qué saber eso —. Pero mejor lo voy a ver —hice el amago de ponerme en pie, pero el señor Nicolas movió su mano para decirme que me quedara en mi lugar.

—Primero desayuna y después vas a verlo —asentí.

Hice lo que el señor Nicolas me ordenó y desayuné con ambos, pero no dejaba de pensar en Tanner que algo pudo pasarle mientras dormía, él no era de levantarse tarde o dormir así, siempre era el primero en estar presente para desayunar. ¿Y si se cayó en el baño? ¿Si se vomitó y se ahogó?

Deja de pensar esas cosas, Clarisse.

Cuando terminamos de desayunar lo primero que hice fue coger una taza con café e ir a su habitación para comprobar que estaba bien y que nada malo le había pasado.

Me detuve cuando llegué frente a la habitación y antes de tocar a la puerta tomé una larga respiración para intentar calmar estos nervios que me sacudían por dentro. Levanté la mano y formé un puño para dejar dos golpecitos sobre la madera, esperé unos segundos en los que no obtuve respuesta del otro lado y volví a tocar esperando que esta vez Tanner respondiera a mi llamado. Si no salía iba a tirar esa puerta de una patada.

—Adelante —escuché después de unos segundos. Empujé la puerta con cuidado llevándome la grata sorpresa de ver a mi jefe con solo una toalla alrededor de su cintura, torso desnudo, brazos perlados en diminutas gotas de agua que resbalaban por todo su cuerpo, cabello húmedo y despeinado.

—Lo siento —di un paso atrás.

—No pasa nada, señorita D —y volvimos con las formalidades —. Adelante.

Notó la taza con café en mi mano y se acercó para cogerla. Nuestros dedos se rozaron y llevé las manos detrás de mí, sentía que las mejillas me ardían y necesitaba un largo baño con agua helada.

—Le traje café, creo que lo necesita —asintió llevando la taza a sus labios. Sin dejar de mirarme asintió con la cabeza —. ¿Cómo se siente? ¿Necesita pastillas para el dolor de cabeza? —negó.

—Había unas en el baño y me tomé un par —explicó —. Ayer... Yo... No sé si hice algo malo o dije algo que no debía —negué de inmediato.

Una parte de mí se decepcionó porque no se acordaba de nada, porque todo lo que pasó ayer para él no existió, había una gran laguna mental en su cabeza. Pero otra parte se alegró porque no recordaba nada y eso fue un gran suspiro para mí, ya que no sabía como iba a lidiar con el hecho de que por primera vez en dos años estuvimos tan cerca de lo que íbamos a estar jamás.

—No hizo ni dijo nada malo —me sonrió.

—¿Segura? —inquirió, mirándome a los ojos fijamente. Ni siquiera podía sostenerle la mirada, me sentía cohibida ante su presencia descomunal.

—Segura, señor Russel —forcé una sonrisa que no llegó a mis ojos.

—Solo recuerdo que me trajo a mi habitación, pero de lo demás no recuerdo nada —mis labios formaron una línea delgada —. Si hice algo malo me puede decir, con confianza.

—No hizo nada, señor Russel. Si me disculpa tengo cosas que hacer —me di la vuelta para salir de aquí.

—Espere —me detuve a escasos centímetros de la puerta —. ¿Hará algo esta tarde?

—Voy a salir con Matthew —sin permitir que dijera nada más salí de su habitación yendo a la mía para morder una almohada. Sentía coraje y frustración. Me sentía una tonta.

Tanner nunca se va a fijar en ti, Clarisse, entiéndelo de una vez.

Quizá tenía que hacer caso a lo que alguna vez me dijo Didi, pensar en la posibilidad de tener algo con alguien más que no sea Tanner, quien está lejos de mi alcance, porque aquí como en la película de "La dama y el vagabundo" yo era el vagabundo y Tanner la dama. Así que tenía que mirar hacia otro lado, con alguien que estuviera más cerca de mi alcance y no tan imposible como Tanner Russel.

Toda la mañana y parte de la tarde intenté ignorar al idiota de mi jefe, pero era casi imposible, ya que si tenía alguna duda de algún documento me preguntaba a mí y si era algo que tuviera que ver con asuntos legales le preguntaba a Matthew, pero más que nada a su tío, parecía tenerle un tremendo rencor a su primo que quien sabe de donde surgió porque desde que empecé a trabajar para él tenían esta relación de odio mutuo.

Ya por la tarde y sin tener nada que hacer llamé a Didi, le platiqué todo lo que había pasado la noche anterior, ella al igual que yo estaba molesta y no era para menos. Casi coge un vuelo para venir a darle unos palazos a Tanner.

—Lo que tienes que hacer ahora es darle un golpe que no se espere —la miraba a través de la pantalla. Estábamos haciendo videollamada. Marcy estaba a su lado sentada en sus pompis, ladeando la cabeza sin entender que hacían las Karen's.

—¿Y qué se supone que voy a hacer? Tanner ni me fuma.

—Pues yo creo que no es del todo así. Por lo que hemos visto le molesta que estés con Matthew y precisamente hoy tienes una cita con él.

—No es una cita —le aclaré.

—Como sea —me ignoró —. Te vas a poner uno de los trajes de baño que metí en tu maleta de contrabando —entorné los ojos —. Te pones ese labial rojo que te hace ver sexi y te largas con él a la playa. Procura verte como una perra para que vea que ya tienes quien te diga cosas lindas —casi le pego de no ser porque estaba a miles de kilómetros de distancia —. Tanner tiene que saber que tienes una vida lejos de él, que tu mundo no gira a su alrededor.

—Pero sí lo hace —me encogí de hombros.

—¡Pero él no debe saberlo! —me gritó —. No estás a su entera disposición, no solo existe él, no eres de su maldita propiedad. Que de una vez se dé cuenta.

—De acuerdo —suspiré —. ¿Me vas a ayudar? Sabes que no sé como hacer estas cosas —levantó ambos pulgares y su sonrisa se ensanchó.

—Así se habla. Mueve ese culo blanco y busca en la maleta los bañadores y te digo cuál ponerte.

Al final terminé con un traje de baño de dos piezas que dejaba ver las pocas curvas que Dios me dio, mis piernas estaban demasiado pálidas y Didi sugirió ponerme bajo los inclementes rayos del sol como si fuera una lagartija o mejor, un pollo rostizado sobre las brasas. Dejé mi cabello suelto y me maquillé un poco, solo usé máscara para pestañas y el labial rojo que dijo Didi. Cuando levantó los pulgares aprobando mi atuendo supe que había hecho un buen trabajo.

Me puse un pareo para cubrirme un poco sin tapar por completo mi traje de baño. Cuando salí a la sala Matthew esperaba impaciente y al verme sus ojos se abrieron grandes.

—Te ves muy bonita, Clarisse.

—Gracias —me invitó a salir por la parte trasera de la casa donde estaba el patio y la alberca. Para mi buena suerte Tanner estaba junto a su tío que nos deseó suerte, mientras que su sobrino no decía nada. Me puse el sombrero de paja para cubrirme un poco del sol y fuimos a la playa. Aunque estaba un poco ciega me di cuenta de que Tanner no dejaba de mirarnos en la distancia, hasta que lo perdimos de vista.

Eso me hizo sentir mucho mejor, porque como dijo Didi, mi vida no tenía que girar alrededor de él por más que yo lo quisiera así.

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