Capítulo 5. ❄
Tanner
—¿Qué haces Tanner?
Conducía a baja velocidad, mirando a ambos lados de la calle. Pedí un auto prestado y salí lo más rápido que pude de la villa. No tenía mucho que Clarisse salió de la casa y esperaba verla por ahí, junto con el imbécil de Matthew, pero por más que miraba con detenimiento no lograba verla a ella o el tonto de mi primo.
—Esto es una locura, no debería estar aquí siguiendo a mi secretaria. Lo que debería hacer es dar la vuelta y regresar a casa.
¿Entonces por qué no lo hago?
—Porque soy un idiota desconfiado, por eso —bajé más la velocidad para observar mejor mi alrededor, hasta que por fin encontré a Clarisse y Matthew. Iban uno al lado del otro, ella se reía a carcajadas de alguna estupidez que de seguro dijo el tonto ese. Dieron la vuelta en la esquina y siguieron de frente. A esta hora de la noche había muchas personas en la calle, todas con alguna golosina en las manos o dentro de algún restaurante.
Me detuve del otro lado de la calle y los vi entrar a un restaurante. No sé si para mi buena o mala suerte se sentaron en una de las mesas que daba a la calle y tuve que alejarme un poco para que no me vieran. Aún no decidía si me iba a quedar a mirar todo el espectáculo o al aburrirme regresaría a la villa.
—Qué patético eres, Russel —busqué algo con lo que pudiera distraerme, pero en la guantera solo había unos folletos de la ciudad —. Genial, ahora te vas a aburrir aquí.
Una joven con un bonito delantal bordado con flores de muchos colores se acercó a ellos que miraban el menú con detenimiento, cruzaron unas palabras y la chica se alejó para dejarlos solos de nuevo. Matthew cogió una de las botellas de agua y se la sirvió a Clarisse en el vaso que tenía frente a ella. Charlaron algunos minutos, Matthew aprovechaba cualquier oportunidad para rozar su mano con la de Clarisse o tocar su cabello, también la observaba más de lo debido y yo sentía que la sangre me hervía en las venas.
No sé qué tanto le decía por qué Clarisse se sonrojaba de vez en cuando, sus mejillas se teñían sutilmente de color carmín, se miraba apenada y lo único que quería era sacarla de ahí a como diera lugar.
—Cálmate, Tanner, no vas a ganar nada con enojarte. Al contrario, Clarisse va a pensar que estás loco.
En un punto entre el aperitivo y el postre se acercó un niño que vendía golosinas y cigarrillos. Lo miré raro porque a su edad no debería estar a estas horas en la calle o vendiendo golosinas, pero también entendía que la vida aquí era tan diferente a la de la ciudad.
—¿Cuántos años tienes? —levantó la cabeza de su canasta con golosinas para mirarme.
—Diez años, señor —su vocecita salió baja y con pena.
—¿Y qué haces a estas horas en la calle? ¿No tienes padres? —asintió —. ¿Entonces? —cogí un par de dulces.
—Mi mamá está enferma y mi papá debe estar bebiendo —ahora lo entendía todo.
—¿Tienes hermanos?
—Dos, señor —busqué dinero en la cartera sin quitarle los ojos de encima a Clarisse y Matthew.
—Toma —le entregué una buena cantidad de dinero, mucho más de lo que costaban todos las golosinas que tenía en la canasta.
—Pero esto es mucho dinero, señor —tenía los ojos abiertos de par en par.
—Lo sé —le entregué una tarjeta con la dirección de la villa —. El día que puedas ir te veo en esta dirección —señalé la tarjeta —. No vayas a faltar. No es nada malo, te lo juro.
En sus labios se dibujó una gran sonrisa que me hizo feliz de tan solo verlo. Puse mi mano en su cabeza para despeinar su cabello —. Ve a casa que ya es tarde y dale ese dinero a tu madre nada más.
—Sí señor, muchas gracias. Gracias —se echó a correr y lo perdí de vista cuando dobló en una esquina. Esperaba que estuviera bien y que no le hicieran nada.
Cuando miré en dirección al restaurante Clarisse junto a Matthew iban saliendo. Dieron un par de vueltas por ahí. A veces me quedaba a una distancia prudente mirando lo que hacían y otras más los seguía en el auto, esperando que no me vieran. Clarisse miraba sobre su hombro algunas veces, quizá sabía que los estaba vigilando.
—Eres un paranoico, Russel.
Clarisse
—¿No sientes que alguien nos observa? —le pregunté a Matthew. Al igual que las otras veces negó con la cabeza —. Puedo jurar que alguien nos sigue —miré sobre mi hombro disimuladamente, pero no vi nada raro. Las personas iban y venían a nuestro alrededor, nadie se fijaba de más en nosotros, pero tenía esa extraña sensación de tener un par de ojos pegados en mi nuca, siguiendo cada uno de mis movimientos.
—¿Te gusta trabajar para Tanner?
¿Por qué me tiene que hacer esta pregunta?
—¿A qué se refiere? —me miró directamente con los ojos ligeramente entornados.
—Si te gusta trabajar para él, estar a su lado —hice el amago de acomodarme las gafas, pero recordé que no las llevaba puestas y qué raro se sintió no ver en definición HD 4K ultra, hasta puedo jurar que los colores se veían opacos sin mis gafas.
—Es agradable, además el señor Russel me dio la oportunidad de tener una buena paga y todas las prestaciones —le dije.
—Ya. Pero, ¿se porta bien contigo? —fruncí el ceño y entorné los ojos.
—Como mi jefe, así debe ser, ¿No?
No sabía a donde quería llegar con todas estas preguntas sin sentido, o no tenían sentido para mí porque para él sí lo tenían.
—No sé, dime tú como se comporta —el agarre en mi bolso se afianzó y sentí un poco de desconfianza en él. Cada vez que me veía me preguntaba lo mismo con respecto a su primo.
—Es educado y me trata bien, creo que después de dos años trabajando para él ya hay un poco de confianza. Se porta bien con todos los empleados y no hay distinción entre uno o el otro —lo miré por unos segundos antes de que girara la cabeza para mirarme. Me sentí cohibida al tener sus ojos fijos en mi rostro.
—¿Y no has pensado en ejercer lo que estudiaste? —sacudí la cabeza de inmediato.
—Es algo que no me puedo permitir por ahora. El trabajo demanda todo mi tiempo y tendría que dejarlo para poder ejercer —hizo un asentimiento lento —. Por ahora me conformo con saber que está ahí y que un día voy a tener el tiempo para escribir como yo quiero.
—Algún día me gustaría leer algo tuyo... Claro, si me dejas —reí un poco negando —. ¿Por qué no? Yo creo que escribes muy bien.
—Lo dice porque no ha leído nada mío.
—Clarisse —se detuvo de golpe y yo detrás de él —. ¿Cuántas veces te he dicho que me hables de tú y no de usted? —me encogí en mi lugar.
—Muchas —mis dedos se asieron a las correas de mi bolso.
—Yo no soy Tanner —di unos pasos para quedar a su altura.
Eso está claro.
Seguimos caminando por el pueblo. La brisa salada del mar llegaba hasta las calles repletas de personas que disfrutaban de alguna bebida típica de la zona o algún chuche. Nos detuvimos varias veces para que Matthew comprara algunos recuerdos y yo también comprara para Didi porque estaba segura de que lo primero que haría cuando llegara sería preguntar que les compre a ella y Marcy.
—Gracias —le dije cuando pagó un chuche de coco de color naranja que estaba suave y no picaba como los demás.
—Mamá me dijo que le lleve todo lo que pueda, le encantan los dulces mexicanos —comentó.
Conocía a la madre de Matthew y era una mujer tan agradable, más que su esposo, era amable y dulce, se notaba cuánto quería a su hijo y también a Tanner. No iba mucho a la empresa, pero cuando llegaba a ir por algún asunto llevaba galletas o panes que compartía con todo el mundo. Fue la segunda madre para Tanner el día que sus padres fallecieron cuando era un niño.
Tal vez si los padres de Tanner estuvieran fueran igual de amorosos y él no fuera tan seco y distante. O quizá fue el hecho de que la mujer que él más amaba lo haya dejado, por eso es que él era así con casi todo el mundo. Pero solo yo conocía al Tanner lindo y afectuoso, no quería que ese Tanner muriera nunca. Había muchos detonantes para que fuera de esta manera, pero cuál fuera no importaba porque eso le daba ese toque misterioso y atractivo que a las mujeres como yo les gustaba, sabían que entre más frío y distante era más caliente y sensual.
Por favor, Clarisse, deja de pensar en tu jefe.
Eché a patadas esos pensamientos impuros para prestarle atención a Matthew que seguía hablando de su madre y cuánto ama los dulces mexicanos. Dimos una vuelta más por el lugar antes de decidir regresar a la villa y así descansar un poco, el no usar tacones me estaba matando los pies, me los quería arrancar desde la raíz. Didi hubiera estado muy decepcionada de mí.
—Me gustaría salir una vez más —habló Matthew abriendo la puerta principal de la casa. A esta hora de la noche no había nadie, solo las luces de la sala estaban encendidas, pero no había nadie por ahí —. Podemos ir a la playa, ¿te gustaría? —asentí con una sonrisa sobre los labios.
Era agradable pasar tiempo con Matthew, conocerlo fuera del trabajo y no hablar solo de papeles y firmas. Creo que entre él y Didi eran las personas que más me entendían con respecto a la escritura.
—Me gustaría.
—¿Mañana? —preguntó —. Que yo sepa no vamos a hacer nada, ¿o sí? —me quedé pensando si había algo apuntado en la agenda para el día siguiente, pero todo estaba en blanco.
—No que yo recuerde —sonrió feliz. Casi pega de brinquitos frente a mí.
—¡Genial! —se calmó, pero todavía estaba demasiado efusivo, como si fuera un niño al que le acaban de dar una buena dosis de azúcar —. Entonces en la tarde vamos a dar una vuelta a la playa.
—Me parece perfecto —se acercó para dejar un tierno beso en mi mejilla, muy cerca de mis labios.
Dejó que pasara primero para ir a nuestras habitaciones y cada uno entró en la pieza que le correspondía. Empujé la puerta y antes de hacer otra cosa me quité los tacones, si los llevaba puestos un segundo más me iba a cortar los pies, lo juro.
Al quitarme los tacones encendí la luz y fui a la cama para sentarme y dejar caer mi espalda en el colchón, pero antes de hacer nada alguien tocó a la puerta. Tal vez era Matthew que se le había olvidado decirme algo, así que no pregunté quién estaba detrás.
—Pasa —la puerta se abrió lenta y pausadamente. Me incorporé sobre mis codos llevándome una gran sorpresa al ver a mi jefe apoyado desde el marco de la puerta. Mirando un poco demás mis piernas porque el vestido se me subió unos centímetros —. Señor Russel.
Bajé la tela apresuradamente sintiendo mis mejillas rojas.
—¿Se la pasó bien? —fue su única pregunta. Me miraba de una manera que me hacía sentir rara... extraña.
—¿Disculpe?
—¿Cómo estuvo la cena? —me puse de pie para recoger los tacones, pero antes de que mis dedos rozaran las tiras de estos su mano en mi muñeca me atrajo a él, me empujó suavemente contra la pared provocando un bajo jadeo que abandonó mi garganta —. ¿Le gustó cenar con Matthew?
Su mano subió a mis labios y con el pulgar trazó el contorno de mi labio inferior. Tuve la necesidad de apartar mis manos de él abriendo las palmas para aferrarme a la pared. Mi cuerpo estaba bullendo, sentía la piel caliente.
—No-no entiendo —el sabor del alcohol me golpeó la punta de la nariz. Ahora lo entendía todo; había bebido por eso se comportaba así conmigo de otra manera ni siquiera le hubiera importado que saliera con Matthew.
—Está borracho y debe descansar.
—No me diga lo que tengo que hacer, señorita D —subió la mano izquierda a la pared, justo a la altura de mi rostro. Su cuerpo se acercó unos centímetros en los que puede percibir el ligero roce de su ropa con mis brazos desnudos.
—Señor Russel...—pasé saliva —. Regrese a su habitación...
—Matthew te quiere alejar de mí, Clarisse...
Sí recuerda mi nombre.
Después de dos años él dijo mi nombre por primera vez, no lo había olvidado y se escuchaba tan sexi ser pronunciado por él.
—¿Qué?
—Matthew te quiere para él, te va a alejar de mí —su voz se sintió como si de verdad estuviera sufriendo, como si lo que decía fuera un golpe a su corazón —, y no quiero eso, no lo quiero.
Apoyó su frente en mi hombro para suspirar. El olor del alcohol no opacaba el de su colonia que llevaba grabado en mi memoria.
—Eso no va a pasar, señor Russel —cogí sus mejillas con cuidado —. Nunca me voy a ir de su lado —sonrió. Tenía las mejillas rojas por el alcohol.
—¿Lo jura?
—Lo juro —se dejó caer y lo abracé a mi cuerpo.
—Nunca me deje, por favor.
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