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Capítulo 37. ❄

Tanner

Estaba destruido, roto por dentro, vacío, sin esperanzas...No creo que últimamente hubiera llorado de esta manera o bebido así como lo hice aquella noche. Todo salió mal, nada de lo que tenía en mente resultó como yo quería y eso es lo que debía tener en cuenta, que nada resulta como uno quiere. Clarisse me había dejado y Mabel seguía ahí, molestando, llamando a cada rato, buscando algo que claramente ya no existía entre los dos.

No sabía como hacerle entender que ya no la amaba, que todo lo que pasó hace años se quedó en el pasado y que ahora, mi única prioridad era Clarisse, pero ahora ni siquiera eso había en mi vida, ella terminó con este gran amor que sentía por ella, pero que seguía aquí, en mi pecho y no se iba a ir nunca.

Marqué el número de Matthew con la esperanza de que me respondiera, que al menos él quisiera hablar conmigo. No tardó en responder mi llamada.

¿Ahora qué quieres, Tanner? —no se escuchaba muy feliz que digamos.

—Necesito que vengas, es urgente —bufó.

¿Crees que yo tengo tu tiempo?

—Sí, te espero. No tardes —escuché un bufido antes de colgar y me serví más vodka en el vaso.

Dejé el móvil encima de la mesa, me pasé la mano por el cabello y bufé. Me dolía el pecho, apenas pude dormir, no dejaba de pensar en cómo arreglar las cosas, todo se fue al carajo en un segundo, todo salió mal y no dejaba de culparme por todo.

—Eres un idiota, Russel.

No me iba a perdonar si algo le pasaba, si ella no regresaba a mi lado con bien, si por mi culpa Mabel le hacía daño. No me iba a poder perdonar nunca.

Menos mal que Matthew no tardó en llegar al departamento, abrí la puerta en cuanto escuché el timbre y cerré cuando dio un paso dentro, le indiqué que fuera al comedor donde yacía una botella de vodka encima de la mesa.

—¿Vas a empezar a beber de nuevo? —se sentó señalando el vaso. Le ofrecí beber, pero se negó, de todos modos le serví un vaso.

—No estoy bien —dejé el vaso frente a él —. Clarisse...

—Sé lo que pasó —se adelantó a mis palabras. Lo miré con el ceño fruncido —. Estuve con ella y hablamos, me dijo todo lo que pasó —se llevó el vaso a los labios sin dejar de mirarme, esperando quizá que me explicara, pero no había mucho que explicar, ella ya le había dicho todo, así que...

—Entonces no hay mucho que explicar —dije, bebí un poco de vodka después de hablar —. Solo se terminó.

—No te quería decir te lo dije, pero te lo dije —asentí —. No habías tenido una relación después de "ya sabemos quién" así que las cosas no deben ser fáciles —negué sutilmente.

—Sí, en parte es su culpa también y mía por no arreglar las cosas con ella, pero ¿qué podía hacer? ¿Qué hago? —lo miré buscando una pregunta que claramente no sabía como responder porque ese no era su problema —. Tú que vas a saber.

—Lo que yo sé es que Clarisse te ama desde hace tiempo y no sé como es que no te diste cuenta de eso antes —dijo serio, sin quitarme la mirada de encima.

—¿Qué? —le pregunté estupefacto —. ¿Qué estás diciendo? —una sonrisa burlona se dibujó en sus labios.

—Lo sabía, lo sabía —señaló con un dedo —. No tenías ni idea de que te amaba. ¿o sí?

—Ella lo dijo anoche, pero no tenía idea de que estuviera enamorada desde hace meses.

—No —levantó un dedo —. Hace meses no, hace dos años exactamente —aquello me dejó más sorprendido todavía. Bebí de nuevo para pasar este trago amargo, esta sensación en la garganta. Ahora me sentía más estúpido que antes.

—Vaya, he sido un completo idiota —asintió a lo que lo miré mal.

—¿Cómo no te diste cuenta? Era más que obvio —no dejaba de mirarme.

—Deja de mirarme así, como si fuera estúpido —espeté.

—¿Cómo quieres que te mire si eres un idiota? Para todos era más que obvio, pero para ti no, esa mujer pasó dos años enamorada de ti y tú seguías pensando en la desgraciada de tu exesposa, la que por cierto te dejó y te culpó de la muerte de su hijo —chasqueó la lengua —. Lo siento, Tanner, pero es la verdad.

—Sí, lo sé, he sido un imbécil todos estos años, pero te juro que no sabía, no tenía ni idea de lo que ella sentía por mí —bufé. Me llevé las manos al rostro para estrujarlo con fuerza. Ahora me sentía peor que antes, tal vez llamar a Matthew no había sido buena idea.

—Todos cometemos errores, Tanner —palmeó mi hombro.

—No te llamé para eso, solo quiero saber donde está —entornó los ojos —. No me responde y temo que algo malo le pase.

—Eras tú, ¿cierto?

—No sé de qué hablas —murmuré. Pero claro que sabía de qué hablaba.

—Ayer, eras tú, estabas fuera del edificio esperando por ella —quise negar con la cabeza, pero no podía mentirle cuando se había dado cuenta de que yo estuve ahí —. No mientas —me señaló.

—Sí, era yo. Fui a buscarla, pero la vi contigo y supe que estaba bien, no quise molestar —serví más vodka en los vasos y bebí de golpe, la garganta me ardió por unos segundos, pero ignoré aquella molestia y continúe bebiendo, intentando olvidar lo que pasó la noche anterior. Pero ni aunque me bebiera mil botellas podría olvidar todo lo que nos dijimos, todo lo que pasó.

—Bueno, menos mal que no la buscaste porque no se sentía nada bien.

—¿Sabes en donde está? Mencionó que iría a ver a su madre...

—Seguramente ya está con ella —dijo bebiendo del vaso —. Dijo que se iba a ir ayer por la noche u hoy por la mañana —suspiré.

—¿Sabes donde vive? Busqué los archivos, pero no hay nada acerca de su madre —murmuró.

—Ellas no tienen una buena relación por eso no hay nada de ella en los archivos de la empresa.

—Algo dijo de eso — desvié la mirada. Me estaba juzgando, me estaba mirando con lástima y odiaba que los demás me miraran así.

—Dale espacio, Tanner, solo necesita eso, pensar las cosas, lo que quiere y siente.

—¿Y si se da cuenta de que no me ama? —sonrió con burla.

—Es más probable que me gane la lotería a que Clarisse te diga que no te ama —se llevó el vaso a los labios, pero habló antes de darle un trago —. Solo necesita tiempo.

—Y yo la necesito —musité.

No me podía hacer a la idea de que todo esto se había terminado cuando apenas estaba empezando, cuando estábamos tan bien.

Te odio tanto, Mabel.

En gran parte yo tenía la culpa por no ponerle un alto, por no decirle que se fuera, no sé, buscar alguna otra solución para echarla de aquí, pensé que dándose cuenta de que ya no la amaba se iba a ir, pero se me olvidó que la mujer era necia, que no paraba hasta conseguir todo lo que se proponía.

En este momento solo me quería morir, quería dejar de existir y desaparecer para siempre, solo podría estar bien si ella regresaba a mi lado, la necesitaba tanto en este momento donde me sentía solo y devastado, como si un camión me hubiera pasado encima mil veces.

—No te vas a morir, Tanner —habló Matthew después de algunos minutos en los que ni uno de los dos dijo nada. La sala se sumió en un silencio sepulcral que nos rodeaba a ambos —. Clarisse te ama, de eso estoy más que seguro. Solo necesita tiempo, nada más que eso.

—¿Cómo sabes que todo se va a arreglar? —pregunté —. No lo puedes saber, Matthew —espeté.

—Hay cosas que se saben, Tanner, que se ven, y no solo con los ojos, se sienten y yo sé, estoy más que seguro que ustedes van a volver a estar juntos. Son el uno para el otro.

—¿Crees en esas cosas, Matthew? —encogió un hombro, divertido.

—Soy un tipo romántico, Tanner.

—Siempre lo has sido, Matthew. Aún recuerdo cuando le comprabas rosas y chocolates a Hannah.

—Sí, pero a ella le gustaron más tus palabras sucias y el sexo salvaje.

—Creo que ambas cosas le gustaron de los dos, le gustaba tu romanticismo y mis palabras sucias, según tú. Todo fue intenso entre los tres, el sexo era maravilloso.

—Seh —levantó un dedo y me señaló —. Demasiado bueno para ser cierto.

—Vivimos muy deprisa, todo fue una locura —asintió. Se bebió de golpe lo que tenía dentro del vaso y pidió más, le serví más de la mitad para seguir platicando. Creo que este era un gran avance, digo, pasamos de no dirigirnos la palabra a estar aquí, sentados en la misma mesa hablando del pasado.

—Lo pasaste bien, no lo niegues —recargué la espalda en el respaldo de la silla.

—Y no lo niego, pero todo terminó mal. Las drogas, las orgías, el alcohol, había días que la pasábamos bebiendo, muchas veces ni siquiera recordaba lo que hice o dije, tenía lagunas mentales, ¿no te pasó?

—Muchas veces, pero no lo quería admitir —se dejó caer en la silla, desgarbado, sin preocupaciones —. Te veía a ti beber y fumar, meterte lo que sea que ese tipo nos vendía y me decía que no debía tener miedo que todo iba a estar bien.

—¿Por qué nunca me dijiste nada? —encogió un hombro, despreocupado.

—No sé, yo quería ser como tú —alcé una ceja.

—¿Querías ser como yo? ¿¡No te dabas cuenta de que era un mal ejemplo para ti!?

—¿Qué te puedo decir? Era joven y tonto, más tonto que joven o tal vez las dos. Por eso hice todo lo que hice, dije todas esas cosas y me porté así, de esta manera salvaje y loca —a veces usaba las mismas palabras que Clarisse, así que me acordaba de ella todo el tiempo.

Verlo me recordaba a ella porque los dos se parecían mucho, les gustaban los libros, las letras, todo ese tipo de cosas que les gustaban a los románticos como ellos dos.

—Yo era un año mayor que tú, debí pensar las cosas. Tus padres confiaban en que estabas bien a mi lado, que te podía cuidar y yo los defraudé, te lastimé, te dejé solo...

—Ya basta, Tanner —musitó y sirvió más vodka —. Solo quiero olvidarme del pasado, solo quiero dejar todo eso atrás —lo miraba a la cara. El alcohol estaba haciendo efecto en mí, me sentía más relajado, menos preocupado —. ¿No te gustaría dejar esta enemistad de lado? ¿No quieres que seamos amigos de nuevo? Porque yo sí, eres mi primo, el único primo que tengo y no sabes lo mal que me sabe estar enojados.

Mi dedos repiqueteaban sobre el cristal, una y otra vez.

—¿No dices nada? —preguntó —. ¿Te comieron la lengua los ratones? —alzó una ceja —. Solo piénsalo.

—No tengo nada que pensar —musité. Frunció el ceño, extrañado por mis palabras —. Yo también quiero que las cosas sean como antes. Extraño a mi compañero de locuras — desvié la mirada, pero después regresé a observar detenidamente.

—Pero ahora, por favor nada de beber hasta morir, ya no tengo quince años —ambos reímos y chocamos los vasos para brindar —. Si me permites darte un consejo, solo dale tiempo, es lo único que necesita ahora. Pensar bien las cosas, con la cabeza fría.

—Sabes que la amo, ¿cierto? Cada día sin ella es una tortura, me siento morir —hablé con la voz rota y baja. Sentía que mi corazón se partía cada segundo que pasaba, como si lo estuvieran estrujando por dentro, aplastando, como si me lo hubieran arrancado.

No me había sentido así desde hace tanto y no sé si así se sentía morir, pero yo estaba desfalleciendo con cada día que pasaba. La quería conmigo, a mi lado cada noche, despertar abrazados, dejar un tierno beso en su frente y verla sonreír, no pedía más, no quería nada más.

—¿Crees que eso necesita? —asintió.

—Y tú también lo necesitas, tiempo para pensar, para saber que es lo que en verdad quieres.

Lo único que quiero es a Clarisse en mi vida para siempre.

Clarisse

Antes de entrar a la propiedad me detengo frente a esta, mirando a cada lado, observando la calle por la que pasaban algunas personas, ignorando a la chica que creció con ellos, a la que vieron madurar e irse años después cuando encontró un buen trabajo. Recordé cuando mi madre en sus ratos libres me enseñó a andar en bicicleta, cuando me compró aquellos patines que tanto le había pedido, al final tuvo el dinero para comprarlos, ella me enseñó tantas cosas y ahora no entendía como es que aquella relación tan bonita se había convertido en esto, una hija y una madre enojadas, separadas y sin hablar.

En este momento de mi vida quería arreglar las cosas con ella, llevarnos bien y olvidar todo lo que pasó hace años, solo necesitaba a mi madre.

Sin esperar más crucé el pequeño jardín y me detuve frente a la puerta, levanté la mano para tocar la puerta con los nudillos y esperé unos segundos en los que mi madre se acercaba del otro lado. Abrió y me miró por un instante para después dibujar una sonrisa en sus labios.

—¿Clarisse? —se notaba sorprendida por mi visita.

—¿Puedo pasar? —señalé el espacio vacío a su lado, comprendió lo que pregunté y se hizo a un lado.

—Pasa, pasa —se apartó y cuando estuve dentro cerró la puerta detrás de sí. Miré el lugar de hito en hito, la pequeña sala, la cocina y el comedor, los muebles no eran muy nuevos, pero estaban bien cuidados, la casa tenía ese olor peculiar a hogar, me trajo muchos recuerdos de cuando vivía aquí —. ¿Pasó algo malo? —me giré hacia ella dejando la maleta en el suelo.

—Han pasado muchas cosas estas últimas semanas —musité abrazándome. Por su mirada pensé que me iba a decir que me fuera, que no era bienvenida en su casa así como me lo dijo hace años, pero lo que me dijo me dejó sorprendida.

—¿Quieres café? —sonrió.

—Sí —con una seña me invitó a pasar a la cocina y la seguí de cerca. Puso la tetera en la estufa, encendió esta y se acercó a la alacena para sacar el café, el azúcar, dos tazas y dos cucharas.

—Me imagino que ha sido algo muy malo porque estás aquí y tú nunca vienes —dejó las cosas sobre la mesa para proceder a sentarse a mi lado —. Dime.

—No sé por donde empezar —asintió.

—Sé que las cosas no han sido buenas entre tú y yo, pero sabes que puedes confiar en mí, soy tu mamá y sí...—se adelantó a mis palabras —, no he sido una buena madre tampoco y no sabes como me arrepiento de eso —era sincera, creí en sus palabras porque hacía tanto que no me decía algo así, que no fueran reproches e insultos.

—También quiero hablar de eso antes que nada —deslicé mi mano sobre la mesa para coger sus dedos entre los míos —. ¿Podemos dejar de lado esta tonta disputa? —se formó un nudo en mi garganta —. Quiero a mi mamá, necesito que me des consejos, que estés a mi lado en estos momentos tan difíciles —tragué saliva con dificultad. Retenía las lágrimas en las esquinas de mis ojos para no soltarme a llorar.

—Estoy contigo, Clarisse, me tienes aquí.

—¿Me puedo quedar unos días contigo? No quiero estar en casa...

—Eso ni se pregunta, sabes que sí —sonrió. En las esquinas de sus ojos se formaron algunas arrugas que hace un par de años no tenía, observé sus manos y estas estaban salpicadas con algunas manchitas de color café, ya no eran las mismas manos que me cargaron cuando niña —. Tu habitación está lista, limpio cada semana, ¿por qué? No sé, pero que bueno que lo hago.

—Gracias —le dije.

—No agradezcas nada, hija, esta es tu casa —la tetera empezó a sonar así que se puso de pie rápidamente, la cogió y sirvió agua en las dos tazas —. Entonces dime, ¿qué pasa? —dejó la tetera a un lado.

—Han sido muchas cosas, pero lo que me trajo aquí fue algo fuerte, una decisión que tomé por mi propio bien —musité. Vertí café y azúcar dentro de la taza, agité con la cuchara y puse esta dentro de un platito de cerámica —. Hace algunos meses ya, empecé una relación con alguien, un hombre inteligente, atractivo, como ningún otro —mamá escuchaba mientras preparaba su café —. Todo iba bien, yo sabía todo lo que él tuvo que pasar hace años, perdió un hijo, se divorció y estuvo soltero todo este tiempo —mamá asintió.

—¿Pero?, siempre hay un pero —suspiré.

—Pero hace unas semanas su exesposa regresó, todos me decían que es peligrosa, que haría lo que fuera por separarnos.

—¿Y a qué regreso? —me encogí de hombros.

—No sé, ellos llevan casi tres años divorciados, antes de eso ella lo dejó, hizo su vida y ahora está aquí.

—Y él regresó con ella —especuló.

—Sí y no —frunció el ceño —. No regresó con ella, dice que ya no la quiere en su vida pero noches atrás ella fue a su departamento, la encontré casi desnuda y él...

—¿Y él también? —se deslizó cerca apoyando los codos sobre la mesa.

—¡No! Él estaba vestido, pero lo que me dijo me dejó...sorprendida. Me pidió que finjamos estar separados, para que ella no haga nada y así echarla de aquí —mamá se veía entre confundida y sorprendida.

—¿Eso te pidió? Supongo que no aceptaste, ¿o sí? —se llevó la taza a los labios esperando una respuesta.

—Al principio estuve de acuerdo, pero después de pensarlo mejor decidí que no tengo por qué darle el gusto a esa mujer. Y no sé si él no lo entendió o yo no me supe explicar pero terminamos.

—¿Cómo te sientes al respecto? —preguntó.

—Mal, la verdad me siento mal. Me hubiera gustado no decir algunas palabras, pero al final las dije y ahora no hay mucho que hacer. Renuncié al trabajo y me quiero dar un tiempo para mí, para pensar bien en lo que quiero hacer de ahora en adelante —suspiré. Bebí de la taza y por alguna extraña razón el café sabía mucho mejor.

—¿Renunciaste al trabajo? ¿Por qué?

—Trabajamos juntos —su boca se abrió —. No puedo siquiera pensar en la idea de tener que verlo cinco días a la semana y no poder estar cerca de él.

—Fue difícil, pero creo que has tomado la decisión correcta, es decir, no siempre lo que se supone está bien para los demás tiene que serlo para nosotros, si tú no querías una relación a escondidas está bien, nadie te tiene que señalar por eso. Puede ser que si se lo preguntas a alguien más te va a decir que está mal y tomaste una decisión equivocada y que hubieras pensado mejor las cosas, pero no había mucho que pensar, ¿o sí?

—Creo que él tiene dudas de todo esto. Amó mucho a su esposa, iban a tener un hijo...

—Tú también ibas a tener un hijo con "ya sabes quién" —ella tampoco decía su nombre —. Pero estoy segura de que si él regresa no le vas a dar una oportunidad —negué de inmediato.

—Me rompió el corazón en mil pedazos así que lo mejor que puede hacer es no regresar, no quiero verlo. Tal vez, algún día lo perdone, pero eso no quiere decir que olvide todo el daño que me hizo. Así que no —sacudí la cabeza.

—¿Y ahora que vas a hacer? —sostuvo la taza con ambas manos.

—Por ahora me quiero dar unos días lejos de la ciudad, olvidar o intentar olvidar lo que ha pasado, solo quiero tiempo para mí.

—Te puedes quedar el tiempo que quieras, sabes que hay una verbena navideña así que las dos vamos a ir, comer mucho, beber mucho chocolate y pasarlo bien. Quiero que te sientas bien estos días y si es posible no mencionar a ese hombre. ¿Prometido?

—Haré mi mayor esfuerzo para no hablar de él.

—Bien. Entonces, ¿te gustaría ir a comprar algo para cenar? Ahora que estás aquí me gustaría cocinar para ti. Voy a sacar unos cobertores calentitos, ya que por las noches hace frío.

—¿No tienes calefacción? —pregunté.

—A veces la pago, pero hay semanas en las que no me puedo permitir un gasto de esa magnitud —en ese momento sentí tan feo de escucharle decir eso.

—De ahora en adelante habrá calefacción todo el año —negó con la cabeza.

—No puedo pedirte eso, hija, no es tu obligación.

—Te debo mucho, sin ti y tu gran esfuerzo no hubiera podido terminar mis estudios y sí, sé que me equivoqué, pero al final terminé de estudiar y tuve un gran puesto en una de las mejores empresas de toda Norteamérica. Así que no se diga más y vamos a hacer esas compras y pagar la calefacción —me puse de pie.

—No te haré cambiar de opinión, ¿cierto?

—Me parezco a ti, así que no —sonrió. Le dio un último trago a su café para ponerse de pie también.

—Solo me pongo un abrigo y nos vamos —le dije que sí y la vi subir las escaleras.

Esta casa era tan vieja y necesitaba tantos arreglos, si ella me lo permitía iba a remodelar todo en este lugar, desde el tapiz feo y viejo hasta la cocina, mamá se merecía algo mejor que esto, pasar sus días en una casa bonita y acogedora, como le dije, yo no tendría un buen trabajo si ella no se hubiera sacrificado tanto por mí, para darme estudios.

Esperaba que estos días en casa ayudaran a aclarar mi mente, pero más que nada anhelaba pasar tiempo con mi madre, platicar y recuperar un poco del tiempo que perdimos por nuestro orgullo. Nada me haría más feliz que tener esa bonita relación que tuvimos hace tanto.

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