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Capítulo 29. ❄

Tanner

Clarisse se encontraba boca abajo, con las manos bajo su pecho, su espalda descubierta, impoluta, perfecta. No paraba de repartir besos por todo su cuerpo, desde sus piernas desnudas hasta sus hombros, donde había dejado evidentes marcas de lo que pasó la noche anterior. El sol había salido horas atrás, pero nosotros seguíamos metidos en la cama sin querer salir de esta, ya que, en mi caso estaba agotado, feliz y satisfecho pero agotado. Jamás en la vida tuve una noche como esta, donde solo pudiera disfrutar del sexo. Clarisse me estaba dando todo lo que había estado necesitando y una noche de sexo salvaje que no iba a olvidar en la vida.

—¿Estás bien? —me acosté a su lado, con las manos sobre el estómago, mirando su perfil. Su hermoso perfil.

Giró la cabeza para observarme y sonrió. Su cabello era un desastre, tenía los labios rojos e hinchados, su cuerpo perlado en sudor al igual que el mío. Sobre su piel había algunas marcas de mis dedos y mis dientes, no pude contenerme y la tomé como una bestia salvaje que hacía tanto que no hacía el amor. Sé que no hacía mucho que estuve con Clarisse y para ser sinceros cada vez que podíamos besarnos y tocarnos sin que nadie nos viera lo hacíamos, también me masturbaba pensando en ella, pero nada se comparaba con estar dentro de su vagina, sentir sus paredes apretadas alrededor de mi pene, meter sus senos en mi boca, escucharla gemir en mi oreja. Nada se comparaba con sentirla bajo mi cuerpo, desnuda, expuesta solo para mí, con las piernas abiertas para mí, para ser penetrada.

—Estoy cansada, pero bien, ¿y tú? ¿Cómo te sientes? —rodó a mi lado para quedar de frente, con el hombro apoyado en las almohadas. Hizo a un lado mi cabello dejando libre mi frente.

—¿Te digo la verdad? —asintió —. Siento que me morí y llegué al cielo —sonrió. Estábamos tan cansados que hasta la voz nos salía adormilada, baja, cansada.

—No estás muerto, cariño.

—No, solo me diste la noche de sexo más hermosa de toda mi vida —tenía las piernas débiles. Cada orgasmo fue mejor que el anterior, me sentía morir por unos segundos en los que una especie de electricidad me recorría el cuerpo, de los pies a la cabeza. Cerraba los ojos, me corría dentro de ella o fuera, en su trasero o sus senos, otras veces más en su boquita. Dios. No entendía como es que seguía vivo, apenas pudimos dormir, estaba deseoso de ella, de su cuerpo y su calor, estaba tan necesitado de sentirme dentro que pasé toda la noche follándola y profanando su cuerpo. Y aun así, a pesar de que lo hicimos toda la noche no tenía suficiente, quería más, mucho más.

Necesito más de ti.

Tenía las mejillas teñidas de un sutil color carmín, los labios entreabiertos, hombros descubiertos y se veía hermosa, más hermosa que nunca.

—¿Eso crees?

—No lo creo, lo viví y te puedo decir que fue verdad —acorté la poca distancia que nos separaba para rodear su cintura con mi brazo —. Me encantó, gracias —dejé un beso en la punta de su nariz —. Gracias por todo lo que haces por mí.

—Lo hago con gusto —estreché su cuerpo con sus brazos apretados a su pecho. Subió una de sus piernas a la altura de mis caderas, permitiéndome sentir el calor de su sexo, el roce casi imperceptible de sus labios con mis piernas. Aquello no ayudaba en nada a todo el deseo que todavía sentía por ella.

—Eres maravillosa, gatita, dentro y fuera de la cama. ¿Dónde estuviste todo este tiempo? ¿Por qué no te vi antes?

—Las cosas tenían que pasar sí o sí, en este momento, no antes ni después —siempre tenía las palabras correctas para cada situación.

—No me vas a privar de esto, ya no —frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que ahora voy a querer tenerte diario, ahora que te sentí en lo más profundo me volví adicto a esto —bajé mi mano para abrirla por completo para asiar mis dedos a su sexo, tomándolo por completo en mi mano —. Todo esto es mío —cogí su muñeca para poner su mano sobre mi pene —, y esto es tuyo.

—¿Solo mío? —alzó una ceja —. ¿Mío nada más?

—Tuyo para siempre. No habrá nadie más después de ti —agaché la cabeza para meterme bajo las sábanas y lamer la punta de sus pezones, soplé para provocar que se estremezca —. No puedo pensar en la idea de estar con alguien más, de sentirme dentro de otra mujer —metí uno de sus senos a mi boca.

Su mano empezó a subir y bajar, cogiendo mi falo en toda su extensión.

—No quiero estar con nadie más, gatita —deslicé mi mano detrás de su pierna, a la altura de su rodilla para tener mejor acceso de su cuerpo y su sexo, terminé por acortar la distancia entre nuestros cuerpos. Entendió perfectamente lo que quería porque cogió mi pene con firmeza y lo acercó a su entrada, jugó con mi punta sobre sus labios y clítoris, estaba encantado con la imagen de su sexo rosado, sus vellos, sus labios abriéndose paso para mi miembro que se deslizaba entre sus paredes empapadas. La imagen era digna de una escena erótica, una que iba a mantener grabada en mi cabeza toda la vida. Abrí mucho más su pierna y me adentré con solemnidad en su interior, gimió con la boca abierta, se retorció en mis brazos mordiendo su labio.

Sus manos fueron a dar a mi espalda para afianzar mi agarre en su cuerpo, las estocadas profundas y certeras.

—Tanner...—mordisqueé su barbilla —. Dios, así —sus caderas oscilaban en círculos.

—¿Te gusta? —mis manos fueron a su trasero para tener mejor control de sus movimientos —. Dime que te gusta, dilo gatita, necesito escucharte. Quiero que gimas mi nombre, quiero que te corras en mi pene, quiero que me montes. Fóllame, hazlo por favor.

En un movimiento quedó arriba de mí, con sus piernas a cada lado de mis caderas, una de mis manos fue a dar a su seno, pellizcaba sus pezones con dos dedos. Las palmas de sus manos se abrieron firmes en mi pecho, el movimiento de sus caderas era firme y constante, en círculos perfectos que me volvían loco. El roce de su clítoris con los vellos alrededor de mi miembro se sentía como la gloria, era suave y se encontraba hinchado.

—Demonios, gatita, eres una fierecilla —gruñí cuando paró para acercarse a mi boca, rozando sus labios con toda la intención de besarme, pero se tomaba el tiempo. No sé como, pero logró que mi pene saliera solo lo justo, la punta, para después enterrarse con fuerza y dolor, al terminar de meterlo se restregaba, piel con piel y aquello era lo más candente que le vi hacer desde que empezamos con esto —. Clarisse...—tragué grueso —, me vas a matar.

—¿Te gusta? —dejó un casto beso sobre mis labios —. Dime que te gusta, Russel.

—Me gusta que me folles —dije con la voz baja y ronca —. Me gusta sentirme dentro de ti, el calor de tu vagina, tu estrecha y húmeda vagina que se moja cada vez que te toco —mis manos en sus caderas —. Dios —gemí cuando sus movimientos eran tan lentos que se sentían imperceptibles, pero el dolor en mis testículos decían lo contrario —. Me gusta que me lo chupes hasta que no quede nada dentro de mí, me gusta mi semen en tus senos, me gusta ver como este se desliza desde tu sexo y recorre tus pálidos muslos, me gusta todo de ti.

Metí uno de mis dedos a la boca para mojarlo y lo llevé a su culo, donde empecé a masajear lentamente.

—¿Te gusta que te folle? —asentí.

—Me gustaría todavía más sentirme detrás de ti —metí la punta de mi dedo a su culo, sin dejar de mirarla a los ojos, me detuve cuando se dibujó una mueca de dolor en su rostro.

—Sigue, me gusta —besó mis labios con ímpetu. Ella me follaba y yo estimulaba su apretado coño, para que algún día no muy lejano me dejara cogerla por detrás —. Dios, así —enterró su rostro en mi cuello. Me sentía desfallecer, me quería morir en ese momento. Todo era tan irreal.

El orgasmo empezó a rasguñar las paredes de mi vientre, nació como una suave caricia en mis testículos, recorrió mi pene y se extendió por todo mi cuerpo, cubriendo mi piel, llevándose mi alma consigo. Clarisse no tardó en correrse también, seguía moviendo sus caderas y yo estaba por terminar, el cosquilleo comenzó a hacer mella en mi cuerpo. Ella no terminaba, mientras que yo ya había expulsado todo mi semen en su interior.

Gemía, se retorcía, apretaba los dedos de los pies, todo su cuerpo temblaba. La escuché maldecir un par de veces y por fin terminó dejando caer su frente en mi clavícula.

—Dios, no me quiero levantar de esta cama —rodó a mi lado —. Estoy agotada, me duele todo —suspiró fuerte —. Mi sexo arde y palpita —me giré para poder detallarla mucho mejor.

—¿Quieres algo de tomar? —asintió mojándose los labios.

—Por favor —salí de la cama y busqué mis calzoncillos que debían estar en alguna parte de la habitación, levanté la ropa que quedó esparcida en el suelo y la puse encima de uno de los sillones. Me puse los calzoncillos y fui por agua, bebí un poco, ya que me encontraba sediento y cansado. Cuando regresé a la cama, Clarisse estaba acostada con la espalda recargada en el respaldo de la cama, cubriendo su cuerpo con una sábana —. Gracias —sonrió. Me senté a su lado.

—¿Qué haremos hoy?

—Dormir y ver películas —me miró —. Si no quieres no...

—Me gusta la idea.

—No puedo pensar en salir y hacer algo cuando me duele todo el cuerpo, me dejaste agotada Russel —cogí su mano derecha para dejar algunos besos esparcidos en su dorso.

—Tienes que prepararte para el día que vivamos juntos —abrió los ojos de par en par.

—¿Qué? ¿Estás hablando en serio?

—Te dije que quiero todo contigo y eso significa que un día vamos a vivir juntos en una casa que voy a comprar para ti, cerca del lago, sin el molesto ruido de la ciudad para que puedas escribir como tanto te gusta, serás una autora famosa, best seller de una de las mejores editoriales de todo el mundo —en sus labios se dibujó una sonrisa —. Quiero verte realizada como mujer antes que como esposa y madre.

—Tienes sueños salvajes, Russel.

—Tú haces que sueñe de esta manera loca y salvaje —dejé otro beso en su dorso —. Antes de ti no tenía ni idea de que hacer con mi vida, no sabía que camino tomar o qué sería de mí. Hoy quiero estar a tu lado, compartir lo que me resta de vida contigo, quiero verte sonreír, quiero dormir a tu lado, despertar observando tu rostro. Quiero una familia contigo.

—Eres tan dulce y romántico —dejó a un lado el vaso que contenía un poco de agua y cogió mis manos entre las suyas.

—¿Qué dices? ¿Te gustaría ser la esposa de este pobre hombre que solo anhela despertar a tu lado y verte feliz? —asintió.

—Sí quiero, pero...—fruncí el ceño —. Debemos darnos tiempo, ¿no crees?

—No entiendo, ¿quieres que nos demos un tiempo?

—¡No! Dios no, no puedo pensar en la idea de separarme de ti. A lo que me refiero es que debemos tomarnos el tiempo de hacer todas esas cosas, quiero que me conozcas, quiero que nos tratemos antes de irnos a vivir juntos, antes de pensar en hacer una vida, ¿te parece? No quiero apresurar las cosas y que todo salga mal.

—Nada va a salir mal, cree en mí.

—Creo en ti como no tienes idea —me puse de pie cogiendo sus manos.

—Vamos a darnos un baño, siento la piel pegajosa. Tenemos muchas cosas que hacer el día de hoy.

—¿Cómo qué? —salió de la cama.

—Por ejemplo dormir y ver televisión —las sábanas cayeron a sus pies dejando ver su bonito cuerpo, tenía algunas marcas que dejé a propósito, pero que se iban a borrar con el paso de los días. La abracé por detrás y juntos entramos al baño. Quería consentir a Clarisse todos estos días, hacerla sentir bien, que se olvidara de Mabel y su madre, de todos los problemas que se quedaron en casa. Por un día quería tenerla solo para mí y no compartirla con nadie más.

Clarisse

Tanner pasaba la suave esponja por mi piel, con cuidado de no lastimarme, de no hacerme daño. Dejó algunas marcas esparcidas por todo mi cuerpo, desde sus dedos hasta sus dientes que mordieron todo lo que había a su paso. Debo reconocer que la noche anterior se convirtió en todo un semental, una bestia salvaje que dejó salir todo el deseo y pasión que llevaba dentro, lo desconocía, pero me gustaba que fuera rudo y no tuviera piedad de mí, no pensaba que era frágil y me podía romper si me trataba de esta manera nada sutil, que podía resistir la fuerza con la que me penetraba, que no iba a llorar si me nalgueaba o tiraba de mi cabello con ímpetu.

No tenía miedo porque es algo que vengo deseando desde hace dos años y ahora que por fin podía estar en sus brazos no me iba a acobardar.

Estábamos metidos en la tina, él detrás de mí con sus piernas a cada lado de mis muslos. Apartó mi cabello para dejar un beso sobre mi piel, sus manos se deslizaron desde mi espalda hasta mi vientre, con la esponja masajeó mis senos, los trató con cuidado y se hizo cargo de lavar mi cabello también.

—Tus manos hacen magia —le escuché reír.

—¿A qué tipo de magia te refieres?

—Tus masajes y tus dedos sacan orgasmos.

—Podría decir lo mismo de tu boquita —sentía su pene en mi espalda baja, pero no pretendía llegar a nada más, al menos no por ahora. Ambos estábamos cansados, por mi parte sentía las piernas adoloridas y mi sexo ardía así que prefería descansar y no salir por lo que restaba del día. Quería pasar tiempo a su lado como tanto había estado deseando estas últimas semanas. No iba a pensar en nada más que no fuéramos nosotros, ni siquiera en Hannah o...

Mabel.

¿Qué estará haciendo ahora mismo?

Quizá estaba desesperada por no saber de su "esposo". Todavía tenía el descaro de llamarle esposo cuando estaban divorciados hace tres años.

—¿En qué tanto piensas? —su pregunta me sacó de mis cavilaciones.

—En nada importante —respondí. Dejé caer mi espalda en su torso, pero mi peso no era nada comparado al semejante hombre que era él, de gran tamaño y musculatura perfecta, nada exagerado.

—¿No me estás mintiendo? —negué porque Mabel no era nadie importante para mi vida, menos para la suya.

—Creí lo que dijiste de vivir juntos.

—¿Quieres que vivamos juntos sí o no? —dejó mi cabello para rodear mi cintura con sus brazos.

—Sí quiero, quiero todo lo que me ofreces —me abrazó por detrás con fuerza y dejó un beso en mi hombro.

Estos momentos a su lado eran valiosos para mí, adoraba cuando se portaba de esta manera y me consentía, estaba al pendiente de lo que me gustaba, de mis necesidades, se sentía como ser la reina, su reina, porque claro, él era un rey.

****

Cuando salí del baño mi móvil estaba vibrando como loco desesperado, cogí el aparato y miré la pantalla. Se trataba de Didi y no podía no responder, tenía que hablar con ella sí o sí.

¡Amiga! —estaba feliz y yo con ella por escuchar su dulce y melodiosa voz.

—Didi, ¿cómo estás? Te extraño tanto —musité.

Traía una toalla enredada en la cabeza y una bata cubriendo mi cuerpo, Tanner se encontraba del otro lado de la habitación buscando que ropa ponerse porque como dijimos no teníamos pensado salir de la habitación, por mi parte estaba agotada, el cuerpo adolorido como si me hubiera pasado un camión encima una y otra vez. Prefería pasar el día en la cama mirando películas que andar por ahí solo gastando energía.

Yo estoy bien, ¿y tú? Estamos viendo Mujer bonita por veinteava vez este año —reí por lo que dijo, pero le creía, era cierto que estuviera viendo Mujer Bonita una vez más.

—¿Marcy está contigo?

Dormida y roncando —rio —. Oye, necesito decirte algo —corrí las cortinas con dos dedos para mirar hacia la calle.

—¿Es algo malo?

Uhm, depende de como lo veas.

—Bueno suelta el chisme ya —miré a Tanner, pero estaba perdido en su mundo, decidiendo que calcetines usar el día de hoy.

La loca de Mabel fue a la empresa el viernes. Obvio que no la dejaron pasar, pero hizo un escándalo en la puerta. Cuando salí me preguntó donde estaba su esposo —bufó —. Le dije que no tenía idea de donde podía estar y ya sabes, me empezó a gritar de todo, casi me dijo de lo que me voy a morir.

—¿Y tú qué le dijiste?

Que se podía ir al demonio —negué con la cabeza —. ¡Oye, no voy a dejar que esa estúpida me trate de esa manera! ¡No es nadie, Issy! No es nadie para hablarme de la manera en la que lo hizo. Los de seguridad casi la arrastran hasta su auto —suspiró —. ¿Y a ti como te va con nuestro sexy y caliente jefe?

—Es mejor que te lo diga cuando regrese...

¡No! ¿No me digas que es lo que me imagino?

—Pues no sé qué te imaginas tú —murmuré. Tanner me miraba de manera extraña.

Pues yo creo que te dio como cajón que no cierra, duro contra el muro, macizo contra el piso. Eso creo yo.

—Pues no estás tan equivocada —soltó un grito que casi me revienta los tímpanos.

¡Madre mía! ¡Madre mía! Tienes que contarme todo, voy a comprar dos botes de helado y dulces porque el chisme va a estar bueno —me sonrojé. Tanner iba de un lado de la habitación al otro, ya se había vestido y su cabello estaba peinado.

—Tienes que estar preparada, amiga —chilló feliz. Parecía una niña con juguete nuevo.

No me quiero ni imaginar, bueno sí, bueno no... Ay no sé si me quiero imaginar como Tanner te da duro —se quejó.

—Entonces no te digo nada.

¡Me vas a decir todo, Clarisse Isabella Dawson, con lujo de detalle! —me hice chiquita en mi lugar.

—Está bien, está bien, pero no grites. En cuanto llegue te digo todo, con detalles y todo.

Por eso te quiero. Eres la mejor amiga que la vida me pudo dar —mi corazón se apachurró.

—Yo también te quiero Diane.

Te dejo porque la película está buena y viene la mejor parte. Me llamas si necesitas algo y si no, pues también me llamas, cualquier cosa aquí estoy. Nada más que no sea a las dos de la madrugada porque a esa hora estoy en mi quinto sueño —me reí de ella.

—Lo sé, mejor te llamo en la tarde.

Mejor sí. Te portas mal y disfrutas mucho. Te quiero, Issy.

—Y yo te quiero a ti, Didi —colgamos al mismo tiempo. Dejé el móvil encima de la cama y Tanner no tardó en acercarse.

—¿Era Diane?

—Síp.

—¿Está bien?

—Están viendo Mujer Bonita —me quité la toalla del cabello y este cayó enredado y hecha bola sobre mis hombros.

—¿Mujer Bonita? —alzó una ceja. Se sentó en la orilla de la cama.

—Los fines de semana son para ver películas románticas —sus ojos se iluminaron con ilusión.

—Dime más de ti.

En ese momento cuando lo observé mientras él me observaba lo supe, supe que quería estar a su lado, quería esto para siempre. Esa mirada llena de ilusión, sus ojos grandes y redondos, que se preocupe por mí.

—¿En serio quieres saber más de mi?

—Quiero saber absolutamente todo —sonreí feliz y llena de ilusión también. Él quería saber todo de mí y yo quería que lo supiera todo.

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