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Capítulo 28. ❄

Tanner

Clarisse se veía hermosa, no había manera alguna en la que pudiera quitar mis ojos de su bonita anatomía, desde que la vi bajo el umbral de la puerta, cuando caminó hacia mí contoneando las caderas y esa carita de niña buena que le quedaba a la perfección. El conjunto sexy de color rojo resaltaba mucho más el color pálido de su piel, su cabello castaño y esos labios cerezas que se veían tan apetecibles, Todo en ella era perfecto.

Me senté en la orilla del colchón cuando ordenó hacerlo, sin decir nada se arrodilló frente a mí, tiró de la tela de mi pijama sacándola de mis pies y arrojando la prenda a algún lado del suelo alfombrado. Sus suaves manos recorrieron el camino de mis pantorrillas y ascendieron por mis muslos hasta llegar a la goma de mis calzoncillos. Abrió mis piernas para ella, se acercó para quedar en medio y sin decir ni una sola palabra me miró para acercar su boquita a mi evidente y ferviente erección que se transparentaba por encima de la tela de mis calzoncillos. Dejó un casto beso sobre mi pene, lo que provocó que miles de sensaciones me recorrieran el cuerpo, de arriba abajo de un extremo al otro. Su lengua filosa lamió la tela, quedándose en la punta que no sé como supo que estaba ahí, pero seguía lamiendo de esa manera tan maravillosa y espectacular que tanto me gustaba.

Niña traviesa.

—Eres increíble —mi voz salió ronca y baja. Apenas podía pensar con claridad, todo era un tumulto de pasión y desenfreno que me nublaba toda capacidad de pensar y analizar detalladamente.

—Y tú eres tan follable —dijo sin despegar sus labios de mi pene. Tiró de mis calzoncillos dejándome expuesto ante su mirada curiosa, lamió mi falo y sopló un poco para que aquello fuera el detonante de todo. Dejé caer la espalda en el colchón, rendido, sabía que no me iba a poder levantar de esta cama, la quería follar toda la noche, tocarla y besarla, quería probar cada centímetro de su cuerpo y no me iba a ir de aquí sin antes hacer eso.

Sin pedir permiso metió mi miembro a su pequeña y follable boca, no sé si para ella mi tamaño era perfecto o pequeño, pero lo metía hasta dentro para después, cuando estaba a punto de sacarlo lo chupaba y succionaba de tal manera que me sentía en el maldito paraíso. Con la otra mano me tocaba los testículos, los masajeaba y trataba de tal manera como si estos se fueran a romper o pudiera lastimarme. Pasaba la punta de su lengua por mi glande, la chupaba, lamía y succionaba como si fuera una rica paleta, lo metía hasta el fondo y lo sacaba solo para lamerlo desde el tronco hasta la punta mojando todo a su paso con su saliva. Me sentía desfallecer cada vez que lo metía o chupaba de más.

—Dios, así —ahora era yo quien suplicaba por más de ella, quería mucho más esta noche —. Así, gatita—gruñí en el momento que su mano se asió a mi falo y empezó a masturbarme a la vez que no dejaba de meterlo a la boca. Si pudiera describir como era el cielo yo podría decir que este momento se sentía como estar en él.

Su mano no paraba de subir y bajar, ella no se detenía, lo metía y sacaba, sentía el orgasmo rasguñar las paredes de mi interior, quería salir, necesitaba correrme de una vez o iba a explotar en cualquier momento. Me incorporé para tener una mejor vista de ella chupándomelo, puse dos dedos bajo su barbilla obligándola a mirarme a los ojos.

—Quiero que me mires cuando me corra dentro de tu pequeña boquita —hizo un asentimiento con la cabeza. Mis dedos seguían bajo su barbilla, su mirada azul clavada en la mía, sus pupilas dilatadas, su pecho subía y bajaba —. Mírame, gatita, hazlo —le ordené.

El éxtasis acumulado de días no tardó en estallar dentro de mí, arrasaba con todo lo que tenía a su paso, se extendió por cada hebra de mi cuerpo, cada centímetro de piel, gemí alto y fuerte sin importarme que alguien nos pudiera escuchar, después de días en los que no la pude tocar hoy estábamos aquí, solos y no iba a desaprovechar este momento.

Cuando terminé la vista se me nubló un par de segundos, dejé caer la espalda en el colchón y solté un largo suspiro llevándome el brazo a la frente. No podía respirar bien, sentía que todo se movía a mi alrededor.

—¿Estás bien? —se sentó a mi lado limpiándose las comisuras de los labios con los dedos —. ¿Quieres tomar algo?

—Por favor —inspiré fuerte. Se puso de pie y yo me senté de nuevo. Fue hacia la mesita donde estaba la botella de vino con dos copas y algunas botanas que pedí, ya que se suponía íbamos a ver una película, pero esto era mucho mejor que ver una película.

Abrió la botella y cogió una de las copas, estaba de espaldas a mí y tenía una vista preciosa de sus nalgas, eran redondas y perfectas, pequeña cintura, caderas de buen tamaño, todo en un perfecto balance. Giró sobre sus talones y caminó en mi dirección, me entregó la copa con vino y regresó a su lugar, apoyando las caderas en la mesita, se sirvió vino y empezó a beber.

—¿Qué quieres hacer ahora? —preguntó. Me llevé la copa a los labios, rozando el filo del cristal con mi piel. No podía ni quería dejar de mirarla, se veía tan sexy con ese atuendo, quería...

—Quiero hacerte el amor —respondí sin despegar la copa de mis labios. Alzó una ceja. Bebí un poco de vino.

—¿Ah sí?

—Toda la noche, serás mía de nuevo —le pedí que se acercara y obedeció sin rechistar. No sé como supo que quería que se sentara en mis piernas, pero lo hizo rozando a propósito su intimidad que solo estaba protegida por esa delgada tela de encaje con mi pene que reaccionó a su roce como si tuviera vida propia.

—¿Qué me vas a hacer? —sus piernas quedaron a cada lado de mis muslos.

—La pregunta correcta sería, que no te voy a hacer —sonrió apenada. Metí dos dedos dentro de la copa mojándolos con un poco de vino, los saqué y pasé sobre sus labios para después devorar estos en un beso apasionado y cargado de lujuria. Al separarnos vertí un poco de líquido en sus pechos, dejé la copa a un lado y me hice cargo de sus senos apartando la tela que apenas los cubría, sus pezones estaban duros cuando mis labios rozaron su piel —. ¿Te gustan los juegos? —metí su seno a mi boca sin dejar de mirarla a los ojos.

—¿Qué tipo de juegos?

—En los que tú disfrutas —respondí.

—Si eres tú quien va a jugar conmigo, sí —saqué su seno de mi boca y puse mis manos en sus caderas para sentarla sobre la cama.

—Acuéstate —me puse de pie para quitarme la camiseta y quedar completamente desnudo (excepto los calcetines). Se acomodó quedando en medio de la cama con la cabeza apoyada en las almohadas. Cogí la copa con un poco de vino y vertí más líquido, pero esta vez este se desplazó por en medio de su cuerpo llegando justamente a su ombligo donde se quedó estancado, me acerqué para chupar el vino lo que provocó que se riera.

—Me haces cosquillas —se retorcía y no paraba de reír. Terminé lamiendo desde su ombligo hasta sus senos. Me puse de pie y busqué entre las botanas algo que me pudiera servir para jugar un poco antes de hacerla mía. Había de todo, hasta fresas con crema batida así que no dudé en usarla para complementar todo esto. Me subí a la cama, hice a su lado el sujetador y embarré crema batida en sus pezones, vientre y muslos —. Está fría —dijo.

—No te preocupes, no voy a tardar en quitarla con mi boca —sus labios formaron una perfecta O y sus pupilas se dilataron un poquito más. Dejé a un lado la crema, empecé a quitarla con mi lengua, primero fueron sus piernas a las que les di un masaje antes de pasar mi lengua por su piel, me detuve en su sexo que seguía cubierto por la tela, pero dejé un par de besos sobre esta. Continúe con su vientre plano y terminé con sus senos que metí a mi boca, los chupé y mordí dejando algunas marcas en su piel.

Mis manos descendieron por sus piernas para flexionar sus rodillas, las abrí dejando ver lo que había en medio de estas, hice a un lado la tela con dos dedos. Las luces encendidas me dejaban ver perfectamente el paraíso que escondía en medio, un paraíso al que solo yo podía acceder. La punta de mi nariz rozó a propósito su clítoris, la escuché gemir bajito. Uno de mis dedos se paseó por la costura de su tanga y se detuvo en la entrada de su vagina.

—Estás mojada —lo llevé a mi boca para chuparlo y probar su lubricación —. Sabes tan bien . No dijo nada y tampoco esperaba que lo hiciera, me conformaba con verla sonrojarse —. Te voy a quitar esto —me refería a la tanga. Levantó el trasero ayudándome con el proceso, la hice a un lado no sin antes inhalar el rico olor que dejó en la tela. Arrojé la prenda al suelo y procedí a coger un poco de crema con los dedos. Los saqué para pasarlos por sus labios, clítoris y el interior de sus muslos, la vi estremecerse, pero no dijo nada, solo se mordió la esquina del labio —. Yo me voy a encargar de todo, tú déjate llevar cariño —asintió con la cabeza.

Metí dos dedos en su pequeña y apretada vagina dejando así el resto de crema batida que todavía tenía en estos. Mis labios se asieron a su piel, empezando con pequeños besos en el interior de sus muslos, continúe lamiendo la crema que esparcí sobre su cuerpo, enredé mis brazos alrededor de sus piernas para tener mejor acceso a su sexo, para probarla, lamer cada centímetro de su vagina. Abrió un poco más la piernas permitiendo que mi lengua pudiera barrer todo el rastro de crema dulce, la escuchaba gemir, sus dedos se enredaron en mis cabellos acercando mi boca a su sexo que sabía dulce y estaba mojado. Sus caderas oscilaban en círculos, sincronizándose con los de mi lengua, mis labios chupaban su clítoris, tiraba de este con cuidado para no lastimarla, solo quería darle placer, todo el que se merecía y del que claramente estaba necesitada así como yo lo estaba también.

Un gemido resonó en medio de aquel silencio que nos rodeaba, sus manos en mi cabeza me incitaban a ejercer mucha más presión de mis labios en sus labios, de los movimientos salvajes de mi lengua en su sexo, quería escucharla gemir, quería que mi nombre fuera acompañado por un jadeo cargado de placer, quería que me pidiera más y como el gran samaritano que era le daría todo lo que quisiera.

—Me... Dios —apenas podía murmurar. Apretó las sábanas entre sus dedos, enroscándolos y mordiéndose el labio —. Dios, así —el éxtasis estaba a nada de explotar en su interior y yo con ella estaba más que excitado por verla tan frágil y vulnerable. Echó la cabeza hacia atrás en busca de oxígeno, su pecho se expandió, un resuello brotó de lo más profundo de su garganta, mis labios se cubrieron con su lubricación, mojó mi barbilla y boca, pero no podía despegarme de su centro hinchado que en este momento me sabía a gloria.

Dejó caer la espalda sobre el colchón, soltó un suspiro largo y cansado, poco a poco empezó a soltar las sábanas, sus piernas temblaban. De pronto soltó una risita nerviosa. Dejé un beso en su clítoris para después soplar sobre su piel, de nuevo se rio.

—Basta, me haces cosquillas —me detuve en el momento que lo pidió y con pequeños besos subí por su vientre hasta llegar al valle de sus senos, estos al descubierto para mí nada más. Me acomodé a su lado, enterrando un codo en el colchón, hice a un lado su cabello dejando ver su bonito y redondo rostro.

—Eres hermosa —aparté el tirante de su sujetador para dejar un beso en su hombro —. Me gustan tus mejillas sonrojadas, me gusta tu cabello alborotado y esa sonrisa después de tener un orgasmo —un beso más en su cuello, después en su clavícula, continué besando su barbilla, la mordisqueé un par de segundos y me detuve en sus labios. Sus perfectos y rellenos labios. Giré para quedar encima de ella sin dejar caer todo mi peso sobre su pequeño y delgado cuerpo.

—¿Eso crees? —acunó mis mejillas con sus parvas manos, estaban tibias y suaves —. ¿Eso piensas de mí?

—No solo lo pienso, lo veo, me doy cuenta y creo que los demás también se dan cuenta —la miraba a los ojos. No podía dejar de mirar sus luceros, eran hermosos, ensombrecidos por un manto de perversión y deseo que tanto me gustaba ver en ellos.

—¿A qué te refieres? —preguntó. También me miraba a los ojos.

—Le gustas a Matthew —solté sin pensarlo —. Le gustas mucho y me da miedo que te des cuenta de la realidad.

—¿De qué realidad estás hablando?

—Que él es mejor persona que yo —sacudió la cabeza al instante.

—Nadie es mejor persona que tú, te conozco hace dos años y sé como eres. Te conozco más de lo que tú mismo te conoces —le di la razón por que era cierto.

—¿Cómo puedes ser tan perfecta? —pasé mis nudillos por su mejilla. Una de mis manos descendió por su cintura delineando las curvas de su anatomía, me detuve en sus caderas y hundí mis dedos en su piel, bajé a su pierna para abrirla y acomodarme en medio de estas —. ¿Cómo es que no te vi antes? Soy un ciego e idiota. Siempre tuve a la mujer perfecta a mi lado, pero nunca me di cuenta de eso. Estaba cegado por un recuerdo, un mal amor que me destrozó.

Pasé mis dedos por sus labios dejando un rastro de calor sobre su piel.

—Eres hermosa y quiero todo contigo, gatita, absolutamente todo.

—¿Y con todo te refieres a...?

—Quiero vivir contigo, casarnos y que seas la madre de mis hijos —no se inmutó ante mis palabras.

—¿No crees que vas demasiado rápido? Antes no sabías de mi existencia y ahora te quieres casar conmigo.

—Tengo treinta años, Clarisse, ya no estoy en la edad para desaprovechar este tipo de oportunidades —apoyé mis brazos a cada lado de su rostro. Cogí mi pene y lo acerqué a la entrada de su vagina —. Sé lo que quiero y quiero estar contigo lo que me resta de vida. ¿Aceptas?

—Sí —apretó los labios en el momento que me enterré en su interior. Sus paredes estaban húmedas y tibias —. Yo también quiero todo contigo, Russel —abrió la boca en el preciso instante que la embestí con mucha más fuerza.

—Repítelo por favor, necesito escucharlo de nuevo —salí un poco.

—Quiero todo contigo, Russel —embestí de nuevo, pero esta vez con un poco más de fuerza.

Me incorporé para hundir las rodillas en el colchón, le cerré las piernas y cogí sus tobillos con una mano mientras sostenía mi pene con una mano y miraba como este se hundía en su carne, se enterraba con fuerza y sacaba solo la punta, la bonita postal al estar follándola me provocaba un tumulto de pasión y deseo que me tenían cegado. Mi miembro se perdía entre sus labios y su carne, sus paredes vaginales me apretaban de una manera que no había palabras para describir lo que estaba sintiendo en todo el cuerpo. Un cosquilleo se estancó en la boca de mi estómago, sentía que en cualquier momento me iba a desmayar, que perdería el conocimiento, era inexplicable, indescriptible.

—Si te pudieras ver cómo lo hago yo estarías igual de excitada —se mordió el labio —. Eres perfecta, Clarisse Dawson, perfecta —repetí mirando su sexo húmedo y rosado —. Esta noche te haré todo lo que he estado soñando.

—Quiero que me hagas de todo —sonreí perverso al escucharle decir estas palabras. Solté sus tobillos para cambiar de posición.

—Quiero que te pongas en cuatro —no tuve que pedirlo dos veces porque más tardé yo en hablar que ella en obedecer. Su pecho se apretaba contra las sábanas, levantó el culo para tener mejor acceso a él y abrió la piernas para que me pudiera enterrar tanto como quería —. ¿Qué será de mí el día que pruebe tu culito? —le pregunté pasando un dedo por el contorno de su pequeño y apretado culo.

—¿Lo harás? —su mejilla estaba apoyada sobre la almohada.

—¿Quieres que lo haga? —pregunté.

—Quiero que lo hagas —dijo sin temor alguno.

—Pero no será ahora, debes estar preparada para sentirme por detrás, no te quiero lastimar —su culo se contrae cada vez que pasaba mi dedo por encima, cada que rozaba su piel a propósito.

—Sé que nunca me harías daño —me acomodé detrás de ella de tal manera que tenía su perfecto trasero frente a mí, puse mis manos en sus nalgas, lamiéndome los labios, dándome cuenta de todo lo que era mío y podía probar cada vez que los dos quisiéramos.

—Jamás te haré daño —cogí mi pene y lo acerqué a su entrada, su sexo brillaba por la lubricación que mojaba todo a su paso. Me agaché para lamer su vagina y llevarme entre los labios su lubricación —. Sabes tan bien, hueles tan bien —dejé una fuerte nalgada en su trasero con mi palma abierta —. ¿Te gusta que te den nalgadas?

—Me gusta, hazlo de nuevo —pidió y no dudé en darle lo que le gustaba. Mi palma contra su músculo resonó por toda la habitación. Mi mano quedó marcada en su pálida piel.

Sostuve la punta de mi miembro en su entrada, acaricié sus labios lenta y dolorosamente antes de enterrarme en su interior. Estaba cegado por el deseo, me excitaba el tan solo pensar como sería estar así, pero en su parte trasera, quería follarla duro y sin pudor, pero tenía que ser prudente, no quería lastimarla.

—Dios —jadeé estando en su interior —. Estás apretada, se siente tan bien —cogí sus caderas con mis manos hundiendo mis dedos en su tersa piel —. Me encantas —apreté los dientes en el momento que, no sé como lo hizo, pero se apretó más a mi contorno, se sentía como cuando succionaba mi pene con su boquita —. Gatita, me vas a matar.

El vaivén de sus caderas acompañado por la hermosa postal de su culito y su espalda arqueada solo me excitaban a tal grado que estaba seguro me iba a correr en poco tiempo, pero yo quería alargar el momento lo más que se pudiera, quería que ambos llegáramos al orgasmo al mismo tiempo, quería que disfrutara tanto como yo.

—Gatita, no voy a durar tanto —jadeé.

—¿Crees que yo sí? Me estás matando —gimió y enterró el rostro en las sábanas enroscando la impoluta tela entre sus dedos —. Dios —reprimió un jadeo cuando embestí su cuerpo con fuerza.

Quise contenerme, no perder el control, pero no pude hacerlo, tuve que follarla duro y profundo, sin medir la fuerza que usaba para tomar sus caderas y enterrarme dentro de su cuerpo. Mis muslos chocaban contra su trasero, mis movimientos eran rápidos y certeros.

—Tanner...—le escuché decir en medio de un jadeo —. Dios, Tanner...—los dedos de sus pies se enroscaron con tanta fuerza que pensé se podía lastimar. En el momento que me corrí en su interior y todo el deseo terminó por explotar dentro de mi cuerpo sentí como se desvaneció de repente.

—Clarisse —sin pensarlo me acerqué y cogí su cuerpo con mis manos sosteniéndolo entre mis brazos. Aparté su cabello a un lado, sus ojos se cerraron unos segundos, los abrió confundida, me miró extrañada y observó a su alrededor.

—¿Qué pasó?

—Dios —dejé un beso en su frente —. Eso quiero saber yo —hice a un lado su flequillo —. Te desmayaste —abrió los ojos, sorprendida.

—¿Me des...? ¿Me desmayé? —asentí —. ¿Eso se puede?

—Creo que sí, el orgasmo es tan fuerte que tanto hombres como mujeres se llegan a desmayar —sus mejillas se tiñeron de color carmín.

—Madre mía —apoyó su mejilla contra mi pecho —. Dios, nunca había sentido algo así —suspiró.

—¿Te gustó? —acariciaba su cabello con mi mano.

—Sí, me gustó mucho. Eres un animal en la cama y un caballero fuera de esta.

—Me siento halagado —dejé otro beso en su frente.

—¿Pudiste terminar?

—Te dije que no iba a demorar mucho —ambos reímos.

Estábamos exhaustos, sedientos y con más ganas de hacer el amor, pero ahora debía tener más cuidado.

—Quiero más de ti, Russel, ¿me darás todo de ti?

—Ya tienes mi amor, no sé qué más te puedo dar, cariño.

—Lo quiero todo.

—Te daré todo lo que me pidas —abrazó mi cintura y espalda con sus brazos.

—Te adoro, señor Russel.

—Y yo te adoro a ti, señorita D.

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