Capítulo 27. ❄
Clarisse
Aquella mañana desperté tarde, ya que el vuelo se me hizo tan pesado que sentía que no había dormido en días, cuando la única verdad es que dormí como un lirón, más cuando Tanner empezó a cantar para mí. "Yellow" de Coldplay fue la canción predilecta que me hizo dormir y no tenía idea de cuánto le agradecí que lo hubiera hecho. Hacía años que no me sentía de esta manera, tan plena y feliz, se sentía irreal, como si alguien más estuviera escribiendo el guion de mi vida, como si hubiera una persona detrás de todo que decía lo que yo tenía que hacer o decir, pero no era nada de eso. Sí, muchas veces me llegué a sentir así, más de una vez me dije "esto no puede ser real" no solo cuando me pasaban cosas malas, también cuando llegaba a pasarme algo bueno. Tal vez la vida me había golpeado tanto y tan fuerte que si algo bueno sucedía en mi vida lo veía como un sabotaje y siempre intentaba no arruinarlo todo yo misma.
En serio me estaba esforzando en no cometer tantos errores, no arruinar lo que ahora tenía con Tanner y me gustaba tanto, desde la manera en la que me hacía sentir hasta como me desenvolvía a su lado, no tenía miedo de mostrarme tal cual era.
Aquella mañana después de desayunar me metí a bañar, ya que el señor Russel me apuró para que tuviéramos tiempo de conocer algunos lugares en la ciudad, ir a pasear por ahí juntos, juntos, recalcó él. Decidí usar algo cómodo y que me protegiera del frío, mi ropa estaba encima de la cama mientras cogía el móvil que no dejaba de sonar mientras me duchaba. Miré la pantalla y efectué una mueca de disgusto. Cuánto se notaba que odiaba hablar con ella hasta por teléfono, pero era mi madre, bien o mal, era y siempre sería mi madre, aquel era un lazo de sangre que nunca iba a poder romper.
—Hola —respondí neutral, no quería escucharme molesta o demasiado feliz por el bonito momento que estaba pasando en mi vida, mi madre podría sospechar y con ello no me iba a dejar en paz lo que me restaba de vida. Cualquier cosa que pudiera utilizar para atormentarme lo haría, no le importaba nada. Pensaba que estaba bien joder de esta manera a su hija, que ser mi madre le daba el derecho para tratarme de esta manera, pero no debía ser así, ser mi madre no le daba el derecho a nada que tuviera que ver con mi vida.
—Hola, hija, ¿Cómo estás? Hablé con Diane y me dijo que estás fuera de la ciudad con tu jefe —apreté el móvil contra mi oreja y mi hombro para poder secar mi cabello.
—Tuve que salir de la ciudad, es algo importante —le dije.
—¿Y cómo es Londres? —preguntó con ilusión, me hubiera gustado creerle, pero tenía que fingir hacerlo, mi madre podía ser muy convincente muchas de las veces.
—Es hermoso, muy frío también —se rio detrás de la línea —. Solo vamos a estar una semana así que no me voy a emocionar, tal vez nunca más regresemos —Tanner apareció bajo el umbral de la puerta que separaba nuestras habitaciones, él ya se había duchado hasta estaba vestido y yo apenas me estaba secando el cabello. Le hice una seña para que me esperara y regresó a su habitación.
—Disfruta todo lo que puedas, hija —se escuchó sincera —. Pásatelo bien y cuídate mucho, después hablamos —asentí y dejé el móvil encima de la cama cuando mi madre colgó. Solté un suspiro.
—Creo que deberías hablar con tu madre —empecé a vestirme y Tanner apareció bajo el umbral de la puerta de nuevo. Se cruzó de brazos y me contempló a la distancia —. No es bueno tener este tipo de sentimientos por uno de tus padres —me subí los jeans, su mirada seguía cada uno de mis movimientos.
—Es más complicado de lo que te puedes imaginar —frunció el ceño.
—¿Puedo saber por qué? —preguntó con curiosidad. Y claro que quería decirle todo, pero todavía no era el momento, no lo sentía apropiado en este momento —. Si no quieres hablar de eso está bien —dijo cuando se dio cuenta de que no iba a responder.
—Te dije que antes de regresar a la ciudad lo ibas a saber todo y te lo voy a decir, pero no en este momento —sonrió sincero. Entró a la habitación y se sentó en uno de los pequeños sofás que había en una esquina.
No me quitaba la mirada de encima, no lo hizo cuando hice a un lado la toalla dejando ver mi sujetador, tampoco cuando me puse una blusa y terminé de peinar mi cabello o cuando me miraba en el espejo para ponerme un poco de máscara para pestañas y así no verme tan pálida. Cuando me senté en la orilla de la cama para ponerme los botines levantó un dedo llamando mi atención.
—¿Puedo? —ladeé la cabeza unos grados a la derecha sin entender bien a qué se refería —. ¿Te puedo ayudar? —su mirada en mis pies y los botines aclaró mis dudas. Sonreí ante su pregunta.
—Claro que sí —no tardó en ponerse de pie, arrodillarse frente a mí y calzarme los botines en los pies —. ¿Qué haremos primero? —inquirí mientras se ocupaba de mis pies.
—Antes que nada te voy a llevar a un hermoso lugar para almorzar. Iba ahí con mis padres cuando era niño, cada vez que veníamos a Londres me llevaban ahí y amaba pasar esos momentos con ellos, después de su muerte Londres no fue lo mismo —musitó. Bajó mi pantalón hasta cubrir los botines.
—Los amabas mucho, ¿no es así? —asintió sin mirarme a los ojos.
—Eran mi todo, con ellos lo tenía todo y no me refiero a lo material, sino al amor, una familia —se sentó a mi lado. Tenía esa mirada triste que no me gustaba verle para nada —. Después de ellos nada fue igual. Sé que Nicolas y Margot hicieron todo para que me sintiera en familia como un hijo, pero no pude...Te juro que lo intentaba, pero...—se quedó callado de golpe. Cogí sus manos para dejar algunos besos regados en su dorso.
—Lo sé, nadie podía reemplazar a tus padres —asintió.
—Los quiero mucho, a los dos y siempre les voy a estar agradecido por todas las cosas que me dieron, pero mis padres eran eso, mis padres.
—Nadie puede reemplazar eso, cariño —mi mano ascendió a su mejilla, con las yemas acaricié su mejilla. Se había afeitado y se veía tan sexy recién bañado, olía a colonia y limpio. Me gustaba cuando olía a colonia y limpio —. El amor de un padre nunca podrá ser reemplazado con ninguno otro.
—Lo sé y es por eso que a veces me siento mal. Nicolas y Margot ya no pudieron tener más hijos, me ven como si fuera uno de ellos, nunca hicieron ningún tipo de distinciones entre Matthew y yo y aun así...—acné sus mejillas con mis manos.
—Ellos lo entienden, saben que los quieres y lo agradecidos que estás con ellos, saben que nunca podrán ocupar el lugar de tus papás y créeme, nunca fue su intención hacerlo —sonrió, lo hizo de una manera sutil casi imperceptible, pero había una sonrisa dibujada en sus hermosos labios.
—Te adoro, ¿lo sabes? —apartó mi cabello todavía húmedo detrás de mi hombro —. Siempre tienes las palabras correctas para todo, me haces sentir mejor cuando creo que el mundo se me cae a pedazos.
—Yo también te adoro y mucho —dejó un tierno beso en la punta de mi nariz (la cual arrugué al instante), se separó y me contempló unos segundos antes de hablar.
—¿Nos vamos? Hay muchas cosas que hacer el día de hoy —asentí y me puse de pie detrás de él. Cogí mi bolso que yacía encima de uno de los sofás y juntos salimos de la habitación para bajar por el ascensor y así conocer un poco la ciudad. Estaba tan emocionada que mi corazón no dejaba de latir rápidamente y la sonrisa sobre mis labios no se borraba con nada. Al salir del hotel un auto de color negro estaba estacionado con la puerta abierta, un hombre esperaba al lado, bien vestido y con buen porte.
—Ya sabes cuál es el itinerario —Tanner le informó al hombre que revisó su móvil.
—Sí señor —dejó al lado el aparato y arrancó para ir quién sabe donde.
—Primero vamos a almorzar algo típico de aquí, quiero que pruebes todo —se veía tan entusiasmado como yo. Puedo decir que ambos estábamos felices por este viaje.
—Haré todo lo que me digas —mi oración no llevaba ningún tipo de intenciones detrás, pero la mente perversa y sucia de Tanner pensó que sí.
—¿Lo que sea? —se giró por completo para quedar cara a cara. Alzó la ceja y mis ojos fueron directamente a la nuca del chofer, pensando que había escuchado todo.
—Me refería a...Tú sabes —me aclaré la garganta.
¿Por qué de repente hace tanto calor?
Mi situación empeoró en el momento que una de sus manos empezó a subir por mi pierna, se detuvo justo unos centímetros antes de llegar a mi entrepierna, pero solo la sensación de sus dedos rozar la tela de mi pantalón me provocaba ricos escalofríos.
—Sé a qué te referías, pero yo me refería a eso en concreto —explicó. Lo tenía a escasos centímetros de mi rostro, solo un suspiro de distancia nos separaba, si me acercaba un poquito más podría besar sus labios.
La tentación es demasiado grande.
—¿Ah sí? —asintió. Sus labios rozaron mi mejilla y se detuvieron en mi oreja donde un suspiro provocó que todos los vellos de mi cuerpo se erizaran. Cuando estaba así de cerca no podía pensar bien, mi mente se nublaba y mis pensamientos eran una tormenta de pasión y deseo.
—No te puedes imaginar las ganas que tengo de hacerte el amor, te deseo tanto que podría quitarte la ropa aquí mismo y besar cada centímetro de tu piel —sus palabras junto con el deseo ferviente que sentía en ese momento solo provocaron que tuviera que apretar las piernas, movimiento que no pasó desapercibido para sus ojos curiosos —. Y veo que tú deseas lo mismo —con los dedos apartó mi cabello revelando mi cuello, sus labios se asieron a esa parte tan sensible de mi cuerpo y tuve que reprimir un jadeo por respeto al hombre que iba manejando —. Ayer me dejaste con las ganas, pero esta noche no será así, serás mía —lamió mi piel desde mi cuello hasta mi oreja —, te haré gemir en la cama y pedirás más, mucho más.
Estaba a nada de arrojarme a sus brazos, pero me conformé con dejar un beso sobre sus labios, un beso tierno que no se esperaba para nada.
—Estaré esperando ansiosa en mi habitación —murmuré sobre sus labios. Mis palabras provocaron que una sonrisa se dibuje sobre estos.
No tardamos en llegar al restaurante del que Tanner habló la noche anterior. El chofer abrió la puerta, me extendió la mano y me ayudó a bajar del auto, Tanner bajó detrás de mí, le dio algunas indicaciones al hombre y entramos juntos.
Era un lugar precioso, tan familiar y acogedor, con mesas de cuatro o más sillas, todas de madera, el lugar bien iluminado y con ese rico olor a comida que tanto me gustaba, los meseros iban de un lado al otro entregando pedidos y recogiendo los platos sucios. Tanner me llevó a una mesa apartada de la entrada, jaló la silla para que tomara asiento y después se sentó frente a mí. Una joven rubia no tardó en entregarnos el menú y procedió a irse para atender a los demás comensales.
—¿Qué me recomiendas pedir? —observaba el menú de un lado al otro, pero no me decidía qué pedir, todo se leía tan rico y apetecible.
—Yo te recomiendo pedir un almuerzo inglés —le dio la vuelta a la carpeta que sostenía en las manos —. Panceta, huevos, tomates a la parrilla, tostada y salchichas con café o té.
—Voy a pedir eso.
—O lo que tú quieras pedir —no tenía que pensarlo porque sabía que me iba a gustar. Dejó la carpeta a un lado —. Solía venir aquí con mis padres cada vez que estábamos en Londres, cuando papá tenía que viajar por asuntos de trabajo y esas cosas —hizo un movimiento con la muñeca —. A mamá le gustaba comer en lugares como este, no tan elegantes, era más sencilla de lo que te puedes imaginar. Si ellos estuvieran vivos estoy seguro de que te amarían tanto, más que a mí —ambos sonreímos.
—¿Eso crees? —asintió.
—Eres la clase de mujer que mi padre querría para mí, leal, eficaz, trabajadora, inteligente...y mucho más.
—Pero...—miré a ambos lados —. Yo no tengo dinero ni un buen apellido.
—Eso no importa y tampoco les iba a importar a ellos, no eran esa clase de personas que se dejan llevar por el dinero o el apellido. Mi madre hubiera dicho que si tú eres la indicada adelante y mi padre solo me hubiera pedido ser feliz contigo.
No sabía como tomarme las cosas cuando me decía esto en este momento. Ahora más que nunca me hubiera gustado conocer a sus padres, saber como eran.
—¿Tienes fotos de ellos?
—En mi departamento, cuando regresemos te las muestro.
La misma chica que nos atendió al llegar regresó para tomar nuestro pedido, se fue de nuevo dejándonos solos, pero trajo consigo una taza de café, un rico café que caía perfecto para este clima invernal.
—Tú no hablas de tus padres, ¿por qué? —su pregunta me tomó desprevenida, pero estaba consciente de que algún día le iba a tener que hablar de ellos.
—No conozco a mi padre, no sé si está muerto o no. Tampoco sé si se fue cuando supo qué mamá estaba embarazada o si llegó a saber de mi existencia. Mamá no habla de él, es un tema prohibido para mí y como te dije pasaron cosas hace años que provocaron que mi madre y yo nos distanciemos de esta manera, dejó de sentirse orgullosa de mí y la entiendo solo que me gustaría que pasara página de una vez y me pueda perdonar.
—¿Perdonarte? ¿Qué hiciste para que deba perdonarte? —preguntó, curioso.
—La decepcioné, eso fue lo que pasó. Además, mi madre es muy rencorosa y no olvida fácil.
—Eso veo —musitó —. Y no debería ser así contigo, eres su única hija —encogí un hombro.
—No hablemos de eso por favor, no quiero hablar de mi madre porque siempre termino con una sensación amarga en la boca del estómago.
—Está bien, haremos lo que tú me pidas.
Después de la corta charla que tuvimos de mi madre y que decidí cambiar de tema por mi salud mental nos dedicamos a hablar de lo que haríamos este día. Su idea era ir a una tienda de ropa, ya que tenía planeada una cena en la semana para celebrar que estábamos juntos. Era un gesto romántico de su parte. Nunca pensé que Tanner fuera ese tipo de hombres que les gusta tener cenas románticas, pero en realidad no conocía al verdadero Tanner solo a mi jefe gruñón y no al hombre detrás.
El almuerzo estuvo rico, disfruté tanto este pequeño momento que me permitió conocerlo un poquito más y así saber que le gusta. Si bien llevaba dos años trabajando para él, el trato de jefe/empleada era distinto al de ahora como pareja. Cuando salimos del restaurante el auto con el mismo hombre esperaba fuera con una de las puertas abiertas, Tanner le indicó a donde más ir y este no tardó en arrancar y conducir a donde sea que mi querido novio me iba a llevar.
—¿Sabías que Hunter Dagger está en la ciudad? —preguntó de repente.
—¿Qué? —giré la cabeza y lo miré sorprendida —. No lo sabía.
—Nadie lo sabe, está aquí con su prometida. No es por nada de negocios o esas cosas.
—¿Y cómo sabes que está aquí? —sacó el móvil del interior de su chaqueta y me mostró el mensaje que el mismo Hunter le mandó.
¿Quién era Hunter Dagger? Un ex mafioso que dejó todo por el amor de su vida, su ángel como le suele llamar a su prometida quien también lleva ese nombre tan peculiar, Angel Rider. Ahora que ya no era mafioso (pero sí tenía un gran imperio) era conocido de Tanner, tenían algunos negocios juntos lo que provocaba que se vieran un par de veces al año en una cena que era más que una tradición para ellos.
—Le mandé un mensaje para acordar una cita y dijo que no puede, que está fuera en Londres. Le dije que también estoy aquí por negocios, pero acordamos vernos cuando regresemos a la ciudad.
—¿Entonces cuándo se van a ver?
—¿Recuerdas la cena de cada año? —asentí —. La idea es vernos ahí. Me gustaría que vayas conmigo —tomó mi mano entre las suyas —. Pero no como una secretaria más de la empresa sino como mi novia —mi corazón se detuvo en un suspiro, para seguir latiendo a su ritmo normal.
—¿Quieres que vayamos juntos? —asintió, mojándose el labio inferior —. ¿Juntos?
—Te dije que en cuánto regresemos voy a hablar con mis tíos, quiero que sepan cuanto antes lo que está pasando —lo tenía tan, pero tan cerca que no podía pensar con claridad, mis pensamientos eran un mar de sentimientos impuros —. ¿No me crees?
—Siempre voy a creer en ti —una de sus manos se quedó en mi cintura, sus dedos se hundieron en la gruesa tela de mi abrigo.
—Siempre cree en mí —musitó.
****
El auto se detuvo frente a una gran tienda de ropa, una de las marcas más conocidas en todo el mercado. Bajamos del auto y entramos juntos, el lugar era hermoso de al menos tres pisos, todos abarrotados con todo tipo de ropa. Mis ojos se abrieron de par en par al ver todo lo que había dentro, zapatos, abrigos, blusas, jeans...No sabía ni por donde empezar, quería recorrer el lugar de arriba abajo, de un piso al otro.
—Dios —solté su mano para dar un par de pasos, girar y mirar a mi alrededor —. ¿Por dónde empezamos? —le pregunté quedando frente a él.
—Por donde tú quieras, cariño —empecé a caminar por cada pasillo para coger algunas prendas, desde blusas hasta algunos vestidos que se veían bien, pero tenía que ver como se veían en mí, ya que en el maniquí lucían espectaculares, era tipo como expectativa vs. realidad.
Dos chicas, vendedoras de la tienda se acercaron a nosotros para orientarnos, entre las dos me ayudaron a escoger algunas prendas que hacían juego con suéteres y abrigos. Mis brazos estaban llenos de ropa, el bolso casi se me cae al suelo.
—Yo te ayudo —agarró el bolso con una mano, ya que con la otra cogía el móvil, estaba haciendo algunas llamadas y mandando mensajes. Se alejó como si nada y continuó con lo suyo. Nos seguía unos metros, apartado pero sin perderme de vista.
—Vamos por aquí —indicó una de las chicas que se portaba amable y sonriente. La seguí hasta uno de los probadores más grandes que he visto en mi vida, cuando solo he ido a pequeñas tiendas donde estos son de metro y medio. Entramos al probador, dejamos la ropa colgada en los ganchos y juntas salieron para dejarme sola, Tanner no tardó en entrar con mi bolso en la mano como si fuera uno más de sus portafolios, lo manejaba tan bien que hasta sentía que era suyo.
—¿Escogiste todo eso? —preguntó mirando las prendas.
—¿Es mucho? —frunció el ceño.
—Es poca ropa, pero yo acepto lo que tú decidas.
¿Podía ser más perfecto?
Tomó asiento frente a mí, dejando el bolso en el sillón de al lado, lo acomodó y apoyó los codos en el reposabrazos, recargó la espalda en el respaldo esperando a que me probara cada una de las prendas que escogí y ahora me arrepentía tanto, ya que era mucha ropa.
—Clarisse, estoy esperando verte con uno de esos vestidos, por favor no seas así.
Me quité todo lo que llevaba encima quedando solo en ropa interior, sentía un poco de pena al darme cuenta de que estaba casi desnuda frente a él, me estaba mirando de arriba abajo, cada rollito en mi vientre, algunas marcas que quedaron por el embarazo, mis piernas delgadas...Esta vez no estábamos fervientes de deseo, no había pasión y lujuria de por medio, solo éramos los dos, uno frente al otro, casi desnuda y él sin despegar sus ojos de mi cuerpo.
—Me gusta lo que estoy viendo ahora mismo —hice el amago de cubrirme el cuerpo, pero chasqueó la lengua antes de hablar —. Clarisse...
—Me da pena que me mires así —se puso de pie y di un paso atrás con pena, sentía más pena que nunca en mi vida. Pasó al lado de la ropa y cogió un vestido de color azul intenso, sin decir nada ni quitar su mirada de la mía me puso el vestido, subió el cierre y me llevó hacia el espejo.
—Mírate, Clarisse, eres bonita tanto por dentro como por fuera —puso sus manos en mis hombros que estaban cubiertos por el vestido que se ceñía a la perfección a mi delgado cuerpo —. No vuelvas a decir que sientes pena conmigo —apartó el cabello de mi cuello para dejar un beso sobre mi piel —. No debes sentir pena estando a mi lado. Te quiero así como eres.
Asentí con un nudo en la garganta y quise cambiar de tema antes de ponerme a chillar.
—¿Cómo se ve este vestido? Me gusta —di media vuelta para observarme en el espejo —. ¿Te gusta?
—Se te ve bien, pero, ¿no crees que tiene demasiada tela? —señaló el escote lo que me hizo fruncir el ceño, sorprendida por lo que dijo. Me miré en el espejo delineando el escote con mis dedos.
—¿Eso crees? Para mí es perfecto, no me gusta enseñar de más —cogió otro vestido mientras me quitaba el que traía puesto. Lo dejó a un lado y como con el anterior me ayudó a ponerlo.
Este otro vestido era de color durazno con un escote pronunciado tanto en la parte delantera como la trasera. No es que se viera vulgar o algo por estilo, al contrario, me gustaba como se miraba puesto. Una de las dos chicas que me ayudó con la ropa entró esta vez pero con diferentes tipos de zapatos, de todos los colores y estilos.
La mayoría de las mujeres soñamos con tener todos los modelos de zapatos en todos los colores que existen así como un guardarropa lleno de prendas de todo tipo, en este momento me sentía cómo una reina que podía pedir lo que sea y los demás tenían que obedecer a mis peticiones.
—Si me sigues consintiendo de esta manera me vas a convertir en una malcriada —me estaba poniendo los zapatos en el momento que un sujeto (al que no había visto por ahí) entró con una caja de terciopelo azul intenso, casi del mismo color que el vestido me puse primero —. ¿Qué es eso?
Tanner hizo una seña con la mano y el sujeto no tardó en acercarse para abrir la pequeña caja, revelando ni más ni menos un hermoso collar de diamantes. Era tan ostentoso y por supuesto costaba millones. Jamás en la vida me podría comprar algo así, ni siquiera vendiendo uno de mis riñones podría costear algo así.
—¿Es para mí? —se puso de pie, sacó el collar de la caja y lo tomó con mucho cuidado, con tanta delicadeza como si este se fuera a partir por la mitad. Se puso detrás para poner el collar en mi cuello.
—Quiero que lo uses el jueves —lo miré a través del espejo —. Es tuyo.
—¿Mío?
—Solo tuyo, cariño —pasé mis dedos por el collar y cada uno de los diamantes que iban de los más pequeños hasta los más grandes que hubiera visto en toda mi vida.
—Me estás consintiendo mucho —le dije. Su sonrisa se ensanchó —. No deberías hacerlo.
—Lo haré porque dejarás que lo haga —sostenía mis hombros. No podía dejar de mirar el collar, era hermoso y brillante, bonito en cada parte y pieza —. Deja que lo haga, no me prives de hacerlo, de cuidarte y consentirte —sus dedos se asieron a mis hombros desnudos.
—Está bien —sonrió feliz.
Giré para quedar frente a él, le entregué el collar y lo guardó de nuevo en su caja. El hombre junto con la mujer nos dejaron solos de nuevo para que terminara de probarme toda la ropa que estaba colgada en una de las esquinas. Era demasiada para el poco dinero que llevaba conmigo, pero lo bueno de todo esto es que no iba a tener que pagar nada, ya que Tanner lo hizo con todo el gusto para consentirme más de lo que ya lo estaba haciendo estos días.
Pasamos todo el día de compras, de una tienda a otra, aproveché un descuido suyo para comprar el regalo para su cumpleaños que estaba a nada de llegar. Sabía cuanto le gustaban las mancuernillas así que no dudé en comprarle unas mientras me dejaba sola y se perdía en una de las tantas tiendas. Fuimos a comer, después recorrimos las calles de Londres, las personas iban y venían de un lado al otro. Nos detuvimos frente a un local donde vendían chocolate y alguna especie de pastelillo con crema de avellanas, crema batida, nueces y mucho chocolate derretido. Para el final del día yo estaba muerta de cansancio, los pies me ardían por caminar tanto y sentía la nariz y mejillas congeladas.
Al entrar a la habitación me miré al espejo y tenía la nariz roja como Rodolfo el reno, las bolsas con ropa y zapatos ya estaban en mi habitación cuando llegamos, el chofer se encargó de traer todo tal y como Tanner se lo ordenó. Me quité el abrigo, dejándolo colgado en el respaldo del sillón cogí mi bolso y miré dentro la pequeña bolsita que contenía un sexy conjunto de color rojo que pensaba usar sí o sí esta noche.
—Estaba pensando que mañana...—dejé el bolso a un lado de manera sospechosa, tanto que aquello llamó su atención frunciendo el ceño —. ¿Pasa algo?
—No, ¿qué ibas a decir? —llevé las manos detrás de la espalda.
—Que mañana podríamos ir por ahí a conocer un poco más.
—Me gusta la idea.
Mañana no vas a querer salir de la cama.
—Estoy cansada, ¿tú no? Creo que deberíamos descansar —sugerí —. Puedes pedir vino y tal vez ver una película.
—Si quieres eso está bien —me miró de manera extraña —. ¿Estás segura de que te encuentras bien? —asentí.
—Sí, ya te dije que solo estoy un poco cansada —solté un bostezo fingido para que creyera mi mentira —. Me voy a cambiar de ropa mientras tú pides vino y alguna botana, ¿está bien cariño?
—No puedo negarte nada cuando me hablas de esa manera —sonreí y desapareció detrás de la puerta.
Entré al baño, me cepillé los dientes, me puse un poco de labial rojo que resaltó más mis labios, alboroté mi cabello de más, pero no parecía una loca tampoco, me puse aquel conjunto de encaje y al verme al espejo me di cuenta de que no me veía tan mal, es decir la tela se ajustaba a la perfección a mi cuerpo, el color rojo junto con mi piel pálida y mis labios del mismo color hacían que me viera bien, no era la mujer más hermosa, pero a fin de cuentas tenía con qué defenderme.
Salí del baño y caminé hacia la puerta que separaba las habitaciones, Tanner se encontraba acostado mirando la televisión, ya se había puesto el pijama y aun así se veía sexy. ¿Cómo podía ser eso posible? Es que era Tanner Russel, en él todo lucía espectacular.
—Estoy lista —le dije. Se incorporó. Sus ojos se abrieron de par en par al verme bajo el umbral de la puerta. Creo que casi le da un paro cardiaco porque se llevó una mano al pecho a la altura de su corazón.
—Dios. Mío. Gatita, te ves hermosa —se puso de rodillas sobre el colchón —. ¿Qué estamos celebrando?
—Nada, solo quise darte un regalo adelantado —encogí un hombro. Extendió su mano para que la tomara y eso hice al quedar frente a él —. ¿Te gusta?
—Me encanta. Me vas a matar uno de estos días, cariño, juro que lo harás.
—No es mi intención hacerlo, solo quiero hacerte feliz —me atrajo poniendo una mano en mi cintura, apretando mis pechos a su torso.
—Demonios, Clarisse, te ves hermosa —se apartó para observarme de arriba abajo.
—Me voy a poner de rodillas —alzó una ceja ante mi pregunta.
—¿Te vas a poner a rezar, gatita? —me mordí la esquina del labio.
—No, te lo voy a chupar hasta que me pidas que pare.
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