Capítulo 26. ❄
Tanner
El sol se estaba metiendo, se reflejaba en el vidrio de las ventanillas y los pocos rayos naranjas se metían iluminando un poco dentro del jet. Clarisse miraba hacia afuera, apretaba mi mano cuando el jet se movía de más y cerraba los ojos con tanta fuerza que sentía que se iba a lastimar. Me hacía un poco de gracia verla así, ya que en el vuelo a México todo fue diferente, más corto y no había tanta turbulencia, el clima en esta época del año era fría, aunque ahí siempre era más fresco, al igual que en casa.
Cenamos y le sugerí que bebiera algo para que dejara de estar un poco nerviosa, se notaba que no estaba disfrutando del viaje y aquello me preocupaba.
—¿Y si vas a descansar un poco? —propuse. Giró la cabeza para verme y asintió.
—Te voy a tomar la palabra, aunque no creo que pueda dormir...—palmeé su mano. De nuevo el jet se movió de un lado al otro —. Mejor sí.
Me puse de pie y le pedí a la joven azafata que llevara una pastilla para dormir. La acompañé hasta la pequeña habitación, se metió bajo los cobertores y me quedé a su lado, cogiendo su mano.
—Algo te preocupa, dime que es —no le podía mentir cuando tenía pánico que Mabel le pudiera hacer algo, que fuera capaz de lastimarla con tal de llegar a mí. No entendía nada, fue ella la que pidió el divorcio, fue ella quien le dijo al juez que no quería saber nada de mí y que ya no había arreglo entre nosotros, ¿entonces qué hacía aquí? ¿Qué pretendía con todo esto?
Yo la amé tanto que no veía mi vida sin ella, muchas veces pensé que no iba a poder salir adelante, que iba a recaer en las drogas y que todo lo conseguido a lo largo de los años se iba a ir a la basura, pero no fue así, pude salir adelante sin ella, no tuve la necesidad de beber o probar nada porque no la necesitaba, nunca la necesité.
—Tengo miedo, no quiero regresar a casa, no quiero —apretó mi mano con fuerza. Una bonita sonrisa adornó sus labios, esos labios que quería besar, devorar en este momento, quería hacerle tantas cosas que muchas de ellas no estaban permitidas por la sociedad.
—Tenemos que enfrentar nuestros miedo, amor —al verla pude notar un dejo de tristeza en sus orbes, un manto de pena y dolor opacaba su dulce mirar.
—¿Cuáles son tus miedos, cariño? Dime todos tus secretos —desvió la mirada unos segundos que me bastaron para saber que había algo muy dentro de ella que me ocultaba, que todavía no podía decir.
Escuchamos unos golpecitos en la puerta, me puse de pie y la joven estaba frente a mí con un vaso con agua y una cajita con dos pastillas. Cogí el vaso y las pastillas, le agradecí y cuando ya estaba lejos cerré la puerta para regresar con Clarisse, quien ya estaba sentada en la cama, con la espalda recargada en el respaldo.
—Hay algo que tengo que decirte —cogió las pastillas y se las echó a la boca, seguido del agua, dándole un largo trago. Me entregó el vaso, pero lo dejé a un lado para coger sus delicadas manos entre las mías —. Es muy doloroso y aún me duele —sus voz se rompió al decir esto último —. Pasó hace tres años, casi al mismo tiempo que tú perdías a tu hijo...—se calló de golpe mojando sus labios. Le dolía hablar de esto, le dolía porque lo notaba en su voz, en sus ojos cristalinos, en la manera como decía todo, el volumen bajo, cargado de dolor —. Te entiendo perfectamente cuando hablas de tu hijo porque yo también perdí a alguien y pudo sentir tu dolor, el vacío dentro de ti —su llanto, que hasta hace unos segundos era bajo había explotado —, sé perfectamente lo que es perder a alguien que amas —dijo esto último con tanto dolor que ni siquiera se le entendía bien.
—Ven aquí —rodeé su cuerpo con mis brazos —. Me lo vas a decir cuando lo creas conveniente, no ahora, ¿sí? —asintió —. Solo cuando estés lista para dar este gran paso.
—Sí —dejé un beso en su mejilla —. Te lo voy a decir antes de regresar a casa, no quiero secretos o mentiras entre los dos. Nada de eso.
—Nada de eso —repetí. Me separé para limpiar debajo de sus ojos.
—¿Te acuestas a mi lado? —se corrió unos centímetros para dejarme un lugar a su lado.
—Eso no se pregunta —me deshice de los zapatos y le ayudé con los suyos —. Cuando despiertes estaremos llegando a Londres.
—Eso espero —musitó para después suspirar.
Me acosté a su lado, rodeando su cintura con una mano, su cabeza se apoyó en mi pecho mientras sus ojos se cerraban lentamente con el transcurso de los minutos. Las pastillas estaban haciendo efecto.
—¿Sabes alguna canción bonita? —preguntó y después bostezó.
—¿La canción que sea? —asintió.
—Recuerdo que mamá me cantaba una canción antes de dormir, cuando todavía me quería.
—Tu mamá te quiere, no pudo dejar de quererte —musité. Negó con la cabeza, me dolió tanto su respuesta, se sintió como un golpe directo al pecho.
—No sabes lo que dices, mi mamá es mi peor enemiga —nos quedamos en silencio unos segundos.
"Look at the stars.
Mira las estrellas.
Look how they shine for you.
Mira cómo brillan por ti.
And everything you do.
Y por todo lo que haces.
Yeah, they were all yellow.
Sí, eran todas amarillas".
Cantaba en un tono bajo para ella, nunca lo había hecho, jamás en la vida llegué a pensar que podría cantarle a una mujer para que se quedara dormida, ni siquiera pensé en la posibilidad de hacerlo con Mabel, pero con Clarisse todo era diferente.
—Sigue, me gusta tu voz —dijo cuando me detuve porque creí que ya estaba dormida.
—Tramposa —antes de continuar dejé un beso en su frente.
—Canta para mí, Tanner Russel.
"I came along.
Yo llegué.
I wrote a song for you.
Escribí una canción para ti.
And all the things you do.
Y por todas las cosas que haces.
And it was called "Yellow"
Y se llamó amarillo".
...
"Your skin.
Tu piel.
Oh yeah, your skin and bones.
Oh sí, tu piel y huesos.
Turn into something beautiful.
Se convierten en algo hermoso.
You know.
Tú sabes.
You know i love you so!
¡Tú sabes que te amo tanto!
You know i love you so!
¡Tú sabes que te amo tanto!
Cuando bajé la mirada Clarisse estaba profundamente dormida así que no escuchó esto último. Lo que dijo de su madre me rompió el corazón, aún no podía entender el porqué decía eso de ella, qué fue lo que pasó para que su relación pasara de ser la de una madre orgullosa de su hija a una madre que detesta a su hija más que a nadie en este mundo.
Algo me decía que Clarisse perdió a alguien importante en su vida, pudo ser a su padre u otra persona, o tal vez, solo tal vez perdió un hijo, por eso sentía tanta empatía con mi dolor, por eso entendía más que nadie la pena que llevaba conmigo cada día, la culpa y el dolor atenazante que no me dejaba vivir en paz. Quizá por eso me sentía tan conectado con ella, tal vez ese el gran secreto que llevaba consigo y que todavía no podía decirme por qué le dolía.
****
Cuando llegamos a Londres ya era de noche así que solo llegamos al hotel a descansar, aprovecharemos el fin de semana para conocer y pasear, ya que el día lunes había una reunión importante, si todo salía bien cabía la posibilidad de abrir una sucursal en aquel país, expandiendo así mucho más nuestro imperio. Empresas Russel estaba a nada de llegar más lejos que nuestra competencia.
Clarisse bajó del auto, mirando a su alrededor con los ojos abiertos de par en par. Había tanta ilusión en su mirada, en su rostro que era una postal enmarcada de felicidad pura e ilusión. Me gusta ver sus luceros tan brillantes, expectantes, como si fuera una niña pequeña ilusionada por conocer un lugar nuevo.
—Todo aquí es hermoso —sostenía su mano para ayudarle a bajar. El hotel en el que nos quedamos era el más lujoso y conocido de toda la ciudad, quedaba en el centro por lo que desde aquí se podía ver todo Londres y sus alrededores.
—¿Te gustaría vivir aquí? —creo que mi pregunta la tomó por sorpresa porque volvió lentamente a verme, con muchas dudas en su mirada azul.
—¿Es en serio? —preguntó, incrédula. Asentí. De nuevo miró su alrededor dando una vuelta completa.
—¿Qué dices? —cogí su mano con delicadeza.
—Londres es bonito, pero prefiero vivir en casa, quisiera un lugar apartado de todo —dio un paso cerca, lo más cerca que pudo estar —. ¿Qué dices? —dejó un casto beso sobre mis labios, con su pulgar limpió el rastro que su pintalabios había dejado.
—Me gusta más tu idea —tiró de mi mano para entrar al hotel.
Llenamos el papeleo correspondiente y subimos a nuestra habitación. El botones dejó las maletas en cada habitación, al darme cuenta de que eran dos y no una miré a Clarisse que se paseaba de un lado al otro mirando cada detalle, cada adorno en el techo. Con los dedos apartó las cortinas para poder apreciar la ciudad, que se veía más viva de noche.
—Creí haberte dicho que solo sería una habitación —giró lentamente hacia mí, en el momento que el joven abandonaba la habitación cerrando la puerta. Metí las manos en los bolsillos de mi pantalón, esperando una respuesta suya.
—Lo siento —dijo, excusándose —. Pero la tuya está aquí al lado —caminó hacia la puerta de la que era mi habitación, y si bien estaba una al lado de la otra no estaba del todo feliz al saber que iba a dormir a unos metros y no poder tocarla.
—No me gusta —abrió la puerta. Me encogí de hombros cuando me miró atenta —. No me gusta la idea de que estés a unos metros y no pueda tocarte como tanto quiero —le confesé, lo que era más que verdad.
—Tanner —tuve que dar unos cuantos pasos hasta quedar frente a ella, tan cerca que podría besarla, pero en ese momento no lo hice, ya habría tiempo para tenerla entre mis brazos de nuevo.
—Clarisse...—giré la muñeca para con mis nudillos acariciar su mejilla, ladeé la cabeza para observarla mucho mejor. Era hermosa, tenía esa mirada dulce que tanto me gustaba, su flequillo cubriendo su frente, esos apetecibles labios, su pequeña barbilla —. Me voy a dar un baño, ¿quieres cenar? Supongo que debes tener hambre.
—Muero de hambre —dijo —. Y también me voy a dar un baño —bajé la mano para pedir la cena.
—¿Lo que sea de cenar está bien? —le pregunté. Fue por su maleta que dejó encima de la cama y abrió para sacar la ropa que se iba a poner después de bañarse.
—Algo ligero está bien —fui a mi habitación dejando la puerta abierta.
—Lo que sea que necesites me avisas —le dije antes de entrar al baño y darme una larga ducha para despejar mi cabeza y no sufrir tanto por el jet lag. El vuelo fue largo y tedioso, hacía tanto que no viajaba tan lejos, que iba a estar tantos días fuera de casa. Pero este viaje era especial ya que Clarisse estaba a mi lado, de ahora en adelante todos los viajes que hiciera serían con ella, no pensaba dejarla sola, mucho menos sabiendo que Mabel andaba por ahí, temía que le hiciera daño.
Al salir del baño revisé los mensajes y llamadas que tenía, Mabel seguía llamando, insistente para hablar, ¿qué pretendía con todo esto? No entendía como es que tenía el descaro de venir y presentarse así como lo hizo, como si todo entre nosotros estuviera bien, como si...yo todavía la amara.
—Tanner —ya me había puesto la ropa cuando Clarisse entró a mi habitación, me encontraba en la cama descansando, pero al verla entrar con solo una toalla cubriendo su cuerpo dejé el móvil al lado para observarla de arriba abajo.
—Dime...—apoyé las manos sobre mi estómago.
—¿Por qué me miras de esa manera? —con la toalla se secó las puntas del cabello. No llevaba una gota de maquillaje y tampoco es que lo necesitara para verse bien porque ella siempre se veía bien, todos los días del año.
—Si te vieras con mis ojos te darías cuenta de lo hermosa que eres —sonrió cubriéndose la boca con la toalla —. No debes sentir pena —estiré la mano para que se acercara y no dudó en sentarse a mi lado.
—No estoy acostumbrada a que alguien me diga palabras tan bonitas —fruncí el ceño.
—¿Nunca tuviste un novio formal? —con el pulgar acaricié el dorso de su mano.
—Tuve un novio hace años, tantos años que ya no recordaba lo que se sentía estar con alguien —musitó.
—¿Puedo saber qué pasó? Solo si quieres decirme, claro —se mordió el labio con pena.
—Me dejó cuando más lo necesitaba, se fue dejándome sola —soltó un suspiro —. Aquella noche lluviosa me dijo que ya no me soportaba, que no me quería como antes y que era un estorbo en su vida —me incorporé para quedar cerca —. Metió toda su ropa en la maleta y se fue con aquella mujer que ya lo esperaba fuera del lugar donde vivíamos. Te juro que en ese momento sentí que me moría, que no iba a poder continuar sin él, que mi vida ya no tenía sentido —su voz era baja y triste, pero en sus bonitos luceros no había rastro de ninguna lágrima.
—¿Qué pasó después? —levantó la cabeza.
—Tuve que salirme de ese sitio, vendí todo lo que tenía y me fui a vivir con mi madre por un tiempo, empecé a estudiar y a trabajar en la empresa —sonrió al decir esto —. Cuando tuve el dinero suficiente me fui a vivir con Didi, no soportaba estar al lado de mi madre escuchando cada uno de sus reproches, sus insultos —esta vez sus ojos se llenaron de lágrimas, le dolía mucho más que su madre la rechazara que cuando el sujeto ese fue de su vida.
—No has tenido una vida fácil —derramó un par de lágrimas que no demoró en limpiar de sus mejillas y suspiró fuerte.
—No, pero he salido adelante no solo por mí, también por...—se calló de golpe, iba a decir algo importante, pero prefirió esperar y la entendía, todavía no estaba lista para dar ese gran paso y tampoco la iba a presionar —. Te lo voy a decir, antes de regresar a casa lo vas a saber —asentí. Cogí sus manos, dejando un suave apretón.
—No te preocupes, gatita, te entiendo, comprendo que no es fácil, que duele —pasó saliva con dificultad.
—Pero lo tienes que saber antes de que lleguemos más lejos, no quiero empezar una relación contigo donde haya secretos, quiero que sepas todo de mí...
—Y yo quiero que sepas todo de mí —sonrió, aun con lágrimas en los ojos —. Aunque creo que ya lo sabes todo, ¿no?
—Conozco la talla de tu ropa y zapatos, el tipo de café que te gusta, el perfume que usas, también sé donde te gusta cenar, tu color favorito —apreté sus manos —. ¿Necesito saber algo más? —su voz salió tímida.
—Una cosa nada más —levanté un dedo. Frunció el ceño.
—¿Qué?
—Me encantas y te quiero...
Clarisse
Escucharle decir que me quería se sentía como...era magia, magia pura cada que lo decía, cada que me hacía sentir especial.
Su mano acunó mi mejilla, cada rastro de dolor y pena se fue en el momento que sentí sus dedos rozar mi piel, el calor que esta me dio, la seguridad que me hacía sentir estando a su lado, protegida y querida. Nunca me sentí así, no era un juguete, no era la amante de nadie, nos estábamos dando una oportunidad, pero yo, desde hace tiempo estaba segura de que era él con quien quería estar toda la vida.
Podía tener dudas de muchas cosas, pero de lo que sentía por Tanner Russel jamás.
—Yo también te quiero —sonrió. Me limité a no decirle que en realidad lo amaba más que a nadie en esta vida, que desde el momento que lo vi lo amé como no se podía amar a nadie, de una manera salvaje y loca, ardiente y romántica, porque estaba segura de que en la vida alguien iba a amar a Tanner así como lo amé yo.
Escuchamos golpes en la puerta, me puse de pie yendo a mi habitación que quedaba al lado de la suya y tenía una puerta en medio que las unía, así que no estábamos tan separados.
—Muchas gracias —dijo. Me asomé y un joven empujaba un carrito con la cena. Me puse ropa decente para poder cenar juntos. Todo esto se sentía tan irreal, como si fuera un sueño del que no quería despertar nunca.
Pasaron unos minutos en los que solo escuchaba el sonido de los platos y la cubertería, el chico se disculpó un par de veces con Tanner y este le dijo que no importaba. Se escuchó la puerta y segundos después Tanner empujó la que separaba nuestras habitaciones para asomarse.
—Ya está la cena —terminé por bajarme la blusa cubriendo mi estómago, sus ojos se quedaron unos segundos de más en mis pechos. Estaba consciente de que se me notaban los pezones, pero tampoco era algo a lo que le daba demasiada importancia.
—Ya voy —desapareció detrás de la puerta. Me pasé el peine por el cabello solo para deshacer los nudos, lo dejé suelto para que se secara un poco y entré a su habitación. La mesa estaba lista con los platos acomodados en su lugar, al verme entrar apartó la silla para que ocupara mi lugar y después lo hizo frente a mí —. Todo se ve rico —era una cena ligera pero apetecible.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —asentí mirándolo a los ojos.
—Dime —cogí el tenedor.
—¿Cómo está ella? —se refería a Hannah —. No me he podido sacar de la cabeza todo lo que me dijiste ese día —pasó saliva —. No...
—Tanner —solté la cubertería y cogí su mano —. No me tienes que dar explicaciones, te entiendo.
—¿No te molesta? —fruncí el ceño y después negué con la cabeza.
—Para nada, entiendo que preguntes por ella, fue una persona muy importante para ti —asintió —. Lo entiendo. Ella está bien —solté su mano para empezar a cenar —. Está confundida, dice cosas sin sentido, pero es normal, por lo que Matthew me dijo es por las drogas y todo lo que vivió con su madre. Lo mejor es no hablar de ella por ahora, que tú vayas a verla.
—No sé si pueda...Es decir, han pasado muchos años no es que no quiera ir y tienes razón no hay que hablar de ella.
Quería decirle lo que Hannah me dijo de Mabel, que fue a verla y por alguna extraña razón sentía que tenía mucho que ver con su estado, llamadme paranoica, pero sabiendo todo lo que ahora sabía de ella la creía capaz de lo que sea, de todo con tal de hacerle daño a esa pobre mujer.
Le regalé una sonrisa antes de empezar a cenar, platicamos de lo que haríamos el día siguiente, ya que teníamos el fin de semana para conocer un poco antes de que Tanner se reuniera con los inversionistas. Cuando terminamos de cenar Tanner llamó para que vinieran a recoger los platos y vasos, nos quedamos solos de nuevo y aproveché para cepillarme los dientes.
—Oye —estaba terminando de enjuagarme la boca. Dejé la toalla en su lugar extendiéndola y giré para verlo. Se encontraba bajo el umbral de la puerta, con el hombro apoyado en el marco —. ¿Podemos dormir juntos? —tenía esa mirada a la que no le podía decir que no. Me recordaba al gato con botas cuando abría los ojos tan grandes que sus pupilas se dilataban provocando ternura.
—Tanner —levantó el brazo abriendo la mano para que la tomara.
—Por favor —su voz se escuchó más infantil —. No quiero dormir solo —me acerqué tomando su mano.
—¿Trajiste tu almohada? —asintió ante mi pregunta —. ¿Entonces?
—Duerme conmigo —soltó mi mano para apresar mis brazos y cuerpo con sus brazos —. No quiero dormir solo —pidió con voz infantil.
—No haremos nada —entornó los ojos.
—¿Te puedo tocar? —suplicó —. Nada más poquito, ¿sí?
—Puedes tocar poquito...
—Y besarte también.
—Me puedes besar poquito —entornó los ojos.
—No quieres nada —se quejó.
—Y tú quieres todo —me dio la vuelta para ir a su habitación.
—¡Pues sí! Sería un tonto si no quisiera tocarte y besarte, devorar cada centímetro de tu cuerpo —repartió besos en todo mi rostro —. Es que eres hermosa y eres mía —caímos al colchón juntos, él encima de mí pero sin dejar caer todo su peso sobre el mío.
—Soy tuya, señor Russel —apoyó los antebrazos en el colchón a la altura de mi rostro. Apartó algunos mechones todavía húmedos de mis mejillas y labios.
—Mía nada más, señorita D.
Amaba que me dijera señorita D, era algo suyo para mí, un pequeño apodo que nadie más podía usar porque la pertenecía.
En ese momento en el que nos mirábamos a los ojos quise decirle cuanto lo amaba, la inmensidad de mi amor por él, pero debía esperar, solo un poco más e iba a decirle toda la verdad sobre mí, todo lo que había estado guardando estos meses, porque si quería una relación de verdad no debía haber secretos entre los dos.
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