Capítulo 21. ❄
Tanner
La cocina olía a pancakes, café recién hecho y tocino crujiente. La música se escuchaba a un volumen bajo, que inundaba todo el lugar con esa melodía suave y melancólica. Hace tanto que no había música en este lugar, hace tanto que no cocinaba en esta estufa que seguía nueva, pero ahora que mi Clarisse dormía plácidamente en mi cama quería preparar algo rico para desayunar, para que cuando abriera los ojos se llevara la sorpresa de ver un rico desayuno frente a sus ojos.
El móvil sonaba una y otra vez, una y otra vez, desde temprano estaba así y podía jurar que era Mabel y ese maldito afán de joder mi vida ahora que ya la había olvidado por completo. Miré la pantalla y era otro número porque el anterior lo tuve que bloquear para no saber nada de ella. No quería verla, no quería que arruinara mi vida ahora que era tan feliz junto a Clarisse.
Estaba tan bien sin ti.
Cogí el aparato y lo estrellé contra el mármol de la encimera, harto de que solo estuviera vibrando y sonando todo el rato.
—Deja de joder —espeté sin importarme que la pantalla se estrellara y se pusiera todo negro. Ya compraría otro después, solo así Mabel iba a dejar de molestarme.
El teléfono del departamento empezó a sonar, me retiré de la estufa y cogí el aparato, al mirar la pequeña pantalla me di cuenta de que era el doctor que vino esa noche a revisar a Clarisse.
—Buenos días, doctor, ¿cómo se encuentra?
—Estoy bien, Tanner, ¿cómo sigue Clarisse? ¿Todo está bien?
—Ella está bien, gracias por preguntar —me rasqué la mejilla.
—Te llamo para decirte que las pruebas han arrojado lo que tanto temíamos, Clarisse fue drogada. Tienes que dar aviso a la policía, vamos a seguir haciendo más pruebas para tener todas juntas y saber que tipo de droga usaron, si quieren poner una demanda van a tener con que demostrar que fue drogada —tragué grueso y solté un suspiro.
—Voy a hablar con ella para convencerla.
—Hazlo, Tanner, las cosas no se pueden quedar así, todo pudo ser diferente —asentí aunque no me estaba mirando.
—Lo haré —fue todo lo que dije.
—Te sigo manteniendo informado —colgamos al mismo tiempo y dejé el teléfono en su lugar. Regresé a la cocina para terminar de preparar el desayuno, para cuando Clarisse despertara estuviera todo listo.
Al terminar había quedado un desastre en la cocina, pero eso era lo de menos en este momento, ya después me haría cargo de todos los platos que ensucié. Empujé la puerta con cuidado, pero Clarisse ya estaba despierta mirando a través de la ventana, sentada en la cama con la espalda recargada en el respaldo.
—Buenos días —giró la cabeza y me sonrió.
—Buenos días —se quiso poner de pie pero la detuve. Dejé la bandeja con el desayuno encima de la mesita de noche.
—¿Cómo te sientes? —me senté a su lado. Su mirada triste me lo dijo todo, se me apachurró el corazón al verla así.
—No sé —encogió un hombro, apenada, confundida —. No sé cómo llegué aquí, qué pasó —sus ojos se llenaron de lágrimas. Me acerqué un poco más para abrazarla cuando empezó a llorar.
—Todo está bien —dejé un beso en su sien —. No pasó nada malo, ya estás aquí a mi lado —mis brazos rodearon su cintura y la apreté con cuidado.
—¿Cómo llegué aquí? —se apartó unos centímetros para poder mirarnos a los ojos —. Dime —sus manos ascendieron al cuello de mi camiseta, enredó la tela entre sus delgados dedos. Su mirada me suplicaba con dolor que le dijera lo que pasó, como es que terminó en mi departamento con las rodillas raspadas y en un golpe en la mejilla que seguía hinchada.
—Cariño, no sé exactamente lo que pasó, solo sé que me llamaste en la madrugada y me pediste que fuera por ti a ese lugar. Decías que tenías miedo, que tus manos no respondían —tragué grueso —. No lo dudé y fui por ti, te traje a casa y llamé al doctor para que te revisara —derramó un par de lágrimas que limpié con mis pulgares —. Eso fue todo.
Se llevó una mano a la cabeza ejerciendo presión en sus sienes, se quejó formando una mueca con los labios.
—¿Te sientes mal? —asintió.
—Me duele la cabeza —me puse de pie para coger el vaso con jugo y una pastilla para el dolor de cabeza. Regresé a su lado entregándole el vaso con la pastilla, sonrió antes de llevárselo a los labios para darle un sorbo —. ¿Y qué dijo el doctor?
—Dijo que no recordabas mucho, solo lo que te dije y que te dieron algún tipo de droga...—no podía terminar la frase porque me dolía pensar que algo malo le pudo pasar.
—¿Me drogaron? —asentí a la mala.
—Sí.
—Pero estuve atenta a mi vaso, a todo lo que nos servían y...—se quedó pensando unos segundos, su mirada se encontraba fija en algún punto en la ventana —. ¿Dónde está Didi? —me encogí de hombros.
—Tampoco sé, le estuve llamando toda la noche pero nunca respondió...
—¿Y si le pasó algo? —puso la mano sobre mi brazo —. ¿Y si...? —antes de que siguiera haciéndose ideas la detuve con una suave caricia sobre su mano.
—Vamos a llamarle para asegurarnos de que se encuentra bien, ¿te parece? —asintió con la cabeza, limpiándose debajo de los ojos. Todavía tenía los ojos llorosos.
Cogí el móvil que descansaba en la otra mesita, conectado a la corriente eléctrica, se lo entregué y me sonrió como agradecimiento. Su dedo se deslizó un par de veces por la pantalla hasta que se llevó el aparato a la oreja, del otro lado Diane no tardó en responder.
—¿Dónde estás? No, ¿dónde estás tú? —se escuchaba entre molesta y preocupada. Se mordió una uña —. Necesito que me digas que pasó, todo es tan confuso después de que bajaste a bailar con ese... sujeto —se aclaró la garganta. Escuchaba atenta lo que su amiga le decía por teléfono y por más que intentaba escuchar no entendía nada de lo que Diane decía.
Asentí un par de veces con la cabeza, emitía un Mmmj, y negaba también.
—Estoy bien, cuando llegue a casa te explico. Estoy bien, Didi, no pasa nada —finalizó para tranquilizar a su mejor amiga, quien me imagino estaba demasiado preocupada por ella. Colgó dejando el móvil a un lado, soltó un largo suspiro y sacó los pies de los cobertores.
—¿Qué te dijo? —acerqué la bandeja con el desayuno a la cama para que pudiera desayunar algo.
—Dice que se fue con este chico y yo le dije que estaba bien, que me iba a ir sola, regresar al departamento —corrigió —. Pero no recuerdo nada de eso, solo la parte donde ella bajaba a bailar y ya, después todo está en blanco —dijo con algo de pena —. ¿Y si no llego a recordar nada? —preguntó con una marcada preocupación en la voz.
—Poco a poco vas a empezar a recordar lo que pasó —su mirada era triste, desolada. Aparté el cabello de su frente para tener una mejor vista de su rostro.
—¿Eso crees? —asentí.
—Ahora desayuna, me imagino que tienes hambre —su mirada se fijó en la bandeja saboreando todo lo que había dentro.
—La verdad es que sí —encogió uno de sus delgados hombros.
Subió las piernas al colchón y las cruzó para poner sobre estas la bandeja.
—El doctor sugiere que hagas una denuncia de lo que pasó —abrió los ojos con sorpresa.
—¿Una denuncia? ¿Crees que sea necesario? —asentí. Le dio una mordida a la tostada —. Pero...
—Tienes que denunciar lo que pasó anoche, no sabemos a cuántas mujeres más se lo han hecho. Ayer tuviste la fortuna de escapar y salvarte, pero muchas no lo han podido hacer, Clarisse...—puse la mano encima de la suya.
—¿Estás enojado conmigo? —fruncí el ceño extrañado.
—¿Molesto? No, para nada. ¿Por qué estaría molesto?
—Cuando estás molesto o serio me dices Clarisse, si no soy la señorita D o gatita —dijo esto último con pena.
—Estoy molesto, pero no contigo, sino con el poco hombre que te hizo esto —me refería a los golpes —. Lo que sea que decidas hacer debes saber que voy a estar a tu lado, te voy a apoyar. No estás sola, gatita —en sus labios se dibujó una sonrisa.
—Es lo mejor, ¿no? —dije que sí.
—No tienes que ir a dar tu declaración, podemos llamar al jefe de la policía para que venga, así no te expones a ir a ese lugar —frunció los labios. Le dio otra mordida a la tostada.
—Tanner Russel haciendo uso de todo su poder —sonreí negando con la cabeza —. Didi dice que podrías ser gobernador o el presidente de la nación.
—¿Eso crees? —mis cejas se arquearon.
—Yo votaría por ti —confesó con una sonrisa —. Eres el rey de esta ciudad.
—Solo quiero ser tu rey y tú mi reina —se atragantó con la tostada así que le pasé el jugo. Tosió un par de veces y su rostro se puso rojo por el esfuerzo —. ¿Estás bien? —golpeaba su espalda con cuidado.
—Cada día eres más romántico, Russel —dice sin dejar de mirarme a los ojos.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí, señorita D —me acerco para quitar la mermelada de una de sus comisuras. Mi lengua salió filosa para lamer su piel, provocando que se estremezca —. Hay algo que tengo que decirte, necesito decirte —corregí.
—¿Es algo malo? —alzó una ceja.
—Sí y no —me puse de pie —. Pero antes, termina de desayunar, voy a pedir ropa y un móvil nuevo —frunció el ceño —. El mío se rompió. Cosas de la vida —me detuve frente a la puerta —. En la ducha está todo lo que necesitas, estás en tu casa, gatita.
—Gracias —musitó.
Salí de la habitación para dejarla sola y que se pudiera duchar a gusto. No sabía como se iba a tomar lo de Mabel. No me gustaba la idea de que hubiera regresado, prefería mil veces que se quedara en Londres y me dejara en paz, lo que más me preocupaba es que le hiciera daño a Clarisse, que quisiera arreglar las cosas entre nosotros cuando ya no había nada que arreglar. Todo se murió el día que se fue, dejándome solo con mi dolor.
Clarisse
Noté a Tanner un poco raro, serio, pero queriendo disimular que algo le estaba molestando. Tal vez con los demás podía fingir bien o mentir, pero lo conocía tan bien que sabía que algo le preocupaba. Estaba segura de que me iba a decir aquello que lo tenía así, solo necesitaba tiempo y nada de presiones, él se abriría conmigo una vez más.
Me di una ducha y cuando salí del baño había ropa encima de la cama, unos jeans nuevos, una blusa blanca y una chaqueta al igual que unos botines parecidos a los míos que estaban raspados de la punta. Por más que hacía el intento por recordar no había nada en mi cabeza de esas horas en las que pasó todo eso y terminé golpeada.
Me puse la ropa que Tanner pidió para mí y me miré al espejo, tenía un gran golpe en el pómulo, estaba entre azul y morado, la piel rota y me ardía al pasar mis dedos sobre la herida. Sequé mi cabello y lo recogí en una media coleta. Al salir de la habitación escuché a Tanner hablar, pero no quise ser chismosa y quedarme a escuchar, fui directamente a la cocina donde había una torre de platos, ollas y sartenes dentro del escurridor. Todos estos años creí conocer a Tanner Russel, pero ahora me estaba dando cuenta que no conocía ni la mitad del hombre maravilloso que en realidad era. Cada día me sorprendía más.
—Hablaba con el jefe de la policía —se sentó a mi lado frente a la isla de la cocina —. Le platiqué lo que pasó anoche y dice que tienes que poner una denuncia, va a venir en un rato para tomar tu declaración, o lo poco que recuerdas. De todos modos va a ir a ese bar para hacer preguntas. Diane va a tener que declarar —asentí.
—No creo que tenga problema con eso —sonreí sin mostrar los dientes —. Pero antes tengo que hablar con ella.
—Sí lo sé —hizo el amago por ponerse de pie, pero se detuvo al ver que me quedaba en mi lugar.
—Tienes algo que decirme —regresó a mi lado.
—Ayer mientras iba por ti volvieron a llamar, respondí y me llevé la desagradable sorpresa de que era Mabel, quien ha estado llamando todo este tiempo...
En ese preciso instante el tiempo se detuvo para mí, se sentía como si los segundos fueran más lento, se alargaran a tal punto que hasta respirar se me dificultaba. Parpadeé para lograr entender sus palabras, saber que esto no era una broma, esperaba que mintiera, pero su seriedad me dijo que no mentía, que no iba a bromear con un tema tan delicado.
—¿Qué? —un jadeo mortífero escapó de mi garganta —. ¿Ella regresó?
—Y no me importa —empezó a explicar —. No me importa si regresó, si me quiere ver, yo no quiero saber nada de ella —sostenía mi mano con ímpetu. Quise soltarme de su agarre, pero ahora mismo su mano era lo único que me mantenía estable.
—Pero...—Un nudo se formó en medio de mi garganta —. Estuvieron casados...
—E íbamos a tener un hijo, lo perdimos —empezó a explicar con dolor —. Pero ella se fue no sin antes culparme de eso —fruncí el ceño.
—¿Ella hizo qué? —Ahora la preocupación se convirtió en una inmensa rabia hacia esa mujer que no conocía y tampoco quería conocer.
—Tuvo un aborto hace tres años...
Tres años.
—Perdimos a nuestro hijo y creí ciegamente que el dolor nos iba a mantener unidos, que a pesar de lo que pasó estaríamos juntos para sobrellevar la pérdida —esta vez fui yo quien sostenía su mano —. Pero no fue así, me culpó de todo sin darse cuenta de que yo también estaba sufriendo porque no solo era su hijo, era mío también.
Su voz se escuchó dolida, en un hilo fino que estaba a nada de romperse.
—Un día simplemente se fue, me dejó y no supe más de ella hasta ahora.
—Lamento mucho lo que tuviste que pasar —sonrió de manera triste, dolida. Bajó la mirada unos segundos. Entendía bien lo que pasó porque yo también perdí un hijo, también me dolió a tal grado que muchas veces me cuestioné si la vida tenía algún propósito, si lo mejor para mí era dejar de existir.
—No soy el único padre que perdió a su hijo, ni a su esposa —recobró la compostura —. Pero el caso es que Mabel se fue hace tres años y ya no tiene cabida en mi vida, eres tú la dueña de mi corazón, la mujer que me vuelve loco —una tonta sonrisa se dibujó en mis labios —. La única dueña de mi amor —no sé si lo dijo nada más porque sí, sin pensarlo, pero para mí se sintió como si me dijera que me amaba con locura.
—¿Y si ella quiere regresar? ¿Si quiere estar contigo?
—No quiero estar con nadie más que no seas tú —apreté los labios.
—¿Estás seguro? —ladeé la cabeza —. ¿Ya no sientes nada por ella?
—No siento nada por ella, solo te quiero a ti, gatita, solo a ti —se acomodó de tal manera que nuestras piernas quedaron juntas, subió las manos a mis mejillas y las acunó con sus grandes manos —. Te quiero, Clarisse Dawson, solo te quiero a ti.
—Y yo te quiero a ti, Tanner Russel. Te quiero tanto.
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