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Capítulo 19. ❄

Clarisse

Apenas estaba entendiendo y haciéndome a la idea de lo que sucedía entre Tanner y yo. Se sentía tan irreal, como un sueño del que no quería despertar, donde me sentía tan cómoda y a gusto que la realidad me parecía poca cosa comparada con todo lo que me estaba pasando ahora mismo.

Dos años, dos años pasé enamorada de ese hombre en secreto, soñando con él, con que también me amaba y ahora seguía sin creer que se fijara en mí y me tratara de esta manera tan dulce y comprensiva. Pero aun así no tenía esa confianza para decirle lo que pasé años atrás, que el padre de mi hijo se fue, dejándome sola y embarazada, perdí a mi hijo por su culpa y eso era algo que aún no podía superar porque creo que la pérdida de un hijo no se supera jamás, es una herida que sigue abierta con el paso de los años y temía que esa herida fuera un problema en mi relación con Tanner, que por cierto ahora tenía que ser secreta para los demás porque no me quería imaginar como se lo iban a tomar. La secretaria de Tanner Russel y el dueño de las empresas Russel están saliendo juntos.

Ya veía venir la sarta de comentarios negativos hacia mí, que si era poca cosa para el atractivo y carismático Tanner, que si era muy simple y básica, y todo ese tipo de cosas que siempre le dicen a las chicas como yo cuando salen con un hombre como él. Poco me importaba lo que pensaran los demás, pero su familia no se merecía estar en la mira de los chismes y revistas cuando ya pasaron por algo igual hace años. Así que lo mejor para nosotros era mantener lo nuestro en secreto.

—¿Ya pensaste que vas a hacer con tu madre? —estábamos sacando algunas copias o mejor dicho, yo estaba sacando unas copias y Didi vino para poder estirar las piernas y comer algo. Necesitaba alimentarse a sus horas si no se ponía de mal humor y lo conveniente era no verla enojada. Parecía un Kremlin rabioso con ganas de arrancar cabezas.

—¿De qué hablas? —le pregunté de regreso. No entendía bien a que iba, la verdad no le había prestado atención.

—Ha estado llamando y tú la ignoras.

—¿Y para qué le respondo? Si lo hago va a empezar a decirme lo que las hijas de sus amigas ya lograron a su edad, que si menganita tiene veinte años y trabaja en no sé donde. Que si perenganita ya se casó y sigue trabajando, que si fulanita sale con un tipo rico que le compra joyas caras y todo lo que ella pide.

—Pues tú sales con el galán de Tanner y no lo andas presumiendo. Deberías decirle que tienes novio a ver si así se queda callada —cogí las hojas revisando que todo estuviera bien, ya que era un contrato importante.

—Sabes que para mi madre eso no basta, nada de lo que yo hago es suficiente para ella. Llevo sobre mi espalda el estigma de embarazarme a los veinte años y tener que dejar los estudios —cogí las hojas para acomodarlas como debían ir —. Pero no me importa lo que ella diga, soy feliz con esta vida y lo que ella diga de mí me da igual —la miré y sonrió de oreja a oreja —. Soy feliz porque te tengo a mi lado —apreté su mano.

—Y porque te follas al galán de Tanner Russel —se mordió el labio —. Amiga, yo quisiese, pero no pudiese —ambas nos echamos a reír.

—Baja la voz o alguien te va a escuchar —encogió los hombros.

—Que me escuchen y sepan que mi mejor amiga es novia del dueño de esta compañía, voy a ser la envidia de todos —sus ojos se iluminaron, llenos de vida.

—Nadie lo puede saber...—rodó los ojos con hastío.

—Ya sé, ya sé —solté su mano y regresamos a nuestro lugar de trabajo para preparar algunos documentos que eran importantes para este día. Hoy había una junta importante y todo debía estar listo para cuando los socios llegaran y no tuvieran que esperar. Tanner era un maniático con este tipo de cosas y yo, como su secretaria, debía cumplir con mi trabajo.

—¿Puedes bajar a la cocina para asegurarte de que todo esté bien? —le pedí a Didi.

—Ya voy, jefa —se puso de pie —. Oye, cuándo seas la esposa de Tanner serás mi jefa, ¿no? —fruncí el ceño —. No seas una cabrona, por favor —me pidió con un tono de voz suplicante.

—Ve a hacer lo que te pedí —hizo una señal militar y se alejó hacia el ascensor.

—Está bien, jefa —a veces podía ser tan graciosa y por eso la adoraba, junto con todo lo demás que me hacían quererla y que fuera mi mejor amiga para toda la vida.

Cogí la carpeta con todos los documentos que me pidió Tanner, me acomodé la falda y me detuve frente a su puerta antes de tocar. Levanté la mano para tocar con los nudillos.

—Adelante —le escuché decir desde dentro.

—Ya tengo todo listo para la junta de hoy —me indicó cerrar la puerta y eso hice —. Aquí están los documentos a firmar, mandé a Diane para que se asegure que las bebidas y bocadillos estén listos a la hora indicada —me hizo una seña para que me acercara y también obedecí sin rechistar.

Dejé la carpeta encima del escritorio, quedé en medio de sus piernas y sus manos fueron a mis caderas sin decir ni una palabra. Apoyó la cabeza en mi pecho y soltó un largo suspiro.

—Te he extrañado este día, ni siquiera he podido besarte —se apartó unos centímetros. Una de sus manos subió a mi barbilla y me atrajo a él para besarme, primero lo hizo lenta y dolorosamente, se sentía como un beso necesitado que ambos ansiábamos con desespero, porque como dijo, en toda la mañana no pudimos ni siquiera darnos un beso, mucho menos tocarnos.

Apoyé mi pierna en medio de las suyas y no pude evitar acercarla de más para provocarlo un poco. Lo escuché jadear en el momento que mi rodilla se apretó a su entrepierna, nuestro beso se intensificó a tal grado que lo único en lo que podía pensar era en nosotros dos en ese escritorio, sin importar lo que pensaran y dijeran los demás. Pero la voz que la mayor parte del tiempo tenía razón me decía que no debía meter la pata y contenerme un poco más, solo necesitaba unos días más. Ya habría la oportunidad para estar juntos y ahí sí hacer todo lo que deseaba.

—Dios —nos separamos. Me sentó en sus piernas llevando las manos a mi cintura —. Eres hermosa —apartó mi flequillo, sus dedos se arrastraron desde mi frente a mis labios, los mordió un poco para bajar al cuello de mi blusa y quitar uno de los botones —. Te quiero tocar.

—¿Qué te lo impide, cariño? —se mojó los labios, en un movimiento lento y pasional.

—Si por mí fuera te follaría aquí mismo, ahora mismo —su móvil empezó a sonar, lo ignoró sin siquiera mirar la pantalla.

—¿Otra vez? —pregunté cogiendo el aparato, dejó de sonar y apareció una llamada perdida.

—El otro día respondí, pero nadie contestó así que no es mi culpa —espetó. Me quitó el móvil para ponerlo boca abajo sobre el escritorio —. No importa, gatita —me abrazó de nuevo.

—Me llegaron los recibos de tu otra casa —suspiró —. ¿Puedo saber qué pasa con esa propiedad? Hace años que no vives ahí, ¿no has pensado en venderla? —le pregunté con curiosidad.

—Esa casa la compré cuando obtuve mi primer pago, es importante para mí...

—¿Importante en qué sentido? —con mis dedos acomodé el cuello de su camisa, la mantenía arreglada para la junta, para verse presentable. Pero es que él siempre se veía bien con todo lo que se pusiera, podía traer una bolsa de basura y se vería sexi y candente.

—¿Estás celosa? —alzó una ceja —. ¿Es eso? —subió la mano a mi seno, lo amasó y apretó sin cuidado.

—¿Tendría que estar celosa? No me vas a dejar, ¿o sí? —sacudió la cabeza en negación.

—Ahora que te tengo a mi lado nunca te voy a dejar —una tonta sonrisa se dibujó en mis labios —. Primero me mato antes de hacer eso.

—Si te matas no podremos estar juntos —dejé un toquecito en la punta de su nariz con mi dedo —. Así que no lo hagas. ¿Entonces?

—Sé que te preocupa el hecho de que Mabel signifique algo para mí, pero créeme que no es así. Hace unas semanas te hubiera dicho que si ella regresaba iría detrás, ahora no —se escuchaba seguro de sus palabras —. Ahora quiero estar a tu lado, solo contigo —sonrió —. Nada más contigo.

—Yo también quiero estar contigo, siempre —cogí su mano para enlazar nuestros dedos, las subió a la altura de sus labios para dejar pequeños besos en mi dorso

—No me dejes.

—Nunca señor Russel —apretó sus labios a los míos —. Tienes una junta importante.

—No me importa la junta —se puso de pie para acorralarme contra el escritorio y su trabajado cuerpo, sus manos se asieron al filo —. Solo quiero una cosa —el color claro de sus ojos cambió, ahora era uno más fuerte, eléctrico, cargado con lujuria y deseo.

—Tanner —mis manos se apoyaron en su duro pecho —. Aquí no —miré hacia la puerta.

—¿Por qué no? —alzó una ceja.

—¿Olvidas las reglas?

—Al diablo las reglas —acortó la poca distancia que existía entre nuestros cuerpos y culminó con un beso fogoso que me caló cada centímetro de la piel. Se metió entre mis piernas, acercando su pelvis, rozando su miembro contra la fina y suave tela de mis bragas. Su mano se metió bajo mi falda para rozar esa parte sensible de mi cuerpo —. Encaje —murmuró sobre mis labios —. ¿Qué pasaría si te robo las bragas?

—¿Vas a dejar que ande sin bragas? —una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios.

—¿No me crees capaz de hacerlo? —me mordí el labio y negué despacio con la cabeza.

—Lo que no creo es que dejes que ande por ahí sin bragas, expuesta ante los demás.

—Pero los demás no van a saber qué andas sin bragas, mi amor.

Buen punto.

Así que sin meditarlo más me empujó contra el escritorio subiendo mis piernas, doblando mis rodillas para meter ambas manos bajo mi falda, y sin dejar de mirarme a los ojos bajó lentamente la prenda hasta que la sacó por completo, llevándola a su nariz e inspirando fuerte.

—Que bonito color —guardó la prenda en el bolsillo delantero de su pantalón. Observó un poco lo que había bajo mi falda y de nuevo se acomodó entre mis piernas. Su erección era bastante notable y no puedo negar que se me antojó hacerle un oral en ese momento, pero estábamos hasta el tope de trabajo así que tendría que esperar —. Que bonita tú —sonreí como una tonta ante su halago. Besó mis labios con ímpetu y me atrajo a su cuerpo para que pudiera sentir lo duro que estaba por mí —. Esta noche voy a necesitar que te quedes un rato más —alcé una ceja cuando se separó.

—¿Por qué?

—Trabajo —murmuró sin mirarme a los ojos. Sus dedos descendieron por el cuello de mi blusa, quitaron otro botón dejando ver el encaje de mi sujetador, lo hizo a un lado para rebelar un poco más de piel de mi pecho, chupó y succionó hasta dejar una gran marca de color rojo sobre esta.

—¿Trabajo en la noche? —acomodó mi sujetador —. ¿Qué tramas?

—¿Te digo la verdad? —asentí —. Quiero que me lo chupes y cumplir una de mis fantasías —señaló el sofá de cuero negro —. ¿Quieres o no?

—Sí quiero —sonrió satisfecho con mi respuesta.

—Buena niña —me besó de nuevo, pero esta vez una de sus manos se coló bajo mi falda para enterrar dos dedos dentro de mi vagina —. Estás mojada, gatita —ronroneó.

—Estoy mojada por ti.

—Siempre estás mojada por mí —me mordí la esquina del labio y asentí. Sacó la mano para llevar los dedos a su boca y chuparlos sin quitar los ojos de encima de los míos.

Ay mierda.

En ese momento yo tuve dos orgasmos que sacudieron mi cuerpo de arriba abajo. Verlo hacer eso sin dejar de mirarme se me antojaba como lo más sexi que podía hacer un hombre.

—Yo te llevo a tu casa.

—Sí —dice bajito, en un gemido que le provocó una risa tonta. Apretó mis mejillas con ambas manos depositando un beso sobre mis labios.

—¿Está todo listo para la junta? —bajó mi falda y acomodó los botones de mi blusa, cogió mi mano para ayudarme a bajar de su escritorio y de paso también se ajustó los pantalones, ya que su amiguito lo estaba delatando, y mucho.

—Todo está listo, señor Russel, solo falta que lleguen los socios.

—No quiero interrupciones —dijo yendo de un lado al otro de la oficina —. Nada de llamadas ni personas molestando, nada de eso —levantó un dedo —. Si alguien necesita una cita la agendas para otro día —asentí —. Creo que se me olvida algo.

—¿Qué podrá ser? —se rascó la barbilla, pensando. De nuevo se acercó a mí para acunar mis mejillas y apretarlas y terminó con un beso.

—Esto —sonreí ante su repentino gesto —. Te adoro —mi corazón se hinchó de felicidad. Me sentía como una niña en el prado que podía correr y saltar de un lado al otro.

—Y yo te adoro a ti —soltó mis mejillas —. Voy a ver si está todo listo en la cocina —metió una mano a su bolsillo, justamente donde guardó mis bragas y en ese momento recordé que andaría todo el día a pelo suelto, como diría Didi.

Cuando salí de la oficina las puertas del ascensor se iban abriendo, Didi sonrió al verme, pero no dijo nada hasta que estuvimos cara a cara.

—¿Qué? ¿Ya te dio tu dosis diaria de sexo salvaje? —me llevé el dedo a los labios.

—Cierra el pico —susurré —. ¿Está todo listo allá abajo?

—Sipi, nada más que des la orden y suben todo, tal y como el rey lo pidió —fruncí el ceño.

—¿El rey?

—Tanner Russel —explicó —. Es cómo el rey de esta ciudad, se podría postular para gobernador y todos votarían por ese hombre, hasta podría llegar a ser el presidente de nuestra nación. ¿Te lo imaginas? Porque yo sí.

—No —respondí.

—Pues qué envidiosa eres, lo quieres solo para ti y a las demás que nos lleve la verga —se quejó —. Y a mí ni eso me puede llevar —según ella se puso a llorar —. Estoy más sola que la señora de los gatos, no he tenido sexo hace meses, Clarisse —me cogió del cuello de la blusa —, meses, ¿sabes lo que es eso? Sí lo sabes, ¿verdad? —se veía desesperada —. Tú estuviste tres años sin sexo y ahora ese semental te montó duro y bonito.

—¿Qué voy a hacer contigo? —me crucé de brazos.

—Amarme, solo pido eso. Solo ámame, Clarisse Dawson —se acomodó en mi pecho y empezó a sollozar.

—¿Qué te parece si este sábado vamos a tomar algo? Que tal y conoces a alguien y así te quitas un poco el estrés —levantó la cabeza un poquito, solo para dejarme ver sus bonitos ojos cristalinos.

—¿Harías eso por mí? —asentí —. Eres la mejor amiga de todas —de nuevo se acomodó en mi pecho, sus brazos rodearon mi espalda —. ¿Y vamos a beber?

—Sí.

—¿Y conocer chicos guapos?

—También.

—Entonces sí quiero —se separó e irguió la espalda. Solo necesitaba decir las palabras mágicas para que regresara a su estado natural —. El sábado tenemos una cita y no me vayas a dejar plantada por el Rey —negué con la cabeza y sonrió mucho más.

Regresamos a hacer nuestro trabajo, pero no pasó mucho para que los socios empezaran a llegar. Didi y yo fuimos las encargadas de recibirlos y acompañarlos hasta la sala de juntas donde Tanner los esperaba para empezar con la reunión. Sería una junta importante y dudaría algunas horas así que mientras Tanner estaba con ellos Didi y yo aprovechamos para comer y platicar un poco.

—Si pasas frente a las hamburguesas de Pete, me traes una, ya sabes como —señaló —. También pides una malteada y unas papas —entorné los ojos.

—¿Algo más?

—No... Sí, unos nuggets. Ya te puedes ir —me puse el abrigo y cogí la bufanda porque este día en particular hacía un horrible frío que congelaba todo a su paso. Cogí mi bolso, pero el teléfono empezó a sonar y Didi no tenía la intención de responder.

—Empresas Russel, ¿en qué le puedo servir?

¿Se encuentra Tanner? —fruncí el ceño. Era una mujer.

—El señor Russel se encuentra en una junta importante y ordenó que no se le interrumpiera, si gusta dejarle un recado...

Llamo más tarde —y colgó. Miré el teléfono, atónita y lo regresé a su lugar.

—¿Quién era? —preguntó Didi.

—Una mujer que preguntó por Tanner, ni siquiera dijo buenas tardes ni dio las gracias. Maleducada —Didi se empezó a reír de mí —. ¿De qué te ríes?

—Eres como una viejecita amargada y cascarrabias que se queja de todo, más que nada de mala educación de esta generación.

—No soy amargada y cascarrabias, pero, ¿dónde quedaron los modales? Al menos un buenas tardes, disculpa, ¿se encuentra el señor Russel? No, está bien, gracias yo le llamo más tarde. Dime, ¿es tan difícil? —negó —. Ahí está.

—Ya no te enojes y mejor ve por mi comida, no quieres verme molesta —me señaló con un bolígrafo.

Refunfuñe y cogí mi bolso para ir a por la comida. El restaurante no quedaba lejos de la empresa así que fui caminando, aproveché también para comprarle unas galletas a Tanner porque estaba segura de que iba a cerrar ese trato con los socios y todo iba a salir bien. Él siempre sabía como ganarse a los demás y conseguir lo que quería.

De regreso a la oficina Didi saltó como foca cuando vio su comida, guardé las galletas en mi escritorio y aprovechamos para comer juntas, aquí dentro estaba calentito, pero allá afuera era un congelador, nada más faltaba que nevara para que pareciera navidad. La comida con Didi fue amena y para mi buena suerte no hablamos de Tanner ni Matthew, solo un día no quería pensar en el odio que se tenían ni nada de esas cosas. Al final terminamos de comer y la junta no estaba ni cerca de terminar.

—No te dije, pero el jefe quiere que me quede hasta tarde —estaba acomodando unas carpetas en el archivero. Miré por encima de mi hombro y Didi me miraba con una ceja alzada —. Ya me he quedado otras veces.

—Sí, pero antes no eran nada, ahora son noviecitos y eso me preocupa.

—¿Qué te preocupa? No me hará nada malo.

—Me preocupa que te deje en silla de ruedas, o que te destroce el útero, no sé, que llegues con las rodillas lastimadas —mis mejillas se pusieron rojas al recordar lo que me dijo Tanner esta tarde en su oficina.

"Quiero que me lo chupes y cumplir una de mis fantasías".

—Nada de eso —quise cambiar el tema.

—Te pusiste roja —señaló —. ¿Qué cochinada te propuso hacer?

—Nada, no me dijo nada —me giré para seguir acomodando las carpetas. Quise huir de su mirada escrutadora, para que no viera mis mejillas encendidas y mi mirada delatora. Le tenía confianza a Didi, es mi mejor amiga, pero había cosas como estas que no se podían hablar aquí en la oficina.

—¿Te va a llevar al departamento?

—Sabes que sí.

—Entonces sí te doy permiso —sonreí y negué con la cabeza.

****

Tanner

La boca de Clarisse me follaba lenta y dolorosamente, tenía las bolas cargadas con semen que quería derramar en su pequeña boquita. Este día fue muy duro y cansado, lo único que quería ahora mismo era que mi chica me lo chupara hasta el cansancio. Recargué la espalda contra el respaldo del sillón a la vez que Clarisse se mantenía de rodillas metida entre mis piernas. Metía mi pene a su boca, lamía la punta y su saliva junto a su lengua lo empapaban por completo, con la otra mano me acariciaba los testículos, los masajeaba con cuidado intensificando el deseo y éxtasis. Cerré los ojos sin dejar de sostener su cabeza con mi mano, gemía bajito por si alguien se había quedado por ahí no nos escuchara, abría la boca en busca de aire y me mojaba los labios. Estaba necesitado de esto, de su calor, follarla sin cuidado ni temor, pero ahora mismo su boca me hacía tan feliz.

—Así gatita —mi voz salió ronca y dura. El éxtasis me estaba matando por dentro. No iba a tardar en correrme dentro de su boca y aquella imagen me tenía embelesado. Abrí los ojos para encontrarme con Clarisse, su boca follándome, ella de rodillas frente a mí debajo de mi escritorio, la escena era digna de retratar, pero no le haría esto a ella, a ella no. Todo era mejor cuando se quedaba entre nosotros.

Me conformé con grabarme cada uno de sus gestos para que un día, cuando estuviera necesitado de su amor recordar como me hizo un oral en mi oficina y como ambos lo disfrutamos.

En el momento que mi semen salió disparado dentro de su boca, lo metí más profundo, hasta el punto que casi me come las bolas, me vacíe en su boquita hasta que no quedó nada más de mí, solo un hombre agotado y feliz. Se apartó limpiando sus labios y se puso de pie para sentarse sobre mis piernas mirando hacia el frente. Tenía toda la ropa desarreglada y eso fue culpa mía, ya que lo primero que hice cuando estuvimos solos fue ponerla contra la pared, subir su falda a la altura de su cintura y comerle el coño.

Se restregó sobre mi pene y no titubeo al llevar mis manos a sus pechos, estos eran pequeños, pero para mí tenían el tamaño perfecto, puesto que cabían en mi boca.

—Entonces te fue bien —asentí aunque no me estuviera mirando —. ¿Y cuándo es el próximo viaje?

—En unas semanas a Londres —no la podía ver, pero sabía que sus ojos se iluminaron —. Y tú vas a ir conmigo —solté su pecho para con mi mano apartar su cabello dejando libre su bonito y delgado cuello. Repartí algunos besos sobre su piel y al igual que con sus senos mordí de más.

—Encantada de ir contigo, pero ya no podremos asistir a la cena de acción de gracias con tus tíos.

—Ya habrá otras cenas, cariño —la escuché gemir cuando pellizqué su pezón —. Muchas más cenas.

Movía su culo sobre mi pene que otra vez estaba duro por ella. Bajé mi mano a su sexo para darle todo el cariño que se merecía y mientras ella balanceaba las caderas en un ritmo lento y doloroso yo metía mis dedos en su pequeña y húmeda vagina, la follaba con mis dedos, la hacía gemir y jadear, pedir más y más, echaba la cabeza hacia atrás provocando mis ganas de ponerla en cuatro y cogerla tan duro cómo fuera posible.

—¿Te gustan mis dedos en tu vagina?

—Me gusta más tu pene dentro de ella —apenas podía hablar, estaba igual de excitada que yo —. Ah...—jadeó al mismo tiempo que se tocaba el clítoris.

—Eres una gatita caliente y sexi —mordí su lóbulo, lo chupé y metí de nuevo a mi boca.

—Y tú eres un hombre sensual y caliente también —la vi morderse el labio.

—Tú me pones caliente.

—¿Cuánto?

—¿En verdad quieres saber cuánto? Será mejor que te lo muestre —sin sacar mi mano de su vagina la empujé contra el escritorio, abrí sus piernas para mí, subí su falda dejando ver su coño y la penetré duro y feroz. Gimió tan alto que tuve que cubrir su boca con mi mano.

Mis dedos se hundieron en la piel de sus caderas, dejando marcas rojas sobre esta.

—Dime que te gusta, gatita —embestía su delgado cuerpo contra el mueble una y otra y otra vez, quería saciar mi sed de ella, quería cogerla más duro, más profundo hasta que le doliera, hasta que no pudiera ponerse en pie, hasta que me suplicara que ya no quería, pero sabiendo lo insaciable que era estaba seguro de que eso no iba a pasar —. Quiero escucharte, señorita D —tomé un puñado de su cabello entre mis dedos —. Dilo.

—Me gusta que me cojas duro y sin piedad —ahí estaba de nuevo ese sentimiento de poder y dolor que me crepitaba los huesos. Escucharla hablar así solo me provocaba querer follarla más y más —. No te detengas —suplicó. Sus manos se aferraron al filo del escritorio —. Por favor, más, necesito más.

La embestía con fuerza y sin piedad, el sonido de nuestros cuerpos chocando una y otra vez inundaba la oficina, sus gemidos, mis jadeos, toda la atmósfera se tornó caliente, espesa.

—Me voy a correr, gatita.

No pudo ni hablar cuando el orgasmo explotó en su cuerpo y en el mío también, mis movimientos fueron más lentos a la vez que mi semen se derramaba dentro, salía por su vagina y mojaba sus muslos.

Me dejé caer contra el sillón sin fuerzas, pero feliz, sonreí como un tonto y Clarisse se encargó de limpiarme y a ella también.

—¿Feliz? —abrí los ojos en el momento que se bajaba la falda.

—Estoy en la maldita gloria, cariño —también sonrió ante mi comentario. Cogí su mano y besé el dorso —. Gracias.

—¿Por qué?

—Por esto —solté su mano para que se pudiera asear en el baño. Cuando salió fue mi turno de entrar y vaciar mi vejiga —. No eres una santa, gatita —se acercó a la puerta y me observó mear sin despegar sus ojos curiosos de mi cuerpo.

—¿Pensaste lo contrario?

—Sí.

—¿Qué te hizo pensar eso?

—Tu ropa, tus modales de niña buena —me refresqué con un poco de agua en el rostro —. Todo en ti dice que eres casi una santa.

—Casi —musitó. Una de sus comisuras se estiró.

—Pero no lo eres y eso me gusta.

—¿Te gusto mucho? —asentí —. ¿Cuánto es mucho para ti? —me acerqué para quedar frente a ella. Deslicé mi mano a su cintura para atraerla a mi cuerpo.

—Me vuelves loco —apreté mis labios a su boquita —. Completamente loco.

—Me fascinas —sus dedos cogieron el cuello de mi camisa que al igual que yo era un desastre —. Me encantas.

—Me fascinas más —murmuré para terminar con un beso lento y suave que estaba necesitando desde la mañana que la vi entrar a mi oficina.

Tenía dudas de muchas cosas en mi vida, pero de lo único que estaba seguro era de esto que sentía por ella, la quería en mi vida para siempre.

—Por cierto, alguien te llamó en la tarde, cuando estabas en junta —fruncí el ceño.

—¿Quién era? —Me acomodé la camisa y salí del baño, Clarisse venía detrás de mí arreglando su cabello.

—No dijo, pero era una mujer que tiene muy malos modales —me quedé de pie en mi lugar.

Malos modales.

Aquella frase se me quedó grabada como un tatuaje.

—Dijo que iba a llamar después, pero no lo hizo —se encogió de hombros, restándole importancia —. ¿Nos vamos? —asentí a su pregunta.

El invierno se acercaba furioso, con fuertes rachas de aire, noches frías y algunas nevadas que un par de veces llegaban a colapsar la ciudad. En estos casos las personas se quedaban encerradas en sus casas, sin poder salir a ningún lugar ni hacer nada, había que prepararse unas horas antes o si se podía un día antes para no quedarse sin comer.

Me calcé al abrigo, los guantes y una bufanda que enredé en mi cuello, cuando salí de la oficina Clarisse se estaba poniendo el abrigo y una bufanda. Mi mirada bajó a sus largas piernas y sentí frío al verla solo con su falda.

—Creo que desde mañana te voy a prohibir usar falda —frunció el ceño. Di un paso dejando el portafolio encima de su escritorio y acomodé la bufanda alrededor de su cuello, me quité los guantes para ponérselos a ella, ya que afuera estaba helando.

—¿Por qué? —preguntó mirando como le ponía los guantes, que le quedaban un poco grandes, pero iban a proteger sus pequeñas y bonitas manos.

—Hace mucho frío y no quiero que te enfermes —levanté la mirada para observar sus bonitos y redondos ojos. Una sonrisa llegó a sus luceros, no pude evitar dejar un tierno beso en la punta de su nariz.

—¿Y qué se supone que voy a usar?

—No sé —me encogí de hombros —. Pantalones anchos para que no se te marquen las bragas —entornó los ojos y yo le sonreí —. Ropa cómoda con la que no pases frío —pellizqué su mejilla —. ¿Vamos?

Asintió y juntos salimos del edificio para llevarla a su departamento. El trayecto de ida a su casa fue ameno, ya que como siempre puso música y encendió la calefacción, puesto que como dije, afuera estaba helando. A los pocos minutos de subir al auto mi móvil sonó un par de veces, no quise responder, puesto que no le veía caso hacerlo si nadie iba a contestar, como la otra vez.

—¿No vas a responder? —preguntó cuando sonó de nuevo. Esta vez sí lo hice y puse el altavoz para que se diera cuenta de que del otro lado no se escuchaba nada.

—Diga —contesté. Igual que pasó el otro día nadie respondió y colgaron —. Te dije, nadie responde.

—¿Quieres que busque a un técnico para saber de donde te llaman? —negué con la cabeza.

—No tiene caso, ya dejarán de insistir —le sonreí.

—¿Y si es...? —se estrujó los dedos —. ¿Y si es Mabel quien llama? —su pregunta me dejó desconcertado, casi se me olvida respirar, pero tragué grueso y sacudí la cabeza en negación.

—No puede ser ella, se fue hace años —respondí. Mis manos se asieron al volante.

—Pero puede ser ella y tienes que estar consciente de que eso puede pasar. Ella puede regresar y...

—Y si regresa nada va a cambiar entre tú y yo —dije seguro —. Ella no me interesa, no la quiero en mi vida, ya no —la miré de reojo —. Se fue hace años y lo mejor para ella es no regresar.

—¿Todavía la amas? En la empresa dicen que sí —levanté mi mano izquierda para que se diera cuenta de que no llevaba puesto el anillo de matrimonio. Ya no —. No lo llevas puesto —musitó.

—Hablo en serio cuando digo que me importas, me encantas y quiero todo contigo, gatita. Absolutamente, todo —el semáforo se puso en rojo y nos detuvimos, aproveché estos segundos para mirarla a la cara —. Mabel no significa nada en mi vida y si llega a regresar que lo haga, pero yo no quiero nada con ella.

En sus labios se dibujó una bonita sonrisa que me hizo sentir mucho mejor.

—Quiero intentarlo contigo y que pase lo que tenga pasar.

Esas palabras bastaron para que se olvidara de Mabel, para que ya no hablara de ella, pero eso no quitó que tuviera dudas de lo que dijo. ¿Mabel podría regresar? ¿Era ella la que estaba detrás de esas llamadas misteriosas? Por su bien esperaba que no. Hace años entendí que Mabel no era una buena mujer, que detrás de toda esa ayuda desinteresada se escondía una mujer orgullosa y sin buenos sentimientos. Era todo lo contrario a mi gatita, ella sí era una buena mujer, con buenos sentimientos, noble y maravillosa. No importaba si Mabel regresaba, lo que me preocupaba era el hecho de que pudiera lastimar a Clarisse.

Llegamos frente al edificio, salimos juntos y la acompañé hasta la puerta de su departamento.

—Nos vemos mañana, señorita D. Tiene que arreglar sus documentos para viajar a Londres —tenía la nariz roja por el frío.

—Voy a arreglar todo para no tener problemas —me sonrió. Di un paso y dejé un beso en sus labios, que también estaban fríos. Acerqué mi boca a su oreja.

—Sueña conmigo para que no pases frío esta noche. Si necesitas tocarte, hazlo y mañana me dices como te fue —me aparté y le hice un guiño. Sus mejillas se pintaron de carmín.

—Hasta mañana, señor Russel —le sonreí y me alejé por el pasillo.

Estoy completamente loco por ti, gatita. Completamente loco. 

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