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Capítulo 14. ❄

Tanner

Aquella mañana no esperaba nada bueno, ya que desperté con un horrible dolor de cabeza, parecía que mi día iba de mal en peor cuando me golpeé el dedo chiquito del pie con un mueble y casi me caigo en la ducha, me eché el café encima y ya no tenía camisas limpias, aquella que lleva puesta era la última. Estábamos en la época del año donde amanecíamos con un frío horrible, pero a media tarde el sol quemaba tan solo estar unos minutos bajo los rayos. Así que en las mañanas todo el mundo salía abrigado y por la tarde botaban los abrigos en una esquina para en la noche abrigarnos de nuevo.

Yendo al trabajo pasé por un café, porque Diane era una buena chica, pero muy mala para preparar café, a veces le quedaba muy cargado y otras más parecía que las hormigas se lo iban a beber de lo dulce que quedaba, con esta mujer no había un punto medio. Así que me hice a la idea que sin Clarisse en la oficina tenía que pasar a comprar un café todas las mañanas. Subí por el ascensor y ya en el penúltimo piso me quedé solo, cuando las puertas se abrieron ya iba solo y sin una sola esperanza de poder ver a Clarisse porque en todo el fin de semana no hablé con ella. Quería darle su espacio y no atosigarla para que pudiera pensar las cosas con claridad.

Di un paso fuera del ascensor y miré a mi alrededor, la sala estaba sola, Diane no se veía por ningún lado y sus cosas tampoco estaban, miré la hora en mi reloj y ya eran las ocho así que ella ya había llegado, no era esa clase de personas a las que les gusta llegar tarde. Pensé que tal vez andaba por ahí y sus cosas estaban guardadas y no le di más importancia. Caminé a mi oficina, crucé el umbral y encima del escritorio yacía una taza con café. Dejé el vaso y el portafolio a un lado, me deshice del abrigo y los guantes, los colgué en el perchero, regresé al escritorio dándome cuenta de que el café era de hoy porque una espesa capa de vapor se elevaba por el aire hasta desaparecer a la altura de mi cabeza. Cogí la taza con cuidado, olisqueé un poco y la llevé a mis labios. Abrí los ojos con sorpresa al darme cuenta de que era café de Clarisse, pero al mirar hacia su lugar de trabajo ella no estaba ahí, ni sus cosas. Volví a sorber y cerré los ojos.

Cuánto extrañaba tu café.

Su risa inundó el lugar, cuando abrí los ojos ella junto a Diane venían del archivo con algunas carpetas en las manos. Las dos reían y hablaban de algo que no lograba escuchar y a lo que tampoco le puse atención porque yo solo la miraba a ella, cada gesto y movimiento, cuando su mirada y la mía se encontraron, cuando sonrió con sutileza y dejó las carpetas sobre el escritorio. Pasó un mechón de su cabello detrás de su oreja, ya no llevaba gafas y podía apreciar mucho más sus bonitos luceros.

—Señor Russel —se quedó bajo el umbral de la puerta con ambas manos frente a ella. Llevaba la misma ropa de señora y sus zapatos bajos, el cabello recogido en una coleta mal hecha y su flequillo mal cortado. Le hice una seña para que pasara y dio un paso dentro.

—Señorita D —sonrió dulcemente provocando que mi corazón se detuviera en un latido, pero este continuó latiendo cuando quedó frente a mí y cogí sus suaves y pequeñas manos entre las mías.

—Buenos días, señor Russel —sonreí como un tonto.

—Buenos días, señorita D. Pensé que ya no iba a regresar —se mordió una esquina del labio —. Que bueno que estás aquí, Clarisse —subí la mano a la altura de su rostro para apartar algunos cabellos y dejar libre sus mejillas.

—Necesito el trabajo y debo confesar que ya lo extrañaba —sin pensarlo la abracé tan fuerte como pude hacerlo. En ese momento no me importó que alguien entrara y nos viera, que se corriera el chisme de que Tanner Russel estaba saliendo con su secretaria, poco me importó lo que iban a decir los demás, porque en ese instante quería disfrutar de su compañía, del calor de su cuerpo, sus brazos rodeando mi espalda y apretándome de regreso.

—Nos van a ver —murmuró.

—Que se jodan todos —le dije. Escuché una dulce risita —. Te extrañé tanto, Clarisse, esta oficina se siente tan triste cuando tú no estás —le confesé.

—Tanner —nos separamos. Di unos pasos hacia atrás para sentarme sobre el escritorio —. Yo...

—No digas nada —puse un dedo sobre sus labios —. Solo escucha —de nuevo tomé sus manos entre las mías —. No importa lo que dije aquel día, no me hagas caso, te quiero y necesito a mi lado, no te vayas, no me dejes. Quiero intentarlo contigo porque hace tanto que no sentía esto —subí su mano izquierda a la altura de mi corazón —. ¿Lo sientes?

—Late muy fuerte —dijo bajito. Su dulce voz era como una melodía que se quedaba en un eco entre las paredes de una habitación vacía.

—Y late así de fuerte por ti, gatita, solo por ti —abrió ligeramente la boca, queriendo decir algo, pero no encontraba las palabras o tal vez no había nada que decir.

—Yo...

—Solo dime que quieres tú, si me quieres en tu vida. Si me dices que sí te juro que todo va a valer la pena.

—Te quiero en mi vida, Tanner Russel —de nuevo la abracé sin medir mis fuerzas y dejé un beso en su mejilla en el proceso.

—Me vuelves loco, Clarisse Dawson —acerqué mi boca a su oreja —. No puedo dejar de pensar en ti. Necesito decirte algo —aparté mi rostro y tenía la mirada clavada en algún punto del suelo.

—¿Es algo malo? —me miró a los ojos.

—Es algo de mi pasado que debes saber y lo tienes que saber sí o sí.

—No me gusta como lo dices —apreté sus manos.

—Porque no es nada bueno. Hice cosas de las que no me siento orgulloso, pero te juro que ya cambié y no quiero que Matthew...

—¿Qué tiene que ver Matthew en todo esto? —bufé y me pellizqué el puente de la nariz con dos dedos.

—Tiene mucho que ver porque también lo involucra a él y a otras personas... De las que te voy a hablar después —no se veía nada convencida —. No puedo dar un paso si tú no estás enterada de eso —recalqué.

—Podemos comer juntos —le dije que sí —. ¿Aquí en tu oficina o prefieres comer fuera?

—Prefiero tenerte solo para mí —sin pensarlo cogí sus mejillas y estampé mis labios contra los suyos, siendo consciente de que Diane estaba afuera mirando todo, pero como le dije a Clarisse ya no me importaba que todos lo supieran. Me separé de ella, apoyando mi frente contra la suya —. Comamos aquí, para que nadie nos interrumpa —asintió lamiendo sus labios.

Aquel gesto no ayudaba en nada a cada una de las fantasías que tenía con ella en esa oficina, o los sueños de ella follándome la boca.

—Lo que tú digas, señor Russel —se apartó. En ese momento sentí desolación y vacío. Se dio la vuelta y abandonó la oficina para ir a su lugar de trabajo.

No podía evitar sonreír y alegrarme de que Clarisse estaba de regreso y esperaba que esta vez no se fuera.

Clarisse

"Necesito el chisme"

Levanté la cabeza en dirección a Diane, tenía una ceja alzada y esa mirada de "contexto, por favor". Negué con la cabeza y Didi hizo un puchero, volví a negar y se limpió una lágrima imaginaría de una esquina del ojo.

—Por favor —murmuró —. Por favor.

Señalé la zona de descanso y aplaudió feliz, encantada como si fuera una chiquilla a la que estaban por darle un dulce.

—Chisme —dijo en cuanto llegamos a la zona de descanso. Un pasillo donde había una cafetera, un horno de microondas y utensilios para cuando necesitábamos un pequeño descanso de tanto trabajo y estrés.

—¿Qué quieres saber? —alzó una ceja.

Apoyó las caderas en la encimera y llevó la taza a sus labios para beber sin dejar de mirarme.

—Todo, Issy, quiero saber todo de todo —sorbió de nuevo. Me serví un poco de café y le puse dos cucharadas pequeñas de azúcar, moví la cuchara dentro de la taza alargando el momento, ya que Didi estaba ansiosa por saber todo y yo me hacía del rogar con ella —. ¡Issy! —me dio un golpe en el brazo.

—¡Auch! Casi me lo rompes.

—Ay, no seas exagerada y ya cuenta el chisme.

—Pues...Me dijo que quiere hablar conmigo de algunas cosas de su pasado —Didi chasqueó la lengua —. ¿Qué?

—Eso no me gusta. Usualmente, cuando un hombre quiere hablar de su pasado con la mujer con la que sale es porque hizo algo malo o hay algo que todavía lo atormenta y ya sabemos que Tanner sigue cómo... obsesionado con su exesposa —en ese momento caí en cuenta de todo.

Tal vez lo que Tanner me quería decir es que todavía no la superaba, que pensaba en ella pero que... ¿Pero qué? ¿Había un pero? Sí, había muchos peros en esta "relación" Si es que se le podía llamar así. No éramos nada, solo jefe y empleada y fuera de eso... Fuera de eso solo tuvimos un par de encuentros, pero nada más y aquello no me daba un lugar seguro a su lado. Me encontraba confundida y aterrada.

—Eso lo sé, pero tal vez no sea eso. Él dijo que hizo cosas malas y que Matthew está involucrado también —frunció los labios. Se quedó pensando unos segundos en los que su mirada estaba inmóvil en un punto fijo en el suelo.

—¿Eso no es raro? —asintió y me miró.

—Demasiado. ¿Qué tendrá que ver Matthew en todo esto? Si ellos se odian a tal punto de que no se pueden ni ver —murmuró —. ¿Qué crees que sea? —sus dedos tamborilean sobre la cerámica de la taza.

—Pues no sé —cogí la taza con ambas manos —, pero es raro cuando se trata de Tanner y Matthew —me dio la razón levantando el dedo índice.

—Cierto —chistó antes de hablar de nuevo —. ¿Y cuándo van a hablar? —dirigió su mirada hacia mí, provocando que me sintiera intimidada.

—Hoy, quiere que comamos juntos —escupió el café, salpicando la pared y el suelo del líquido que se esparció por toda la superficie. Me acerqué para golpear su espalda cuando empezó a toser como una foca a punto de morir por un ataque de tos.

—¿Qué? —su voz se escuchaba como cuando te duele la garganta y la sientes rasposa —. ¿Escuché bien? —cogí un vaso con agua para que bebiera.

—Deja de preguntar y bebe agua —le dije. Me miró de reojo para beber agua y refrescar su garganta. Mientras tanto me puse a limpiar el suelo y la pared salpicada con café y saliva.

—Estoy bien, estoy bien —repitió dejando el vaso con agua a un lado —. ¿Escuché bien?

—Que sí, sorda. Vamos a comer juntos —subía y bajaba las cejas —. ¿Qué se supone que es eso? —fruncí el ceño y entorné los ojos.

—Pues vas a comer con el jefe y después de ese beso tan pasional que te dio supongo que ustedes dos ya son...—la corté antes de que dijera una tontería.

—Nada, no somos nada.

—Aún —enterró su dedo índice en mi pecho —. Aún —repitió con ese tono de voz que muchas de las veces me daba escalofríos.

—Eres una pesada, ¿lo sabes? —apoyó la cabeza en mi hombro.

—Sí, pero así me amas —le di una palmada en el brazo.

—Aparta que tenemos que regresar a trabajar —rodó los ojos con hastío —. Mueve tu culo, Didi.

—No me digas que mueva mi culo —me señaló con un dedo a la vez que salíamos de la zona de descanso y para su mala suerte el chico encargado de llevar los documentos importantes de un piso al otro iba saliendo del ascensor. Ambas nos miramos aguantando las ganas de reír al mismo tiempo que él nos miraba atento y extrañado.

—¿Está el señor Russel? —asentí y señalé la oficina de Tanner.

Esperaba sentado en su silla con las piernas ligeramente abiertas, la camisa dos botones abierta y esa pose de hombre de negocios y multimillonario que le quedaba como un guante.

—Ese hombre te va a destrozar el útero —murmuró Didi a mi lado para después apartarse e ir detrás de su escritorio.

—Eres una sucia.

—Bien que quieres —me hizo un guiño.

Olvidé lo que hablamos en la zona de descanso y me concentré en empezar todo el trabajo atrasado, no quería pensar en lo que Tanner me iba a decir, si era algo malo o no, lo que tenía que pasar pasaría y ya. Nada iba a cambiar si sobre pensaba las cosas o creaba escenarios en mi cabeza, unos que superaban la realidad y sobrepasaron los límites de la física.

Estás demente, Clarisse Dawson.

Mi problema con tener una imaginación de este tamaño es que todo el día me encontraba soñando, metida en una burbuja de "todo es posible", ideando escenarios e historias locas que solo se me podían ocurrir a mí, porque que mejor que trabajar y pensar que en mi siguiente novela podía matar al protagonista. Dios. Ya hasta tenía el título para el libro "El camino correcto" era un buen título para una historia de amor entre un rockstar acabado, drogadicto y del que nadie se acordaba y una chica sencilla que había salido del mundo de las drogas.

Deja de pensar. Deja de pensar.

Pero por más que lo intentaba no podía, porque si dejaba de pensar en esa cosa otra más asaltaba mi cabeza y así consecutivamente, era un círculo del que me era tan difícil poder salir y eso me estresaba en demasía.

Ya por la tarde cuando Didi entró al ascensor y me quedé sola caí en cuenta de que tenía una cita para comer con mi jefe. ¡Mi jefe! Ay Dios, yo sentía que me iba a dar un colapso y me iba a desmayar. Me puse de pie y salí del escritorio para ir a la oficina, pero cuando lo vi salir fruncí el ceño, extrañada, ya que él me dijo que íbamos a comer en su oficina, pero por lo que veía no sería así. Se puso el abrigo y los guantes que le hacían lucir como si fuera un tipo de asesino a sueldo o algo así.

Qué imaginación tienes.

—¿No vamos a comer? —llegó a mi lado y me ayudó a ponerme el abrigo, ya que afuera estaba helando.

—Lo pensé mejor y me gustaría que vayamos a mi departamento —me terminó de poner el abrigo y abrochó los botones —. Solo si tú quieres —asentí y sonrió.

—No tengo ningún problema —cogió mi bolso y creí que me lo iba a entregar, pero lo llevó con él todo el camino hasta que bajamos por el ascensor y entramos a su lujoso Rolls-Royce negro, con acabados del mismo color y rojo también, porque no. Todo era como Tanner, lujoso y llamativo.

—Está helando —encendió el motor, dejó el bolso en los asientos traseros y encendió la calefacción quitándose los guantes, dejándolos a un lado.

—Este año será muy frío —asintió. Lo miré de reojo y él me miraba también. Me mordí el labio y desvíe la mirada hacia la ventanilla para no sentirme así de intimidada y porque no, caliente también. El problema con Tanner Russel es que no necesitaba hacer nada para que yo me mojara más que la ropa en lavandería.

—¿Te gusta la música? —estiró la mano hacia el tablero y encendió la radio.

—Sí —me pasé un mechón detrás de la oreja.

—¿Qué tipo de música? —preguntó. Me mordí el labio —. Clarisse —arrancó para salir del edificio.

—Lo que sea está bien —dije tímida —. Pero me gusta más el rock —no se me hizo extraño que elevara una de sus cejas —. Y también me gusta el pop —dije cuando empezó a sonar una canción de Taylor Swift, así que apartó la mano y dejó esa canción en específico.

"He's so tall and handsome as hell.

Él es tan alto y hermoso como el infierno.

He's so bad but he does it so well.

Es tan malo, pero lo hace tan bien".

—¿Esa está bien?

—Sí, me fascina —dije con un poco más de entusiasmo marcado en la voz —. Esa está bien —sonrió.

Condujo un par de minutos en los que no dije nada y es que estando a su lado no sabía qué decir o qué hacer, me sentía intimidada por su presencia tan abismal. Tanner es esa clase de hombre que te encanta y fascina con tan solo una mirada, el habla desaparece y no puedes siquiera mirarlo a los ojos porque sientes como tu cuerpo se calienta con tan solo una de sus miradas.

—¿Te comió la lengua el ratón, Clarisse? —sentí su ardiente mirada sobre mí unos segundos.

"I said, "No one has to know what we do".

Dije, "Nadie tiene que saber lo que hacemos".

His hands are in my hair.

Sus manos están en mi cabello".

—No sé qué decir, Tanner —me estrujaba los dedos unos con los otros, mientras el auto se calentaba y la música no paraba de sonar en los altavoces. Lo miraba de vez en cuando.

—Puedes decir lo que sea, por ejemplo porque a veces eres tan habladora y otras más eres tan seria —su mano se quedó en mi rodilla, apretó un poco hundiendo sus dedos en mi piel, pero seguía conduciendo como si nada.

—Tú me intimidas muchas de las veces —confesé con la voz baja y suave —. Eres tan abismal y tu presencia me provoca...—cuando su mano subió un poco más aquel fuego que yacía impasible se avivó con tan solo un toque —. Dios —jadeé en el momento que su mano ascendió por mi muslo —. No hagas eso.

—¿Por qué no? —preguntó en tono de voz burlón.

—Sabes por qué no —le di un manotazo, apartó la mano y se rio. Lo hizo de una manera tan dulce que mi corazón saltó feliz —. Deja de tentarme —sus dedos se asieron al volante y condujo unos minutos más —. Eres todo un caso Tanner Russel —solo encogió un hombro.

Al llegar al complejo donde se encontraba su departamento pasé saliva. Ya había estado aquí antes, pero de manera profesional, cuando llegaba a faltar al trabajo y venía a dejarle algunos documentos que eran importantes, o cuando venía a dejar su ropa limpia. Salimos del auto, las luces, la calefacción y la música se apagaron. Me llevó hacia el ascensor y subimos hasta el último piso donde se encontraba su Penthouse. Era un lugar tan espacioso que mi departamento se sentía como una ratonera, como un huevo por lo pequeño que era, aunque para Didi, Marcy y yo era suficiente y nos bastaba, pero Tanner estaba acostumbrado a los lujos y riquezas.

—Pasa, Clarisse —dijo cuando las puertas del ascensor se abrieron de par en par, dio cuatro pasos, empujó la puerta y lo primero que alcancé a ver fue el lobby y el gran ventanal unos metros más allá desde donde se apreciaba la ciudad.

Las puertas del ascensor se cerraron y con ellas Tanner me ayudó con el abrigo, que colgó en el perchero. Había un espacio entre el ascensor y la puerta de la entrada, solo cuatro pasos nos separaban de la puerta. Cerró esta, pero aquí no se sentía como en mi casa, era frío y solo, gris por donde quiera que veías, podía tener muebles y adornos, pero se sentía frío y triste.

Miré hacia el comedor donde dos personas que no conocía arreglaban la mesa y servían la comida.

—Pensé que sería algo sencillo —estaba detrás de mí mirando en la misma dirección que yo.

—¿Sencillo? —lo miré y arqueó una ceja —. ¿Esa palabra existe? —negué sutilmente. El hombre y la mujer quedaron frente a nosotros.

—Está todo listo señor Russel —ambos asintieron con la cabeza.

—Gracias —habló Tanner. Ambos pasaron a nuestro lado regalándonos una sonrisa —. Ven conmigo —cogió mi mano llevándome con él hacia el comedor que se encontraba decorado con flores de color blanco, el espacio olía tan rico, como un suave perfume que te hacía sentir en casa.

—¿Hiciste todo esto para mí?

—Te lo mereces —cogió una botella de vino y vertió el líquido en dos copas. Me entregó una quedándose él con la otra —. Mereces esto y mucho más, gatita.

Cada que me decía gatita sentía que la Clarisse salvaje mostraba sus uñas y se vestía de cuero con un látigo en la mano que azotaba en el suelo para ronronear a su hombre.

—Gracias —le dije. Jaló una silla invitándome a sentarme, obedecí sin rechistar. Él se sentó en la silla de enfrente, pero se acercó tanto como aquel día en mi departamento, donde sus piernas estaban en medio de las mías —. ¿De qué quieres hablar? —le pregunté.

Me miraba de una manera en la que no me había mirado jamás, me sentía cohibida, deseada y sexi, sí, sexi. Tanner me hacía sentir así, tan poderosa como para tener a un hombre como él frente a mí.

—No hablemos, solo quiero observarte todo lo que pueda.

—¿Y no vamos a comer? —mis ojos se dirigieron a la comida que yacía encima de la mesa. Mi estómago gruñó por el hambre y Tanner se rio ante mis tonterías —. Lo siento —me encogí de hombros, apenada.

—Vamos a comer y después hablar —sugirió a lo que de inmediato fui feliz —. Creo que las flores estaban de más —añadió.

—Tú dame comida y me haces feliz, no pido más, no necesito más —ladeó la cabeza, subió la mano a mi mejilla y apartó un mechón de mi cabello para ponerlo detrás de mi oreja.

—Clarisse, Clarisse, cada día me gustas más.

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