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Capítulo 11. ❄

Clarisse

El trayecto de regreso a casa se me hizo eterno, más que nada porque los únicos despiertos en el avión éramos Tanner y yo, el señor Nicolas y Matthew iban profundamente dormidos todo el vuelo. A veces lo miraba de reojo, otras más con descaro, pero siempre que él encontraba mi mirada huía de ella como la cobarde que soy. No podía mirarlo a la cara cuando, apenas la noche anterior me hizo gemir su nombre, me tocó partes del cuerpo que nadie había tocado nunca, estuvo ahí abajo y se sintió tan bien que la culpa no tardó en llegar a mí. El día después me sentía en el cielo todavía, despertamos abrazados, como si de verdad fuéramos una pareja cuando eso estaba lejos de suceder.

Después de eso me sentí culpable, ¿de qué? No sé. Avergonzada con él, sin atreverme a mirarle a los ojos. No podría con esto, no iba a poder trabajar a su lado de esta manera.

Llegamos frente al edificio y nada más el auto se detuvo bajé de prisa, yendo a la parte trasera para tomar mis maletas y caminar hacia la entrada.

—¡Clarisse! —lo escuché detrás de mí, pero no me detuve a mirarlo —. Nos vemos el lunes —asentí y de nuevo me encaminé hacia la puerta. Ya dentro miré en su dirección, se rascó una ceja, miró a ambos lados, confundido y entró al auto para alejarse.

Subí por el ascensor y corrí por el pasillo para llegar a la puerta de nuestro departamento, del otro lado Didi abrió rápidamente y solo al verla dejé las maletas en el suelo para abrazarla.

—¿Qué pasa? —cerró la puerta detrás de mí —. Leí tu mensaje, ¿estás bien? —dejó un beso en mi mejilla. Negué con la cabeza y las lágrimas no tardaron en salir y mojar su ropa.

—Soy tan tonta —me separé —. Ya mojé tu blusa —puso las manos en mis hombros.

—Nada de eso, Issy, dime que pasa. Me dejaste preocupada —sacó el móvil y me mostró el último mensaje que le envíe —. ¿Qué es esto? ¿Qué pasó?

Fuimos al sofá, pero antes de eso Didi abrió la nevera y sacó un bote de helado de fresa junto a dos cucharas.

—Siempre sé que lo necesitas —asentí. Tenía los ojos empañados por las lágrimas —. ¿Ya me vas a decir que pasó?

—Es que pasó de todo, Didi, Tanner y yo...Ya sabes, estuvimos juntos —apreté los labios.

—¿Qué? —había cogido una cucharada de helado, pero la dejó en el aire —. ¿Tú y él...?

—No de esa manera —le confesé antes de que se hiciera otras ideas que no eran. Alzó una ceja confundida.

—¿Entonces... cómo? —se metió la cuchara a la boca.

—Me hizo un oral y estuvimos juntos sin estar juntos —su rostro cada vez se deformaba por la confusión.

—No entiendo —suspiré, intentando calmar los espasmos que me recorrían y azotaban mi cuerpo. Aún podía sentir la lengua de Tanner ahí abajo, sus manos apretando mis caderas, su miembro rozando mi intimidad. Aún podía sentir sus besos en mi cuello y labios, el calor de su cuerpo, sus suaves gemidos. Lo tenía tan presente que dolía.

—Nos estimulamos sin que estuviera dentro de mí.

—Oh —dejó caer la espalda en el respaldo del sofá —. Entiendo. ¿Y entonces dónde está lo malo?

—¡Que es mi jefe! —Marcy se acercaba, pero al escucharme gritar pegó un salto y regresó a su rascador desde donde me miraba con odio, con ganas de enterrar sus filosas uñas en mi cuello para que deje de respirar —. Es mi jefe, Didi, mi maldito y sexi jefe y yo... Mírame —empecé a llorar.

—No veo nada de malo en ti —habló. No había ni una pizca de burla en su voz, nada que me dijera que estaba mintiendo.

—Lo dices porque eres mi amiga —negó.

—Nada de eso, Issy, soy tu mejor amiga, pero no soy tonta. Eres una hermosa mujer, valiosa, que ha luchado tanto para llegar hasta aquí. Eres inteligente y si no fuera por ti en este momento estaría desempleada, pidiendo dinero en la calle. Me molesta cuando te subestimas de esta manera y te minimizas así —espetó.

—Lo siento —me encogí de hombros —. Sabes que después de lo de Adam nada volvió a ser lo mismo —rodó los ojos —. Lo siento.

—Ya no le des importancia a ese cucaracho, no lo vale.

—Lo sé —sonrió. Me limpié debajo de los ojos —. ¿Qué hago?

El helado estaba más blando así que cogí una cucharada que me llevé a la boca. Sabía tan rico que no pude evitar gemir bajito.

—Creo que necesitas tiempo para ti, sola, sin que Tanner esté a tu lado, a tu alrededor revoloteando, moviendo esos sentimientos que tienes por él. Clarisse, no me gusta verte mal, menos por un hombre —mis ojos se llenaron de lágrimas.

—No me gusta estar así —se sentó a mi lado y me abrazó por los hombros.

—¿Quieres que haga algo para que te sientas mejor? —asentí. Apoyé la mejilla en su pecho.

—Se me antoja una pizza.

—¿Qué más?

—Que sean dos pizzas, helado y golosinas. Te traje muchas de México.

—¡Bien! Hoy será día de ver películas en pijama —le dije que sí —. Te vas a olvidar de Tanner y todo lo que pasó en México.

—Espero lograrlo —dejó un beso en mi sien y me apretó a su cuerpo.

—Verás que sí, Issy, sí se puede.

Me cambié de ropa y le mostré a Didi todo lo que le traje de México, golosinas y recuerdos, estaba encantada con todas las cositas lindas que traje para ella. Saltaba como una niña cuando sacaba algo de la maleta y le decía que era suyo. Después de eso nos pusimos a ver películas y la primera que salió fue "Mujer bonita", me puse a llorar con esa. Le siguió "Cómo perder a un hombre en diez días", un clásico también "Si tuviera 30" y por último, pero no por eso menos importante "Las diez cosas que odio de ti", para este momento yo era un río de lágrimas, me sonaba la nariz cada cinco segundos y me echaba a llorar de nuevo. Estaba sensible y mi llanto lo decía todo. Didi se encargó de preparar chocolate con galletas para terminar la noche y le agradecí que me cuidara tanto y se preocupara de esta manera por mí.

Al final de la noche cada una fue a su habitación, Marcy dormía en una casita que tenía en el pasillo, pero había días que dormía con Didi, tenían una conexión especial que no entendía pero me gustaba.

****

—¿Estás segura de que no vas a ir a trabajar? —Didi entró por tercera vez a mi habitación. Estaba metida bajo los cobertores, sin querer salir de mi cuevita.

—Segura —musité.

—Tanner me va a preguntar por ti, ¿qué le voy a decir? —saqué la cabeza. Se encontraba bajo el umbral de la puerta, Marcy dormía en mis pies.

—Dile que me siento mal, que ya fui al doctor, pero me mandó reposo —Didi acomodó el suéter y rodó los ojos.

—No me va a creer.

—Pues tendrá que creerte porque lo digo yo —sentencié. Fue de regreso a su habitación, se le hacía tarde y ella odiaba llegar tarde a cualquier lugar, más que nada al trabajo. Decía que era una falta de respeto y debería estar penado por la ley llegar tarde —. No le digas nada más, yo le mando mensaje después, explicándole.

—¿Le vas a explicar que no le quieres ver y que te sientes avergonzada? —me deslicé sobre el colchón hasta que mi espalda tocó el respaldo.

—Sabes que no. Le voy a mentir para que no haga preguntas —apareció de nuevo en mi habitación pero esta vez con los zapatos puestos y su bolso.

—Mentiras, mentiras —chasqueó la lengua —. Pero bueno, te voy a cubrir estos días —le sonreí —. Nada más que si me despiden tú te vas a encargar de buscarme un trabajo donde me paguen así de bien —me señaló con la mano que sostenía las llaves.

—No te va a correr.

—Eso dices tú —se acercó para dejar un beso en mi frente —. Te quiero, comes y no hagas nada —se dio la vuelta y salió de mi habitación.

—Yo también te quiero, Didi —escuché la puerta —. Te quiero mucho.

Me sumí de nuevo en ese pozo que me esperaba con los brazos abiertos cada vez que tenía un bajón así. No había tenido uno hace años, pero ahora quería y deseaba hundirme en lo más profundo de mi miseria para resurgir como el ave Fénix que era. Me permitía caerme y quedarme en el suelo por un buen tiempo donde me lamentaba hasta por el hecho de respirar. Marcy era tan perceptible que se daba cuenta de mi estado y se ponía sentimental para que me sintiera mejor. Se acurrucó a mi lado y con sus patitas delanteras masajeó mis piernas.

—Gracias, Marcy —ronroneó y se acostó en mi estómago —. Eres lo más bonito que existe en esta vida.

Tanner

La mañana del día lunes esperaba ver a Clarisse detrás de su escritorio. La vería ponerse de pie y entrar a mi oficina sin pedir permiso (porque ella no lo necesitaba). Dejaría la taza encima de mi escritorio y yo aprovecharía para besar sus dulces labios, pero eso no pasó. Cuando las puertas del ascensor se abrieron me llevé una gran decepción al ver solo a Diane, ya trabajando. Escaneé el lugar de hito en hito, esperando verla, pero ella no estaba ahí.

—Buenos días, señor Russel —saludó Diane y le regalé una sonrisa más que fingida.

—Buenos días —atravesé la puerta de la oficina y dejé el portafolio sobre el escritorio. Este día hacía frío y habían dicho en las noticias que estaría así toda la semana y también podría llover.

Genial. El clima se había sincronizado con mi estado de ánimo.

Diane no tardó en aparecer con una taza con café que dejó frente a mí mientras me quitaba el saco.

—¿Dónde está la señorita Dawson? —le pregunté. Dio un paso atrás con las manos frente a ella.

—Se sintió mal —musitó. Colgué el saco en el perchero y me giré hacia ella.

—¿Qué tiene?

—Parece que infección y temperatura —asentí. Cogí la taza con café y la llevé a mi labios, le di un sorbo, pero no era tan bueno como el de Clarisse —. ¿Necesita algo?

—No, es todo. Gracias, Diane.

—Señor Russel, tiene una junta por la tarde con los de la imprenta —me recordó.

—Gracias por recordarme, ya lo había olvidado —me sonrió y se dio la vuelta, pero antes de que saliera mi voz la detuvo —. Diane —giró medio cuerpo —. ¿Está segura que la señorita Dawson no tiene otra cosa?

—Estoy segura —y con eso se fue dejándome solo.

Tomé asiento y saqué el móvil para llamarle a Clarisse, esperaba escuchar su voz aunque sea a distancia, preguntarle como se encontraba, si necesitaba algo, lo que sea iría a verla, si es que ella quería. Marqué y dejé que sonara, una, dos tres veces, pero me mandó al buzón. Colgué y marqué de nuevo, pero pasó lo mismo, no me rendí y volví a marcar tres veces más, pero ella simplemente no respondió. No me quedó de otra que mandarle un mensaje.

"Hola, Clarisse, ¿Cómo estás? Me dijo Diane que no te sientes bien, ¿necesitas algo? ¿Quieres que vaya a verte? Lo que sea no dudes en decirme. Cuídate".

Dejé el móvil a un lado y me concentré en trabajar, o eso es lo que quería porque en todo el día no pude dejar de pensar en ella. Necesitaba escucharla decir que no era nada grave y que en unos días iba a regresar, pero ni siquiera me respondió el mensaje así que no podía saberlo.

La junta comenzó y los socios empezaron a exponer algunos puntos que debíamos cambiar de la imprenta y ese tipo de cosas. No les prestaba la atención que se merecían por estar mirando el móvil cada cinco segundos, con la esperanza de que en cualquier momento llegara un mensaje de Clarisse. Eso no pasó.

—¿Tanner? —preguntó uno de los socios. Levanté la cabeza en su dirección, tuve que parpadear —. ¿Estás bien?

—Sí —mentí. Me acomodé en mi asiento —. Sigan.

La mesa era rectangular con varias sillas, las cuales estaban todas ocupadas. Había tanto hombres como mujeres que me miraban con un poco de curiosidad y dudas. No estaba prestando atención y se daban cuenta.

La junta continuó sin ningún problema y esta vez intenté poner más atención, aunque mis pensamientos siempre volaban a Clarisse y lo que estaría haciendo para no responder mi mensaje. Era inútil mandarle otro cuando no respondió los diez que le mandé en el trayecto del día. No me iba a rendir tampoco, era una palabra que no existía en mi vocabulario. Vería Clarisse como sea, no importaba en que circunstancias, pero tenía que hablar con ella.

****

Habían pasado cuatro días desde la última vez que la vi. Cuatro días en los que no respondió mis mensajes ni mis llamadas. Cuatro días que no sabía nada de ella, solo lo poco que Diane me informaba, pero tampoco era mucho, solo lo necesario para saber que estaba bien. Según ella.

Aquella mañana lluviosa llegué a la empresa decidido a todo, esta vez hablaría con Clarisse a como diera lugar, si era necesario ir hasta su departamento lo haría, pero tenía que verla. No estar con ella sentía cómo una tortura de la que ya no quería ser preso.

Las puertas del ascensor se abrieron y di un paso fuera. En una mano sostenía mi portafolio y en la otra un vaso con café que compré de camino al trabajo. No es que no me gustara el café de Diane, pero no era tan bueno como el de Clarisse. Miré el escritorio de Clarisse y ella no estaba detrás para recibirme como siempre lo hacía. Mi corazón dolió en ese momento y sentí una especie de vacío en el pecho.

—Diane — hablé fuerte cuando pasé a su lado.

—Sí señor —se puso de pie.

—A mi oficina —asintió y no me detuve hasta que entré y dejé el vaso con café sobre el escritorio. Me quité el abrigo y los guantes negros que ese día cubrían mis manos. Afuera estaba helando.

—¿Qué se le ofrece, señor Russel? —sostenía un bloc de notas que ya había abierto y un bolígrafo.

—¿Cómo está Clarisse?

—Mucho mejor señor.

—Ya lleva varios días enferma. Cuatro para ser exactos —asintió —. ¿Ya fue con el doctor?

—Sí señor.

—¿Y qué le dijo? ¿Exactamente de qué está enferma? ¿Es algo sentimental o físico? Diga la verdad, Diane, no me quiere ver molesto —frunció los labios. Dispuesta a no decir nada —. Hable.

—Las dos cosas, señor Russel, pero no le puedo decir más. Clarisse no quiere que sepa nada. Es mi mejor amiga y le prometí que no le diría nada —asentí. Era obvio que no me iba a decir nada.

—Soy su jefe.

—Sí señor, pero ella es mi mejor amiga y su amistad está por encima de todo.

—Está bien, Diane, ya se puede retirar —asintió y salió de la oficina.

Saqué el móvil y busqué el chat que tenía con ella, que hasta hace unos días se limitaba a mensajes del trabajo pero desde ese día era yo suplicándole que respondiera mis mensajes, que me llamara, rogándole hablar, queriendo saber por ella, como se sentía, pero se negaba a responder.

"Clarisse, soy yo de nuevo. No sé cuántos mensajes te he enviado y no has respondido ninguno. Por favor, necesito saber cómo estás. Que no te ha pasado nada malo".

"Clarisse, por favor, hablemos de lo que está pasando. Dime si hice o dije algo que te ofendió, que te hizo alejarte de mí. Tenemos que hablar, estoy desesperado por verte. Te necesito tanto, gatita".

Llegó un punto en el que me sentía devastado, roto por dentro porque no sé qué hice mal, si dije algo que la lastimó. Intenté ser dulce con ella aunque esas cosas no iban conmigo, por eso no quise culminar todo, esa noche, porque si tan solo el sabor de su cuerpo junto a su calor me estaban volviendo loco, no me quería imaginar el día que estuviera dentro de su estrecha vagina, eso sería el paraíso para mí. Iba a querer más de ella, no dejarla ir de mi vida.

Me pasé las manos por el cabello y bufé, frustrado, asustado, roto.

—Tú no me puedes dejar, Clarisse, tú no —cogí mi abrigo junto con los guantes y salí de la oficina.

—¿Ya se va? —preguntó Diane. No te detuve a verla.

—Cancele todas mis citas y juntas. No voy a regresar —asintió.

—Como ordene, señor —entré al ascensor. Cuando estaba abajo ya traía puesto el abrigo, subí a mi auto y fui a buscar a Clarisse, teníamos que arreglar esto de una vez por todas. Si me decía que hice algo malo me iba a arrodillar y pedirle perdón, jurarle que jamás haría tal estupidez.

Solo quería verla, tocarla y saber que estaba bien.

Cuando llegué frente a su edificio le mandé un último mensaje, esperando que esta vez sí respondiera y tal vez me iría satisfecho. Esperé unos minutos, ni siquiera vio el mensaje como los anteriores. En este momento la lluvia azotaba la ciudad, el cielo estaba gris oscureciendo todo a su paso. Salí del auto y corrí para entrar al edificio, subí al ascensor y cuando este se detuvo fui directamente a su puerta. Toqué el timbre y esperé paciente unos segundos que se me hicieron una eternidad. La puerta se abrió revelando a la persona detrás. Clarisse llevaba puesta una pijama larga que cubría sus hermosas piernas, su cabello estaba revuelto como si acabara de despertarse, al verme abrió los ojos de par en par.

—Señor Russel.

—Hola, Clarisse.

Clarisse

El sonido del móvil vibrando y sonando como loco me despertó cuando estaba profundamente dormida. No tenía mucho que Didi se acababa de ir a trabajar y me encontraba sola en la habitación, Marcy me hacía compañía de nuevo, acurrucada en mis pies hecha bolita. Era una fiel compañera. Cogí el móvil para ver quién marcaba tan insistente, al mirar la pantalla tenía varias llamadas perdidas de Tanner al igual que mensajes, miré en las notificaciones el último que había mandado minutos atrás.

"Solo necesito saber que estás bien. Me preocupas, Clarisse".

Suspiré bajito cerrando los ojos, aguantando las ganas de llorar.

—Estás mejor sin mí, Tanner —dejé el móvil a un lado y me metí bajo los cobertores de nuevo para seguir durmiendo. ¿Lo haría todo el día? Si se podía claro que sí, no tenía otra cosa mejor que hacer así que dormir era lo único que quería y en lo que también era buena.

Pero no pasó tanto tiempo para que escuchara el timbre resonar por todo el departamento, bufé y salí de la cama para abrir. No esperaba a nadie así que supuse que era algún encargo de Didi, ya que era adicta a comprar en línea y últimamente había muchas ofertas que según ella no podía desaprovechar. Bajé de la cama descalza y me froté los ojos para quitar un poco de pesadez, hasta el hecho de respirar me dolía en demasía.

Abrí la puerta sin preguntar y me llevé una gran sorpresa al ver a Tanner del otro lado. Ese día en particular estaba lloviendo así que llevaba puesto un grueso abrigo de color negro que le llegaba a las rodillas, unos guantes del mismo color cubriendo sus magníficas manos y el cabello despeinado. Pude notar algunas gotitas de agua en su ropa y zapatos caros.

—Se-señor Russel —sostenía el picaporte con una mano. Me miré un poco, dándome cuenta de lo mal vestida que iba, una pijama de pantalón y una blusa de mangas largas dos tallas más grandes que lo que usaba, el cabello despeinado y acabada de despertar. Hice el amago de cerrar la puerta, pero me arrepentí, no tenía caso pedirle que se fuera cuando ya me había visto, en este mal estado, pero me había visto.

—Clarisse —dijo mi nombre en un tono triste, serio y lleno de dolor —. ¿Puedo pasar? —me hice a un lado. Entró y cerré la puerta.

—¿Qué hace aquí? —me froté el brazo, nerviosa, aterrada.

—¿Qué hago aquí? —respondió mi pregunta con otra pregunta. Se quitó el abrigo y después los guantes. ¿Por qué todo lo que hacía se veía tan sexi en él? Tal vez era mi loco amor el que me hacía verlo perfecto, porque claro está que no lo era. Nunca lo fue —. Llevas cuatro días sin ir a trabajar, te mando mensajes y no me respondes, te llamo e ignoras mis llamadas —se giró para colgar el abrigo en el perchero y dejar los guantes encima de la mesita que yacía a un lado de la puerta donde estaban mis llaves y el correo —. ¿Por qué?

—Creo que Diane ya le explicó —dije sin mirarlo a los ojos.

—Pues no le creo nada, no te creo nada —dio un paso cerca para terminar con esta horrible nostalgia que me estrujaba el pecho —. ¿Por qué haces esto? —acunó mis mejillas con sus tibias manos.

—¿Hacer qué? —me mordí el labio.

—Carajo —se separó y se dio la vuelta para darme la espalda. Enterró los dedos en su cabellera y suspiró frustrado —. No entiendo, no te entiendo, Clarisse.

—No sé de qué habla —musité. De nuevo se giró hacia mí con las cejas hundidas y el rostro transformado en desesperación pura.

—Creí que te gustó lo que pasó en México, que lo habías disfrutado tanto como yo.

No solo me gustó, me volví adicta a ti.

—Yo...—levantó la mano para que me callara.

—No mientas, por favor. Sé que te gustó, sé que lo disfrutaste porque lo sentí, tus gemidos, Clarisse —de nuevo acortó la distancia entre nosotros. Llevó una mano a mi cintura y la otra a mi mejilla —. Dios, Clarisse, tus gemidos en mi boca, el calor de tu cuerpo —se escuchaba desesperado —. Te gustó, lo sé, a mí también me gustó —se mojó los labios y aquel movimiento no pasó desapercibido. Al contrario, me fijé de más en sus labios y tuve la necesidad de apretar las piernas.

—Voy a renunciar —abrió los ojos de par en par. Lo más que se pudo cuando musité estas palabras.

—¿Qué? —Tal parece que su corazón se detuvo en un latido porque se puso pálido.

—Voy a renunciar. No puedo ni verte a la cara después de lo que pasó, siento pena y vergüenza de que me mires así.

Me zafé de su agarre con brusquedad.

—¿De qué sientes vergüenza, Clarisse? ¿De qué?

—¿¡De qué!? —Aquel sentimiento terminó por explotar y le grité cuando nunca en la vida le levanté la voz —. ¿Es que no me has visto? —me señalé de los pies a la cabeza —. No soy nada, no soy nadie, Tanner. Solo soy una pobre chica rota, una mujer que viste mal y a la que nadie voltea a ver. ¿Crees que a tu familia le va a gustar verte conmigo? No, no les va a gustar cuando has salido con modelos, actrices, mujeres de poder y mírame a mí —sollocé. Los hombros me temblaban, apenas podía hablar —. No eres para mí, Tanner, sueño demasiado alto.

Dio un paso con la intención de acercarse, pero levanté el brazo a la altura de su pecho deteniendo todos sus movimientos. En ese momento apareció Marcy por el pasillo y miró de una manera despectiva a Tanner, se frotó en mis pies diciendo que estaba ahí y que no se iba a ir. Fue hacia al sofá desde donde nos miraba atenta.

—Ni siquiera quieres que alguien sepa de lo que pasó en México. Me quieres mantener oculta porque de seguro te da pena que te relacionen con tu simple y básica secretaria —me llevé una mano a la boca.

—¿Qué? —preguntó desconcertado —. Eso no es cierto.

—¡No mientas! No soy tonta ni ciega. No quieres que te vean conmigo y lo entiendo, tienes una reputación que mantener...

—Nada de lo que supones es cierto —habló, molesto —. Deja que te explique...

—No necesito explicaciones, Tanner, no las quiero —seguía llorando sin ninguna intención de parar. En este momento mi corazón estaba roto y sangraba, no me iba a detener por la pena de que Tanner me mirara llorar.

—Solo escúchame —pidió, dolorido —. Deja que me explique.

—Solo vete, déjame sola —agaché la cabeza.

Todo me dolía, hasta respirar se sentía como mil dagas en el pecho que se enterraban en mi piel y cortaban todo a su paso.

—No te voy a dejar sola, Clarisse, tenemos que hablar —negué con la cabeza.

—Yo no quiero hablar, Tanner, vete, ¡déjame sola! —le grité por segunda vez en la noche.

—¡No, no te voy a dejar sola y si quieres gritar adelante! ¡Por mí no hay problema! No me voy a ir porque no quiero hacerlo, porque yo sí quiero hablar contigo, yo sí quiero arreglar las cosas porque de verdad me importas.

—¿Te importo de verdad? —no le creía nada.

—Más de lo que deberías importarme —confesó. Cuando se dio cuenta de lo que dijo ya era tarde porque ya lo había dicho y ahora no había vuelta atrás.

—¿Entonces por qué no quieres que nadie sepa? —llevé las manos a mi pecho.

—¡Por qué te quiero para mí, Clarisse! No te quiero compartir con nadie y sé lo que va a pasar si los demás saben que estamos juntos, habrá preguntas, reuniones donde todos te querrán ver y soy demasiado egoísta para compartirte con alguien más.

—Eso no me basta.

—A mí también me rompieron el corazón, Clarisse —ya no estaba molesto ahora se encontraba desolado —. Por eso quiero ir lento contigo, conocerte mejor, saber que no solo será sexo y que...—se calló de golpe.

—¿Y qué? —alcé una ceja.

—Que no me vas a dejar también —desvió la mirada con pena. Sentía vergüenza por estar confesando esto.

—¿También? —asintió mordiéndose el labio.

Mi pobre bebé.

—Una vez me dejaron —me miró fijamente a los ojos —. Sufrí tanto, me dolió, me costó salir de ese agujero y hay veces que todavía me hundo en él. No quiero que esto falle, que salga mal y me dejes, no te quiero perder. A ti no, Clarisse Dawson.

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