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8. Despedidas

Despedidas

Llegué a casa más despeinada que nunca. Entré corriendo y casi arrollo a mamá en la cocina. No me detuve a explicarle porque estaba como estaba; solo me metí en mi cuarto, agarré un bolso y empecé a tirar ropa adentro, sin mirar bien lo que ponía.

—¿Qué estás haciendo, Serena? —me urgió mi madre, entrando en la habitación—. ¡Para un poco!

Intentó ponerse entre el bolso y yo, pero la rodeé y metí varias bombachas también.

—Tengo que irme ya.

—¿Qué? ¿A dónde? ¿De qué estás hablando?

Tomé aire y traté de calmarme para poder explicarle las cosas como correspondía. Estaba tan acelerada y tan asustada que apenas si podía decir dos frases seguidas.

—Brujos, cazadores —solté, de golpe—. Están en la casa de Nora, saben de mí.

Mamá primero me miró sin entender un pepino de lo que quería decir, pero luego su rostro se puso pálido.

—¿Cazadores? ¿De ti?

—Sí, ¡de cosas como yo! —repliqué, rodeándola otra vez. Metí calcetines, corpiños y todos los vestidos y pantalones cortos que encontré—. Saben que Nora me ocultó. ¡Tengo que irme lejos por un tiempo!

Ella me siguió con la mirada, pero cuando repetí que debía irme, pareció reaccionar del todo.

—¿A dónde piensas ir? ¿Cómo vas a irte sola?

—No sé, pero tengo que salir de Victoria Avery.

—¡Nunca te has ido sola tan lejos de casa!

—¡Lo sé! —me detuve y me dejé caer en la cama, agitada—. Pero él cazador me vio y además me lo crucé hace días. Me estuvo siguiendo, ¡ya debe saber dónde vivo y no va a tardar en llegar aquí!

—Tu padre y yo no vamos a dejar que te haga nada —empezó a decir ella, pero se notaba que no estaba tan segura de lo que decía. Ellos sabían que Nora tenía magia, pero tampoco comprendían mucho sobre ella y su abuela y los alcances de sus poderes.

—¡Es que no es solo él, mamá! Llamará a otros. Serán muchos, ustedes no van a poder hacer nada. Me van a matar y ya.

Mamá negó con la cabeza, pero no dijo nada más por un minuto, mientras yo me levantaba y sacaba todos mis ahorros de debajo de la cama.

—Tengo que hablar con tu padre. Nos iremos todos.

—¡No! —grité, pero ella había salido del cuarto.

Tuve que seguirla hasta el comedor. Le estaba marcando a papá, desesperada, por lo que no me quedó otra que quitarle el celular.

—No pueden venir conmigo. Seríamos más fáciles de rastrear. Tengo que ir sola y ocultarme un tiempo. Y me tengo que ir ya, má, no puedo esperar a papá —añadí, con un nudo en la garganta.

Temía muchísimo por mi vida, no quería perderla otra vez. Y aunque estaba desesperada por largarme, sabía que no podría volver a casa quizás en muchas semanas. No vería a mis padres por un tiempo y me dolía casi como la puñalada en el pecho.

—Serena... —gimió ella.

No pude seguir viéndola a la cara. Volví a mi cuarto y me apresuré a meter todo lo que me faltaba en el bolso, pensando qué iba a hacer a continuación. Lo único que se me ocurría era ir a lo de la abuela, al menos en un principio, para luego poder trazar con más calma mis próximos pasos, lejos del cazador.

Agarré mi teléfono y empecé a buscar pasajes de micro hacia Santo Thomas que saliesen esa misma tarde. Luego, casi al instante, me acordé de Luc y de Edén. Tenía que avisarles.

Apreté los labios, todavía más dolida, porque tampoco tenía tiempo para despedirme de mi novio como corresponde. Las lágrimas me bajaron por las mejillas y me dio muchísima bronca no tener el control de mi existencia ni poder vivir lo que me quedaba de ella en paz.

Me tapé la cara con las manos y ahogué un grito. Odiaba esa situación, odiaba tener que irme de mi casa. De pronto volvía a odiar también haber muerto, haber sido el objetivo de un psicópata. Odiaba ser una daevitaen y ser considerada un monstruo. Odiaba tener que ver sangre y chicas muertas, odiaba pensar que solo yo podía salvarlas y que encima no lo lograba.

De pronto, solo quería ser normal, poder estar en casa con mi familia, salir con mis amigas, ver a mi novio y elegir una universidad y una carrera. Quería ir al cine, quería irme de vacaciones sin tener que preocuparme por la cantidad de energía que necesitaba para existir. Quería vivir de nuevo en ese mundo perfecto y bueno en el que no había asesinos, ni muertes ni brujos desesperados por cazarme y destruirme.

No quería ser un ángel de la muerte.

Lloré tan fuerte que apenas si escuché a mamá entrar en mi cuarto. Solo la sentí cuando me abrazó por detrás y trató de contenerme, asegurándome que todo iba a estar bien y que ella sería capaz de dar su vida por protegerme, que nadie volvería a hacerme daño nunca.

Me aferré a sus brazos tanto como me aferré a sus palabras, tratando de creérmelas. Ella me dio la vuelta y me obligó a enterrar la cara en su cuello, y yo, como una niña pequeña, me dejé llevar por sus caricias y su consuelo.

—Mi amor —susurró en mi oído, con la voz tomada, quebradiza—. Mi vida. Mi única hija, mi bebé —musitó—. No fui capaz de defenderte cuando más me necesitaste. No es justo que tengas que pasar por todo esto.

—No me quiero ir —lloré—. No quiero esto.

—Yo lo sé —me dijo, agarrándome la cara mojada con las manos. Ahí pude ver que también lloraba—. Vamos a convencerlos de que no eres peligrosa, que eres buena. Y eres una elegida por la muerte, no un monstruo. ¡Si Nora y su abuela lo entendieron, ellos también!

Lo pensé. Claramente los brujos no querrían meterse con un ángel de la muerte, una enviada especial, sobre todo porque yo existía en sus libros. Pero algo en la urgencia de Nora, en sus súplicas y en cómo me había ocultado todo y mentido, me decía que no iba a ser tan sencillo. Que era probable que no me creyeran y en realidad yo no tenía manera alguna de probarlo.

No hablaba con la muerte, no sabía cómo llamarla. La última vez que la había visto fue junto al cadáver de Jason Black y yo estaba demasiado herida y agotada en aquel momento. No tenía nada más que mi tatuaje para comprobarlo y podrían no querer arriesgarse.

Negué con la cabeza. Agarré la mano de mi mamá y la aplasté contra mi mejilla, ansiando sentir sus dedos sobre mí un rato más, por última vez.

—Si no tengo pruebas... ¿cómo van a creerme? Y los podrán a ustedes en peligro. No quiero arriesgarlos.

A mamá se la arrugó toda la cara, la contrajo del dolor que todo esto le provocaba. Apenas si tuve fuerza para no volver a llorar a los gritos.

—Toma —dijo, entonces. Con la otra mano, me tendió un paquete de papel bien gordo. Supe enseguida lo que era—. Úsalo bien, no gastes en tonterías. Sé lo más austera posible. Y vuelve lo más pronto que puedas.

Me mordí el labio inferior y agarré el paquete, con la mano temblorosa, lleno de ahorros de mis padres, que malgastaría huyendo como si fuese una criminal.

—Por favor, dile a papá que me perdone —supliqué—. No me voy a perdonar el irme así.

—Si vuelves sana y salva, él lo va a entender.

Le di un abrazo fuerte, desesperado, rezando para volver a verla y con la idea fija de que podría volver. Quizás era muy optimista, quizás debería haber considerado la idea de que realmente podría ser asesinada pronto. Pero no podía, ansiaba tanto regresar que me lo puse como meta para poder frenar el dolor que sentía.

—Voy a encontrar la manera de probar que soy un ángel de la muerte —le dije—. Y cuando se lo pruebe a los brujos... voy a poder volver a casa. Tenme fe, mamá.

Por primera vez en muchos días, desde que surgió un nuevo círculo, desde que discutimos tanto por las chicas asesinadas y por mi papel en ese mundo, mamá esbozó algo parecido una sonrisa.

—Eres inteligente y fuerte. Mucho más fuerte que nadie que conozco. Si alguien puede con todo eso, esa eres tú —Me dio un beso en la frente y nos quedamos un momento más así, hasta que no me quedó otra que alejarme, romper el contacto y reprimir la sensación de vacío que eso me significaba.

Guardé el sobre con dinero en una mochila, junto con mi laptop, sus accesorios y mi teléfono, así como mi libreta con anotaciones, y me eché todo eso y el bolso al hombro. No perdí más tiempo y atravesé la casa, con cuidado de no mirar más de lo necesario a mamá antes de llegar a la puerta.

Ahí, solo nos despedimos con los ojos, con una promesa silenciosa. Y pronto, estuve a la merced de mi destino, sola y sin rumbo fijo.

Me hice miles de preguntas mientras esperaba el micro en la terminal de Victoria Avery. Había comprado el primero a Santo Thomas con un montón de inseguridades, pues temía que el cazador me hubiese estado escuchando al despedirme de mamá o incluso supiera dónde vivía mi abuela desde antes, como para creer que sería mi primer destino. 

Pero no sabía a dónde más ir, en primer lugar. No tenía tanto trato con mis otros familiares como para caer así sin explicaciones. Tampoco había algún sitio que gritara: "Aquí encontraras las pruebas de que eres un Ángel de la muerte".

Durante todo ese rato de espera, mirando a la gente pasar, sin poder dejar de temblar, me dije que eso era lo único que podía hacer. No iba a estar huyendo el resto de mi vida y además tenía círculos de sangre que impedir. Tenía que salvar más chicas. Sí una banda de brujos me perseguía sería imposible.

Después de que varias personas me miraran raro por mi actitud y me forzara a mi misma a calmarme, al menos en el exterior, me pregunté por qué tenía que estar tan asustada de los cazadores cuando ya me había enfrentado a un asesino, cuando yo era fuerte y poderosa.

Mi celular sonó como respuesta. Lo saqué del bolsillo de mi mochila y me sorprendí al ver un mensaje de Nora.

«Tienes razón. Louis sabe lo que eres. Ha matado más daevitaen de los que puedo recordar ahora, más que yo seguro. Su magia es muchísimo más avanzada, es un rastreador excelente. Si por casualidad se da cuenta de que tú también tienes sangre de bruja, más aún querrá eliminarte. Tendrá a todo el clan detrás de ti. Los daevitaen con magia son veinte veces más peligrosos que los comunes. Intentaremos explicarle que eres un ángel de la muerte, pero mis antecedentes no son de confianza, por mi madre. No tenemos pruebas más que tu tatuaje y no será relevante a menos que vea como desaparece para dejar tu herida. Serena, por favor, cuídate. Sí tu no puedes cerrar los círculos, nadie va a poder hacerlo. Por algo la muerte te eligió». Friki.

No me dio tiempo a responderle que me bloqueó otra vez. Me quedé mirando la pantalla, tratando de procesar la información.

Apenas había pasado una hora y media desde que había salido de mi casa y lo único que podía suponer de todo eso era que él no me espió en mi casa, porque seguía en la de Nora. Me daba una chance, me permitía relajarme de verdad en medio de la terminal micros. Exhalé con lentitud, agradeciéndole el mensaje y que todavía en ese momento intentara protegerme, a su extraña y retorcida manera.

Lo otro que apenas procese era el detalle de mi supuesta magia. Con su abuela, apenas habíamos hablado del tema. Quedó enterrado, en las memorias del día en que asesiné a Black, el cómo manipulé la energía que yo tenía para salvar a Nora o cómo era capaz de ver sus hechizos. No supe por qué no lo habían abordado antes si al final si era relevante para una daevitaen como yo, como su madre.

Apreté los labios y aparté la mirada del celular para ver las pantallas con los horarios. Faltaban dos horas para que saliera el micro y tenía tiempo para darle más instrucciones a mi madre. Me apresuré a mandarle varios WhatsApp, indicándole que no mencionara en voz alta ninguna opción para mi posible destino, menos que hablaran de Santo Thomas y de la abuela. Luego, le pedí que no me hablara a menos que yo lo hiciera y que borrara todos los mensajes entre nosotras, para que no quedaran rastros.

Supuse que Nora habría hecho lo mismo y después de que mamá entendiera y prometiera acatar mis ordenes, entré al chat de Luca. Había estado estirando mi despedida con él porque no sabía cómo decirle que me iba, así de la nada.

Dudé por un largo rato más, en el que terminé explicándole todo a Edén en vez de a él. Le di las mismas instrucciones que a mi mamá y ella me pidió que me cuidara y que le escribiera apenas fuese seguro.

«Voy a borrar todos nuestros mensajes ahora. Por favor, cuídate amiga, te amo». Ed.

Me dolió ver su respuesta y no le contesté porque sería un sin sentido. No debíamos dilatar más esa situación y ella tenía que borrar todo. Ahogué un gemido, angustiada, preguntándome cuándo volvería a verla, si es que lo lograba.

Fue por esa misma razón que no le dije nada a Luca hasta que me tocó subirme al micro y el mismo comenzó su travesía para salir de Victoria Avery. Armé las frases en mi cabeza varias veces, las escribí otras decenas, pero terminé por borrar todo y sufrir con mi indecisión.

Al final, opté por hablar directamente con él, porque un mensaje no era lo que él merecía. Ni siquiera un audio.

Consciente de que podía ser peligroso para mi y para él, marqué su número y esperé a que contestara.

—«Buenas tardes, linda, ¿hablaste con Nora ya? —me dijo, totalmente inocente de lo que estaba por decirle. Me quedé callada, mirando por la ventana del bus, con la respiración temblorosa—. ¿Serena?»

—Las cosas... no salieron como pensaba —murmuré, lo más bajo posible para que ningún otro pasajero me escuchaba, aunque eran bastante pocos los que ocupaban el micro—. Nora tiene a alguien de su clan en su casa y...

—«¿De su clan? —contestó Luca, escuché como se le caía algo de las manos—. ¿Ese chico?».

Tomé aire y me esforcé por dejar salir mi voz clara, firme. No quería que él notara lo mucho que estaba sufriendo por despedirme así.

—Es un brujo, es un cazador —expliqué—. No es su novio, no sé qué hacia con esas flores pero el tipo... me crucé a ese chico antes, en las calles. Él ya sabe que soy una daevitaen y...

—«¿Qué pasó?» —la voz de Luc se tornó lúgubre.

—Pude irme, Nora me está dando tiempo —solté, pero no dije nada más, esperando que él fuese anclando las piezas de a poco.

—«¿Darte tiempo? —masculló—. ¿Para qué? Serena, dime que estás bien, por favor. Dime a dónde te voy a buscar, dime dónde... » —noté el terror en su voz. De alguna manera, supe que ya lo había entendido.

—Tiempo para huir, Luc —contesté, con un hilo de voz—. Me estoy yendo de Victoria Avery.

Hubo un largo momento de silencio, hasta que oí que se movía, desesperada. Se le cayeron más cosas al suelo y se tropezó con algo. Lo escuché insultarle al aire y correr por las escaleras de su casa.

—«No, espera, por favor, ¿a dónde se supone que vas? ¿A dónde vas a ir? ¿Por qué no me dijiste? ¡Voy contigo! Estoy saliendo, voy ahora».

Me costó horrores contener las ganas de llorar al sentirlo tan desesperado por alcanzarme, por acompañarme. Pero no podía arrastrarlo en eso. Sería peligroso si los cazadores nos emboscaban, yo no sabía qué eran capaces de hacer con personas comunes tan involucradas como mi novio y mi familia. Y, además, necesitaba pasar desapercibida, ir ligera y clandestina, y no podía moverme así con él. Terminaría siendo una carga más en mi espalda, más de lo que era ya dejarlos a todos en casa.

—Luc... Luc —lo llamé, pero me ignoró—. Por favor, ¡detente ahora!

Tuve que gritarle, sobre saltando a los pasajeros, pero Luca se había subido al auto de su papá y estaba intentando encenderlo.

—«¿Qué me detenga?»

—¡Escúchame! Ya ni siquiera estoy en la ciudad —dije. Era una pequeña mentira, pero no tardaría mucho en ser real—. Tuve que irme lo más rápido posible porque estaba espiando. Es probable que sepa ya todo de mí. Incluso quién eres y dónde vives. Esto es para protegerlos a todos. No sé... no sé de qué es capaz esta gente. No sé si puede hacerles daño o no. Pero sí sé que no... no tengo oportunidad de demostrar así nomás que soy un ángel... Necesito tiempo para prepararme para cuando me encuentren. Si me quedo...

—«¡Tengo que ir contigo! —gritó él, seguro dándole un golpe al volante, porque se escuchó un bocinazo involuntario—. ¡Dime a dónde vas, por favor! ¡Iré a buscarte!»

Se me cayeron finalmente las lágrimas.

—No, Luc, no puedes. No puedes saber a dónde voy. Nadie puede, ni mis padres ni tu. Y tengo que ir sola, mi viaje puede ser... complicado.

—«Serena... Por favor, no puedes irte así. ¿Cuándo voy a volver a verte? ¿Cómo voy a saber que estás bien?»

No supe qué contestar. Tenía que darle mis instrucciones y en el estado en que estábamos ambos iba a ser difícil que las pusiéramos en común con calma.

—Luc... —musité, cerrando los ojos por un momento—. Es difícil prometer esto... Pero de algún modo voy a volver. No sé cuánto tiempo me va a tomar, pero voy a encontrar las pruebas de que soy un ángel. Solo necesito que tú y mis padres me apoyen y me den tanto tiempo como Nora lo está haciendo.

Durante casi un minuto, creí que me había cortado el teléfono. Solo me di cuenta de que seguía ahí porque pude escuchar su llanto.

—«Tienes que volver, júramelo —Si él lloraba, para mi también era inevitable. Ahogué un sollozo en mi mano, mientras me insistía—: Tienes que volver conmigo, por favor, Serena. Si algo te pasa yo... no sé cómo voy a seguir... sin ti».

Se le quebró la voz.

Me quedé con la boca tapada, fallando estrepitosamente en disimular lo que me pasaba. Otros pasajeros me miraban berrear extrañados, muy curiosos. Yo apenas si lo notaba, porque mi alma y mi corazón estaba con mi novio. Lo que más deseaba en ese momento era estar con él, físicamente, siendo normal para llevar a cabo nuestros planes para el próximo fin de semana.

—Voy a volver, te lo prometo —logré decir—. Te juro que voy a volver y lo voy a hacer sin escaparme de nadie, pero... —Sorbí por la nariz. No sabía cómo detener mis lágrimas, pero tenía que hacerlo de alguna manera porque no quería estirar la llamada más de lo que fuese necesario. Una parte de mi insistía en que nosotros nos lo merecíamos. La otra parte estaba super paranoica—. Luc... Tengo que decirte qué hacer para que yo vuelva sana y salva. Tienes que escucharme bien, ¿sí?

Él tardó en recomponerse y en parte lo agradecí, porque apenas si me daba la garganta para seguir hablando.

—«Está bien —dijo, con tono débil, resignado, pero todavía muy dolido—. ¿Qué tengo que hacer?».

—No debes... hablar con Edén de cualquier información que yo te llegue a pasar de mí. Puedes decirle que estoy bien y viceversa, pero no podrán saber de lugares. Tienes que borrar cualquier mensaje o audio que te mande, ¿está bien? No tiene que haber información que ellos puedan obtener. Lo mismo con mis padres. Yo me contactaré con ustedes en primer lugar y... deberíamos poner una palabra de seguridad. Te la enviaré escrita y la borrarás apenas te llegue.

Esperé su respuesta por un par de segundos y pareció que se recuperaba de pronto con todas sus dudas.

—«¿Y Nora? ¿Qué hago con ella?»

—Ella solo me habló para explicarme sobre este Louis. Volvió a bloquearme. Es probable que evite hablar contigo porque él está con ella. Pareciera que se queda en su casa y la abuela Janeth y ella intentaran explicarle sobre mí. Pero no sé cómo vaya a salir. Solo... me queda esperar que me hable de nuevo. Por las dudas no le preguntes nada.

Él suspiró. Todavía le temblaba la respiración.

—«¿Cuándo voy a poder hablar de nuevo contigo?»

Fue casi un ruego. Uno que no sabía cómo responder en verdad. No tenía cómo darle fecha u horarios, porque cualquier información que tuviera de mi podría ponernos en peligro. La usarían en mi contra y, además, porque no podía prometer algo que quizás no pudiese cumplir.

—Voy a hablarte lo más pronto que pueda —susurré—. Te amo, ¿lo sabes?

No esperé que se diera cuenta de que usé las mismas palabras que él usó conmigo el viernes, la última vez que le había dicho lo que sentía por él. En realidad, no esperaba más nada que hacerle saber lo importante que era para mí.

—Yo también te amo —murmuró él.

No tuve el valor para despedirme de nuevo y alejé el teléfono de mi oreja con la mano temblorosa. Corté la llamada y esperé en vano cualquier mensaje de su parte, aunque estaba segura de que él no me escribiría por obedecer mis reglas. No hasta que yo le diese nuestra palabra clave.

Me enjugué las lágrimas y comencé a teclear después de pensarlo un poco. Tenía que ser algo importante para ambos, algo que tuviese sentido.

«Sí, ¡señora!», escribí. Sabía que él la entendería y que nadie comprendería fuera de contexto.

No tardó en responder:

«Te amo».

Guardé el teléfono tragándome el nudo en la garganta. Cerré los ojos y pegué la frente a la ventana a medida que el bus tomaba la autopista. Tenía que dejar el dolor atrás y prepararme para la vida que iba a llevar de ahora en más.

-

El bus se detuvo en la terminal del Santo Thomas cuando ya había caído la noche.

Me quedé parada en medio del andén revisando mis mensajes. No tenía mensajes de nadie, señal de que habían entendido mis directrices, así que solo miré de nuevo los últimos que había recibido. No borré ninguno porque eran un recuerdo de porqué estaba haciendo todo eso. Era por mi vida, por compartirla con ellos.

Me calcé el bolso al hombro y me alejé rápidamente por las calles. Nada había cambiado en esos pocos días. Mucha gente seguía de visita turística, así que la mayoría de los restaurantes y bares estaban abiertos y llenos de gente.

Me detuve solo para comprar una pizza al paso y avancé sierra arriba, pensando que eso era lo mínimo que podía hacer por la abuela, más después de haberla dejado antes de tiempo y cuando estaba a punto de caerle sin aviso.

Estaba a nada de llegar a la subida de coches que ingresaba en su propiedad cuando me sobresaltó un graznido. Me giré hacia mi izquierda, hacia los postes de madera que contenían la maleza para apartarla del camino y retrocedí un paso.

Quizás era lógicamente imposible, pero podía jurar que el cuervo que estaba parado sobre el poste, a menos de un metro de mí, tan grande como un perro chihuahua, era el mismo que me había seguido a casa y al lugar donde Giuliana había sido asesinada.

—¿Qué carajos...? —solté.

Un auto pasó por la calle y sus faros se reflejaron en los ojos negros del ave, que ni se inmutó. Continuó girando la cabeza hacia un lado y hacia el otro para verme mejor.

—¿Cómo llegaste aquí? —le pregunté, pero el cuervo obviamente no me respondió ni siquiera cuando pasé casi un minuto frente a él.

Arrugué la frente y di un paso hacia adelante, alejándome de él, sin dejar de verlo y voltearme del todo. Continuó ahí, vigilándome, siguiéndome. Sabía que significaba algo, que intentaba decirme algo, pero si tampoco era muy claro al respecto, no podía quedarme una eternidad en la calle así, esperando que me hablara.

Subí toda la cuesta arriba por el camino de grava de la abuela y estuve en su puerta en un instante, apretando la mano en un puño, con miedo de golpear y darle un infarto.

Tomé aire y di apenas junté mis nudillos con la puerta. Sabía que la abuela estaba en casa y en realidad ya había practicado mis fantásticas explicaciones. Eso era una visita sorpresa, el discurso era fácil. Lo difícil sería que no le mandara mensajes a mamá y a papá delatando que estaba ahí. Eso sí que no sabría cómo evitarlo.

La abuela me abrió en un segundo y su rostro evidenció lo muy confundida que estaba, pero no tardó en abrazarme y arrastrarme dentro.

—¿Serena? ¿Y tus padres? ¿Y esto? —terció, sacándome la pizza de las manos, mientras Goldie aparecía y daba brincos a mi alrededor.

—¡Ta-da! —dije, con un tono medio quebradizo—. Estoy de vuelta aquí para pasar un par de días más contigo.

Traté de mostrarme super feliz, pero la alegría no me llegaba bien a la cara. Pude verme en el espejo de la sala, parecía que me dolía algo.

La abuela puso los brazos en jarra.

—¿Dónde están tus papás? —urgió. Más que estar feliz, estaba lista para enviarme de vuelta a Victoria Avery.

—Están en casa —me apresuré a decir—. Me dieron permiso para venir.

Ella me analizó de arriba abajo. Fue solo un segundo, podía oler mi mentira. Bueno, mi media mentira.

—Voy a llamar a tu madre.

Se dio la vuelta y marchó por la casa, apresurada para alcanzar el teléfono de línea. Yo solté todo en el sillón, incluso la caja de la pizza, y pegué un saltó inhumano por encima de ella. Agarré el teléfono antes de que levantara el tubo.

—No puedo dejarte hacer eso —musité, mientras la abuela abría y cerraba la boca, presa del pánico—. Lo siento, abue, perdóname. Mamá y papá saben que no estoy en casa, pero si los llamas ahora, personas malas sabrán que estoy aquí y podrían incluso lastimarlos a ellos. Necesito que no sepan nada...

Ella retrocedió rápidamente, tropezándose con Goldie, que se había quedado pasmada, detrás, también al verme saltar así.

—¿Se... serena? ¿De qué estás hablando? ¿Cómo hiciste eso?

Me erguí lentamente y exhalé. Ya tenía práctica con ese relato y no me quedaba otra que repetirlo. Rodeé la mesita del teléfono para recoger la caja de pizza del sillón. Se la mostré otra vez y le dediqué un gesto suplicante.

—¿Puedo contártelo todo mientras comemos?

La abuela titubeó, pero como Goldie corrió hasta mí, alertada por el aroma de la pizza, no le quedó otra que seguirme a la cocina. Su sándwich de pollo a medio comer, sobre la isla de madera, me hizo sentir un poquito culpable, pues la había interrumpido y ahora quizás le causaría una indigestión.

En silencio, saqué un cuchillo del cajón de la alacena y comencé a cortar trozos grandes. Le tendí una porción sin dudarlo.

—¿Qué fue lo que hiciste en el living? ¿Eres realmente mi nieta o qué...? —dijo, sentándose en una de las banquetas.

—Es una historia larga... y quizás te cierren algunas cosas sobre mí. ¿Te... asusté, cierto?

Se llevó una mano al pecho.

—Casi me das un infarto. ¿Prácticas un deporte que no me hayas contado?

—No, abu, no —repliqué, mordiendo la pizza. Solo ahí me di cuenta de lo hambrienta que estaba—. Es que... hace mucho tiempo que no soy una persona común. Y es aterrador, pero... si mamá y papá lo saben y pueden con esto, yo creo que tú también podrás.

Hubo un momento raro de silencio, pero la abuela se acomodó y empezó a comer su porción de pizza, demostrando lo dispuesta que estaba a oírme. Sonreí, pero la sonrisa se me borró cuando noté que quizás contarle mi muerte no era lo mejor en el momento de la cena.

Tuve que optar por la versión resumida, pero lo suficientemente clara, para que ella pudiese comprender, por encima, lo que me había ocurrido. No le dije de forma literal que había sido asesinada, pero cuando ella dejó su porción de pizza por la mitad y no la tocó más, entendí que igual acababa de entenderlo.

No dijo ni una sola palabra y yo me tragué como la mitad de la pizza, producto del estrés y del cansancio. Para cuando terminé, lo único que se escuchaba en la cocina era el llanto bajo de Goldie exigiéndome las cortezas de mis porciones.

—¿Abue...?

Mi abuela levantó una mano, lentamente. Miraba el piso, no a mí. Parecía estar habiendo mucho esfuerzo para procesar todo mi relato. Los hombros se le habían encorvado tanto que parecía mucho más vieja de lo que era.

—Intento decidir si te estar burlando de mi o no.

Me enderecé.

—¡Cómo me voy a estar burlando de ti! —exclamé, saltando también de mi banqueta.

—¿Estás diciéndome que tus padres saben de todo esto?

Volví a sentarme y suspiré.

—Les he presentado pruebas suficientes de que ahora no soy una chica común y corriente. Pero adelante, hazlo —me giré y saqué un tenedor del cajón que estaba detrás de mí. Se lo tendí y la insté a tomarlo. La abuela me miró como si estuviese loca—. Clávamelo.

—¿Cómo dices? —replicó, alejándose todo lo que pudo del tenedor.

Apreté los labios. Era obvio que no iba a hacerlo. Giré el tenedor en mis dedos y puse la mano derecha en la madera de la isla. Levanté el cubierto y bajé el brazo derecho con una velocidad despampanante, incluso antes de que la abuela empezara a gritar que me creía.

Los dientes del tenedor se doblaron y el mango se aplastó contra mis nudillos. Se convirtió en un patético revoltijo de metal y plástico. Quedó inutilizable.

—¡Serena! —me retó la abuela—. ¡Ya entendí!

Aparté el ex tenedor y le dirigí una mirada llena de disculpa.

—Lo siento.

—¡Está bien! No me explique más, por hoy al menos. Lo entendí todo. Solo... necesito procesarlo con calma. No llamaré a tus padres, ¡hoy! Pero tienes que jurarme que estás realmente aquí con su permiso, ¡o luego no voy a poder salvarte! ¿Está bien? —exclamó, poniéndose de pie.

Asentí rápidamente y tomé el tenedor para esconderlo detrás de mí, cuando ella le echó una mirada aterrada.

—Es que te lo juro —musité.

—No pretendas tampoco que te cubra en todas, ¿eh? Esto que estás haciendo, al viajar así sola, es muy peligroso. Y yo tengo que procesar todo —repitió—. ¡Porque no es nada fácil que mi nieta me diga que ha sido...! Y que sigue aquí... —Cuando me miró, lo hizo con tanta pena que me apachurró el corazón. Tomó aire y lo dejó salir lentamente. Otra vez se le hundieron los hombros—. Por la Virgen Santísima, hija. Espero que Dios esté de acuerdo con esto.

Hizo la señal de la cruz y yo fruncí el ceño. Eso me lo había preguntado miles de veces el año anterior. Hoy por hoy, creía que Dios lo sabría y que estaba de acuerdo con la muerte en que yo estuviera ahí. Si de evitar que asesinos desquiciados siguieran matando personas inocentes, seguro le venía bien.

Pero, por un instante, sus palabras hasta sonaron un poco extremistas. Como si la cosa satánica fuera yo, como si fuese un pecado. Se me arrugó más la frente y me puse de pie.

—Necesito acostarme —dijo ella, agarrándose la cabeza—. Mañana hablaremos mejor.

Lo acepté, pero no dejé que se fuese así nomás.

—Tengo una misión buena, abue —le dije, antes de que ella saliera de la cocina—. Te aseguro que yo soy una de los buenos. Dios debe querer que yo triunfe, estoy segura.

Ella se detuvo un momento en las escaleras. Me miró con una mezcla de ternura y tristeza y asintió leventemente antes de marcharse a su cuarto. Con esa sola expresión, me quedó claro que ella no me consideraba un pecado o un truco satanista. Ella de verdad había entendido.

Suspiré y me dejé caer en la banqueta, otra vez.

Me quedé ahí con Goldie, que no se fue a dormir hasta que le di las cortezas de la pizza. Sola, entonces, guardé los restos de la comida en la heladera y lavé los pocos platos que había en la pileta de la cocina.

Me tomé también mi tiempo para subir a dormir, esperando así que la abuela se hubiese acostado. Quería darle su privacidad y su oportunidad de estar sola un rato, para pensar con calma. Sin embargo, cuando lo hice, cerca de la una de la mañana, pasé por su habitación y espié dentro, para asegurarme de que estuviese bien.

Llevé mis bolsos a mi cuarto y me dejé caer en la cama. Resistí el impulso de tomar mi teléfono y enviarles mensajes a todos los que amaba. Lo único que hice fue girar la cabeza hacia la ventana, preguntándome si el cuervo también me estaba espiando esa madrugada. 

-

¡Otro capítulo más! Y esté fue super largo.

En mi Instagram estuvieron votando y dijeron que para día de publicación, preferían los viernes, así que desde ahora en más, vamos a dejarlo para esos días de la semana. 

Sin embargo, no tendré el próximo capítulo listo para esta semana y probablemente tampoco la otra. Debo rendir un final oral de Derecho y quiero concentrarme en eso para aprobar. Iré escribiendo en mis ratos libres y apenas pase mi examen del 3 de agosto, si lo tengo listo, lo subiré el primer viernes que sea. 

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Dicho todo esto, ¡vamos con las preguntas de esta semana!:

¿Creen que Serena ha hecho bien al irse a lo de su abuela? ¿Y sobre contarle lo que es? ¿Qué hubiesen hecho ustedes en su lugar?

Por otro lado, ¿qué les ha parecido la actitud de la madre de Serena al dejar ir, en contra parte con su actitud días atrás, cuando no quería que participara más en todo este asunto de los círculos?

Y por último, ¿por qué creen que Luca está sufriendo tanto su partida?

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