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12. La bruja

La bruja

Llegamos a un pequeño pueblo cuando ya era entrada la noche. Salí dando tumbos detrás de Dargan a una ruta provincial y caminé, arrastrando los pies, hacia las casas en silencio. No se trataba de un sitio turístico así que la mayoría de la gente que estaba fuera estaba en la calle principal, el centro, que tenía apenas un par de locales abiertos.

Empujé la puerta del mini mercado de la estación de combustible e ignoré la mirada sorprendida y confusa de la chica que atendía detrás del mostrador. Yo estaba sucia de todos los retos del bosque que acarreaba desde el día anterior y seguro parecía que había rodado por una colina.

Me fui directo a las heladeras y tomé una botella de Coca Cola. Mi agua se había terminado hace horas y estaba muerta de sed. Agarré también varios paquetes de papas fritas, Cheetos y uno de sándwiches de miga.

Apenas puse todo en el mostrador, lista para pagar, tomé disimuladamente uno de los panfletos que estaban al alcance de los clientes. Rezaba, bien grande y adornado, "Festival de la bruja de Godwell".

Godwell, recordaba haber visto ese nombre en Google Maps antes de quedarme sin señal en el bosque. Estaba del otro lado de las sierras de Santo Thomas, a unos 80 km en línea recta y a más de 150km por las oscilantes carreteras de la provincia.

—¿Puedes decirme dónde... hay un hotel? —pregunté a la chica que trabajaba ahí.

Ella me tendió el ticket, dándome una mirada de arriba abajo y luego poniéndose colorada cuando le hice notar que efectivamente lo noté.

—Tienes uno aquí, sobre la calle principal. Y hay otros dos a las afueras. También tienes un Camping, por si quieres acampar —dijo, con tono cohibido.

Le sonreí y le di el dinero enseguida. Ella creía que estaba sucia porque era una mochilera y era totalmente lógico; tenía una, además de mi maleta de mano.

—Gracias, pero ya me viste: la estoy pasando bastante mal en la naturaleza. Creo que voy a rendirme con esto de la aventura y tomaré un lindo y caliente baño en una habitación de hotel —bromeé, siguiendo el cuento.

Me despedí y salí tratando de mantener un paso tranquilo. Dargan me esperaba fuera, apostado sobre uno de los surtidores. Me siguió volando apenas me deslicé por la calle principal, pero mantuvo una distancia mayor a medida que nos encontrábamos con más gente.

Además de algunos grupos familiares que salían de cenar de un restaurante, me crucé con un grupo de jóvenes de mi edad que llevaban cervezas. Notaron enseguida, al igual que la chica del mini mercado, que estaba pasada por tierra y ramas. Primero se burlaron de mi y luego empezaron con los chistecitos sugerentes.

Me siguieron por media cuadra, hasta que me acordé que solía robarme la energía de cerdos asquerosos como esos.

Me di la vuelta de golpe, pensando en ese regalo del cielo, y les sonreí, coqueta.

—Está bien, sí acepto un trago de cerveza —contesté. Ellos rieron y silbaron y me tendieron todos sus botellas a la vez—. Ay, chicos, ¿cuánto creen que puedo tomar? No soy tan resistente.

Reírse como una boba siempre servía con los hombres. Les encantaban las mujeres débiles y sumisas y a mi me encantaba divertirme con ellos. Había olvidado esa sensación de poder absoluto que obtenía cada vez que les daba vuelta el tablero. También cuando pensaba que la mayoría de las mujeres tendrían muchísimo miedo por ser perseguidas por un grupo así, borracho y atrevido.

Me estiré hacia el que estaba más cerca de mí, que tenía una musculosa con el escudo de un equipo de futbol nacional. Estratégicamente, toqué su mano en vez de la botella y absorbí una buena cantidad de energía vital, pero no lo suficiente como para dejarlo en coma de golpe. Deslicé los dedos hacia la cerveza y la tomé con confianza y galantería.

El chico mantuvo la sonrisa, esperándome verme tomar. Yo mantuve mi papel hasta que él se tambaleó y, antes de que su gesto divertido se esfumara, cayó de rodillas al suelo.

Sus amigos se rieron como bobos, sin relacionar su debilidad conmigo, obviamente. Lo sujetaron de las axilas y lo zarandearon como si fuera un muñeco, aunque todavía estaba despierto.

—Ehhh, qué maricooón, la chica te toca y ya te le caes de rodillas.

—¡Pollerudo!

Yo me reí también, disfrutando de su vitalidad, que me recorría el cuerpo.

—Pero chicos, ¿están seguros de que esta cerveza no tiene nada? ¿Si tomo de acá no me va a pasar lo mismo? —bromeé, limpiando con los dedos el pico de la botella, super babeada. La verdad, es que quería evitar a toda costa darle un trago.

—¡Nooo, preciosa! —gritó otro, agarrándome del brazo sin miramientos. Estuve a punto de fulminarlo por atrevido, pero su piel desnuda contra la mía fue una bendición. Empecé a robarle al siguiente segundo—. Toma de la mía. Está bien limpia. La de Mariano tiene gérmenes.

Le intercambié la botella y cuando él dejó de acariciarme, también se tambaleó. Sus amigos se rieron otra vez y yo puse cara de preocupada.

—¿No quieren que vayamos a un lugar más tranquilo? Porque veo que no se sienten muy bien.

—¡Sí, vamos por acá! Yo vivo acá nomás.

Para guiarme, pusieron sus manos en mi cintura y se ofrecieron a llevar mis pesadas cosas. Uno de ellos, incluso agarró mi maleta con la total confianza, pues suponía que, por cómo la cargaba yo, no debía pesar ni dos gramitos. Se fue para el suelo con bolso y todo y ahí quisieron pasarse aún más de atrevidos y revisar qué carajos tenía dentro.

—¿No será que tienes un cuerpo y vienes de enterrarlo? —se rió el tololo que había hecho tambalear hacia unos segundos. Al otro, a Mariano, lo estaban prácticamente arrastrando por la calle—. Digo, que vas a enterrarlo, ha, ha.

Doblamos en una esquina después de caminar doscientos metros por la calle principal y seguí haciéndome la tímida hasta que abrieron la puerta de una de las casas. El que lo dijo, tuvo razón cuando expresó que vivía ahí nomás.

—Vamos, nena, pasa. ¡Sin vergüenza!

—Tenemos más cervezas.

—Lástima que Mariano va a perderse todo esto —se rió otro, tirando al chico sobre el sillón una vez entré al living.

—¿No quieres bañarte? Si te sacas la ropita la lavamos por ti.

Entrecerré los ojos y dejé mi mochila en el sillón, sobre el pecho de Mariano, que jadeó por el peso. Sin embargo, aunque mi mirada era sumamente filosa, mi sonrisa coqueta fue suficiente para continuar el engaño. En cuanto cerraron la puerta y le echaron llave, me acerqué al que ya le había robado energía.

—¿Y tú como te llamas? —pregunté, borrando poco a poco mi actitud dulce.

Le tomé de la mano y ahí si absorbí, lo suficiente para dejarlo en el mimo estado que Mariano. Ahí, sus amigos pasaron de las risas bobas e insinuaciones sexuales bien desagradables, a estar totalmente confundidos. Miraron a su amigo en el suelo, balbuceando como un idiota, y luego bebieron una vez más de sus cervezas.

—Yo creo que la bebida sí tiene algo —les dije.

—Ay, Juan, que blandengue.

Se acercaron a ayudarlo y ahí le agarré el hombro al siguiente, como si solo me estuviese sujetando de él. Robé lo suficiente como para que cayera encima de Juan. Los dos restantes se miraron antes de concentrarse en mí. Ya ni se preocuparon por sus amigos. Por sus sonrisas cómplices, parecieron pensar que lo mejor quedaba para ellos dos solos.

No necesité ni actuar para tocarlos. Fui directo y agarré los brazos de ambos y los envié al piso en un segundo. En ese instante, me sentí como si ya no pudiese absorber más nada, pero sabía que no era así. Siempre podía absorber más cuando estaba con mi novio.

Suspiré, apartando su recuerdo de mi mente, y me agaché para revisar los bolsillos del dueño de la casa. Escondió las llaves de la puerta pensando que no lo había visto, lo que evidenciaba las oscuras intenciones de todo el grupo. También saqué su teléfono y como no tenía clave para protegerlo, pude chequear la hora bien rápido.

Estaba a punto de arrojarlo cuando le llegó un mensaje de WhatsApp donde le preguntaban si podía pasar las fotos de una tal Vivi. Fruncí el ceño y pasé por todas las pantallas del teléfono hasta encontrar las carpetas de las galerías, que sospechosamente, estaban bien escondidas. Ahí, enseguida, encontré un stock enorme de fotos de chicas. Algunas eran nudes. Otras eran imágenes que habían sido tomadas sin consentimiento, colocando el celular debajo de sus faldas.

Entrando a la app, encontré que ya había intercambiado fotos íntimas de esas chicas con un montón de personas, sin importar que ellas seguro no esperaron que sus parejas las divulgaran.

—Pendejo de mierda —mascullé, dándole al ícono de borrar en la galería. Me deshice de todas las imágenes y también me aseguré de quitarlas de las papeleras.

Sentí muchísima rabia porque ese comportamiento era el que potenciaba y sostenía la misoginia en nuestras sociedades. Perpetuaba la conducta y la cultura de la violación, que luego mataba a chicas como yo.

Aunque yo formé parte de un ritual satánico, pero bueno.

No lo dudé dos veces en revisar los celularles de los demás. Los desbloqué usando sus huellas y comprobé que todos estaban en esos grupos de machitos impunes. Uno, incluso compartía las fotos que él mismo le había sacado a su ex. Les borré todo a todos.

Sentí una satisfacción enorme al hacerlo, pero tampoco me pareció suficiente. No era un castigo real y ninguno lo tomaría como tal. La única forma de pararlo era exponiéndolos públicamente, así que acomodé al dueño y a sus amigos en el suelo y, conteniendo el asco que me daba verlos desnudos, les bajé los pantalones. Los bañé en cerveza de los pies a la cabeza y los arrimé de formas indecorosas.

Sabía que estaba cayendo en un terreno peligroso, donde mi moral estaba cruzando un límite, pero después de evaluarlo una vez más, me dije que era la única manera en que eso funcionase. Entonces, revolví la habitación buscando un marcador indeleble. Era el toque que faltaba.

—Machito, abusador —canturreé, mientras se los escribía en la caras y abdomen. También les escribí cosas que seguro les daría vergüenza, porque seguro eran más heteros que yo, aferrados a su masculinidad frágil—: Me la como, me encanta la pija.

Por supuesto, para mi no había nada de malo con esas últimas dos frases, pero para ellos y para su grupete de retrógrados enfermos de WhatsApp, sería la crisis más grande de la vida.

Les saqué muchísimas fotos con todos sus teléfonos, pero no solo las usé para reemplazar las fotos de las chicas, sino que las envié y reenvié a todos sus contactos rezando: "Somos un grupo de forros de mierda que comparte fotos de chicas sin su consentimiento. Compartimos porno ilegal. Hacemos porno-venganza, así que ahora nos toca a nosotros". Uno por uno. Incluyendo padres, tíos y tías. Me abstuve con los abuelos porque pensé que se infartarían.

Al final, mientras cambiaba la contraseña de desbloqueo de todos, pensé que sin pruebas no podrían acusarlos de nada, pero dejarle las fotos de las chicas era peligroso para ellas. Incluso con capturas de esas galerías, muchísimas podrían reconocerse y esa era una ciudad chica. Muy. Pensé que la crucifixión social debía alcanzar.

Cuando terminé y los imbéciles ya estaban más que dormidos, tomé mis cosas, abrí la puerta y volví a la calle, donde Dargan me esperaba en un poste de luz. Le hice un gesto con el mentón para que me siguiera, como si eso fuese necesario y me dirigí al hotel que me había señalado la chica del mini mercado. Ahí, pedí una habitación con muchísima seguridad y tranquilidad, pese a la desconfianza del recepcionista.

—Tuve un mal día de acampada —le expliqué, sin más, mientras le pagaba—. ¿A qué hora es el desayuno?

Me contestó que a las siete y supe enseguida que me lo perdería, porque dormiría como un tronco. Le agradecí y subí a mi habitación en el primer piso.

Lo primero que hice fue abrir la ventana y espiar hacia fuera. Dargan entró volando, confundiéndose con la oscuridad, antes de que lo vea. Se posó en lo alto del armario y me observó con sus brillantes ojitos negros.

—Me voy a bañar —le advertí, cerrando la ventana, antes de poner mi teléfono a cargar—. No hagas ruido ni ensucies.

Sabiamente, no me contestó con ningún graznido y me encerré en el baño. Ducharme fue casi una experiencia religiosa. No habría disfrutado nunca en vida en agua caliente de ese modo. Muchas veces antes había estado sucia, y con cosas peores como sangre, la mía y la de Black, pero en esos momentos, mis crisis habían sido peores y lloré durante todo el baño. Ahora, aunque extrañaba a mi familia, a mi novio y amigas, y sentía un desarraigo terrible, me ganaba el alivio de tener un lugar donde pasar la noche que tuviese comodidades básicas.

Cuando salí del baño me puse ropa limpia, aprovechando que Dargan se había hecho una bola y ocultaba su cabeza entre sus plumas. Lo observé, preguntándome cómo un cuervo tan paranormal como ese necesitaba un descanso y pensando que probablemente no tendría una respuesta.

Me arrojé de la cama y abrí las bolsas de frituras y los sándwiches. Prendí la televisión y comí en silencio por largo rato hasta que capté un canal local. Me llamó la atención que en ese lugar tan pequeño tuvieran una televisora, pero la programación era sencilla y me enganché con el documental que estaban trasmitiendo sobre el festival de la bruja.

Me pareció interesante porque contaba no solo cosas históricas del lugar, sino que se mezclaba con las tradiciones y las leyendas. El festival estaba basado en un supuesto suceso real y se decía que la bruja realmente vivió en el lugar hacia como trescientos o cuatrocientos años. En el documental, había escépticos que enumeraban las razones por las cuáles no se podía creer en eso, como la falta de evidencia histórica o registros de la supuesta bruja en esos tiempos. Pero coincidían con los fanáticos que la leyenda aumentaba el hype para el festival.

—En esa época hubo una gran peste —explicó un historiador local, sentado en un banquito en una plaza—. Muchísimos niños murieron. Esa no es razón suficiente para creer en la bruja, pero las leyendas mantienen vivas nuestras tradiciones.

—Hay muchas versiones de la bruja de Godwell —dijo otro señor, al cambiar la imagen, dueño de un museo, paseándose por los pasillos del lugar—. La más conocida es a esta mujer el pueblo la castigó por su magia oscura. La mataron y ella juró que regresaría para castigarlos. Es cierto que hubo una gran peste en el año 1789. Sin embargo, las voces de esa época dicen que fue la bruja, que regreso de la muerte para castigar a quienes la asesinaron. De esa idea surge el festival. Ya que la leyenda fue variando con los años hasta identificar un día en particular como el día en que ella regresaría a cobrársela con sus descendientes. Es decir, nosotros —finalizó riéndose. Yo arqueé las cejas y me metí una papa gigante en la boca—. Se le empezó a hacer una celebración para contentarla. Y se dice que si no hay festival, ella realmente aparecerá.

La imagen volvió al historiador.

—La leyenda dice también que ella está enterrada en los bosques. Por supuesto, los fanáticos han buscado su tumba por décadas y décadas. Pero debido a que era una bruja, de haber existido, no habría tenido siquiera un epígrafe.

Enseguida, volvieron al señor del museo, que mostraba algunos objetos super viejos en una vitrina.

—Se dice que esto le perteneció a la bruja —La cámara enfocó la vitrina, pero apenas se veían por el brillo de las luces sobre el vidrio que protegía las reliquias. Bostecé, pensando que solo unos minutos más y apagaba la tele. Me metí otra papa en la boca—. ¿Ven ese símbolo? También dicen que grabó la frente de sus asesinos con él. También corre el rumor que ella volvió de nuevo de la muerte. Dicen que la vieron muchas décadas más tarde. Y que lo pintó en la plaza del pueblo con sangre. Las leyendas son variadas.

La cámara cambió de posición para evitar el reflejo y cuando lo enfocó, escupí toda la papa. Dargan levantó la cabeza de las plumas, miró la pantalla de la televisión y luego me miró como diciendo: "Pero es que era obvio, hija mía".

Yo me apuré a recoger el talismán que había encontrado en la cabaña del bosque. Lo saqué de la mochila y me planté delante de la televisión para compararlo con el dibujo que había en una piedrita insignificante guardada en la vitrina del museo.

Se me secó la garganta, porque, aunque había pequeñísimas diferencias y la piedra estaba gastada por los siglos, el símbolo era casi el mismo. Repasé en es mismo instante la leyenda de la bruja de Godwell y todo encajó a la perfección: Una chica asesinada que volvió de la muerte para vengarse de todos. Una chica que incluso decían haber regresado años después.

No podía fiarme de toda la leyenda, claro. Pero Dargan me había dejado entender que el último ángel de la muerte hizo algo malo y lo que contaban sobre las muertes de los niños, esa supuesta peste, podía no ser una coincidencia.

Apreté el talismán contra mi pecho y retrocedí hasta sentarme en la cama.

—La cabaña no está tan lejos de aquí —dije. Dargan agitó las plumas—. Ella debió ocultarse ahí mucho tiempo. Los brujos debieron buscarla después de lo que hizo en Godwell.

Seguí mirando el documental, ahora sí prestando especial atención a todo lo que decían. Se fueron por las ramas hablando de las actividades del festival y qué cosas tenían que hacer, según los mitos, sí o sí para que la bruja no se levantara de la tumba.

Por supuesto, esa pobre gente no podía imaginarse que seguro no habría regresado a su entierro durante esos años. No tenía ni la menor idea de qué habría pasado con ella tanto tiempo después, pero esa cabaña y ese talismán era un ejemplo de que sobrevivió y que se ocultó de los brujos reales.

Había dos claras opciones para mí: la bruja se alejó hacia ya muchísimos festivales de Godwell y aún era libre... O había sido cazada o se había quedado sin energía y estaba muerta de nuevo. Dudaba mucho que estuviese ensañada con esa gente en particular.

Apagué la tele apenas terminó el documental y terminé de comer en silencio, aunque tenía el corazón en la boca. Dargan se volvió a dormir sin problema alguno y yo terminé arrastrándome por la cama para meterme entre las sábanas.

Incluso con las luces apagadas y con el cansancio extremo que tenía, me costó dormir. En lo único que podía pensar era que había un motivo para terminar en Godwell y que tenía que averiguar cuál era, empezando por averiguar qué le había ocurrido a la bruja de Godwell. 

¡Ha pasado una eternidad desde la última vez que los vi por aquí! Y estuvo muy difícil poder recuperar el hilo de esta historia. Hubo varias decisiones que tomar en cuanto a la trama hasta que pude resolverla e incluso todavía no me siento muy segura al respecto. Pero espero poder sacarla adelante. ¡Ya estoy trabajando en el siguiente capi, eso sí!

Hoy les dejo unas preguntas muy sencillas:

¿Creen que la bruja de Godwell es la última ángel de la muerte? ¿O será una bruja real, como Nora? ¿Tendrá razón Serena al creer la última ángel hizo algo muy malo? ¿Será que ella fue cazada y por eso dejó el talismán protector abandonado? ¿Qué opinan ustedes?

¡Los veo pronto! <3

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