11. Almas
Almas
Lo primero que vi cuando me desperté fueron los ojos oscuros y atentos de Dargan. Me alejé por puro reflejo y agité la mano en su dirección en vano. No se alejó y no me quedó otra que incorporarme.
Me dolía la espalda, tenía muchísima hambre y también frío. Me enderecé y mi columna se hizo escuchar. Esta vez, Dargan si voló lejos de mí, hasta la ventana.
No tenía ni idea de cómo habría logrado dormirme en ese suelo duro y húmedo, pero después de inspeccionar mi alrededor y no percibir ninguna energía ajena a la mía a pocos metros, me di cuenta de que, al fin y al cabo, ese sí había sido un lugar seguro.
—¿No nos ha seguido? —le pregunté a Dargan, asomándome por la puerta. El claro y la linde del bosque estaban despejados—. ¿Y qué si su magia le permitió llegar hasta cerca de aquí? Podría no atravesar las piedras, pero igual también tengo que salir de aquí ahora.
No podía quedarme más tiempo ahí, necesitaba comida, descanso de verdad y energía humana. Lo único que esperaba era que el cazador hubiese optado por pensar en la lógica y no en su magia, que lo guiaría kilómetros sin paz por un bosque desierto.
—Tiene que creer que iré por zonas transitadas... Espero —murmuré, caminando hasta la ventana y espiando hacia afuera, con Dargan, como si pudiera ver mejor por ahí que por la puerta—. Porque si decidió usar sus truquitos, también se dará cuenta que, aunque esta opción es menos posible... también es más arriesgada para mí.
Ya estaba bastante seca. No lo suficiente como para que me picara la herida, pero sí como para no contar con la mayor parte de mis sentidos alerta.
No tenía muchas opciones tampoco. A esa altura, aunque había apostado por seguir al cuervo, no me apetecía comérmelo a las brasas y necesitaba un minimercado con urgencia.
Arrugué la nariz y como si hubiera escuchado mis pensamientos, Dargan me dio un piquete en el brazo.
—Oye —me quejé, aunque no había dolido nada.
El ave salió volando por el hueco y se alejó hasta posarse en la piedra más grande del círculo, que llegaba casi hasta mi cintura. Se limpió las alas con tranquilidad y se detuvo a mirarme, esperándome. Entendí la indirecta enseguida y recogí las pocas cosas que había sacado de mi mochila la noche anterior. Cuando salí a su encuentro, arrastrando los pies, lo hice arqueando una ceja.
—Más te vale que no me lleves a otra cabaña abandonada en la que no pueda comer ni dormir. Necesito energía, Dargan. Energía humana.
Dargan agitó las alas dos o tres veces y lo hizo inclinando la cabeza hacia abajo, como si se postrara ante mí. Lo miré confundida, preguntándome si eso era una forma de decirme que tendría en cuenta mis sugerencias, hasta que el ave graznó impaciente. Ahí comprendí que estaba señalando el suelo, en la base de la piedra.
Me agaché lentamente y la inspeccioné con el ceño fruncido. La piedra tenía su superficie irregular muy gastada, por el paso del tiempo, pero sí era cierto que era curiosa la manera en que los yuyos que crecían en el valle no se aferraban a ella. En realidad, ningún sitio dentro del círculo tenía los pastos crecidos, como deberían estarlo ahí en la intemperie. Lo único que había rodeado la roca era un suave musgo verde oscuro, típico de ese bosque.
Miré a Dargan con la incógnita grabada en la mirada, pero él hizo el mismo gesto, indicándome que me fijara mejor, más exhaustivamente. Lo hice y fue entonces cuando capté una irregularidad que no parecía natural. Sin embargo, era tan suave y vieja que apenas si podía distinguirla.
Apreté los labios después de varios segundos intentando entender qué era o qué decía, hasta que me acordé del agua que tenía en la mochila. Antes de salir de lo de la abuela, había tomado la precaución de empacar una botella grande.
La tomé, la abrí y tiré un pequeño chorro sobre la superficie de la roca. Enseguida, el dibujo sobre la base se clarificó. Pareció brillar ante el contraste que le daba el agua.
—¿Qué es esto? —susurré.
Había un extraño símbolo, pequeño, bien hecho a mano a base de muchísimos rayones uno arriba de otro. No lo conocía, pero tuve un presentimiento tan extraño sobre él que me llevó a abrirme el escote de mi vestido.
Entre mi tatuaje y ese dibujo había algo en común, los dos tenían una media luna. Y aunque no eran iguales, lo que me hacía sentir para mi tenía un significado más fuerte que los detalles que compartían.
Tuve una corazonada extraña y peligrosa, que me dio vértigo y miedo, pero no supe identificar porqué. Tragué saliva y levanté los ojos hacia Dargan.
—¿Este es un símbolo de la muerte? —le pregunté, con un tono helado.
Dargan asintió con la cabeza, rápido como un niño pequeño.
Tragué saliva otra vez.
—¿El anterior ángel de la muerte...? —traté, pero Dargan estaba asintiendo antes de que terminara la frase.
Me alejé de la roca como si esta me hubiese dado electricidad. La sensación de vértigo se instaló en mi pecho y supe que no se iría hasta que me marchara de ese lugar. Las palabras del cazador retumbaron en mis oídos, una y otra vez: «La muerte lleva siglos sin escoger un ángel. Y la última vez que lo hizo salió mal. Las consecuencias aún las pagamos».
Siempre, desde que Nora y su abuela me habían dicho lo que era, pensé que ser un ángel de la muerte me hacía muy diferente al resto, me daba autonomía y mayor poder y consciencia que un daevitaen común. Si no, ciertamente ya estaría devastando ciudades, como un monstruo, como probablemente lo había intentando la madre de Nora.
Pero no habría imaginado que las cosas podrían salir mal con un ángel, no teniendo en cuenta que los propios libros de las brujas indicaban qué tan especiales eran. Entonces, ¿qué tendría que haber hecho ese ángel para que los cazadores no quisieran siquiera dejar en pie a una elegida de la muerte con un objetivo claro y moralmente correcto? ¿Qué podría haber sido tan grave que aún pagaran las consecuencias?
Esa desagradable sensación que reptaba por mi pecho me decía que no se trataba solamente de una percepción de los clanes de hechiceros. Ese ángel había hecho algo que estaba mal, muy mal.
Miré a Dargan, manteniendo mi expresión de espanto, y él se limitó a mirarme fijo, como si mi reacción no le sorprendiera en absoluto. En verdad, ni siquiera se había inmutado cuando me alejé bruscamente de la piedra y de él.
—¿Por qué me trajiste aquí?
No necesitaba que me respondiera, en realidad. Si estaba ahí era porque necesitaba saber su historia y qué problemas había causado. Las piedras que protegían la cabaña tenían magia, pero esa magia era para protegerse de otros y si el anterior ángel de la muerte había vivido ahí, lo había hecho ocultándose de los cazadores, de la gente con la que debería haber colaborado por un bien común, en primer lugar.
Me puse de pie, exhalando lentamente por la boca. No entendía cómo habíamos terminado, los míos y ellos, siendo enemigos. Si solo había tenido que ver con una atrocidad del último ángel o que éramos innatamente incompatibles.
Para mí, en realidad, debíamos luchar juntos, porque los círculos de sangre, el asesinato de inocentes y la llegada de un atroz demonio a nuestro planeta era preocupante tanto para brujos como para la misma muerte.
Empecé a entender, entonces, porqué Dargan me había llevado hasta ahí. No tenía que ver con el círculo en realidad, tenía que ver con la necesidad de reparar las cosas. Yo no podría detener tantos círculos a la vez sola. La secta que los estaba llevando a cabo se estaba saliendo de mi control. Necesitaba a los clanes de hechiceros, tanto como había necesitado a Nora para el primero, y para arreglar todo, antes debía conocer lo que había sucedido.
—Dime la verdad —murmuré—. ¿Se salió de control?
Dargan inclinó la cabeza hacia un costado primero, sacudió las alas, y luego bajo el pico hasta la tierra, hacia el dibujo en la piedra otra vez.
—¿Qué quiere decir eso?
Como no entendí sus señales, Dargan bajó al suelo y se puso a picotear la tierra, justo debajo del dibujo antiguo que, a medida que se secaba el agua que le había echado, empezaba a desaparecer.
Me acerqué curiosa y lo ayudé a cavar en la tierra, con mis dedos ya sucios de haber toqueteado toda la cabaña decrepita, y seguí hasta que el pico de Dargan recogió algo brillante y plateado del fondo de la tierra.
Se lo quité sin miramientos y sentí la cruda magia atravesarme los dedos. Todo a mi alrededor se agitó y una brisa espectral me despeinó el cabello. Pude sentir la ráfaga arrancando los poderes del círculo de piedra y cuando todo terminó, me quedé estupefacta, tratando de procesar lo que había ocurrido.
Esa pequeña pieza de metal era el truco, y ahora lo tenía en las manos, concentrado y fuerte.
—Ah —musité—. Con que era esta cosa —repliqué.
Dargan voló de nuevo a la piedra y se inclinó hacia mí, cuando empecé a limpiar la joya, como si estuviese muy interesado en verla.
Le sonreí, agradecida de que me la mostrara, porque si tenía razón y llevaba esa cosa conmigo, ningún cazador sería capaz de rastrearme otra vez.
—La has visto antes, ¿cierto? —le pregunté, pero Dargan agitó la cabeza de lado a lado. Quizás, después de todo, no era un cuervo tan extraño como para tener siglos de vida.
Me concentré entonces en la recompensa y terminé de quitarle los restos de tierra húmeda y dura que tenía aferrados. Se trataba de una pieza circular, con un grabado que casi que reconocí. Levanté la vista, asombrada, hacia el dibujo de la piedra, ya casi invisible. Eran muy parecidos, prácticamente iguales por un solo detalle: el de la joya tenía un círculo perfecto en el centro y dos medios círculos a cada costado. Mientras que el de la roca se trataba de un solo círculo y de una media luna en la parte superior, apuntando al cielo.
—Ya vi esto en algún lado —murmuré, girando la pieza para que quedara en el mismo sentido que el grabado de la roca—. Pero no me acuerdo que significa. Es algo popular, estoy segura.
Me devané los sesos tratando de recordarlo, pero me fue imposible y determiné que en cuanto tuviera señal —y batería— otra vez, lo buscaría en Google para terminar de saldar mis dudas.
—¿Algo más que tenga que saber de este lugar, Dargan? —inquirí, metiéndome la joya en el vestido—. Porque no quiero estar más aquí.
Me puse de pie sin esperar su respuesta, pues, aunque estaba agradecida de ese truquito, seguía sin sentirme a gusto pensando en el anterior ángel de la muerte. Todavía tenía esa corazonada molestándome, desagradándome.
Suspiré y me miré las manos y las rodillas sucias, antes de recoger mis cosas otra vez y ponerme en marcha con la sensación de que no llegaría a la civilización antes de que se me abriera la herida del pecho.
Fue entonces cuando dos pequeños cuervos se posaron en mis hombros. Me giré hacia Dargan, confundida, hasta que las aves inclinaron su cabeza de modo servicial, como aquellos a los que había convertido en cenizas cuando me atacó el brujo.
—Ay no —dije, con un nudo en el estómago—. No me hace gracia eso.
Dargan gaznó en mi dirección y afirmó con la cabeza como veinte mil veces. Parecía que acababa de aprender a decir que sí y le encantaba hacerlo ahora.
—¿Estás seguro? ¡Estoy matando a tus amigos!
Dargan negó, igual de rápido que antes, y salió volando en dirección al bosque, hacia un diminuto camino que iba hacia el oeste, uno que no había notado antes. Se posó en la rama de un árbol y me observó con impaciencia, antes de empezar a gritarme como para que me apurara.
—¡Bueno, bueno! —contesté, chistando. Miré a los pequeños cuervos y me encogí cuando puse mi mano primero en uno y luego en el otro. Absorbí toda la energía que tenían, hasta que se disolvieron con el viento. No era mucho, pero me sentí inmediatamente mejor, más recompuesta físicamente.
Sin embargo, observé las cenizas hasta que las perdí de vista. Nunca antes había absorbido la vida de animales y ni siquiera con Goldie había pensado demasiado. La muerte siempre había sido clara conmigo. Siempre me había hablado de energía humana.
—Pero yo no absorbí la energía de Goldie —reflexioné, sin volverme hacia Dargan—. Solo la manipulé. Y estas aves... no son animales de verdad.
Fruncí el ceño, pensando en ello, y salí del círculo de piedras. No sentí ningún cambio al atravesarlo, pues lógicamente el poder que infundía a la barrera estaba en mi bolsillo. Era un peso claro, como si la magia estuviese concentrada en la joya, pero aún así conseguía rodearme por completo.
—¿Por qué será que está magia tampoco puedo verla? —le pregunté Dargan, cuando lo alcancé y él optó por volar hacia el interior del pasaje entre los pinos—. ¿Tendrá que ver con algo como niveles? Quizás solo puedo ver un tipo de magia y no algo como esto —añadí, agarrando la pieza de metal con la punta de los dedos—, algo que fue creado para mantener alejados a otros brujos.
Dargan siguió volando y yo continué hablando sola y lanzando conjeturas al aire sobre los brujos, el funcionamiento de la magia, los cuervos que se volvían cenizas y la muerte. El ave solo se detenía para chillarme cuando me tardaba demasiado y me ignoró cuando me quejé una y otra vez que estaba muerta de hambre.
Caminamos por lo que me parecieron horas. Mi celular murió finalmente y no fui capaz de calcular el tiempo que había pasado desde que dejamos la cabaña. Solo podía cruzar los dedos para que el cuervo GPS no perdiera la señal de la muerte a la hora de llevarme por ese terreno irregular.
El sendero era muy difícil de percibir. Se notaba que, al igual que la cabaña, había pasado añares sin ser transitado. La única línea marcada en la tierra, en la que no había césped o piedritas, debían haberla hecho algunos animales.
Me crucé con un par de zorros y ardillas que se fijaron en mi tanto con curiosidad como con miedo. Era probable que jamás en su vida hubiesen visto un humano, menos uno como yo. Sin embargo, no se extrañaron con la presencia de Dargan, lo que me hizo replantearme qué eran exactamente los cuervos que me cuidaban y guiaban.
Definitivamente, él no era como los más pequeños, aquellos que me daban su energía. Y, a decir verdad, las veces que lo había tocado no había estado tan concentrada en ella, como me pasaba usualmente con cualquier animal. Solo cuando tuve que ponerle atención a la herida de Goldie fui más consciente de su vitalidad y de la mía.
—Es que son diferentes —me dije, hablando sola, como lo hice todo el día.
Con una incógnita lista para poner a prueba y resolver, me frené y busqué con la mirada a mi alrededor. Encontré un grupo de ardillas cerca de mí, en las ramas de un árbol, y me lancé por ellas, sin siquiera pensarlo demasiado. Atrapé a una con las manos y la pobrecita casi se me infarta. También trató de morderme, pero obvio, sus dientes no me hacían daño alguno.
—Perdón —le dije, soltándola al instante, pues con tocarla había sido suficiente y tampoco quería causarle más terror. Pude notar una clara diferencia entre mi energía humana, aunque esta fuese robada, con la de un animal. La de la ardilla era mucho menor, claro, pero no por eso más débil. Era más bien como si vibraran en un tono distinto—. ¿Entonces son compatibles o no?
Me dejé caer al suelo y busqué a Dargan con la mirada. No me sorprendió encontrarlo parado en la rama en la que recién había dejado la ardilla. Por loco que pudiese sonar, su expresión parecía iracunda, molesta, más impaciente que nunca. Más o menos como si él hubiese estado trabajando arduamente y yo paveando.
—¿Por qué pude pasarle mi energía a Goldie sin ningún problema? Si son como si fuesen dos tipos de sangre diferentes —le pregunté, cruzándome de brazos y dándole a entender que no me movería hasta que me diera una pista. Por algo era el guía, así que tenía que ponerse las pilas y darme respuestas o al menos darme la opción, como hasta ahora, de descifrarlo por mi cuenta—. La muerte me dijo que tomara solo energía humana, pero, ¿qué pasa con tus amigos cuervos a los que inmolas una vez al día?
Dargan miró primero a la copa de los árboles y luego a mí. Si pudiese poner los ojos en blanco, estoy segura de que lo habría hecho. También me habría dicho que era insoportable.
—Mira, tengo hambre, estoy cansada y necesito respuestas. Así que o me las das o llamas a la muerte para que me de un reembolso. O unas vacaciones. O al menos un sueldo. No es mi puta culpa que no haya alguien de recursos humanos, o recursos espirituales o como sea, pero no pienso seguir dando vueltas por un bosque así.
Él ladeó la cabeza, pero al final gaznó y uno de sus amiguitos pequeños apareció de la nada, posándose en mi hombro. Agachó su cabeza otra vez para que me alimentara de él y esta vez, sin caer en lo directo, puse mi mano y analicé su energía.
—No... —susurré, soltándolo sin quitarle nada, cuando reconocí el timbre de su vitalidad como igual a la mía. Era humana—. ¿Cómo...?
No me atreví a alimentar de él otra vez. Me quedé alternando miradas entre Dargan y el cuervo pequeño con la boca abierta y otra vez una sensación extraña y desagradable.
Pasados dos minutos, el cuervo entendió que no iba a tomar su energía y levantó vuelo hacia las copas de los árboles, donde lo perdí de vista. No dije nada y tampoco le volví a preguntar a mi guía qué significaba todo eso. No necesitaba que me asintiera con su cabeza emplumada, yo ya lo había entendido sola. Esos no eran cuervos, eran almas.
¡Hola a todos! Esta vez, pude cumplir con el capi semanal. Crucen los dedos para que sea así el próximo viernes <3
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¿Te esperabas que los cuervos fueran lo que Serena entendió? ¿Qué pensabas antes qué eran? ¿Coincidiste en algo con tus teorías?
¿Y qué te pareció la revelación del talismán enterrado y el origen de aquella cabaña? ¡Muchos ya lo suponían! Así me gusta ;) Pero, ¿conoces el símbolo que Serena describe en la joya encontrada?
Te lo dejo por aquí para que puedas buscarlo e indagar un poco sobre él:
¿Qué teorías tienes ahora con este símbolo y su significado? ¡Los escucho! Y nos vemos pronto <3
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