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1. La búsqueda interminable

La búsqueda interminable

Me bajé del bus con una sensación de tristeza en el pecho. Era tarde en la noche y en las calles de Victoria Avery, rumbo a mi casa, no había nadie.

Caminé, abrazándome los brazos desnudos, reprimiendo el nudo en la garganta para no llorar. Llevaba semanas así, volviendo a casa tarde con las manos vacías y el corazón roto, como si algo me faltara.

Y es que me faltaba todo. A ese punto, a esa hora, después de pasar el día entero caminando entre pastizales, peinando la tierra y buscando bultos debajo de ella, me sentía tan vacía que ni la energía de todo el mundo podría llenarme.

Siempre supe que la búsqueda sería difícil, pero no conté con el dolor que me ocasionaba no obtener las respuestas. No encontrar a Penélope y regresar a casa, con cada día que pasaba, se volvía una carga más y más pesada.

Tomé mi teléfono celular y escribí un mensaje en el grupo de Whatsapp que más usaba últimamente. 

Esperé menos de un segundo antes de que Luca me respondiera. Nora y Edén también contestaron al instante, pero, a diferencia de mi novio, ellas no indagaron en el sitio al que había ido hoy. Él estaba de vacaciones y tenía una pésima señal en la costa del país, así que no habíamos charlado demasiado sobre mis planes de búsqueda.

Llegó otro mensaje y casi que no tuve que mirar quien había sido. Nora estaba esperando mi reporte.

Le daba la razón, porque no quería sentirme de esa manera otra vez, cuando volviese a rastrillar un campo sin hallar a mi compañera de escuela. Se había vuelto una necesidad imperiosa de cumplir, por ella y por su familia. Y en el fondo de mi corazón, aunque le juraba a Luca que solo sería Penélope y ya, sabía que no pararía hasta hallar a las otras chicas de mi círculo de sangre, ese que se había completado conmigo y mi amiga Edén, para ofrecerle doce almas de jóvenes vírgenes al infierno. 

Nora comenzó a escribir, para responder, pero yo negué con la cabeza, todavía sin contestar. Guardé mi teléfono en el bolsillo de mi pantalón y caminé por las calles a oscuras arrastrando los pies.

Después de quitarle a la vida a mi asesino, en el mismo lugar donde él me había robado el último suspiro, fue fácil saber quién era. Su cuerpo fue hallado dos días después y salió en las noticias. La policía pensaba que podía tener relación alguna con el asesinato de Cassandra Allanore, otra de las chicas del círculo, pues él también la había matado en el mismo lugar.

Los noticieros locales destacaron la brutalidad con la que el hombre, de solo veintiocho años, había sido asesinado. Muchísimos huesos rotos, tórax hundido, tierra y lodo en los pulmones, además de la fatídica arma con la que fue encontrado, clavado en el esternón. Igual que yo, igual que todas las demás.

Habían pasado casi dos meses y hasta entonces, por las características del arma y las huellas encontradas en Cassandra y en Teresa James, otra víctima del círculo, las teorías de las autoridades apuntaban a él: a Jason Black. Ese era el nombre del ser que nos había quitado todas las oportunidades, todos los sueños y que nos había dejado hundidas en la tierra.

Se sintió bien que todos los supieran, al menos por ellas. Sus familias sabían quién fue, y aunque no pudiesen verlo pudrirse en la cárcel, tenían por seguro que había sufrido muchísimo. Desde la policía, argumentaban que podría haber sido un compañero o algún enemigo, un ajuste de cuentas y no tanto una venganza.

Como fuera, yo no podía ir a decirle a esos padres y madres qué había pasado con Jason Black realmente. Sería cínico y no le traería paz a ninguna de las chicas. Lo único que podía seguir haciendo era buscar al resto; la justicia había sucedido, al fin y al cabo.

Continué hasta mi barrio, apretando los labios y lamentando que Luca estuviese tan lejos de mí. Cuando estaba triste, nos veíamos y él me abrazaba, me besaba y me hacía reír. El tiempo que compartíamos juntos, ahora lejos de las responsabilidades del colegio, aliviaba muchísimo lo que sentía con respecto a mis responsabilidades como la número doce del círculo de sangre.

Sus padres me habían invitado a ir con ellos de vacaciones, pero los míos no quisieron. Prefirieron que me quedara con ellos y vacacionara en las montañas, en el estado vecino, donde vivía mi abuela, y pasara tiempo en familia.

Eso no había sucedido, aún, porque debido al trabajo de ambos, sus recesos se habían pospuesto y era probable que nos fuésemos la próxima semana o recién la otra, ya a finales de febrero. Justo para cuando Luca volviera. De solo pensarlo, lo extrañaba muchísimo más, y la angustia que se trepaba por mi pecho aumentaba. Solo por eso, yo no quería irme de vacaciones ni para ver a la abuela. Y mamá lo sabía.

Me detuve cuando oí pasos a mis espaldas, pensando que, si seguía así, iba a explotar. Si no encontraba a Penélope pronto, vería su rostro cada vez que cerrara los ojos. Si no cerraba yo ese círculo, yo jamás tendría paz.

—¿Sola, linda?

Un tipo se deslizó cerca de mí. Levanté la cabeza a tiempo para ver cómo se interponía entre el camino desierto de la noche y yo. Tendría la edad de Jason Black y ciertamente yo era muy joven para él. Llevaba una gorra puesta y una camiseta blanca que se le ajustaba muy bien al cuerpo.

Era guapo. O quizás más bien sexy. Su barba estaba recortada a la perfección y su sonrisa era carismática. Sin embargo, su mirada tenía un brillo peligroso, uno que yo sabía reconocer aún estuviese cansada física y anímicamente.

Mis sentidos se pusieron alerta incluso antes de moverme.

—Lo siento, estoy yendo a casa —le contesté, esquivándolo, a pesar de que sabía que no me dejaría ir tan fácilmente. Los tipos como ese, por muy buenos que estuvieran, eran veloces y utilizaban su encanto antes de usar la violencia. Evalué las tres posibles reacciones que tendría y que speech usaría en un segundo.

Pero comencé a caminar y él no me tomó de la mano, no se puso ni a mi lado ni frente a mí. Se quedó atrás y tuve que recalcular a medida que me alejé de él.

«¿Por qué se metió delante si no va a perseguirme?» pensé, totalmente confundida. No me detuve y continué, como si su actitud fuera de lugar para un depredador no estuviese preocupándome.

—Te ves perturbada, cariño —me dijo, en voz lo suficientemente alta como para que lo oyera aún a la distancia que le había ganado—. Parece que vienes de un entierro —añadió, con sorna.

Se me revolvió el estómago y no pude evitar detenerme para mirarlo, extrañada. Se había apoyado contra la pared de una casa, con los brazos cruzados para que su camiseta tirara más de los músculos de sus brazos, y me sonreía con una expresión divertida y descarada.

—Ese es un lindo tatuaje —añadió, apuntándome con el mentón. No me moví siquiera—. Pero hace falta más que uno para que parezcas una chica mala. Es muy tarde, la calle a estas horas puede ser muy peligrosa para ti.

Me guiñó un ojo y se dio la vuelta. Se alejó silbando una canción muy conocida del verano, de la cuál no podía recordar el nombre.

Sintiéndome totalmente estúpida, lo seguí con la mirada hasta que dobló en la otra esquina. No entendía qué le pasaba a ese tipo, pero yo no podía estar tan errada. Por algo me había hablado y lo primero en lo que pensé era en que tuviese otros hombres cerca. Quizás planeaban un secuestro para trata de blanca.

Me giré y volví a caminar. Crucé la siguiente calle casi corriendo y observando para todos lados en busca de coches y camionetas. Cuando vi que realmente la calle estaba desierta y no quedaba rastro de este tipo, brinqué con facilidad y aterricé en el techo de la primera casa.

Me agazapé entre las sombras de la noche, esperando cualquier señal, esperando ver al joven regresar por mí. Esperé ver alguna estrategia que coincidiera, en realidad, un poco más con un intento de secuestro.

Pero nada. Pasaron más de veinte minutos y nada.

Mi teléfono vibró en el bolsillo de mi pantalón y lo saqué al darme cuenta de que era una llamada y no un mensaje. Sentándome en el suelo, suspirando al fin y creyéndome una exagerada histérica solo por malpensar de un idiota que andaba de conquista, contesté.

—Enseguida estaré en casa —dije, con un suspiro. Me crucé de piernas, apoyé el codo en mi rodilla y me froté la cara con esa misma mano.

—«¿Quieres que tu papá te vaya a buscar a la parada del autobús?»—me preguntó mamá, pero negué con la cabeza como si ella pudiese verme.

—No te preocupes, estoy yendo por los techos, estaré en casa en nada.

—«No deberías volver tan tarde. Mañana quiero que te quedes en casa, ¿me escuchaste?»

Apreté los labios y exhalé lentamente por la nariz antes de aceptar y terminar la llamada. Seguí frotándome la cara con la mano y me quedé así, viendo la membrana del techo de la casa en donde estaba sentada, con una sensación de agobio.

Podría quedarme en casa todo el día y vivir pensando en Penélope. Descansar un día no calmaría mi ansiedad, pero calmaría la de mis padres. Ya era bastante que me hubiesen dejado salir de la ciudad periódicamente a buscar el cadáver de una adolescente. Lo estaban tolerando bastante bien y lo que menos quería era que ellos fueran los que explotaran.

Me puse de pie, me guardé el teléfono y revisé la calle una vez más: vacía, como hasta hacía un rato. Del chico, ni noticias.

Pegué un brinco en dirección a mi casa y decidí que tenía mejores cosas por las cuales preocuparme, más que por haber malinterpretado a alguien. Quizás estaba cansada, quizás tenía la cabeza demasiado quemada. De eso sí que no podía culparme.

Quizás si necesitaba vacaciones familiares, lejos en medio de una montaña donde no hubiese ni internet ni noticias del caso de Cassandra o Teresa. Eso también evitaría que me escapara a revisar cada posible punto donde pudiese estar enterrada la pobre Penélope.

Apenas llegué, aterrizando en el jardín trasero, mamá abrió la puerta de la cocina. Tenía preparada comida sobre la mesada y me dejó pasar con un gesto contrariado. Sin embargo, guardó silencio y me miró comer casi sin pestañar hasta que aparte el cuchillo y el tenedor y la encaré.

—¿Qué quieres decirme? —pregunté, con tono medido.

Mamá negó, pero empezó a hablar enseguida.

—Esto no te está haciendo bien. Necesitas descansar, son tus vacaciones —soltó—. Acepté que no te inscribieras a ninguna universidad después de todo lo que pasaste, porque entendí que necesitabas tiempo para asimilarlo y recuperar los meses en los que nadie te apoyó. Pero no lo hice para que te pasaras todos los días rastrillando lugares y buscando chicas muertas.

Se le quebró la voz al final, así que no pude quejarme por el tono que intentó darle, como si las chicas muertas fuesen algo malo, algo despectivo. Pero mamá estaba explotando, como pensé que finalmente lo haría.

—No voy todos los días... —susurré, bajando la mirada hacia mi plato.

—¡Serena! ¡Vas más de cuatro veces a la semana! Si no es a lo de Nora, vas a algún sitio horrible y desolado. Hoy directamente saliste de la ciudad y mira la hora que es —me reprendió, señalando el reloj de pared—. La una de la mañana. Que sea viernes no admite que puedas llegar a cualquier hora.

Suspiré y me quedé callada, aceptando el reto. Estaba segura de que, si volviera a esa misma ahora de salir con mis amigas o de la casa de Luc, no haría tanto problema. Durante todo enero se la había pasado preguntándome si iba a salir a tal fiesta o si Caroline y Cinthia también vendrían con nosotros, cada vez que nos reuníamos con Edén y Nora. Cualquier cosa que pudiese significar estar alejada de asesinatos y asesinos a mamá no le molestaba. Y lo comprendía.

—Lo entiendo —contesté, poniendo los cubiertos sobre el plato. Se me había quitado el hambre y lo único que quería era ducharme y meterme en la cama.

Ese mínimo gesto puso a mamá en alerta otra vez.

—¿Lo ves? Casi ni comes, ni hablas de otra cosa y tienes tu cuarto lleno de notas y lugares tachados. Cuando hablamos de irnos de vacaciones en familia, te encierras en esa habitación lleno de nombres. No puedes vivir así, hija —su voz se tornó una súplica, pero aún así no podía forzarme a comer.

—Estoy muy cansada ahora, mamá. No puedo seguir comiendo ahora—Me puse de pie y llevé el plato a la mesada—. Yo lo lavo, ve a acostarte ahora.

Puse los restos de mi churrasco en una bandeja chica, para guardarlo en la heladera, y cuando quise meter mi plata en el fregadero, mamá me atajó la muñeca.

Nos miramos por un instante y su rostro se descompuso. Estaba sufriendo por mí y saber estar haciéndole daño me angustió muchísimo más de lo que ya estaba.

—¿Tuviste suficiente energía hoy? —dijo con suavidad, dándome un leve apretón en la muñeca—. Toma un poco más antes de irte a dormir. Hoy hice cardio al volver del trabajo.

Casi se me escapa una lágrima. Sin Luca de por medio, mamá y papá me daban energía de forma continua, lo suficiente como para estar bien, para no volver a morir.

Desde que mi asesino había clavado un cuchillo en mi pecho, mi herida de muerte se cerraba cuando tenía suficiente energía vital circulando en mi cuerpo y se volvía a abrir, orillándome a la muerte otra vez, cuando me quedaba seca. Era como agotarse, como quedarse sin combustible.

La muerte me lo había explicado brevemente ese día, cuando se apareció frente a mí. Cuando alguien muere, todo lo que su cuerpo produce, cada efecto químico de su cerebro, las hormonas que despiden sus glándulas y garantizan el funcionamiento de sus órganos, se quedaba sin electricidad, sin energía, sin vida.

Al revivirme, la muerte usó lo poco que quedaba en mí, latiendo de forma residual. Minutos después de levantarme, tuve que encontrar a alguien más, a alguien vivo, al cual robarle esa electricidad, sanar mi cuerpo y continuar moviéndome hasta que necesitase más. Si no lo hacía, la herida se abría, me moría otra vez y corría el riesgo de quedarme atrapada en mi cuerpo aun cuando se pudriera.

Por eso, cuando los seres humanos se ejercitaban, estaban felices o excitados, era cuando más energía tenían en sus cuerpos, lista para que yo tomara lo que les sobraba. Los besos que compartía con Luca, pero especialmente el sexo, era lo único que me duraba más de una semana, sin la necesidad de andar tocando a gente para robar.

Una vez que mis padres descubrieron lo que me había sucedido y lo aceptaron, a su tiempo, siempre me ofrecieron su energía. Ambos intentaban generar de más, para luego no sentirse cansados. Y ahora sin Luca cerca, mi gran fuente de vida, dependía de ellos para no salir a cazar pestes humanas por la ciudad.

La forma en la que se preocupaban por mí, intentando entenderme y apoyarme, así como seguir protegiéndome, a pesar de que yo podía ser más peligrosa que cualquiera, siempre me retorcía el alma. Me amaban tanto que incorporaron el ejercicio en sus vidas, algo que para papá era un milagro, en verdad.

Le tomé la mano a mamá y tomé de su energía, sabiendo que ella lo sentiría cuando la soltara. Le sonreí y luego me estiré para abrazarla. Ella se desinfló un poco, producto de la repentina falta, pero me devolvió el abrazo con todas sus fuerzas. Acarició mi cabello y besó mi sien un centenar de veces.

—Tú no puedes hacer todo, Serena —me dijo.

Quise decirle que no tenía razón, que yo sí tenía que hacerlo todo, pero no pude. No quería lastimarla más por esa noche, así que asentí y le prometí que me lo tomaría con calma. Me dio un último abrazo antes de irme a la cama y dejarme sola con los platos.

Los lavé, sintiendo otra vez ese nudo en el pecho, y luego me metí en el baño, agradecida por fin de quitarme toda la ropa llena de tierra y césped. Ahí, desnuda frente al espejo, pude admirar mi tatuaje.

Pasé los dedos por encima, recorriendo la fina línea negra que empezaba a la mitad de mi pecho y terminaba por debajo de mis senos, recorriendo con firmeza la huella del cuchillo en mi esternón. Parecía una flecha, compuesta con extraños triángulos, líneas y rombos. No sabía qué significaba. Había aparecido luego de que cerré mi herida de muerte la primera vez, después de absorber energía de unos tipos que intentaron aprovecharse de mi suerte, al creerme una víctima de abuso.

Cuando me debilitaba y me quedaba sin energía, el tatuaje empezaba a picarme. Se desvanecía lentamente a medida que la herida se me iba abriendo otra vez. Era una cicatrización inversa, como retroceder la cinta de una película. Y era doloroso, mucho.

Había ocultado ese tatuaje por meses. Fui asesinada el 5 de marzo de 2018 y durante gran parte de ese año, fue el símbolo de mi muerte, de la Serena que había perdido ese día. Ahora, y en realidad desde hacía un tiempo atrás, no tenía reparos en mostrarlo. Acepté lo que pasó, así como acepté que la nueva Serena venía en combo con ese extraño símbolo.

Al principio, a mis padres el tatuaje les resultó chocante, pero pronto entendí que lo que les chocaba era intentar comprender algo que no podían ver. No me vieron morir y resucitar, así que creerlo era creer en el tatuaje. Aceptarlo era aceptar que la magia existía. Aceptarlo era aceptar que no estuvieron ahí para salvarme.

Nunca había pensado demasiado en la muerte antes de morir. Así que no había tenido tiempo para reflexionar sobre qué era más difícil: ser quién muere o ser quién se queda. Ser ambos era lo que me había costado atravesar, por meses, y era lo que ellos llevaban madurando desde principios de diciembre.

Por suerte, ya no tenían problemas en que se viera. Andaba por todos lados con mis vestidos y camisetas de verano, con escotes que dejaban al descubierto el dibujo, y hacían como si nada, como si no existiera. Solo que, una vez, mi vecina, una señora de unos cincuenta y tantos, me lo vio, increpó a mis padres por dejar que su hija se lacerara el cuerpo de esa manera en contra de los mandatos de Dios.

Mi padre enfureció ese día. Le gritó que no se metiera y también tuvo problemas con su marido. Les dijo que se mantuvieran alejados de mi y con la boca cerrada y desde entonces no hay trato con ellos. La señora me mira mal cada vez que salgo de casa, pero no me interesa. Papá me defendió porque, en primer lugar, no había sido algo que yo elegí. Él sabía que alguien había lacerado mi cuerpo y me había quitado todo. En segundo, porque no era asunto suyo.

Por eso, y por mucho más, tenía que agradecer a mis padres. Incluso cuando la menor de nuestras preocupaciones fuese lo que la gente del barrio creyese de mí, si pensaran o no que era una perdida, una pecadora o una chica mala, como me dijo ese chico, estaban ahí para mí.

Me metí en la ducha cuando me aburrí de analizarme y me lavé la cabeza unas tres o cuatro veces. Me froté las piernas con jabón y con una esponja un centenar más.

No lo hacía porque me sintiese sucia, sino porque no tenía ganas de salir del baño. El agua me ayudó a relajarme y tener algo que hacer, que no fuese volver a meterme en la cama para pensar y pensar hasta que fuera de madrugada, era un alivio.

Sin embargo, no podía estar ahí para siempre. Las facturas del agua serían terriblemente altas y no quería sumar más problemas a mi familia. Salí de la ducha y me tiré en la cama, envuelta en una toalla, a mirar si tenía más mensajes.

Luca me había enviado uno por privado.

Si hablaba con él y escuchaba su voz me pondría a llorar como una estúpida por no haber tenido éxito otra vez, así que le dije que no, que estaba bien y que me había ido a bañar. Que estaba reventada y me dormiría enseguida. 

Sonreí, enternecida por su actitud. Luca tenía el talento de recomponerme cada vez que me sentía rota. Sus chistes y la forma en la que siempre me daba espacio me ayudaba a no desmoronarme del todo.

Apreté el botón de audio y traté de que mi voz no saliera pastosa y agotada.

—Te extraño mucho —dije—. No veo la hora de que vuelvas. ¿No estarás conociendo a otras chicas, no? Porque sigues siendo todo mío, no lo olvides.

Enseguida, me llegó un audio en respuesta:

—«Hay muchas chicas por aquí, sabes. Muchas bikinis» —contó, y mientras lo decía, me mordí el labio inferior. Sabía que estaba bromeando conmigo, pero me daba en el hígado no estar con él y ser a la que admiraba en bikini—. «Pero ninguna eres tú, así que es aburridísimo»

Mordiéndome el labio aún, terminé sonriendo.

—¿Me imaginas en bikini? —le envié.

—«Todos los días, linda. Pero si no, puedes ayudar a mi imaginación...»

Empecé a reírme antes de que terminara el mensaje. Conteniendo la emoción, porque era algo nuevo para ambos, levanté el teléfono y me bajé un poco la toalla. Le envié un par de selfies provocadoras, sin mostrar nada realmente y esperé con el corazón en la boca a que las viera.

Su audio de respuesta se demoró casi un minuto.

—«Mierda, Serena, ¿tú quieres matarme? ¿Qué haces desnuda a esta hora?»

Por el tono de su voz, supe que lo había dejado picando. Llevábamos como dos semanas sin vernos y la necesidad nos carcomía a ambos. A decir verdad, si él hubiese estado conmigo en esos momentos, no me sentiría tan triste por no hallar a Penélope. Sería una excelente distracción.

—«¿No tienes más?»

Volví a reírme y le mandé una más provocadora, esta vez mostrando muchísima más piel, corriendo casi toda la toalla. No esperé a ver su respuesta y me levanté para cambiarme. Dejé el teléfono boca abajo apropósito un largo rato y cuando regresé a la cama, con el pijama y ya las luces apagadas, él me había enviado como cinco audios larguísimos, con la voz ronca y diciéndome todo lo que me deseaba.

Le mandé un emoticón en respuesta, agradecida de que jugar con él me distrajera. No le pedí fotos suyas ni le envié más, solo aparté el teléfono y me acomodé en la cama. A pesar de todas mis conjeturas sobre los desvelos que tendría, me dormí enseguida. Sin Luca y con la energía que me daban mis padres, al fin y al cabo, estaba detonada.

Sin embargo, mis sueños no estuvieron nada calmos, porque a cada rato, en medio de pastizales secos y desiertos, los cuervos chillaban desquiciados y los gritos de lejanos de decenas de mujeres me llamaban desde el interior de la tierra.

Nora me abrió la puerta de su casa y, al contrario de mí, parecía no haber dormido nada. Su abuela estaba en la abarrotada mesa de la cocina, tomando un té, y me saludó con un gestito de la mano al sentarme en la única silla libre.

—Si la policía no se hubiese llevado todo de la casa de Black, podría tener más información —empezó a parlotear—. Ellos tienen acceso a su computadora, historiales de búsqueda, etc, por lo que no entiendo que no estén haciendo esta búsqueda igual que nosotras.

—Ya te lo dije, hija, el papel con sus nombres se quema con la sangre de cada una —la cortó su abuela, cuando Nora puso una copa sobre los libros—. Sabiendo que podían atraparlo en cualquier momento, no debe haber usado una computadora para registrar siquiera una búsqueda de un solo lugar para matarlas.

Apoyé los codos en el borde de la mesa y suspiré.

—Sigo preguntándome cómo hacia para saber a quienes matar. No nos investigaba lo suficiente. No recordaba nuestros rostros y probablemente no supiera siquiera nuestros nombres completos —dije, mientras Nora tiraba la sal a nuestro alrededor, formando un círculo.

La abuela se terminó el té y le entregó la taza a su nieta, también echó al gato, que estaba durmiendo en otra de las sillas y que yo no había visto. Me miró y sus labios se torcieron en una mueca que quería ser una sonrisa.

—Los círculos de sangre fueron realizados en muchas ocasiones por brujos. Pero con el tiempo, muchos de los conjuros que pertenecen a los nuestros han terminado en manos de humanos mortales. Y, a decir verdad, este tipo de rituales no requiere que la persona sea mágica para hacerlo. Pero... es probable que para interpretar las indicaciones si haya tenido a un brujo cerca...

Nora se detuvo a mirarla, con una expresión irritada, mientras yo me erguía, alarmada.

—¡Abuela! No digas cosas que al final no podemos comprobar.

—Tu nunca hiciste un ritual de sangre —contestó la señora, sacudiendo la mano—. No sabes cómo se desarrolla la selección de las víctimas.

—¿Y tú sí? —gaznó la friki, yendo a la cocina por su cuchillito de siempre.

—¿A qué se refiere? —solté—. ¿A la posibilidad de que haya un brujo detrás de Black? Pero si Black no parecía saber lo que era la magia. Si lo hubiese sabido, no hubiese actuado así con nosotros, sabiendo lo que Nora era.

La abuela me sonrió.

—La magia existe en muchas formas, querida. Él sabe que existía, lo que no sabía era que existiera gente capaz de manipularla. Si tenía un brujo cerca, coordinándolo, no sabía qué era realmente.

Nora regresó y nos apuntó con el cuchillo. Meses atrás, me hubiese alterado mucho, pero ahora confiaba en ella lo suficiente como para saber que no me haría daño.

—Basta, no podemos comprobarlo. Jamás pudimos entrar en la casa de Black ni obtener nada suyo. Lo único que podemos hacer es buscar un alma dispuesta a hablar con nosotros que sepa algo de esto.

—Pero... —empecé. Nora me silencio con la mirada y ni yo ni la abuela dijimos nada más. Se cortó el dedo y escurrió su sangre dentro de la copa, mientras la abuela hacia un gesto de suficiencia. La observé y noté que me devolvía la mirada, seguramente pensando lo mismo que yo: si había un brujo detrás de Jason Black, podían existir realmente otras personas haciendo sus propios círculos. 

—¡Serena!

Me sobresalté y giré hacia Nora, de nuevo. Me tendía el cuchillo y la copa, para que pusiera mi sangre también adentro. No dije nada y la abuela no volvió a mirarme. Me corté el dedo gordo y cuando terminé se lo pasé a la anciana.

Una vez estuvo todo listo, colocó la copa en el centro de la mesa, sobre los libros apilados, y nos dimos las manos. Nora anunció la petición, invocando a cualquier alma que estuviese ahí para hablar con nosotros.

Esta era la tercera vez que lo hacíamos. La primera, intentamos contactar a Penélope, pero, aunque yo había conseguido algo de su propia habitación, algo que me robé, no pudimos encontrarla. Creíamos que no estaría en paz hasta que su cuerpo fuera encontrado, pero no ya no estaba en el limbo.

La segunda, intentamos buscar a cualquier otra chica del círculo, pero tampoco funcionó. Aunque pedimos expresamente por ellas, con sus nombres y apellidos, solo nos respondió un alma de igual nombre al de Ginnie Paine, que había muerto hacia 70 años. No sabíamos de dónde era y por qué no encontraba la paz, pero no nos servía de nada. Nuestra Ginnie Paine tampoco respondió al llamado, señal de que ni ella ni las otras almas de las chicas cuyos cuerpos no había sido hallados, estaban en el limbo.

Habían pasado a la luz, probablemente.

Esta vez, el intento era más desesperado: cualquier alma que supiese algo de este círculo de sangre, de Jason Black, que se contactara.

La ráfaga de viento que ya conocíamos surgió del centro de la mesa, soplando las hojas de los libros abiertos. El gato naranja, que se había refugiado en la cocina, salió huyendo. La copa se agitó y el extraño zumbido que me había acostumbrado a escuchar, pasándome por la nuca, deteniéndose brevemente en cada uno de mis oídos, se convirtió en una voz a la hora de caer dentro del cristal.

Habíamos atrapado a un alma, después de todo.

—¿Quién eres? —preguntó Nora, con cautela. Suponíamos que Jason Black estaba en el infierno, porque los asesinos como él no obtener el perdón jamás, pero si de casualidad aún permanecía en el limbo, estaba la posibilidad de que lo hubiésemos atrapado a él. Y en realidad, ninguna quería charla de nuevo con mi homicida.

Hubo un momento de silencio y luego la copa como que exhaló. Me di cuenta de que era el alma de un hombre. El sonido ronco que se oyó antes de formar palabras no pertenecía a una mujer.

Un ave —respondió.

Nora frunció el ceño y miró la copa como si esta estuviese loca. Yo seguro que también. La abuela, en cambio, se mantuvo seria.

—¿Quién eres? —insistió ella, pero cuando la anciana negó con la cabeza, cerró la boca.

En la oscuridad como su capa —contestó el alma, sin más. No parecía tener mucho sentido.

—¿Qué tienes para decir? —inquirió la abuela, tomando la palabra.

Fuera del círculo, fuera del círculo... bajo la sombra.

Tanto Norita como yo indagamos con la mirada, pero no nos atrevimos a decir nada. La abuela seguía mirando la copa con seriedad, repasando sus palabras, como si pudiese encontrar algún tipo de significado.

Cuando pasó casi un minuto en silencio, la brujita menor se adelantó.

—¿Es dónde podemos encontrar a alguna de las muertas del círculo de sangre llevado a cabo por Jason Black? ¿Dónde está?

El alma soltó un carraspeo, largo bajo y ronco, como si le costase arrancar.

Lejos, lejos, frío, frío. Fuera muy fuera del círculo... No lo encontrarás, no lo encontrarás...

Apreté los labios y me contuve de dar un zapatazo contra el suelo.

—Está jugando con nosotras —repliqué, para las brujas.

Ellos jugarán contigo —me contestó el alma, sobresaltándome.

Miré primero a Nora y luego a la copa. Cuando las almas hablaban sin que les preguntaran, por decisión propia, la sangre dentro de la copa que permitía la conexión se agotaba más rápido. Y, en efecto, por esa simple frase sin sentido, que había estado dirigida hacia mí, la sangre se redujo casi a la nada.

—¿Dónde está Penélope Messina? ¿Ginnie Paine? ¡María Angello! —chilló Nora, pero la conexión se sostuvo solamente para que el alma dijese algo más.

Negro, negro, negro, sus gritos se escuchan debajo de las sombras.

La copa se volteó, finalmente vacía. El viento nos despeinó una vez, sopló las hojas de los libros por última vez y el gato, que había estado oculto en otra habitación, asomó la cabeza para mirarnos.

—¡Qué pérdida de tiempo! —gritó Nora, agarrando la copa. Se apresuró a romperla contra el borde de la mesa y yo me quedé ahí, igual de irritada y frustrada que ella. Todos nuestros intentos por obtener información estaban resultando, realmente, un sin sentido—. ¡Ni siquiera nos dijo quién era!

La abuela cruzó las manos sobre la mesa, por encima de los libros y carraspeó.

—Las almas no siempre tienen pensamientos lineales, Nora —le recordó—. No piensan como nosotros, sobre todo si han pasado mucho tiempo en el limbo.

Apoyé los codos en la madera y dejé caer la cara contra mis manos. Suspiré, fatigada y con eso me dije que ya no sabía qué más intentar.

—Si llevaba tanto tiempo en el limbo, no podría saber realmente tanto de este círculo de sangre —se quejó la friki, juntando los vidrios.

Nos dejó por un momento solas, mientras parloteaba, enfadada. La ignoré tanto como pude, pero se la pasó haciendo eco de mis pensamientos. Que yo me la pasaba rastreando cadáveres, que ni siquiera era mi trabajo, que la policía era incompetente y que, para colmo, por culpa de ellos, no pudimos acceder a la casa de Jason Black para obtener información u objetos personales con los que hacer rituales.

Omitió, por supuesto, que eso había sido en realidad culpa de ambas. En los dos días que tardaron en hallar el cuerpo de Black, yo me recuperé del golpe psicológico y físico, fue nuestra graduación y no quisimos acercarnos de nuevo allí. Nora tampoco supuso que yo de verdad querría encontrar los cuerpos de las demás, así que simplemente lo ignoró.

Cuando se lo dije, la policía ya había quitado todo lo valioso de su casa y durante semanas estuvo vigilada y cerrada. Apenas reuní valor, y la policía dejó la casa, ambas nos colamos, pero nada de lo que hallamos sirvió para crear un hilo conductor —ni por lógica ni por magia— hacia las chicas.

—Estoy cansada —musité, más para mí misma que para nadie más.

Escuché que Nora seguía despotricando, sola, en la cocina. Me llegó como si estuviese a kilómetros de ahí. Apenas si escuché una silla moviéndose y luego que alguien golpeaba la tapa de uno de los libros junto a mí.

Levanté la cabeza y bajé las manos. La abuela se había puesto de pie.

—Entonces tienes que descansar —me dijo—. Esas muchachas no se irán a ningún lado.

Negué.

—¡Sus cuerpos se pudrirán!

Ella hizo un gesto elocuente y se tocó la muñeca con el dedo índice, como si tuviese un reloj.

—La mayoría ya lo hizo —sentenció.

¡Bienvenidos al primer capítulo de Sueños Enterrados! Estoy muy emocionada de que me estén acompañando también en este libro y espero que les guste tanto como me está gustando a mí. 

Como dije en la nota de autor, publicaré capítulos en principio todos los lunes. A diferencia de la última vez que escribí Suspiro, esta vez estoy cursando una nueva carrera, así en si alguna vez no llego a terminar los capítulos, avisaré tanto por mi perfil de Wattpad como por mi perfil de Instagram (@anns_yn)

A diferencia de los dibujos del libro anterior, estos tendrán más fondo y siempre un acento de color. ¿Les gusta? Espero que síiiii

Ahora, para no perder la costumbre, ¡también tendremos preguntas en este libro! Aquí vamos:

¿Cómo ven a Serena en el inicio de este libro? ¿Creen que es sana la obsesión que está demostrando por encontrar a Penélope? ¿Qué conflictos creen que esto desencadenará en ella, su familia, novio y amigas?

¡Leo sus respuestas, entonces, y los veo en el siguiente capítulo!

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