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Capítulo 6: Defensa

Capítulo 6: Defensa

Elliana:

—¿Ya estás mejor?

Aún seguía envuelta entre los brazos de Derek, pero hacía ya unos minutos que había dejado de llorar. No obstante, mi cabeza era un hervidero de emociones y pensamientos que se combinaban entre sí. Por un lado, me sentía fatal. No entendía por qué no era capaz de defenderme ante los agresores. Por otro lado, me sentía mal porque no le había contado nada a mi hombretón, y el pobre se había enterado por terceros.

Así que me sentía jodida.

Me froté la cara con la mano en un intento por limpiarme las lágrimas que había derramado. Seguro que en aquel momento tenía un aspecto lamentable. Pero, ¿sabéis una cosa? Me daba igual.

—Un poco —fue mi respuesta. Me separé de él y le regalé una pequeña sonrisa de agradecimiento.

Él había sido muy bueno conmigo en todo momento. Me había consolado y arrullado, me había sentido protegida. ¿Por qué no se lo había contado antes?

Derek me dio un beso rápido y nos guió hacia la cocina. Ya era un poco tarde. La verdad es que con mi pequeño ataque de llanto se me había ido el tiempo.

Le ayudé a preparar la cena. Parecía que nuestros cuerpos llevaran meses sin tocarse, puesto que con cada movimiento nuestros cuerpos se rozaban. Cuando iba coger el cuchillo para cortar las verduras, él me lo tendía y tocaba mi mano; cuando puse un cazo a hervir el agua, él acariciaba mi espalda de manera mimosa.

Cenamos en silencio, cada uno sumido en su propio mundo. Yo aún estaba triste y avergonzaba por lo que había sucedido. En un momento dado, Derek dejó los cubiertos en la mesa y me miró con seriedad.

—Creo que es hora de que hablemos, bella flor.

Tragué saliva. Sus palabras me preocuparon.

—No sé de qué. —La verdad es que sospechaba por donde iban los tiros y no me equivoqué.

Él puso los ojos en blanco, pero no añadió nada al respecto.

—No me gusta nada que me ocultes esta clase de cosas. Lo creas o no, me preocupo por ti. ¿O es que no confías en mí?

Lo miré con incredulidad. ¿Cómo no iba a confiar en él cuando me había cuidado en mi peor momento, cuando el cabrón de mi ex había decidido aparecer en mi vida de nuevo? ¿Cómo no iba a confiar en él cuando me cuidaba y me protegía de todos los buitres?

Estiré una mano y le acaricié el dorso con suavidad.

—Confío en ti, hombretón. Solo me avergonzaba de cómo había reaccionado. Lo creas o no, me duele sentirme así. Me siento tan imponente cuando me dejo pisotear. —Sentí cómo se me creaba un nudo en la garganta. Mis ojos empezaron a cristalizarse y a picar, señal de que las lágrimas se avecinaban—. Y lo peor es que deseo no quedarme bloqueada como una boba.

Aparté la mirada y la posé en mi plato ya vacío.

¿Por qué no podía defenderme? ¿Qué era lo que me hacía quedarme callada como una idiota dejando que el resto me atacara? Arg, quería cambiarlo. Pero, ¿cómo? ¿Cómo aprendía a defenderme si nunca antes lo había hecho?

—Bella flor, mírame, por favor —me suplicó Derek. Eso hice y lo que vi no fue el hombre seguro de sí mismo que tanto acostumbraba ver. No. Lo que veía era un hombre destrozado por verme en uno de mis momentos más débiles—. ¿Te gustaría aprender a defenderte?

Alcé una ceja, muy interesada en su propuesta. Parecía que me había leído la mente, aunque, la verdad, no me sorprendía ni un ápice. No era la primera vez que nos pasaba.

—Te escucho.

Él se llevó una mano a la barbilla. Se quedó callado unos minutos mientras pensaba en algún posible plan de acción. Mientras tanto, empecé a juguetear con la servilleta de papel con nerviosismo e impaciencia.

—Si quieres, podría enseñarte un poco a ser más segura de ti misma y a pasar de lo que digan los demás. ¿Quieres? Ya sabes lo seguro que soy, pero, lo creas o no, cuando era más joven no lo era tanto. Tuve que aprenderlo por las malas. ¿Quieres que te enseñe el arte de pasar de todo, por Derek Foster?

No pude evitarlo. Solté una serie de carcajadas. Sonaba a título de novela de autoayuda.

—Claro. Dime, maestro, cuál es la primera lección.

Él esbozó una amplia sonrisa y se frotó las manos.

—Comencemos.

.   .   .

Pasamos toda la tarde juntos. Él me enseñó alguna que otra técnica de defensa personal. La teoría era fácil, pero ¿y la práctica? No creía que fuera capaz de devolverles el golpe a la zorra de mi jefa y a su amiguita. Con Tyler y Ruby pasaría igual. Aunque aún recordaba cómo les había devuelto el golpe a ellos dos cuando tuve aquel primer encontronazo. A lo mejor sí que era capaz.

Pasé toda la semana ensayando frente al espejo las técnicas que me había enseñado mi hombretón. Por ejemplo, si Ingrid osaba insultarme, yo al instante creaba una frase de lo más ingeniosa. Eso era lo bueno de ser escritora, que llevaba las palabras en mi sangre.

Era viernes, por fin. La semana se me había hecho eterna. Por fin tendría mi bien merecido descanso. Estaba en mi cubículo con la mirada centrada en la pantalla de mi ordenador cuando todo se desató.

El sonido de unos tacones hizo que me desconcentrara de lo que estaba haciendo. Bebí un sorbo de mi batido de chocolate y estaba a punto de volver al trabajo. Sin embargo, Ingrid se asomó. Tenía una mirada que lo decía todo: buscaba problemas. Al instante, un nudo se formó en mi garganta.

Tragué en seco al mismo tiempo que me decía internamente: "Ánimo, nena, tú puedes. Recuerda todo lo que te ha enseñado esa maravilla de hombre. Cuadra los hombros y enfréntala".

—¿Quería algo, señorita Land? —pregunté con educación.

Ella me echó una mirada de arriba a abajo y sonrió con suficiencia.

—El señor Foster ha hablado hoy conmigo sobre nuestros altercados. —No me gustó nada cómo sonaba esa última palabra salida de sus labios, como si la hubiese escupido—. Al parecer, está molesto con mi comportamiento hacia ti y quiere que me disculpe.

Puse los ojos en blanco. ¡Cómo no! Estaba más que claro que lo haría. Él siempre buscaría mi bienestar.

<<No obstante, no lo voy a hacer. Es más, no me creo que le hayas ido con el cuento a el jefe. ¿Sabes? No eres más que una chivata. ¿No eres mayorcita ya como para defenderte tú sola? ¿Te tiene que defender tu noviecito, monina?

Sus palabras estaban cargadas de rabia y odio. Apreté los puños con fuerza. Respiré hasta tres.

Uno.

—Es que es incomprensible. ¿Por qué un hombre como él está con una niñata como tú?

Cerré los ojos. Dos.

—Mi única teoría es que debes de ser una máquina en la cama. A lo mejor esta apariencia angelical que das oculta tu verdadero yo, una zorra sin escrúpulos.

Tensé la mandíbula. Dos y medio.

—¿Qué tienes tú que no tenga yo? Soy mil veces mucho más guapa y elegante que tú, y tengo un puesto mucho mejor.

Abrí los ojos y la fulminé con la mirada. Tres.

Cuadré los hombros y me puse recta.

—A lo mejor Derek está conmigo porque no soy ni tan zorra ni tan arrastrada como tú. Quizás el me quiere por ser como soy. Esta soy yo, Ingrid. No soy rara, soy auténtica. Puede que pienses que puedes pisotearme, pero no es así. Crees que haciéndome daño, que hiriendo mis sentimientos, vas a conseguir que un hombre tan guapo como lo es Derek se fije en ti. Pero deja que te diga una cosa. Así solo los ahuyentarás.

Ingrid me lanzó una mirada de advertencia. Tensó todo el cuerpo y se puso en modo defensivo. Si de sus labios hubiese brotado espuma, no me habría extrañado. Estaba furiosa.

—No sabes lo que dices. Eres tan patética. No me gustaría estar en tu piel. ¿Sabes que necesitas más sesiones en el gimnasio? Estás algo rellenita.

Me crucé de brazos y me levanté, cansada con su jueguecito.

—No, gracias. Estoy muy a gusto con mi figura. Puede que no tenga la talla ideal, pero, oye, tengo un cuerpo que muchas desearían. Por lo menos tengo curvas, no como otras. —La miré de manera significativa.

Ella frunció el ceño y bufó.

—¿A eso le llamas curvas? Si es todo grasa.

Puse los ojos en blanco.

—Al menos yo no tengo más del sesenta por ciento del cuerpo operado. Ingrid, eres más falsa que tu pelo. Hazme un favor, vete y déjame trabajar tranquila.

Ella murmuró unas palabras incoherentes. Pensé que se iría, pero antes de marcharse musitó:

—Esto no ha acabado, monina. Puede que hayas ganado este asalto, pero la guerra la ganaré yo.

—Estoy tan asustada —dije con toda la ironía que fui capaz de poner.

Ingrid se giró sobre sus talones dispuesta a marcharse, aunque antes de hacerlo la muy perra me tiró el resto del batido encima.

Argh, sería perra.

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Nota de autora:

¡Feliz San Valentín, mis enredados y enredadas!

¿Qué os ha parecido mi regalo del día de los enamorados? Repasemos:

1. Elliana quiere cambiar.

2. Derek le enseña trucos para defenderse.

3. El arte de pasar de todo, por Derek Foster.

4. El altercado en la oficina.

5. Poco a poco Elli se va soltando y devolviendo los golpes.

6. Ingrid es toda una perra.

7. ¿Quién quiere acabar con Ingrid?

Esto ha sido todo. Espero que mi sorpresa os haya gustado. ¡Nos vemos mañana! Un besazo de España.

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