Capítulo 4: Cambio de mentalidad
Capítulo 4: Cambio de mentalidad
Elliana:
—¡Elli!
El gritito infantil casi me deja sorda. Leyre corrió y se lanzó a mis brazos en cuanto me vio. Llevaba la mochila del colegio sobre los hombros, esa que tenía una caricatura muy popular entre los niños de su edad. Sonreí ante su entusiasmo.
Mary me había llamado aquella mañana para pedirme si podía cuidar de ella esta noche y como no tenía planes, había aceptado. Su hija era un encanto y me encantaba pasar tiempo con ella.
Cuando la niña llegó a mi lado, la cogí en brazos y le di un beso en la mejilla. Di un par de vueltas con ella en brazos, ocasionando que unas carcajadas infantiles salieran de su boca.
—Elli—volvió a decir esta vez más calmada—. Has venido.
Leyre estaba tan emocionada de verme. Normal. Hacía un mes que no la veía, la verdad. Entre la mudanza y todo lo demás, apenas había pisado el bloque de apartamentos en donde vivía.
La dejé en el suelo y tomé su mano. Escuché cómo la pequeña me narraba todo lo que había hecho durante el día. Tenía cinco años y pronto pasaría al primer curso de primaria. No obstante, era muy inteligente; su madre se había encargado de ello. Le había enseñado a leer y un poco a escribir. Siempre andaba preguntando cosas, con las ganas de aprender avivadas.
—¿Tienes muchos deberes? —le pregunté mientras caminábamos hacia una cafetería.
—No muchos. Solo una ficha de números.
Leyre era la clase de persona que se emocionaba por todo, incluso por tener que hacer las tareas del colegio. Le gustaba aprender. Decía que de mayor quería hacer grandes cosas.
La tarde se me pasó en un suspiro, la verdad sea dicha. Fuimos a una cafetería a merendar y a hacer los deberes. Mientras le ayudaba con las series de números, ambas disfrutamos de nuestros batidos de oreo y nuestro trozo de tarta de manzana.
Mi intención era llevarla al parque. Sin embargo, el clima no estaba a mi favor. De repente, el sol que había estado haciendo durante el día se vio oculto entre los nubarrones de una tonalidad negra que no me gustaban ni un ápice.
Me mordisqueé el labio, sopesando mis alternativas. Podríamos ir al centro comercial, aunque no me apetecía mucho. Como alternativa tenía el llevarla al apartamento que compartía con Derek. Podríamos pasarnos la tarde viendo películas. Además, como la pequeña se quedaría a dormir con nosotros, no pasaba nada.
Antes de ponernos en camino, le envié un mensaje de texto a Derek: <<Hola, hombretón. Leyre y yo vamos de camino. Espero que no nos caiga el diluvio universal. ¿Estás listo para una tarde de cine?>>
Su respuesta no tardó en llegar: <<Bella flor. Estoy más que listo.>>
No pude evitar esbozar una amplia sonrisa. Tecleé con ansiedad.
<<Mmm... No sé yo. ¿Eres lo suficientemente fuerte como para ver una película Disney?>>
Cómo me gustaba picarlo. Su respuesta no tardó en llegar. Unos emojis pensativos junto a un guiño y tras ellos el siguiente mensaje: <<Soy un hombre Disney. Estoy listo para cantar Let it go o Do you want to build a snowman?>>
Sonreí como una boba al mismo tiempo que reprimía unas carcajadas.
<<Payaso. Recuerda que la niña se queda a dormir hoy.>>
El emoji que me envió fue el de los ojos en blanco.
<<¿Cómo no voy a acordarme? Solo espero que no acapare toda tu atención. Yo también quiero tus mimos.>>
Enviándole un "ya veremos" junto al emoji que saca la lengua, me puse en marcha. No tardamos mucho, la verdad. Dos transbordos en el metro después, caminábamos por el pequeño parque al que había salido a patinar el otro día. Se suponía que solo iba a quedarme allí, pero pronto salí a recorrer la ciudad sobre mis ruedas. En un par de ocasiones casi me caigo de culo, pero por lo demás estaba perfecta, salvo por esas agujetas que sentía en las piernas.
Leyre caminaba a mi lado dando saltitos de entusiasmo. Estaba contentísima con saber en dónde vivía. No obstante, antes de llegar, nos tropezamos con un hombre unos años mayor que yo. El señor casi se estampó de lleno con la niña. Suerte que estaba ahí para apartarla a tiempo.
—¡Cuidado, niña! —gritó mirando a Leyre. Después, posó su mirada marrón en mí—. Dígale a su hija que camine con cuidado. Lo que me faltaba, que mi traje carísimo se vea ensuciado por culpa de una mocosa insolente.
—¡Eh! —se quejó Leyre.
Di un paso al frente con valentía. Alcé una ceja y lo miré con confianza.
—Disculpe, señor, pero la niña no tiene nada que ver. Ha sido usted el que iba mirando la pantalla de su teléfono. La próxima vez ande fijándose en su alrededor.
Ni siquiera yo sé de dónde me salió aquel desparpajo. Normalmente yo era la clase de mujer que se dejaba pisotear por los demás. Pero no en aquel momento, cuando el hombre la había tomado con una niña de cinco años que no tenía la culpa de nada.
Antes de que él osara decir algo más, arrastré a la niña lejos de allí. Una vez hubimos llegado al edificio, entramos y esperamos al ascensor para que nos llevara a casa por fin. Había empezado a llover justo en aquel instante. Por los pelos. ¡Qué suerte habíamos tenido!
Llegamos a casa unos minutos después. El tiempo en Nueva York podía ser tan cambiante a veces. De pronto hacía un sol divino como que caía el peor de los diluvios. En fin. ¿Quién entendía el tiempo?
Al abrir la puerta, el calor de dentro y el olor a palomitas recién hechas nos envolvió.
—¡Qué bien huele! —exclamó Leyre más contenta que unas castañuelas cuando entramos dentro.
Derek estaba en la cocina esperando a que las palomitas terminaran de hacerse en el microondas. Mientras tanto, revisaba algo en su tablet. Sin embargo, al escucharnos entrar, su vista fue directamente a nosotras y, al instante, una sonrisa iluminó su cincelado rostro.
—Chicas, bienvenidas.
Leyre al instante me apretó la mano con más fuerza y se ocultó detrás de mí. Hasta aquel momento no fui consciente de que ella no conocía oficialmente a Derek y que por eso estaba tan tímida. Aunque, si bien recuerdo, ese pequeño monstruo fue el que interrumpió el que iba a ser nuestro primer beso en la primera cita que tuvimos.
—Leyre, te presento a Derek, mi novio. Derek, ella es Leyre—los presenté.
Al momento,Leyre esbozó una sonrisa tímida y soltó un tímido "Encantada". Pero Derek fue mucho más abierto con ella. Se acercó y le dio un par de besos en la mejilla.
—Un gusto conocerte, preciosa. Me encanta ese vestido. ¿Quién es el personaje? —le preguntó.
¿Os había dicho que Derek adoraba a los niños? Sí, sí. Como lo oís. Tras esa fachada de hombre de negocios superocupado se escondía una persona totalmente distinta.
En seguida, la niña se relajó y empezó a dejar brotar ese entusiasmo que tanto la caracterizaba.
—Es Minnie Mouse. Es muy guay.
Y empezó a soltarnos todo lo que sabía de ella y a contarnos sobre la casita de muñecas que tenía de ella.
—A mí me gustaba más Mickey Mouse cuando era pequeño. ¿Sabes quién era mi personaje favorito? —le dijo él mientras sacaba la bolsa de las palomitas del microondas y la abría. Al instante, una oleada cálida y un aroma intenso a palomitas con mantequilla inundaron la estancia.
—¿Quién, quién?
—Scooby Doo. Ese perro era lo más.
—Oh, mami me ha puesto un par de episodios, aunque me da un poco de miedo.
Le revolví el cabello con ternura al mismo tiempo que soltaba una risita.
—Es normal, pequeña. Es una serie un poco oscura.
—Pero el perro es muy mono.
Fuimos al sofá y pusimos la televisión. En seguida me puse a buscar el canal de televisión que Derek había contratado y que nos permitía ver series y películas de manera ilimitada. Puse el canal infantil y fui a la sección de películas.
—¿Cuál quieres ver?
Fui pasando de una en una hasta que Leyre gritó a pleno pulmón:
—¡Frozen!
Reí con fuerza. En serio, no pude evitarlo. Era irónico que Derek hubiese mencionado dos de las canciones que salían en la película hacía apenas un rato. Los miré. Leyre estaba en medio de los dos. Sus ojos estaban centrados en el televisor, expectantes. Mientras tanto, mi hombretón la miraba con un deje de ternura en la mirada. Era tan adorable verlos así.
Por un momento fantaseé con el hecho de tener un hijo con él. Sería una preciosidad, y no solo lo decía porque fuera una mezcla perfecta de nuestros ADN. Lo decía porque cada niño o niña era único.
Volví a mirar a Derek justo en el momento en que ponía la película y empezaba a entonar una de sus canciones. Sí, en definitiva sería un buen padre.
. . .
Cuidar a Leyre y que se quedara a dormir fue todo un reto. Su madre tenía turno nocturno y llegaría a casa pasadas las seis de la madrugada. Así que por eso me había ofrecido a cuidar a Leyre. Eso y que tanto Genevieve como Winter ya tenían planes.
La niña se portó de cine. Mary estaba haciendo las cosas muy bien con ella. No solo ayudó a recoger la sala después de ver la película, sino que a la mañana siguiente, cuando entré en la habitación de invitados de Derek, ella ya había hecho la cama y se había vestido. ¡Y solo tenía cinco años!
Era un encanto.
Después de desayunar, la llevé al colegio. Una vez me aseguré de que estaba dentro, fui al departamento de Mary a dejarle la ropa que Leyre había llevado el día anterior.
Me sentí extraña cuando entré en el que fue el edificio en el que viví. Por el camino, me encontré con Winter. Bueno, prácticamente choqué con ella.
—¡Lo siento, Elli! —exclamó ella. Al verla mejor, me di cuenta de que llevaba un moño casi deshecho. Tenía aspecto de recién levantada—. Lo siento, nena. Debo irme. Llego tarde.
Le sonreí.
—No pasa nada, guapa.
Me dio un beso en la mejilla y salió zumbando de allí.
Puse los ojos en blanco y continué con mi camino. Ya en el piso, llamé al timbre. En seguida me abrió. Tenía una cara de cansancio terrible, pero aun así Mary fue capaz de iluminarme con una de sus sonrisas tan genuinas.
—Elli, ¿ya has dejado a mi bichito en el cole?
Mary era una mujer ejemplar. No solo se había hecho cargo de su pequeña cuando el imbécil que la había dejado embarazada las abandonó a las dos, sino que se estaba encargando de que a la pequeña no le faltase de nada y le estaba brindando una buena educación. Mary se dejaba la piel en su trabajo.
—Estaba muy contenta de ver a sus amigas.
En cuanto vio a Laura y a Vivi, salió corriendo. Me quedé hasta que el timbre sonó y me cercioré que la pequeña entraba en el edificio.
—¿Qué tal se ha portado?
—Mejor que nunca. Anoche vimos una peli y, después, le conté su cuento preferido hasta que cayó rendida.
Ella me invitó a pasar, aunque tuve que rechazar su oferta. Debía estar en el trabajo en veinte minutos y, si quería llegar a tiempo, debía ir al metro ya.
Así que salí de su casa sin antes decirle que me pasaría otro día para que me diera la receta de esas deliciosas galletas que ella horneaba. Una vez en el metro, me puse la música y empecé a escribir en mi cuaderno, aunque nada me salía. Mi mente estaba en otra parte, con Derek. Y es que desde que le había mostrado uno de mis trabajos estaba inquieta. No sabía si la novela le estaba gustando o solo decía que sí para no ofenderme. Temía que dejara de mirarme de esa manera tan especial una vez que concluyera con la historia.
El metro llegó a mi parada y, muy a mi pesar, me levanté del asiento. Estaba muy cómoda. Llegué a la empresa cinco minutos después y a mi puesto pasadosen otros dos. Me froté las manos y me puse manos a la obra. Tenía un nuevo proyecto entre manos, una traducción importante. Apenas lo había comenzado y tenía como fecha límite entregarlo en un mes. Así que sí, estaba tan emocionada como estresada.
El tiempo fue pasando con rapidez mientras mis dedos bailaban sobre el teclado. Me encantaba mi trabajo. Creo que era uno de los mejores. Adoraba la oportunidad que me daba de traducir las novelas que los autores de habla hispana escribían. Muchos de ellos eran impresionantes, como la novela romántica erótica que traduje el año pasado o el texto que hablaba sobre el amor de una manera más científica.
Mi trabajo me había enseñado muchas cosas, como lo importante que era saber trabajar en equipo o a cómo debía manejar un documento Word y cuáles eran sus funciones más óptimas. Por otro lado, me permitía utilizar aquellas lenguas en las que me había especializado e incluso había ampliado mi vocabulario debido a las palabras que a veces los autores empleaban.
Lo que más detestaba de mi trabajo era mi jefa. Ingrid era toda una zorra y siempre me mostraba esa faceta suya. Aquellos últimos meses habían sido todo un infierno para mí, puesto que parecía que yo estaba en su punto de mira.
—Señorita Jones, ¿podríamos hablar en privado?
¡Cómo no! Seguro que quería criticar uno de mis trabajos o, en su defecto, mi manera de vestir, tal y como hacía siempre.
Fui tras ella y por el camino mi mirada interceptó la de Abigail. Articuló un "Mucha suerte" de manera silenciosa. La necesitaría si quería salir viva del despacho de Ingrid. ¿Qué querría esa mujer ahora?
Cuando llegamos a su despacho, cerró la puerta y rodeó la mesa con aires de superioridad. Se dejó caer en su silla mientras yo hacía lo mismo en la que estaba en frente. La miré con expectación en medio de aquel silencio tan tenso. Al ver que no hablaría, me aclaré la garganta y le pregunté con toda la educación que fui capaz de ponerle:
—¿Quería verme, señorita Land?
No dijo nada durante unos instantes. Me estaba poniendo nerviosa. ¿Qué querría de mí aquella mujer tan odiosa y desesperante?
—Verá, señorita Jones, he estado su último trabajo y, la verdad, no me ha gustado para nada. Parece hecho por un inexperto en vez de una persona que ya lleva años trabajando en la empresa. No es bueno y se espera de usted la excelencia.
Espera un momento. ¿Iba en serio aquello? ¿Acaso esa víbora me estaba diciendo que todas las semanas que había empleado para traducir aquella novela no habían servido para nada? Vamos, si ya le había mandado el primer y segundo adelanto a Landon y él me había dado su visto bueno. ¿Iba en serio todo aquello?
—Verá, según el señor Brooks, mi trabajo para con esta novela es excelente —me defendí ya harta con sus escenitas.
Ella dio un golpe fuerte en la mesa y me clavó una mirada llena de odio.
—Mira, guapa, tengo entendido que el señor Brooks y tú tenéis una buena relación. Yo diría que sois más que amigos. Todos en la empresa lo saben. Me pregunto si es señor Foster ya lo habrá descubierto. No veo la hora de que lo haga para que te despida de una vez. Si no lo he hecho ya es porque eres su pareja.
Sus palabras cargadas de veneno se clavaron en mí como un puñal. Me sentí indignada y cansada ya de aquel rumor. ¿Acaso un hombre y una mujer no podían ser solo amigos sin que la sociedad pensara que había algo más?
—Mira, Ingrid —empecé a decir mientras toma una postura más tensa en la silla—. Sé que por alguna razón nunca te he caído bien. Lo entiendo y, créeme, puedo vivir con ello. Lo que no entiendo es por qué tienes que ser tan zorra conmigo cuando ambas sabemos que cumplo todo lo que se me pide y que, encima, doy el ciento diez por ciento de mí.
La mirada de mi jefa se tornó fría.
—No es suficiente. No eres una gran trabajadora y, además, no sé por qué tienes al señor Foster suspirando por tus pies. ¿Te has mirado al espejo? Eres feísima.
En momentos como aquel deseaba tener el valor suficiente para hacerle frente. Aquel era un defecto que ansiaba cambiar en mí. No era capaz de defenderme de los matones como ella. Siempre me había dejado pisotear por el más fuerte. Era patética.
—Puede que para el señor Foster no lo sea —me defendí—. No sé si lo sabrás, pero la belleza es subjetiva. Lo que para una persona es feo, para otra puede ser lo más hermoso que haya visto. Por ejemplo, usted me parece la persona más horrible que conozco.
No sé de dónde saqué aquellas palabras, que salieron como un torrente de mi boca. Por lo general, yo no era de buscarme líos ni malos rollos en el trabajo. Pero aquella mujer ya me estaba hartando con su comportamiento inmaduro. Mis amigos tenían razón. Debía pararle los pies. ¿Acaso no era una mujer madura?
Ingrid me clavó sus ojos hecha una furia. Parecía querer hacerme desaparecer y si hubiese podido hacerlo, me habría asesinado allí mismo. Doy fe de ello.
—Mide bien tus palabras, monina. ¿Eres consciente de que podría despedirte por eso? Podría alegar que ha sido una agresión verbal y que llevas burlándote y molestándome desde que comenzaste en FosterWords.
Ahora fui yo la que la miré con todo el odio del mundo. Menudo engendro estaba hecho.
—Bueno, teniendo en cuenta quién se mete con quién, no me preocupa —hablé con un tono tranquilo.
Di por terminada la conversación. Me levanté y, tras lanzarle una mirada llena asco, me fui de nuevo a mi puesto de trabajo. Jamás en mi vida había odiado tanto a una persona como lo hacía con ella y, claro, con mi ex. Los odiaba. Solo esperaba que la vida me diera el valor de poder enfrentarlos.
................................................................................................................................................................
Nota de autora:
¡Feliz lunes, mis enredadas y enredados!
¿Qué os ha parecido el capítulo? Ingrid es muy odiosa. Repasemos:
1. Elliana y Derek cuidando de Leyre. ¿Cómo se verán siendo padres?
2. Ingrid haciendo de las suyas.
3. Elliana ya empieza a sacar sus uñas.
Espero que este capítulo os haya gustado. ¡Nos vemos!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro