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Capítulo 2: Manos traviesas

Capítulo 2: Manos traviesas

Elliana:

Estornudé con fuerza y me soné los mocos. Me había resfriado debido al cambio brutal de la temperatura. Por si eso fuera poco, aquella mañana me había levantado con fiebre. Es por eso que me había quedado en casa para descansar. Derek quiso quedarse a cuidarme, pero yo insistí en que no era nada.

Así que tenía el apartamento para mí sola.

Aproveché el momento y me di un buen baño. Vertí en el agua una bomba de baño que olía de maravilla, encendí unas velas y una barra de incienso. Cuando todo estaba listo, me sumergí en el agua y disfruté de esa maravillosa sensación de mimarme a mí misma. Puse un poco de música relajante de fondo y dejé que las aguas perfumadas hicieran efecto en mí.

De vez en cuando tarareaba la canción al mismo tiempo que mi mente divagaba. No me extrañó el hecho de que al mirar el reloj pasado un tiempo comprobara que ya habían pasado más de cuarenta minutos. Y es que cuando estaba en mi mundo el tiempo corría con más prisa.

Me aclaré y salí del baño totalmente renovada. El aroma a lavanda se extendió por todo el lugar. Era uno de mis olores preferidos desde siempre.

A la hora de almorzar comí un par de sándwiches que preparé y, después, me tendí en la cama. Mi intención era leer un poco un libro que estaba a puntito de terminar, pero no fui capaz de pasar la página, puesto que mi cuerpo tenía otros planes. Me quedé dormida y fui consciente de ello solo cuando Derek entró en el apartamento y me desperté.

Abrí los ojos para comprobar que me había echado una siesta de casi tres horas. Eso era raro en mí. Yo nunca dormía siestas, solo cuando estaba enferma.

Me estiré como un gato sintiéndome mucho mejor que cuando me había levantado aquella misma mañana. Había tenido un buen sueño que nos implicaba a mi hombretón y a mí. ¡Qué bien que había dormido!

—Oh, no quería despertarte, bella flor —dijo Derek en cuanto lo vi entrar en el dormitorio.

Me llevé una mano a la boca para ocultar un bostezo. Aún estaba medio adormilada.

—No te preocupes por mí. Ya estaba despierta. —Le sonreí.

Volví a estirarme y, después, me levanté de la cama con las energías renovadas.

—¿Quieres unos dónuts? —me preguntó él saliendo de la estancia y yendo hacia el comedor. En la mesa había una caja con seis de esos magníficos bollos.

No le dije nada. Solo reí con malicia al mismo tiempo que me abalanzaba sobre ellos. Era una amante del dulce. Le di un mordisco y casi gemí de placer al comprobar que estaba relleno de crema de chocolate y avellanas. Oh, me sentía en el paraíso.

—¿Qué tal está? —escuché la pregunta de Derek muy cerca de mí y, al volverme, comprobé que estábamos muy cerca el uno del otro.

—Está muy rico.

Él alargó una mano y la posó en la comisura de mis labios. Quitó una pequeña mancha de chocolate y se llevó la mano a su boca. Ese pequeño gesto me hizo ruborizarme mucho.

—¡Derek! —lo recriminé—. Podría contagiarte.

Él rió.

—¿Con qué? Si apenas tienes un catarro.

—Y fiebre —añadí.

Ladeó la cabeza y sonrió con malicia. Posó una mano en mi frente y luego asintió, como si hubiese confirmado sus pensamientos.

—Ya no tienes. Seguro que solo necesitabas descansar. Últimamente trabajas demasiado y te exiges mucho.

Eso era cierto. Las últimas semanas habían sido de lo más intensas. Entre lo insoportable que estaba Ingrid conmigo, los acosos de Lillian y ella, mi trabajo y la escritura apenas había tenido tiempo para mí misma. A decir verdad, el pequeño parón era lo que necesitaba. Estar un día sin hacer nada y dedicarme a mimarme a mí misma.

—Me ha sentado bien.

—Se nota. —Hizo una pausa—. Voy a darme una ducha y a ponerme a adelantar trabajo. Mañana tengo una reunión importante y quiero que todo salga de maravilla. —Me dio un beso en los labios antes de irse al dormitorio.

Yo me quedé en el salón y puse una serie que tenía pendiente. Cuando hube devorado un capítulo y parte del siguiente, vi cómo Derek salía del baño y se encerraba en la biblioteca con su portátil en la mano. Yo continué viendo la televisión hasta que, pasado un tiempo, me cansé. Derek aún no había salido de allí y me preocupaba. Él también trabajaba demasiado.

Una idea cruzó mi mente y sonreí con malicia. Fui a nuestro dormitorio y preparé una sesión de masaje para él. Cogí un bote de crema del armario que había en el baño y lo llevé a la habitación. Cuando hube preparado todo, fui a la biblioteca y, antes de entrar, apoyé la oreja. Escuché cómo mi hombretón discutía acaloradamente con alguien sobre algo que yo no comprendía. En un momento dado, todo se sumió en un silencio en el que solo se escuchaba el tecleo que hacía él en el teclado del ordenador portátil.

Ese era mi momento de interrumpir. Se estaba exigiendo demasiado. Hacía ya bastante que su jornada laboral había finalizado y, por ende, merecía desconectar un poco.

Entré sin tocar la puerta y, tal y como sospechaba, estaba trabajando sin parar. Tenía el ceño fruncido al mismo tiempo que ojeaba la pantalla de su portátil. Estaba tan sumido en su trabajo que no se percató de mi presencia. Aproveché eso para atacarle por sorpresa por la espalda.

Le di un beso en el cuello. Se sobresaltó, tensándose por completo. No obstante, al ver que era yo, se relajó. Reí con malicia y le di otro beso, esa vez en la mejilla.

—Eres un miedica —me burlé.

Él dejó su ordenador en la mesa y, sin que yo me lo esperase, me puso sobre su regazo. Acarició con ternura mi rostro para después robarme un beso cargado de dulzura y ternura.

—No sabes la de ganas que tenía de besarte —me dijo muy cerca de mis labios.

—Y yo. Estabas tan concentrado que no he podido resistirme —me excusé poniendo cara de niña buena.

Él me hizo cosquillas y yo reí con ganas intentando al mismo tiempo devolverle el ataque. Fue en vano. Mi cuerpo era tan sensible que una mera caricia en el lugar indicado provocaba un ataque de risa histérica en mí. Y él lo sabía.

—Siento si te he interrumpido, pero llevas toda la tarde aquí encerrado. Ya era hora de que lo dejaras por hoy —expuse sonriéndole y dejando de reírme.

Derek me miró con curiosidad.

—Ya sabes lo importante que es para mí esta reunión. —Miró de reojo el aparato electrónico que tenía sobre la mesa—. Aunque, si te soy sincero, ya lo he dejado todo organizado. Así que ahora soy todo tuyo —dijo con un tono pícaro y guiñándome el ojo con descaro.

Le di otro beso. Era tan irresistible que no pude controlarme.

Derek era una persona sorprendente. A simple vista podría parecer un hombre egocéntrico con el mundo bajo sus pies. Sin embargo, él era todo lo contrario. A pesar de tener mucho dinero en su cuenta bancaria, era un hombre con los pies bien puestos sobre la tierra. Era dulce y carismático, cautivador y perseverante. Ese aura suya enseguida me hizo desearlo. Me sentía una princesa a su lado. Me trataba tan bien y era tan bueno conmigo.

Él me devolvió el beso, un beso que poco a poco fue adquiriendo tonalidades de pasión. Cuando lo besaba sentía un torrente de amor y pasión hacia él. Era perfecto para mí.

—Mi hombretón —susurré rompiendo el beso—, tengo una pequeña sorpresa para ti.

Sus ojos chispearon con fuerza cuando me miraron a los ojos.

—¿Qué sorpresa? —Su mirada se iluminó como un niño que recibe un regalo inesperado. Sonreí con satisfacción.

Agarré su mano y tiré de él. Lo guié a través del apartamento, pasando por el salón y el pasillo, hasta llegar a nuestra habitación. Había dejado todo listo para darle a mi hombretón el mayor de los regalos.

—¡Oh! —exclamó con asombro.

Le di un beso tierno en los labios sin poder contenerme y lo invité a acercarse y tumbarse en la cama.

—Te he preparado una tarde de relax. Quiero que disfrutes del masaje que te voy a dar, hombretón sexy y caliente. —Le guiñé un ojo con descaro. Dejé que se acostara en la cama y, mientras tanto, me acerqué a la mesita de noche y cogí el bote de crema hidratante. Me volví y se la mostré—. Quítate la camisa y disfruta ahora mismo de mis manos.

Y eso hizo. Se quitó la prenda y la dejó tirada a un lado. Su torso desnudo apareció ante mí y, os soy sincera, me costó mucho no babear. A pesar de no tener unos músculos marcadísimos, sí que se notaba que hacía ejercicio. No tenía una tableta de chocolate, pero sí que se le veía en forma. Los brazos tenían suaves músculos, su espalda era ancha...

Le pedí que se tumbase bocabajo. Encendí una barra de incienso que olía de maravilla y encendí un par de velas para poder ver sin la necesidad de tener la luz encendida. Me eché un poco de crema en las manos y, antes de comenzar, le di un suave beso en la espalda.

Me subí a horcajadas sobre él y empecé a deslizar mi mano untada en crema sobre su espalda. Apretaba con fuerza las zonas en donde más estrés se le podría acumular y disfruté del contacto de su piel en mi piel

—Tienes unas manos maravillosas, bella flor —me dijo con la voz teñida de gozo.

Sonreí y continué con mi labor. Me centré en su espalda y acaricié cada fibra de su piel. Pronto frotaba con fuerza sus hombros y sus brazos, pero siempre volvía a aquella parte de su cuerpo. En un momento dado, empecé a dibujarle cosas y él las iba adivinando en medio de un mar de risas.

Para mí verlo así de relajado era lo mejor que podía pasarme. Aquel momento en el que en lo único en que pensaba era en lo bien que los estábamos pasando fue mágico.

Estuve un buen rato centrada en mi tarea hasta que él dio la vuelta, se incorporó y me dio un gran beso en los labios, pasional y cariñoso. No sé cómo, pero de repente mi camiseta se había unido a la suya y era yo la que se encontraba recostada en la cama.

—Ahora es mi turno de complacerte. Cierra los ojos y disfruta de esto, cariño.

Y sin más dilación, comenzó a pasar sus manos por toda mi espalda. Tuve que reprimir varios gemidos de placer, pues me encantaba que me hicieran masajes. Era tan mimosa. Me dejé hacer y disfruté del contacto de sus manos en mi piel. Pronto sentí la humedad de sus labios junto a mi cuello y el cierre de mi sujetador desabrocharse.

Sonreí con picardía.

—Tienes unas manos muy traviesas.

Me volví para darle un beso cargado de amor. Dejé que él tirase mi sujetador junto al resto de prendas y me perdí en el sabor de sus labios.

—Eres perfecta, toda una diosa. Es imposible que mis manos no estén quietas cuando te toco.

Mientras hablaba sentía como sus dedos recorrían cada fibra de mi ser. Su tacto me volvía loca y me hacía perder la poca cordura que tenía.

—Tú eres el hombre más extraordinario y magnífico que conozco.

Y tras decir aquellas palabras, empezamos a besarnos bajo la luz de las velas. Sus caricias poco a poco fueron a más, hasta hacerme gemir de placer y tenernos a ambos jadeantes.

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Nota de autora:

¡Feliz lunes, mis enredadas y enredadas!

Segundo capítulo recién salido del horno. ¿Qué os ha parecido? Repasemos:

1. Elliana está mala y se queda en casa descansando.

2. Sesión de masajes.

3. Esto está que arde.

Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Nos leemos!

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