Capítulo 14: Fantasía cumplida
Capítulo 14: Fantasía cumplida
Elliana:
El tiempo fue pasando con rapidez. El trabajo se me hizo un tanto rutinario. Traducir, traducir y más traducir. Ah, y en ocasiones intentar no hacer caso de las burlas de Ingrid y Lillian. Por las tardes mi rutina cambiaba. A veces salía con mis amigos, con Emily o con Derek; iba al teatro o a Broadway; o me quedaba en casa leyendo o escribiendo.
Un día mientras estaba en FosterWords tan tranquila ocurrió algo que cambió toda esa rutina a la que estaba acostumbrada. Había vuelto del almuerzo y me disponía a seguir con mi tarea cuando me di cuenta de que había algo extraño en mi área de trabajo. Al principio no me di cuenta de lo que era. No fue hasta que me senté frente al ordenador que no caí en la cuenta de que me faltaba el pendrive que siempre llevaba conmigo.
—Mierda —mascullé mordiéndome el labio inferior—. Piensa, Elliana. ¿Dónde lo puedes haber dejado?
Me pareció extraño, puesto que siempre lo guardaba en el primer cajón del escritorio. No obstante, no estaba allí. ¿Dónde cojones lo habría dejado? Yo juraría haberlo guardado allí.
Lo peor de todo es que todos mis trabajos estaban allí guardados, al igual que mis novelas. Sí, tenía una copia en casa, pero hacía días que no actualizaba los documentos. Por lo que la versión no iba acorde con lo que llevaba escrito.
Cuando pasado un rato no encontré lo que buscaba, empecé a alarmarme. ¿Dónde coño estaba, joder? ¿Lo habría perdido?
Me daba un miedo aquel pensamiento. No, peor, ¿me lo habrían robado?
Una bombilla se encendió en mi cabeza cuando aquel pensamiento cruzó mi mente. ¡Claro! Ahora todo encajaba. Ingrid y Lillian habían estado sospechosamente calladas. Seguro que habrían sido ellas. Las había pillado mirándome durante el almuerzo y las muy falsas me habían sonreído de una manera muy perturbadora.
—Vaya, vaya. Veo que usted está vagueando. ¿Por qué no me extraña su actitud?
La voz pedante de Ingrid me sacó de mis pensamientos con un pequeño sobresalto. La miré a los ojos y tomé un par de respiraciones profundas.
—Devuélvamelo —exigí.
Ella se hizo la inocente, aunque las dos sabíamos lo satánica era.
—No sé de qué está hablando, señorita Jones.
Puse los ojos en blanco. Su actitud me recordaba a la de una niña pequeña que es pillada con las manos en la masa. Me desesperaba que fuera tan zorra conmigo y, a pesar de ser una persona que no le desearía el mal a nadie, con ella haría una excepción. Me tenía hasta las narices ya.
—Claro que sabe de qué le hablo, señorita Land. —Le lancé una mirada fulminante. Hice crujir mis nudillos antes de volver a exigirle—: Devuélvamelo.
La muy perra se encogió de hombros. ¿Quería que jugara a su juego? Muy bien, lo haría. Dios sabe que aquella mujer tan desesperante no querría conocer al demonio de Elliana Jones. Porque sí, si se me tocaba mucho las narices, si se me quitaba lo más preciado que tenía, era capaz de hacer cualquier cosa por recuperarlo.
—Con que esas tenemos, eh —mascullé. Volví a tomar una gran bocana de aire antes de empezar mi ataque—. Dime, Ingrid, ¿siempre fuiste así de perra o fuiste a una academia para instruirte?
Mi comentario la dejó boquiabierta. Yo me miré las uñas con desinterés mientras esperaba su respuesta. Porque estaba segura de que atacaría a la yugular.
En efecto, pronto abrió la boca y de sus labios salieron sapos y culebras hacia mí.
—Controla tus palabras, monina. ¿O has olvidado quién manda aquí?
—Derek —me limité a decir.
Que le quitara la autoridad y se la diera a mi chico no le gustó para nada. Mejor. Que le den.
—No sabes las ganas que tengo de despedirte ahora mismo, pero como te acuestas con el jefe, como eres tan puta que lo tienes atado a tus bragas, no puedo hacerlo.
Apreté la mandíbula.
—Yo no tengo la culpa de que estemos enamorados. —Me encogí de hombros con indiferencia—. Y que sepas que eso que acabas de decir no es más que una falsa creencia. Estoy loca por él y lo que menos busco es su dinero. Mis padres me han inculcado buenos valores, no como a otras. —La miré de manera significativa, con una sonrisita de listilla.
Ella se empezó a poner roja de rabia. Apretó lo puños con fuerza. Os juro que pensé que en aquel momento me soltaría una bofetada. Por suerte, solo se limitó a bufar.
—Parece que la dulce Elliana escondía un pequeño dragón —masculló—. No eres más que una aventura para él. ¿Sabes por qué? Porque él es demasiado bueno para ti. ¿Qué hace un hombre como él, con clase y mucho estilo, contigo, un ser insignificante? ¡Por Dios! No le llegas ni a la suela de los zapatos.
Sus palabras estaban cargadas de veneno. Me resbaló lo que dijo. Pasé olímpicamente de su comentario. Ella quería atacarme, insultarme y hacerme daño en mi autoestima. Yo no iba a dejar que se saliera con la suya. Puede que la anterior Elliana sí hubiese metido el rabo entre las piernas y hubiese agachado la cabeza, pero la nueva versión no iba a dejar que nadie la pisoteara.
Lo llevaba claro. Ingrid no sabía en dónde se estaba metiendo.
Tomé un par de bocanadas de aire antes de volver a insistir.
—Te lo pediré por última vez, Ingrid. Devuélveme mi pendrive. De lo contrario, habremos perdido todo el trabajo que he hecho con la última traducción. En ese caso, debo comunicárselo a tu superior y ambas sabemos que no quieres que Landon se entere de este pequeño episodio. ¿O acaso quieres que se lo diga? —la amenacé.
Mi jefa resopló. Creo que de haber podido, sus ojos me habrían partido en dos. Parecía que estaba lanzando rayos láseres. Parecía una perra rabiosa. Solo le faltaba soltar espuma por la boca.
Sonreí victoriosa. Elliana uno, Ingrid cero. "Jódete", pensé.
—No eres más que una chivata.
La miré con diversión. Estaba a poco de soltar una carcajada. ¿En serio aquella detestable mujer me salía con esas?
—¿Estamos en el colegio y no me he dado cuenta?
Ella volvió a bufar como un gato. Pensé que volvería a atacarme, pero no. Sacó del bolsillo de su americana roja mi tesoro más preciado. Eso sí, en vez de dármelo como una persona civilizada, la cabrona de ella lo tiró encima de la mesa sin mucho cuidado.
—Esto no quedará así.
Yo puse los ojos en blanco e hice un gesto con la mano para restarle importancia a su comentario.
Cuando se fue, sonreí victoriosa. Había vuelto a ganarla.
Elliana dos, Ingrid cero.
. . .
—¡¿Que ella ha hecho qué?!
La mirada de Derek me mostraba lo preocupado que estaba. No era de extrañar. Ingrid se estaba pasando de la raya. Sus comentarios me empezaban ya a cansar.
Habían pasado ya seis días desde aquel encuentro y, desde entonces, había vuelto a la carga. A pesar de defenderme en todas y de salir ganando en todos los duelos, su jueguecito ya me estaba cansando. No estaba para perder tiempo. Estaba harta de sus comentarios sarcásticos hacia mi persona y la forma en la que intentaba atacar mi autoestima.
Me tenía hasta las narices. Lo peor es que no sabía cómo pararlo. ¿Qué podía hacer para detenerla?
Había decidido contarle a Derek todo lo que había pasado, así que su reacción no me sorprendió para nada. Estaba tenso, lo notaba.
—Siento molestarte con estas cosas, pero me parecía importante que lo supieras —me disculpé.
La mirada que me regaló estaba cargada de ternura. Una sonrisa suavizó sus rasgos, volviéndolos más juveniles.
—Qué vas a molestar. Es más, agradezco que me lo digas. Así podemos pensar en cómo pararles los pies a ella y a Lillian Murray. —Las palabras las soltó con un tono autoritario, propio de él cuando estaba en modo empresario—. ¿Hoy han vuelto a meterse contigo?
Asentí con la cabeza.
—De hecho, las he dejado hace un rato en la cafetería. Aparentemente solo querían hablar conmigo, pero yo no me chupo el dedo y he sabido por dónde irían los tiros en cuanto han abierto la boca.
Derek se revolvió el pelo con salvajismo. Bufó con fuerza.
—Argh, ¿qué voy a hacer con ellas?
Verlo así, tan preocupado por mí me calentó el pecho como lo haría un buen vaso de leche con miel. Era un hombre tan tierno bajo esa fachada de hombre de negocios. Y pensar que muchas revistas del corazón lo catalogaban con un engreído. Ay, qué poco lo conocían.
Todo su cuerpo estaba en tensión. El estrés del día junto a este pequeño percance se lo habían provocado. En parte, me sentía culpable. Culpable por no saber arreglar mis asuntos personales como lo haría una persona medianamente adulta.
No podía verle así. Me acerqué despacio a él y rodeé el escritorio para ponerme detrás de él. Posé mis manos en sus hombros y empecé a masajearle de una forma lenta y cariñosa. No quería que estuviese así de tenso.
Él se dejó hacer. Echó la cabeza hacia atrás y disfrutó de mis caricias en silencio. Cerró los ojos y se dejó llevar por las sensaciones que provocaban mis manos en él. Sonreí victoriosa al ver cómo poco a poco esos nudos iban desapareciendo a medida que mis manos pasaban por su espalda y hombros. En un momento dado, Derek comenzó a hablar:
—Nunca te lo había dicho, pero tienes unas manos maravillosas. —Sus palabras ampliaron la sonrisa que tenía en los labios y provocaron que un ligero rubor se esparciera por mis mejillas—. En serio lo digo. Tienes unas manos de oro.
Continué con mi tarea de relajarlo. Mis dedos fueron ascendiendo por su cuello y acabaron enredadas en su cuero cabelludo. Me encantaba despeinarle. Era una pequeña manía que había ido adquiriendo con el tiempo.
—No sabes lo afortunado que me siento de tenerte a mi lado —confesó él de repente.
Me deslicé a su lado y terminé sentada sobre sus piernas. Enrosqué mis manos en su cuello y apoyé mi cabeza en el hueco de su cuello, allí en donde era consciente del latido frenético de su corazón. Me sentía poderosa, porque era yo la única que provocaba aquella reacción en él. Ninguna otra mujer lograba eso. Solo yo.
—Yo soy tan feliz a tu lado —confesé con apenas un hilillo de voz—. Te quiero tanto.
Salí de mi escondite favorito y rocé nuestras narices con cariño. Una sonrisa precedió el gesto y una de sus manos se instaló en mi mejilla mientras la otra se posaba en mi cintura.
—No sabes las ganas que tengo de besarte.
Hice morritos.
—Pues hazlo. No tienes que pedir permiso. Nunca has tenido que hacerlo, ¿por qué empezar ahora?
Me encantaba que a pesar de llevar saliendo ya unos meses, aún no habíamos dejado de coquetear entre nosotros siempre que teníamos la oportunidad.
Su sonrisa se amplió y su agarre en mi cintura se hizo más fuerte. Acercó sus labios hasta que nos unimos en un beso cargado de significado. Amor, pasión, ternura y deseo era lo que sentía. Me aferré con más fuerza a él y me acerqué todo lo que la posición nos permitía, con mis piernas a un lado de las suyas.
Al instante, su lengua y la mía empezaron a jugar con ganas y el beso se volvió más profundo, más pasional. Enredé de nuevo mis manos en su pelo y tironeé de él con fuerza. Poco a poco me fui sintiendo cada vez más caliente y con ganas de poseerle. Empecé a rozarme contra él con todo el descaro del mundo.
Fue ahí cuando Derek rompió nuestro beso y yo solté un pequeño quejido. Él acarició mi mejilla con su mano con dulzura, aunque sus ojos chispeaban de lujuria.
—Lo siento, pequeña tigresa, pero si no paraba ahora, te habría hecho el amor aquí mismo y sé lo pudorosa que eres.
Cierto, aún seguíamos en su oficina. Si es que cuando me ponía cachonda, perdía la noción del tiempo y el espacio.
Puede que en el pasado fuera muy vergonzosa, pero a la nueva Elliana eso no le importaba para nada.
—Hazlo. —Mis palabras salieron de mi boca sin que yo las hubiese procesado aún, dejando a Derek muy sorprendido—. ¿Qué? ¿Acaso vas a decirme que no? Porque soy consciente de lo preparado que estás para una buena sesión de sexo. —Y para confirmar mis palabras, me froté varias veces contra su erección.
Él soltó un suspiro placentero.
—No sigas por ahí. Tengo unas ganas de follarte inmensas. Además, una de mis fantasías contigo siempre ha sido hacerlo en mi despacho.
Uf, su confesión me puso a mil.
—Hagámoslo.
—Podrían vernos.
Puse los ojos en blanco.
—¿Quiénes?
—Grayson y mi secretaria.
Solté una pequeña carcajada.
—Vaya, hombretón, no sabía que bajo esa fachada de seguridad se encontrara un hombre vergonzoso.
Cómo me gustaba chincharle.
Acerqué mis labios a su oreja y, tras mordisquearle el lóbulo de manera sensual, añadí:
—Además, cuando he llegado, Grace estaba recogiendo y Grayson salía de su oficina para marcharse a casa. Así que estamos solo, hombretón. Tú y yo. ¿Qué me dices?
Derek:
¿Que si quería? ¡Claro que quería! ¿Acaso no sentía mi erección?
Elliana me ponía mucho, más cuando lo insinuaba con esa voz tan ronca y sexy que tenía, y cuando contoneaba sus caderas contra mi miembro.
Una de mis fantasías sexuales era follármela allí, en mi despacho. Me daba mucho morbo y me había despertado más de una vez de un sueño húmedo como aquel. Así que no me lo pensé dos veces y empecé a restregar mi erección sin ningún pudor sobre su sexo. A ella pareció gustarle mi reacción, puesto que con sus caderas intentó seguirme el ritmo.
—Estoy tan caliente, hombretón —dijo con la voz teñida de deseo y la respiración agitada.
Parecíamos dos adolescentes hormonados, pero me dio igual. Planté mis labios de nuevo sobre los suyos y empecé a devorarla con lujuria. Mientras, mis manos se colaron bajo su blusa y empezaron a jugar con sus pechos por encima del sujetador.
En un momento dado, ella se quitó la blusa y el sujetador de encaje negro para que pudiera darme un festín con sus pechos. Dejé de besarla para empezar a acariciarla con ternura, como si fuera una muñeca de porcelana que pudiera romperse si la apretaba demasiado.
Primero besé su barbilla hasta llegar a su cuello, en donde dejé un reguero de besos húmedos. Mordisqueé esa zona de piel sensible, provocando unos cuantos gemidos por parte de ella. Una de sus manos bajó hasta el sur y se coló dentro de mis pantalones. Tener su mano tocándome la polla me ponía a mil.
Liberó mi miembro de sus ataduras y empezó a hacerme una paja de las buenas, de las que a mí me gustaban y que solo ella podía hacerme. Mientras, bajé a sus pechos y empecé a darle el mismo placer, chupándolos, mordisqueándolos y jugando con sus pezones. Yo me sentía al límite.
—Espera, tigresa. —Aparté su mano de mi pene—. Como sigas así, me correré sobre ti y no quiero mancharte esta ropa que te sienta tan bien.
Desde el momento que la había visto aquella misma mañana ataviada con aquella falda de tubo que se pegaba a sus caderas y que le marcaba todas y cada una de sus curvas, supe que el día se me haría una agonía. Estaba tan deliciosa así, que desde la mañana llevaba con ganas de desnudarla.
Así como estaba, la cogí en volandas y nos llevé hasta el sofá. Por el camino, me aseguré de cerrar con llave la puerta de mi despacho. No quería que nadie nos interrumpiera.
Dejé de besar sus pechos para ir descendiendo hasta llegar a su monte de Venus. Le quité el tanga con fuerza, ansioso ya por saborearla. Descubrí que estaba totalmente lista para acogerme en su interior.
—No sabes lo mucho que me gusta ver lo preparada que estás. Estás tan mojada.
Metí un dedo en su interior, al que pronto se le sumó un segundo. Hice un mete-saca rápido y constante. Veía cómo le gustaban mis caricias, lo sentía en su mirada y en la manera en la que gemía con descontrol. Movía las caderas para buscar mayor fricción y placer.
—Debes estar sabrosa.
La saboreé y, sí, estaba deliciosa. Al mismo tiempo que le hacía sexo oral, mi índice jugó con su clítoris. Veía lo cerca que estaba de llegar a su primer orgasmo.
—Eso es, tigresa, córrete para mí —le supliqué.
Ella gimió aún más fuerte cuando mi lengua fue sustituida por mis dedos. Empecé a ser más salvaje, sin dejar en ningún momento de estimular su clítoris.
—Derek —murmuró.
Sus ojos se tiñeron de placer y sus caderas se elevaron cuando encontraron su liberación. Su respiración era agitada y sus mejillas estaban teñidas de rosa. Estaba tan guapa post orgasmo.
—Ahora es mi turno —exigió ella incorporándose en el sofá—. Siéntate y disfruta del placer de mi boca.
—Espera, ¿qué vas a ha...? —Pero no terminé la frase, puesto que con su boca empezó a hacerme una mamada—. ¡Qué traviesa eres!
Sentado como estaba y con ella arrodilla ante mí, dándome el mayor de los placeres con su boca, estaba a instantes de perder la poca cordura que me quedaba. Tenía muchas ganas de correrme. Estaba duro como una roca, palpitante. Elliana era consciente de ello, por eso sus lamidas y caricias eran fuertes.
—Para. —No me hizo caso—. ¡Para, pequeña tigresa! O si no, me correré en tu boca.
Ella hizo un ruidito de satisfacción.
—Hazlo. Quiero saborearte.
Y continuó devorando mi polla con ansias. Fue tanta la intensidad, que pronto derramé mi orgasmo en su boca. Ella se tragó todo. Me parecía tan erótico y tan propio de los vídeos pornográficos.
—¡Qué bien sabes, hombretón!
Uf. A pesar de acabar de correrme con gran intensidad, estaba listo para el siguiente asalto. No había perdido la erección en ningún momento. Lo normal, teniendo a mi lado a la mayor diosa de todas.
Volví a acariciar su entrada unos minutos antes de decirle que pusiera a horcajadas sobre mí.
—Quiero que me montes.
Agarré uno de sus pechos y me lo llevé a la boca al mismo tiempo que ella colocaba mi gran erección sobre su coño resbaladizo.
—Como sigas chupándome así, me correré enseguida —dijo ella.
Sonreí con malicia.
—Hazlo. Quiero que te corras de las mil maneras posibles y que disfrutes cada vez que mantenemos relaciones sexuales.
Ella se abanicó con las manos.
—¿Alguna vez te he dicho lo intenso que te pones cuando hacemos el amor?
Me encogí de hombros.
—Así soy yo. Lo tomas o lo dejas.
Sonrió con lujuria y poco a poco fue descendiendo hasta abarcar con su sexo el mío.
—Lo tomo, lo tomo.
Empezó a moverse arriba y abajo, primero con suavidad para más tarde empezar a moverse con rapidez. Me gustaba ver cómo sus tetas botaban con cada movimiento y cómo su entrada apretaba mi polla. Encajábamos tan bien que parecíamos hechos el uno para el otro.
En un momento dado, ya inmerso en mi propia burbuja de placer, mi mirada se posó sobre mi escritorio y una idea se formó en mi cabeza. Detuve sus movimiento, a pesar de que ella se quejó.
—Espera, bella flor. Quiero que lo hagamos sobre el escritorio. Me da mucho morbo.
Aún sin perder la conexión, ella enroscó sus manos en mi cuello y sus piernas en mi cadera. Nos llevé hacia el escritorio y la tumbé sobre él.
—No sabes la de veces que he querido tenerte así —le confesé con la voz teñida de deseo.
Empecé a moverme sobre ella, entrando y saliendo. Una de mis manos empezó a acariciarle el clítoris con fuera, lo que provocó una ola de gemidos y palabras sucias por su parte. Su interior se estaba tensando, lo que significaba que estaba a punto de tener un orgasmo. Yo estaba igual. Quería correrme en su interior, llenarla con mi semen.
—Eso es, pequeña tigresa, córrete. Venga, hazlo.
Varias embestidas más tarde, Elliana se tensó y soltó un grito de placer. Menos mal que no había nadie en el piso. De lo contrario, habrían tenido un buen concierto de gemidos y jadeos.
Unos instantes después, tras bombear con fuerza, encontré mi propio placer. Gritando su nombre con fuerza, llené su interior con mi esencia.
Aún sin salir de ella, nos senté en mi silla y la abracé con fuerza. Nuestros pechos subían y bajaban con rapidez. Acaricié su pelo con ternura. Su pecho estaba pegado al mío.
—Ha sido...
—Explosivo —dijo ella por mí.
Sonreí. Solo a ella se le ocurriría una palabra como aquella para describir nuestra sesión de sexo.
Le di un beso en la coronilla.
—Eres increíble.
Su nariz me hizo cosquillas en el cuello cuando la frotó.
—Lo sé.
Cogí su barbilla entre mis manos y la obligué a mirarme.
—Te quiero.
—Eso también lo sé.
Le hice cosquillas en el costado, lo que ocasionó que se removiera. Eso provocó que mi miembro, aún dentro de ella, pidiera más. El sexo con ella era adictivo.
Le di un beso en los labios cargado de intención. Mis manos empezaron a juguetear con sus pezones. Ella jadeó.
—¿Otra ronda?
Su sexo se tensó. Sus ojos lujuriosos se posaron en los míos y una sonrisa demoniaca se instaló en su labio.
—Otra ronda.
.......................................................................................................................................................................................
Nota de autora:
¡Feliz lunes, mis enredados y enredadas!
Uf, ¿no hace calor aquí? Derelli está on fire. ¿Qué os ha parecido? Repasemos:
1. Ingrid haciendo de las suya.
2. Elliana defendiéndose.
3. Elliana ganando la batalla. ¡Esa es mi chica!
4. Elliana confiando en Derek.
5. Derek está preocupado.
6. Derek y Elli en acción.
7. ¡Qué intensos se han puesto!
Espero que el capítulo de hoy os haya gustado. ¡Nos vemos el viernes con mucho más! Os quiero. Besos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro