Capítulo 9: Fragmentos del pasado. (2/2)
—No me dice nada —comentó Diego, pero ya no estábamos en la sala de música, sino en su habitación, recostados en la estrecha cama, sumidos en una oscuridad creciente, el sol ya comenzaba a ocultarse. —, hace años que no lo hace. Hablamos todo el tiempo pero no me dice nada que importe. A veces pienso que lo hace solo para molestarme, el muy cabrón.
Froté mi nariz entre su ropa, olisqueando como un gato su cuerpo.
—¿Te molesta que él sea gay? —pregunté, sintiendo unas inmensas ganas de llorar al pensar en eso.
—No—contestó él de inmediato, apretándome entre sus brazos y yo oculté mi cara entre su pecho. —A mí me vale madre lo que sea, no es eso.
—¿Entonces? —Pregunté, con aquel tono bajo y lastimero que salía de mi garganta y delataba mis ganas de llorar —¿Qué es? ¿Por qué estás enojado?
—Porque no me lo dice—susurró, cerca de mi cabello. —hace tanto que él no me cuanta nada de lo que hace, como si yo no pudiera entenderlo.
—¿Y tú? —inquirí, levantando un poco la cabeza para mirarlo.
—¿Yo? —Resopló —Yo soy un imbécil. Se lo digo todo, siempre lo hago, le conté incluso sobre ti.
—¿Sobre mí? —exclamé con verdadera sorpresa, y me levanté de la cama, para mirarlo directo a los ojos, él sonrió de medio lado.
—Sí —asintió—le conté cuando te conocí el día de las inscripciones.
Con rapidez por mi menté pasaron las imágenes de un Diego tan diferente a este que abrazaba ahora, un muchacho tan distinto que el contraste resultaba abrumador.
—Pero ese día no te despediste de mí—comenté, sintiendo cierta tristeza al recordarlo, al recordar la manera tan brusca en la que se marchó sin siquiera voltear a mirarme.
—Lo sé —comentó, me atrajo a su costado y me aprisionó con su brazo. —no creí que quisieras hablarme, estaba hecho una mierda. Tú hasta me mirabas con miedo.
Entonces solté una pequeña risa, era cierto, si lo hubiese visto con esa pinta en medio de la noche, seguro correría al lado contrario al suyo. Diego también rio un momento y luego se quedó callado, cuando recordó que algo le molestaba.
—No es tu hermano de sangre ¿verdad? —me atreví a preguntar luego de una infinidad de tranquilos segundos, segundos en los que sólo escuchamos nuestras respiraciones acompasadas. Recordaba con claridad lo que Ángela me había dicho acerca de que se consideraban hermanos por una especie de pacto.
—No —contestó Diego en un susurro, casi como si no quisiera decirlo —¿Te lo dijo Ángela?
Moví la cabeza de forma afirmativa entre sus brazos.
—Me lo imaginé. —Contestó —Es la única que lo sabe. Ya no se le puede decir nada a nadie.
—¿Quieres contarme? —pregunté, sintiendo un ligero cosquilleo de nerviosismo en la yema de los dedos, sentía que me estaba metiendo un terreno escabroso pero aun así tenía la esperanza de conocer un poco más sobre él, sobre este chico de cabellos largos y greñudos, que aunque pasaba casi todos los días a su lado, apenas comenzaba a descubrir aquel gran mosaico de colores que era su vida. Yo sólo sabía su nombre, que adoraba a su hermano y a sus pinturas más que a nada en el mundo, pero no sabía nada más. A veces me preguntaba qué era lo que había escrito en su carta de solicitud a la beca, porque como Lorena me había dicho, sólo aceptaban a chicos con talento excepcional, de escasos recursos y con una historia muy triste o muy extraordinaria que contar. Y aunque Diego me parecía extraordinario y feliz, de vez en cuando en sus ojos cafés, muy en el fondo, había un vestigio de algo oscuro, algo que hacía preguntarme cosas.
—Es una larga historia —dijo, —una puta telenovela.
Eso fue suficiente para saber que debía parar y retroceder. Justo eso decía yo cuando ya no me apetecía continuar, cuando me sentía acorralada, con las palabras estancadas en la garganta.
—Está bien, —acepté, y lo abracé con más fuerza, para darle a entender que no me interesaba escuchar más si él no lo deseaba, pero me sorprendí al volver a escuchar su voz, ahora un poco ronca, como si se hubiese tragado algo espinoso.
—Mi mamá trabajaba en la casa de la familia de Alejandro...—comenzó, y yo levanté la mirada, atenta a sus expresiones y movimientos —se embarazó de mí cuando tenía diecisiete años.
Yo callé, esperando a que continuará, no quería asustarlo haciéndole preguntas. Dejaría que me dijera sólo que quisiera.
—Hay amistades —continuó, y yo fruncí el ceño, no encontraba conexión entre eso y sus palabras anteriores así que le presté toda mi atención—que no pasan, que son tan improbables, que no crees que vayan a durar porque son tan diferentes, de mundos tan alejados que jamás funcionarían, pero algo pasa, por alguna razón se complementan y forman un lazo entre ellas que no se rompe. ¿Me explico?
Me miró.
Asentí. Me pregunté por un momento si algún día yo llegaría a tener ese clase de amistad con alguien, esperaba que sí.
—La mamá de Alejandro y la mía tienen ese tipo de amistad—me explicó.
Y luego se quedó callado por varios segundos, hasta que volvió a mirarme.
—Mi mamá tuvo que dejar la prepa y conseguir un trabajo cuando supo de su embarazo porque sabía que su familia no la apoyaría, y así fue, nadie la ayudó—Continuó —Ella necesitaba conseguir dinero antes de mi llegada, así que se puso a trabajar como empleada doméstica antes de que comenzara a costarle mucho trabajo hacer las cosas. Consiguió que la contrataran en una casa de personas con dinero. Eran los papás de Alejandro.
Volví a asentir.
—Por aquel entonces la mamá de Alejandro pasaba mucho tiempo en casa, tenía treinta dos años y no podía tener hijos. Estaba llevando tratamientos para concebir y por ello guardaba descanso absoluto.
« Mamá llegó por esas fechas, trabajó con ellos por tres meses y durante ese tiempo se hizo amiga de la señora Alba, y como ya te dije, no sé por qué, sólo se llevaron bien desde que se conocieron»
«Cuando doña Alba se enteró de que mamá estaba embarazada, al contrario de lo que ella pensó no la corrió, no la despidió, decidió apoyarla y convenció a su esposo de lo mismo. Le pagaron todo, los medicamentos, los médicos, le dieron un lugar en su casa, prácticamente se hicieron responsables de ella. »
—Vaya —comenté, levantando el rostro para mirarlo, al notar la manera en que Diego pronunciaba el nombre de aquella mujer, casi con la misma ternura que con la que hablaba de su madre.
Él asintió y sonrió.
—Cuando nací —continuó —la mamá de Alejandro todavía no tenía al hijo, y había una posibilidad de que jamás lo tuviera. Tal vez por eso me quisieron a mí.
«Cuando papá...bueno, me refiero a don Javier—se corrigió—el papá de Alex, me conoció se interesó por mí tanto como su esposa, ambos me quisieron desde el inicio, tal vez porque veían en mí al hijo que no tenían. Yo qué sé.»
Sorprendida lo miré, preguntándole con la mirada si lo que mi mente ya había imaginado a base de atar cabos sueltos era verdad. Una adolescente embarazada y una pareja que no podía tener hijos, no era muy difícil de adivinar como terminaba.
—¿Te adoptaron? —pregunté, sin poder contenerme.
—No —dijo de inmediato—los papás de Alex nada más son mis padrinos.
Asentí, sin comprender a que iba.
—¿Entonces tuvieron a Alejandro? —pregunté, levantando la mirada.
Diego se quedó callado, por tanto rato que creí que eso era todo, no era una historia larga en realidad, pensé.
—No —dijo de pronto, con una mirada cargada de alguna expresión que no pude comprender. —nunca tuvieron hijos biológicos, por eso me quisieron a mí, pero mamá no quiso darme en adopción, así que sólo me bautizaron. Un ahijado es lo más cercano a un hijo, supongo —Se encogió de hombros.
«No se enojaron con mamá por no querer darme en adopción, al contrario, le insistieron en que volviera a la escuela, y me dejara en casa con ellos. Don Javier le pagó lo que le faltaba de la preparatoria y la universidad, y doña Alba me cuidó como a un hijo. Yo los quiero tanto como ellos me quieren a mí. Fui para ellos tres lo más importante en sus vidas, hasta que llegó Alex, pero él fue un poco más complicado que yo. »
—¿Y cómo es eso? —pregunté.
—No se lo digas a Alex—me pidió entonces—no le vayas a decir que te lo dije o va a odiarme.
—¿Qué cosa? —Pregunté, asustada de pronto.
—Te lo diré pero no se lo digas—comentó, con insistencia en sus palabras—no le puedes decir que te lo dije.
—No lo haré—dije, con decisión, de cualquier forma dudaba poder hablar algo con él.
—El que es adoptado es Alex.
Parpadeé varias veces, confundida.
—¿Él lo sabe? —susurré, sintiendo un temblor sobre la piel.
Diego asintió.
—Sí —dijo—mi mamá, nuestros papás, él y yo, todos lo sabemos pero nos hacemos pendejos. Lo que pasa es que ellos no saben que nosotros lo sabemos, se supone que no debíamos y Alex no quiere decir nada. Supongo que es porque tiene miedo.
Comprendí entonces, era como un pequeño secreto a voces, todos estaban al tanto, pero ignoraban que los otros también. Y de pronto, todo tuvo sentido, la frialdad detrás de los ojos de Alejandro, la música triste y desesperanzadora que fluctuaba en los pasillos, su enojo contenido, las manías de Diego para contentarlo, las consideraciones que tenía con él, todo aquello explicaba un poco.
—No se lo digas, — dijo una vez más— porque nosotros no hablamos de eso, nunca lo hacemos. Aunque creo que deberíamos, porque a Alex le molesta, y es tan mierda cuando algo le molesta.
—No digas eso—le dije.
—Pero lo es, Ingrid—dijo— si antes ya se portaba como una mierda, desde que lo supo es peor. Y ni siquiera fue mi culpa, fue la suya.
—Claro que no—le dije. —él no tiene la culpa, ninguno de los dos la tiene.
—Me refiero a la forma en que lo supo—me interrumpió—fue culpa suya, por idiota. Sólo tenía que esperar un par de horas más y nada de lo que pasó hubiese pasado. Yo creo que si se lo hubiesen dicho ellos mismos él no estaría tan encabronado con todos.
—¿Y qué pasó? —Pregunté—¿Fue tan malo?
—No —negó Diego de inmediato —sólo fue una estupidez.
Y a pesar de que dijo eso, su rostro denotaba algo más, verdadero enojo y rencor, rencor que por extraño que me pareciera, iba dirigido a su hermano. Había algo más ahí, mucho más.
—Puedes contarme cualquier estupidez que quieras —susurré, abrazándome a su pecho, apartando la mirada de su rostro, pues parecía no poder decir nada por la forma en que lo miraba, quizá eso lo hacía sentir incómodo.
—No sabía que Alex era adoptado, ni él—comenzó. —lo que si sabía es que teníamos una familia rara porque éramos cinco integrantes, mamá, mis otros padres, Alex y yo, y eso estaba bien para mí, siempre estuvo bien porque yo no conocí otra vida. Vivimos así hasta que mamá terminó la universidad, y comenzó a trabajar en el despacho de papá, entonces quiso llevarme con ella para vivir sólo los dos, pero yo estaba tan acostumbrado a estar con mis otros padres que no pude irme, y aunque a mamá eso le hirió se dio cuenta de que esa era mi casa, siempre lo había sido, así que, por persuasión de mis otros padres, permitió que me quedara, ella se mudó, pero me visitaba todos los días.
«Papá es abogado, por aquel entonces comenzaba a meterse en la política y le iba muy bien, su carácter siempre le ha ayudado en ese aspecto, por eso la gente lo quiere, así que todo estaba bien, teníamos dinero suficiente para vivir y hacer de todo. Gracias eso Alex y yo siempre tuvimos lo que quisimos, papá se encargó de eso. Éramos de esos niños consentidos que consiguen todo sólo con pedirlo, y además hacíamos todo juntos, pasábamos juntos casi todos los días, excepto los fines de semana, porque esos días iba a mi otra casa con mamá.»
«Alex y yo fuimos a las mejores escuelas y tuvimos acceso a la mejor preparación que puede tener un niño. Papá nos recompensaba con regalos, juguetes y paseos si nuestras calificaciones eran excelentes, nos hacía felices y nosotros él. Y así crecimos, entre viajes, carros caros y educación de calidad, hasta la preparatoria. Yo estaba por pasar a segundo año, tenía dieciséis años recién cumplidos, Alex pronto cumpliría quince, y por eso papá le haría una fiesta, como me la había hecho a mí un año antes.»
«Alex estaba emocionado por la fiesta, no paraba de hablar de eso, era un niño alegre y caprichoso. Nuestros amigos de la escuela irían, todos los familiares lejanos y cercanos asistirían también. Sería una celebración importante. Pero lo que más emocionaba a Alex no era la fiesta en sí, sino el regalo. Papá nos hacía regalos caros en nuestros cumpleaños. Cuando Alex tenía diez, y ya sabía tocar el piano, él le regaló un piano vertical para su cuarto, a mí me regaló en mi cumpleaños número doce una de las habitaciones de la casa, era como un pequeño estudio de pintura. Al principio papá alentaba ese tipo de cosas, pero luego, cuando se dio cuenta de que iba en serio, ya no»
«Eso era lo que ocupaba nuestras vidas, eso era lo que nos preocupaba. »
«Ese día era viernes, me acuerdo bien, los viernes yo iba a casa para pasar el fin de semana con mamá. Carlos, nuestro chofer, me dejaba ahí y luego llevaba a Alex a la otra casa, pero por la fiesta, me quedé el fin de semana con él.»
«Antes de irnos a dormir, entré al cuarto de Alex, quería decirle algo importante, ese iba a ser mi regalo, no había nada que pudiera darle qué papá no nos hubiese dado ya, más que eso. Y era un regalo bien estúpido»
«Le pregunté si quería ser mi hermano, pero él se rio y dijo que yo ya era su hermano bastardo, (como le encantaba llamarme desde que en la escuela alguien se inventó el chisme de que mi mamá era la amante de su papá y que yo era su hijo biológico) Me reí un rato con él, porque esa broma me gustaba, era idiota, pero me gustaba la idea de ser hijo de verdad de papá»
«Alex dijo que sí, a pesar de que ya éramos como hermanos porque sus papás eran mis padrinos. Era algo que queríamos acordar nosotros mismos, nada que tuviera que ver con nuestros padres ni con la amistad de ellos, sino con la nuestra. Mi regalo fue convertirme en su hermano, una pendejada»
—Qué hermoso —lo interrumpí.
—No —comentó Diego—yo creo que fue una estupidez, éramos niños y no sabíamos lo que hacíamos, era un compromiso demasiado grande para los dos.
—No lo es —le dije.
—Sí lo es—comentó Diego, con voz queda, igual que yo. Estábamos tan cerca que no hacía faltas más que susurros.
Creí haber dicho de más y enfadarlo pero no fue así, él continuó.
—Luego me fui a dormir, y hasta ahí todo estaba bien—dijo, con una mueca—pero es que Alejandro es un pendejo, como siempre. —agregó, apretando la mandíbula.
Yo me estremecí, por la dureza en su tono.
—Alex me despertó en la noche. —Continuó —Dijo que no lo había podido resistir y que fue a buscar en la cochera, porque estaba seguro de que papá no lo decepcionaría, que le regalaría la moto que le había pedido con tanta insistencia, y ahí estaba.
«Me despertó a gritos, me gritó que tenía que verla mientras me sacudía y quitaba las sabanas. Su voz era tan alegre, estaba tan emocionado que me convenció. Dijo que habían traído la moto mientras estábamos en la escuela y que por eso no la habíamos visto»
«Yo estaba adormilado, y no quería ir pero cualquier cosa que pida Alex, por muy estúpida que sea, termino haciéndole caso. »
Diego me miró, como preguntándome si comprendía, y a pesar de que asentí, no lo hacía, no entendía cuál era la debilidad de los hermanos mayores por los menores, no entendía en absoluto la clase de amor que cimentaba esa relación. De hecho, ni siquiera los entendía a ellos dos.
—Bajé a la cochera con Alex—siguió Diego—y entonces la vimos, era preciosa como lo pensamos. Era la moto que Alex había pedido, tenía un par de cascos en el manubrio y chamarras de cuero. De forma implícita era un regalo también para mí, y eso me emocionó. La miramos por mucho tiempo, sin creer que papá lo había cumplido, sabíamos que él podría comprarnos lo que quisiéramos, pero aquel era un capricho muy grande, era estúpido, peligroso y mamá había dicho que no podíamos tenerla. Pero ahí estaba.
«Y mientras la mirábamos a Alex se le ocurrió que podríamos dar un paseo en ella, yo me negué, aunque quería hacerlo le dije que no porque ya era tarde, pero él insistió tanto que terminó convenciéndome. »
«Sólo había un problema, la llave no estaba por ningún lado, no estaba en la chochera, ni en la sala, ni en la cocina, buscamos por toda la casa, hasta que no quedó más que la habitación de nuestros padres en donde estaban dormidos y el despacho de papá. Así que fuimos a ese último, sabíamos que no podíamos entrar sin su permiso, nos lo había advertido desde que éramos niños, las únicas veces que éramos llamados ahí era para regañarnos por algo que habíamos hecho mal o por sacar malas calificaciones en la escuela. Papá siempre fue inflexible con la escuela. »
«El despacho era una habitación grande y simplona de la casa, llena de libros y un gran escritorio en donde papá solía traer el trabajo cuando se le había muy tarde. La puerta no tenía seguro, así que entramos sin problema, una vez dentro Alex se puso como loco a revolver en los cajones y papeles de papá, mientras yo buscaba en los estantes de los libros. Estábamos tan emocionados que no podíamos contener la risa, tratábamos de guardar silencio para no despertar a nadie, cuando de pronto me di cuenta de que Alex se había quedado callado.»
«Al volver la mirada lo encontré en el suelo, detrás del escritorio de papá, sostenía una carpeta de color beige en las manos, y estas le temblaban con fuerza. Me fui a sentar a su lado, y eché un vistazo sobre su hombro, pero no entendí que había de importante con los papeles, eran nuestros certificados de nacimiento, actas, cartillas de vacunación y ese tipo de cosas. Yo sostenía mi certificado de alumbramiento mientras que él miraba el suyo. »
«Cundo levantó la vista supe que algo andaba mal. Alejandro nunca volvió a mirarme como antes luego de eso.»
«Me acercó el documento y me pidió que lo leyera»
«Pasé la mirada por él, intentando descifrar que era lo que estaba mal, había una fecha de nacimiento, la suya, el hospital, y una huella de recién nacido. Lo miré de nuevo, preguntándole sólo con la mirada que ocurría. »
«No me respondió, no dijo nada, tenía la mirada perdida»
«Y entonces me di cuenta que no tenía el nombre de mamá. El nombre de la madre estaba mal, era un nombre que aunque se me hacía familiar no alcanzaba a reconocer. »
«Le dije que estaba mal, que se habían confundido en el hospital, pero él dijo que no, que no lo creía. »
«Pude ver en sus ojos, precisamente en sus ojos, todas sus dudas reflejadas. Cuando Alex era niño preguntó una vez porque sus ojos eran diferentes a los míos, entonces mamá le explicó que yo no era su hermano biológico, y eso pudo comprenderlo, no le importó porque el adoptado era yo. Más tarde le preguntó de quien los había heredado entonces, porque nadie en la familia se parecía a él, era normal que no yo me pareciera a nadie, claro, era sólo el ahijado, pero no era normal que él no se pareciera a nadie de la familia, ni de papá, ni de mamá. No hubo respuesta esa vez, ni nunca. »
«Entonces Alejandro comenzó a gritar y a llorar diciendo que lo habían adoptado y que no le dijeron nada en todo ese tiempo. Yo intenté calmarlo, abrazarlo, decirle que teníamos que preguntarles antes de acusarlos de algo así, pero él no me escuchaba, estaba tan histérico que yo no sabía ni que hacer. Hasta pensé que podía ser una broma por su cumpleaños, no sé, podría serlo, por eso al principio tenía ganas de reírme, porque si lo pienso bien es hasta chistoso como lo descubrió. Pero no me reí porque él se puso a llorar, a llorar de verdad, y Alex nunca llora, hace berrinches o arma grandes broncas pero no llora. Entonces me preocupé. Pensé en todas las cosas raras que pasan en nuestra casa y me di cuenta de que podía ser verdad.
«Le dije que el adoptado era yo, en las familias puede haber un adoptado pero no dos, le dije eso para clamarlo e intenté hacerlo reír, pero no pude, porque a también a mí me dolió. Eso no cambiaba nada pero me dolió y no sabía por qué, solo sabía que quería abrazarlo pero él no me dejó, me empujó y se puso a gritar que a mí también me habían recogido como a un perro y que no le hablara con ese tono condescendiente con que trataba de consolarlo. »
«Alejandro lloró casi por una hora, luego se levantó del suelo, se secó la cara con fuerza y comenzó a organizar los papeles otra vez»
«Dijo que teníamos que darlo todo como lo encontramos porque si papá se daba cuenta de que estuvimos hurgando entre sus cosas del trabajo se enojaría con nosotros»
«Terminamos muy tarde, luego fuimos directo a nuestras habitaciones a dormir, sin cruzar una sola palabra. A la mañana siguiente tuvimos la fiesta, en donde Alex se mostró alegre con todos como siempre, me pregunté si acaso lo había soñado o si no le afectaba tanto como creí. Todo estaba pasando tan bien que creí que no era tan grave, no podía serlo. Pero me equivoqué, por la noche comenzaron a llegar los familiares de mamá, no mi madre verdadera sino la de Alex, todos nos abrazaron, fueron muchos tíos y tías, además de primos. Y entre todos ellos, había una prima, la sobrina favorita de la madre de Alex, Andrea. Casi no la conocía, sólo la había visto una vez, pero por alguna razón al mirarla, no pude evitar pensar en Alex, y luego recordé por qué, era el nombre del certificado. Su nombre estaba en el certificado de nacimiento de Alejandro. Ella era su madre biológica.»
«Yo no quería decírselo, y no lo iba a hacer, no podía hacerle eso. Pero él se dio cuenta por sí mismo.»
«El lunes, mientras íbamos en el carro de camino a la escuela, él se acercó a mí y dijo en un murmullo que ya lo sabía, y se refería a su madre biológica. Aquello fue lo último que hablamos del tema. Él no quiso hablar nunca sobre eso, aunque yo se lo pedí. No les dijimos a nuestros papás que lo sabíamos ni ellos lo sospecharon nunca. Hicimos como si no hubiese pasado nada »
«Unos meses después supe un poco más, no era tan difícil entender, el certificado tenía su nombre, supongo que Alex incluso volvió para rectificarlo, pero por lo demás fueron deducciones propias. Una vez, cuando Alex y yo teníamos como ocho o nueve años escuchamos una conversación que no debíamos, en la que su madre le contaba a la mía sobre su sobrina favorita, Andrea, y lo muy descarriada que estaba. Le contó que cuando ella tenía quince años sus padres le organizaron una fiesta tan grande como la de Alejandro, y de regalo la enviaron un mes a Francia, pero al volver, ella estaba embarazada. »
Andrea le contó a su tía, a la única que le pudo decir la verdad, que conoció a un tipo, un par de años mayor que ella, y de inmediato de se enamoraron, pero el muy cabrón no supo cuidar de ella, así que se embarazó, y era sólo una niña, Ingrid.»
Me miró, con algo de enojo, pero no para mí.
—Todos creen que Andrea no tuvo al bebé, que lo perdió, pero no fue así, se lo dio a su tía, porque ella no pudo tener hijos. —me explicó.
Yo no podía dejar de parpadear, impresionada. Había escuchado que esas cosas pasan pero jamás alguien que lo hubiese vivido me lo había contado. No podía concebir cómo alguien podía regalar a su hijo, porque desde mi punto de vista, eso era lo que esa mujer había hecho. Regaló a Alejandro.
—Oh —dije, y era más un gemido, no se me ocurría que podría decir en una situación así.
—Alex dejó de hablarme —continuó, luego de tragar saliva con fuerza, como intentando aclarar su voz —poco a poco dejó de decirme cosas, comenzó a pasar más tiempo en el cuarto de música, y yo lo dejé hacerlo, creí que era lo correcto, sólo necesitaba tiempo, así que...—se encogió de hombros.
—Lo siento—comenté, y busqué su mano para presionarla, era todo lo que podía hacer.
Él asintió.
—¿Y después? —pregunté, luego de un momento, mirándolo directo a los ojos, pero él no me retuvo la mirada, la apartó de inmediato.
—¿Después? —Repitió, con un ligero titubeo en la voz—Pues nada—dijo—Alex ya era una mierda y con eso consiguió una excusa perfecta para seguir siéndolo. Pasó algún tiempo lejos de casa hasta que se sintió bien otra vez y quiso hablarme. El muy desgraciado dejó de hablarme como si fuera culpa mía. Estaba enojado porque a mí nunca me mintieron, porque yo tenía a mi mamá biológica y él no.
—Pero no es tu culpa ¿Te das cuenta? —le dije, porque Diego tenía una mirada extraña, una mezcla entre vergüenza, pánico y culpa en sus ojos.
Asintió.
—Él se fue —dijo en cambio, como si aún tratara de asimilarlo.
Recordé lo que Ángela me había dicho sobre eso el día en la playa, ella no sabía nada de aquello, o si lo sabía, era a medias. Dijo que era culpa de Diego lo que había hecho a Alex irse, incluso en algún momento yo misma me cuestioné si eso era posible, y por ello él le perdonaba todo a Alex. Pero no era así, había sido algo por lo que ninguno tenía culpa, y seguían recriminándoselo entre ellos.
—Debiste extrañarlo—susurré, porque no sabía que más decir, sentía que de alguna manera no me estaba contando la historia completa, pero no lo presionaría, ya me había dicho más de lo que cabía esperar.
—Ni te imaginas.
N/A COMO SIEMPRE, GRACIAS POR HACER ESTO REALIDAD. <3
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