Capítulo 13: Sueños distantes. (2/2)
El panteón quedaba a más de una hora de distancia desde la escuela, así que cuando ya nos acercábamos al sitio eran las ocho de la noche. Yo iba en al asiento trasero junto con Diego, Walter y Ángela mientras que Alejandro conducía con Lorena como su copiloto, pero ésta no lo hacía nada bien, se la pasaba buscando una estación en la radio, una en la que no hubiese comerciales porque cuando comenzaban de inmediato los cambiaba. Alejandro ya comenzaba a fastidiarse cuando ella logró sintonizar una. Sonaba una canción vieja, horrenda y de letra mediocre, pero con cierto tonito que por más que uno intentara no tararearlo, terminaba haciéndolo.
La canción ya había comenzado, pero aun así Lorena se la sabía.
—Voy a cantar suavecito—comenzó Lorena, con voz melodiosa y alta, con claras intenciones de hacer enojar a Alejandro. —, suavecito, suavecito.
Ángela pegó tremenda carcajada, y los demás le imitamos, pero Lorena siguió cantando, al tiempo que levantaba los brazos, como si bailara.
Para llegar a tu oídos, suavecito, suavecito.
Voy a decir que te quiero, suavecito, suavecito.
Porque si no estás me muero, suavecito, suavecito.
Suave, suave, suavecito, quiero llegar a tu corazón.
Y mientras cantaba, Ángela se le unió, haciéndole los coros, cosa que animó aun más a Lorena, que se acercó a Alejandro y comenzó a cantarle cerca del oído, y en un acto de valentía le plantó un beso en la mejilla, muy cerca de los labios, pero todo era en son de broma.
—Apaga esa madre—contestó Alejandro, sin apartar la mirada de la carretera, pero Lorena lo ignoró como sólo ella sabía hacer y siguió cantándole y haciéndole mímica mientras él conducía.
—Que lo apagues—insistió, pero ella seguía sin hacerle caso. Manoteó a su alrededor, le desordenó el cabello, le aplaudió cerca del rostro, hasta que él se enfureció, y de un golpe apagó la radio. —¡Puta madre!—exclamó él, mirándola por un segundo —¿no te puedes comportar como la gente normal por un solo día?
—Alex—intervino Diego, con tono firme—déjala en paz, solo se está divirtiendo.
—Pero no conmigo, mierda, que estoy manejando—contestó él, mirando a su hermano por el espejo retrovisor. —Ya bastante tengo con traerla aquí.
—Párate—contestó Lorena al instante, y se volvió a la puerta.
Esta vez fue él quien la ignoró, siguió conduciendo despacio por la congestionada calle que por fin nos llevaría a la entrada del panteón.
—¡Que pares el carro, Alejandro! —gritó Lorena, jalando la manilla—Quiero bajarme, no voy a estar con un amargado como tú.
—Si te bajas no te llevaré de vuelta—contestó él.
—Me vale madre—contestó ella —prefiero volver sola —y en un momento de distracción metió la mano cerca del volante y giró la llave. El carro se detuvo con un movimiento brusco y seco, y gracias a que íbamos despacio, (porque los polis desviaban el tráfico), no nos golpeó el auto que venía detrás.
—¡Güey, estás loca! —Gritó Alejandro, con verdadero enojo, mientras ella abría la puerta y se bajaba—¡Cómo mierda vas a hacer eso!
—¡Que te aguante tu madre! —contestó Lorena, con un grito más burlón que dolido.
Todos nos quedamos callados, sorprendidos de lo rápido que Lorena le había ganado, y un segundo después, estallamos en carcajadas.
—Por mamón—Se rió Diego, cuando ella ya se encontraba en la calle, caminando como lo hacían cientos de personas en la misma dirección —¿Qué creíste? ¿Qué no se iba a defender?
Alejandro apretó el volante con fuerza, volvió a encender el carro y cuando se emparejó con Lorena le gritó desde la ventanilla.
—¡Súbete!
Pero ella seguía caminando todo digna y hermosa con su traje de catrina. Atraía las miradas tanto de hombres como de mujeres.
—¡Que te subas al puto carro! —insistió.
Pero Alejandro igual podía desgañitarse gritándole y ella jamás se volvería a dedicarle una mísera mirada.
—También quiero bajarme —comentó Walter, al cabo de los minutos, mientras esperábamos nuestro turno para pasar por una calle, en la que se unían dos calleas más. —¿Puedes abrir la puerta?
En silencio lo seguros saltaron y Walter abandonó el vehículo.
—¿Alguien más? —Inquirió Alejandro.
—Es que a veces te portas como una mierda—comentó Ángela, al tiempo que tomaba el mismo camino que Walt y Lorena. —Sabes que te quiero pero no así.
—¿No los vas a seguir, Ingrid? —me preguntó, mientras me miraba por el retrovisor. —A ti te encanta hacer drama.
—Con ella no te metas —contestó Diego, antes de darme la oportunidad y me abrazó. —¿Ahora por qué estás enojado?
—No lo estoy—contestó, justo cuando el policía de tránsito nos indicaba que era nuestro turno de avanzar.
—¿Entonces? —inquirió Diego.
—No sé—contestó, pasándose la mano por el rostro —Yo ni siquiera quería venir.
—Te hubieses quedado en la escuela —contestó su hermano —, pudriéndote de aburrimiento. No es como si tuviéramos un chingo de dinero para ir a un lugar más interesante.
Eran las ocho y media de la noche cuando el tumulto de gente y de autos que se dirigían todos al mismo lugar dio lugar para avanzar y por fin detenernos en un espacio libre para bajar del carro. No tardamos en encontrar a nuestros amigos, ya que se habían quedado en la entrada para que pudiéramos verlos. Walt estaba conversando con Ángela entre el gentío, mientras que Lorena se tomaba fotografías con los niños y la gente que así lo quería.
Yo meneé la cabeza con una sonrisa al verla. Nadie era más alegre que ella, ni irradiaba tanta luz.
—¿Y ahora qué? —pregunté, cuando nos encontramos.
—Pues hay que divertirnos—dijo Ángela.
Nos encontrábamos afuera del panteón viejo, detrás de los altos y gruesos muros que nos separaban de esa exótica fiesta que estaba en su punto álgido del otro lado, y más que miedo, sentí otra cosa, esperanza.
Al atravesar el portón, el potente aroma de las flores inundó mi nariz, y el ruido de música de todo tipo mezclándose me desconcertó. Las risas, las voces, los juegos de sombras y colores que las cientos de veladoras proyectaban sobre el suelo, creaban una fiesta extraña, entre fantasmagórica y edénica, en donde no sólo los vivos disfrutaban sino también los muertos, a éstos, por un día, se les dejaba llegar a la tierra y reencontrase con sus familiares, que todo el año habían estado pensando en ellos, por eso, ese día no había sal ni llanto, había comida, música, alcohol, y amor, más que cualquier otra cosa, había amor.
Era un mundo de flores, colores y olores. La gente se arremolinaba entorno a la tumba de sus familiares mientras conversaban y reían. Los niños corrían entre los pasillos como verdaderos duendes, chillaban y reían, mientras sus padres los ignoraban. No había la más remota muestra de miedo, no esa noche.
Por un momento quise creer en todo eso, y el ambiente era tan fuerte que así fue, por una fracción de segundo, mis ganas, mi flaqueza, y mi dolor me hicieron pensar en que quizá, por alguna razón mi madre andaba por ahí. En ese panteón no estaba su cuerpo, ni en ningún otro, pero aun así, quizá los dioses antiguos aztecas la habían dejado volver, quizá no por ella, sino por mí, para mí, pero de inmediato recordé que no, que eso no era posible, lo que ella había hecho era imperdonable. Cualquier religión lo condenaría.
Guiada por Diego pasé entre las cruces y las tumbas, pero lo único que alcanzaba a procesar del recorrido era sólo un borrón extraño de amarillo y morado. Cuando por fin dejé de pensar en la gente que no merecía ni el cielo ni el infierno, me di cuenta de que estábamos de pie ante una tumba.
—¿De quién es? —Pregunté, al tiempo que intentaba leer en la inscripción, pero la oscuridad y el desgaste de las letras me lo impedían.
—Quién sabe—contestó Lorena, encogiéndose de hombros—la vamos a adoptar por hoy. Necesitamos una tumba y ésta está tan solita. Seguro nadie la visitará.
Los chicos comenzaron a reír, así que hice lo mismo, pero con cierta opresión en el pecho.
Nos sentamos alrededor y pusimos cara de quien va a ver a su familiar, como hacían todos los demás. Los chicos comenzaron a quitar la maleza que crecía alrededor de la tumba, que no era más que un cuadro de concreto con una hermosa cruz dorada en la cabeza. La familia no debía ser adinerada, eso se notaba por la simpleza del sepulcro. En el lugar, había toda clase de tumbas, a mi costado se encontraba todo un mausoleo familiar, casi del tamaño de la habitación que compartía con Lorena, del otro lado había una tumba forrada con lustrosos azulejos verdes, tenía una cruz de mármol y demás insignias religiosas. Se encontraba atiborrada de flores, tanto de las tradicionales amarillas como de las costosas rosas. Debía ser una persona muy querida en vida.
Encandilada me levanté y fui hasta ahí, tomé un ramo grande, todo lo que mis dos manos pudieron juntar y lo llevé a donde estaban los demás.
—¿Qué haces? —exclamó Diego, que se encontraba sentado en la orilla de la tumba.
—Ese tiene demasiadas, —comenté—él nuestro ninguna, no las va a necesitar.
Lorena se dobló de la risa, fue a abrazarme, y a tomar un poco de las flores robadas.
—Tienes razón. —dijo.
—Es de mala suerte robar flores del panteón—comentó Diego.
—Igual no creo que puedan hacerle nada—contestó Alejandro, que ya no lucía molesto.
Cuando terminamos de quitarle la maleza y basura a nuestro muerto, pusimos las flores en forma de cruz, y con satisfacción miramos nuestra obra maestra, en la que todos habíamos contribuido un poco. Lorena la encontró, yo robé las flores, los chicos quitaron la maleza, y Ángela ayudó a hacer la cruz.
Estábamos en eso, ya con platillos de comida en la mano, y latas de refresco, enfrascados en una charla sobre la vida y la muerte, y siendo tan jóvenes, esta última no existía en realidad, cuando de pronto una familia se acercó, hicimos caso omiso de ella, pero cuando se hizo demasiado evidente que buscaban nuestra tumba comenzamos a reír, primero poco, y luego las carcajadas se hicieron tan fuertes que éstos terminaron volviéndose hacia nosotros.
—Vienen para acá—comentó Walter, con el rostro enrojecido, desviando la mirada
—Cállate —contestó Ángela, propinándole un puntapié.
—Disculpa—dijo la señora adulta, de cabello café corto, que se acercó a nosotros. Se dirigió a Diego, que era el que parecía el mayor de todos —, creo que esa es nuestra.
—No, —contestó él, reprimiendo los labios —es un amigo nuestro.
—¿Estás seguro? —Preguntó —Creo que no.
Diego pasó la mirada de la mujer a mí y luego a los demás.
—Es nuestra —dijo Alejandro, con la seriedad de la que carecía Diego en su rostro—hasta lo limpiamos y todo. No lo haríamos si no fuera amigo nuestro.
La mujer se volvió a ver a las personas que la acompañaban, y estos le regresaron la misma mirada de confusión, observaron varias veces la tumba, ya con cierta duda en su mirada, y se habrían convencido de que se equivocaban de lugar, de no ser por Lorena, que apenas podía mantener una mirada firme, se le escapaban pequeños resoplos, que por más que Ángela le pateaba el pie, terminaron por convertirse en carcajadas.
Toda la familia se volvió a verla.
—¡Corran, corran! —Exclamó ésta entonces, al tiempo que se incorporó del suelo, con las manos levantó los holanes de la falta y como un saltamontes, con agilidad, de brinco en brinco esquivó las tumbas, las cruces y a las personas. —¡Vámonos!
Los demás nos miramos un momento y al segundo siguiente hicimos lo mismo, nos levantamos y la seguimos, corrimos tras de los volantes de la falda de Lorena que se mecían entre el viento frío de la noche y el efluvio de las flores. En grupo corrimos por ese onírico mundo de los muertos que sólo era posible ahí, ese día.
Corrimos por los pasillos, hasta quedarnos sin aire, entre risas nos abrimos paso entre las personas y los vendedores ambulantes, chocamos varias veces pero al fin nos encontramos fuera de los muros, en donde seguimos riendo, con la adrenalina y la juventud recorriéndonos el cuerpo.
—¡Estás loca! ¡Estás loca! —Exclamó llena de júbilo Ángela a Lorena—¡Cómo se te ocurre!
—¿Y que querías que hiciera? —contestó Lorena, apenas recuperando el aliento.
Luego se echaron a los brazos de la otra, se abrazaron con firmeza, se besaron el rostro, mientras todos los demás las veíamos. Comencé a aplaudir de pura alegría, para celebrar la vida, porque con ellos, así me sentía, viva, alegre. Diego me miró, se acercó a mí y me envolvió en sus brazos, nos abrazamos, nos besamos y trastabillamos como borrachos, luego cambiamos de brazos, Walter se estrelló en mi pecho, me sostuvo para no caer, me desordenó el cabello, me besó la frente, luego se apartó para ir con Lorena. Nos abrazamos en grupo mientras seguíamos riendo, sólo por el gusto de hacerlo. De alguna manera, terminé también en los brazos de Alejandro, que al darse cuenta me regresó el gesto de cariño, con rapidez me presionó contra él y luego se apartó para encontrarse con Lorena.
Él le extendió los brazos con cautela, como preguntándose si ella le respondería. Lore sonrió con picardía, se acercó a él y hundió el rostro en su pecho, giró la cabeza una y otra vez, restregándole el maquillaje blanco en la ropa. Alejandro gruñó, pero soltó una pequeña risa, y permitió que lo hiciera.
—Iba a pedirte disculpas —le dijo él, con una mueca, cuando ella se apartó. —Pero ahora ya no.
—Como si te las fuera a aceptar—contestó ella, riéndose frente a él, luego se puso de puntitas, presionó con fuerza su mejilla contra el costado del rostro de Alejandro, que le quedó lleno de maquillaje blanco. Alejandro se restregó la mejilla con la mano.
—Idiota —dijo, ahora riendo en serio.
El resto de la noche bailamos al son de la banda, a la luz de la luna y de las velas en el efluvio de las flores.
N/A
Gracias por leer <3
Me hubiese gustado publicar este capitulo el 2 de noviembre, como estaba previsto. De hecho lo tengo desde el año pasado pero las cosas no salieron bien y por eso lo tienen hasta ahora. Espero que les haya gustado o por lo menos distraído un poco.
Por cierto, este es uno de los últimos buenos días de mis chicos, luego la pasaran un poco mal.
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