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—Ya llegamos —informó Elisa a su madre tras cerrar la puerta tras de sí. La mujer se asomó desde la cocina y le sonrió levemente.

—Elisa. Qué bueno que volvieron pronto. Hola, Careli —saludó al ver a la amiga de su hija.

—Hola, señora. ¿Cómo está?

—Pues aquí, ya ves.

Se encogió de hombros sonriendo con los labios apretados y la chica asintió. Era obvio que seguía sintiéndose muy mal desde la partida de su esposo hacía ya casi diez meses atrás, pero era entendible.

—Iremos a mi habitación —avisó Elisa sintiéndose triste al ver la falsa sonrisa de su madre.

—Está bien. Les aviso cuando esté lista la comida.

Se dio la vuelta para seguir cocinando y Elisa suspiró enganchando su brazo junto con el de su amiga, quien le sonrió comprensiva. Estaba muy feliz de haberla recuperado, aunque las razones detrás de su reencuentro no hubieran sido las más buenas. Así como Elisa había perdido a su padre en aquel incendio, Careli había perdido a su tío y primo en el mismo incidente. Había regresado junto con su padre —su madre había muerto un año atrás por una enfermedad incurable— para el velorio y el entierro. Ellas se habían encontrado en un discurso dado por el gerente de aquella empresa en donde se disculpaba y daba su más sentido pésame a todos los familiares de los fallecidos.

A pesar de que Elisa había estado llorando la pérdida de su padre, al momento de ver a Careli mirándola a lo lejos, no pudo evitar romper en una sonrisa. Ella había sido su única y mejor amiga, y el que las hubieran alejado sin tener más opción la había entristecido muchísimo.

Ambas chicas entraron al cuarto de Elisa y se tumbaron sobre la cama mientras hablaban sobre lo que habían visto en el centro comercial. La situación en la ciudad, aunque no se había arreglado por completo, había mejorado mucho durante los últimos meses y ya eran capaces de ir y venir sin tanto miedo.

Careli se puso de pie con dirección al tocador y comenzó a hacer muecas una vez que estuvo frente al espejo.

—¿Y todavía puedes ver a tu ángel? —cuestionó de la nada. Se acercó al espejo para apreciar su reflejo mejor y no pudo ver cómo Elisa se tensaba.

—Dios, ¿te acuerdas de eso? —preguntó la castaña con una risa. Su amiga la imitó.

—¿Cómo iba a olvidarme? Te la pasabas hablando de él.

—¡Pero fue hace mucho! —siguió riendo Elisa, nerviosa.

Miró hacia la puerta de su habitación, donde Caliel estaba de pie con los brazos cruzados, mirándola y luciendo una sonrisa. Elisa le sacó la lengua disimuladamente y lo escuchó reír.

—Sí, pero son cosas que no se olvidan —replicó su amiga girando y encarándola. Enarcó ambas cejas cuando vio a Elisa tan inquieta y se acercó de nuevo al colchón—. Está aquí, ¿cierto? ¿Está escuchándonos? —exigió saber girando su rostro de un lado a otro, escaneando toda la habitación.

—No —se apresuró a negar. Se mordió el labio al ver lo rápido que se había dispuesto a mentir sin vacilar.

—Oh. —El rostro de Careli decayó al oír aquello, pero entonces volvió a sonreír y observó a su amiga entornando los párpados—. Y... ¿cómo es?

—¿Quién? —Elisa se hizo la desentendida.

—¡Tu ángel! ¿Es guapo? ¿Rubio de ojos verdes? —Subió y bajó ambas cejas haciendo a Elisa reír.

—No. No es rubio, ni tiene ojos verdes.

—Ah —murmuró la otra chica decepcionada.

—Tiene cabello corto, casi negro. Y sus ojos son violetas brillantes.

—¡Ojos violetas! —chilló Careli dando saltitos sobre la cama—. Ay, Dios. Ya me lo imagino —musitó soñadora.

Entonces, no supo por qué, a Elisa le entró un loco impulso por borrarle aquel brillo de los ojos a su amiga.

—Sí, pero es muuuuy aburrido —agregó poniendo los ojos en blanco. Caliel, quien se había acercado a ellas, frunció el ceño ofendido.

—Oye.

—Y ya es grande —continuó ignorando a su guardián—. O sea, el tiempo de los ángeles no se mide igual que el nuestro. Ellos viven millones de años y pueden seguir luciendo jóvenes, pero él ya parece viejito. —Arrugó la nariz con fingido disgusto y Caliel resopló indignado.

—No parezco mucho mayor que tú, Elisa. ¿Por qué mientes?

—Y no es por nada, pero deberían considerar poner un gimnasio en el cielo. —Hizo un movimiento con las manos frente a su vientre como si estuviera embarazada y Careli rio.

El ángel bajó la mirada hacia su torso fuerte y su abdomen plano y musculado. No veía gordura ahí, como Elisa había dicho, pero se palmeó de igual manera, como si con ese gesto pudiera deshacerse de michelines invisibles.

—Ay, qué tristeza, amiga. Pero por otro lado creo que es bueno —admitió Careli—. Porque, ¿te imaginas que fuera joven guapo y divertido? ¿Te imaginas el desastre que sería enamorarte de tu ángel guardián? ¿El sufrimiento? Porque me imagino que no podrían estar nunca juntos. Al fin y al cabo somos dos tipos distintos de criaturas. —Chasqueó la lengua y negó con pesar. Elisa solo atinó a pasar saliva con dificultad.

—Sí, eso sería... horrible.

Careli palmeó el muslo de Elisa y la miró directamente a los ojos.

—Lo bueno que tú no corres ese riesgo, ¿cierto?

—Cierto —mintió Elisa.

Después de eso ambas adolescentes fueron llamadas por Ana para que fueran a comer y Caliel salió tras de ellas, pensando en lo que acababa de escuchar y la manera en que el semblante de su protegida contradecía sus palabras.

***

Una vez que Careli se marchó y la madre de Elisa fue a tomar una siesta, ella y su ángel quedaron solos, como era normal. Elisa estaba nerviosa por todo lo que le había dicho a su amiga acerca de Caliel, pero también porque él la había oído.

Su guardián la conocía a la perfección. Sabía que ella no era una chica a la que le gustara mentir, y que cuando lo hacía era porque —según ella— había razones válidas. Y seguramente él querría conocer aquellos motivos...

Se apresuró a llegar a su habitación y fingió bostezar antes de tumbarse boca abajo sobre la cama.

—Elisa...

—¿Hmm?

—¿Por qué le mentiste a tu amiga sobre mí? —inquirió Caliel, no con molestia o reproche, sino curioso.

—No sé de qué hablas. —Elisa sintió la presencia de Caliel a su lado y giró al rostro al tiempo que abría un ojo solo un poco. Él estaba ahí mirándola confundido.

—Dijiste que era aburrido.

—Y a veces lo eres —musitó, arrepintiéndose de inmediato al ver la mueca que Caliel hacía.

—Ya veo... —Miró hacia el colchón y Elisa hizo amago de hablar, sin embargo él lo hizo antes que ella—. ¿Y también... parezco... mayor? —pidió saber en un susurro.

Su protegida se incorporó sobre un codo sacudiendo la cabeza.

—No, Caliel. No pareces... mayor. Solo un poco —aclaró. El ángel asintió despacio.

—¿También soy... robusto?

Elisa miró sus hombros anchos, su pecho sólido y fuerte y sus brazos musculados. «», pensó. Era robusto, pero no en una mala manera.

—No eres gordo si eso es lo que quieres saber —explicó con un deje de diversión.

Caliel sacudió la cabeza luciendo una sonrisa diminuta, pero Elisa no se conformó con aquello. Él lucía triste y, aunque sabía que los ángeles no mostraban sentimientos negativos, a ella le dolía ser la razón de su perturbación.

—Lo siento —dijo la chica de repente. Aquello captó la atención de ángel, quien elevó la mirada para verla sonriendo de medio lado—. No pensé que fuera a molestarte, no te consideraba vanidoso —finalizó agachando la mirada.

Caliel sintió que se tensaba y una cierta molestia le heló las venas.

—No me molestan tus palabras por ser vanidoso, Elisa. Sino porque son mentiras y ya sabes lo que opino de ellas —zanjó serio.

Se alejó hacia la ventana sin dirigirle otra mirada a su protegida y cruzó los brazos sobre su pecho. Se hallaba decepcionado. Se sentía herido, avergonzado... Le molestaba más que nada que cierta parte de sus palabras no era del todo verdad.

Caliel no era vanidoso, nunca lo había sido, sin embargo le molestaba la sola idea de que a Elisa no le agradara lo que veía en él... y no sabía bien por qué.

La hora de dormir llegó y Caliel aprovechó el momento en que Elisa cayó en la inconsciencia para tratar de aclararse un poco. Comenzaba a suponer que el tener un trato tan directo con un humano —con Elisa para el caso— estaba afectándolo. No conocía de ningún otro ángel guardián que hubiera tenido contacto directo con su protegido y era por ello que no sabía cómo proceder. Lo único que sabía era que debía tener cuidado. Empezaba a adoptar ciertos gestos humanos y también se daba cuenta de que las emociones que no eran propiamente angelicales cobraban cada vez más protagonismo en su día a día.

Justo en eso seguía pensando cuando sintió «el llamado» y acudió a él, como siempre hacía cuando era solicitado y Elisa ya descansaba. Se puso en contacto con un arcángel, quien le dijo el motivo de su citación y, cuando volvió en sí, no pudo hacer más que ver la paz que su protegida irradiaba.

Acababan de comunicarle que, desde lo más alto de la jerarquía celestial, habían decretado que los ángeles guardianes deberían dejar de influir en sus protegidos. La humanidad iba a ser puesta a prueba y tendrían que empezar a regirse por sus valores. Los ángeles ya no podrían ayudarles dándoles ese pequeño empujoncito por el buen camino, ahora todo dependería de ellos. Tampoco podrían darles ese aviso conocido como presentimiento ni mucho menos interferir en cualquier suceso que amenazara la integridad física del humano. Ahora los guardianes solo serían criaturas acompañantes, pero sin ningún poder ni influencia sobre sus protegidos.

Caliel no sabía cómo debía sentirse ante aquello. Era consciente de que Elisa era una chica con grandes y sólidos valores morales, sin embargo seguía temiendo por ella. No quería que estuviera en peligro y menos cuando él tenía el poder de cuidarla. Le había prometido que mientras él estuviera a su lado ella no tendría por qué preocuparse. Le había dicho que siempre velaría por su bien, que jamás la dejaría caer en la tentación... y estaba dispuesto a cumplir aquella promesa sin importar qué.

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