Capitulo 4: Al fin en el fin.
Kevin
Habíamos llegado, nuestro hermoso destino estaba frente a nuestros ojos, fuimos a una posada, donde pedimos un cuarto por toda una semana, salimos con rapidez y nos dirigimos a caminar, donde nos perdimos unas horas antes de sentir nuevamente el hambre, nos sentamos en la costa, en lo que sacábamos nuestros almuerzos, que habíamos comprado millas antes.
Entre bromas y risas estúpidas pasamos las horas con rapidez, con ratos largos en los que ninguno decía absolutamente nada, solo mirábamos el mar. Eramos el mar.
Jamás necesitamos más que la compañía del otro, ni siquiera necesitábamos tocarnos, con solo saber que el otro estaba ahí, nos sentíamos completos.
Siempre fue así, aunque en aquellos momentos sentía la necesidad inhumana de abrazarlo, de tenerlo el calor ajeno golpeando en su cuerpo y sentir su aliento en mi oreja, no quiero arruinar esta amistad, era demasiado perfecta.
—Kevin toma mi mano.
Ya era tan tarde, nos habíamos metido en lugares que no debíamos y vimos a lo lejos las linternas de lo que parecían ser los dueños del lugar, drogados del éxtasis y el morbo de ser descubiertos, corrimos como locos, saltando vallas, rejas y divisiones extrañas, eramos todos unos deportistas a la hora de escapar. No se habían dado cuenta que desde hace demasiado tiempo ya los habían dejado en paz, quizás solo corrían por sentir el viento salado en sus caras, quizás sólo por sentir el calor contrastante de la mano ajena, la cual en ese punto aún no habían soltado.
—Creo que deberíamos parar.
Dijo Daniel con el corazón en un puño, ya habían corrido demasiado y estaban completamente cansados, caminaron un poco, con ganas de tirarse al pasto y morir un rato, se sentaron en unas rocas y rieron con mas ganas de las que pensaron que tenían.
—Ya estamos aquí.
—Lo sé. ¿Pensabas que llegaríamos tan lejos?
Sonrieron con premura, daba igual todo lo que ellos pensasen, daba igual toda la mierda que dijesen de ellos y de lo que ellos mismos decían en sus mentes. ¡A quien le importaba lo que eran! ¿A quien le importaba a cuanto pudieran llegar en su relación? Habían cumplido el sueño, habían viajado, habían reído, se habían acompañado.
No necesitaban tener una relación para poder estar con el otro, jamás necesitaron tener contacto o un nombre para que su relación sea verdadera. Ellos podían hacerlo lento, podían descansar. Podían soñar...
¿Fin? Jamás.
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