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Capitulo 3: Santiago

El calor era sofocante más a ellos les gustaba, daba igual cuantos grados hiciesen si pasaban sus momentos uno con el otro, el calor quedaba en otro plano cuando se ponían a tontear.
Aún así compraron aguas heladas, estaban muy buenas y eso les emocionaba aún más, todo les era tan divertido, tan nuevo y tan especial ¡Ya estaban a mitad de camino! ¡Joder! Al parecer la escritora se estaba apurando mucho con todo. Aunque ¿Qué más da? Al final la experiencia de viajar juntos era lo que importaba...

Luego de un rato de pasear por el centro de la ciudad, caminaron con tranquilidad al terminal de buses, donde compraron pasajes a Puerto Montt, su siguiente objetivo. Esperaron, hasta que fue la hora de embarcar. Estaban cansados, había sido un día muy largo.

-¿Qué haces?- Murmura al sentir como Daniel le ponía una manta encima. -Ni creas que dejaré que te sientes aquí solo porque te haces el lindo conmigo.- Porque sí, tuvieron una pelea algo legendaria para ver quien se sentaba en la ventana. Al final Kevin ganó ¿Cómo hizo para ganarle? Eso nadie lo sabe... Bueno, solo los pasajeros que vieron eso.

-No seai aweonao si quisiera ya te habría sacao de ahí.- Responde con burla, a sabiendas que el otro escucharía la mitad puesto que se había quedado dormido.

Suspira. Ve como los labios del otro quedan entreabiertos; ronca, no muy fuerte, son como suspiros ahogados más que nada. Rie por la expresión estupida de su amigo y se acomoda también a dormir un poco, en pocas horas llegarían a la ciudad, debían aprovechar cada instante para disfrutar el sueño. Esperaban llegar allá de día y poder pasar a comer algo, no es que comieran realmente mucho, pero con lo cerca que estaban de su objetivo, era algo muy importante. Deseaban llegar pronto a su destino.

Kevin suspiró con fuerza mientras se removía en el asiento, había logrado quedarse dormido con una facilidad que Daniel envidiaba, sólo él podía quedarse dormido con esa facilidad y le molestaba aveces por ello, aunque lo que más deseaba era poder acercarse más a él, oler su cabello o acariciar sus manos, un simple abrazo o un beso en la mejilla era suficiente para él, pero eran hombres. Esas cosas sólo pasaban un par de veces en la vida. No cuando el quería.

Porque nada se le daba cuando quería, el simplemente tenía que ver a su mejor amigo andar con minas por un par de meses y dejarlas porque eran aburridas, acompañarlo a cada carrete y meterse con cada mujer que se cruzaba sólo para al día siguiente verlo a él en un estado de borrachera absoluta. Lo amaba, maldición.

No quería que le pasara nada malo. Ese siempre había sido su deseo, deseaba estar con él, poder compartir más que un viaje con él, quería cumplir los sueños del otro, deseaba poder escapar del tormento de las ciudades con el e inmersarce en un viaje infinito, donde pudieran conocer las maravillas de la vida, juntos. 
Deseaba poder conocer las maravillas del mundo junto a Kevin, recorrer estados, ciudades, pueblos y valles, quería recorrer con sus manos las caderas ajenas, viajar con su lengua por el suave cuello ajeno y sentir las delicias de la piel canela de su mejor amigo. 
No sólo quería acompañarlo, quería ser uno con él. 

Cuando menos se lo esperó, habían llegado a Puerto Montt. Kevin le movía el hombro con brusquedad, al parecer se había quedado dormido mirándolo, cuando bajaron y se llevaron sus bolsos, caminaron con calma a comer algo, tenían demasiada hambre. No se dirigieron palabras hasta que terminaron de comer, donde hablaron un poco de la gente que los rodeaban y lo diferente que eran allí que en santiago o antofagasta. Luego de eso caminaron por un largo rato hasta llegar a los transbordadores, donde pagaron y se subieron con rapidez. 

Estaban por llegar. 

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