¿Dulce infancia?
- ¡Sehun! - el grito de su madre lo asustó y su instinto, como primera medida, lo hizo cubrirse para no quedar expuesto, pero ya era demasiado tarde. Su progenitora sacudió las mantas y lo levantó bruscamente. - ¡¿Qué estabas haciendo?! ¡Eso es asqueroso! No lo vuelvas a hacer. Mirame cuando te hablo Sehun... - el ardor en su mejilla lo hizo lagrimear. No entendía aún que había hecho mal... solo estaba conociéndose, según había escuchado no era algo malo. Al verlo llorar y esconder su rostro entre sus manos, su madre pareció calmarse. La mujer se arrodilló frente a él y lo cubrió lo mejor que pudo. - Esto no está bien Hunie... Mamá te dirá algo y escuchame... Los niños buenos no hacen esas cosas. ¿Hunie es un niño bueno? - el pequeño de seis, casi siete, asintió, trató de secar sus lágrimas y dirigió su mirada hacia la mujer de delicadas facciones. - Sí, eres un niño muy bueno. ¿Jamás volverás a hacerlo? - asintió - ¿siempre vas a ser mi bebé? - asintió - ¡Muy bien! Ese es mi pequeño.
Desde ese día no volvió a intentarlo. Su madre no confiaba en nadie desde que su padre los abandonó y por esa misma razón Sehun no asistía a ninguna escuela. Recibía clases en su casa y los profesores eran siempre vigilados por la jefa del hogar. Todo era regulado: quiénes enseñaban; qué se enseñaba; las cosas a las que tenía acceso como libros, celular, computadora; no tenía amigos, solo una hermana mayor que había escapado y gracias a eso su madre había reforzado su sistema de vigilancia; no podía salir de compras o pasear y mucho menos tener un trabajo.
La mayor parte del tiempo estaba en su habitación, completamente solo. Una sola vez pudo ver el exterior y fue cuando, accidentalmente, se cortó con un cuchillo y tuvo que ser atendido en un hospital. Disfrutó como nunca los diez minutos que paseó por el jardín acompañado por una enfermera mientras el doctor hablaba con su tutora.
Estar tanto tiempo encerrado lo volvió tímido, según muchos una cualidad adorable, pero eso se tornó terrible al entrar a la adolescencia. A sus quince años, la falta de contacto con otros acentuó su timidez y su rostro, perfecto, carecía de toda emoción. Los cambios hormonales en su cuerpo atraían la atención de otros y eso su madre no lo pasó por alto.
- ¡Que hermoso eres! - le dijo un muchacho que esperaba, junto con él, ser atendido por el doctor. - ¿Cómo te llamas? - Sehun lo miró y respondió sin darle la importancia necesaria.
- Oh Sehun... - desde el otro extremo vio como su tutora pasaba de los demás y se sentaba justo entre ellos. Él chico la miró con mala cara.
- El doctor no podrá atendernos. - dijo- Debemos irnos. - su hijo se levantó y, al pasar, sintió como alguien acariciaba su mano.
- Adiós precioso Sehun. - sus mejillas se encendieron y no comprendió por qué. Siguió los pasos de su madre y en el auto no podía sacarse de encima esa sensación tan extraña.
-Creo que será mejor que el médico te atienda en casa. - y así lo hizo. Sus madre tenía una buena posición y podía costear ese tipo de cosas.
Dos años habían pasado desde entonces. La mujer se veía inquieta y molesta y Sehun sabía perfectamente por qué era. Su tío, un hombre mayor, había sido detenido por conducir borracho. En esa relación no había una gota de cariño fraternal. Lo único que los unía o los obligaba a ayudarse era la vergüenza, estar en boca de todos. La vio tomar dinero de una caja fuerte y colocarlo en su bolso.
- Sehun, cariño, debemos salir un momento. Iremos a visitar a tu tío. - El menor no lo odiaba, ese nombre había intervenido hasta el cansancio para que él pudiera salir y sus logros, aunque pobres, eran muy agradecidos por el joven.
Los árboles y plantas que crecían en los descampados que rodeaban a la cárcel estaban casi tan sucios como esta. El edificio antiguo y mal cuidado se erguía sobre una base de mármol gastado y roto. Su madre y él no pertenecían claramente a ese lugar.
Un oficial comenzó a guiarlos hasta la celda de su tío, pero un sonido llamó la atención de Sehun. Se separó del par y siguió el ruido a través de los gastados corredores hasta que una moneda chocó contra sus zapatillas negras. Sus ojos la observaron durante un momento y luego siguieron el posible recorrido que esta hizo para llegar a él.
Una reja se dejaba ver al final del pasillo. El joven miró hacia todas partes para ver si alguien o su madre se acercaba. Algunos dicen que el miedo surge de lo desconocido, pero a Sehun no le ocurría lo mismo. La curiosidad lo estaba carcomiendo. Volvió a observar a su alrededor y caminó los pocos metros que lo separaban de ese descubrimiento.
Estaba abierta... y una nueva moneda salió girando desde allí. No sabía cómo tomar eso. Sin embargo, agarró uno de los hierros, que debía ser el picaporte, y atravesó la puerta rápidamente.
El lugar se veía oscuro, al fondo, el pasillo doblaba hacia la izquierda. Se adentró lentamente en las sombras y, segundos después, sintió una última moneda ser arrojada y como él era arrastrado de su cintura.
- ¿Cómo has estado precioso Sehun? ¿Qué trajo a una belleza como tú a este basurero? - el joven no podía ver su rostro, pero la voz le era familiar. - Igual, eso no importa. ¿No te parece increíble vernos otra vez? ¿Qué tal si nos conocemos un poco a fondo? - su voz era gruesa y rasposa. La humedad y el calor del lugar lo estaban haciendo sudar. El cuerpo de ese hombre encerraba el suyo contra una pared.
A los pocos minutos, ya no tenía conciencia de nada... su boca era explorada por la lengua del extraño sin ningún inconveniente. Los botones de su camisa habían sido desprendidos, sus pezones excitados y su cuello besado y mordido a gusto.
Con un movimiento fue puesto de espaldas y sus pantalones fueron bajados. Algo húmedo se escurrió entre sus nalgas (que fueron abiertas y apretadas) y sacudió sus entrañas causando solo pequeñas molestias.
- Ya estás listo para mí, precioso. Vas a disfrutar mucho de esto. - Un tronco caliente se masturbaba entre sus nalgas, hasta que la punta amenazó su entrada. Una de las manos sujetó su cadera y la otra separó una de sus nalgas, su mente y cuerpo se creían preparados para lo que vendría... Pero en un instante, el calor externo abandonó su cuerpo y, luego, los gritos de su madre y el forcejeo de ese alguien con el oficial y su tío llegaron hasta él antes de que cayera en la inconsciencia.
Más tarde, el despertar en su casa, las ventanas tapiadas y la puerta de su cuarto con llave le recordaron cuál era su realidad.
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