Capítulo 29: "Escalera al infierno"
El llamado a Seitán había traído consigo la desgracia para Abel, sin embargo, Alan no dejó que la nueva apariencia de la muchacha lo abrumara como a su amigo, y prosiguió con los planes, pues, si ella había contestado de esa manera anteriormente, no servía de nada preguntarle sobre su estado, además, hasta ahora no había hecho más que evitar sus preguntas.
—Lamento molestarte —le dijo Alan—. Pero necesitamos de tu ayuda, ya que Yamil al volver de su misión empezó a actuar de una forma extraña. Él intentó matar a Abel, y apenas pudimos detenerlo —le informó el morocho.
—Probablemente perdió el juicio de forma temporal, así que no se preocupen, ya me encargué de eso —ante las palabras de la muchacha, el rubio pareció recuperarse un poco y levantó la cabeza sólo para intercambiar miradas con su compañero.
—¿A qué te refieres? —le preguntó.
—Mírenlo por ustedes mismos —estiró uno de sus brazos con su palma extendida señalando de esa manera detrás de ellos, lo cual hizo que se giraran rápidamente por el temor de ser atacados una vez más.
—Hola —se le escuchó decir con un tono apagado a Yamil, quien ahora entraba a la sala para ponerse entre medio de ellos. La corta distancia permitió que lo pudieran analizar más detenidamente, y al ver sus ojos, se dieron cuenta de que éstos tenían un aspecto decaído como los de la extraterrestre, con la diferencia de que los suyos eran más vivaces.
—¿A esto te refieres con que está mejor? ¡Se parece a un zombi! —la falta de brillo en los ojos del chico, hizo que Abel en lugar de experimentar la misma lastima y angustia que había sentido por Seitán, se vieran remplazadas con enojo y malestar.
—¿Realmente tiene alguna relevancia eso?, por lo menos ahora no los atacará —les aseguró. Ese último comentario hizo que ambos fruncieran más el ceño, aunque antes de que Abel sufriera algún tipo de cambio emocional por la falta de respeto de Seitán, Alan tomó a éste del hombro y habló por él.
—Sea como sea, ya tenemos que ir a otro lugar, ¿no? —la mujer que estaba del otro lado de la pantalla sonrió gustosa, pues parecía que el hecho de que le hubiera consultado aquello, le producía una satisfacción poco convencional.
—Así es, el siguiente lugar que tendrán que visitar es Norteamérica, más precisamente, Hawaii. Como ya deben saber, pronto terminarán su misión, y podrán regresar a sus vidas normales, todo eso, siempre y cuando sobrevivan a las misiones. Sin más que decirles, les deseo nuevamente suerte en este proceso, el cual los llevará de regreso a sus vidas anteriores. —la transmisión finalizó dejando a los tres solos.
—Pero, ¿qué le pasa? ¿No se da cuenta de lo que dijo? —recalcó Abel ya corto de paciencia.
—Bueno, al parecer no. Aun así, debemos irnos —ambos observaron a su compañero, que en lugar de mostrarse molesto como de costumbre, simplemente se quedaba callado, remarcando así su inexistencia.
Dejando un poco de lado ese reciente acontecimiento, al igual que la falta de emociones por parte de Yamil, los tres se dirigieron ahora al teletransportador, y por sexta vez, con la esperanza de evitar nuevas muertes, se trasladaron al siguiente continente. En esta ocasión, fueron dejados caer en el aire, y el nada suave aterrizaje, les hizo despertar enseguida entre dolores.
—Esto me hace pensar que la próxima vez caeremos de tal forma, que nos romperán todos los huesos antes de que despertemos —se quejó Alan en lo que se sentaba en el suelo unos segundos mientras trataba de asimilar el golpe.
—En verdad creo que debe de tenernos mucho odio —afirmó Abel envuelto en un sentimiento de tristeza en lo que se refería a la albina. En los últimos segundos había pasado por una montaña rusa de sensaciones, y eso le fatigaba, no obstante, estaba el morocho, quien se encargaba de agitarlo para hacer que se olvidara de aquellos inquietantes sentimientos.
—Tranquilo Abel, resolveremos esto, así que no te preocupes —le dio unas palmadas en el pecho y se puso de pie al igual que Yamil.
—Espero que tengas razón —le respondió con una suave y más relajada sonrisa, la cual, luego fue devuelta por el contrario.
—Hay que irnos hacia allá —les anunció de repente Yamil con su reloj, quien luego señaló unas escaleras y se adelantó a ellos. Las escalinatas parecían subir por una montaña, la cual hacía que los chicos elevaran sospechas contra él, más especialmente, porque el dichoso paisaje era aterrador; aquel lugar lo envolvía una niebla con algunos charcos llenos de veneno.
—¿En verdad deberíamos seguirlo? —mencionó Alan en voz baja a Abel.
—Déjame ver... —también usó el objeto en su muñeca, el cual de igual forma apuntaba el mismo sendero— sí, hay que ir por ahí —se le escuchó decir con desgane, pues tenía el leve presentimiento de que esto no iba a acabar tan bien, pero, aun así, decidieron ir detrás de Yamil.
—¿Cuánto hay que caminar? —preguntó Abel en lo que se encontraba en medio de ambos; los tres debieron formar una fila india para ir subiendo, aunque lo bueno, es que tenían a los lados de las escaleras, unas barras de metal poco convencionales que, a pesar de todo, parecían firmes a la hora de sujetarse; de ahí se sostenían porque había ciertos tramos muy empinados.
—No lo sé, pero tenemos que seguir adelante —era como estar siguiendo a un robot, pues las facciones y respuestas del pelirrojo, dejaban mucho que desear.
—Oye, Abel —le chistó Alan desde atrás—. Creo que algo no anda bien —le susurró.
—A mí tampoco me está cuadrando esta situación —el rubio estaba evidentemente nervioso, puesto que se encontraban muy lejos del punto del que habían partido, y un movimiento en falso desde la altura en la que estaban podría hacer que les costara la vida.
—¿Crees que nos esté llevando a una trampa?
—No lo sé... pero podría ser —de repente, Yamil se detuvo y se escuchó un sonido metálico, el cual hizo extrañar a Abel.
—¡Cuidado! —gritó Alan, quien rodeó el cuello de su amigo con su brazo, y lo hizo inclinarse hacia atrás, evitando de esa manera que el cuchillo que había creado Yamil a escondidas desgarrara su garganta—. ¡No te descuides Abel!
—Pero, ¡qué diablos! —exclamó el rubio estando ahora contra el pecho del otro.
—¿Enloqueciste acaso? —le reclamó Alan a su otro compañero.
—Son órdenes de Seitán —respondió el otro en lo que volvía a elevar el cuchillo a la altura de su cabeza. Las palabras pronunciadas recientemente por el chico, no habían causado un efecto importante en el dueño de los ojos esmeralda, más que nada porque él estaba prestando más atención a quien lo protegía.
—¡Diablos!
—¡No es momento de dudar Abel!
—¡Ya lo sé! —el pelinegro al ver aquel movimiento contra su amigo, tomó la iniciativa de abrazarlo, y se giró rápidamente cubriéndolo del feroz ataque, el cual recibió por él. El que tenía los ojos en un tono esmeralda no tardó en ver cómo la sangre llegaba a salpicar un poco su rostro, aunque entre la suerte y la desgracia, se dio cuenta de que el arma atravesaba el hombro de su compañero. Afortunadamente no había decidido estocarlo en un lugar más vital, sin embargo, esa herida le arrancó a su vez un terrible grito que provenía de lo profundo de su pecho.
—¡Alan! —la desesperación empezó a invadir el cuerpo de nuestro protagonista, por lo que intentó soltarse del agarre ajeno para así ayudarlo, aunque no tuvo que luchar mucho, ya que él mismo lo soltó, y con una gran valentía, el pelinegro se giró hacia su atacante.
—No creas que te la dejaré así de fácil —le aseguró Alan—. ¡Abel quédate detrás de mí! —le ordenó en lo que estiraba su brazo frente a él para que no se le adelantara.
—¿Qué estás diciendo? ¡Acaso vas a arriesgar tu vida de nuevo como un idiota! —fue severo, pero era porque le preocupaba.
—¡Confía en mí! —le dijo y fue entonces cuando accionó su reloj, sin embargo, tendría que esperar un tiempo, pues la idea que tenía, no se realizaría sino hasta pasados unos minutos por algún motivo, es por eso, y para ganar éstos, hizo que Abel retrocediera con él en lo que se defendía: ponía sus brazos delante de él formando una cruz, y esquivaba los arrebatos de ira de su contrincante a duras penas, además, como era de saber, ese chico no estaba hecho para la lucha, aun así se cubría como podía.
—¡Maldita sea! —gritó nuevamente, pues sus brazos ahora estaban llenos de sangre y con toda clase de cortadas, e incluso, llegó todo a un punto en la situación donde él tuvo que arrodillarse y bajar la guardia, pues sus energías estaban mermando, además, aunque su cuerpo trataba de no rendirse, no llegaba a evitar la fatiga, por lo que no logró esquivar el hecho de que se servía en bandeja de plata ante ese criminal.
—¡Detenté! ¡Él no te ha hecho nada Yamil! —la pequeña intervención del rubio sirvió para que Alan pudiera sacar el arma oculta en su reloj, la cual finalmente se había creado. Al retirar el arma del aparato, dejó ver una katana, que a su vez y con gran habilidad, rebanó la hoja del cuchillo con la que cargaba el mellizo de Misa, a lo que acto seguido cayó al terrible precipicio que los rodeaba.
—Ahora... —tomando nuevamente algo de aire, el pelinegro se puso de pie dejando boquiabierto a su amigo— vamos a ver quién será el siguiente en caer —agitó su espada y lo señaló con ésta obteniendo una sonrisa de parte de su rival.
—Bien, tú lo pediste —su contrincante apretó su reloj, y allí fue cuando una especie de extraño liquido reparó su arma, dándole después un bonus, es decir, hizo evolucionar el cuchillo a una Katana como la de Alan—. ¡Te mataré con tu propia arma! —le aseguró.
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