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Capítulo 16: "Ojos vendados"

Todos nosotros tenemos secretos que queremos que permanezcan en las más profundas sombras, y eso la incluía a ella, a Seitán.

Con sus penetrantes ojos azules, miró a cada convocado después de haberles dedicado esas descaradas palabras que probablemente no convencerían a cualquiera, o más bien, a nadie. Muy a pesar del resto, Abel, era el único que aún parecía seguirle el juego a ese ser, pero claro, lo hacía de manera cuidadosa, después de todo, no sabía cuándo podría la albina volverse contra ellos, o quizás, serles de ayuda nuevamente. En conclusión, cualquiera fuera la situación que se produjera, él tendría que estar preparado para ello.

—¿Puedes acaso explicarnos qué es lo que sabes? Digo, sería lo ideal, además, siempre parece que estás un paso por delante de nosotros —se atrevió a decir Alan.

—Te has vuelto muy valiente, Alan, aunque no es de extrañar. Creo que la compañía de Abel ha hecho que tu valor como persona sea aún más alto —había pasado por encima de la pregunta del muchacho (por ahora), y luego de decir esto, liberó una ligera risa—. No te preocupes, ahora mismo lo explicaré —dejó salir algo aire de sus pulmones y empezó inmediatamente a aclarar las cosas—. Lo que sé, mi querido Alan, es sobre lo que han visto Yamil y Talía. Puedo explicarles que esas criaturas no les harán daño, pues están bajo mi control. Ellas tienen gran influencia en los relojes, y ayudan a cubrir todas sus funciones, también hacen de ojos tanto para ustedes como para mí.

—En pocas palabras, ¿estás usando seres aterradores para vigilarnos? —preguntó Yamil algo alarmado; sin dudas esto tendrían que hablarlo con los demás. La situación parecía más grave de lo que él mismo imaginaba, ya que la nave se estaba convirtiendo en una cárcel enorme con un millón de guardias invisibles, y que cuyos presos que eran sus amigos, estaban desprovistos de toda posibilidad de escape.

—Por favor, no los llames de ese modo, no son tan malos como su apariencia lo sugiere. Además, deberían estar agradecidos, si no fuera por ellos, las funciones de los relojes no serían todo un éxito —aclaró la chica de otro planeta.

—Aunque digas eso, nosotros que somos simples humanos, no estamos acostumbrados aún a este tipo de cosas —defendió Alan la postura de Yamil, quien luego le agradeció al echarle una mirada a su compinche.

—En realidad, no son tan humanos como ustedes mismos lo imaginan. ¿Acaso un humano tendría la capacidad para enfrentarse a seres que tienen otras características sobrenaturales y superiores a éste? —preguntó, y la sala quedó sepultada en un amargo silencio. ¿Ahora venía con la idea de que eran también seres extraterrestres o algo por el estilo? De todas formas, el sosiego se desvaneció en cuanto Abel habló.

—No entiendo porque dudas de que seamos humanos, pero sé que las personas pueden cambiar y adquirir lo que les falta a base de perseverancia —aseguró el rubio a todo pulmón, pues sus pensamientos rayaban en la luz, y no en la oscuridad, después de todo, una de las más fervientes características de Abel, era poder brindarles el valor suficiente a sus compañeros para poder realizar milagros, y es por eso que creían tanto en él, por la forma en que confrontaba los problemas y lograba salir airoso de ellos.

—Tienes un gran espíritu, Abel, y con ello has logrado hacer que tus compañeros sigan con vida aun con tantas tempestades asechándolos. Pero cuidado: aún los problemas no terminan, faltan conquistar más continentes, y esta aventura (por ahora) no está próxima a finalizar —advirtió la ajena a ellos.

—Eso es verdad —llegó a murmurar el pelinegro para él mismo.

—No sé cómo es que terminamos hablando de algo que no tiene nada que ver con el caso, sin embargo, eso no responde del todo a lo que nosotros te preguntamos —le hizo saber la pelirroja a la extraterrestre.

—Querían saber sobre aquellos seres, pues ya se los dije, no tienen que preocuparse por ellos, además, sólo son visibles durante la noche —informó.

Quizás era el ambiente el que influenciaba a la masa, no obstante, en realidad era más que eso. El momento que vivían, sumado a la existencia de ellos, les daba a entender que corrían peligro. Ese simple dato hacía que la sangre de Misa se encendiera, y que ésta buscara la manera de hacer que ese aparato se apagara, e hizo el ademan de querer tomar algo y tirarlo, aunque antes de terminar su accionar, fue detenida por uno del grupo, y el responsable de eso fue Alan.

—No puedes precipitarte así Misa —advirtió el pelinegro, quien la había tomado de su muñeca para evitar que ella lanzara dicho objeto.

—Pero esta mujer —refunfuñó entre dientes.

—Ya lo sé, pero ya sabes cómo es la situación —el muchacho cerró los ojos algo cansado de la misma historia, e inesperadamente, Misa hizo caso de su advertencia, y, para terminar, la soltó.

—Veo que no has cambiado en nada desde que nos conocimos, Misa —aclaró la albina.

Ese día parecía que Seitán estaba analizando todas las actitudes de los que estaban presentes, lo cual inquietaba al grupo, en especial a Abel, ya que éste, a pesar de que confiaba en Seitán, no podía evitar tener esas dudas que estaban muy ocultas entre penumbras, las cuales el resto del grupo había implantado en él, y que, al mismo tiempo, ignoraba para luego poder seguir con su ideal, dándole así el gusto a ambos bandos. Lo que él hacía no podría llamarse traición, más bien, no sabía qué hacer al estar entre la espada y la pared, aunque lo evidente era que sus allegados tenían más peso sobre él que la joven que apenas había conocido y, que con la cual, sólo habían intercambiado indicaciones.

—Tú tampoco has cambiado nada. ¿Cuál es tu objetivo al analizarnos a todos? —preguntó la pelirroja, pues el que tuviera que ver con aquella actividad, la hacía sentir sobrecogida, y ya era por demás.

—No hay ningún objetivo oculto, sólo estoy evaluando su rendimiento —aseguró ella, aunque esa respuesta, sólo aumentaba la rivalidad que había entre ambas. Sin embargo, aun así, Misa se abstuvo de responder—. Bien, sé que no han descansado desde que esto ha empezado a ocurrir, pero ya han avanzado bastante en su travesía, y creo que una leve pausa de algunos días les vendrá de maravilla a todos, por lo menos, hasta que volvamos a comunicarnos —probablemente era lo necesario para calmar un tanto las sospechas, y el ambiente en sí. Aunque también era seguro que no sirviera de nada. De todas formas, Seitán les estaba dando la oportunidad de refrescarse un poco, pues más adelante, las cosas volverían a desmoronarse.

—¿En verdad nos darás una chance para descansar? —preguntó Yamil, quien casi al instante se sintió renovado.

—Sí. Por el buen trabajo se lo han ganado, por eso, los siguientes días podrán descansar —la albina cerró los ojos un instante y todos la contemplaron unos segundos, luego de eso, ella dijo sus últimas palabras—. Esto es todo por ahora. Cuando las actividades sean retomadas, volveré a hablar con ustedes —y así, la señal terminó dejando al grupo adecuadamente a solas.

—¿Enserio ha dicho esa estupidez? —mencionó con el ceño fruncido la pelirroja mientras miraba con desdén la pantalla apagada.

—Así parece hermanita —dijo con cierto tono de ironía el pelirrojo. Sin dudas, ambos se parecían bastante, no sólo por el hecho de ser hermanos, sino porque compartían el mismo odio hacia la "líder".

—En verdad ustedes dos no se lo pueden tomar con tranquilidad. ¿Qué sucedería si Seitán realmente se enoja con ustedes? —preguntó hipotéticamente Alan.

—Estoy segura que nos mataría —alegó Misa.

—Siempre están exagerando. Van a hacer que realmente se canse de nosotros y termine haciendo lo que piensas —por primera vez, Abel enfrentó a los chicos alterados que no paraban de decir sandeces contra la chica que supuestamente los había salvado.

—No digas pelotudeces Abel. Tú estás ciego, la sigues y juegas al héroe alucinado; eso te puede matar —le advirtió Yamil.

—Puede que tengas razón, Abel, no está mal confiar, pero no te dejes arrastrar por la admiración que sientas hacia ella. A veces es mejor plantearse dos veces las cosas mientras seguimos a alguien —refutó Alan. Era extraño que él apoyara a alguien en especial, pero siendo el pelinegro tan sabio como era, seguramente estaba en lo correcto.

—Pero aun así... —las palabras de Abel terminaron por ahogarse en su garganta; no sabía qué responder; no sabía bien a quién apoyar; se sentía de alguna forma sólo, y ya no sabía bien qué palabras admirar.

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