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-Sueño Profundo-

Disclamer: Ni los personajes, ni lugares, ni parte de la trama me pertenecen a mí, sino a Rumiko Takahashi. Esta historia invernal se escribió sin ánimo de lucro, solo para entretenerme y divertir a otros.

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Nota de la Autora: Esta es una de las diversas historias que estaré publicando para la #dinámica_de_diciembre llamada #Fantasia_Invernal (nombre que me encanta, por cierto) convocada por la página de Facebook "Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma". Gracias por invitarme a participar un año más. Todas mis historias estarán tanto en Fanfiction como en Wattpad. Espero que os gusten y disfrutemos juntos de esta época tan especial.

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Historia nº 2:

Sueño Profundo

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Ranma Saotome no solía pensar en nada cuando montaba en tren. Con el paso de los años se había hecho más y más habitual para él viajar así, sin que nada llamara su atención, sin necesidad de reflexionar sobre ningún asunto en especial. Las estaciones, las distintas líneas e incluso los rostros de las personas con las que se cruzaba parecían ser los mismos, aunque fuera imposible.

Él solía ser un buen observador cuando era joven, siempre que hiciera falta serlo. Nunca fue de esos que pierden el tiempo con contemplaciones inútiles sin razón, no era un soñador que disfrutara de perderse en imágenes abstractas o evocadoras. Esa gente siempre se pasa su parada cuando va en tren y a él nunca le había ocurrido.

Bueno, de hecho, sí le había pasado alguna vez, pasarse de parada, pero solo porque se quedaba dormido, algo que solía ocurrirle cuando iba solo. En cambio, cuando viajaba con Akane, no importaba si se quedaba dormido, pues ella le despertaba en el momento adecuado y jamás se perdía.

Ese día, por supuesto, iba solo.

Subió al vagón y tomó el primer asiento libre que vio. Sus rodillas crujieron un poco al sentarse pero, aun así, acomodó su espalda contra el respaldo y colocó la bolsa que traía sobre su regazo, con la firme intención de no pensar en nada el tiempo que durara el trayecto. Frente a él todos los lugares estaban vacíos, así que pudo contemplar el paisaje urbano que se sucedía a una cierta velocidad a través de la ventana. No era particularmente bonito, pero contribuía a adormecer sus pensamientos, junto al suave traqueteo de las vías.

Al principio todo fue bien, es decir, nada se salía de lo normal y Ranma, que ya no le daba tanta importancia como antes a mantenerse en constante alerta, se permitió suspirar, abandonándose a un estado tranquilo, indolente.

Nada.

Solo el movimiento lineal del tren, el monótono zumbido del tubo de metal en el que se movía y contar las paradas para evitar dormirse.

Sin embargo, no pasó mucho hasta que sintió un pinchazo en sus riñones que le obligó a removerse. Después lo notó en la pantorrilla izquierda. Frunció el ceño estirando la pierna, pero entonces notó el pinchazo en la cadera y también en el hombro derecho. Resopló. El pinchazo se movió a su cuello, a su nuca, y le obligó a girar la cabeza para calmarlo, entonces experimentó un vuelco extraño en su pecho ante la visión del asiento vacío a su lado.

Una repentina tristeza le invadió.

Akane.

Siguió mirando el asiento, el tren continuó moviéndose.

No puedo dormirme, se dijo, a pesar de no tener sueño. Se estiró y apretó el asa de la bolsa que llevaba encima. Ahora ya no, o me pasaré la parada.

Akane y él habían compartido muchos viajes en tren a lo largo de su vida. Trenes de larga y corta distancia, también trenes bala. Él casi siempre se dormía y ella se encargaba de estar atenta a las paradas. Siempre lo hicieron así. Solía avisarla cuando estaba a punto de quedarse dormido, pero nunca le preguntó si a ella le molestaba tal arreglo. Quizás alguna vez habría preferido dormir ella.

Era la clase de cosa que a él no se le ocurriría preguntar, siempre fue más de dar por hecho.

Si le hubiese molestado, lo habría dicho.

Pero, tal vez, no habría estado mal ofrecerse a alguna vez a ser él quien se mantuviera despierto.

Ranma bajó la barbilla hacia su pecho y se esforzó, de verdad, por recordar si no había habido alguna vez en la que él se quedara despierto en uno de sus viajes. Volvió la vista atrás en el tiempo, muy, muy atrás, a cuando eran jóvenes, cuando aún se peleaban por cualquier cosa.

Oh...

Recordó una vez.

Ranma miró a su alrededor y descubrió, con cierto asombro, que había sido en un tren de esa misma línea. Tampoco habían cambiado tanto. Los trenes, claro. Ellos sí habían cambiado...

¡¿Cómo no, después de tantos años?!

Ranma tiró del recuerdo, abrió paso a las imágenes entre el barullo de sus pensamientos dispersos y recordó que, en aquella ocasión, era de noche y ellos, Akane y él, habían ido sentados en el lado opuesto del vagón. Sí, justo en frente de donde estaba. De modo que, aprovechando que todos estaban sin ocupar, se levantó tomando la bolsa y cambió de sitio. Miró la fila de asientos con detenimiento e identificó aquel donde había estado sentado, pegado a la barra que había junto a una de las puertas. Se sentó, soportando un nuevo crujido en sus rodillas, y acomodó de nuevo la bolsa, con cuidado, para que no se estropeara. Un muchacho, que apenas rondaría los veinte años, le miró con extrañeza desde el rincón más apartado del tren pero no le hizo ningún caso.

Ya en su nueva ubicación, Ranma revisó otra vez cuánto le rodeaba y estuvo satisfecho. Ése era el lugar. Él se sentó ahí y Akane, a su derecha.

En ese momento, el tren pasó por un túnel que oscureció todo y a él le pareció sentir el calor del cuerpo de su, entonces prometida, en su brazo. Fue una sensación tan intensa que su cuerpo entero se estremeció. Cerró los ojos y captó su olor de entonces picándole en la nariz. Sonrió sin darse cuenta y al abrir los ojos, el tren había salido del túnel, así que pudo ver su rostro envejecido reflejado en la ventana de enfrente, y también esa sonrisa. No le resultó tan familiar como en otras épocas, pero la reconoció.

Miró a su lado, pero allí no había nadie.

Akane...

Por un instante le había parecido que estaba con él, otra vez.

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Ranma no recordaba por qué motivo habían ido al centro de Tokio.

Sí recordaba que ambos iban con abrigos, el calor pegajoso de la estación llena de gente. Pasó mucho agobio caminando entre ellos, sin poder quitarse la prenda porque llevaba las manos llenas de bolsas.

¿Compras de navidad?

Akane y él habían estado caminando todo el día, por eso se recordaba de mal humor. Las grandes aglomeraciones de gente siempre le hacían sentir mal.

Ya había anochecido cuando llegaron al andén para esperar el tren. Cogieron la línea Yamanote y por desgracia, les tocó ir de pie por lo lleno que estaba. Durante once de las diecinueve paradas que les separaban del siguiente transbordo, fueron apretujados entre un montón de desconocidos sudorosos y ruidosos.

Ranma sujetó las bolsas con una mano y con la otra se agarró a los asideros de color verde que colgaban del techo, estirando bien el brazo, para evitar caerse cada vez que el tren frenaba y aceleraba. Alguien le pisó. Otro le clavó algo en la espalda durante un par de estaciones. En algún momento Akane, agotada, se apoyó en él, aunque eso fue un poco más agradable. Ranma disfrutó en secreto del tacto del cuerpo de la chica contra el suyo hasta que se movieron para buscar un par de asientos libres.

Los pies le mataban, pero con todo, tuvo que coger las bolsas de la chica y guiarla con el brazo que le quedaba libre mientras ella caminaba, medio dormida, por el estrecho pasillo del tren, tambaleándose sin remedio.

Nunca la había visto tan cansada.

—Vamos, Akane —La ayudó a sentarse. Después, metió todas las bolsas debajo de su asiento y él mismo se sentó a su lado.

El tren cerró sus puertas y se puso en marcha.

En el exterior, el cielo estaba totalmente negro. Desde los ventanales de la estación Ranma había visto el atardecer, pero el tono púrpura de las nubes se había ido y ahora solo había oscuridad en el firmamento. El paisaje se emborronó en cuanto ganaron algo de velocidad, lo único que se distinguía eran los puntos de luz que se estiraban en líneas fugaces blancas, amarillas, naranjas; todas con su propio color e intensidad, se mezclaban en una esfera resplandeciente que rodeaba al tren. Y no tardó en sentir que esas luces le mareaban. Le entró sueño y se apoyó en el respaldo del asiento.

—Oye, Akane, creo que me voy a...

Pero ella fue más rápida. El peso de su cabeza se posó en su hombro y cuando la miró, la encontró profundamente dormida sobre él. En todos los años que después pasarían juntos puede que esa fuera la única vez en que Akane se durmió antes que él.

Bueno, no. En realidad, no fue la única.

Como todavía estaba un poco molesto por ese día de caminar y tropezar con la gente, le fastidió más todavía no poder echar un sueñecito, pero supo que no había más remedio, tendría que ser él quien vigilara las paradas en esta ocasión.

Había otras personas en el vagón que descubrió que los miraban. A esa edad, siempre le incomodaba que le miraran así cuando iba con su prometida. ¡No entendía qué era tan interesante!

¿Nunca habían visto una chica dormida?

Una señora con aspecto de abuela le sonrió de un modo que le hizo enrojecer. ¿Qué se estaría pensando de ellos?

Con el paso de los minutos, las miradas curiosas se apartaron de él y Ranma resopló, hundiendo las manos en los bolsillos de la chaqueta y estirando las piernas. Tenía sueño. También tenía hambre. Quería llegar cuanto antes a casa.

El tren avanzó a buen paso al principio, pero fue aminorando la velocidad según los minutos se alargaban. De vez en cuando, una voz metálica avisaba de que había retrasos en la línea por un tren averiado, otras veces decían que había problemas por la nevada que había tenido lugar unos días atrás y el tren se paraba en mitad de la vía unos minutos.

En una ocasión, se quedó detenido en una de las paradas durante casi quince minutos.

Mientras tanto, Akane seguía durmiendo, tan tranquila, apenas se movía. El continuo abrir y cerrar de las puertas había enfriado el ambiente, pero el peso de la chica contra su brazo resultaba muy agradable. Ranma la miraba de cuando en cuando, se preguntaba si estaría cómoda, si tendría frío. Al final, con cierto pudor, se atrevió a pasarle el brazo sobre los hombros. El cuerpo de su prometida resbaló aún más sobre él, acercándose, acurrucándose como si supiera lo que hacía, pero ella seguía durmiendo.

Ranma percibió, al arrancar el tren de nuevo, que éste iba ahora mucho más despacio. El paisaje se aclaró al otro lado de la ventana y alcanzó a ver, con todo lujo de detalles, las figuras de los árboles desnudos que se alzaban tambaleantes en torno a las vías. A pesar de que los bordes del cristal estaban empañados, la imagen cruda de ese frío que había transformado la ciudad le hizo más consciente que nunca de que era invierno y sin darse cuenta, apretó un poco más a Akane contra él. Su mano empezó a deslizarse de arriba abajo por el brazo de ella.

¿Cuándo vamos a llegar?

Cada vez se notaba más impaciente, en cambio, dentro del vagón todo se ralentizaba. Recorría las vías ahora con la misma candencia con que una madre balancearía a su bebé en brazos para dormirle.

Tengo sueño...

De repente, las luces del interior del vagón se atenuaron hasta tal punto que fue el resplandor del exterior lo que coloreó el suelo gris, los asideros verdes y los bordes de los carteles de anuncios comerciales que había en las paredes. Se encendieron unas luces de color amarillo, como de emergencia, pero Ranma pudo ver que nadie se inquietaba por ello. Al contrario, el resto de personas, ante este hecho tan curioso, cerraron los libros que leían y guardaron las agujas con que bordaban en silencio, para acurrucarse en sus asientos.

Todos decidieron entregarse al sueño a la vez. Todos menos él, claro, porque tenía que vigilar las paradas.

Volvieron a detenerse en la siguiente estación aunque nadie se bajó y Ranma resopló.

El letargo con el que se desarrollaba ese viaje interminable atrapó a todos los viajeros en un inusual silencio que hizo que el chico notara con más fuerza la pesadez en sus párpados, pero se negó a cerrarlos. Era difícil no sucumbir a esa placidez. Debía mantenerse despierto pero la escasez de luz, la quietud que dominaba todo y el calor de Akane confabulaban para arrastrarle a él también al sueño.

Entonces, comenzó a sonar la música.

—¿Qué...? —murmuró, sorprendido. Por los altavoces del tren se escapó una dulce melodía de piano—. ¿Qué es esto?

En los trenes de Japón no había hilo musical. Los altavoces eran propiedad exclusiva de esa horrenda voz, a veces inentendible, que se dedicaba a anunciar retrasos, problemas o cambios en las líneas y los transbordos. Nunca había oído música dentro de un tren, pero ahora la oía.

¿A qué podía deberse?

Se le ocurrió que podía ser un servicio especial por las fechas, o quizá un modo de amenizar el tiempo extra en el recorrido por los retrasos. Puede que el maquinista intentara, de hecho, inducir un sueño profundo en los viajeros con esa música, que parecía una nana, y bajando las luces, de modo que la gente no notara lo lentos que iban.

Sí, debe ser eso.

Como Ranma estaba convencido de su inteligencia y astucia superiores, dio por hecho que había dado en al clavo, así que hizo todavía un mayor esfuerzo para no sucumbir a la somnolencia. En seguida tuvo la sensación de ser el único que seguía despierto en todo el tren y eso le indujo un molesto sentimiento de soledad.

Bajó la mirada hacia la cabeza de Akane, pero se resistió a despertarla.

No importa si no puedo hablar con ella ahora, se dijo, sin saber bien por qué. Ella está aquí, conmigo.

Ranma captaba el ritmo de su respiración pausada y el olor floral que desprendía su pelo. En realidad, era agradable estar así, tan cerca de ella, sin discutir ni pelear. Seguro que parecían una auténtica pareja en esos momentos, y no un par de adolescentes prometidos a la fuerza que fingían estar a disgusto con todo y con todos.

En aquel viaje, Ranma sí pensó.

Todo estaba tan tranquilo que, casi sin querer, se encontró pensando en su vida, en su futuro, y sobre todo en cómo lograr que eso que estaba sintiendo en esos momentos se quedara para siempre con él.

¿Cómo podría hacerlo?

Él era un chico optimista, a veces hasta rozar la irreverencia, pero también podía flaquear. Sabía que el futuro se le podía escapar de las manos, igual que ese maravilloso instante, por más que quisiera retenerlo, ya se estaba agotando. Cada metro que el tren avanzaba por esas vías lo acercaba al final.

Del trayecto. De la línea Yamanote. Y de su vida.

Nada dura para siempre, eso también lo sabía. Su existencia no había sido un camino apacible, sino más bien, una carrera acelerada en la que solo había encontrado obstáculos que superar. Todo cambiaba una y otra vez: los lugares, las personas con las que estaba, él mismo no dejaba de cambiar. Pero, por fin, Ranma había encontrado algo estable, algo que no cambiaba ni desaparecía. Y la verdad era que le gustaba que fuera así porque le ofrecía una sensación de seguridad que nunca pensó que necesitara pero... de la que ya no quería desprenderse.

En realidad, Ranma se obligaba a ser optimista para olvidar el miedo que le daba perder lo que más le importaba. No se lo había contado a nadie, porque creía que no era digno de un artista marcial, pero lo que más le aterrorizaba era que todo cambiara.

Resulta que él era feliz en el dojo Tendo, era feliz viviendo en Nerima. Y era muy feliz estando allí sentado, en un tren atestado y frío, con Akane sobre su hombro.

Se preguntó una y otra vez porqué tenía todo que cambiar siempre y no halló respuesta. Era muy inteligente pero eso no podía saberlo, y puede que fuera demasiado joven entonces como para preocuparse de verdad por algo así. De modo que calmó su mente de la mejor manera que pudo y bajó la cabeza hasta sentir el tacto del pelo de Akane en su mejilla.

Dejó de pensar, ¿para qué hacerlo?

Se centró en contar las paradas para no quedarse dormido. Ese era su único trabajo ahora.

Abrazó a la chica con fuerza y contó las paradas. Él era el único que estaba despierto en ese tren.

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—Señor, señor...

Una voz le sacó de sus recuerdos. Ranma parpadeó, confuso. El joven que le había mirado hacía un rato desde el otro lado del tren se había acercado hasta colocarse delante de él.

—¿Qué?

—Hay que bajar —El tren se había parado y las puertas estaban abiertas—. Creo que ha habido una avería o algo así —Ranma giró la cabeza hacia la derecha, no había nadie a su lado—. ¿Está bien?

—¿Me he dormido?

—Creo que no —El chico se rascó la cabeza—. Se ha quedado como ensimismado.

—¿Dónde estamos?

—En Nerima —Le contestó. ¿Nerima? ¿Ya había recorrido toda la línea Yamanote? Ni siquiera recordaba haber hecho el transbordo en la estación de Ikebukuro. Volvió a mirar al chico y se percató de que no era el mismo del otro tren—. Habrá que hacer trasbordo para seguir el viaje.

—No, no —Ranma se puso en pie con la bolsa en las manos—. Esta es mi parada.

El chico se alejó antes de que pudiera agradecerle que le avisara, así que él también se dirigió a la puerta, pero antes de salir, se volvió para mirar los asientos una vez más y se frotó los ojos.

Salió de la estación y el frío de la calle terminó de espabilarle. Se cerró todo lo que pudo el cuello del abrigo y echó a caminar rumbo a su casa. Era media tarde pero el cielo estaba encapotado, no había ni rastro del sol.

Intentó bromear consigo mismo acerca de que, cuanto más viejo se hiciera, más se distraería con los recuerdos. ¿Qué se le iba a hacer? Era parte de la vida. No es que se lamentara por envejecer... A ver, no era algo agradable, pero mucho peor habría sido no hacerlo. Se había ido acostumbrando al paulatino deterioro de su cuerpo y casi le hacía gracia notar las divagaciones sin sentido en las que, de vez en cuando, caía su mente.

Los recuerdos eran otra cosa y éste le había tomado por sorpresa.

Era natural revisar los buenos recuerdos según la edad te alejaba de ellos, como lo era querer ignorar los malos; sin embargo, Ranma estaba empezando a comprender que, con el tiempo, los recuerdos perdían su carácter de buenos y malos y se convertían solo en recuerdos. Solo nostalgia. Y la nostalgia venía, a menudo, con tristeza.

La nostalgia es recordar, de repente, lo mucho que echas de menos algo.

Y él echaba de menos muchas cosas ya, como viajar en tren con Akane. Le había gustado recordar aquel trayecto de su adolescencia y descubrir que aún era capaz de sumergirse en los detalles con tanta claridad. Pero ahora, caminando sobre el duro y frío asfalto, la alegría de la memoria, tan frágil, se había ido dejando solo esa condenada nostalgia que le oprimía el corazón.

Puede que hubiese sido mejor no recordarlo. Al menos no ese día. Puede que otro, tal vez, si se levantaba con más fuerzas.

Llegó ante el portón del dojo y al alzar la cabeza, se preguntó si debía retirar los restos de nieve que quedaban sobre el muro o dejar que se derritieran por sí solos, pero no, esa pregunta no sirvió para distraerle del silencio que lo envolvía todo.

Cruzó el jardín y se detuvo ante la puerta. Nunca era capaz de entrar sin más, ahora ya no, se paraba unos instantes, cogía fuerzas antes de alargar la mano hacía el pomo. Ese día se preguntó:

¿Por qué tuvo que cambiar todo?

¿Por qué no pude lograr que todo siguiera igual para siempre?

Ni siquiera ahora sabía la respuesta a esas preguntas. No se había vuelto más sabio con los años, sería un fraude a ojos de su yo adolescente. Pensó en eso, en su yo adolescente, en lo feliz que era aunque no siempre se diera cuenta. ¿O si lo había sabido?

Esperaba que sí, pero ya no se acordaba.

Ojala... pensó, apretando el asa de la bolsa hasta que las manos le temblaron. Meneó la cabeza y abrió la puerta para entrar.

Se sacudió los pies antes de inclinarse para quitarse las botas. Esperó el latigazo en sus riñones al hacerlo, pero éste no llegó. Sus rodillas tampoco se quejaron, lo que fue algo fantástico e inaudito. El trayecto en tren le había sentado bastante bien, al parecer, se sentía descansado y podía moverse con más agilidad.

Aún estaba maniobrando con los cordones cuando oyó una voz que le paró el corazón.

—¡Ranma! —Sus ojos, clavados en el suelo, se espatarraron. Un infarto, pensó asustado, ya tengo edad para que ocurra. Pero no, su corazón se aceleró, pero no notó dolor en el pecho. ¿Un ictus? ¿Demencia senil?—. ¿Se puede saber qué haces ahí parado?

Retuvo la respiración unos instantes y poco a poco, levantó la mirada. Al fondo del pasillo había una persona que no podía estar ahí. De hecho, se recordó, no debería haber nadie, en absoluto. Pero mucho menos esa persona que, sí, ahí estaba, con las manos en las caderas, mirándole con el ceño fruncido.

Se frotó los ojos, volvió a mirar y se los volvió a frotar mientras pensaba:

No, no, no...

Miró otra vez, ella seguía en el mismo punto.

—¿Qué? —Le preguntó.

—¿A... A-Akane? —murmuró con cierto temor. Ella se encogió de hombros. Ranma avanzó, con cautela, hacia ella, repasándola una y otra vez con la mirada. Sí, era Akane. No había duda.

Pero no, no era ella. No podía ser ella.

La única explicación posible era que su mente había creado una imagen perfecta de la joven a la edad de dieciséis años y se la había puesto delante.

¿Por qué?

—¿Qué te pasa, tonto?

Vaya, hasta su voz era la misma de entonces.

Llegó ante ella sin poder apartar sus ojos. Comprobó que parecía sólida, real y, también, que pese a esa repentina aparición, él ya estaba mucho más tranquilo. Sería cosa de la edad. Todos saben que la gente mayor se toma cualquier imprevisto con mucho calma, por extraño que sea.

Y esto es muy extraño, se dijo, a la vez que alargaba la mano para rozar el hombro de la chica. Pudo tocarla sin problemas.

—¿Estás...? —Sus dedos palparon la forma del hueso, el calor que desprendía la piel a través de la ropa. Ranma sonrió. Su corazón volvió a emocionarse. Lo que veía no era posible pero, a esas alturas, le dio igual estar volviéndose loco—. Akane... —Su pecho se infló de alegría y la atrapó en un fuerte abrazo.

—¡¿Qué haces, pervertido?! —Exclamó ella, y él se rio, con muchas ganas y la apretó más fuerte, hasta sentir cada parte de ella. Hundió la nariz en su pelo y aspiró su olor con ganas—. ¡Para, para, para!

La soltó porque intuía que su viejo cuerpo no resistiría uno de sus antiguos puñetazos. No obstante, por el rabillo del ojo vio su reflejo en el espejo que tenían en el pasillo y dio un respingo al descubrir que él también había recuperado su aspecto de adolescente.

¡No puede ser!

¡Su pelo, su piel tersa, sus fuertes brazos, su abdomen plano! ¡Todo había vuelto!

Se miró con fijeza durante varios segundos sin dejar de sonreír.

—¡Vuelvo a ser guapo! —chilló, feliz.

—Serás engreído —Akane se cruzó de brazos y le advirtió con esa mirada suya letal que no se le ocurriera hacer nada raro de nuevo—. ¿Dónde te habías metido?

>>. Llevas fuera toda la tarde.

Ranma intentó centrarse. Debía dejar a un lado la perplejidad y la alegría, pero le costaba porque no entendía nada de lo que estaba pasando. ¡Era maravilloso! Pero no tenía ningún sentido.

¡¿Qué importa?! La euforia bombeaba en sus venas, porque volvía a ser joven y Akane estaba allí, con él.

—¿No te acuerdas? —Le preguntó.

—¿De qué tendría que acordarme?

—¡Pues de todo! —Respondió, hablando muy fuerte y muy deprisa—. ¡De todo lo que hemos vivido!

>>. ¡De toda nuestra vida!

—¿Te refieres a desde que llegaste de China? —Akane hizo una mueca de incomprensión—. Solo han sido unos meses, eso no es toda una vida, ¿no crees?

No lo recuerda, entendió él por fin. Eso lo hacía todo un poco más complicado pues tendría que ir con cuidado con lo que decía. Se quedó callado, pensando solo en ese día.

¿Qué podía decirle entonces?

—He tomado un tren —Le explicó—. Creo que me he pasado de parada — Por alguna razón solo podía pensar en trenes—. El viaje ha sido largo, pero todo pasó muy deprisa y cuando quise darme cuenta estaba casi al final de la línea.

—¿Y has tenido que volver atrás?

Ranma asintió.

—Sí —comprendió de pronto—. ¡Justo eso! —Miró a la chica y volvió a acercarse a ella. Akane le vigiló con el ceño fruncido pero no se resistió cuando él le tomó las manos—. He tenido que volver atrás.

>>. Casi hasta el principio.

Por fin, ella esbozó una pequeña sonrisa de lado.

—¡Seguro que te has quedado dormido!

—Ah... tal vez...

—Siempre que no voy contigo, te pasa lo mismo —Comentó la joven—. Deberías hacer algo, como contar las estaciones, para mantenerte despierto —Le sugirió. Y él, sonriendo, asintió de nuevo.

—Sí, eso es justo lo que haré —aceptó con gran facilidad—. O puedes venir tú conmigo.

—¿Para que puedas dormir a gusto?

—¡Si vienes conmigo, la próxima vez tú podrás dormir y yo vigilaré las estaciones! —Akane enarcó las cejas, otra vez sorprendida por sus palabras, así que él carraspeó para calmarse y añadió—. He pensado que debía proponértelo.

Sabía que estaba actuando raro pero no podía calmarse. El cuerpo entero le picaba por la emoción, la ilusión, el miedo; era una mezcla de emociones que no lograba controlar. Miraba a Akane y deseaba abrazarla de nuevo, con todas sus fuerzas, pero se contuvo y se contentó con rozar sus dedos.

Entonces, ella descubrió la bolsa que había dejado junto al armario de los zapatos y le preguntó que había dentro. Al principio, no supo qué responder puesto que no se acordaba.

Akane se acercó para mirar por sí misma.

—Velas, incienso, flores —enumeró. Puso una cara rara—. Parece que te prepararas para ir al cementerio, pero tú no... —Su voz se cortó—. ¿Ranma?

Acababa de recordar porqué había comprado esas cosas ese día.

Akane dejó la bolsa en el suelo y regresó a su lado, preocupada. Él prefirió no comprobar qué expresión estaba poniendo en el espejo. Cogió aire, exhaló despacio y miró el dulce rostro de la chica delante de él.

—¿Qué pasa? —Le volvió a preguntar. Su voz sonaba tan clara, tan nítida.

¿Cómo no iba a ser real?

Ranma extendió los brazos de nuevo para abrazarla y esta vez, Akane no intentó apartarle de un empujón.

—Tienes razón, me he quedado dormido en el tren —Le confesó, después de todo—. Ha sido un sueño profundo —Pensó en el tren, en la música del piano saliendo por los altavoces. Tenía esa melodía grabada aunque no conocía su nombre—. He tenido una pesadilla horrible, Akane.

>>. Pero, estoy bien. Solo ha sido una pesadilla.

Y la melodía siguió sonando en sus oídos por un buen rato, con el sonido de los rieles sobre las vías del tren de fondo.

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Fin

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Hola Ranmaniaticos,

He tenido mis dudas sobre si publicar esta historia dentro de mi proyecto para esta dinámica, aún ahora mientras escribo esta nota dudo en sí hacerlo o no. No tiene un tono muy alegre, lo sé, y a lo mejor os parece que el final tampoco lo es en el estricto sentido de "final feliz".

Ayer al despertarme me surgió esta idea y me pasé toda la mañana escribiendo, así que puede que no esté tan bien narrada como las otras o tenga algún fallo por la rapidez con que lo hice. A veces se te cruza una idea y no puedes hacer otra cosa que sacarla de tu mente para quedarte tranquila, y aquí está: la segunda historia invernal que os comparto.

Cuando he leído fics de otras personas donde nos muestran a un Ranma y a una Akane mayores, siempre me daba algo de pena aunque todo acabara bien, porque en mi mente siempre serán adolescentes. Y aunque no sea lo natural, porque todos crecemos, envejecemos, etc... A mí me gusta que los personajes que tanto quiero permanezcan tal y como les conocí, con sus problemas típicos de esa edad. No sé si a alguien más le ocurre esto, quizás soy la única.

Lo que quería transmitir con esta historia improvisada era que, incluso si Ranma y Akane tienen que envejecer, podemos hacer que vuelvan al principio de su camino, una y otra vez, para seguir disfrutando de nuevas historias sobre ellos para siempre. Por eso, para mí, sí es una conclusión feliz. Es como cuando llegas al final de un libro querido y decides volver al principio para leerlo otra vez.

Me encantará saber vuestra opinión.

Quiero agradecer a todos y a todas que leísteis mi anterior fic de esta dinámica "Afortunado", gracias por vuestro apoyo y por vuestros comentarios. Nos vemos pronto con el siguiente fic de esta dinámica invernal.

¡Besotes!

—EroLady.


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