•Mariposa de Ensueño•
Disclaimer: InuYasha pertenece a Rumiko Takahashi.
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Cuando Naraku abre los ojos, al principio está quieto, sin saber si realmente es un sueño o no. La brillante luz del sol roza su piel como cálidos besos; flores en todos los tonos que la naturaleza conoce se despliegan a su alrededor. Sus dulces perfumes alcanzan su nariz. Naraku aprieta las manos en puños, luego acaricia la fría superficie de piedra del banco en el que está sentado. El viento mece los arbustos de hojas verdes. La hierba se balancea contra sus tobillos y trae consigo el aroma de la primavera. Donde quiera que mire, es suave, pacífico y vivido.
Bien. Ésto es bastante extraño, teniendo en cuenta que recuerda mucho estar acostado en la cama y escuchar el sonido de los autos retumbando fuera de la ventana abierta antes de quedarse dormido. El recuerdo de ver las cortinas ondear con la brisa fresca de la noche también está latente en su memoria. Naraku mira a su alrededor: parece ser temprano en el mediodía aquí, o simplemente soleado. El aire huele curioso para él: una mezcla de flores, polvo y edad.
Baja la mirada.
Ah.
Sus ojos se abren cuando ve que su ropa de dormir se ha desvanecido, reemplazada por ropa de una era pasada. Brocados de negro y violeta cubren su cuerpo, cargado de familiaridad y decoración. Un obi de tela dorada rodea su cintura.
Entonces, hay recuerdos: el olor a cicuta, musgo y raíces enterradas, como algo que se pudre dulcemente en la tierra. Es el veneno. Naraku siempre lo ha saboreado en su lengua. Echa un vistazo a su alrededor, notando las telas bordadas que cuelgan de las paredes de madera junto a pilares de cinabrio con incrustaciones de jade, las túnicas amarillas de dragón de un emperador incompetente y la tinta derramándose, manchando rollos de papel como sangre negra. Flores también, en primavera, verano, otoño, invierno; ciclos interminables de lunas y soles y flores y hojas.
—Así que... ésto es a lo que llaman "un episodio de un sueño de primavera", ¿verdad? —murmura Naraku para sí mismo, poniéndose de pie. Sus cejas se arquean cuando descubre que el sueño permanece sólido a su alrededor, en lugar de vacilar o disolverse como esperaba—. O tal vez, mi espíritu simplemente vaga en este momento...
Aunque, con toda honestidad, éste no parece ser un lugar al que se imaginaría que su alma vagaría. Un jardín antiguo, lleno de flores y luz del sol, una puerta arqueada con techo de tejas azules hacia el norte. Las magnolias abren pétalos cremosos, las camelias se despliegan como manchas de sangre en la maleza verde. Naraku da un paso adelante para encontrar un camino de piedra blanca bajo sus pies; inhala, y exhala lentamente.
—Vaya, sea lo que sea este lugar, ciertamente es hermoso... Tan hermoso que es surrealista —comenta. También hay una tangibilidad en su entorno, que sólo se refuerza cuando pasa la mano por las flores suaves como el papel. Pero, de nuevo, los sueños de Naraku tienden a ser así. Y es por eso también que Naraku odia soñar.
Siempre son demasiado reales para él, su subconsciente desenterrando las sensaciones y los recuerdos de más de cinco siglos. Los revive a todos: siente el abrumador sabor de la sangre en su lengua, el hedor y el chapoteo del líquido mientras lo extrae de sus víctimas, encuentra sus huesos extendidos en formas temibles, empalando y desgarrando, la tierna agonizando por el veneno letal que destruye todo su paso.
Rara vez los sueños de Naraku son agradables, así que aquí hay un buen cambio.
—Supongo que debería disfrutarlo mientras pueda —le dice al aire primaveral—. Los momentos de tranquilidad como éstos no suelen durar mucho —e incluso mientras habla, una camelia se arruga bajo su toque, los delicados pétalos dispersándose con la brisa. Una sonrisa ilegible cae sobre su rostro.
Porque, en realidad, Naraku es una criatura que disfruta la belleza y la complejidad de las cosas.
Entonces, un destello de movimiento llama su atención, y él gira la cabeza para ver una mancha de color que descansa sobre una flor de peonía. Se ríe alegremente, y su expresión se suaviza un poco.
—Hm, disfrutando del paisaje conmigo, ¿verdad? Puede que... ¿sea yo mismo con quien sueño pero como una mariposa, o tú misma soñando como un hombre? Eso sería ridículo, pequeña criatura efímera —dice en voz alta y luego se acerca.
Una mano pálida se extiende y, cuando el insecto blanco y verde se arrastra hasta el primer dígito de su dedo, Naraku vuelve a sonreír.
—Vaya, pero eres una pequeña descarada —dice, divertido.
Levanta la mano para poder observar al insecto más de cerca. Delgadas bandas de color negro-marrón y verde surcan sus alas de dos colas. Revolotea, todavía brillante y húmeda; está claro que la mariposa aún tiene que volar.
—Qué extraña criatura... Acabas de salir de tu capullo, ¿no es así? Esos hermosos colores podrían haberte metido en muchos problemas: atrapada por un pájaro o un murciélago, o en las patas de una araña —se ríe sombríamente ante eso último—. Pero ahora aquí te sientas sin miedo. ¿Eres demasiado joven para darte cuenta de que un ser como yo es el más aterrador de todos?
En el surrealismo de los paisajes oníricos, la única respuesta que obtiene es una tímida inclinación de cabeza. Naraku sólo suelta una risa entrecortada, sin sorpresa, curvando sus largos dedos alrededor de la delgada mano en su palma. La joven que está ante él resplandece, luminosa y dotada de nueva vida, y una hermosura incomparable lo suficientemente buena como para deleitarlo. Sedas suaves y fragantes en color blanco cremoso y verde pálido envuelven su forma esbelta. Sus manos están cubiertas por largas mangas de agua al estilo antiguo. El cabello negro y lustroso cae en cascada hasta los pies delicados, adornados con flores que gotean gemas preciosas. La piel de jade, aún húmeda y tan, tan cálida, forma un rostro tan perfecto como puede ser: sus mejillas y labios están pintados de rojo amapola, y Naraku suelta su mano para apartar el cabello de su rostro.
—Pero mírate —dice en voz baja—. Joven como un capullo recién abierto en la rama, aunque también inocente, como un bebé. Casi desearía poder envidiarte.
Sus ojos son de un negro radiantemente intenso, sombreados por largas pestañas, pero muy abiertos y descarados de asombro por el mundo y por él. Los labios de capullo de flor se abren y sus primeras palabras son melodiosas:
—Incluso cuando era joven, no más que una simple oruga, veía a los humanos pasar entre las flores como ángeles o gigantes. Sin embargo, nadie se ha detenido nunca a hablarme, ¡y tú también eres un extraño!
—Lo soy, de hecho —le dice Naraku a la mariposa. Una nota de diversión se entreteje en su voz—. Aunque tal vez resulte ser el mero sueño de una mariposa joven. ¿Qué piensas de eso?
La frente de la mariposa se arruga.
—Si sólo eres un sueño... —habla lentamente—, entonces no deseo despertar. Preferiría quedarme y hablar contigo.
Las cejas de Naraku se arquean con sorpresa antes de soltar una risa abrupta.
—¡La juventud te hace audaz, pequeña! —se ríe—. Y supongamos que de repente me convierto en una pesadilla. Entonces, ¿cómo te sentirías hacia eso? Porque lo soy, en realidad. Me he convertido en la pesadilla de muchos en el pasado —algo siniestro se desliza en su voz, y un brillo escarlata aparece fugazmente en sus ojos.
Por un segundo es mucho, mucho más grande de lo que debería, una pesadilla indescriptible contenida en el cuerpo de un hombre.
—No tengo miedo —es la respuesta de la mariposa, sin embargo. La expresión obstinada con la que lo mira simplemente fortalece la convicción en sus palabras. Naraku sonríe ante eso, la crueldad en sus ojos disipándose en una fría dulzura. Cuando él toca su cuello con las yemas de sus dedos, el pulso de ella golpea rápidamente contra su piel, caliente y muy vivo.
—Me iré ahora —le dice—. No tengo interés en tus sueños, pequeña mariposa. Ve y disfruta tu breve vida con las flores, en mi lugar —Naraku no dice adiós, simplemente retira su mano y se aleja.
En ese momento, un fuerte ruido rompe la paz del jardín: suena como un chillido y el repiqueteo de platos brota del otro lado de la puerta, acompañado de un gemido gutural. Naraku se detiene y levanta una ceja.
—Hmph... un motín, ¿es eso lo que es... ? Qué problemas encuentro hasta en mis sueños —dice y suspira. Oye un crujido junto a su oído y, con un sobresalto, voltea la cabeza para ver que la mariposa se posa en su hombro. Sus alas manchadas tiemblan cuando lo hace.
Después de un segundo, Naraku sonríe.
—Jaja, qué valentía tan tonta. Entonces, ¿quieres venir conmigo, pequeña?
La mariposa (de nuevo en forma humana) lo mira y asiente. Ella se para detrás de él, lo suficientemente cerca como para extender la mano y agarrar la tela de su haori. El dulce perfume que infunde su cuerpo también susurra a su alrededor. Medio consciente de la acción, se inclina para inhalarlo mientras ella comienza a murmurar:
—Desde el día en que nací, siempre he observado a los humanos que entraban y salían del jardín. Escucho extraños sonidos del exterior todo el tiempo, y los pájaros siempre conversan entre ellos sobre lugares lejanos... La ciudad en expansión y los desiertos del norte que parecen mares de oro; los océanos del este que continúan para siempre; las montañas en el sur, donde viven los inmortales... ¡Los escucho decir que incluso las flores en este jardín tienen un aroma diferente en otros lugares!
Ella lo mira, sus ojos oscuros brillando.
—Quiero salir y ver por mí misma. Este mundo... es mucho más grande que un jardín.
—Eso es cierto —reconoce Naraku, en un tono pensativo—. Pero también es mucho más horrible. Hay oscuridad y frío... —su voz comienza a apagarse, recordando—. Muerte y enfermedad... —tanto para recordar—. Todo lo que es feo y aborrecido... El mundo exterior está lleno de eso. ¿Sabías, pequeña? Que los humanos tienen un dicho: "las flores pueden florecer de nuevo, pero las personas nunca volverán a ser jóvenes".
Él sonrie. Parece casi una expresión triste.
—Entonces, pequeña mariposa... Si los humanos que languidecen sus días en este mundo hablan estas cosas tristes... ¿por qué, también, aventurarse en la muerte y la decadencia? Mejor quedarse aquí, con el poco tiempo que tienes, en tu mundo perfecto de flores y fragancias. Mejor morir aquí, donde tus nuevas alas envejecerán, se desmoronarán y se mezclarán con la tierra, darán vida a nuevas flores, nuevas orugas, nuevas mariposas. ¿Por qué renunciar a tu oportunidad de satisfacción para salir a un mundo duro como éste? —pregunta, genuinamente curioso.
La mariposa lo mira fijamente. Es casi extraño lo expresivos que son sus ojos; brillan con luz interior, una determinación que Naraku ya entiende que no va a influir.
—No tendré miedo —dice, y extiende una mano hacia su mejilla, agarrando uno de sus mechones negros y colocándolo detrás de su oreja. Los ojos que lo miran son firme y sin pestañear. Naraku reprime otra sonrisa sin humor—. Además, mi muerte es dentro de unos días. Tengo tiempo para ver más de lo que podría soñar. Deseo ir contigo.
Él suspira exasperado pero no dice nada más durante un largo minuto, observándola, mientras ella le devuelve la mirada. Naraku exhala y estira una mano para tocarle la mejilla. Largas pestañas rozan sus dedos cuando sus ojos se cierran.
—Tu mano está muy fría... —murmura después de un momento, y Naraku no puede evitar esbozar una sonrisa irónica.
—Ja, realmente no puedo evitar eso; soy mucho mayor de lo que piensas —responde—. También eres muy cálida... Ahh, pero los jóvenes son naturalmente así, supongo... tan llenos de energía... —Naraku retira su mano—. Mmm. Muy bien. Si eso es lo que deseas, entonces puedes venir conmigo. Pero comprende ésto: no seré responsable de lo que sea que podamos encontrar allá. Si es dolor, y tu corazón de papel se rompe por lo que ves, que así sea.
La mariposa asiente, su expresión fija y grave.
—Entiendo —responde, pero Naraku suelta una risa tranquila.
—No, no lo haces. No has vivido lo suficiente para conocer el dolor. Pero... no importa eso ahora. Supongo que cada momento cuenta a partir de ahora, ¿no? Ven —él hace un gesto con una mano larga para que ella lo siga—. Deberíamos irnos.
—Sí —dice y da un paso adelante.
Revolotea sobre el hombro del hanyou (una vez más en forma de mariposa), extendiendo sus alas hacia la luz. Naraku no puede evitar levantar la mano para ahuecar sus dedos alrededor de ella, con una mirada pensativa en su rostro.
Onigumo nació rodeado de mortalidad, y por ende, él también. Honestamente, es bastante irónico reflexionar sobre cómo Naraku, el mayor de todos los males, el despreciable híbrido que sobrevivió a los arrogantes demonios, ahora tiene una efímera mariposa revoloteando en su hombro. Un concepto extraordinario, incluso para un sueño primaveral... Sin embargo, no dice nada al respecto; simplemente se da la vuelta y se dirige hacia la puerta exterior. Las piedras redondas del camino presionan las plantas de sus pies, una sensación de masaje que parece vagamente familiar.
Es sólo un sueño, compuesto por todos los sentidos del pasado. No importa cuán notable...
Del otro lado de la puerta llega un hedor que Naraku reconoce como algo que se está quemando. De hecho, muchas cosas están ardiendo, una columna de humo oscuro que se eleva hacia el cielo pálido.
Hay una mano que sostiene la parte posterior de su ropa mientras se estira y abre las pesadas puertas.
...
La muerte no es un concepto con el que Naraku no esté familiarizado; lejos de eso, de hecho. Ha repartido muerte y destrucción tan fácil como respirar. Uno no vive tanto como él sin llegar pronto a ver la muerte como un viejo conocido. Irritante, sí, pero un conocido, no obstante. Lo que significa que Naraku reconoce el hedor del humo por lo que realmente es cuando llena sus pulmones, acre y carbonizado; ni una ceja levanta ante el sonido de llantos y lamentos que resuena, más claro de este lado.
Sin embargo, no mira a las figuras espectrales que se reúnen allí, sino que frunce el ceño hacia la puerta donde algo más ha despertado su curiosidad. Desde su costado, la mariposa revolotea delante de él, la atención atrapada por el entorno desconocido y por las figuras de blanco. Tal vez ni siquiera haya visto fuego antes: sus ojos están muy abiertos mientras mira las figuras que se acurrucan junto a la hoguera.
Quince papelitos blancos se balancean con el viento, silenciosos y sombríos a lo largo de su alambre. Los labios de Naraku se curvan. Ha visto tales serpentinas suficientes veces para saber su significado.
—¿Qué están haciendo esos humanos?
Entonces se gira ante la repentina pregunta de la mariposa. Mirando las figuras vestidas de blanco, observa con desconcierto que son, de hecho, humanos. Pero por alguna razón (probablemente por la naturaleza de este extraño sueño) aparecen distorsionados, como si los viera a través del agua ondulante. Sus rasgos están borrosos e indistinguibles, aunque la luz de la hoguera ilumina claramente expresiones retorcidas por el dolor. Él los escudriña sin inmutarse.
—Están de luto —es su sencilla explicación, puntuada con un encogimiento de hombros—. Mira esas cintas. Ha muerto una niña de quince años.
—Oh...
La mariposa frunce el ceño, viéndose atrapada entre la simpatía y la perplejidad. Luego, la arruga entre sus cejas se alivia y estira la mano para alcanzar el hilo de alambre. Las serpentinas de papel ondean con un crujido de hojas; Naraku las observa con una expresión impasible antes de volverse hacia la hoguera.
El calor es palpable, incluso desde donde está y a pesar de la relativa pequeñez del fuego. Lenguas de llamas rojas arrebatan el dinero espiritual que arrojan los dolientes, devorando papel de colores con avaricia. Las bandejas de cloisonné que ofrecen frutas y arroz las rodean, los colores maduros contrastando con este ambiente abatido. Una bandeja ha sido volcada al suelo, melones en rodajas derramándose sobre la tierra donde figuras encorvadas (sirvientes, sin duda, con la clara riqueza de esta propiedad) recogen el desorden en sus manos. El motivo del desorden se derrumba cerca como un montón de túnicas blancas con una voz de mujer que solloza incontrolablemente.
Hay un largo minuto en el que los dos acompañantes dejan que sus gritos llenen el silencio. Tanto Naraku como ella observan la quema fúnebre, luego la mariposa se aleja de las serpentinas de papel. Ella lo observa y él nota cómo sus labios se doblan hacia abajo.
—¿Podemos acercarnos?
Sus ojos siguen la mano que señala hacia la esquina del patio florido. De inmediato, la seriedad de sus labios apretados se cimenta en su expresión. Un ataúd descansa allí en la esquina, abierto al aire, tallado en madera de roble oscuro y pulido hasta un brillo solemne. Hay una figura dentro que él puede distinguir, pero que la mariposa no.
Ella no recibe respuesta. Naraku simplemente la sigue mientras vuela hacia el ataúd. La fragancia de la primavera a su alrededor parece apagada de repente.
Tal vez sea porque se ve aún más joven de lo que pensaba: Naraku siente una risa insidiosa pugnando por salir de sus labios cuando mira hacia el interior del ataúd. No es mucho, pero ciertamente hace un esfuerzo por mantener la cara seria. Como indican las serpentinas de papel, es una niña la que yace dentro, aunque no describieron del todo la fragilidad de porcelana de su forma, la apariencia translúcida de su piel. Capas y capas de ropa envuelven y acolchan su cadáver en preparación para el más allá; sin embargo, las manos que se asoman de esas mangas son delgadas y flojas, como si estuvieran sostenidas por huesos de pájaro. Joyas adornan sus muñecas y cuello, y en su cabello anidan adornos de perlas y oro. Ella agarra pasteles y gruesos palos de madera como disuasión de los horrores del inframundo, pero sólo enfatizan la pequeñez de sus manos.
Una hoja de papel amarillo oculta el rostro de la niña. Naraku no intenta quitarlo, a pesar de la curiosidad.
Sus cejas se arquean. No es raro que los jóvenes mueran, es hasta divertido y poético presenciar cómo un capullo se marchita antes de siquiera llegar a su etapa de floración. Tanto potencial, tanta vida, sencillamente arrebatados. Rápido y simple, como un pensamiento o un suspiro.
Como Kikyo bañada en sangre, como Kagura con su corazón envenenado, como...
Pero tales pensamientos son problemáticos por sí mismos. Exhalando, Naraku se vuelve y observa a la mariposa durante algún tiempo. Ingenua como es, al menos parece entender la muerte. Una expresión de tristeza se encuentra en sus rasgos mientras se posa sobre el borde del ataúd. Su túnica parece muy brillante contra la oscuridad de la madera, demasiado colorida. Con un sonido suave, sopla el perfume de las flores sobre las manos de la niña muerta. Toca las que están en su cabello y arranca una hortensia para colocarla junto a su sien. Ésto continúa por un tiempo hasta que, por fin, la mariposa observa a Naraku nuevamente. Sus ojos húmedos chocan con su mirada fría y seca.
—¿Por qué los humanos queman papel tan tristemente... ? —viene su suave pregunta. Una burla y luego una sonrisa irónica se tuerce en los labios de Naraku. De todas las cosas que decide preguntar, elige la del dinero espiritual y no la del cadáver en el ataúd.
—Para ella —dice, señalando a la chica muerta con una mano. Cuando la mariposa sólo lo mira fijamente sin comprender, él suspira, elaborando—. Si debes saber... Los humanos dicen que cuando una persona muere, su alma se divide en tres. Una parte se queda con el cuerpo, para descansar en el ataúd o donde sea que esté el lugar de entierro —ella mira a la chica con una expresión de sorpresa, como si tratara de ver esa alma. Naraku sonríe un poco.
—Las otras dos partes van en viajes separados. La primera vagará y luego entrará en su tablilla ancestral una vez que esté punteada, y será adorada y honrada con el resto de su familia muerta. La última, sin embargo, será juzgada. En el más allá. Necesitará ese "papel" y lo quemarán por ella —dice todo esto con voz tranquila, como si recitara un guión anodino.
Ella parpadea y lo mira.
—¿Hay vida después?
Esa pregunta hace que Naraku se detenga. Por un largo momento se queda pensativo, luego cambia su mirada a la chica muerta. Cuerdas de colores se enrollan alrededor de sus piernas y cintura, probablemente colocadas allí por las mujeres de la casa, para evitar que su cuerpo salte mientras su alma migra. Una fresca brisa primaveral acaricia las flores del ataúd, agitando el papel que cubre su rostro. Con una expresión ilegible, Naraku se acerca para mantenerlo quieto. Él mira a la mariposa, pensando en Kikyo y su posterior reencarnación, Kagome.
—La hay, a veces.
Eso es todo lo que dice. La mariposa inclina la cabeza pero no presiona por más. En cambio, pregunta:
—¿Ellos... la quemarán a ella también?
Un «hmm» evasivo se le escapa en respuesta, y levanta la cabeza para mirar hacia las nubes.
—Algunos humanos lo hacen con sus muertos. Otros los entierran, los devuelven al polvo del que salieron. Con ella, no sé qué planean —se queda en silencio por un momento, antes de que una oscura sonrisa cruce su rostro— Ojos que no ven, corazón que no siente. Puedes decir que es su forma de afrontarlo, ¿sí? De afrontar lo que es inevitable. Poner la muerte en una bonita cajita y guardarla donde nadie tenga que verla... "Polvo al polvo" es sólo una pequeña parte, creo.
La mariposa suspira ante su tono cínico y frunce el ceño al suelo. Un pensamiento pasa por la mente de Naraku, de que ella y la niña muerta se parecen bastante.
—¿Una mariposa?
Él levanta una ceja mientras la mariposa salta, sorprendida por la figura vestida de blanco que está parada cerca de ellos. De esa manera es un poco más fácil distinguir ciertos rasgos: la delgada silueta de una mujer, la sombra de un cabello largo, el dolor sombreando el rostro como un crepúsculo personal. La figura se estremece como un espejismo, pero se enfrenta a la mariposa en el ataúd, aparentemente capaz de verla.
—Oh, mariposa, ¿por qué vienes ahora?
Un gemido estremecedor sale de la figura blanca y ella se encorva, apenas controlándose a sí misma en su dolor. Naraku sólo la mira con los ojos entrecerrados, y los ojos de la mariposa están fijos en ella como si estuvieran bajo un hechizo. Le queda claro que la mujer ve a la mariposa pero no a él, ¿entonces?
—Prometes larga vida, calidez y alegría, pero ¿qué importa ahora? —ella está murmurando, quizás la mitad para sí misma—. Cumple lo que se supone que debes prometer. No me importa que no seas una grulla, pero de todos modos, llévala a salvo al inframundo —la mujer niega con la cabeza, inclinándose—. Alegría, vida y amor... Verte sólo me destroza en lágrimas. Ten en cuenta mi petición.
Con eso, la mujer se aleja, las túnicas blancas rozando el suelo, la cola de un fantasma. La mariposa la mira mientras lo hace, e inconscientemente, se acerca aún más a Naraku, al mismo tiempo que él la observa divertido.
—¿Qué quiso decir... ?
Él se ríe.
—Poemas y supersticiones. Para los humanos, las mariposas significan la mayor parte de lo que es bueno en la vida. Longevidad, alegría, amor... Cosas de ese tipo. Supongo que ella es la madre de esta niña muerta o algo así. De cualquier manera, al verte sólo le recordó lo que la niña no puede tener y la entristeció aún más. Aunque no estoy muy seguro de cómo se supone que debes llevar a cabo ese encargo suyo.
—¿Debo guiar esta chica al... al "después"? —pregunta la mariposa lentamente. Naraku se encoge de hombros, en un gesto imparcial que no deja en claro su respuesta.
—No lo sé. No puedo detectar su alma en este plano. Y como ella dijo, no eres una grulla con acceso a los cielos, ¿verdad? ¿Seguimos adelante? Parece que no hay nada de interés para nosotros aquí —dice, dándose la vuelta. La mariposa lo sigue y sus labios se separan como si fuera a protestar, pero luego baja la mirada hacia algo que está delante de ellos y el color desaparece de su rostro. Sintiendo su alarma, Naraku voltea, sus ojos violetas estrechándose en rendijas crepusculares.
La niña muerta se encuentra ante ellos, aunque su cuerpo físico permanece en el ataúd. Grandes ojos infantiles miran fijamente a los dos; sus mejillas están pintadas de blanco y azul, y los martines pescadores y las hojas de sauce tiemblan sobre la fina gasa de su ropa de funeral. Ella mira de la mariposa a Naraku, con lo cual esos ojos se asustan y salta hacia atrás con un chillido. Ella le arroja dinero espiritual y luego se da la vuelta para correr.
—Así que tu alma aún vagaba por estos lados —se burla él.
—¡Fantasma hambriento! ¡Vete! —la niña podría haber huido si no fuera por la mariposa, que salta para bloquear su camino. Sus largas mangas de agua se extienden en un gesto de placidez.
—¡No corras! ¡No tengas miedo! No te vamos a hacer daño —dice ella. La niña se detiene, temblando de miedo mientras los mira. Naraku resopla un poco; parece que es más porque la habían atrapado contra las paredes del complejo que porque la mariposa luzca particularmente reconfortante.
Fantasma hambriento, ¿hm...? Ja, bueno, eso no está muy lejos de lo que me han llamado.
De hecho, ese es un nombre bastante manso para alguien que se hace llamar infierno.
—Él no tiene sombra...
—¿Qué?
Naraku levanta la mirada para ver a la chica señalándolo con miedo. Sus faldas se agrupan alrededor de sus pies y, arqueando una ceja, se da cuenta de que ella tampoco proyecta una sombra. La mariposa, sin embargo, proyecta una diminuta sombra en el suelo junto a ellos.
—¿Q-Qué es él sino un fantasma? No tiene sombra —susurra, limpiándose las mejillas.
—Es un buen hombre —responde la mariposa obstinadamente y se mueve para bloquear a Naraku de la vista de la chica.
(Naraku tiene que sonreír para sí mismo ante eso. ¿Un buen hombre? ¿Él?)
—Y estoy aquí para escoltarte al más allá.
La niña levanta lentamente los ojos y contempla la forma humana de la criatura, las finas cejas fruncidas. Ella mira de un lado a otro entre Naraku y la mariposa.
—¿Una... mariposa? Pero pensé que eran las grullas las que llevaban las almas al cielo...
—Una señora de tu casa le pidió a ella que te acompañara personalmente —dice Naraku por fin. Cruza los brazos sobre el pecho y arquea una ceja al ver cómo la chica se encoge ante su movimiento—. Los fantasmas no pueden elegir sus destinos. Si no lo hicieron en vida, mucho menos ahora. Son demasiado débiles y patéticos para eso. O la aceptas como guía o vas sola. ¿O tal vez prefieres viajar por el inframundo tú sola? —el híbrido le echa un vistazo, ojos violetas, fríos y afilados como espadas. La chica retrocede sigilosamente, intentado alejarse de esa mirada mortífera—. Debes haber muerto recientemente, si aún no te has ido. Ah, no... Tienes miedo, ¿verdad? Una chica como tú, secuestrada y frágil... Incluso viva, nunca te has alejado demasiado de tu casa... Cuarenta y nueve días de libertad, de rienda suelta para vagar, pero permaneces aquí.
Ella reúne el coraje suficiente para mirarlo con furia.
—No soy valiente ni audaz, pero era feliz en mis habitaciones de seda y mis jardines helados. Además, quiero cuidar a mi familia todo el tiempo que pueda.
Naraku sólo sonríe.
—Hmph. Como quieras. ¿Cuál es tu nombre, niña?
—Es... —comienza, luego vacila. Él casi se ríe: incluso en la muerte se esfuerza por ser filial y ruda, negándose a dar su nombre a un extraño—. ¿Por qué debería? Sólo quieres comerme.
—No seas estúpida, niña. Yo no devoro humanos, aunque muchos podrían no estar de acuerdo conmigo. Sólo conseguirían debilitarme y eventualmente me volvería uno también. Así que no tengo interés en comerte. Por lo tanto, dame tu nombre, de lo contrario no tendré nada para llamarte más que "niña" de ahora en adelante.
Los adornos en su cabello tintinean suavemente cuando se gira para mirarlo con el ceño fruncido. Los labios rosados se presionan antes de que ceda.
—Es Akina.
—Pequeña Akina —repite la mariposa, agregando un término de afecto a su nombre y provocando así una sonrisa en el rostro de dicha niña. Sus mejillas empolvadas forman hoyuelos y, por un momento, la mente de Naraku se pregunta qué tan rápido sería reducir esa bella expresión a un manojo de lágrimas.
Pero el pensamiento se desvanece rápidamente, como una vela apagada. La chica es sólo una de muchas, después de todo. Y, cuando mira a la mariposa, se da cuenta de que ella también lo es.
Naraku se mete las manos en las mangas y suspira, resignado.
Bastardo débil me he vuelto, piensa.
Un ruido resuena detrás de él.
Volviéndose para mirar por encima del hombro, ve una persecución en forma de sirviente tras un plato rodante. Pasteles de frijoles y tazones de cerámica con arroz salpican el suelo.
Entrecierra los ojos cuando se da cuenta de que el dinero espiritual que Akina le había arrojado se ha desvanecido. Luego, su mirada se dirige hacia arriba, donde una sombra andrajosa se escabulle a través de la puerta del arco.
Su piel pica de frío.
Fantasma hambriento.
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A una cuadra de la calle de Naraku se encuentra una tienda principal, escondida entre un mercado de abarrotes en ruinas y un edificio de apartamentos. Naraku conseguía su gel de ducha de ahí, todo a base de materias primas, puesto que no podía soportar el hedor químico de los productos actuales. La tienda principal había sido pequeña y mal iluminada; el aire estaba embriagado con hierbas mezcladas y humo de incienso del altar en la esquina. Alguien había apoyado un ventilador eléctrico en el mostrador donde zumbaba de un lado a otro, apenas agitando el aire sofocante. Detrás de ahí, los sonidos apagados de un televisor emergían del otro dormitorio. Estaba pasando una especie de telenovela.
Una anciana salió mientras Naraku buscaba en la mercancía. Su espalda se encorvaba como si un peso invisible tirara de sus hombros hacia abajo, y su cabello negro caía por los lados, largo y rizado como antaño. Sus ojos se habían vuelto de un violeta oscuro, todo para acoplarse a la modernidad de esta era, sacando a relucir su verdadera naturaleza sólo si quería hacerlo.
Naraku recuerda sentirse vagamente divertido cuando la miró. ¿Qué fracción de la edad de él componía la de ella? ¿Ochenta décadas, casi un siglo, de sus quinientos, casi seiscientos, años? ¿O menos? O tal vez, ni siquiera remotamente cerca, sólo un parpadeo que se desvanecería antes de que pudiera siquiera mirar. El pensamiento lo hizo sentir repentinamente exhausto.
El altar en la parte trasera albergaba estatuas del tamaño de una mano de varios budas diferentes; Naraku rememora verlos con cansancio mientras la anciana buscaba a tientas para darle el cambio.
Así es como reflexiona ahora: el rojo y el oro de los rostros de los Budas, el tenue brillo del incienso ardiente, mientras los gritos agonizantes llenan el aire sofocante y la horrible risa de los demonios atraviesa la oscuridad. Una criatura inferior cuya cabeza se derrama con cuernos empuja a Naraku bruscamente. Hace una pausa y se gira para mirarlo con lascivia, silbando entre dientes, luego se une a la diversión de los demás. Naraku tuerce el gesto en una mueca, irritado por el desagradable tirón de regreso a la realidad.
Éste es el primer nivel del más allá: el primero de siete. Y tal como se espera en un sueño, Naraku no puede recordar cómo llegaron aquí.
(No pasa por alto cómo, irónicamente, las caras horribles de estos burócratas demoníacos están coloreadas de los mismos rojos y dorados del altar).
Akina y la mariposa se paran detrás, la joven con el rostro ceniciento y temblando, su miedo a él rápidamente ahogado por el terror hacia esos demonios de caras feas. Uno pasa con un bramido cacareante, y la niña se pega a él con un grito. Los ojos de Naraku se deslizan hacia ella, levemente molesto, y deja escapar un gran suspiro antes de colocar una mano pesada sobre su cráneo. Ella se estremece y lo mira, pero él levanta la vista al frente, clavándola en el principio de la fila. Es mucho más corta ahora; no hay tanta gente hasta el turno de Akina, pero detrás de ellos parecen haber miles. Mujeres, hombres, niños, ancianos, y todos con rostros aterrorizados mientras esperan su turno en el puente de pesaje.
—¿Cuánto falta para nuestro turno, me pregunto? —murmura. Pero como en respuesta, las personas que estaban delante de ellos comienzan a moverse, instándolos a hacer lo mismo. Los demonios se ríen a carcajadas y un látigo resuena, al que le sigue un grito gutural.
—¿Qué están... haciendo? —susurra la mariposa, sus alas revoloteando sobre su hombro. Naraku mira hacia delante y ella imita el gesto, con los labios tensos por el miedo—. E-El corazón de ese hombre... era pesado...
Él resopla. Hace sólo unos minutos, demonios rugientes llevaron el corazón de un hombre a la balanza y los pecados que había cometido en vida hicieron que se hundiera por completo. Entonces no perdieron tiempo para administrarle un castigo. Con el mayor deleite, los demonios le enseñaron al hombre un poco de lo que le esperaba del otro lado: los que aguardaban en la fila gimieron y desviaron la vista mientras lo desollaban vivo. Pero Naraku había puesto una mirada de indiferencia, preguntándose cómo sería si pesaran su pútrido corazón humano en esa balanza.
(Pero con eso en mente, tiene que preguntarse si realmente hay alguna diferencia entre estos demonios y los humanos a los que inevitablemente castigan. Ja. Qué pensamiento).
—Ésto es lo que les espera a algunos —dice ahora, viendo cómo se restaura el cuerpo del hombre para que pueda salir temblando y sollozando histéricamente. De hecho, había echado espuma por la boca, un espectáculo tan lamentable como horrendo. Pero los demonios simplemente se ríen de él y llaman a la siguiente persona en la fila. Naraku inhala y exhala lentamente—. Una larga estancia en el infierno para reflexionar sobre sus pecados.
—P-Por favor... —Akina se aferra a él, como si fuera lo único que la separa de este destino—. No quiero hablar de esto.
Se le escapa una burla tranquila, a su pesar.
—¿Oh? Entonces, ¿de qué te gustaría conversar exactamente, pequeña señorita? —pregunta, con una nota sardónica en su voz. Akina retrocede ante el tono condescendiente que adopta. Naraku la mira, su sonrisa como el corte de un cuchillo—. Para eso estás aquí —dice—. Si quieres hablar de otras cosas, no estoy dispuesto a hacerlo.
Pero uno de los demonios escucha por casualidad, y de repente un calor rancio se estrella contra su piel mientras la criatura de piel roja se ríe, un hedor nauseabundo como carne carbonizada y podrida. Su rostro se retuerce de disgusto y, sin una palabra, se coloca discretamente delante de Akina y la mariposa. La chica agarra su haori, tan aterrorizada que ni siquiera se atreve a mirar hacia arriba. Por el rabillo del ojo, Naraku ve que la mariposa aterriza suavemente en su hombro.
Un bramido áspero y gorgoteante sale del demonio, y él tarda un momento en darse cuenta de que está vociferando.
—¡Habla de otras cosas! ¡Jajaja, sí, hazlo! ¡Habla de vida y alegría, oh, fantasma! —se burla el demonio con deleite.
Una lengua roja emerge de su boca, la saliva amarillenta goteando con un silbido ácido. Naraku retrocede con repugnancia y el demonio agita sus garras burlonamente. Sus ojos se fijan en Akina, que se pone rígida bajo su mirada ansiosa. Parece atrapada entre gritar y darse la vuelta para correr.
—Ah, ¿es ésta la pequeña señorita que murió? —pregunta, bajando su voz a un canturreo meloso. La cosa se inclina hacia adelante y dobla sus múltiples dedos, y Akina gime, enterrando su rostro en la espalda de Naraku—. ¿Es ésta la niña muerta? ¡Ja, ja! ¿Cuántos pecados has cometido, niñita, eh? ¿Qué ofrendas sin valor te dieron? ¡Qué flacucha te ves, nada divertido!
Chasquea la lengua y Naraku se da cuenta de que tiene trozos de carne atrapados entre sus dientes. Siente a Akina estremecerse, su mejilla presionada contra su columna.
—Vete —susurra, casi inaudible, apretando su agarre—. Vete, vete —de alguna manera, el demonio escucha y sólo deja escapar otra risa ensordecedora. Naraku frunce el ceño ante el sonido. Tsk.
—¡Espero que tu familia te alimente bien! ¡Lo necesitarás si aterrizas en uno de nuestros infiernos! Ahora veamos... No puedes ser alguien sin pecados. Entonces, ¿qué podría haber hecho una chica bonita como tú...? ¿Quizás se fugó? ¿Le faltó el respeto a sus mayores o a su esposo? Oh, tal vez murió al dar a luz .
—Lo último que dijiste —empieza Naraku—, ni siquiera es un pecado.
¿Estos gusanos no saben que sólo él tiene derecho a intimadar a la niña?
La risa del demonio se corta abruptamente. Los ojos saltones se concentran en Naraku, quien simplemente sonríe amenazante y extiende un brazo entre la criatura y la niña.
—Este trabajo de escolta está tomando mucho más tiempo de lo que esperaba, y estás siendo una gran molestia. Es irritante. Entonces, ¿por qué simplemente no cumples con tu deber filial y torturas a alguien que realmente lo merezca? —pregunta en un tono seco, aunque el rojo se desliza en su mirada, un parpadeo carmesí como el fuego del infierno. El demonio gruñe y lo mira fijamente, elevándose hasta su altura máxima, inclinándose sobre su cabeza de modo que los dientes de aguja quedan a centímetros de sus ojos, y la saliva ardiente gotea sobre su mejilla. La piel se desmenuza, sangrando y revelando la carne debajo, pero Naraku no parece reaccionar al dolor.
Y luego, de repente, se congela.
La próxima vez que el monstruo se ríe, el sonido llena el vacío.
—¡JAJAJAJA! ¡JAJAJAJA! ¡Tú! ¡Tú! —grita, bailando con una emoción salvaje que ilumina sus ojos de fuego—. ¡Te conozco! ¡Mira, mira, jajaja, mira quién está aquí!
Mientras grita, los otros demonios comienzan a arremolinarse, igualmente divertidos y curiosos. Naraku se eriza ante su pura fealdad: piel enconada, cascos ardientes, rostros derretidos, colmillos de hierro, dedos con garras y demasiadas articulaciones. Y ese hambre. El hambre sádica y ansiosa en esos ojos.
Estas cosas no quieren nada más que infligir agonía, y se reconoce a sí mismo en ellas.
—¡Míralo! ¡Míralo! —grita el demonio rojo, señalando a Naraku con un dedo demasiado largo—. ¡Véanlo, hermanos! ¡Mírenlo y reconozcan!
Otro demonio con los ojos supurando pus y agarrando un estoque ensangrentado da un paso adelante. Ladea la cabeza en un ángulo perturbador y entrecierra los ojos. Naraku le devuelve la mirada uniformemente, aunque sus labios se presionan juntos en una línea tensa. Esos ojos llenos de ampollas se agrandan y el demonio ruge en estado de shock o alegría.
—¡Es el Tejedor! —grita una voz distorsionada—. ¡Es el Tejedor!
Los demonios se vuelven locos: chillan y se ríen y corren para agarrarlo. Naraku sisea por lo bajo y se sacude hacia atrás, todavía protegiendo a la chica y a la mariposa; él puede sentir su euforia, su alegría. Después de todo, ¿Naraku el Tejedor de Sombras? ¿El Abismo Encarnado? ¿Aquí, en el puente de pesaje, con ellos?
Ja... Deben pensar que los dioses se están burlando.
Que lamentables son...
Sin embargo, antes de que pueda darles una lección, una voz resuena en la oscuridad. Profunda como el mugido de un buey, resonante como el rugido de un tigre y ardiendo con furia como una tormenta de fuego infernal.
—¿POR QUÉ HAN DESCUIDADO SUS DEBERES? ¡REGRESEN A SUS PUESTOS AHORA!
Un violento escalofrío recorre la columna de los presentes cuando todo el vacío se vuelve completamente silencioso. Por primera vez desde su llegada, Naraku ve que los demonios muestran un rastro de miedo. Los ojos se agrandan hasta que el blanco rodea sus iris ictéricos, abultados de horror mientras regresan a sus puestos, tropezando unos con otros en su prisa. Pero es muy tarde. A su alrededor, los fantasmas gritan cuando dos sombras se materializan en la oscuridad. Anillos de metal tintinean alrededor de los travesaños de una lanza puntiaguda y una maza con púas, sostenidas con fuerza en puños. Lenguas de fuego arden entre sus bocas mientras, sin piedad alguna, los dos guardianes del inframundo destrozan a esos demonios lo suficientemente desafortunados como para no haber tenido tiempo de reaccionar.
—QUE ESTO LES ENSEÑE A NO ABANDONAR SUS PUESTOS.
Una voz diferente esta vez, más aguda y resonante pero no menos furiosa. Los dos guardianes se ciernen sobre los muertos asustados como montañas. Los ojos inhumanos brillan con un fuego azul-rojo-violeta y recorren la línea como si buscaran algo. Cientos de humanos muertos se encogen o suplican clemencia bajo las miradas abrasadoras, pero las figuras no les prestan atención.
De alguna manera, Naraku no se sorprende cuando sus ojos se congelan en él. Detrás, Akino se aferra con fuerza. La mariposa está justo a su lado, de rostro pálido pero solemne, inquebrantable.
—NO TIENES LUGAR EN NINGÚN REINO, EXILIADO. VETE DE AQUÍ —retumban ambos guardianes, sus voces hinchándose y llenando el vacío como el tañido de las gigantescas campanas de un templo. Naraku sólo les sonríe y, con absoluto descaro, cruza las manos bajo las mangas, mirándolos a los dos de manera burlona.
—Vaya, vaya, he imaginado nuestro reencuentro muchas veces. ¿Qué tal su día, Cabeza de Buey y Cara de Caballo? ¿Siguen desperdiciando el espacio que habitan? Ah, no se molesten en responder. Sus pequeñas mentes no poseen suficiente capacidad para hacerlo. ¿Cómo le está llendo a Su Majestad el Emperador?
—EL TEJEDOR DE SOMBRAS NO TIENE NEGOCIOS CON EL EMPERADOR DEL REINO DE LA MUERTE —es la respuesta brusca proporcionada por Cara de Caballo. Ambos guardianes aparecen con los inmensos cuerpos de generales acorazados, pintados con sangre brillante y azufre, diferenciados sólo por sus armas y, por supuesto, grotescas cabezas. Tal como dice el apodo que le dio Naraku, un cráneo monstruosa con cuernos curvos descansa sobre el cuello de Cabeza de Buey; mientras tanto, Cara de Caballo tiene el cráneo orgulloso pero terrible de un semental salvaje, con la melena enredada y apelmazada alrededor de los hombros.
Los guardianes del inframundo dejan poco a la imaginación sobre por qué son tan temidos.
Los golpes parecidos a un terremoto de la pica de Cabeza de Buey atraen su atención.
—NO DAMOS MÁS ADVERTENCIAS —gruñe—. VETE YA, O SUFRE UN CASTIGO.
Naraku suspira y niega con la cabeza.
—Ah, me temo que todavía no puedo irme.
Eso ciertamente les desagrada. Los rugidos de los guardianes estallan contra sus tímpanos con rabia. Naraku hace una mueca pero se las arregla para mantenerse erguido; la mayoría de los que están en la fila son derribados por la fuerza de los gritos o se derrumban de puro horror. Akina chilla y se agarra a su espalda.
—¿Qué estás haciendo? —le susurra-grita, con los ojos muy abiertos y en conflicto tanto por la indignación como por el miedo—. ¡No los hagas enojar más!
Él simplemente le sonríe, un gesto insidioso.
—Desafortunadamente, le prometí mi guía a esta pequeña —dice, dirigiéndose a los guardianes y señalando a la mariposa con una mano. Se pone rígida cuando sus miradas la queman, manteniendo la cabeza más alta a pesar de que el color desaparece de su piel—. Quien, a su vez, ha recibido la tarea de escoltar a esta joven —continúa Naraku, inclinando su cuerpo para que se pueda ver a Akina. Sus ojos se entrecierran y les sonríe—. Seguramente una escolta cuenta como una ofrenda. Mi presencia es, igualmente, nada más, nada menos. ¿No están de acuerdo?
Cabeza de Buey y Cara de Caballo lo miran fijamente, gruñidos amenazadores retumbando en lo profundo de sus pechos. Akina mantiene los ojos firmes a pesar de cómo tiembla, observa Naraku con una nota de admiración, algo que no esperaba que hiciera. No está mal para una delicada flor secuestrada.
—ENTONCES TE ACOMPAÑAREMOS A SU MAJESTAD NOSOTROS MISMOS. EL EXILIADO NO PUEDE VAGAR EN EL REINO DE LOS MUERTOS SIN SUPERVISIÓN —declara Cabeza de Buey con un golpe de su malvada pica. Muestra enormes colmillos mientras habla, las llamas parpadeando alrededor de sus poderosas mandíbulas.
Bruscamente, Cara de Caballo relincha y balancea su maza hasta su hombro, y agrega:
—EL EQUILIBRIO DEL CIELO Y EL INFIERNO SE ROMPERÁ SI ROBAS UN ALMA QUE AÚN NO HA SIDO JUZGADA. NOS ASEGURAREMOS DE QUE NO INTENTES NADA NI QUE TE SALGAS DEL CAMINO.
—Entendido —responde Naraku, tranquilo como siempre y sonriendo—. Su interés es apreciado —los guardianes no contestan; se vuelven lentamente para enfrentar a los demonios menores que todavía se arrastran por las balanzas.
—ES EL TURNO DE LA NIÑA. PÉSEN SU CORAZÓN.
Los demonios chillan y se mueven hacia adelante. Una multitud de otros aparecen de la oscuridad para reemplazar a los que fueron asesinados. Rodean a Akina donde bailan y se burlan, llamándola por su nombre y gritando que les encantaría cortarla por la mitad e incrustarle clavos en los ojos. Ella gime y da un paso tambaleante, estremeciéndose ante la atención de los demonios. Pero la mariposa avanza con ella, y cuando Akina tropieza, toma la mano de la niña y la guía. Naraku estudia su expresión de labios apretados.
Las dos se detienen ante la balanza, perseguidas de cerca por una legión de criaturas inferiores que se ríen disimuladamente. Akina observa fijamente la enorme fuente de bronce, luego lanza una mirada temerosa a la mariposa, luego a Naraku. Él frunce el ceño en respuesta y, antes de que pueda reaccionar, avanza hacia ella y hunde la mano sorpresivamente en su pecho, extrayendo el corazón.
Entonces lo coloca sobre la balanza.
Hay un momento en el que el órgano de la niña parece detenerse.
La balanza se inclina, pero sólo unos pocos pies más o menos. Naraku sonríe: por supuesto que no sería tan pesado. Ella murió demasiado joven para haber acumulado tantas fechorías. No es más ligera que el aire, lo que significa que es verdaderamente virtuosa, porque los pecados que ha cometido han sido en su mayoría menores. El alivio baña su rostro, y él regresa su corazón a su prisión de huesos finos. La niña se aparta del plato y cae contra la mariposa, que la sostiene mientras los demonios silban a su alrededor.
Naraku levanta los ojos. Cabeza de Buey y Cara de Caballo ya están avanzando en dirección al puente que se extiende hacia las sombras.
—ADELANTE.
Los demonios que montan guardia chillan incluso cuando se abren paso. El puente blanco se curva en algún lugar hacia la oscuridad. Blanco: un color adecuadamente desfavorable, observa Naraku con desdén, pero simplemente suspira y alcanza a las dos chicas.
La mariposa encuentra sus ojos e intercambian una larga mirada.
—AVANCEN.
Hay impaciencia creciendo en sus voces. Una señal peligrosa.
Con pasos lentos y vacilantes a través de las ondulantes sombras, los tres cruzan el Puente de Pesaje. Los humanos en la fila comienzan a moverse, notando su fácil acceso. Para sorpresa de Naraku, comienzan a gritar: suplican, mendigan, imploran que los lleve con él.
(De todas las personas, se pregunta por qué creen que podría ayudarlos).
—¡Señor, llévanos contigo, por favor, Señor!
—¡Mis hijos, oh, sálvalos! ¡Llévatelos también contigo! ¡Tómalos, te lo ruego!
—¡Ten piedad de nosotros! ¡Por favor, ten piedad... !
Cierra los ojos y suspira con cansancio mientras un látigo vuelve a restallar, el sonido húmedo esta vez, y los gritos se vuelven nuevamente temerosos y agonizantes. Los demonios se ríen y se burlan cuando el hedor cobrizo de la sangre flota en el aire. Pero Naraku no mira atrás. Los guardianes del Infierno lo siguen de cerca, y un sonido como el de un trueno denota el sellado del vacío detrás de ellos. El primer nivel del más allá, superado.
Naraku ignora los gritos que se desvanecen en la nada después de unos segundos.
Silenciosamente, la mariposa se acerca para rozar su mano, pero él no la mira.
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